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Núcleo CREATEC
Escuela de Psicología
EL DESARROLLO EN LA INFANCIA
Facilitador: Participantes:
Sección J5
La niñez e infancia
Periodos y trimestres
El desarrollo prenatal puede estudiarse a partir de trimestres o periodos o
etapas relacionadas con el niño en crecimiento. Los trimestres dividen los 9 meses
del embarazo en segmentos de tres meses, el primer trimestre abarca desde la
concepción hasta las 13 semanas de vida, el segundo de las 13 semanas a cerca de
las 25 semanas y el tercero desde las 25 semanas hasta el nacimiento que, por lo
regular, tiene lugar a las 38 semanas, es decir, 266 días después de la concepción.
Periodo embrionario
El periodo embrionario principia cuando termina la implantación. Se trata
un lapso de gran desarrollo y crecimiento estructural que se prolonga hasta 2
meses después de la concepción. Dos procesos muy importantes tienen lugar en
forma simultánea durante esta etapa: 1) la capa externa de las células produce
todos los tejidos las estructuras que albergarán nutrir y proteger al niño por el
resto del período prenatal; 2) las células del disco embrionario interior se
diferencian y se convierten en el embrión propiamente dicho.
La capa externa de las células dan origen a tres estructuras: el saco
amniótico, membrana llena de sustancia acuosa, denominada líquido amniótico,
que sirve para amortiguar y proteger al embrión; la placenta, masa de tejido en
forma de disco que crece en la pared del útero y hace las veces de filtro parcial; y
el cordón umbilical, cuerda de tejido con dos arterias y una vena que conecta a la
madre con el niño.
De los cinco a los ocho meses. A los 8 meses, el aspecto general del niño
no difiere sustancialmente del que tenía los cuatro meses, aunque ha ido ganando
peso de manera gradual. El cabello espeso y largo. Las piernas están orientadas de
modo que las plantas de los pies Ya no quedan una frente a otra.
Hacia a los 5 meses, la mayoría de los niños logran un importante hito
denominado alcance guiado por la vista: pueden extender las manos, tomar un
objeto atractivo y acercárselo; a menudo se lo meten a la boca. En cambio durante
el primer mes de vida reaccionarán ante este abriendo y cerrando las manos,
agitando los brazos y quizás abriendo la boca, pero todavía sin conseguir la
coordinación de sus movimientos en un acto completo.
Alcanzar con éxito algo exige una percepción precisa de la profundidad, control
voluntario de los movimientos de los brazos y poder ejercer presión, así como la
capacidad para organizar estas acciones en una secuencia. Durante los primeros
cinco meses de vida, el niño se sirve en la información visual para realizar
exploraciones directas con los dedos. Con el tiempo combina, en una secuencia,
movimientos de alcance, presión y se lleva los objetos a la boca; entonces su
mundo se transforma: puede explorar de modo más sistemático los objetos,
utilizando las manos, los ojos y la boca de manera individual o combinada.
Las habilidades motoras finas, que exigen el uso de manos y dedos, siguen
perfeccionándose. A los 5 meses, el niño ha pasado de una presión refleja a una
precisión articulada voluntaria. A los 8 meses, casi todos los infantes pueden pasar
objetos de una mano a otra; y algunos saben utilizar el pulgar y el dedo para asir.
Por lo común, pueden golpear dos objetos a menudo con alegría y sin
interrupción.
También se perfeccionan las habilidades motoras gruesas, aquellas en que
se emplean los músculos más grandes o todo el cuerpo. La mayoría de los niños
de 8 meses pueden sentarse y permanecer sentados sin apoyo si se les pone en la
posición adecuada. Si se les pone de pie, muchas pueden mantenerse erguidos
sosteniéndose de algún apoyo. Algunos caminan apoyándose en los muebles. Se
recomienda poner fuera de su alcance todas las cosas valiosas y los objetos
pequeños que puedan llevarse a la boca. Algunos niños aprenden a gatear (con el
cuerpo sobre el suelo) o arrastrarse (sobre manos y rodillas). Otros se desplazan
sirviéndose de las manos y de los pies. Y otros se "deslizan" sentados.
