Está en la página 1de 3

SENSIBILIDADES DERECHISTAS Y BARULLO ANTIIZQUIERDA EN LA

LUCHA POR UNA NUEVA HEGEMONÍA

Luis F. Vilcatoma Salas

En los días recientes somos testigos de una virulenta y destemplada ofensiva


mediática contra la unidad de la izquierda en el Perú, especialmente proveniente
de un centro político inclinado a la derecha que actúa como caja de resonancia de
la derecha política misma en todas sus formas, con alfiles mediáticos de
comunicadores, opinólogos y opinantes (Álvarez Rodrich, de la Puente, Milko
Lauer, Silva Santistéban, etc.) que, en circunstancias como estas, no dudan en
desnudar su naturaleza pro statu quo oculta tras una verborrea artificiosa de
conceptos sobre democracia, justicia, derechos, ética, etc.

¿Cuál es la razón de esta ofensiva reciente contra la izquierda plural y su posible


unidad? Justamente, la unidad de la izquierda y su constitución en una fuerza
política capaz de disputar, en las siguientes justas electorales del 2020 y 21, el
poder político en el país. El gran poder económico y la derecha política que
representa sus intereses universales (el “capitalismo total”) y, como sucede con la
corrupción, también particulares (unidades particulares del capital), no tienen
ningún problema en aceptar la convivencia con una izquierda fragmentada,
debilitada, enfrentada entre sí y dispersa, casi como un folklorismo en su sistema
político global, porque obtiene con ello un pequeño toque de maquillaje en las
arrugas de su vetusto rostro en irrecusable decadencia; sucediendo lo contrario
cuando la izquierda o izquierdas para ser más exactos se proyectan hacia la
confluencia de su pluralidad en significantes de valor hegemónico, como los
esfuerzos que se están desplegando en la actual coyuntura política, el “bloque” del
capital en el poder deja a un lado sus discrepancias acotadas y se enfila contra
todo intento de unidad de la izquierda diversa apelando a diferentes formas y
mecanismos como, por ejemplo, maximizar puntos flacos y observables de la
biografía personal de algunos de los principales fundadores de partidos de
izquierda o progresistas, como es el caso de Vladimir Cerrón de Perú Libre y
Yehude Simon del Partido Humanista; crear “espectros” ideológicos sobre
componentes programáticos de algunos partidos de izquierda (“Marxismo-
Leninismo”, “comunismo”, “estatización”), deformar cínicamente el ideario situado
(contextualizado históricamente) de la izquierda nacional como castro-chavismo y
antiminerismo y, entre otros, endilgar a la izquierda el sambenito de un
violentismo que estaría tras la protesta popular desencadenada en estos días
contra el Gobierno Central (Las Bambas, Tía María, Quellaveco).

Entre la derecha pura y el centrismo de tufo derechista con pulsiones progresistas


existen ciertamente contradicciones de factura no radical. Contradicciones,
verbigracia, en el campo de la política y judicial del sistema (reforma política y
judicial, corrupción, afinamiento de la democracia burguesa, entre otros) que,
desde la vertiente de este centrismo ayudó a impulsar la lucha popular contra el
extinto Congreso copado por el fujiaprismo corrupto y su cierre, así como la lucha
contra la corrupción, por la defensa del medio ambiente y la igualdad de género y
pro-derechos liberales, pero manteniendo el modelo económico neoliberal y la
Constitución del 93 fuera de la fogata crítica popular; lo que nos lleva a pensar que
existe un piso ideológico más o menos común entre la derecha política pura y dura
y este centro político con inclinaciones derechistas, en dos niveles, más allá de las
diferencias señaladas líneas arriba: el nivel inmediato cual es la defensa del
modelo económico neoliberal, y el nivel mediato referido al sistema capitalista en
sus pivotes estructurales, en oposición indudablemente a todo aquello que pueda
llamarse socialismo.

