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Estética del cuerpo y cuentos de hadas

06/09/2014- Por Carlos Quiroga -

Qué lugar para el cuerpo hoy. Esta interrogación atraviesa de manera actual cualquier relato
clínico, como cualquier relato moderno, porque estaríamos hablando del goce. La genialidad
de Carlos Quiroga está en proponer hipótesis y senderos donde su interrogación sea
propiciatoria: el cuento de hadas y su comentario.

Primero tomaré un texto: Una historia del cuerpo en la Edad Media[1], de dos
historiadores inscriptos en una escuela llamada “Escuela de los Annales”, iniciada por
dos autores que fueron del gusto de Jacques Lacan: Marc Bloch y Lucien Febvre. Esta
escuela de historiadores se funda siguiendo la brecha de Norbert Elías, quien fuera
quizás el primer historiador que entendió la necesidad de incluir “el cuerpo” en la
historia.
Aunque para ser justos Marcel Mauss siguiendo a Durkheim ya había afirmado que
todo lo que importa en la historia son los distintos “usos corporales” que difieren a lo
largo de la humanidad. Se podría decir que más allá de las batallas, sus fechas, las
invasiones, etc., la cuestión se centra en observar los cambios que todo
acontecimiento produce en los usos del cuerpo y sus técnicas, esto es, cómo se
modifican los modos de dormir, orinar, defecar, copular, etc.
Esta perspectiva puede sernos de gran utilidad para investigar con mayor
rigurosidad en las cuestiones inherentes al goce. Pero también podríamos recurrir a
las enseñanzas de una antropóloga inglesa, Mary Douglas, primero en su libro Pureza
y peligro[2], luego en otro texto, en el que hace una lectura del cuento Caperucita
Roja[3].
Cruzar estos tres textos tiene por objeto, primero, reflexionar sobre cómo los
cuentos infantiles más tradicionales arrastran “tensiones” de épocas muy remotas, y
segundo, poner a prueba mi tesis acerca de la necesidad de considerar el pasaje del
canibalismo a la incorporación y el límite que esta operación puede resultar a la
“competencia mimética”. Este pasaje del canibalismo a la incorporación, que en
psicoanálisis se llama “castración”, necesita de ciertas mediaciones y ritos sociales,
que permitían con cierto “éxito” los pasajes que la vida del hombre y la mujer exigen,
el nacimiento, la sexualidad y la muerte. En esta ocasión veremos cómo la función
que pueden ejercer “las abuelas” puede ser crucial a la hora del acceso a la feminidad.

A modo de presentación de nuestra orientación, vamos a compartir una cita que


Jacques Le Goff y Nicolas Truong hacen de Arnaud de la Croix en L’Erotisme au
Moyen-Âge:

“Como escribe un joven historiador citando las aportaciones decisivas de Huizinga,


Bajtin y Eco, ‘el alegre saber erótico’ inventado en la Edad Media revela la
ambivalencia, es decir, la mezcla de géneros. Los cuentos participan a la vez de la
obscenidad y del refinamiento, la lírica occidental mezcla continuamente sentimientos
y sensualidad, el encuentro místico con lo divino se manifiesta en el cuerpo de las
mujeres que buscan al Señor penetrante, una monja amamanta a un mono en el
margen de la novela de Lanzarote, los claustros son habitados por monstruos de
piedra. Entonces el espíritu vivifica la carne. Y el cuerpo tiene una alma”[4].
1) Lo puro y lo impuro, la estética en la estructuración de las prohibiciones

