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Alegría – Tiempo Pascual

La alegría de amar a Jesús procede de la alegría de compartir sus sufrimientos. Por eso no te
permitas estar preocupado ni angustiado, cree en la alegría de la Resurrección. En todas nuestras
vidas, como en la vida de Jesús, la Resurrección tiene que venir, la alegría de la Pascua tiene que
amanecer. (Madre Teresa de Calcuta)

«Ser su víctima, estar a su disposición»

La madre Teresa se recuperó de una enfermedad casi fatal. Permaneció a la cabeza de su


congregación hasta marzo de 1997 (seis meses antes de su muerte), cuando, para su gran alegría, la
hermana M. Nirmala, fue elegida su sucesora. En mayo, contra todo consejo médico, Madre Teresa
partió en el que sería su último viaje a Roma, Nueva York y Washington. La hermana Nirmala era
consciente de la gravedad de la situación, per conocía también los motivos de la decisión de la Madre
Teresa: “La doctora se oponía en firme a que Madre viajara a EEUU, porque era muy peligroso para
su vida. Entendí hasta qué punto las profesiones religiosas de las Hermanas eran importantes para
Madre. Ya que en cada profesión, ofrecía muchas almas consagradas a Jesús para saciar Su sed de
ellas y de almas. Quizás fuera la última vez que Madre tuviera la oportunidad de hacerlo. Ésta era su
misión de saciar la sed de Jesús, sed de amor y de almas. Y yo sabía que tenía que apoyar la decisión
de Madre de ir a EEUU con este propósito, incluso a riesgo de su vida. Si Madre hubiera perdido la
vida durante el viaje, habría sido la consumación de su vida en el cumplimiento de su misión para la
cual Jesús la había llamado. Ésa hubiera sido su alegría y gloria.

Cuando Madre Teresa regresó en julio a Calcuta, después de un viaje difícil y agotador, le dijo
tranquilamente a un amigo: “Mi trabajo está hecho”. Desbordaba de alegría por estar “de regreso en
casa” en la casa madre, en su amada Calcuta, donde siempre había deseado morir. Una de las
hermanas observó: “Después de su regreso de Roma, Madre estaba extremadamente feliz, alegre,
optimista y habladora. Su rostro estaba siempre radiante, lleno de humor. El Señor le debió haber
revelado que el final de su vida estaba cerca”.

Pocos días antes del fallecimiento de Madre Teresa, una hermana presenció una escena que
confirmaba su fidelidad heroica a su voto privado de no negarle nada a Dios: «Vi a Madre sola, frente
a un cuadro de la Santa Faz y estaba diciendo: “Jesús, nunca te niego nada”. Pensé que estaba
hablando con alguien. Entré otra vez. De nuevo oí lo mismo: “Jesús nunca te he negado nada”.»

Madre Teresa había sido fiel a su palabra dada a Dios. Había conseguido no negarle nada a Jesús
durante cincuenta y cinco años, acogiendo cada situación como una nueva oportunidad de ser fiel al
amor que había prometido.

Desde los primeros tiempos de su congregación, siempre había insistido en enseñar a sus jóvenes
hermanas a no negar nada a Dios y a ofrecerle sus vidas sin reservas.

El amor verdadero es entrega. Cuanto más amamos, más nos entregamos. Si verdaderamente
amamos a las almas, debemos estar dispuestas a ocupar su lugar, a tomar sobre nosotras sus
pecados y a afrontar la ira de Dios. Sólo así nos convertimos en instrumentos suyos y hacemos de
ellas nuestro fin. Deber ser holocaustos vivientes, ya que el mundo nos necesita como tales. Ya que al
dar lo poco que poseemos, lo damos todo – y no hay límite al amor que nos impulsa a dar. Darse
completamente a Dios es ser Su Víctima – la víctima de su amor rechazado – el amor por el que el
Corazón de Dios ame tanto a los hombres. Éste es el Espíritu de nuestra Congregación: el de don
total a Dios. No nos podemos contentar con lo común. Lo que es bueno para otros religiosos no es
suficiente para nosotras. Tenemos que saciar la sed de un Dios infinito, que muere de amor. Sólo
una entrega total puede satisfacer el ardiente deseo de una verdadera Misionera de la Caridad. Ser
su víctima – estar a su disposición.

