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Todo por Nada: La Gracia Soberana de Dios en

la Salvación. Interpretación y Exposición de


Efesios 2:8-10 (Parte Nº5b).
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jul by Claudio 'Kimeradrummer' González

5b.- Luego de informarnos que la fe “no (es) de (n)osotros”, es decir,


no es causada por nuestra propia voluntad, implicando con esto la
imposibilidad del hombre natural para creer, el Apóstol procede
a informarnos sobre la causa u origen de la fe salvadora: “…pues
es don de Dios…”. Pablo nos dice con esto que la fe es causada o
producida en nuestras mentes por Dios. Es Dios Quién lleva al pecador
elegido a creer en Jesucristo para salvación, y aparte de Su iniciativa y
obra nadie puede creer en el Evangelio. Entonces, podemos decir que la fe
es causada por el poder y la voluntad Soberana de Dios.

La fe en Jesucristo es un “don de Dios”, es decir, producto de Su Gracia


para con el pecador elegido. La fe no es obtenida por mérito alguno en el
pecador, pues no hay nada en el pecador que amerite que Dios le conceda
cualquier cosa o que mueva a Dios a premiarle con algo, sino que Dios la
concede de manera gratuita a quien Él haya elegido para recibir tal don,
independientemente del estado miserable de aquel que lo reciba. Lucas
nos dice lo siguiente en su relato de los viajes de Apolos:

“Y queriendo él pasar a Acaya, los hermanos le animaron, y


escribieron a los discípulos que le recibiesen; y llegado él
allá, fue de gran provecho a los que por la gracia habían
creído.”

Hechos 18:27

Claramente se nos dice aquí que aquellos que “habían creído” en el


mensaje del Evangelio, lo hicieron “por la Gracia”. La Gracia de Dios fue
la causa de que ellos creyeran en Jesucristo para salvación. La fe les fue
concedida de manera gratuita por la voluntad Soberana de Dios,
fundamentada en Su amor y de acuerdo a Su propósito. Como la Gracia de
Dios es particular, cuyo objeto es el individuo y no el conjunto, entonces
podemos decir que solo aquellos a quienes Dios “por la Gracia” les
concedió la fe creyeron, y aquellos a quienes Dios no les concedió este don
“por la Gracia”, no creyeron.

Pablo dijo a los Filipenses lo siguiente:

“Porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no


sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él.”

Filipenses 1:29

Dios les concedió a los pecadores elegidos, a fin de glorificar y promover a


Cristo, fe en el Evangelio. La fe les fue concedida como un don de Gracia,
de manera totalmente inmerecida. Entonces, la fe tiene como causa la
Gracia de Dios, y no la voluntad del hombre.

Es bastante claro a la luz de estos vs. que la fe es producto de la voluntad


de Dios y Su poder aplicado a la mente del elegido. El hombre no es libre
para creer en Jesucristo a voluntad, sino que su salvación completa,
incluyendo la fe que necesita para ser salvo, está en las manos de Dios.

Jesucristo nos informa claramente que la voluntad de Dios es decisiva en


cuanto a quién cree y quién no en los siguientes vs.:

“Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene,


no le echo fuera…Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me
envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero… Pero
hay algunos de vosotros que no creen. Porque Jesús sabía
desde el principio quiénes eran los que no creían, y quién le
había de entregar. Y dijo: Por eso os he dicho que ninguno
puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre.”

Juan 6:37,44,64-65

Primero, vamos a aclarar el sentido literal de la expresión “venir a mí” y


similares en estos vs.. En los vs. 64-65 Jesucristo dice que algunos de los
judíos “no creían” en Él, y que por eso les había dicho que “ninguno
puede (ir) a (Cristo), si no le fuere dado del Padre”. Entonces, de
esto concluimos que, a la luz de estos pasajes, el ir a Cristo equivale a
creer en Él.
Para empezar, Jesucristo dice: “Todo lo que el Padre me da, vendrá
a mí…”. Aquí expresa la seguridad de que aquello que Dios Padre le da,
irá a Él de manera infalible. Aquellos que Dios Padre ha elegido para
salvación en Jesucristo, a su tiempo creerán en Él de manera inevitable.