En Pureza y peligro, Mary Douglas afirma que el origen de las religiones no lo causa
el temor basado en la necesidad de castigo sino la necesidad de orden. Sobre esta
necesidad se edifican los sistemas de prohibiciones basados en el temor al contagio.
Estos sistemas que buscan cierto orden están basados en funciones que podríamos
llamar “miméticas”, ya que el sistema se sostiene en lo que se asemeja en la
naturaleza, a la “buena forma”. Lo que no asemeja a esa forma, lo “amorfo”, caerá
temporalmente en lo maldito, lo que envenena, etc.
Por ejemplo, las prohibiciones alimenticias del Libro del Levítico, en La Biblia, recaen
sobre “animales impuros” para ser comidos, es decir, que estos no son “animales
impuros” de por sí y en todo momento, sino que sólo son “impuros” para ser comidos.
Si tomamos, por ejemplo, la prohibición de la ingesta del cerdo en la cultura judía,
esta prohibición no es por las supuestas enfermedades que hoy se han descubierto,
tales como la triquinosis, sino que la ingesta de cerdo está censurada porque el cerdo
tiene la pezuña cortada, o sea son animales “deformes” respecto de otros que tienen
“la buena forma”.
Así, la deformidad resulta una amenaza al orden y con él, a la estabilidad. El
desorden es tomado como causa de toda catástrofe, por ejemplo, como causa de la
locura, y de la angustia que produce. Arrojar la “basura social” afuera, como
estrategia de restablecer el orden es la causa principal, según Foucault, del gran
encierro de la locura.
Podemos comenzar a ver que existe una relación de solidaridad entre la estética y
la ética, es decir, que lo que imita la “buena forma” es lo que queda dentro del campo
de los objetos pasibles de circulación social, por ejemplo, para la ingesta. Esta
operación ideológica se apoya en el rechazo de todo aquello que “ofende la estética”
y que se gana así la figura de “malditos”, “prohibidos”, etc.

2) Del pecado de soberbia al pecado sexual: Cuaresma y Carnaval

La era cristiana organiza a través de los siglos que comprenden la llamada Edad
Media, incluyendo al Renacimiento, una operación ideológica basada en una nueva
articulación del pecado. Esta nueva articulación es la que liga el pecado original al
pecado sexual. Al partir de sustituir un pecado, que resultaba ser el de la soberbia,
es decir, querer robar el saber de Dios, por el pecado de la carne, y todo lo que
resulta del cuerpo es oprobioso y condenable. Es por eso que la tensión que se
mantiene en aquella épica es entre “lo magro y lo graso” entre “la virginidad y la
lujuria” en definitiva: entre la Cuaresma y el Carnaval.
Las prohibiciones basadas en el “rechazo del cuerpo” además de estar en la base
de la caza de brujas y de todo tipo de terrorismo de Estado y su religión, establecen
una “estética de la segregación”. Por ejemplo, las “viejas” ya no resultan “sabias”
sino “brujas” capaces de transmitir todo tipo de infecciones inoculadas por el
demonio. Al igual que los niños, quienes pasarán a encontrarse más vulnerables a
las influencias de Satán.
Una muestra de esta necesidad de “orden estético” son los tabúes sobre la sangre
y el semen. Estos tabúes tienen efectos en toda la organización social, por ejemplo,
el cirujano o el carnicero al mismo tiempo que otras “labores” no eran muy bien
considerados por tener algún contacto con esos fluidos corporales. Incluso las
lágrimas caían debajo de esta lógica por demás ambivalente, y esta ambivalencia se
manifiesta en que los fluidos corporales pueden ser abyectos o sagrados según de
qué lado caigan de la tensión, es el caso de la “sangre de Cristo”.
El cuerpo en esta época, entonces, tal como lo consignan Le Goff y Truong, es objeto
de una contradicción irresoluble. Por un lado, el cuerpo resultaba la cárcel del alma,
objeto pútrido y abyecto, y por otro es el cuerpo glorificado de Cristo. Sabemos que
han tenido que transcurrir varios siglos para “resolver” las controversias sobre la
segunda naturaleza del cuerpo de Cristo ¿Cómo podría ser el hijo de Dios un hombre?
Esa división dio origen a una multiplicidad de interpretaciones que a su vez formaron
lo que se llamó en el origen del cristianismo las distintas “herejías”, que basculaban
en un incesante movimiento que iba desde el mayor ascetismo a las orgías más
desenfrenadas.
Este estado de cosas se resuelve una vez que queda establecido ese nudo de tres
llamado “santísima trinidad”. Vemos allí esa tensión entre el ascetismo y la
penitencia, entre la orgía y el celibato. La autoridad de los padres de la Iglesia tales
como San Agustín y Santo Tomás que siguen a San Pablo convencido de que llegaba
el fin del mundo, es determinante para que el cuerpo en la Edad Media quede
rechazado, al mismo tiempo que adorado.

