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El animal desde el

antropocentrismo:
un ser de derechos
FIL183-2

Tania Cubillos López


Fecha de entrega: 25 de junio del 2019
Introducción

Actualmente existen diversas problemáticas desde el punto antropocéntrico que como seres humanos
nos compete, pues no es raro observar en medios de comunicación temas como el feminismo, la
ecología, el animalismo y distintas ONGs destinadas a protestar por los derechos de cada movimiento.
Así, han aparecido nuevos preceptos morales que ahora desafían las ideas de la filosofía clásica, en
los que se busca equidad entre sexos humanos (como el feminismo), la consideración de todas las
formas de vida (ecologismo) o la lucha por los derechos de los animales (Cortina, 2009), los cuales
han ido creciendo exponencialmente.
No obstante, es sobre animalismo del que me referiré en este informe, ya que indagar en el feminismo
es tratar el antropocentrismo puro, solamente que se debe definir ahora hombre y mujer como iguales
en la práctica, algo que está explícitamente escrito incluso en los derechos humanos de la ONU
(Cortina, 2009) y la ecología o biocentrismo como visión es muy general, lo que nos aleja de la
problemática del hombre. Por tanto, hablar de los animales implica también entendernos como
especie, puesto que tenemos muchas características comunes que sobrepasan lo biológico, y es que
contenemos la animalidad a flor de piel, sólo que de una forma racional. Comprender la problemática
animal nos lleva a una amplitud de nuestros paradigmas morales y el desarrollo de una empatía con
especies que, al igual que el hombre, pueden experimentar vida y conformarla en torno a sensaciones,
por lo cual se despliegan una serie de derechos intrínsecos de la especie animal no racional.
A continuación, expondré el problema propuesto por la autora y el argumento que, bajo mi criterio,
mejor resuelve la tesis presentada, la cual invita a la reflexión y la conciencia de una capacidad de
vida (con una autonomía tal vez más baja) distinta a la nuestra, pero válida de todas formas.

Parte I: Argumento según autora

Para iniciar este recorrido por la visión animalista, tomaré un argumento clave en lo que será mi tesis,
propuesto por Adela Cortina. La autora señala que uno de los preceptos claves que explican la visión
en pro de los animales es la teoría del valor inherente o deontologismo animalista. Esto significa que
los animales “merecen consideración moral y legal” con anterioridad a cualquier comunidad política,
es decir, independiente de si como seres humanos tenemos derechos contractuales o nociones morales
en la que basemos nuestra existencia, debido a que tienen un valor por sí mismos, interno y no son
solamente instrumentales (Cortina, 2009).
En este sentido, la autora menciona que es necesario entender si esos derechos y obligaciones de los
humanos con los animales son de justicia o beneficencia: vale decir, “si es una obligación de justicia
tratar bien a los animales o depende de la buena voluntad de cada persona” (Cortina, 2009 pp. 58).
Para lo anterior se debe considerar qué es lo que diferencia a los animales de otros seres vivos.
Primeramente, los animales son seres capaces de sentir dolor, placer e incluso compasión hacia sus
crías (como el ejemplo de Aristóteles señalado en la página 51 del libro). Inclusive, la RAE define
animal como “ser orgánico que vive, siente y se mueve por propio impulso” (RAE, s.f.), por lo
que se comparten aspectos biológicos parecidos a los del hombre. En segundo lugar, se considerará
desde aquel aspecto de similitud con el hombre, en el sentido de la capacidad de experimentar vida
al igual que nosotros, lo que los convierte en seres de derechos valiosos por sí mismos. Por ende, esta
hipótesis se aleja de los planteamientos biocentristas, ya que no se busca una moral para todo ser vivo,
sino para los seres vivos más cercanos a los seres humanos que tengan la aptitud de sentir y que, al
tomar la visión Aristotélica, están más cerca de nosotros en el eslabón de los niveles de vida (Cortina,
2009).

