Está en la página 1de 8

Introducción: (Jessica)

Las enfermedades parasitarias ocupan un lugar importante en la práctica médica y


ocasionan diversas entidades gastrointestinales, nutricionales e incluso dermatológicas. Su
hallazgo consiste en la expresión de las precarias condiciones de higiene y saneamiento
básico que ostenta la población en general. Un grupo parasitario detectado a menudo, que
origina infección sin que en general se le atribuyan manifestaciones clínicas o daño al
huésped, es el que conforman algunas especies comensales.
El concepto de comensalismo hace referencia a la relación simbiótica en la que uno
de los participantes, el comensal, adquiere beneficio de su relación con un huésped, sin que
este último sufra daño u obtenga beneficio de la misma. De acuerdo con la ubicación en ese
huésped existen organismos comensales que habitan en su superficie, denominados
ectocomensales, y otros de localización interna, los endocomensales, a los que corresponde
un grupo de protozoarios que invaden el tubo digestivo del hombre y que serán analizados
en este capítulo.
En la continua evolución a la que están sometidos todos los seres vivos, diversos
organismos han desarrollado procesos de adaptación, en particular de naturaleza
morfológica y fisiológica; estos cambios acumulados y la oportunidad de ejecutarlos en un
huésped idóneo harán posible una exitosa relación, y si de relaciones entre especies se trata,
algunas de éstas lo harán como organismos parásitos patógenos y otras como especies
comensales.
Numerosos factores ecológicos, de comportamiento, y los propios e inherentes a las
necesidades de cada especie ayudarán al acercamiento y contacto entre un parásito y un
huésped, para que en esa correspondencia prospere entre ambos la mejor relación huésped-
parásito. Así, en el caso de las especies comensales (lo mismo que en las parásitas), los
constantes contactos con un huésped potencial conducirán a que los visitantes externos
tengan una forma fácil para permanecer alojados en el tubo digestivo y les permita contar
con el espacio y nutrientes que le proporciona el huésped.
Ya dentro del huésped, por simple que fuera algún mecanismo de agresión de estas
especies incipientes o comensales, todas ellas enfrentarán las barreras que protegen a quien
los alberga. Desde su ingreso al huésped, los protozoos intestinales formadores de quistes
sobreviven a diversos eventos fisicoquímicos, que inician con la acción desde enzimas
salivales, hasta maceración, acción de enzimas digestivas, temperatura, presión osmótica,
concentración elevada de hidrogeniones en el estómago, ambiente de anaerobiosis y
presencia de bacterias intestinales, entre otros.
Las amebas son organismos anaerobios facultativos, y por tal razón en el curso
pueden desarrollar adaptaciones fisiológicas para tolerar las bajas concentraciones de
oxígeno, lo que sugiere una modificación en su metabolismo oxidativo. Otra situación a la
que se enfrentan estas especies comensales es, sin lugar a dudas, la barrera conformada por
la respuesta inmune del huésped, en la que participan diversos grupos celulares, anticuerpos
y otras proteínas. Bajo esta circunstancia, la mucosa intestinal posee mecanismos de
defensa específicos (sistema inmunitario secretor común de las mucosas, inmunoglobulinas
de los tipos IgA, IgM e IgG, tejido linfoide, localizado en la cavidad oral y glándulas
salivales) e inespecíficos (barrera epitelial, bilis, secreción pancreática, lisozima, moco,
interferón y microflora intestinal) que interactúan de manera sinérgica ante la presencia de
agentes biológicos, y a esto no escapan las amebas comensales. Las especies que superan y
controlan estas dificultades, evaden la respuesta inmune, o ambos aspectos, tendrán la
oportunidad de generar índices de reproducción elevados y los portadores de ellas serán
grandes diseminadores.

Clasificación y géneros de amebas: (Etiología)


Las amebas comensales son organismos eucariotas del reino Protozoa, subreino
Sarcomastigophora, fílum Amoebozoa, superclase Rhizopoda. Todos los representantes de
este grupo emiten proyecciones plasmáticas llamadas seudópodos, que les proporcionan un
tipo de locomoción realizada por deslizamiento.
El tubo digestivo del hombre puede estar colonizado principalmente por seis
especies de amebas consideradas como no patógenas o comensales; cuatro de ellas
pertenecen al género Entamoeba: E. gingivalis, E. hartmanni, E. coli y E. dispar, y dos de
géneros diferentes: Endolimax nana e Iodamoeba bütschlii. Todas ellas forman trofozoítos
y quistes, con excepción de E. gingivalis que sólo desarrolla trofozoítos. Algunos autores
consideran que el hallazgo en el hombre de Entamoeba polecky, especie parásita del cerdo,
podría significar una asociación de comensalismo; sin embargo, se ha encontrado que en
ocasiones esta ameba puede producir en este huésped un proceso gastrointestinal.