Esto es lo que ella misma había sido durante décadas, una auténtica Misionera de la Caridad, una
víctima por los demás. Y a través de todos los sufrimientos que esto conllevó, vivía con una profunda
alegría radicada en su respuesta de todo corazón a la llamada de Jesús. Mientras sus últimos días
continuaban estando marcados por el dolor físico y espiritual, los que la rodeaban, podían ver que
estaba preparándose conscientemente para el momento de su encuentro con Dios y el pensamiento
de “regresar a la casa de Dios” la llenaba de alegría. Una de las hermanas recuerda: «al final, Madre
hablaba mucho del cielo y mostraba mucho interés por cada Hermana Madre era muy cariñosa y
afectuosa; estaba muy alegre y radiante.»

Y uno de los padres Misioneros de la Caridad recuerda: «A medida que se aproximaba al final de su
vida, cuando hablaba, podías escuchar en su mensaje, su propio anhelo de estar con Jesús, su anhelo
de “regresar a la casa de Dios”. Si alguien le rogaba: “Madre, no nos deje. No podemos vivir sin
usted”, ella simplemente decía: “no se preocupe. Madre podrá hacer mucho más por usted cuando
esté cuando esté en el Cielo».

El 5 de septiembre de 1997, después de las 20:00, Madre Teresa se quejó de un fuerte dolor de
espalda; pronto su condición se agravó por la incapacidad para respirar. Las hermanas en la casa
madre se alarmaron. Se hizo todo lo posible para ayudarla; llamaron a un médico y a un sacerdote.
De repente la electricidad falló y toda la casa se quedó a oscuras. Previendo una emergencia, las
hermanas habían asegurado dos generadores eléctricos independientes. Pero ambas líneas cayeron
al mismo tiempo; nunca antes había ocurrido algo parecido. La ayuda médica rápida y experta no
pudo hacer nada, ya que la máquina de respiración artificial no se podía encender. Eran las nueve y
media de la noche. Mientras Calcuta estaba a oscuras, la vida terrena de quien había traído tanta luz
a esta ciudad y a todo el mundo, se estaba extinguiendo. Aun así, su misión continúa: desde el cielo
todavía responde a la llamada de Jesús: “Ven, sé mi luz”.

La bienaventuranza de la sumisión p. 52 ss

La alegría es signo de una persona generosa y mortificada que olvidando todas las cosas, incluso a sí
misma, intenta agradar a su Dios en todo lo que hace por las almas. La alegría, a menudo, es un
manto que esconde una vida de sacrificio, de unión continua con Dios, de fervor y generosidad. Una
persona que tiene este don de la alegría, frecuentemente alcanza un alto grado de perfección.
Porque Dios ama al que da con alegría y lleva cerca de su corazón a la religiosa que Él ama.

Soledad
¿Quién soy yo para que Tú me abandones? P. 231

Señor, Dios mío ¿quién soy yo para que Tú me abandones? La niña de tu amor – y ahora convertida
en la más odiada – la que Tú has desechado como despreciada – no amada. Llamo, me aferro, yo
quiero – y no hay Nadie que conteste – no hay Nadie a quien yo me pueda aferra – no, Nadie. – sola.
La oscuridad es tan oscura – y yo estoy sola. – despreciada, abandonada. – la soledad del corazón
que quiere el amor es insoportable. ¿Dónde está mi fe? Incluso en lo más profundo, todo dentro, no
hay nada sino vacío y oscuridad. – Dios mío – qué doloroso es este dolor desconocido. Duele sin
cesar. No tengo fe. No me atrevo a pronunciar las palabras y pensamientos que se agolpan en mi
corazón – y me hacen sufrir una agonía indecible. Tantas preguntas sin respuestas viven dentro de mí
– me da miedo descubrirlas. Si Dios existe, por favor perdóname. Confío en que todo esto terminará
en el Cielo con Jesús. Cuando intento elevar mis pensamientos al Cielo, hay un vacío tan acusador
que esos mismos pensamientos regresan como cuchillos afilados e hieren mi alma. Amor – la palabra
– no trae nada. Me dicen que Dios me ama – y sin embargo la realidad de la oscuridad y de la frialdad
y del vacío es tan grande que nada mueve mi alma. Antes de que comenzara la obra – había tanta
unión, amor, fe, confianza, oración, sacrificio. ¿Me equivoqué al entregarme ciegamente a la llamada
del Sagrado Corazón? La obra no es una duda, porque estoy convencida de que es suya y no mía. No
siento, en mi corazón no hay el más mínimo pensamiento o tentación de atribuirme algo de la obra.

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