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No obstante, es preciso preguntar ¿qué nos diferencia? La razón. Nuestra capacidad de razonamiento
es lo que nos sitúa por encima de cualquier animal y nos define como hombre, sobre todo si seguimos
a Aristóteles en esto. Por lo mismo es que el ser humano debe adoptar una responsabilidad de custodia
con los animales (y la naturaleza) y no sólo de dominio (Cortina, 2009), puesto que al domarlos
únicamente para negociarlos (no por sobrevivencia) no se miden las consecuencias ni para la
naturaleza – el ambiente donde vivimos – ni para los animales y, por consiguiente, aunque seamos
seres humanos se demuestra una falta de educación imperdonable para nuestra razón (Salcedo, 2012).
En conclusión, una mirada utilitarista es prudente pero no definitoria para lo que refiere Adela, ya
que los animales merecen un buen trato más allá de cualquier idea creada por el ser humano o por la
utilidad del animal, debido a que estos buscan un modo determinado de vida (no tan elevado como el
nuestro, pues no tienen razón) que los hace valiosos por sí mismos. Así, se entiende que existe un
orden teleológico, en el que el homo sapiens como especie se encuentra en una situación más
privilegiada. Sin embargo, aquello no implica que los seres vivos con capacidad de sentir dolor y
sufrimiento (alma sensitiva) estén únicamente en función de nosotros, sino que como raza tenemos
el deber de cuidar y proteger a vidas similares a las nuestras, más aún si comprendemos de forma
empática el problema. De esta manera, el legado de San Francisco de Asís resume el punto principal:
sentir un amor a la naturaleza por su belleza interna y por su utilidad para los hombres, como también
la Regla de Oro del consejo evangélico: “no hagas lo que no te gusta que te hagan”, sobre todo si
consideramos que animales sienten dolor y placer igual que el hombre y que eso los convierte en
seres tan cercanos por los que debemos sentir empatía (Cortina, 2009).

Parte II: Animales como seres de derechos

¿Debemos respetar los derechos intrínsecos de los animales? Primeramente, es preciso hablar desde
la mirada de la antropología con anterioridad, por lo que respondamos qué es el hombre. Para esto
último, utilizaré la definición de Aristóteles, en la que ser humano se entiende como animal racional
y político, lo que significa que somos seres con logos y capacidad de vida comunitaria, en base a la
comunicación con otros (1985). Al seguir la línea, también se identifican “niveles de alma”, de los
que existen: la vida vegetativa, en la que residen funciones básicas como dormir o comer; el alma
sensitiva, en la cual se encuentran todos los animales sintientes, racionales o no; y, por último, el alma
racional, de la que sólo participan los seres humanos y vidas de niveles más elevados, pues requiere
de la capacidad de pensar (Aristóteles, 1985). Lo anterior, implica que la vida superior contiene a las
otras y se entiende entonces que el ser humano contiene animalidad y aspectos vegetativos (además
del racional) y el animal sólo estos dos últimos, es decir, existen factores comunes entre estas dos
especies. Nietzsche, por otra parte, dice que “hombre es un animal no fijado todavía”, desde el aspecto
de que la diferenciación con un animal no racional es la aptitud nuestra de poder definir con
determinación la vida y crearla, mientras que las otras especies sólo se limitan a su capacidad de vivir
instintivamente (Castany Prado, s.f.). Por ende, ya tenemos dos nociones sobre hombre que nos
pueden ayudar a comprender por qué los animales están más cerca de nosotros de lo que pensamos.
En principio, existen razones biológicas que nos aproximan, las cuales vendrían a significar el alma
vegetativa y sensitiva, de la cual nos interesa más la última: los animales son capaces de experimentar
dolor y gozo. Aquello, significa que la vida de estos se moldea por los estímulos de placer (como
comer) y del interés de no sufrir (Cortina, 2009). Por tanto, cada animal elabora una forma de vida en
la que busca lo mejor para sí mismo – aunque no sea de forma racional, por falta de logos – e incluso
pueden formar lazos con sus descendencias más allá de lo gregario (Cortina, 2009). Se puede
desplegar, entonces, que todas las especies al tener capacidad de vida pretenden también una libertad
para esta. Sin embargo ¿cómo se puede vivir con una libertad limitada por el ser humano?