Características y morfometría de amebas comensales:


En el género Entamoeba están comprendidas las amebas endoparásitas. Este grupo
se caracteriza por la presencia de un núcleo vesicular y un endosoma o cariosoma
relativamente pequeño ubicado en el centro o cerca de éste, y gránulos de cromatina
periféricos que revisten en forma regular la membrana nuclear que se aprecia claramente.
En general, el trofozoíto presenta un solo núcleo que conserva las mismas características
nucleares del quiste.

Entamoeba gingivalis
Fue la primera ameba descrita en el hombre. En 1849, Gros la aisló y describió en
muestras procedentes de sarro dentario. Esta especie no forma quistes y su interés radica en
el nicho ecológico especializado donde habita, la cavidad bucal. Vive en las encías, tejidos
peridentales y bolsas gingivales cercanas a la base dental; en ocasiones se puede encontrar
en las criptas amigdalinas. Se ha señalado el papel de esta ameba en diversos procesos
periodontales o del campo estomatológico, que incluyen caries, pulpitis, estomatitis
ulceronecróticas y gangrenas, entre otras. También se han informado casos de lesiones a
nivel maxilofacial con desarrollo de estructuras nodulares cervicales infectadas con E.
gingivalis. Existen factores de riesgo que podrían estar implicados, los cuales facilitan
cuadros de infección por esta especie amebiana, como diabetes mellitus, tabaquismo y
pacientes con quimioterapia anticancerígena, entre otros. E. gingivalis se ha relacionado
con tasas de infección hasta de 50% en procesos de gingivitis y el diagnóstico de estos
casos prácticamente se establece porque el paciente presenta una enfermedad periodontal
avanzada. También se ha observado que la población de esta ameba se incrementa cuando
existen procesos de piorrea alveolar o la proliferación relacionada con el empleo de prótesis
dentales, más aún si éstas no reciben una limpieza adecuada. Entamoeba gingivalis también
se aísla de bocas sanas y con buena higiene. Esta especie se puede reconocer si se comparte
el mismo hábitat con Trichomonas tenax o si se sospecha su presencia ante un cuadro de
movilidad dental generalizado, con aumento de volumen de la lengua, halitosis,
hemorragias y prurito a nivel gingival, en particular en personas jóvenes. Se ha informado
de amebas como E. gingivalis en frotis vaginales y en el cuello uterino de mujeres que
empleaban dispositivos intrauterinos, y asociada a la ameba se identificó a Actinomyces,
una bacteria filamentosa. Este comensal se ha aislado también en primates, perros y gatos.
Hoy en día, un aspecto importante por considerar es la infección por VIH/sida, en la cual la
presencia de E. gingivalis se manifiesta acompañando a patologías bucales, dada la
marcada inmunosupresión que puede observarse en múltiples casos. En cuanto a la
morfología, la única fase que presenta es la de trofozoíto, el cual mide de 10 a 20 μm de
diámetro con un endoplasma granuloso y vacuolado; pueden observarse restos celulares,
leucocitos, bacterias y en ocasiones eritrocitos; el ectoplasma es translúcido. Presenta un
núcleo con una membrana de apariencia remarcada a expensas de finos gránulos de
cromatina; en el interior del núcleo se aprecia un endosoma situado en la parte central.
Cuando el trofozoíto se desplaza lo hace mediante movimientos sumamente rápidos,
emitiendo seudópodos con proyección explosiva; esta forma móvil del parásito es muy
similar a la de E. histolytica

