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¿Mónada o devenir?

Lina Marcela Gil


Universidad de Antioquia
Mayo 22 de 2017

¿Es insuficiente el concepto de mónada para explicar el concepto de individuación?


Para Simondon en La individuación a la luz de las nociones de forma y de información
(ILFI) tanto Leibniz como Spinoza equiparan individuo a ser porque no dan un lugar
preponderante al entorno, al medio asociado, que es del mismo orden de magnitud
que el individuo y sigue existiendo aparejado a éste como su complemento. El
concepto de devenir está de principio a fin en su obra, puesto que enfatiza en la
ontogénesis (cómo el ser puede llegar a ser), más que en la ontología (qué es el ser).
Se pueden enunciar al menos tres hipótesis que el mismo autor ve provisionales y
somete a discusión desde una posición que denomina “realista”, en consonancia con
la ciencia de su época: 1. “La relación existe al mismo tiempo que el ser bajo forma
de campo”; 2. “[E]l individuo es un ser que sólo puede existir como individuo en
relación con un real no individuado” –lo preindividual– (ILFI, p. 208); 3. El
individuo existe en un sistema en el cual ha recibido su génesis, este es su medio
asociado en el que vive intercambios constantes de energía con otros individuos.
La naturaleza se concibe como dominios de ser que pueden conllevar, o no,
individuación. Cuando ésta acontece se da dentro de un sistema de afectación
mutua: más que relación de un individuo con su entorno o de un individuo con otro,
es una operación, que introduce un cambio topológico y energético: la “verdadera
hecceidad es funcional”, operada por la energía potencial que produce
metaestabilidad (ILFI, p. 89). El estudio a partir del método analógico cobra
relevancia porque asume que las transformaciones vividas en la individuación física
traen consecuencias en la manera de concebir la individuación en cualquiera de sus
fases: vital, psíquica y colectiva. Desde esta posición cuestiona la mónada de Leibniz
porque conserva una visión atomista en la que el átomo es visto como unidad
mínima, constante, cerrada sobre sí mismo, no necesariamente modificada por su
entorno.
Aunque es una discusión metafísica, para Simondon es inseparable la concepción
filosófica del paradigma de la ciencia de su época, en especial los debates vigentes
sobre materia y energía. Lo que acontece en la individuación física es la base de su
arquitectura conceptual, no solo en un sentido descriptivo o explicativo, también
para anticipar consecuencias epistemológicas, puesto que el autor una y otra vez
recurre a dos niveles de análisis: in re y en mente; es decir, la operación que acontece
en el mundo y aquella que es necesaria para acceder a su comprensión. La naturaleza
en sus diferentes dominios se individúa y el pensamiento, a su vez, individúa el
mundo; así como nos individuamos a medida que pensamos.
La teoría de la relatividad, la teoría de campo y el principio de incertidumbre, entre
otros marcos de referencia, constituyen para el autor la salida del sustancialismo, en
el que se concebía al átomo con una masa que no varía. Bajo este “nuevo”
paradigma, la velocidad hace variar la masa, por tanto, la masa y la cantidad de
energía que transporta no tienen ahora límite superior para sus transformaciones y
para las que sufren los cuerpos que interactúan con él. La noción de identidad
inmutable, estable, no se sostiene más, como tampoco la relación de la parte con el
todo; un elemento más pequeño puede ejercer el mismo efecto que el conjunto. El
hecho de que no haya un individuo independiente de un sistema cuestiona la ley de
igualdad y de aislamiento que sostenía el atomismo, por definición sustancialista.
Lo fortuito altera la sustancia, contrario a lo que sostiene la monadología desde un
“determinismo interno”, es decir, “sólo extrae sus modificaciones de sí misma y
permanece absolutamente aislada dentro del devenir; los límites de sus
determinaciones sucesivas están rigurosamente fijados por el sistema de la
composibilidad universal (ILFI, p. 185).
La concepción de individuación de Leibniz se torna insuficiente, porque según
Simondon no hay un ser distinto a la operación ni una separación entre interioridad
y exterioridad. La relación no expresa el ser, lo constituye. Propone así una teoría de
las singularidades que no es determinista ni indeterminista porque las fases del ser
están en devenir. Determinismo e indeterminismo solo son casos límite; el primero
se daría cuando no hay resonancia interna o intercambio entre los niveles; el
segundo, sería un grado de resonancia tal que modificaría la estructura. El proceso
se da habitualmente por “umbrales cuánticos de resonancia” (ILFI, p. 218).
En toda su teoría recurre a pares o tensiones que se modifican mutuamente, uno
de ellos es estructura y operación; si cambia la estructura también su nivel energético.
De ahí infiere que el individuo sin potenciales, sustancial, es solo una abstracción:
“El individuo físico debe ser pensado como un conjunto crono-topológico, cuyo
devenir complejo está hecho de crisis sucesivas de individuación” (ILFI, p. 219). Para
explicarlo recurre al concepto de transducción que describe el proceso mediante el
cual acontece la amplificaciones de un dominio a otro; pero es, al mismo tiempo, un
modo de pensamiento necesario para acercarse a la comprensión de la
individuación, toda vez que los hallazgos del comportamiento de la energía como
onda y corpúsculo generan límites en el pensamiento inductivo para representar lo
discontinuo, así como el pensamiento deductivo es insuficiente para representarse
lo continuo puro.
Simondon toma el cristal como un ejemplo particular de individuación física. Es
un caso que llama su atención porque sigue una organización en redes (elementales)
con un esquema que se reproduce: una estructura cristalina. No obstante, está activo
solo en la periferia (frontera entre germen estructurante y materia amorfa). Es un
individuo limitado: “no posee una auténtica interioridad” (ILFI, p. 28), su interior es
radicalmente pasado (genéticamente anterior).