Sin embargo, Dios Padre no lleva a todos a Jesucristo, como está escrito:
“Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le
trajere… ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del
Padre”. En otras palabras, si Dios no concede fe en Jesucristo como don
de Gracia, no es posible creer en Él. Aquellos que no creen en Dios para
salvación no lo hacen porque el mismo Dios no les ha dado fe para creer;
por lo tanto, incluso aquellos que no creen en realidad están obedeciendo
la voluntad de Dios con respecto al camino que Él ha decretado para ellos.
Pueden gloriarse de que no son unos crédulos, de que sus inteligencias
son superiores a las de los pobres creyentes, pero finalmente están en las
manos de Aquel de Quien se dice que “de quien quiere, tiene
misericordia, y al que quiere endurecer, endurece” (Romanos
9:18).

De lo anterior también se desprende que el hombre no es libre de Dios en


ningún sentido. El hombre tiene voluntad, pero esta voluntad no es libre
de Dios, sino que se dirige hacia donde Dios la inclina (Proverbios
21:1). Entonces, no existe tal cosa conocida como libre albedrío, pues es
Dios Quien inclina la voluntad del hombre y le lleva a creer en Jesucristo,
y no es el hombre mismo quien de su voluntad decide creer y ser salvo.

Dios es el Rey Soberano, y el hombre está bajo Su completo control. Esta


verdad debiese traer humildad y confianza a nuestros corazones, sabiendo
que Dios tiene en Sus manos las riendas de todas las cosas, incluyendo las
malas. Además, a aquellos que hemos creído, esto debiese movernos al
amor a Dios y al agradecimiento por habernos concedido la fe, y al temor
de Dios, Quién “produce (en nosotros) así el querer como el
hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:12-13). Al no creyente,
esto debiera producir terror en su corazón, porque por más que quiera no
pueden huir de Dios, sino que está en Sus manos y en cualquier momento
puede llamarle a juicio por sus pecados. Y, si Dios así lo quiere, quizás
este terror le lleve a implorar a Jesucristo que le salve, llevando un alma
más al Reino del Hijo de Dios.
Bien, hasta ahora hemos establecido dos cosas: Que la fe es un don de
Gracia de Diosy que Dios concede la fe a quien Él quiere. Dios,
por Gracia, nos ha llevado a los creyentes a creer en Jesucristo para
salvación, y esto nos sirve para definir el siguiente punto: el objeto de la
fe salvadora.

Anteriormente dijimos que la fe natural y la fe salvadora se diferencian en


su objeto, y no en su constitución psicológica. Además, dijimos que el
objeto de la fe salvadora son todas las proposiciones de las Escrituras,
específicamente aquellas con respecto a la persona y obra de Jesucristo
por nosotros, es decir, el Evangelio. También mencionamos que no toda
proposición en las Escrituras, por ejemplo el monoteísmo (Santiago
2:19), es salvadora, sino aquellas que tratan específicamente con el
Evangelio. Lo anterior no implica que aquellas proposiciones no
salvadoras no estén implícitas en el Evangelio, sino que el creer en esas
proposiciones sin creer en el Evangelio no salvará a nadie.

Pues bien, vamos a definir, entonces, en qué consiste el Evangelio. Esto es


de vital importancia, porque Pablo nos dice que el Evangelio “es poder
de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Romanos 1:16).
Dios nos salva a través del Evangelio, pues en éste reside Su poder para
salvar “a todo aquel que cree” en él. Tener una visión distorsionada del
Evangelio puede ser de vida o muerte, mientras que tener una visión clara
de él nos permitirá distinguir el verdadero de sus imitaciones
fraudulentas, las cuales están bajo el anatema Divino (Gálatas 1:6-9).

Pablo mismo nos define claramente en qué consiste el Evangelio, la buena


nueva, de Jesucristo:

“Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he


predicado, el cual también recibisteis, en el cual también
perseveráis; por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os
he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano. Porque
primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que
Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras;
y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a
las Escrituras.”