En relación con el gateo que se da los 8 meses y después, conviene
mencionar la interesante serie de estudios efectuados por Karen Adolph y sus
colegas (1977), que demuestran las capacidades de los niños cuando gatean hacia
arriba y hacia abajo dependientes de diversos ángulos. Por ejemplo, sin
entrenamiento previo, niños de 8 meses y medio de edad, subieron pendientes
muy inclinadas sin dudarlo; después, quizá tras examinar la bajada, siguieron
subiendo y tuvieron que ser rescatados por experimentadores. En cambio, los
niños mayores (de 14 meses) discriminaban más: subían caminando por las
pendientes y luego se deslizan hacia abajo con mucha cautela.
A los 8 meses, muchos niños empiezan a participar en juegos sociales, que
los hacen reír, y a casi todos les gusta darle y quitarle un objeto a un adulto. Otro
juego que aprenden con rapidez consiste en dejar caer un objeto, ver alguien
recogerlo y volverlo a tirar.
De los nueve a los doce meses. A los 12 meses, la mayoría de los niños
pesan el triple de lo que pesan al nacer. Las niñas tienen a pensar un poco menos
que los varones. En general, la mitad de los niños de 12 meses se sostiene de pie
sin ayuda y empiezan a caminar. La edad en que comienzan a caminar depende el
desarrollo individual y de factores culturales.
La capacidad de pararse y caminar le da el niño una nueva perspectiva
visual. La locomoción le permite una exploración más activa, puede meterse en
las cosas, subirse o colocarse debajo de ellas. Su mundo se ha ampliado una vez
más. El desarrollo motor se ve estimulado por cosas nuevas e interesantes que lo
invitan a verlas y examinarlas. La exploración de otros niveles y habilidades
favorece el desarrollo cognoscitivo y perceptual. A los 12 meses, manipulan de
forma activa su entorno. Deshace nudos, abre armarios, jala juguetes y trenza los
cables de las lámparas. Su recién adquirida capacidad de atenazar con el pulgar
frente al índice le permite recoger pasto, cabello, cerillas, insectos muertos, casi
cualquier cosa. Ahora puede encender la televisión, abrir ventanas, introducir
objetos en los enchufes, por lo que es necesario una supervisión más o menos
constante y una casa "a prueba de niños".
Ahora, los niños juegan y se ocultan de la gente cubriéndose los ojos.
Juegan con un adulto a rodar un balón hacia atrás y hacia delante, y arrojar objetos
pequeños, compensando con persistencia su parte de habilidad. Muchos
comienzan a comer sin ayuda, usando una cuchara y sosteniendo su vaso. Sus
modales en la mesa no son los mejores, pero marcan el inicio del cuidado personal
independiente.
Dieciocho meses. A esta edad, los niños pesan 4 veces más que al nacer,
pero se ha reducido la tasa de incremento de peso. Casi todos caminan solos.
Algunos no son capaces de subir escaleras y les cuesta mucho patear un balón,
porque no pueden sostenerse sobre un solo pie. También les resulta casi imposible
pedalear triciclos o brincar.
A los 18 meses, los niños pueden apilar dos o cuatro cubos o bloques para
construir una torre, y a menudo se las arreglan para garabatear con una crayola o
un lápiz. La capacidad de comer sin ayuda ha mejorado en forma considerable y
pueden quitarse algunas prendas de vestir. Muchas de sus acciones imitan lo que
ven hacer a la gente.
DESARROLLO COGNOSCITIVO
El recién nacido
Entre la semana 38 y 40 de gestación se produce el nacimiento llamado a
término. Este es el período que se considera normal para que un bebé nazca,
puesto que ha alcanzado el grado de madurez necesario para sobrevivir fuera del
útero. Parece que el propio bebé es quien provoca su nacimiento liberando una
hormona en la sangre de la madre que desencadena el proceso del parto. A
menudo este proceso ha sido descrito como traumático para el bebé y, en realidad,
el nacimiento es más intenso para el bebé que para la madre puesto que soporta
altísimos niveles de adrenalina. Además, durante el proceso del parto, el bebé se
ve sometido a importantes variaciones físicas en el entorno. En primer lugar, pasa
de un medio oscuro, líquido, a temperatura constante y con sonidos amortiguados,
a otro luminoso, con aire, más frío y ruidoso. Por otra parte, a partir del
nacimiento el bebé deberá demandar alimentos y respirar por sí solo, una tarea
para la que durante nueve meses ha recibido un importante apoyo.