3) Los cuentos participan a la vez de la obscenidad y del refinamiento

En la cita de Arnaud de la Croix, veíamos que los cuentos participan a la vez de la


obscenidad y del refinamiento: esta contradicción propia de las “tensiones”
medievales, parece ser retomada por Mary Douglas.
“Hay un problema metodológico”, dice Mary Douglas, en referencia al cuento, ya
sea el cuento infantil, o el cuento de hadas, porque no se sabe si es una narrativa
para divertirse o para horrorizarse. “Problema metodológico” que arrastra en cierto
sentido aquella tensión de la que hablamos. Así como el chiste puede causar tanto la
risa como la indignación según el contexto, hay una diferencia entre los cuentos más
groseros y los cuentos más refinados.
Caperucita Roja es uno de los cuentos más refinados, este cuento pone en juego
fundamentalmente la feminidad, en épocas donde los ritos de iniciación del pasaje
de las niñas a señoritas era respetado, es decir, es un cierto testimonio del
tratamiento de la virginidad y a la preparación para su pérdida –y con ello la puesta
en juego de la diferencia de los sexos–. La vigencia de lo femenino es a todas luces
una posible salida de la tensión entre lo abyecto y lo sagrado. Dos caras de la misma
pretendida unidad.

4) Caperucita y la desfeminización del mundo moderno, el mimetismo


desexualizante

Douglas se apoya en la investigación de otra autora: Ivonne Verdier, quien realiza


durante años un estudio de campo en la campiña francesa sobre las versiones de
este relato; sostiene algo impactante: “Existe una ‘desfeminización’ del mundo a
favor de la grosería”, una tendencia a borrar lo femenino a favor del universo “macho”
regido por el Falo.
Esta afirmación resulta impactante porque casi todas las opiniones de fines del siglo
XIX y XX parecen ir en un sentido contrario, al afirmar que la modernidad conlleva
un cierto afeminamiento del varón. La tendencia llamada “unisex” y el gasto en
cosmética, moda y cirugías que realizan los varones llamados “metro-sexuales”
parecen acompañar aquellas afirmaciones. No obstante ¿se deduce de esta tendencia
una feminización del varón? El auge de las cirugías estéticas por las cuales mujeres
se agregan o sacan partes en y del cuerpo tras una aspiración a un cuerpo idealizado,
¿va en favor de lo femenino en la mujer? La búsqueda de asemejarse a cualquier
modelo, ya sea de grandes pechos y labios o de una delgadez extrema, nada tiene
que ver con lo femenino, si lo femenino lo entendemos como pudo hacerlo Lacan,
como esa posición particular “no-todo” que niega el universal fálico el “para todos”.

5) La perfección del cuerpo mima al falo como fetiche para hombres y


mujeres
Lejos de afeminar al hombre, esta tendencia fetichiza al hombre y a la mujer por
igual, produciendo un fenomenal rechazo del cuerpo más allá del espejo. La época
moderna, regida por los efectos ideológicos del discurso de la ciencia que garantiza
al capitalismo, parece producir cada vez más ideales que exigen una indiferenciación
que “mima el falo como fetiche”.
Nuestra época parece ser una época hipersexuada, no obstante vemos una
reproducción obscena de la pornografía, una fabricación no menos obscena de
“cuerpos perfectos” en detrimento del lazo erótico entre las personas y de
sentimientos que van más allá del espejo. Todo este andamiaje tiene su articulación
social, política y económica que no deja de arrastrar de una manera “cruda” la política
de aquel viejo “rechazo del cuerpo” por otros medios. Allí están la anorexia, la bulimia
y la frigidez extendida, a pesar de que las relaciones sexuales comienzan a
mantenerse cada vez a más temprana edad, para atestiguarlo. La “competencia
mimética”, al decir de R. Girard, parece conducir la locura por la delgadez extrema
que emula aquel ideal de frugalidad. Esta “competencia” que Girard relaciona en sus
tesis sobre la violencia, está regida por dos pasiones fundamentales: la envidia y los
celos. Todo empeora, claro está, ya que aquella frugalidad y pasión con lo magro
estaba en cierto diálogo con Dios en el lugar del Otro, mientras que la anorexia actual
está regida por las leyes del mercado. Es por esto que no podemos hablar de una
“regresión” a la Edad Media, aunque es posible observar el “retorno” de aquellos
viejos preceptos transfigurados.

