Está en la página 1de 3

Reseña

LANDERO, Luis. La vida negociable. Barcelona: Tusquets


editores, 2017.

Observaba el escritor Jesús Martin Barbero que existe un presente que está
perdido en nuestro pasado y que es preciso rescatar. Esa filosófica sentencia del
semiólogo colombiano gana más sentido cuando pasamos las páginas de la más nueva
novela de Luis Landero. Como bien explica la propia presentación del libro, Landero
nos introduce otra vez en un lacónico relato biográfico que nos devuelve a tiempos
pasados. Una vez más el escritor establece un diálogo con algunos autores seminales de
nuestra literatura como Miguel de Cervantes, Francisco de Quevedo o Lope de Vega a
través de sus vividos retratos humanos al límite. Sin embargo, en esta ocasión el
prosista, oriundo de Extremadura en la región sur de España, profundiza aún más en la
herida y nos introduce de lleno en nuestra eterna picaresca. Nos conduce por medio de
esa intertextualidad atemporal con este género literario al narrar la historia de las
vivencias del joven Hugo con una brutal sinceridad. Un retrato humano que nos
aproxima, a través de este desventurado personaje principal, a la parva inocencia de un
Lazarillo niño que emprende su camino de la mano del ciego sin saber lo que está por
venir. Nos devuelve a las desventuras de un ya curtido Buscón llamado de Pablos quien,
en las primeras páginas de su narración en primera persona, nos explica el dilema que
va a marcar el inicio de sus andanzas y el devenir de los terribles acontecimientos que
vendrán después: seguir los pasos de su madre, hechicera de profesión o de su padre,
gran amigo de lo ajeno. Del mismo modo, Hugo, nuestro protagonista, en las primeras
páginas, también sufre la misma disyuntiva; ¿qué pasos debe seguir? Debe optar entre
atender a los consejos maternos o a los paternos; los de un padre corrompido por un
sistema podrido, algo que no le augura nada bueno o las recomendaciones de una madre
que traiciona sus principios y a su propio marido por la insatisfacción que le provoca su
desgraciada e infecunda vida cotidiana. Esta duda existencial que vive nuestro
protagonista impregnará cada una de las páginas de este retrato social que nos devuelve
con toda su amargura y crueldad a una tradición literaria que se repite infelizmente, a
cada cierto tiempo, en nuestra historia.
Para la crítica más objetiva, el género picaresco como fórmula narrativa de
sobrevivencia nos acompaña desde el inicio de los tiempos y de cuando en cuando se
manifiesta en la literatura. Un resurgimiento transitorio para una sociedad que clama por
menos idealizaciones evasivas en idílicos espacios imaginarios y ansía encontrar en las
creaciones literarias la presencia de más lugares comunes y de realidades palpables.
Aunque estos sinceros retratos sean duros y casi siempre tan crueles como la vida
misma. Fue siempre así con nuestro género mayor durante el denominado Siglo de Oro
y lo será también en otras ocasiones como en el incisivo costumbrismo decimonónico
de Mariano José de Larra, en el casi surrealismo de Ramón del Vallé Inclán y su mordaz
esperpento, en el tremendismo de Camilo José Cela, en la terrible sinceridad, duela a
quien duela, del escritor vallisoletano Miguel Delibes. La tradición retorna ahora
retorna, de forma ejemplar, de la mano de Luis Landero y su vida negociable.
La historia de Hugo y de todos los demás personajes que le rondan nos
conmueve por su cruda sinceridad y por la constante busca de un objetivo vital que los
aparte del cruel determinismo al que son abocados y por los valores humanos que se
encierran tras cada uno de sus pasos. El deseo de arraigo, de pertenencia es lo que
mueve en un primer momento a este heredero de Lazarillo llamado Hugo que con el
espejo referencial de sus progenitores pretende encontrar su propio espacio en la
sociedad. Sin embargo, el brutal encuentro con la realidad, primero a través del ejemplo
de sus padres y posteriormente ya en sus propias carnes llevará a este Buscón llamado
Hugo al desencanto y al desarraigo de quien va perdiendo a cada aventura vivida la fe
en la humanidad. Cuando la vida nos hace victimas de nosotros mismos, resulta difícil
saber quién es el verdadero culpable. Esta terrible máxima puede resumir en breves
palabras el sino de nuestro protagonista; víctima de sí mismo e incapaz de escapar de su
propia trampa.
Afirmaba Francisco Umbral en su maravilloso ensayo sobre el supuesto poeta
maldito presente en la obra lorquiana (1968) que a nuestra literatura le resulta difícil
abstraerse de la cruda realidad e incluso nuestra fantasía suena demasiado próxima. Eso
que Umbral denominaba de narrativismo es exactamente lo que nos aguarda al pasar la
primera página de esta, a veces angustiante, novela. El minucioso retrato del personaje
central, potenciado por la voz de un narrador protagonista nos conduce a la decadencia
moral de si propio, de su entorno más próximo y de la sociedad como un todo. Es así
como Hugo, situado como no podría ser de otra manera, entre el enajenado soñador
más fantasioso y el realismo más dramático, nos lleva de vuelta a través de ese diálogo
intertextual a la picaresca más cruel. Su presunta ingenuidad os aproxima a lo más
amargo de nuestro Barroco quevediano y nos actualiza, como ya observamos antes, su
personaje más celebre, el Buscón de Pablos que en la afanosa búsqueda de su lugar tan
solo consigue llegar a lugar ninguno.
La obstinación por buscar su espacio, el firme idealismo que le anima en cada
uno de sus emprendimientos nos ayuda a visitar los bastidores de una sociedad oscura
que tan solo a través de estas creaciones realistas de nuestra literatura no es revelada con
toda su crudeza. A través de la sofocante introspección del narrador protagonista, entre
la fantasía y el delirio, que el propio lector confunde su papel y siente el deseo de
aconsejar a Hugo que no siempre la vida es negociable. La distancia, ni siempre muy
grande, entre la fantasía y la realidad no nos deja ver con clareza los objetivos que
perseguimos. Es en esa confusión en la que la vida revela el lado más cruel para nuestro
protagonista. El inocente paseo del niño Hugo de la mano de su madre, en las primeras
páginas del libro, le sumergirá, cual Lazarillo dando sus primeros pasos con el ciego, en
un mundo de secretos incontables. Secretos que para él se convertirán en moneda de
cambio y es a partir de ese descubrimiento, cuando cree que es el amo de la situación,
que la situación se revierte y junto con la pérdida de la inocencia también dejará para
atrás el control de su vida e iniciará su propio calvario.
El elenco de personajes que le rodea durante toda su andadura cumple una doble
función: estos nos llevan de la mano por los diferentes espacios sociales en los que
nuestro protagonista en su errática vida entra y al mismo tiempo nos sirven para
enfatizar aún más ese contraste entre los dos polos de la narrativa: el mundo real y el
mundo ideal que a cada cierto tiempo Hugo proyecta. Entre estos dos mundos siempre
se enfatiza la dura improbabilidad del encuentro de esas dos visiones.
Con un carácter ejemplar, como debe ser, Landero nos conduce hacia una moral
inevitable que nos recuerda la moraleja del mítico vuelo de Ícaro y las terribles
consecuencias de nuestros actos cuando no somos capaces de escuchar nuestra propia
voz y mucho menos la de los demás. En resumen, un buen libro dentro de nuestra más
viva tradición humanista. Una lectura edificante y ejemplar que sin duda no nos dejará
indiferentes y tal vez lo pensemos mucho antes de tomar una decisión que podría
cambiar para siempre nuestras vidas.

También podría gustarte