Entamoeba hartmanni
Antiguamente denominada Entamoeba minuta (Woodcock, 1916). Durante mucho
tiempo diversos autores la consideraron la raza pequeña de E. histolytica. En 1958, Faust
publicó una descripción detallada de esta especie y estableció las diferencias morfológicas
respecto de las de E. histolytica. Entamoeba hartmanni habita en la luz del intestino grueso
y no es invasiva. Una diferencia evidente es que esta pequeña ameba no fagocita eritrocitos
y su desplazamiento es más lento. Aun cuando se trata de una especie comensal, es
importante considerar, a partir del plano morfométrico, que las formas de mayor tamaño
pueden confundirse con las formas de menores dimensiones de E. histolytica, lo que podría
llevar a establecer un diagnóstico equívoco y un tratamiento impreciso. Desde el punto de
vista morfológico, esta especie es semejante en cuanto a las fases que posee E. histolytica,
con excepción de su tamaño; E. hartmanni desarrolla trofozoítos de 4 a 10 μm de diámetro,
tiene un citoplasma vacuolado parecido al que muestra Entamoeba coli; el núcleo único en
esta fase muestra un endosoma central y la cromatina periférica se distribuye en forma
homogénea. La medida de los quistes oscila entre 5 y 10 μm de diámetro; pueden estar
vacuolados y con una tinción permanente demostrarse cuerpos cromatoides de aspecto
baciloide o similares a un grano de arroz.

Entamoeba coli
Esta ameba fue observada por primera vez por Lewis en 1870, pero Gras (1877) fue
quien realizó la primera identificación y descripción. Es un protozoario comensal del
intestino grueso y muy a menudo se observa en coexistencia con E. histolytica. En su
calidad de ameba no patógena no provoca lisis tisular y se alimenta de bacterias, levaduras
y otros protozoarios, rara vez de eritrocitos, a menos que los encuentre. Su migración hacia
el intestino grueso es semejante a la que realiza E. histolytica y en ocasiones puede
confundirse con ella, lo que lleva a prescribir tratamientos innecesarios o a dejar sin
tratamiento las infecciones por E. histolytica. Entamoeba coli tiene una amplia distribución
mundial, aunque su mayor frecuencia se registra en climas cálidos y tropicales. Algunos
autores consideran que esta ameba es más común que E. histolytica, con base en su mayor
capacidad para sobrevivir en ambientes de putrefacción y desecación. En cuanto a sus
propiedades morfológicas presenta las fases de trofozoíto, prequiste, quiste, metaquiste y
trofozoíto metaquístico. El trofozoíto mide entre 15 y 50 μm; si se observa vivo en heces
diarreicas se reconoce un citoplasma viscoso y vacuolado, y no es fácil diferenciar el
ectoplasma del endoplasma ni tampoco el núcleo. Se desplaza mediante movimientos lentos
y emite seudópodos cortos y romos, característica propia del movimiento que se podría
confundir con E. histolytica. Las características nucleares se advierten mejor mediante
tinción, con la que se observa la distribución irregular de la cromatina periférica nuclear, no
sólo en tamaño sino en la disposición sobre la membrana. El endosoma o cariosoma es
relativamente grande, de forma irregular y situado casi siempre de manera excéntrica; en
ocasiones pueden reconocerse gránulos dispersos de cromatina entre el endosoma y la
cromatina periférica. El interior del trofozoíto está vacuolado y en el endoplasma pueden
distinguirse diversas granulaciones. El quiste mide de 10 a 30 μm de diámetro, muestra una
doble pared retráctil y el citoplasma carece de vacuolas. En preparaciones teñidas con
lugol, los núcleos se observan con facilidad, ocho en promedio, aunque el número puede
ser menor o mayor; el endosoma y la distribución de la cromatina periférica siguen los
mismos patrones que el trofozoíto. Algunas veces se puede advertir una masa de glucógeno
y barras cromatoides en forma de astilla.

Endolimax nana
Esta pequeña ameba fue identificada en 1908; sin embargo, se reconocen las
aportaciones hechas por Wenyon y O’Connor (1917) por realizar la primera designación
específica de esta ameba. E. nana es una especie exclusiva del hombre, considerada
comensal, no obstante habérsele asociado a ciertos casos de diarrea crónica, enterocolitis o
urticaria, por lo que se discute su función como patógeno. Endolimax nana también es un
protozoario intestinal de pequeñas dimensiones y con distribución mundial semejante a la
que tienen otras amebas comensales. Se localiza en el intestino grueso del hombre, en
particular a nivel del ciego, y se alimenta también de bacterias. Se han detectado especies
diferentes de Endolimax en gallinas, cobayo, tortugas y cucarachas. Semejante a otros
comensales, tiene amplia distribución mundial. Como producto del desenquistamiento
emergen cuatro trofozoítos poco móviles, cada uno como fina ameba de aproximadamente
6 a 15 μm de diámetro, aunque casi nunca rebasan los 10 μm. El ectoplasma lo constituye
una delgada capa que rodea al endoplasma granular; en preparaciones en fresco esta fase
emite seudópodos cortos y de movimiento brusco, aunque su desplazamiento es lento,
motivo por el cual adopta su nombre (lo que significa “enano, interno y lento”). Su núcleo
es pequeño con un endosoma grande ubicado en el centro o cercano a la periferia de la
membrana nuclear; en esta zona la cromatina marginal está dispuesta de manera fina y es
frecuente encontrar vacuolas alimenticias. La forma de prequiste secreta una pared y
algunas veces pueden reconocerse pequeñas barras cromatoides curvas en su interior. El
quiste es ovoide elipsoidal, aunque también los hay esféricos que miden entre 6 y 12 μm de
diámetro; el citoplasma teñido con lugol es finamente granular. Sus núcleos refringentes
son evidentes, cuatro las más de las veces, aunque es posible encontrar menos. En
preparaciones sin teñir y debido al tamaño se puede confundir con E. hartmanni y por ello
se requiere una tinción permanente para establecer la diferencia y el diagnóstico.