6) Caperucita, comer y beber del cuerpo de la abuela, para el paso del alfiler
a la aguja

En Caperucita veremos cómo en sus versiones más auténticas y populares se da


cuenta de una cierta regulación del goce en una época en la cual lo femenino estaba
aún conservado. En la versión de Verdier que toma Douglas se relata que, tanto el
lobo como la niña, comen parte del cuerpo de la abuela, y beben de su sangre en
una inconfundible referencia a la eucaristía y al canibalismo que ella pone en acto.
En efecto, después del encuentro en el bosque entre el lobo y Caperucita, el lobo se
adelanta, llega a la casa de la abuelita, la mata, cocina su carne y de la sangre
prepara un brebaje. Luego, cuando llega la jovencita, el lobo le da de comer y beber
la carne y sangre de su abuela.
Douglas confiesa sentirse desconcertada ante el hecho de que esta ceremonia ritual
esté presente en un cuento infantil. Sobre todo que la joven ingiriera, por ejemplo,
los órganos genitales y los pechos de la abuela. La niña ignora que la sopa que el
lobo le ofrece es la sangre de la abuela, pero esa ignorancia no deja de convertirla
de todos modos en caníbal. También la autora refiere sentirse sorprendida que, en
versiones originales, no hay referencia a que la niña vistiera una caperuza roja. Hay
algo muy interesante en esa observación ya que el rojo puede referir a la sangre,
tanto en la presentación de la menstruación o de la sangre vertida por la rotura del
himen. Pero en este caso se trata de una joven que aún no ha dado ese paso,
justamente se trata de los preparativos para ello. De este modo, la caperuza roja de
ulteriores versiones, muestra, como en los sueños, aquello que ha escapado a la
censura.

7) Canibalismo y rito de iniciación

Parece que hubiera una cita obligada del canibalismo cuando se trata, tanto del
inicio sexual, como de cualquier “iniciación”. La función del rito en la iniciación como
el de los funerales es transformar esa pasión caníbal en incorporación. La
incorporación del vacío, como la función del cero que inaugura la serie es un momento
fundacional. Esa incorporación posibilita el trabajo de duelo, da cuenta de la pérdida
que está en juego en la operación. En este caso habrá que leer, el comer y beber de
la abuela, no como “crudo canibalismo” sino en clave de metaforizar la incorporación
que da cuenta del apoyo que puede tomar una niña en su abuela, como apoyo de la
falta, para su pasaje de niña a mujer, que es de lo que trata el cuento.

8) ¿Un más allá del padre?

