Está en la página 1de 4

DE SER FUGACES

CAPITULO A. Inadvertencia.

-¿Por qué le insistes tanto?


-Porque me interesa demasiado, lo suficiente para darle la atención que merece.
-¿Y de su parte?
-No lo sé, no me importa y aunque me importara, me haría el desentendido. Se trata de ya
no vivir con la cobardía.
-Te estás desmoronando. Mírate. Ni siquiera lo nota. Deberías estar en el habitual curso de
tu vida, ese ritmo ajetreado y distraído. No así.
-¿Crees que no me he dado cuenta? Me lo restriego en cara todos los días frente al espejo,
pero no me interesa.
-Qué poco valor te tienes.
-Quizás sí, o quizás es lo suficiente como para querer que lo note.

Paso, pues, aquel curioso verano, entre los dimes y diretes, la desconfianza y el recelo. Fue
fugaz como suponía serlo, tan perecedero como la vida misma, sin embargo, persistente
como los peores y gratos recuerdos. No volví a verla hasta después de 5 años, durante ese
tiempo aún me daba el lujo de pensarle con ligereza.

CAPITULO B. Aleación.

Toda mi vida la he vivido en el Distrito Federal, ahora CDMX, sin embargo siempre he
encontrado tediosa la ciudad, la amaba, pero como todo aquello que amas, por lo regular
siempre hace daño. Así que me fui alejando de a poco y luego un poco más. No habían
motivos para visitarla hasta que un día, ella.

-No encuentro esta noche para nada divertida. No debí haber venido, ¿para qué?
-Tú siempre de amargado.
-No es eso, pero estoy cansado de fumar y beber como si en eso radicara nuestra diversión.
-Es un cliché. Dejémonos estar.
-Pues bueno, ya estoy aquí. ¿No?
-Vamos a Garibaldi.
-No, es inmundo y peligroso.
-Ahí está tu respuesta.
-¿No podemos simplemente quedarnos en el departamento y tener sexo como lo hacemos
cada que vengo?
-Podemos hacerlo en los baños del Tenampa, los de atrás. Los solitos.
-¿Los que huelen a orines? Qué excitante.
-Me caga tu sarcasmo y me caga más que te estés tornando tan misántropo.
-Haz algo al respecto.
-Ya he pensado en dejarte, tranquilo.
-Repito.
-No puedo. Deja de aparentar que no me quieres y quiéreme.
-Tal vez no te quiero.
-Tal vez sí.
-Con toda el alma, no por ello debo ser más endeble contigo.
-Estás enfermo, dañado, y emputado con la vida.
-Así gustas de mí, con mis grietas y yo de ti, con tu encanto. Pero no.
-Ándale, vamos a Garibaldi.
-QUE NO.
(Había puesto esa cara, su cara de tristeza y de coacción)
-Vamos, pues. Sólo un rato.
-Te amo.
-Mentirosa.
(Y sí, me amaba, ¿quién toleraría tanto fastidio en una sola persona?)

Tomamos un taxi afuera de su departamento, no muy lejos del Centro Histórico. Yo con esa
cara de displicencia tenaz. Ella con esa cara de altivez y un vestido de primavera, corto,
provocativo, me gustaba llevarla de la mano.

-Deberíamos vivir aquí en el Centro, es tan bonito.


-¿Qué tiene de bonito?
- ¿Apoco no te gustaría? Podemos rentar un pequeño departamento en Gante, hasta arriba,
para que al recorrer las cortinas apreciemos Bellas Artes.
-Son carísimos. ¿Qué tiene de malo tu apartamento?
-¿Qué tiene de malo querer vivir contigo?
-Es muy pronto, ¿no crees?
-Ya lo habíamos hablado. Deja de ponerte muros, intentemos.
-No son muros, son precauciones.
-Estoy enamorada de ti y jamás me he puesto límite desde que te lo dije.
-No sé quién está más enfermo y retorcido, si yo por ser como soy o tú por soportarme.
-Enamorada, dije.
(A veces, sólo a veces, ella era lo único que necesitaba, su forma de decir las cosas, la
importancia que debía darle a esto, su permanencia, su afecto)
-Te quiero, lo sabes. Te quiero demasiado.
(Me besó, mordiendo mi labio. "Yo te adoro", dijo sin dejar de morderme y me tomó de la
mano para jalarme por la toda la plaza.
-Estás loca.
-Por ti.
-Eso te hace aún más loca.
-¿Y qué? La cordura es aburrimiento, y tú eres un aburrido, un viejito aburrido y cuerdo,
pero uno adorable.
¿Le llamamos a los demás? Que nos alcancen. Podemos estar toda la noche siendo felices.
-Llámalos. Que vengan si es lo que quieres.

(Al poco rato, varios de sus amigos que por azares del destino terminando siendo los míos,
llegaron hasta donde estábamos, yo estaba, vaya, contento)

-¿Sabes que no me gusta de Garibaldi?