Iodamoeba bütschlii
El género fue establecido por Dobell en 1919, para referirse a una especie de ameba que
habitaba el intestino del hombre. Se ha mencionado que esta especie forma parte del grupo
de organismos comensales; sin embargo, existe en la bibliografía un caso de muerte
atribuida a esta ameba (Derrick, 1948). Esta notificación fue discutible, ya que se menciona
que el agente identificado era una especie “parecida a” Iodamoeba; si bien la mayoría de
especies de amebas puede mostrar una vacuola de glucógeno en algunas fases de su ciclo,
no es éste el único elemento para emitir un juicio de identificación. Esta ameba recibe su
nombre genérico gracias a la vacuola de glucógeno, evidente en su fase quística y que al
teñirse con lugol pareciera ser su único contenido. Aunque las vacuolas de glucógeno se
pueden reconocer en otras amebas intestinales, nunca evidencian un contorno tan regular ni
tan frecuente como el que presenta Iodamoeba. Los trofozoítos sin teñir no muestran
características específicas que permitan su identificación; miden entre 4 y 20 μm de
diámetro, forman seudópodos hialinos y su movimiento es sumamente lento; el citoplasma
puede contener bacterias, pero no eritrocitos. Con tinción permanente se observa su núcleo
delimitado por una membrana fina; si ésta no se somete a tinción ofrece la apariencia de un
gran endosoma más o menos central y en el extremo contrario se localiza la vacuola.
Aunque redondo, este endosoma es irregular y está rodeado por una pequeña capa de
gránulos de cromatina, cuya disposición anular queda localizada entre el endosoma y la
membrana nuclear. Los quistes son variados en cuanto a forma: los hay ovalados,
piriformes o esféricos y miden de 6 a 15 μm. Con tinción temporal con lugol es evidente
observar la vacuola de glucógeno de tono café rojizo. Presenta un solo núcleo con
endosoma central o excéntrico, y en ocasiones pueden reconocerse fibrillas acromáticas
cercanas al endosoma. Con la tinción de hematoxilina férrica, el citoplasma se observa gris
azulado y una gran zona clara que corresponde al espacio que ocupaba la vacuola de
glucógeno.

Mecanismo de transmisión: (Carlos)


El mecanismo de transmisión en la mayoría de amebas comensales del hombre es el
fecalismo, lo que implica la contaminación de alimentos, bebidas o fómites contaminados
con materia fecal proveniente de individuos que las padecen y eliminan; esta situación se
resume en el constante e imperceptible hábito de la coprofagia. Las especies son altamente
resistentes al medio ambiente e incluso estando dentro del huésped pueden permanecer en
su intestino por semanas, meses e incluso años.
En el caso de E. gingivalis, el mecanismo de transmisión es de individuo a
individuo por contacto directo con la saliva o utensilios que se emplean para comer, e
incluso el beber del mismo recipiente de quien la padece.
La forma infectante y resistente en las amebas comensales la constituye el quiste
(con excepción de E. gingivalis, que carece de éste), y la forma móvil o vegetativa, el
trofozoíto. Esta fase en los protozoarios se divide mediante fisión binaria para incrementar
su población dentro del huésped.