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Mientras que en el viviente (en una célula) la membrana separa el interior del
exterior, pero es contemporánea del interior, no es su pasado. La diferencia entre la
individuación física y biológica es que en esta última se encuentran mecanismos de
reproducción que hacen que la individuación continúe, en el individuo y en la
especie, pues a partir del mismo individuo se producen análogos, con la participación
permanente de procesos de comunicación, como amplificación de información, de
manera transductiva: orientada al futuro; moduladora: conservadora, orientada al
pasado; o por organización, que opera en el presente como síntesis de las anteriores
(CI, pp. 159-176).
Su posición continuista es acorde con la noción del devenir; más que referirse a
una complejización progresiva, recurre a la neotenia para describir la ralentización
de propiedades que supera la clasificación de géneros y especies. Los seres más
complejos conservan aspectos (fenotípicos y de comportamiento) de los anteriores:
“la individuación vital retiene y dilata la fase más precoz de la individuación física”
(ILFI, p. 221). Para denotar “el principio de una cosa o de una acción progresiva”
(RAE), llama al animal un “vegetal incoativo” a partir de la siguiente hipótesis:
(…) la individuación vital no viene después de la individuación físico-química,
sino durante esa individuación, antes de su acabamiento, suspendiéndola en el
instante en que no ha alcanzado su equilibrio estable, y volviéndola capaz de
extenderse y de propagarse antes de la iteración de la estructura perfecta que
sólo es capaz de repetirse, lo que conservaría en el individuo viviente algo de la
tensión preindividual, de la comunicación activa, bajo forma de resonancia
interna, entre los órdenes extremos de magnitud (ILFI, p. 224).
En las plantas, en los vegetales, gracias a una comunicación primaria de patrimonio
genético, se da la posibilidad de integrar dos órdenes de magnitud diferentes: el
procesamiento de la energía luminosa (sistema cósmico, macro) indispensable para
continuar su individuación y otro sistema que aprovecha las sales del suelo, los
nutrientes (inframolecular, micro). De esta operación emerge un medio asociado, del
mismo nivel de ser que el vegetal, que actúa como su complemento. Se entiende por
qué “las propiedades no son sustanciales sino relacionales” (ILFI, p. 90).
En los animales –comunicación etológica– la individuación encuentra en el instinto
una vía para resolver los problemas relacionados con la supervivencia, la regulación
y la adaptación, mientras que en la dimensión psíquica, se dan nuevas problemáticas
relacionadas con la afecto-emotividad y con la sensación y la percepción, mediante
la acción. El ejemplo de la disparidad entre la imagen que percibe el ojo izquierdo y
el ojo derecho y la unificación que el cerebro logra en la imagen tridimensional, le
permite a Simondon mostrar el modo en que la disparidad entre lo perceptivo y lo
emotivo se acopla mediante la acción. Aunque admite grados o momentos de
psiquismo en los animales, solo en el nivel de la experiencia psíquica humana
hablamos de un sujeto que además de vivir sus procesos de individuación, tiene la
capacidad de representarse su acción, de plantearse problemas a sí mismo e
involucrarse en la solución.