La desaparición de elementos como la placenta, el cordón umbilical y el
líquido amniótico ponen en marcha por primera vez algunos de los órganos
fundamentales para la vida. El bebé expulsará en el canal del parto el líquido
amniótico que inunda sus pulmones. El primer llanto será una demostración de
que el aire ha entrado hasta los pulmones y se ha expulsado por la nariz y la boca.
Al cortar el cordón umbilical el sistema circulatorio empezará a funcionar por sí
solo. Esto provoca un aumento de la presión sanguínea que se estabilizará sólo
varios días más tarde. A la vez la temperatura exterior disminuye respecto de la
del útero en más de diez grados y el bebé tendrá que controlar y mantener su
temperatura corporal de manera autónoma. La poca grasa subcutánea del recién
nacido hace que esta tarea suponga un desgaste de energía adicional. Para
alimentarse cuenta con un movimiento fundamental para su supervivencia: el
reflejo de succión.
Al observar un recién nacido podríamos pensar que se trata de un ser poco
organizado, que realiza movimientos descontrolados y que no responde a casi
ningún estímulo externo. Esta idea es, sin embargo, falsa. El recién nacido suele
llegar al mundo muy despierto. Las dos o tres horas que siguen al parto
constituyen un período en el que el bebé está muy atento a lo que ocurre a su
alrededor. Desde este momento, se sucederán en el bebé diferentes estados sujetos
a ritmos naturales que irán variando con el tiempo y generarán pautas de sueño,
vigilia, actividad y alimentación. Se han descrito en el recién nacido seis posibles
estados: sueño tranquilo o profundo, sueño ligero o activo, somnolencia, alerta
inactiva, alerta activa y llanto.
Aunque los ritmos del bebé en un principio no coinciden con los del
adulto, poco a poco se van sincronizando. En el inicio, el ciclo de sueño tranquilo
y activo se repite cada 50 o 60 minutos y los ciclos de vigilia se dan cada 3 o 4
horas. Entre los 3 y 4 meses la pauta de sueño nocturno y vigilia diurna suele estar
establecida con claridad y aunque el bebé duerme las mismas horas, lo hace de
forma seguida durante la noche.
Algunos sentidos están ya en funcionamiento durante la vida intrauterina.
El oído, el tacto, el olfato y el gusto empiezan a recibir estímulos mucho antes del
nacimiento del bebé y constituyen un modo de interactuar con el medio. El oído
está casi tan desarrollado en el momento de nacer como el del adulto y el recién
nacido será capaz de reconocer sonidos como la voz de la madre o tranquilizarse
con sonidos rítmicos que le recuerden el latido del corazón que escuchó durante
los meses de vida intrauterina. Además, en muy poco tiempo los bebés podrán
diferenciar su lengua materna frente a otros idiomas aunque, evidentemente, no
entiendan el lenguaje. Esta diferenciación pone de manifiesto una temprana
capacidad para registrar el ritmo, la entonación y el flujo de palabras.
El sentido que se encuentra menos desarrollado en el momento de nacer es
la vista. Es posible que el medio líquido y el poco espacio de que dispone el feto
en el vientre de la madre no le permita «practicar» con este sentido. La visión del
recién nacido es muy borrosa. No puede superponer las imágenes de las dos
retinas y verá doble durante algún tiempo. Además, no puede enfocar los objetos
que se encuentran a más de 20 centímetros de distancia.
Para llegar a tener una visión adecuada, los músculos de los ojos necesitan
trabajar de forma acelerada y, de hecho, a las tres semanas de vida son los más
activos. Aunque la visión del bebé es de momento poco clara, sin embargo,
también presenta algunas ventajas adaptativas. La capacidad de enfocar a
distancias tan cortas le permite observar el rostro humano, principalmente el
rostro de la madre mientras le alimenta. Por otra parte, el recién nacido aprecia los
contrastes más marcados y siente atracción por los objetos que se mueven. De
igual forma, esta preferencia por el movimiento pudo constituir un elemento de
seguridad frente a algunos peligros —como los predadores— y ayuda a
desarrollar las áreas visuales del cerebro.
