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Hormigones de cementos naturales[editar]

Panteón de Roma (siglo II)

La cúpula semiesférica del Panteón de Roma, de 43.44 m de diámetro ha resistido


diecinueve siglos sin reformas o refuerzos. El grueso anillo murario es de opera latericia (concreto
con ladrillo) y la cúpula se aligeró utilizando piedra pómez como árido.

En la Antigua Grecia, hacia el 500 a. C., se mezclaban compuestos de caliza calcinada


con agua y arena, añadiendo piedras trituradas, tejas rotas o ladrillos, dando origen al
primer hormigón o concreto de la historia, usando tobas volcánicas extraídas de la isla
de Santorini. Los antiguos romanos emplearon tierras o cenizas volcánicas, conocidas
también como puzolana, que contienen sílice y alúmina, que, al combinarse químicamente
con la cal, daban como resultado el denominado cemento puzolánico (obtenido
en Pozzuoli, cerca del Vesubio). Añadiendo a su masa trozos de cerámicas u otros
materiales de baja densidad (piedra pómez) obtuvieron el primer hormigón aligerado.8 Con
este material se construyeron desde tuberías a instalaciones portuarias, cuyos restos aún
perduran. Destacan construcciones como los diversos arcos del Coliseo romano, los
nervios de la bóveda de la Basílica de Majencio, con luces de más de 25 metros,9 las
bóvedas de las Termas de Caracalla, y la cúpula del Panteón de Agripa, de unos 43
metros de diámetro, la de mayor luz durante siglos.10
Tras la caída del Imperio romano, el hormigón fue poco utilizado, posiblemente debido a la
falta de medios técnicos y humanos, la mala calidad de la cocción de la cal, y la carencia o
lejanía de tobas volcánicas. No se encuentran muestras de su uso en grandes obras hasta
el siglo XIII, en que se vuelve a utilizar en los cimientos de la Catedral de Salisbury, o en la
célebre Torre de Londres, en Inglaterra. Durante el Renacimiento su empleo fue escaso y
muy poco significativo.
En algunas ciudades y grandes estructuras, construidas por mayas y aztecas en México o
las de Machu Pichu en el Perú, se utilizaron materiales cementantes.8
En el siglo XVIII se reaviva el afán por la investigación. John Smeaton, un ingeniero
de Leeds fue comisionado para construir por tercera vez un faro en el acantilado de
Edystone, en la costa de Cornualles, empleando piedras unidas con un mortero de cal
calcinada para conformar una construcción monolítica que soportara la constante acción
de las olas y los húmedos vientos; fue concluido en 1759 y la cimentación aún perdura.

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