El escenario de la lucha contra el fujiaprismo instalado en el Congreso e


instituciones del Estado (Poder Judicial, Fiscalía) y los destapes de la corrupción
marca Odebrecht, impulsó una convergencia fáctica entre la izquierda plural del
país y este centrismo político, dirigida a derrotar al fujiaprismo mafioso y corrupto
lo que se consiguió con todas las vicisitudes de público conocimiento cerrándose
parcialmente, con ello, un ciclo en la confrontación sociopolítica abierto luego de la
caída del gobierno de Alberto Fujimori y su continuidad ideológica y política en la
“panaca” familiar, abriéndose otro de lucha entre el continuismo neoliberal o
nueva Constitución Política y gobierno patriótico, democrático y ético; a partir de lo
cual es factible un nuevo realineamiento de fuerzas entre quienes se aferran a la
mantención del modelo neoliberal y quienes, como la izquierda en su conjunto,
contienden por su superación a través de la construcción de una nueva
Constitución. En este nuevo realineamiento político todo indica que muchos
personajes del centro político tendrán pocas dudas en hacer cuerpo con la
derecha política para garantizar el continuismo estructural neoliberal.

En esta nueva pugna ¿quién tendrá mayores posibilidades? Quien logre,


indudablemente, construir o reconstruir hegemonía en una hegemonización
discursiva convincente y permanente que redefina lo social con un nuevo
horizonte de sentido hacia un lado u otro. Desde la derecha hacia un sentido
reformista parcial acotado en lo legal y político sin tocar el modelo; y desde la
izquierda unida hacia un sentido reformista popular integral y profundo tocando lo
económico como el plato de fondo de una cadena de reformas importantes para el
país.

No se puede dejar de tener en cuenta que la construcción de la hegemonía


políticamente implica la necesidad de edificar un significante privilegiado normativo
y descriptivo central que articule un conjunto de necesidades y demandas con
aceptación consensuada de la gente, su organización, movilización y triunfo. En el
campo de la derecha política hay un punto a su favor y es que existe un sentido
neoliberal inoculado en el sentido común de la gente por años de cultura
neoliberal, pero al mismo tiempo un punto en su contra cual es el de la realidad
social, económica y ética del “modelo” neoliberal, por lo que la cadena de
aceptaciones que construyó en la época de Alberto Fujimori se ha fosilizado y
descompuesto irremediablemente, lo mismo que su hegemonía fáctica, razón por
la cual se encuentra en el imperativo de reconstituir su hegemonía con una nueva
cadena de intereses convergentes hacia un populismo reconciliado con el
neoliberalismo, muy difícil de ser impulsado por el keikismo fujimorista y adláteres
de podrido desempeño político. En el campo de la izquierda, la situación tampoco
es sencilla porque cualquier posibilidad de cambio social profundo transita por la
edificación de una hegemonía popular alternativa con un significante central y
valioso que logre unificar una cadena de demandas populares diferentes
nacionales y regionales representadas y equivalenciadas en ese significante
central valioso mediante el discurso hegemonizante y sus códigos. ¿Cuál sería
ese significante central? Todo hace pensar que sería la lucha por una nueva
Constitución Política donde converjan contingentemente los sujetos demandantes
de un amplio espectro social, desde su propias particularidades. En consecuencia,
este proceso hegemonizante desde la izquierda implica dos lógicas: la lógica de la
equivalencia que articula las diferencias alrededor del significante valioso nueva
Constitución y la lógica de la diferencia entre los sujetos políticos con discursos y
códigos propios. ¿Cómo equilibrar ambas lógicas en una propuesta de unidad de
la izquierda plural? Es el enorme desafío de la misma en el complejo momento
actual: si predomina la lógica de la equivalencia existe el riesgo de la imposición
autoritaria y vertical de un discurso político monotemático, fosilizado y formal; y si
predomina la lógica de la diferencia el riesgo es el de la fractura de cualquier
posibilidad de unidad.

También podría gustarte