Además de los sentidos para recibir información, el recién nacido cuenta
con una serie de respuestas involuntarias programadas para activarse ante ciertos
estímulos. Estas respuestas denominadas reflejas constituyen la forma de actuar
sobre el entorno con la que el bebé viene al mundo. Los refl ejos dan información
sobre el estado general del sistema nervioso del recién nacido. Las pruebas que se
les realizan en los minutos que siguen al nacimiento tienen como objetivo
comprobar si disponen de todo el repertorio de reflejos. Algunos de los reflejos
son fundamentales para la supervivencia —el de succión y el respiratorio, por
ejemplo— mientras que otros indican un buen estado al nacer —como el reflejo
de natación o el de la marcha.
La succión es uno de los reflejos más importantes que posee el recién
nacido. Gracias a esta conducta automática, el bebé podrá alimentarse
succionando el pezón de la madre o la tetina del biberón. No obstante, al cabo de
unos meses se habrán convertido en expertos succionadores y serán capaces de
adaptar el movimiento a los diferentes tipos de objetos que quieren chupar. La
succión se convierte así en un mecanismo a través del cual explorar los objetos y
sus propiedades.
REFLEJO ESTIMULACIÓN RESPUESTA
El llanto es una potente arma con la que el bebé llega al mundo. Para un
adulto es muy difícil quedarse indiferente ante el llanto de un bebé y,
normalmente, despliega una serie de conductas encaminadas a calmarlo. Además,
el llanto provoca incluso respuestas fisiológicas en la madre como un aumento del
ritmo cardiaco y un aumento de la segregación de leche. Dado que el adulto suele
responder de forma casi inmediata al llanto del bebé, éste aprende pronto que
dispone de un instrumento que le permite controlar su medio. Por otra parte, el
llanto constituye un mecanismo de aprendizaje. A través del llanto, el bebé
consigue que el adulto le acerque el mundo cuando él todavía no puede
desplazarse por sí mismo para explorarlo. En un principio el llanto que emiten los
recién nacidos es muy básico y presenta características típicas de ritmo y grado.
Cuando existen alteraciones los bebés pueden emitir tipos de llanto diferentes.
Muy pronto los bebés se especializan en el tipo de llanto que emiten y su
significado varía. En general, se distinguen tres o cuatro tipos de llanto: el llanto
de hambre, el llanto de dolor, el llanto que reclama el contacto humano y el de
miedo o enfado. Estos llantos varían en intensidad, ritmo entre los sollozos y
manera de comenzar y los adultos son capaces de reconocerlos basándose en estas
diferencias. La sonrisa es otro instrumento que los bebés aprenden a manejar muy
pronto. En un principio, la sonrisa de los recién nacidos es un gesto involuntario
que sólo refleja bienestar, pero hacia los dos meses aparece la denominada sonrisa
social ante la presencia de otras personas que constituye ya una pauta aprendida.
Este nuevo gesto se aprende al asociarse con una respuesta externa positiva, es
decir, con la reacción de admiración y alegría que expresan los adultos cuando
ven a un bebé sonreír. A partir de ahí, el bebé aprenderá que cuanto más sonríe
más refuerzo recibe. A partir de los tres o cuatro meses las sonrisas se hacen más
amplias y los bebés empiezan a reír, sobre todo en situaciones de interacción
social. Estas pautas, que parecen ser universales, son el inicio de la vida
emocional que los bebés despliegan prácticamente desde el nacimiento.
El periodo sesoriomotor
Piaget dio el nombre de periodo sensoriomotor a la primera etapa del
desarrollo. El niño llega al mundo preparado, con amplias capacidades
sensorioperceptuales y motoras para responder al ambiente. Según Piaget, los
patrones conductuales básicos —que comienzan como reflejos— le permiten
elaborar esquemas por asimilación y acomodación. Los esquemas preexistentes
como observar, seguir con la vista, succionar, asir y llorar son las estructuras
básicas del desarrollo cognoscitivo. En los siguientes 24 meses se transforman en
los primeros conceptos de los objetos, de las personas y del yo. En conclusión, la
inteligencia comienza con la conducta sensoriomotora.