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Sabemos que el hombre en general entiende cualquier forma de existir distinta inferiormente. Tal es
el ejemplo de nuestra alimentación, en la que diariamente se agregan productos de origen animal o
incluso en la vestimenta, las que implican millones de muertes en función nuestra. No obstante, fijar
el límite de la mirada utilitarista con otras especies significa redirigir nuestros parámetros morales y
comprender nuevos preceptos sobre derechos animales. Así, se entiende que el ser humano está
“obligado” a consumir carne como parte de un proceso instintivo – del que cualquier animal participa
– pues se prima la vida propia antes que todo, pero si se mira la panorámica actual, podemos dar
cuenta de que existe un exceso de explotación animal innecesaria y, por consiguiente, no estamos
respetando la capacidad de vivir de otros animales, porque el egoísmo está sobrepasando al instinto.
Cabe destacar, que lo anterior no implica que como seres humanos adoptemos una actitud benevolente
y de sentimientos compasivos, algo de lo que se refiere Singer, debido a que apuesta por apelar a un
principio racional de maximización de bienestar, vale decir, garantizar una existencia animal digna,
ausente de dolor y torturas (Ocampo, 2019), lo que nos obliga a reconocer a los animales como seres
de derechos anteriores incluso a sus propios intereses y a nuestras comunidades políticas, ya que lo
importante no reside en una mirada utilitarista, sino en la capacidad de experimentar vida, en su valor
interno, no instrumental (Cortina, 2009).
Entender que el animal tiene un valor interno por el cual vive y siente significa también una necesidad
de empatía con ellos, porque como ya hemos hablado tenemos una cercanía de alma según los
eslabones de Aristóteles y, además, una conciencia de libertad y capacidad de vida. Esto significa
que, de la misma forma que comprendemos a un amigo en su dolor (sea emocional o físico), podemos
situarnos en el lugar de un animal (en cuanto metafórico) e imaginar que sus sufrimientos o placeres
no son tan distintos de los nuestros. En este sentido, el pensamiento de “no hacer a los demás lo que
no quieres que te hagan” se debe aplicar a cabalidad si entendemos al animal como una parte
innegable de nosotros, dotados de una dignidad similar a la nuestra, la cual es un fundamento sin
utilidad de nuestros derechos (Cortina, 2009), que funciona de igual manera para los animales.
Precisamente, nuestra condición de racionales nos posiciona en la cúspide de la pirámide de
sobrevivencia y también de inteligencia, por lo cual el enfoque debería redireccionarse: es decir, en
vez de sobreexplotar los recursos animales, podemos pensar que existe una necesidad vital de
utilizarlos, sin que esa utilidad no defina el valor de estos, pues al mismo tiempo tenemos la
obligación, como especie dotada de razón, de cuidar y preservar a los seres que no pueden definirse
pero que viven sensitivamente (incluso algunas religiones y ramas del cristianismo abogan por la
razón del hombre en función del cuidado de la naturaleza y más aun de los animales) (Cortina, 2009).
Por tanto, esta dignidad debe estar respaldada por la justicia y cualquier experimentación o uso de
animales ser consultado a un comité de ética animal, ya que estos, a diferencia del hombre, no pueden
decidir si quieren participar o no en una prueba medicinal – por ejemplo – y es correcto priorizar ante
cualquier cosa la moral y beneficio del animal con el cuidado de sus derechos y su capacidad de
sufrimiento (Rey, 2018).
Algunas corrientes bioéticas exigen un cambio completo de paradigma, en el que invitan al
antropocentrismo a pasar a biocentrismo. Esto significa que la naturaleza por completo tiene una
valoración intrínseca y que el ser humano debe ampliar los miembros de la comunidad moral, de
forma que incluya toda especie de vida (Cortina, 2009). Sin embargo, esta visión se vuelve difusa,
pues no define bien por qué otras formas de vida merecen dignidad o derechos. Estamos de acuerdo
en que el ser humano debe cuidar la naturaleza y explotarla con moderación (es su hábitat), pero en
sí mismas otras formas de vida distintas al animal no tienen aptitud sensitiva, por ende no son capaces
de organizar sus vidas en torno a objetivos explícitos (como el gozo o el dolor) y, entonces, no
experimentan la vida de manera similar a la nuestra, porque si se reconocen a los animales como seres
de derechos es a causa de que nos identificamos con ellos (rozamos nuestra animalidad) y logramos
empatizar en cuanto que viven con intereses propios, lo que demuestra un valor interno (el cual es
más importante que los intereses en sí) (Cortina, 2009). Cabe señalar, además, que para entender esta

