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DOCTRINA INTERNACIONAL

El habeas corpus cuando surgió creo una fuerte problemática que varios juristas se han
esforzado para poder encontrar un punto de equilibrio entre ambas doctrinas, que se base en
que la administración de la justicia penal en las sociedades civilizadas, exige restricciones que
no pueden ser desatendidas. Si la libertad individual no pudiera ser limitada, si todos y cada
uno no contaran con esas limitaciones, toda seguridad desaparecería y con ella el desquicio y
la anarquía reemplazarían el orden y el equilibrio que son indispensables para una vida
regular. ¿Pero cómo se operan esas restricciones? ¿Cuál es su alcance y cuál su límite? Las
restricciones pueden ser la consecuencia de un hecho ya conocido y juzgado por la justicia
penal, o de una medida puramente precaucitiva, a fin de garantizar el castigo, haciendo
imposible la impunidad del crimen o delito, que es el más funesto de todos los resultados. Lo
primero sale fuera de nuestras investigaciones. ¿Cómo salvar lo segundo, cómo hacerlo
imposible? Pretenderlo fuera una quimera, porque en el estado actual de las relaciones de los
individuos de todos los países, no solo desaparecería la seguridad del castigo, sino la
investigación misma sería imposible: la justicia penal, entonces, no tendría razón de ser. Se
comprende perfectamente que en los pueblos antiguos la prisión preventiva no tuviera gran
importancia, puesto que la penalidad obedecía a una organización completamente diferente.
Si el sospechado era un esclavo, cada dueño era un juez, y cada casa una cárcel. Si el
sospechado era un hombre libre, su ocultación a la justicia, su fuga del territorio era la
aplicación por su sola voluntad de la pena capital como llamaban los jurisconsultos romanos al
destierro: «el desterrado, decía Jenofonte, pierde hogar, libertad, patria, mujer e hijos, y
cuando muere no tiene ni el derecho de enterrarse en el sepulcro de la familia porque es un
extranjero»1.

La justicia no necesitaba buscar seguridades contra la fuga. Fuera de la patria no había sino la
soledad y el aislamiento más o menos completo, sino la esclavitud y el desprecio como raza
impura, con otro culto y otro hogar; y en la patria, apagado el hogar, sin culto, sin bienes, sin
familia.

Hay, sin embargo, una conciliación difícil en todas estas materias, dados los elementos que
actúan. ¿Cuál es el límite del respeto o la libertad individual, y hasta dónde son lícitas las
exigencias de la justicia social? Difícil solución, no solo por la facilidad con que puede herirse,
inutilizarse uno u otro derecho, de modo a producir un desequilibrio perjudicial, sino también
porque todas estas cuestiones que se refieren a la libertad individual no hieren directa e
inmediatamente a cada individuo en particular de modo que hacer su causa propia, de la causa
de otro, y todos creen lejano sino imposible el caso de que le toquen tales restricciones.

¿Cómo se explica sino esa discusión casi perpetua entre las doctrinas que se refieren a uno u
otro derecho? ¿Cómo se explican sino la impunidad del crimen, o los sufrimientos del inocente
en presencia de una sociedad civilizada? Los extremos conducen a resultados igualmente
funestos, y si estos extremos son de fácil realización aun en nuestros días, es indispensable
arbitrar los medios para que no se produzcan, estableciendo garantías recíprocas que
satisfagan en lo posible los derechos respectivos.

1
Teocides, Tomo I, pag. 138
Un escritor distinguido1 ha dicho: que para conciliar las exigencias de la libertad individual con
las exigencias de la justicia social, sería necesario llegar a una legislación que parta o realice

esta fórmula: arresto fácil, detención difícil; y llama arresto el hecho por el cual una persona,
por su voluntad o no, es conducida ante el magistrado para dar cuenta de todos los
antecedentes que se relacionan con el crimen que se le atribuye, y detención, previa la orden
que da el magistrado de detener al individuo en estado de detención, mientras se realizan los
procedimientos y se pronuncia la sentencia.

Pero si hasta la presentación ante el magistrado puede no cometerse mal alguno, no sucede lo
mismo una vez que se detiene, o se detiene a confundirse en las prisiones con los
verdaderamente criminales.

En esto la ley debe ser previsora y parca: los antecedentes deben determinar con bastante
claridad la medida, porque en este momento empiezan los agravios a la libertad individual y es
donde los abusos se cometen en perjuicio de la persona y de su honra.

1
Rossi, Cours de droil constitutionel, pag. 203

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