Adaptación. Los esquemas del infante se desarrollan y se modifican por
medio de un proceso que Piaget (1962) llamó adaptación, es decir, la tendencia
general a ajustarse al ambiente y a incorporar en forma mental sus elementos.
Describe el ejemplo de cómo Lucienne, su hija de siete meses de edad, jugaba con
un paquete de cigarrillos. A diferencia de un niño de dos años, que podría
(lamentablemente) sacar un cigarrillo y fingir que lo fuma, Lucienne trataba el
paquete como si fuera uno de los juguetes u objetos que estaba acostumbrada a
manipular. Sus únicos esquemas eran observar, meterse cosas a la boca, coger y
golpear. En otras palabras, asimilaba el paquete de cigarrillos a sus esquemas
actuales.
Con cada nuevo objeto, el niño introduce cambios pequeños en sus
patrones de actividad. Se acomodan nuevos objetos con la acción de coger y
llevarse las cosas a la boca. De manera gradual los patrones se modifican y los
esquemas sensoriomotores básicos se transforman en capacidades cognoscitivas
de mayor complejidad. Comenzando por las reacciones circulares, conductas
simples y repetitivas de índole predominantemente refleja, se realiza casi por
accidente gran parte del aprendizaje del infante. Ocurre una acción y el infante la
ve, la oye o la siente. Por ejemplo, tal vez vea sus manos delante de su rostro. Al
moverlas descubre que puede cambiar lo que ve: prolongar el suceso, repetirlo,
detenerlo o reanudarlo. En las primeras reacciones circulares, descubre su propio
cuerpo. Las reacciones posteriores incluyen la forma de utilizar el cuerpo o a sí
mismo para cambiar el ambiente, como cuando hace que un juguete se mueva.
Etapas sensoriomotoras.
Juego con objetos. Los logros a menudo sutiles en el juego con objetos
son importantes para el desarrollo cognoscitivo. Entre los cuatro y cinco meses el
niño suele estirar la mano, asir los objetos y sostenerlos. Estas habilidades
aparentemente simples, junto con el perfeccionamiento de las habilidades
perceptuales, le permiten jugar con los objetos en una forma cada vez más diversa.
Recuerda los hechos repetidos, adecua sus acciones a varios objetos y comienza a
entender el mundo social mediante la simulación y la imitación. En otras palabras,
el juego sienta las bases de un pensamiento y de un lenguaje más complejo.
Imitación. Resulta fácil observar que, a los dos años, abundan las
imitaciones del mundo circundante en el juego con objetos. Sin embargo, la
imitación se inicia de manera muy simple en la infancia temprana. En los dos
primeros meses de vida el niño realiza imitaciones esporádicas mientras juega con
quien lo cuida. Como ya apuntamos, el recién nacido puede imitar las expresiones
faciales. Pero estas imitaciones desaparecen entre los dos y tres meses y
reaparecen al cabo de varios meses (Meltzoff y Moore, 1989). Entre los tres y
cuatro meses, el niño comienza a jugar con su madre a “hablarse”, actividad en
que parece tratar de reproducir los sonidos de la voz de ella. Entre los seis y siete
meses el niño sabe imitar gestos y acciones con gran precisión. Los primeros
ademanes imitados son aquéllos para los que ya tiene esquemas de acción como
alcanzar y asir. Para los nueve meses el niño puede imitar gestos nuevos como
golpear un objeto contra otro. En el segundo año comienza a imitar series de
acciones o de gestos. En un principio sólo imita las acciones que él mismo escoge.
Más tarde imita el cepillado de los dientes o el uso de la cuchara y el tenedor.
Algunos logran el control de esfínteres imitando a un niño mayor o a quien los
cuida.
Permanencia del objeto. Es el conocimiento de que los objetos existen en
el tiempo y el espacio, estén o no presentes y se vean o no. Este esquema
cognoscitivo no termina antes de los 18 meses aproximadamente, aunque a los
ocho meses el niño ya se hace una idea de la permanencia de su padre o su madre.
En lo relacionado con los objetos en general, “lo que no veo no existe” es una
máxima que se cumple al pie de la letra durante gran parte de la infancia. Si un
infante no ve algo, esto no existe para él. Por consiguiente, un juguete cubierto no
les interesa aun cuando lo sostenga debajo de lo que lo cubre.