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problemática de ninguna manera podemos desligarnos del antropocentrismo, ya que todo lo pensamos
desde nuestra propia experiencia y conciencia de dignidad.

Conclusión:

En síntesis, al reconocer a los animales como seres con dignidad también nos identificamos a nosotros
mismos, puesto que ambos contamos con sensibilidad e instintos, por lo que no es difícil entender
que otras especies pueden sentir placer o dolor al igual que nosotros. De la misma forma, podemos
observar que los animales forman lazos entre ellos y con el humano, lo que denota una capacidad
(muy limitada) de formación de realidad y, por ende, de experimentación de vida. Es este precepto el
que les agrega un valor interno, que va más allá de la utilización que se les da por ser especies de
índole inferior (definido más que todo por la razón que poseemos), porque su alma sensitiva está
presente en nuestra alma racional, lo que nos acerca a ellos. Por tanto, los animales son seres con
derechos intrínsecos, valiosos en sí mismos, los cuales debemos respetar, en cuanto son seres
sintientes y con experimentación de vida propia. En esta línea, se comprende que hasta la actualidad
aún se utilicen animales en pro del hombre, pero esto debe suceder con moderación, bajo los preceptos
de la sobrevivencia (no por egoísmo o avaricia económica) y con el cuidado necesario de sus
derechos, que considere la moral del animal y la disminución al máximo posible de su sufrimiento
(Rey, 2018). Lo anterior implica necesariamente una educación adecuada de la población, en la que
se enseñe sobre la dignidad animal (Cortina, 2009) y una empatía que finalmente no sólo beneficia a
otras especies, sino también a nosotros mismos. Así, lograremos sacar provecho al máximo de nuestra
racionalidad y aplicarla en el cuidado de la naturaleza y de seres inocentes, con lo cual ampliamos y
actualizamos nuestros paradigmas antropológicos y actuamos con buena fe y responsabilidad en pro
de toda forma de vida que necesite de nuestra meticulosa inteligencia.

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Referencias

Aristóteles. (1985). Ética Nicomáquea. Madrid: Editorial Gredos.


Castany Prado, B. (n.d.). La filosofía Nietzscheana y la lógica cultural del capitalismo tardío. Revista
Electrónica de Estudios Filológicos, XVIII. Extraído el 19 de Junio, desde
https://www.um.es/tonosdigital/znum18/secciones/estudio-6-nietzsche.htm
Cortina, A. (2009). Las fronteras de la persona. El valor de los animales, la dignidad de los humanos.
Madrid: Taurus (Santillana).
Ocampo, R. J. (2019). Compasión y justicia con los animales. Santiago de Cali : Programa editorial
Universidad Autónoma de Occidente.
RAE. (n.d.). Diccionario de la lengua española - Edición del Tricentenario. Extraído el 19 de Junio
de 2019, desde https://dle.rae.es/?id=2gzhuuF%7C2h2JkZX
Rey, J. L. (2018). Los derechos de los animales en serio. Madrid: Dykinson.
Salcedo, J. E. (2012). El humano social anti-natural: los anti-sistemas e instituciones sociales (1era
ed.). México, D.F.: Plaza y Valdés .

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