Otro dato desorientador es que mientras nuestras versiones ponen el acento en el


“lobo”, como monstruo devorador de niños, de acuerdo con la interpretación de
Ivonne Verdier, el rol del animal es por completo accidental y carente de importancia.
Los hermanos Grimm modificaron drásticamente esto, lo aburguesaron al punto de
hacerlo casi irreconocible. En las versiones francesas originales, las conversaciones
del “lobo” con la niña están aderezadas con insinuaciones sexuales, donde el “lobo”
le pide que se meta en la cama junto a él luego del banquete. ¡Invitación que ella
acepta alegremente!
Ya acostada junto al “lobo”, las asombrosas observaciones que hace Caperucita del
cuerpo de su abuela son un ejemplo de significación fálica. Lo que dice la joven “Que
grandes… tienes”, “Que vellosos… tienes” extraordinariamente ubican al falo en la
función de los puntos suspensivos: lo que dice el “lobo”: “para… mejor”. Es decir que,
la conversación que ambos mantienen, se encuentra muy alejada de una charla que
adormece a los niños, ¡todo parece estar a punto de estallar! Pero en las antiguas
versiones, nada estalla porque nada se concreta ¡el “lobo” no se “come” a Caperucita!
Tampoco hay en ellas, ninguna heroica figura masculina como el leñador que
presente batalla a la temible bestia, que la mate y le abra el vientre, para que la
abuela pueda salir de él sana y salva. ¡Es que el “lobo” no se “comió” a la jovencita!
Nada de eso, la joven heroína sale del trance en virtud a su ingeniosidad: le dice al
“lobo” que tiene ganas de “hacer pipí”, el “lobo” con fastidio la deja ir atada con una
cuerda, de la cual ella logra desatarse para atarla a un tronco. Caperucita corre hasta
un río y es ayudada por otras mujeres jóvenes también a cruzarlo con una sábana.
Cuando el “lobo” se da cuenta del ardid la persigue, le pide a las jóvenes que lo
ayuden a cruzar. Las mujeres le ofrecen la sábana para cruzar, y en mitad del río se
la sacan, y así el “lobo” muere ahogado. Se entiende que es un ardid femenino lo
que se transmite, se trata de la complicidad femenina, sin ningún “padre salvador”.
Es importante que en estas versiones se muestre una niña mucho mayor que la que
presumimos en nuestros libros infantiles. También es importante considerar
que, Petit fille significa “pequeñita”, pero también “nieta” en francés. Ivonne Verdier
sostiene que el cuento tiene más sentido si Caperucita fuese una niña próxima a la
pubertad. Esa observación se vuelve crucial si analizamos, la pregunta que el “lobo”
le hace a la joven acerca de qué camino piensa tomar para ir a la casa de la abuela.
Existen dos posibilidades a saber, “el camino de las agujas” o “el sendero de los
alfileres”. ¡Esto tan importante está eliminado en la versión de los Hermanos Grimm
y en otras!
Pero veamos: los alfileres, si bien juntan, lo hacen provisoriamente, por ejemplo,
las modistas hilvanan con alfileres, pero es una costura provisoria. ¡Y
fundamentalmente el alfiler no tiene agujero! La aguja que cose, sí tiene agujero. Lo
provisorio se hace permanente ¡hay costura! ¡El agujero de la aguja es la clave de
que esa operación se realice! ¿No es evidente de que el relato o los relatos sobre
Caperucita muestran ese pasaje de “alfiler” a “aguja”? ¿Hay dudas que muestran
también cómo se realizaba el entrenamiento de la astucia necesaria de las mujeres
para con los hombres transmitida por las abuelas? ¿Por qué el “lobo” ni la toca a
Caperucita? ¡Ésta comió y bebió de su abuela, engaña al “lobo”, el cual además muere
ahogado y escapa con sus nuevas amigas jóvenes y cómplices!

9) Las abuelas mediadoras en el pasaje de la niña a la mujer. ¿Por qué esta


tarea de transmisión estaría a cargo de las abuelas y no de las madres?
Las abuelas pueden tener una mayor distancia para con sus nietas que las madres.
Esta mayor distancia produce una mediación que muchas veces las madres no
pueden realizar. Es que existe una violencia entre las generaciones inmediatas,
mucho más entre las madres y las hijas. El propio Freud admitió que no llegaba a
entender ese tortuoso lazo. En él los celos y la envidia están a la orden del día y
muchas veces es imposible de tramitarse. Las abuelas, parecen poder llegar a estar
más alejadas de ese infierno de pasiones locas con sus nietas. Es frecuente que
mujeres que no han podido llevar muy bien sus asuntos con sus hijas resulten
¡abuelas tiernas y cómplices! Con el tiempo y quizás con la ayuda de algún
psicoanálisis, se han convertido en “sabias mujeres” que además de los secretos
culinarios saben de algunos “secretos femeninos”. Este “saber sobre lo femenino”
que engendra una necesaria complicidad entre mujeres es un dato importante para
que tengan en cuenta los analistas sobre todo cuando son mujeres. La “vieja sabia”
retorna entonces de la represión cristiana.

