Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
CRÍTICA D E L J A C O B I N I S M O E N F RA N C I A
Francia, en red
De esta manera se constituye la red. Las redes son una manera muy útil de
historiar globalmente un periodo. A través del entramado asociativo viajan los
datos que conforman el panorama donde se imponen gradualmente las ideas
de democracia e igualdad. Una de las claves del éxito jacobino en la difusión
de sus planteamientos está en saber gestionar mejor que nadie la red a
través de un eficiente comité de correspondencia. Este enfoque pone en tela
de juicio las visiones que hablan de una transferencia solamente vertical de la
ideología revolucionaria. En rigor es mucho más complejo el funcionamiento
de la llamada ‘máquina jacobina’.
Revolución cultural
Entre las medidas que con distinta suerte decretaron los jacobinos
destacan en primer lugar la creación de un sistema educativo republicano y
secular y de un programa nacional de bienestar social. La Convención hizo
por extender los derechos a los niños y a las mujeres, aunque en este asunto
podamos detectar uno de los límites de la recién inaugurada igualdad
republicana. No obstante, el objetivo de extender la educación y erradicar la
pobreza no pudo alcanzarse debido a las exigencias perentorias de la guerra
y a la falta de tiempo.
Con todo, es posible hablar de una revolución cultural durante los primeros
años de la nueva era republicana. La proliferación de clubes y de diversas
formas de asociacionismo se tradujo en transformaciones semióticas. Nuevas
imágenes y nuevas palabras pasaron a ser lugares comunes en el nuevo
espacio cultural. Además, la población francesa más allá de París se politizó y
la opinión pública adquirió una importancia creciente. Incluso las formas de
contar se vieron afectadas con la reforma racional de los sistemas de
medidas, de peso, distancia y volumen. Este es uno de los aspectos más
notables de la revolución y demasiadas veces se ningunea en nombre del
análisis de la formación de la voluntad general.
En el interior de la dictadura
No puede hablarse de dictadura jacobina sin precisar muy bien los términos.
Aquí la entiendo en la acepción romana de la palabra: una magistratura de
excepción justificada por las exigencias de la salvación pública y limitada a la
duración de los peligros. Para la mayor parte de la Convención el objetivo de
la dictadura era la consecución de la paz y las restricciones, imposiciones
temporales y necesarias para alcanzarla. La extensión de los poderes del
Comité de Salud Pública estaba refrendada por la mayoría como
reconocimiento de su eficacia ante la pertinaz crisis de guerra.
Dos miradas
Un primer vistazo puede hacer que creamos que la violencia era la sustancia
de la que estaba hecha la revolución. Pero de esta manera no
comprenderíamos el lenguaje del liberalismo político de izquierdas que
subyace. No es posible asumir que el ‘dérapage’ que hace del adversario
político un enemigo acérrimo y personal vaya de suyo en el proceso
revolucionario. En este punto hay que conceder un papel importante al
estallido de la guerra. Reducir el curso de la revolución a la obsesión por el
complot y por la traición que culmina en el Terror de 1794 supone desoír las
voces del liberalismo y la tolerancia.
Otra forma de ver las cosas es el análisis de los discursos de los jacobinos.
En los de Robespierre podemos leer una firme defensa de la libertad de
prensa, de conciencia y de culto. También, de la propiedad en su función
social, toda vez que ‘la desigualdad económica es la base de la destrucción
de la libertad’ y ‘las leyes deben tender a disminuir el abismo de la distinción
económica’. Una forma de hacerlo es procurar que ‘la propiedad del hombre
después de muerto debe revertir en la sociedad’. Los derechos del hombre y
la abolición de la pena de muerte tienen también su lugar en ese discurso.
Virtud y Terror
Esto da paso a la noción del ‘legislador’, tal como viene del mito antiguo y
como se la encuentra en Montesquieu y mejor aún en Rousseau. Es decir: la
idea de un personaje casi providencial cuya misión primera es la de orientar
la voluntad general pero que se desliza contradictoriamente hacia la de
fundar o regenerar la ciudad. Tarea en la que, hasta que le pone fin, es
todopoderoso. La única diferencia con relación a Rousseau es que para
Robespierre no era un hombre sino la Convención, purgada de sus elementos
impuros, la que debía asumir, como conjunto, la función del legislador.
Tu rostro, mañana