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FICHA 1: El ideal de tolerancia en Jurgen Habermas

1. BIBLIOGRAFÍA:

Botero, A. (2012). Tolerancia y derecho. Un análisis desde los derechos LGTBI. Colombia,
Medellín: Universidad de Medellín.

2. PALABRAS CLAVE: Tolerancia, Justicia, Igualdad, Democracia, Inmigrante, Estado


democrático, Canales comunicativos.

-Es por esto que el pensador alemán hace un llamado a la tolerancia, como condición de existencia
de la democracia, tolerancia que, al verterse en pluralismo dentro de un sistema democrático
participativo-comunicativo, neutraliza la unilateralidad y la superioridad del sujeto que tolera; en
otras palabras, la estructura pluralista y comunicativa del Estado democrático de derecho hace
contrapeso al paternalismo y la verticalidad de la tolerancia, de manera tal que “el principio de la
tolerancia solo se libra de la sospecha de ser una tolerancia arrogante, si las partes en conflicto se
ponen en un plano de igualdad y llegan a un entendimiento recíproco”.

Así, a los ojos de Habermas, la tolerancia es intrínseca al modelo de la democracia, entendida como
la única situación política que permite una comunicación libre y espontánea, en la conformación del
consenso racional. Pero no por ello deja de reconocer el origen religioso del concepto, aunque señala
que ha estado seguido de una política secular que ha impuesto una visión intrínsecamente unilateral
en tanto la autoridad vigente fija arbitrariamente el límite de la tolerancia, el límite entre lo admisible
y lo no admisible. Pero en defensa de la tolerancia será neutralizada en la dinámica de un sistema
político participativo-comunicativo, sin abandonar los sistemas de representación, claro está.

-Pero ¿cómo se logra el mantenimiento de los valores liberales dentro del Estado democrático de
derecho? En parte con el papel que realizan los órganos judiciales para controlar que las decisiones
que se toman dentro del parlamento sean coherentes con los principios democráticos que él tanto
reivindica; esto es lo que se ha llamado la juridificación-judicialización de derecho. La juridificación
logra, entonces, que el ideal de tolerancia sea tutelado por los altos tribunales, cuanto las mayorías
niegan el derecho de la minoría (pues la tolerancia es, fundamentalmente, un ejercicio que favorece
a minoría contra la mayoría, además de que minoría no es necesariamente un asunto cuantitativo), ya
que al hacer parte de ese catálogo de valores que defendió el movimiento ilustrado, hace parte de los
principios con pretensión de validez universal de justicia que se encuentran por encima de la ley
positiva. Esto, por demás, permite colegir que una garantía de la tolerancia en la democracia
deliberativa es la independencia del tribunal constitucional frente al poder de las mayorías. No
obstante, Habermas no renuncia a la democracia representativa deliberativa lo que hace que tome
distancia con ciertos modelos neoconstitucionalistas y de jurisprudencia de valores que pregonan en
el fondo un “gobierno de los jueces” a partir de modelos decisionistas.
-“Aquí es menester explicar que el énfasis que hace Habermas en el elemento ciudadanía se debe a
que, como europeo que es, constata, ante las olas de inmigrantes, que la homogeneidad étnica y
religiosa ha desaparecido en “su” contexto; sin embargo, deja entrever que debe haber un elemento
mínimo de cohesión social que debe ser brindado, valga aclarar, por la relación dialéctica entre
facticidad y validez: legitimidad del derecho. Entonces frente a los inmigrantes, que es el gran
problema de tolerancia en Europa hoy día, se pregunta Habermas si ellos merecen ser tratados como
próximos recibiendo un tratamiento especial, unos special duties; o, si por el contrario, se les debe
negar en consideración a que la población los ve bajo-la categoría del “otro” para posibilitar su
integración (homogenización) social. Que sea el mismo Habermas quien hable de esa otredad que es
la inmigración en Europa:

[D]e los inmigrantes debe esperarse sólo la disponibilidad a introducirse en la cultura política
de su nuevo país, pero sin necesidad de tener que abandonar por ello la forma de vida cultural
de la que provienen [ ...] En una sociedad liberal, las ligaduras y límites han de ser compatibles
con principios liberales. La inmigración abierta cambiaría el carácter de la comunidad, pero
no dejaría a la comunidad sin carácter alguno [citando a Carens] De la discusión […] puede
extraerse como conclusión normativa que los Estados Europeos deberían ponerse de acuerdo
en una política liberal de inmigración. No deberían atrincherarse tras la barrera de un
“chauvinismo del bienestar” contra la presión de aquellos que quieren inmigrar o que soliciten
el asilo. El derecho democrático a la autodeterminación incluye, ciertamente, el derecho a
preservar la propia cultura política, la cual constituye el contexto concreto para los derechos
ciudadanos; pero no incluye el derecho a la autoafirmación de una forma de vida cultural
privilegiada. En el marco de la constitución de un Estado democrático de derecho pueden
coexistir en régimen de plena igualdad múltiples formas de vida. Pero éstas tienen que
solaparse en una cultura política común [...] El Estado cosmopolita ya ha dejado de ser un
puro fantasma, aun cuando nos encontremos todavía bien lejos de él. El ser ciudadano de un
Estado y el ser ciudadano del mundo constituyen un contínuum cuyos perfiles empiezan ya
al menos a dibujarse” (Citado por Botero, 2009, p.199).

-Sin embargo, como era de esperarse en Habermas, este diálogo entre secularización (que incluye el
Estado, pero no se agota en él) y religión (no solo la católica en el campo europeo, claro está), está
regido por el procedimiento comunicativo que termina por establecerse como una condición previa
de realización del discurso. En consecuencia, en este diálogo público se retoman los tres canales de
legitimación del consenso en la democracia deliberativa: diálogo directo entre los agentes sociales
interesados (que se torna difícil, por no decir que imposible, en escenarios sociales abiertos y
complejos como los actuales), diálogo entre las estructuras representativas –tanto políticas como de
la sociedad civil- interesadas (que es la opción más viable en las sociedades complejas), y diálogo en
el consenso ya realizado (se pregunta el ciudadano qué hubiese hecho él si hubiese podido participar
en el proceso de elaboración del consenso, que es un alternativa válida frente a normas ya elaboradas).
Pero en cualquiera de estos casos dialógicos, la actitud realizativa propia de la democracia del parte,
fundamentalmente, de mantener la confianza en el diálogo, esto es, en que los canales de
comunicación estén abiertos y la disposición de asumir la comunicación en sus potencialidades de
consenso esté presente en los participantes. De tal manera, el creyente y el no-creyente en diálogo
deben rendir parcialmente sus posturas originarias a favor de la razón pública, lo que se traduce,
inicialmente, en una tolerancia recíproca que motiva a una curiosidad por la postura del otro, en fin,
la aceptación de la posibilidad de racionalidad en el discurso del otro, lo que conllevaría a una visión
corregida de la tolerancia, ya no entendida solo como un soportar al diferente, sino como una apertura
de los canales de comunicación.

-En consecuencia, frente a este tópico de la obra habermasiana, por el principio de tolerancia en
materia religiosa, los no-creyentes no pueden negarles a los creyentes un espacio en la discusión
pública, no pueden asumir una actitud que implique el cierre de los canales comunicativos con el
creyente y no deben cerrar sus horizontes de forma tal que se impida la posibilidad de reconocer
verdad en el discurso religioso. Tampoco puede pretender el creyente que tiene derecho a imponer su
verdad por fuera de la razón comunicativa, lo que le exige abandonar en el discurso de la razón pública
los argumentos de autoridad en la fe, demostrar –mediante el discurso argumentativo, por ejemplo-
sus verdades religiosas en lo que toca con el escenario público, e intentar evitar el uso de su lenguaje
más universalizable (aunque el creyente podrá sustraerse del deber de ‘‘traducir’’ sus pretensiones
religiosas e términos laicos, caso en el cual debe esperarse de los no-creyentes que participen en las
iniciativas dirigidas a dicha traducción; en este punto, se produce una asimetría de cargas que el
alemán considera plausible).

Análisis

Habermas es un fiel defensor de la teoría liberal ilustrada, de ahí que, sea un defensor del

ideal de tolerancia tan preciado de la ilustración. Así pues, el pensador alemán en su proyecto

iluminado busca asumir una “defensa de ciertos valores que se tornan con pretensión de

validez universal dentro de un modelo procedimental a ser realizado como praxis

comunicativa: el Estado democrático de derecho que se presenta en la forma de democracia

deliberativa” (Botero, 2012, p.38). Es decir, por medio de la democracia deliberativa, como

discurso racionalizado, se busca defender ciertos valores, tal como es la tolerancia. En este

sentido, el discurso racionalizado, es una alternativa que ofrece herramientas discursivas y

analíticas para comprender cuáles son las reglas que ha de seguir el Estado frente a la tarea

de garantizar la inclusión del otro, a partir de la tolerancia, por ello el Estado debe ofrecer un

canon de derechos subjetivos de acción que faciliten la participación ciudadana.