10) Cuando la feminidad esta aún conservada, una mujer ex-siste al Hombre

Lo que aporta Douglas al planteo de Verdier es que en esa época las niñas, cuando
ya estaban en edad de merecer, iban a una especie de retiro a las casas de las
costureras mayores donde aprendían a coser, a tejer, pero además ahí les enseñaban
las artes de seducción, etc. En esas reuniones se hacían las amigas que tenían para
toda la vida.
Los varones muestran cierta ingenuidad comparada con las niñas, puesto que en
ellos, cuenta Mary Douglas, el rito de iniciación era la fiesta de la matanza de los
cerdos. Era matarlos, cortarles los testículos y llevarlos en el bolsillo. El arrojo y la
intrepidez eran los valores más destacados. Una “huevada” podría decirse basada en
la fuerza y destreza física. ¡Esta grosera virilidad guarda todo su sentido porque del
otro lado las niñas se preparan, no digamos para la fiesta del cerdo-varón, pero se
preparan! Es sabido, por otra parte que cierto toque de “brutalidad” en el varón es
fuente de excitación para las mujeres.
Mary Douglas dice que a los cuentos no hay que buscarles otra significación, una
simbología, una interpretación mítica, sino que estamos frente a un relato en forma
de chiste, de broma, de lo que sucede en la época. Es como si se tratara de lo que el
cuento nos enseña y no lo que significa: como sea una transmisión del lugar del
cuerpo en un espacio histórico determinado y con ello un estado del síntoma.
Otro punto más que se relaciona con este desarrollo, dado que Douglas plantea que
el supuesto masoquismo femenino es muy interrogable si se homologa masoquismo
y pasividad. Afirma que la pasividad femenina es una pasividad activa, en la situación
erótica, la presa se vuelve cazador.
¡Es gracioso observar a un varón lanzado a la conquista creyendo que acecha a su
presa hasta hacerla caer, cuando es él mismo el que cayó como presa al comienzo
de la partida! Nadie ha conquistado a una mujer que no se haya ofrecido como
conquistada desde el inicio. La propia Verdier comentó en 1980 que la
desfeminización de la cultura moderna, es tan extrema que hace tan difícil pensar
siquiera en la femineidad. Es por eso mismo que no podemos reconocer fácilmente
que estos relatos constituyen una enseñanza sobre las diferencias sexuales. Estamos
tan embrutecidos que este embrutecimiento no nos deja advertir que se trata de
relatos sobre las diferencias sexuales, los ritos de iniciación y fundamentalmente al
pasaje de la joven a mujer. A este embrutecimiento lo podríamos llamar “mimar el
falo como fetiche”. Los tabúes cristianos sobre la sangre y el semen seguramente
juegan un gran papel en esta desfeminización, a favor de una reproducción no
sexuada de los cuerpos. Esta observación de Verdier apoya la hipótesis de que hay
mimetismo extendido, y es efecto de una fetichización de los cuerpos. Desintrincación
de las pulsiones de vida y muerte, reinado de una crudeza que responde así a lo que
Lacan ha podido llamar el rechazo que el capitalismo realiza de “las cosas del amor”.
Nota: Exposición presentada en el seminario “Cuentos de hadas y
psicoanálisis”, a cargo de Claudia Muente y Santiago Ragonesi, llevado a cabo
en Centro de Lecturas y Transmisión, en diciembre de 2013.

[1] Le Goff, J. & Truong, N., Una historia del cuerpo en la Edad Media, Buenos Aires, Paidós, 2005.
[2] Douglas, M. (1970) Pureza y peligro, Buenos Aires, Siglo XXI, 1973.
[3] Douglas, M. (1996) Estilos de pensar. Ensayos sobre el buen gusto, Buenos Aires, Gedisa, 1998.
[4] Le Goff, J. & Truong, N., L’Erotisme au Moyen-Âge, París, Taliander, 1999.

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