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Servicio y sacrificio

Por Mari Murdock

Ikoma Ujiaki vadeó el caudaloso río de bushi, cortesanos y shugenjas León que abarrotaban la
casa de sake. Los aromas de vino y perfume permeaban el aire mientras las sirvientas corrían de
una mesa a otra, inclinándose después de entregar las vasijas de porcelana. Ujiaki divisó a una
solitaria samurái acurrucada en un rincón, su rostro vacío de expresión indudablemente una
máscara. Se arrodilló sobre el cojín junto a la mesa baja, colocándose frente a ella, y le dedicó una
educada inclinación de cabeza como disculpa por su intromisión.
—Akodo Matoko-san —dijo aclarándose la garganta, mientras observaba la mesa abarrotada de
botellas vacías como si fuesen cadáveres en un campo de batalla—. Parecéis... ausente de los feste-
jos. ¿Os preocupan los esponsales de Akodo-ue que se celebrarán mañana?— ¿O tal vez los teméis?
La senséi retirada no contestó, sino que se limitó a apretar los dientes. Ujiaki siguió su mirada
hacia la botella de sake situada entre ellos: estaba decorada con dibujos de pequeñas grullas que
rodeaban el kanji que significaba “gracia”. Indicó a la sirvienta que se acercase a su mesa.
—Hatsuko —gruñó el hombre, pero
evitó la grosería de señalar la botella—.
Una botella distinta. Ahora.
Creyó ver en los labios de la sirvienta
el atisbo de una sonrisa traviesa, pero
la inocencia instantánea de su disculpa
ahogó el sentimiento. —Mis más profun-
das disculpas, Ujiaki-sama. Ruego el per-
dón de nuestro estimado cliente del Clan
del León. Traeré una botella digna de vos
y de vuestro invitado.
—¿Estimado? —Matoko se rio, su voz
llena de un humor reticente, mientras
Hatsuko se llevaba la botella y traía una nueva carente de decoraciones.
Ujiaki se envaró, pero mantuvo a raya sus emociones. —Los diplomáticos frecuentan
estos establecimientos para discutir estrategias. El buen sake es un potente lubricante para las
negociaciones.
—Ah, por supuesto —respondió Matoko, golpeteando con sus fuertes dedos sobre la mesa—.
Yo tengo mi campo de batalla, vos tenéis el vuestro.

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—Efectivamente —Ujiaki se acarició la enmarañada barba hasta alisarla. No había esperado
tal condescendencia de ella, pero dio con las palabras adecuadas para lanzar el contraataque ade-
cuado— ¿Y cómo va vuestra batalla personal, Matoko-san? En este momento no se habla de otra
cosa en la embajada León. He oído que vuestro esposo, Daidoji Utsugiri, os ha abandonado para
unirse al ejército Grulla. Espero que sus acciones no se hayan ganado vuestra simpatía en nues-
tra rencilla contra los Grulla.
El rostro de Matoko se endureció ante su asalto. La luz de la linterna proyectó sombras en
las arrugas de remordimiento en la comisura de sus labios, aunque el sentimiento se vio rápida-
mente ahogado por la cólera. Ha bebido demasiado sake como para poder controlar sus emociones.
—Ujiaki-sama, he jurado lealtad al Clan del León... a Akodo Toturi-ue. Y los actos de mi ex
esposo no son de vuestra incumbencia.
—Al contrario —presionó Ujiaki, manteniendo su ímpetu—. Los conflictos militares definen
mis relaciones en la corte. La guerra nos convierte a todos en enemigos de amigos y familiares.
Supongo que es natural que queráis que nuestro clan dude en lugar de aplastar a aquellos que
desearían poder insultarnos con impunidad.
Matoko se puso en pie de un salto, lista para desenvainar su arma, pero se contuvo mientras
los demás clientes la miraban de reojo. Se sentó de nuevo con lágrimas de vergüenza. —Ese ha
sido un golpe de cobarde, Ujiaki —siseó antes de aferrar otra taza de sake lo bastante fuerte como
para romper el pequeño recipiente de porcelana.
Ujiaki sonrió ante la victoria. —Sí, perdóname, Matoko-san —le sirvió otra ronda—. Todos
vivimos y morimos por el Clan del León a nuestra manera —murmuró, como si intentara con-
vencerse a sí misma—. Sacrificaremos lo que sea necesario en nombre del honor.
—Sí. Lo has hecho. La separación de tu esposo es muestra más que suficiente de los sacrifi-
cios que has hecho por lealtad a nuestro clan —Ujiaki estudió la habitación una vez más, asegu-
rándose de que no les estuvieran escuchando antes de continuar—. Ojalá otros se empeñaran en
declarar su lealtad de forma tan rápida como tú. Hay algunos de los nuestros que aún... aprecian
sus vínculos con los Grulla, incluso ante su traición.
Matoko frunció el ceño. —¿Estás hablando del Señor Toturi?
Mientras la mujer trazaba el camino que había dejado para ella, Ujiaki volvió a acariciar su
barba. —Pero, por otra parte, puede ser difícil para amigos de la infancia crecer y distanciarse
por el bien de su clan —continuó, evitando aún nombrar directamente a Toturi—. Tal vez el lugar
al que pertenezca sea un monasterio Asako. De todas formas, es más Fénix que León... un filó-
sofo vacilante resultaría perfecto para un clan de bibliotecarios pacifistas.
—Toturi-sama es nuestro líder —insistió Matoko, demasiado achispada para seguir las suti-
lezas de la trampa verbal de Ujiaki—. Estas disputas internas sólo debilitan a nuestro clan. Debe-
mos superarlas. Debería contar con nuestro apoyo en su nuevo cargo de Campeón. Déjalo que se
convierta en el líder en que debe convertirse.