En este orden de ideas, Habermas:

Hace un llamado a la tolerancia, como condición de existencia de la democracia, tolerancia


que, al verterse en pluralismo dentro de un sistema democrático participativo-comunicativo,
neutraliza la unilateralidad y la superioridad del sujeto que tolera; en otras palabras, la
estructura pluralista y comunicativa del Estado democrático de derecho hace contrapeso al
paternalismo y la verticalidad de la tolerancia, de manera tal que “el principio de la tolerancia
solo se libra de la sospecha de ser una tolerancia arrogante, si las partes en conflicto se ponen
en un plano de igualdad y llegan a un entendimiento recíproco” (Botero, 2012, p.38).

Este sistema democrático participativo-comunicativo en la medida que posibilita el diálogo

abre la posibilidad para que exista una tolerancia recíproca que conllevaría a una visión

corregida de la tolerancia, puesto que, ya no sería solamente entendida como un soportar al

diferente, sino como apertura de los canales de comunicación, dado que, las partes

involucradas en los conflictos se sitúan en el plano de la igualdad llegando a un entendimiento

reciproco partiendo de la democracia deliberativa. “Así, a los ojos de Habermas, la tolerancia

es intrínseca al modelo de la democracia, entendida como la única situación política que

permite una comunicación libre y espontánea, en la conformación del consenso racional”.

(Botero, 2012, p.38).

Asimismo, para el pensador alemán los sistemas de representación cumplen un papel

fundamental, puesto que, en la medida de la existencia de una razón universalizable, ellos

son los encargados de legitimarla. Esta razón universalizable no es otra que la razón

comunicativa, la cual se encuentra en el lenguaje. De este modo, expresa Botero: “no es

gratuito, pues, que Habermas tome el lenguaje como un medio universal de plasmación de la

razón” (Botero, 2012, p.40).


Siguiendo lo dicho, los sistemas de representación encabezado por los órganos judiciales,

son los encargados de controlar las decisiones que se toman dentro del parlamento con el fin

de buscar que estas sean coherentes con los principios democráticos, o en palabras de Botero

citando a Habermas:

“Esto es lo que se ha llamado la juridificación-judicialización de derecho. La juridificación


logra, entonces, que el ideal de tolerancia sea tutelado por los altos tribunales, cuanto las
mayorías niegan el derecho de la minoría (pues la tolerancia es, fundamentalmente, un
ejercicio que favorece a minoría contra la mayoría, además de que minoría no es
necesariamente un asunto cuantitativo), ya que al hacer parte de ese catálogo de valores que
defendió el movimiento ilustrado, hace parte de los principios con pretensión de validez
universal de justicia que se encuentran por encima de la ley positiva. Esto, por demás, permite
colegir que una garantía de la tolerancia en la democracia deliberativa es la independencia
del tribunal constitucional frente al poder de las mayorías”. (Botero, 2012, p.41).

Así pues, la juridificación obliga a los altos tribunales a tomar en consideración los intereses

ajenos, en tanto que, la mayoría no puede simplemente ignorar las visiones de las minorías,

argumentando que son intereses minoritarios. Esa actitud es tan irrespetuosa de la dignidad

de los otros (inmigrantes), que resulta poco defendible públicamente en una democracia

deliberativa. De esta manera, a la hora de tomar una decisión política, se tendrá como objetivo

buscar un consenso entre todas las partes, siento estas iguales, para definir la mejor opción

en vez de someter el tema a votación, puesto que, esto permitiría la posibilidad de la tiranía

de la mayoría.

Sumando a lo dicho, el pensador alemán considera que a los altos tribunales se les debe hacer

un control en las decisiones que toman en lo referente a la democracia, puesto que, estas

pueden llegar a favorecer a la mayoría, partiendo de no ser racionales, por lo cual Habermas:
Hace un llamado, siguiendo a Julius Frobel, a la intelectualización de la población en aras de
que surjan en el seno de los parlamentos, las mejores decisiones, de modo que concilien los
intereses del bien común y del bien individual, evitando así, la temida dictadura de la mayoría
y guardando de paso, coherencia con el llamado que hace a ciudadanos racionales. (Botero,
2012, p.42).

