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Cuentos Espirituales - La Persona de Mis Sueños
Cuentos Espirituales - La Persona de Mis Sueños
Una viejita que está muy grave y que si no llega al hospital a tiempo, se
muere.
Un médico, muy amigo suyo, quien le salvó la vida hace un par de años.
Y al ser más hermoso que haya visto en su vida, con quien siempre ha
soñado y estaría dispuesto/a a pasar el resto de su vida con él/ella.
-Le doy las llaves del auto al doctor para que lleve a la viejita al hospital y yo me
quedo en la parada y espero el autobús con la persona de mis sueños.
Había una vez un emperador chino cuya hija estaba a punto de celebrar de
decimoséptimo cumpleaños. El emperador decidió que en lugar de darle una
sorpresa, ella era lo suficientemente mayor para saber qué quería como regalo de
cumpleaños. Así que le preguntó a su hija, diciéndole que era su deseo darle
cualquier cosa que quisiera.
La estructura llegó hasta el cielo, pero cuanto más alta era, más inestable era, y
al final se fue abajo, matando a 50 hombres que estaban trabajando en ella en
esos momentos.
-No sólo no has conseguido traerle la luna a mi hija, sino que también has
matado a 50 de mis hombres en el proceso.
Y le mandó a matar.
El científico más destacado del país, que estaba muy afectado por el error del
ingeniero, fue llamado entonces por el emperador con la misma petición. Se
trataba de un hombre muy inteligente, y decidió utilizar la última tecnología para
llevar a cabo la tarea.
Construyó un cohete para rodear la luna, y atraerla hasta la tierra con un gran
gancho. Al final, lanzó el cohete con algunos de los mejores técnicos que pudo
encontrar.
Pero cuando despegó, el cohete explotó en mil pedazos, matando a todos sus
tripulantes. El emperador se enfadó aún más que antes, e hizo matar al científico.
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Así que el filósofo encontró una gran bola blanca del tamaño que ella le había
indicado y se la dio al emperador para que se la regalara a su hija. Y todos
vivieron felices por siempre jamás.
Había una vez una oruga que vivía en un gran árbol del parque. Cada día la oruga
iba mordisqueando las hojas que encontraba en su camino, sin prestar atención
a nada más.
Pero un día la oruga se dio cuenta de que había algo lleno de colores volando por
encima del árbol. Se quedó deslumbrada con los naranjas y azules luminosos
que captaban la luz del sol y cuando esta brillante criatura voló cerca de la oruga,
ésta pudo ver que era una hermosa mariposa.
-¡Oh, mariposa, qué hermosa eres y con qué suavidad vuelas. Por favor,
enséñame a volar como tú.
La oruga estaba tan frustrada que decidió sacarse la idea de la cabeza de una vez
por todas y olvidó su deseo de volar.
En la distancia pudo oír un ligero murmullo y se sintió atraída por el ruido. Era
una pequeña voz que le decía:
Un día Neil estaba limpiando la barra pulidísima cuando alguien que no había
visto antes entró al bar. Este nuevo cliente parecía estar fuera de lugar. Vestía lo
que sólo podría describirse como ropa de campesino: un anorak azul marino, un
jersey tejido a mano y un sombrero de lana. Neil miró al hombre desdeñosamente
y le preguntó qué quería.
-Serán 30 peniques.
Neil estaba echando chispas; podía sentir cómo su cara y cuello se iban
poniendo rojos de rabia, pero no dijo nada. Recorrió toda la barra y recogió el
dinero. El hombre se tomó el café y se fue.
El día siguiente, a la misma hora, volvió a suceder lo mismo. Neil explicó estos
dos incidentes a sus amigos, a su clientela habitual cuando llegaron esa tarde.
Les dijo que iba a devolvérsela a ese hombre si volvía. Les invitó a que fueran
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más pronto el día siguiente para que pudieran ver con sus propios ojos cómo lo
hacía.
Un día más tarde, el hombre llegó a la misma hora con la misma ropa y volvió a
pedir un café. Neil le sirvió el café como siempre y le pidió 30 peniques. El
hombre metió la mano en el bolsillo y sacó una moneda de 50 peniques,
dejándola frente a él en el mostrador. Neil sonrió con regocijo, era su
oportunidad. Le guiñó el ojo a sus amigos, que se preguntaban qué era lo que iba
a hacer.
Neil fue a la caja y sacó dos monedas de 10 peniques para darle el cambio. Con
una sonrisa irónica, miró al hombre y fue hasta el extremo izquierdo de la barra
para dejar una de las monedas. Después fue al extremo derecho y dejó la otra.
Volvió al medio del mostrador y miró al hombre
Así nuestro hombre sale precipitado a casa del vecino, toca el timbre, se abre la
puerta y, antes de que el vecino tenga tiempo de decir «buenos días», nuestro
hombre le grita furioso:
Entretanto, en cuanto el navío se alejó de tierra, uno de los súbditos, que jamás
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había visto el mar y había pasado la mayor parte de su vida en las montañas,
comenzó a tener un ataque de pánico.
El sultán no sabía qué hacer, y el hermoso viaje por aguas tranquilas y cielo azul
se transformó en un tormento para los pasajeros y la tripulación.
Pasaron dos días sin que nadie pudiese dormir con los gritos del hombre. El
sultán ya estaba a punto de mandar volver al puerto cuando uno de sus
ministros, conocido por su sabiduría, se le aproximó:
Sin dudar un instante, el sultán le respondió que no sólo se lo permitía, sino que
sería recompensado si conseguía solucionar el problema.
A partir de aquel episodio, nadie volvió a escuchar jamás cualquier queja del
hombre, que pasó el resto del viaje en silencio, llegando incluso a comentar con
uno de los pasajeros que nunca había visto nada tan bello como el cielo y el mar
unidos en el horizonte.
El viaje, que antes era un tormento para todos los que se encontraban en el
barco, se transformó en una experiencia de armonía y tranquilidad.
-¿Cómo podías adivinar que arrojando a aquel pobre hombre al mar se calmaría?
Un día ella no aguantó más y me abandonó, y yo pude sentir lo terrible que sería
la vida sin ella. Sólo regresó después de prometerle que jamás volvería a
atormentarla con mis miedos.
De la misma manera, este hombre jamás había probado el agua salada y jamás se
había dado cuenta de la agonía de un hombre a punto de ahogarse. Tras conocer
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eso, entendió perfectamente lo maravilloso que es sentir las tablas del barco bajo
sus pies.
Después de esa experiencia, cada vez que el joven tenía que elegir entre
arriesgarse en una situación o retroceder ante ella, se acordaba de aquel señor
que en la banca del parque le había dicho:
-Si una ardilla corre riesgos, ¿voy a tener yo menos valor que ella?
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Un monje le dijo una mañana a su maestro que tenía un problema que deseaba
comentar con él, y éste le contestó que esperase hasta la noche. Llegada la hora
de dormir, el maestro se dirigió a todos los discípulos preguntando:
-Dónde está el monje que tenía un problema?. ¡Que salga aquí ahora!
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