La permanencia del objeto es una habilidad que supone una serie de
competencias cognoscitivas. Primero, a los dos meses el niño es capaz de
reconocer objetos familiares. Por ejemplo, se emociona al ver un biberón o a
quien lo cuida. Segundo, en este mismo periodo puede ver desaparecer un objeto
móvil detrás de un lado de una pantalla y luego dirigir la vista al otro lado para ver
si reaparece. El seguimiento visual es excelente y está bien sincronizado, y el
infante se sorprende si algo no reaparece. Pero al parecer no da importancia al
hecho de que un objeto totalmente distinto aparezca detrás de la pantalla. De
hecho, a los cinco meses acepta sin inmutarse una amplia gama de cambios en los
objetos que desaparecen (Bower, 1971).
Los niños de más cinco meses realizan un seguimiento más riguroso. Se
sorprenden cuando aparece un objeto diferente o cuando el mismo objeto
reaparece, pero con mayor rapidez o lentitud que antes. Pero también pueden
dejarse engañar. Antes de los nueve meses de edad el niño no se sorprenderá ante
lo que sucede (Moore y otros, 1978). La búsqueda de objetos ocultos también
sigue una secuencia previsible. Los niños menores de cinco meses no suelen
buscarlos ni seguirlos; parecen olvidarse de un objeto una vez que queda oculto.
Sin embargo, entre los cinco y ocho meses disfrutará de jugar a esconder y
encontrar objetos.
También le gusta esconderse debajo de una manta o cubrirse los ojos con
las manos y hacer que reaparezca el mundo cuando se las quite de la vista. Las
capacidades de búsqueda no están exentas de limitaciones hasta los 12 meses. Si
un juguete desaparece en una puerta falsa y otro reaparece cuando vuelve a
abrirse, el infante se sorprende, pero acepta el nuevo juguete. Los niños mayores,
entre 12 y 18 meses, se sienten desconcertados; empiezan a buscar el primer
juguete. Algunas irregularidades persisten en la conducta de búsqueda de los
niños de 12 meses. Si se oculta un juguete en un lugar y los niños esperan
encontrarlo allí, seguirán buscándolo aun cuando lo hayan visto oculto en otro
lugar. Piaget (1952) señala que, a esta edad, el niño tiene dos memorias: la de ver
el objeto escondido y la de encontrarlo. No todos aceptan su interpretación de
estos experimentos de ocultamiento (Mandler, 1990).
Memoria. Las capacidades sensoriomotoras expuestas hasta ahora exigen
cierta forma de memoria. Ya dijimos que los niños de cuatro meses prefieren ver
objetos nuevos, lo que demuestra que ya cuentan con una memoria de lo conocido
(Cohen y Gelber, 1975).
Un infante que imita debe recordar los sonidos y las acciones de otra
persona, al menos brevemente. Los que buscan un juguete en el sitio en el que lo
vieron oculto están recordando la ubicación del juguete. Los infantes muy
pequeños parecen tener una poderosa memoria visual (Cohen y Gelber, 1975;
McCall y otros, 1977). Los estudios de la habituación han revelado que, a los dos
meses, ya almacenan patrones visuales (Cohen y Gelber, 1975). Fagan (1977)
descubrió que los niños de cinco meses reconocen patrones 48 horas después y
fotografías de rostros dos meses más tarde. Algunos estudios indican que los
infantes tienen memoria a más largo plazo, por lo menos para sucesos muy
importantes.
Representación simbólica. Durante la infancia, algunas de las primeras
formas de la representación mental son acciones. Los infantes se relamen los
labios antes de que la comida o el biberón llegue a su boca. A veces quizás agiten
la mano en señal de despedida antes que puedan pronunciar las palabras
correspondientes. Tales acciones son los precursores más primitivos de la
representación simbólica, o sea, la capacidad de visualizar o, en todo caso, de
pensar en algo que no está físicamente presente.
