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¿Y QUIEN EDUCA?
Después de haber compartido esta primera clase con el Doctor Perilla y estas
múltiples ideas expresadas por los compañeros de clase, no cabe duda que los
cuestionamientos que tímidamente han recorrido nuestras mentes, han encontrado el lugar
indicado para ver la luz, ya no como la representación del ser en la caverna, sino, como ese
descubrirse en el que Platón afirma que Sócrates lleva al hombre a estructurar su propio
era fascinante observar cómo me convencía de la pertinencia de aquello que hace años
manejaba mi psique como un máxima, pero que sólo ahora, era el momento justo de
presentarlo.
modelos educativos llevan y desconocen, y creen que su actual acción es la piedra angular
de una forma única e innovadora de impartir conocimiento; ver cómo, tiempos tras tiempos,
hemos estado viviendo en una gran ilusión, no sólo política, refiriéndome a políticas de
educación, sino, social, económica y religiosa, marcada quizá, por el deseo de cerrar
nuestros ojos y hacer como si nada sucediera, hace que impajaritablemente nos
preguntemos: ¿quién, entonces, es el que educa en nuestra sociedad tan distinta, tan dispar,
tan propia y tan de nadie, tan de todos, tan de nosotros y tan de ellos, tan colombiana.?
parecer cíclico, podemos dar cuenta de una serie de manifestaciones que, con el pasar del
tiempo, vamos olvidando. Tal como en la clase pudimos observar: cómo se dividía la
sociedad desde el siglo XII y cómo el proceso educativo realmente no ha sido para todos y
podemos observar cómo el proceso de educar a nuestra sociedad se desdibuja a medida que
avanzamos, a título personal, se desdibuja por culpa de una evolución que no logra un
asidero firme, ni corresponde, a esta sociedad. Si bien es cierto, siempre ha estado en manos
universal llamado colombianos; también es verdad que ponemos en manos de ese alguien
parecer, no.
la casa paterna, parámetros inviolables en voz de nuestra abuela, quien seguía al pie de la
letra cada uno de los requisitos para poder ser parte de la casa, del barrio, del bien social:
“mientras ustedes vivan bajo este techo, se hace lo que se diga” y esta era una frase que se
repetía una y mil veces en los distintos hogares aledaños. De casa salíamos con nuestra
sacerdote, los mayores, entre otras, y todos: hijos de padres y padres de abuelos, poseían
el mismo “manual”, quizá podríamos haber hecho una tabula rasa temporal y su contenido
se repetiría como una plana, pero no en forma de castigo. Sin embargo, con el paso del
tiempo eso se acabó, la casa se cambió por la vida militar, allí se forman hombres, seres
sociales, íntegros, respetuoso y responsables de la ley, pero: ¿fue así? Cada hombre que
salía de la vida militar traía consigo cargas que no había aprendido en casa, cargas que
le hacían más parte del pasado que del “presente”, seguía las ordenes y lineamientos
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preestablecidos de otros, y, por tanto, su criterio no fue de gran importancia. Pero no todo
estaba perdido, una nueva idea estaba por surgir. Era tiempo de cambiar de manos, quizá
de dedos, pero con una imperceptible huella dactilar. Las universidades fueron llamadas a
crear, a “educar” seres sociales, seres capaces de participar activamente en pro del bienestar
humano, con herramientas antaño adquiridas, con formas ya establecidas, con escenarios
repetidos y muy bien encasillados, seres individuales, con grandes dificultades para pensar
en conjunto: exámenes individuales, eres el número uno, el primero gana, los OTROS
pierden.
La casa, volvamos a lo seguro. Pero ya no existen las figuras, son solo sombras en la
cambiado, tenemos que resignarnos a quien cuida y “educa”, que en el mejor de los casos
hace parte de nuestra familia y de no serlo, por fuerza de costumbre o por tiempo, consigue
el espacio en ella. Pero no es solo ella, quizá es una nueva forma de casa, la casa y la calle,
el barrio, la esquina, él o ella, los deseos, las pasiones o necesidades generan una nueva
inclinación, nuevas necesidades, un nuevo tipo de educación más llamativo, más seductor
a nuestros sentidos. ¡Que Dios nos guarde ¡Grita la vecina a sus noventa y cinco años al
ver por la ventana en lo que se ha convertido todo lo que ella sembró con gran esfuerzo,
viendo a la distancia las escasas letras: Mi…as… viva… lo que diga… El tiempo de dios es
perfecto. Con su mano firme, sólida e inquebrantable en el pasar del tiempo se sigue
hijo golpea la madre, la casa falló; El joven deja la escuela, la escuela falló: el niño,
adolescente o joven es un “delincuente”, está en las drogas, el estado falló, todos fallaron.
Por eso, aun hoy, a sus noventa y ocho años, con principios de Alzheimer, aun mi abuela