De este modo, las decisiones que tomen los altos tribunales, cualesquiera que ellas sean,

deben basarse en principios racionales, esto con el fin de alcanzar una verdadera democracia

que se base en el diálogo y consenso. A partir de ello, se busca no permitir la dictadura de las

mayorías que parten por medio de los votos. Así pues, las decisiones que se tomen dentro de

la democracia deben estar revestidas de racionalidad para ser toleradas por la minoría, no

obstante, si las decisiones adoptadas se basan en el principio de la mayoría, “pueden ser

irracionales, razón por la cual, la minoría lesionada puede tutelar su interés haciendo uso de

la desobediencia civil, la cual se justifica, no por su legalidad, sino por su legitimidad”

(Botero, 2012, p.45).

Antes de seguir, es menester trabajar un concepto muy importante para el filósofo alemán, a

saber, el de ciudadanía, dado que, este considera que el Estado en la medida que respeta la

diversidad cultural de los individuos, debe exigírseles que compartan una cultura política

común, de ahí que sea más preciso hacer ahínco en el concepto de ciudadanía que en el de

nacionalidad (Botero, 2012, p.43) en tanto que, Habermas:

Constata, ante las olas de inmigrantes, que la homogeneidad étnica y religiosa ha


desaparecido en “su” contexto; sin embargo, deja entrever que debe haber un elemento
mínimo de cohesión social que debe ser brindado, valga aclarar, por la relación dialéctica
entre facticidad y validez: legitimidad del derecho. Entonces frente a los inmigrantes, que es
el gran problema de tolerancia en Europa hoy día, se pregunta Habermas si ellos merecen ser
tratados como próximos recibiendo un tratamiento especial, unos special duties; o, si por el
contrario, se les debe negar en consideración a que la población los ve bajo-la categoría del
“otro” para posibilitar su integración (homogenización) social. Que sea el mismo Habermas
quien hable de esa otredad que es la inmigración en Europa:

[D]e los inmigrantes debe esperarse sólo la disponibilidad a introducirse en la cultura política
de su nuevo país, pero sin necesidad de tener que abandonar por ello la forma de vida cultural
de la que provienen [ ...] En una sociedad liberal, las ligaduras y límites han de ser compatibles
con principios liberales. La inmigración abierta cambiaría el carácter de la comunidad, pero
no dejaría a la comunidad sin carácter alguno [citando a Carens] De la discusión […] puede
extraerse como conclusión normativa que los Estados Europeos deberían ponerse de acuerdo
en una política liberal de inmigración. No deberían atrincherarse tras la barrera de un
“chauvinismo del bienestar” contra la presión de aquellos que quieren inmigrar o que soliciten
el asilo. El derecho democrático a la autodeterminación incluye, ciertamente, el derecho a
preservar la propia cultura política, la cual constituye el contexto concreto para los derechos
ciudadanos; pero no incluye el derecho a la autoafirmación de una forma de vida cultural
privilegiada. En el marco de la constitución de un Estado democrático de derecho pueden
coexistir en régimen de plena igualdad múltiples formas de vida. Pero éstas tienen que
solaparse en una cultura política común. (Citado por Botero, 2012, p.43)

Llegando a este punto, es necesario mostrar la pretensión principal de este texto, a saber,

hacer una analogía de la situación de inmigración en Europa en la época de Habermas,

partiendo de su pensamiento, con la que actualmente acontece en Colombia, especialmente

en Bucaramanga; vale tener presente que este fenómeno se presenta en un contexto muy

diferente. La actual crisis de inmigración que se lleva a cabo en Colombia tiene su origen en

Venezuela. La movilidad de ciudadanos del vecino país se ha intensificado en los últimos

años, llegando hoy día a ser considerada esta situación como una crisis humanitaria.
A partir de ello, vale hacernos la pregunta que se hizo Habermas: ¿ellos (venezolanos)

merecen ser tratados como próximos, recibiendo un tratamiento especial, o si, por el

contrario, se les deben negar en consideración a que la población los vea bajo la categoría de

“otro” para posibilitar su integración (homogenización) social? (Botero, 2012, p.43). Ahora

bien, siguiendo al pensador alemán respecto a este fenómeno de la inmigración, considera

que: los inmigrantes respecto su nuevo país o sitio de estadía solo debe exigírseles que

compartan la cultura política común, dado que, a través de esto se resguarda la propia cultura

política del país. Así, el Estado democrático de derecho bajo el marco de la constitución

preserva los derechos de los ciudadanos logrando de esta forma preservar las múltiples

formas de vidas. No obstante, para que esto se lleve a cabo es necesario que los inmigrantes

se rijan bajo una cultura política común como se ha dicho.