Ciclo biológico
El ciclo biológico de estos protozoarios intestinales muestra dos etapas, el
desenquistamiento y el enquistamiento, procesos sobre todo estudiados y tomando como
modelo el ciclo de E. histolytica, ya que las especies comensales no muestran un patrón de
patogenicidad que exija un mayor estudio, como así lo demanda la ameba patógena.
Después de que el quiste ha ingresado al huésped por vía oral, es deglutido y transportado
hacia el estómago, posteriormente llega al intestino delgado y en todo este trayecto la
acción del ácido gástrico y de enzimas digestivas llevan a cabo la tarea de reblandecer y
debilitar la pared quística. En ese recorrido, el protozoario también se ve sometido a efectos
y modificaciones diversas, como la acción de la temperatura, tal vez mayor dentro del
huésped; al efecto de un ambiente con bajo potencial de oxidorreducción, o a un pH neutro
o alcalino. Este conjunto de eventos fisicoquímicos finalmente contribuirá a que emerjan
las formas móviles, los trofozoítos, mismos que continuarán su viaje ayudados por el
peristaltismo y transportados en el contenido intestinal, para luego dirigirse a la luz del
intestino grueso donde se pondrán en contacto con la superficie del epitelio, llegar a las
criptas e iniciar ciclos de multiplicación y colonización. En esta zona la ameba encontrará
el espacio y cierto grado de protección, así como abundante moco que actúa como una
barrera.
El proceso de enquistamiento se lleva a cabo en la luz del intestino cuando los
trofozoítos tienen que enfrentar condiciones que no les son favorables para su
supervivencia, como ocurre con la deshidratación del microambiente debido a la absorción
de agua que se lleva a cabo en la última porción del intestino grueso (hábitat de las
amebas). Para subsistir, el trofozoíto inicia un proceso en el que adopta una forma
redondeada y paulatinamente sintetiza una pared de mayor grosor; durante el
enquistamiento en el citoplasma, también se va incorporando material de reserva y
gradualmente el protozoario adquiere la fase de prequiste, después la de quiste inmaduro y
posteriormente, según sea la especie, se transformará por mitosis en un quiste maduro,
mismo que será expulsado con las heces. Tanto los trofozoítos como los quistes pueden
salir al exterior con la materia fecal; los primeros son formas lábiles y mueren con rapidez,
no así los quistes que pueden resistir el ambiente exterior por varios días.
La mayor parte de las especies de amebas presentan fenómenos de adhesión y los
responsables de ese proceso son los trofozoítos, que poseen la capacidad de fijarse a
múltiples cultivos celulares y a diversos sustratos naturales o inertes, como la colágena y la
albúmina, así como al vidrio y a plásticos. Al parecer, en ese proceso de adhesión están
implicados mecanismos específicos e inespecíficos; los primeros se relacionan con la
fijación de las amebas a células del huésped mediante interacción de moléculas presentes,
tanto en la superficie del parásito como en la célula, y los segundos se refieren a la
participación de adhesión a superficies inertes. Mediante estudios bioquímicos se ha podido
demostrar la presencia de una lectina amebiana, proteína que reconoce carbohidratos
específicos presentes en la superficie de las células intestinales del huésped. También se ha
podido determinar que esta lectina se encuentra en concentraciones similares, tanto en
amebas patógenas como en no patógenas.

Aspectos clínicos
Aun cuando estos protozoarios comensales pueden ser eliminados de manera
abundante, se sabe que el individuo que los padece no manifiesta sintomatología. Sin
embargo, algunos informes en la literatura señalan la detección de amebas comensales y su
relación con la presencia de diversas manifestaciones clínicas; entre las principales
destacan dolor abdominal, hiporexia, diarrea acuosa, palidez, bruxismo y prurito. Cabe
señalar que esta relación de datos clínicos fue particularmente apreciada cuando se
identificaron Entamoeba coli y Endolimax nana.

Mecanismos de adaptación e inmunidad.