Entre los seis y los 12 meses el niño comienza a simular, es decir, a
servirse de acciones para representar objetos, hechos o ideas. Esta conducta
también se desarrolla en una secuencia predecible (Fein, 1981; Rubin y otros,
1983). La primera etapa ocurre hacia los 11 o 12 meses; la mayoría de los niños
de esta edad fingen comer, beber o dormir, acciones muy familiares. Entre los 15
y 18 meses, alimenta a sus hermanos y hermanas, a sus muñecas y adultos con
tazas reales y de juguete, con cucharas y tenedores. De los 20 a los 26 meses finge
que un objeto es otra cosa: una escoba puede convertirse en un caballo, una bolsa
de papel en un sombrero, un piso de madera en una alberca. Estas formas de
simulación representan una etapa más en el desarrollo cognoscitivo.
Desarrollo lenguaje
Aun los recién nacidos se comunican. No tardan en descubrir cómo hacer
saber a sus padres que tienen hambre, que están mojados o aburridos. Hacia el
primer año de vida, la mayoría pronuncia su primera palabra; a los 18 meses
pueden unir dos o más palabras y a los dos años de edad ya dominan más de 100
palabras y pueden conversar. Su vocabulario es muy pobre y comete errores
gramaticales, pero su comprensión implícita del lenguaje y de su estructura es
notable. El lenguaje consta de tres dimensiones fundamentales: contenido, forma
y uso. El contenido designa el significado de un mensaje escrito o hablado. La
forma se refiere a los símbolos con que se representa el contenido —sonidos y
palabras—, junto con el modo en que combinamos las palabras para formar
oraciones y párrafos. El uso indica el intercambio social entre dos o más personas:
el hablante y el interlocutor. Los detalles del intercambio social dependen de la
situación, de la relación entre los dos, de sus intenciones y actitudes.
Palabras y oraciones
En general, los niños emiten sus primeras palabras al final del primer año
de vida.
Los recién nacidos no tienen conciencia de sus relaciones con las personas
que los rodean. Al nacer, no distinguen entre el yo y los otros, entre varón y
mujer, ni entre niño y adulto. Tampoco se forma de expectativas respecto de la
conducta ajena, las cosas simplemente suceden o no. En otras palabras, en un
principio vive en el presente y todo lo que no sea del alcance de su vista está
"fuera de la mente".
En los dos primeros años de vida se operan cambios drásticos. El recién
nacido empieza a percatarse del ambiente y de la forma en que interactúa con él,
de la sensibilidad o insensibilidad del mundo que lo rodea y de que puede hacer
algunas cosas por sí mismo o conseguir ayuda en caso necesario. Cuando
empieza a caminar, cobra mayor conciencia de las relaciones familiares y de lo
que es “bueno” o “malo”. Se da cuenta de que es hombre o mujer y empieza
aprender cómo el género impone ciertos estilos de conducta en la persona.
Sin embargo, los recién nacidos no están desprovistos de un
temperamento. Llegan al mundo con ciertos estilos de conducta que, tomados en
conjunto, constituyen el temperamento. Algunos son más sensibles a la luz o los
sonidos fuertes y repentinos, otros reaccionan de manera más rápida e intensa al
malestar, y otros son más exigentes plácidos, activos y vigorosos. La mayoría de
los niños encajan en una de tres categorías: fáciles (a menudo de buen humor y
predecibles), difíciles (con frecuencias irritables e impredecibles), y lentos para
responder (malhumorados y un poco sensibles a la atención).
Desarrollo social y emocional en la infancia
En la vida, el individuo participa en varias e importantes relaciones
interpersonales. La primera, sin duda la de mayor influencia, se da con la madre y
con otras personas que lo atienden (denominados cuidadores primarios). La
relación suele establecerse con firmeza a los ocho o nueve meses. Desde mediados
de la década de 1960, los psicólogos se ha servido el término apego para designar
la primera relación: se caracteriza por interdependencia, sentimientos muy
intensos y fuertes vínculos emocionales.
El desarrollo del yo
Entre los 15 y los 18 meses los bebés dan claras señales de que se
reconocen cuando se ven frente a un espejo (Lewis y Brooks-Gunn, 1979). Las
conductas que aparecen a esta edad, cuando perciben su propia imagen,
constituyen la primera manifestación clara de reconocimiento de uno mismo. A
partir de esta edad, pues, podemos pensar que el niño se reconoce como un ser
independiente y diferenciado del resto, al menos en lo referente al aspecto físico.