Así pues, buscando dar respuesta a la pregunta antes planteada se puede considerar que, en

la medida que los inmigrantes venezolanos compartan una cultura política común, sin tener

que “abandonar por ello la forma de vida cultural de la que provienen” (Botero, 2012, p.43).

pueden ser tratados como próximos. De ahí, que los inmigrantes puedan estar en un plano de

igualdad y que queden exentos de una tolerancia arrogante. No obstante, si ellos no hacen

parte de la cultura política de la sociedad están expuestos a un plano de desigualdad e

intolerancia; ocasionando ello que no puedan participar de un sistema democrático

participativo-comunicativo en el cual no son escuchados, ocasionando ello la ya mencionada

tolerancia arrogante, que es entendida principalmente como un soportar al diferente.

Es preciso señalar, que es el sistema democrático deliberativo el que permite ver al “otro”

(inmigrante) como un igual, como próximo; en tanto que, este posibilita el diálogo y a la vez

abre la oportunidad que surja la tolerancia, siendo esta recíproca entre los miembros de la
comunidad. Esto es lo que posibilita que se busque un consenso racional entre las partes

involucradas con el fin de hacerle frente a los problemas que los aqueja. En este sentido, para

el autor alemán la noción de tolerancia toma también la concepción de solidaridad, este

concepto entendido como la empatía y la preocupación por el bienestar por el “otro”

(inmigrante) donde se busca acogerlo, hacerlo parte del país y poder brindarle las condiciones

dignas que merece una persona.

Tras lo dicho, siguiendo Habermas, la postura que debe tenerse frente a la inmigración

venezolana es de tolerancia-solidaridad, en tanto que, se comparta una cultura política

común. A partir de ello, la tolerancia-solidaridad se podrá entender con base a los inmigrantes

venezolanos en un plano de igualdad donde estará presente la reciprocidad, puesto que,

comparten el principio de la democracia deliberativa, a saber, la participación activa de todas

las partes potencialmente afectadas, de ahí, que el principio de deliberación que busca

Habermas debe ser universalizable en la argumentación, discusión pública y el diálogo en

harás de buscar un consenso racional entre todas las partes para definir la mejor opción, en

vez de someter el tema a votación, dado que, esto permitiría la posibilidad de la tiranía de la

mayoría, aspecto ya mencionado. Al respecto señala Botero, “la actitud realizativa propia de

la democracia parte, fundamentalmente, de mantener la confianza en el diálogo, esto es, en

que los canales de comunicación estén abiertos y la disposición de asumir la comunicación

en sus potencialidades de consenso esté presente en los participantes” (Botero, 2012, p.48).

Es preciso finalizar el presente análisis haciendo énfasis en la defensa que el filósofo alemán

hace a la teoría liberal ilustrada, puesto que, en la medida que el proyecto iluminado busca

defender ciertos valores con pretensión universal, tal como es la tolerancia, a través de la
democracia deliberativa, asimismo, esta es la encargada de garantizar la inclusión del “otro”

o en el presente caso analizado el inmigrante, partiendo del discurso racionalizado. No

obstante, para ello es esencial compartir una cultura política común, en tanto que, a partir de

ello el Estado debe ofrecerles un canon de derechos subjetivos de acción que facilite su

participación ciudadana en el nuevo sitio de residencia.

De esta forma, y a manera de conclusión se puede deducir que en la medida que se comparte

una cultura política común y en tanto que se es ciudadano, es justo ofrecer ayuda al

inmigrante venezolano, dado que, en la medida que llegan a un plano de igualdad se

posibilitan los canales de comunicación para que exista una tolerancia recíproca en los

actores afectados; los cuales buscan a partir del consenso racional solución a los problemas

que los aquejan día a día, no dejando de lado las condiciones dignas que merece como

ciudadano.

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