En esta relación simbiótica entre huésped y comensal es probable que se alcance un
equilibrio favorecido en mayor grado hacia el comensal, observándose una generosa
multiplicación del protozoario. El huésped cuenta con mecanismos de defensa activados
para eliminarlo, por lo que al final el comensal resulta un agente extraño y su presencia no
favorece función alguna en el huésped; por lo contrario, toma nutrientes de éste, sigue
colonizándolo, vive bien adaptado y desarrolla tolerancia en el huésped. Tal vez se
establezca una selección de tolerancia mutua o tolerancia de adaptación, y un prototipo de
proceso de “selección” podría estar dirigido a identificar determinantes antigénicos que
estén presentes en varias generaciones. Al parecer, tales determinantes persisten en estas
especies comensales, con lo cual se podría estar estimulando el desarrollo de inmunidad
protectora, que lentamente establece una correlación con los determinantes del huésped y el
resultado es que estas especies ajenas podrían estar siendo reconocidas como “propias”; por
ejemplo, cuando se muestran antígenos comunes o compartidos. Los antígenos compartidos
desde el punto de vista genético y proveniente de estas especies inocuas se conocen como
antígenos “eclipsados”; por otra parte, si proceden del huésped se denominan antígenos
contaminantes. Asimismo, podría haber otra explicación a la ausencia de reacción del
huésped a estas amebas, con base en la teoría de las manchas inmunológicas “ciegas”, es
decir, antígenos presentes en el microorganismo a los que el huésped no reacciona porque
no reconoce su presencia.

Diagnóstico (Sosa)
Ante la ausencia de manifestaciones clínicas no habrá sospecha de infección, y el
diagnóstico sólo puede establecerse mediante la observación microscópica de materia fecal,
ya sea por examen directo o por una técnica de concentración de flotación o concentración
de sedimentación. Es importante realizar un estudio en una serie de tres muestras. En caso
de duda, y siempre que se disponga de reactivos y colorantes, se recomiendan las tinciones
de hematoxilina férrica o la tricrómica de Gomori; estas técnicas no son muy complejas y
facilitan la diferenciación.
Para el aislamiento y observación de E. gingivalis, las muestras se recogen
directamente del material bucal (como el sarro) o del que se forma entre las piezas dentales.
Se aplica una gota de solución salina isotónica mantenida a 37°C sobre un portaobjetos; se
deposita el producto biológico, y se mezclan la solución y la muestra con el extremo del
cubreobjetos para realizar la observación inmediata a seco fuerte. Igual que en el caso de
las amebas intestinales, si se dispone de tinciones es preferible efectuar un frotis con esta
muestra.

tratamiento
No está indicado algún tratamiento antiparasitario específico contra estas especies
comensales, y la atención se enfoca en mejorar los hábitos higiénicos. Sin embargo, el
tratamiento en ocasiones lo administran los médicos que diagnostican a sus pacientes la
presencia de amebas comensales y sintomatología gastrointestinal, y esto es posible
explicarlo cuando se presenta hiperinfección que ocupa grandes áreas de la mucosa
intestinal, pues aunque las amebas comensales no presentan un factor de virulencia, la
presencia de éstas puede alterar el sistema nervioso autónomo originando cierta
sintomatología. A criterio del clínico, si ocurren estas infecciones con sintomatología, el
tratamiento es similar al de amebiasis por E. histolytica. Por otro lado, el hecho de no dar
tratamiento puede favorecer la eliminación de quistes al ambiente, lo que favorece su
diseminación en grandes extensiones territoriales.
Profilaxis
En el aspecto de la salud humana, por lo general pareciera que sólo ameritan la atención
aquellos casos que manifiesten la presencia de microorganismos patógenos, como los casos
por E. histolytica, dadas sus capacidades líticas e invasivas para causar infección,
enfermedad y muerte, en los cuales se fomentan diversas medidas higiénicas de control. Por
ello, el resto de las amebas comensales, que se localizan en algún otro punto del tubo
digestivo, son tratadas de manera somera, sin otorgarles importancia epidemiológica. De
igual modo, debe considerarse que la mayor parte de los protozoarios comensales se
adquieren por fecalismo, y por ende por este mismo mecanismo pueden ingresar al huésped
otras especies patógenas. No se debe señalar al paciente que carece de importancia el
hallazgo de protozoarios comensales intestinales; por lo contrario, hay que describir la
manera en que llegaron y se instalaron en el tubo digestivo, y que de la misma forma puede
infectarse con otras especies patógenas. Debe recomendarse extremar las medidas
higiénicas personales, evitar el consumo de alimentos de dudosa preparación, consumir
agua hervida y lavar frutas y verduras. Es indispensable el mejoramiento sanitario de la
comunidad y contar con la adecuada disposición de las excreta. Las infecciones por E.
gingivalis hacen obligados los cuidados dirigidos al mejoramiento de la higiene bucal;
evitar el empleo de utensilios ajenos, como cucharas, directamente de boca a boca, así
como evitar el compartir vasos. En su caso, se debe buscar la consulta con el especialista
bucal para la atención de las infecciones dentales o paradentales.

También podría gustarte