-¿Que está sucio?
-Aparte.
-¿Qué?
-Qué los mariachis cobran muy caro. Y me gusta escucharlos de cerquita.
-Te dije que no viniéramos.
-No lo digo por eso, menso. Es porque, pues, o sea, me gusta. Me gusta estar contigo, aquí
o allá, me gusta, pero a veces creo que no te comprometes lo suficiente.
-Tengo miedo, es eso.
-¿De qué?
-De perderte de vista, de perdernos, de ser fugaces.
-Tonto. ¿No te das cuenta? Me veo en ti, contigo, juntos.
-Yo lo sé, por eso temo, temo no saber llevarlo y colapsar.
-¿Cuánto tiempo llevamos juntos?
-¿Te refieres a juntos juntos?
-Sí, vaya, juntos. Juntos como nosotros.
-Un año.
-En todo ese año no me has pedido que sea tu novia. No conozco a tus padres, ni a tus
amigos. ¿Y sabes? No me ha importado, nunca lo ha hecho. Te quiero bien, y conozco lo
que debo conocer de ti. Sé de tus apatías, tus dolores, de tu entusiasmo y tu risa. Cómo
miras a las personas cuando te exaltas, cómo me miras cuando me haces el amor, cómo me
besas, cómo me quieres. Yo todo eso lo sé. Pero de ti para mí no estoy segura de ese cariño,
¿sí me entiendes?
-Sí.
-¿No vas a decir nada?
-No sé qué decir.
-Eres un cabrón, pero algún día, Antonio, algún día.
(Se dio la vuelta, notablemente enojada, pasó sus dedos por los ojos como deteniendo la
primerísima lágrima)
-Espera. (La sujeté del brazo)
-¿Qué quieres?
-A ti.
-Lo dudo.
-Te lo juro. A ti, sólo a ti.
-Demuéstralo.
-¿Cómo?
-Deberías saberlo. Saberme.
-Pero, es que no lo sé. Siempre he sido así.
-Vas a terminar por colmar lo que te siento, por fastidiarme las ganas, por obligar a irme.
-Quédate.
-¿Para qué?
-Para que te quiera, para que te quiera siempre.
-Ay Antonio. Tienes razón, estoy loca, en cada aspecto.
Déjalo así. Vamos a pasarla bien, ¿quieres?
-ok.

Pasó así la noche, ella hablaba con sus amigas y yo con mis amigos que eran sus amigos,
algo así. Después de una pequeña borrachera, y la cartera visiblemente herida, por ahí de
las 5 de la mañana nos fuimos a dormir. Otras veces, llegábamos directo a su cama para
terminar empiernados y platicando aún de lo que habíamos hecho apenas horas atrás, esta
vez dormimos espalda a espalda y si acaso unas palabras cruzamos.

CAPITULO 3. Indulto.

-¿Quieres ir a desayunar?
-Pensé que debías regresar temprano a casa.
-Bueno, puedo quedarme un poco más.
-No te molestes, si debes irte, vete. Quedé de salir con mi hermana a babosear por ahí.
-¿Ya está en México?
-¿Sí ves? Te dije que regresaba en Mayo.
-Lo olvidé, lo siento.
-Son esos detalles.
-Al parecer, estarás a la defensiva. Mejor me voy.
-Como gustes.

Recogí mi ropa, no me bañé como lo hacía siempre -con ella-, guardé las cosas. Y salí de su
recamara. "Ya me voy", le dije. Allí estaba ella, al pie de la ventana de su sala fumando un
cigarro y en ropa interior, su cabello hecho jirones y con aroma a café.

-Quiero que sepas que quizás sea la última vez que salgas de esta puerta.
-Lo sé. Lo supe desde ayer.
-¿Y aun así te vas?
-Es mi culpa, seguro. Soy un idiota.
-No quiero insistir, y sí, lo eres.
-Vamos a hablarlo. Comamos algo, salgamos y hablemos de esto.

Fuimos a un restaurante que a ella le gustaba mucho, cerca de su trabajo, por la Del Valle.
Algo modesto pero pintoresco ad hoc para conversar.

-A veces quisiera ser lo suficientemente capaz para dejarte valer madre por ti solo. Quizás
es tu rechazo lo que me ata, sé que es algo, tu forma de tratarme, es ciencia pura. Suelo
enamorarme de puro pendejo.
-Eso me caló.
-Podría darte todo y...
-Te amo.
-Antonio.
-Tengo mil defectos y mil más, pero te amo.
-Nunca lo habías dicho.
-No quería creerlo, pero es verdad.
-Yo a ti. Con la fuerza de mil soles.
-Quizás, no sé, me preguntaba, si, ¿quisieras ser mi novia?
(Pasó la mirada de su mano a mis ojos, titubeante)
-Hace mucho que lo somos.
(La besé, la besé como se es que se debe de besar a quien se ama)

CAPITULO 4. Ausencia.
(Por escribir)

También podría gustarte