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Se llega así a otro proceso: la individualización; en el sentido simondoniano, es la
historia singular, las vivencias y contingencias que dejan huella y conforman una
personalidad, lo que cada uno es en tanto individuo con un deseo singular. La
identidad, como efecto de individuación, se expresa en el presente, pero obedece a
una historia, sigue una trayectoria a lo largo de la vida: “Sólo hay ser individuado
viviente y psíquico en la medida en que asume el tiempo. Vivir como ser
individuado es ejercer memoria y anticipación” (ILFI, p. 429).
Es una visión de capas que conforman el entorno en interdependencia: el individuo
físico es entorno para el viviente y este lo es para el sujeto psíquico y colectivo. Lo
paradójico es que a mayor complejidad, más inacabado el individuo, con menor
estabilidad y autosuficiencia. Debido a la neotenia el ser humano es más vulnerable,
tarda más tiempo en su desarrollo sexual y en alcanzar su autonomía, pero al mismo
tiempo tiene más posibilidades porque nunca está acabado y se despliega a medida
que crece. Expresado en lo psíquico es la necesidad de ligar el remanente
preindividual en el vínculo con los otros para desplegar potenciales que no están ni
en él, ni en el otro: surgen en el encuentro: “Lo colectivo es lo espacio-temporal
estable; (…) solo [aislado], el viviente no podría ir más allá de la percepción y de la
emoción” (ILFI, p. 388). Con otros se llega a la pluralidad, a una de red de puntos clave
de emociones, significaciones, acciones colectivas.
La transindividuación le permite al individuo hacerse cargo de sí mismo y, a la vez,
extender la mirada para percatarse del lugar que ocupan los otros en su vida y, en
general, de su posición respecto al entorno: desde el más inmediato hasta un entorno
más global. En el nivel psíquico y colectivo, que deviene transindividual, se recurre
a la misma operación descrita en la individuación física, derivada de la teoría de
campo: el entorno no está fuera del individuo ni dentro de él; es el entre que instituye
la información en dos vías: informa y se informa, individúa individuándose.
Pero las opciones no son ilimitadas, el envejecimiento y la muerte expresan la
entropía del sistema; el remanente preindividual resta progresivamente
posibilidades de renovación porque hay acumulaciones a lo largo de la vida que no
refieren o desencadenan un potencial, por el contrario se tornan en “inercia”,
“rigidez” y “viscosidad” (ILFI, p. 320). La adaptación es una ventaja del ser humano
a medida que envejece, pero al mismo tiempo es su limitante porque ante situaciones
nuevas tiene menos recursos, se podría decir que le es cada vez más difícil
“desaprender”, mientras que el joven tiene apertura para lograrlo, pero menos
experiencia acumulada para saber cómo desenvolverse. La vida es un continuo
movimiento entre ontogénesis (crecimiento) y degradación; pero justamente lo
colectivo es la posibilidad del presente que acopla el pasado y el porvenir (así como
en la percepción es posible una tercera dimensión que es acoplamiento de la
bidimensionalidad), mediante significaciones compartidas y acciones en red: “el
individuo está maduro en la medida en que se integra a lo colectivo, es decir en la
medida en que es a la vez joven y viejo, en avance o en retardo en relación al
presente, conteniendo en sí potenciales y marcas del pasado” (ILFI, p. 324).

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La angustia, en un pasaje célebre del autor (ILFI, pp. 378-380), describe el estado
que proviene de la imposibilidad de ligar los potenciales preindividuales con otro
diferente de sí mismo; se separan emoción y acción, sentimiento y percepción al
punto de bordear la desesperación o la locura sino logra encontrar el camino
transindividual. Esta vivencia individualizada al máximo podrá ser transitoria o
dejar al sujeto presa de su sentimiento de soledad y aislamiento, en contravía de la
ontogénesis. En cualquier caso, el horizonte es la dimensión transindividual,
conquistada en la sinergia y en la vía del espíritu, esto es, en las obras simbólicas que
perduran.
Es el tema desarrollado desde la perspectiva de la técnica como mediación entre
naturaleza y cultura en su tesis secundaria: El modo de existencia de los objetos técnicos
(MEOT); otra fuente de investigación de las implicaciones éticas y políticas de su
obra, pues no solo se ocupa de las significaciones compartidas, sino de la
concretización de objetos técnicos con sentido para la humanidad, en la medida en
que resuelven problemas y portan información abierta, disponible para que otros la
continúen y se ejerza el potencial que sirve a uno y a todos en una individuación
propia y del entorno de manera simultánea.
Llevar la misma operación, por analogía, desde las moléculas, las proteínas, hasta
los procesos sociales, implica recurrir a un mismo principio explicativo in re y en
mente; se expresa en fases diferentes del ser, tomado éste como potencialidad,
diferente a individuo (físico, vital, técnico, etc.) y a sujeto psíquico (individuo más
preindividual). Las hipótesis expuestas al comienzo se dan en cada uno de las fases
y de ellas se desprenden consecuencias que hacen ver insuficiente la concepción
monadológica. No obstante, cabe preguntarse si sucede lo mismo con el esquema
hilemórfico que una y otra vez cuestiona Simondon, pero no para derribarlo, sino
para complementarlo bajo la siguiente tesis: entre forma y materia hace falta ubicar
la información. Es una lectura contemporánea de Aristóteles, uno de las referencias
más citadas en el Curso sobre la percepción (2012), al punto de considerar en el
estagirita el primer estudio psicológico de la percepción porque tematiza el
encuentro entre sujeto y objeto.
¿Será la monadología realmente derribada o es una superación o complemento por
una vía contemporánea en el que el átomo queda desplazado por el quantum? ¿Es el
del mismo orden de la crítica que Simondon hace a la fenomenología porque lo
transindividual es más que comunicación de conciencias e intersubjetividad? Insistir
en el encuentro, en la emergencia, en el entre no anula el concepto de organización
y de individuo, pero sí hace recaer el énfasis en el proceso que acontece durante: el
individuo no está antes ni después.

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