Por otra parte, la aparición del lenguaje autorreferencial mediante la utilización de
los pronombres personales, indica que, también desde un punto de vista cognitivo,
el niño consigue diferenciarse del resto. Estas dos habilidades revelan cómo la
conciencia de uno mismo se va adquiriendo de forma lenta y progresiva al compás
de las habilidades cognitivas que el niño va desarrollando.
Uno de los principales elementos a través de los cuales el niño progresa en
la definición de sí mismo es la interacción con los demás. Tanto los intercambios
con los adultos como con otros niños, constituyen contextos en los que las
diferencias entre personas se manifiestan claramente. La interacción con los otros
pone de relieve los diferentes intereses, las distintas estrategias y las diversas
predisposiciones que nos caracterizan y el niño, al igual que el adulto, tendrá no
sólo que tomar conciencia de dichas diferencias sino lograr conciliarlas para
conseguir una interacción armónica. Durante este período del desarrollo los niños
logran una importante mejora en sus habilidades sociales.
Un elemento que forma parte nuclear de la definición de uno mismo es la
autoestima. Los niños de estas edades suelen disfrutar de una valoración positiva
de sí mismos. Los padres, principales artífices de la autoestima en esta etapa,
generalmente ofrecen juicios positivos sobre todas las capacidades de sus hijos.
Estos juicios dan lugar a un concepto positivo y una buena valoración, de tal
forma que los niños se creen capaces de llevar a cabo cualquier acción.
El pensamiento moral
A partir de los 2 años, o incluso antes, los niños ya saben que ciertas
conductas son reprobadas por los adultos. La mayor parte de los adultos regañan
al niño que pega y desaprueban las muestras de egoísmo animando a compartir
con los demás. Además, los adultos imponen gran cantidad de normas en cuya
elaboración el niño no interviene y cuya fi nalidad probablemente se les escapa.
Por ejemplo, las normas de higiene, de seguridad o de respeto hacia los demás no
tienen, probablemente, mucho sentido para el niño, pero rigen su vida desde muy
temprano. A partir de las valoraciones y las normas impuestas por los adultos, los
niños van desarrollando un pensamiento o criterio moral, es decir, van
aprendiendo lo que está bien y lo que está mal.
Piaget (1932) dedicó parte de su obra a estudiar en profundidad cómo
entienden los niños aspectos morales relacionados con la justicia, la mentira o el
robo. Para ello planteaba una serie de historias y preguntaba a los niños cuestiones
como qué debían hacer los personajes, cuál se había portado mejor, cuál merecía
mayor castigo, etc. Dado que el trabajo de Piaget ofrece la descripción más
detallada sobre el razonamiento moral en esta etapa del desarrollo, nos
centraremos en su investigación y sus resultados.
El niño va aprendiendo lo que se debe y lo que no se debe hacer a partir
de las indicaciones que recibe de los adultos. Cuando los niños son pequeños, los
adultos imponen multitud de normas que rigen la conducta de los niños en todos
los ámbitos. En muchas ocasiones, los niños pequeños no entienden el sentido de
estas normas pero, dada la presión que ejerce el adulto para su cumplimiento, los
niños no pueden sino acatarlas sin negociar o cuestionarlas. En este sentido,
Piaget calificó la moral del niño pequeño como una moral heterónoma, es decir,
una moral de obediencia a la autoridad que se debe al respeto que el niño siente
por el adulto y se basa en el cumplimiento de normas impuestas. Este tipo de
moral de cumplimiento de normas se mantiene porque el niño percibe al adulto
como una autoridad a la que es obligatorio obedecer y que tiene poder para
sancionar y premiar.
Aunque, la orientación moral del niño se hará más autónoma gracias a la
reciprocidad y la cooperación que se establece en las interacciones con otros
niños, la moral heterónoma propia del niño pequeño se mantiene a lo largo de toda
la vida.
REFERENCIAS
Carriedo, N. Corral, A. Delgado, B. García, M. Giménez-Dasí, M, et.alt. (2009).
El desarrollo psicológico a lo largo de la vida. Madrid: McGRAW-
HILL/INTERAMERICANA DE ESPAÑA, S. A. U.