1 Corintios 15:1-4
Entonces, el Evangelio se trata de la obra de Jesucristo en nuestro lugar.
El Evangelio es la muerte de Jesucristo por nuestros pecados, Su
sepultura por tres días y Su resurrección para nuestra justificación, todo
esto conforme a lo escrito anteriormente por los profetas en las Escrituras
(Romanos 1:1-4). El Evangelio consiste en proposiciones que hablan de
un suceso histórico ocurrido hace aproximadamente 2000 años, con
respecto a la obra de Jesucristo. El Evangelio no consiste en
mandamientos; el Evangelio tampoco consiste en la obra de
Dios en nosotros por medio de Su Espíritu Santo, sino que consiste en
hechos históricos objetivos con repercusiones espirituales. El Evangelio
consiste en la obra de Dios por nosotros, fuera de nosotros, en Jesucristo.

Dios Padre, a fin de ser el justo y el que justifica al impío (Romanos


3:26), decidió castigar la culpa de los creyentes en Su Hijo Jesucristo,
Quién se sometió voluntariamente a este castigo por amor al Padre y a los
elegidos, de manera que la deuda que teníamos con la Ley de Dios fue
totalmente pagada con la muerte del Hijo de Dios. Esto tuvo que ser así
porque por causa de nuestros pecados, la Ley nos condenaba a muerte
eterna (Romanos 6:23; Gálatas 3:10), y si Dios perdonaba al pecador
sin satisfacer la deuda de éste con Su Ley estaría negando y
menospreciando Su propia justicia, y no seria entonces el Justo. Por lo
tanto, el Hijo pagó aquella deuda en cuerpo y alma como sustituto del
pecador creyente, satisfaciendo la Ley y glorificando la justicia de Dios
(Isaías 53:4-6,8,10-11; Romanos 3:31).

A su vez, (debido a que somos pecadores y por esto no tenemos derecho a


las bendiciones de la Ley aunque nuestros pecados fueran saldados) el
Hijo de Dios cumplió perfecta y continuamente todas las exigencias de la
Ley en nuestro lugar, de manera que así como nuestros pecados
fueron cargados (la palabra técnica es imputados) sobre Él, Su justicia
perfecta fue cargada sobre nosotros (Romanos 3:21-26; 4:6-
8; 5:19;Zacarías 3:1-5), así que frente a la Ley de Dios somos
perfectamente justos y limpios, no por causa de nuestra justicia propia,
sino por la de Jesucristo, la cual fue confirmada por Su resurrección
(Romanos 4:22-25). Esta doctrina tiene por nombre la doctrina de
la Justificación.

Entonces, Dios nos ofrece perdón por nuestros pecados y justicia perfecta
de manera gratuita en Jesucristo. ¿Cuál debe ser nuestra reacción con
respecto a esta buena nueva? 1 Corintios 15:1-2 nos da la
respuesta: Debemos creer en Él. Las expresiones “recibisteis” y
“retenéis la palabra” son equivalentes a creer. Debemos creer en el
Evangelio, en la persona y obra de Jesucristo en nuestro
lugar, para ser salvos. Aquel que cree en esto será salvo y aquel que
no ya está condenado y la ira de Dios está sobre Él (Juan 3:18,36).
¿Crees esto? ¿Crees que Jesucristo, el Hijo de Dios, murió por tus propios
pecados, fue sepultado y resucitó al tercer día por nuestra justificación?
¿Crees que eres un pecador merecedor de la ira de Dios y que tu única
esperanza es lo que Jesucristo hizo por ti? Si crees esto, entonces Dios ha
tenido misericordia de ti y te ha concedido fe en Su bendito Hijo
Jesucristo. ¡Gloria a Dios! ¿Cómo no amarle con todo nuestro ser por lo
que ha hecho por nosotros? ¿Cómo no amar a Jesucristo y entregar
nuestras vidas a Su servicio?

En resumen, la fe en Jesucristo no es causada por nuestra voluntad, sino


que nos es concedida como don de Gracia y obrada en nosotros por el
poder de Dios. A su vez, Dios concede el don de la fe de acuerdo a Su
Soberana voluntad, de manera que aquellos que no creen no lo hacen
porque Dios no les ha concedido el creer. Aquello que Dios nos concede
que creamos es el Evangelio, que consiste en la persona y obra de
Jesucristo por nosotros. El Evangelio es la muerte de Jesucristo por
nuestros pecados, Su sepultura y resurrección al tercer día por nuestra
justificación.

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