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—Ojalá hubiera tiempo para tener paciencia —se lamentó Ujiaki—. Pero una guerra en cier-
nes requiere acción inmediata. Lealtad. Servicio. Sacrificio. De todos nosotros. Como el tuyo.
Matoko miró más allá de él, hacia la joven Mikiu que se encontraba a varias mesas de distan-
cia. La hija de Matoko se reía junto a una multitud de jóvenes bushi. La joven militar acababa de
superar su gempukku, y la nube de sus presentes problemas familiares había desaparecido entre
la camaradería de sus nuevos compañeros. Tras observar la felicidad en el rostro de su hija, la
senséi retirada sacudió la cabeza y exhaló con dificultad.
—Creo en Toturi-sama, Ujiaki-san.
Nuestro honor proviene de la obediencia:
A nuestro Emperador y a nuestro Cam-
peón. Haríamos bien en recordarlo.
Ujiaki ocultó una mueca bajo una son-
risa amistosa y se inclinó ante ella: el punto
muerto al que habían llegado en la discu-
sión le picaba como si fuera una incómoda
gota de sudor. Continuaron en silencio
hasta que de repente Hatsuko disipó la ten-
sión al traer una bandeja de nuevas botellas.
—Lamento que el sake no os siente
bien. Nuestro ilustre dueño me ha indi-
cado que os sirva nuestro koshu casero. Lo guardábamos para los festejos del torneo del Cam-
peonato Esmeralda, pero es posible que sea del gusto de nuestros fieles comensales del Clan del
León —antes de marcharse a servir otras mesas dejó varias botellas.
Por supuesto. —El Campeonato Esmeralda —se rio entre dientes. ¿Cómo es posible que no
lo hubiera visto antes?
Matoko cogió la taza, con la suspicacia dibujada en el ceño. —¿Hm?
El cargo de Campeón Esmeralda era el honor más grande que el Emperador podía otorgar a
un clan... y llevaba aparejado el favor del Hantei.
Ujiaki sonrió. Obviamente participaremos en el torneo, y nuestro clan cuenta con muchos
de los guerreros y magistrados más fuertes y experimentados. Pero hay alguien que necesita
una oportunidad para demostrar su valía. Alguien al que no se echaría de menos durante sus
constantes viajes por el Imperio...

El rostro de Akodo Toturi onduló sobre la superficie de la fuente de ablución. Arasou. Hotaru.
Tsuko. Y ahora el Campeonato Esmeralda.
Destruyó su reflejo al hundir el cucharón de cobre en la pila y sacar agua fría que se echó
sobre las manos para purificarlas.

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Y Kaede, mi prometida.
Cada uno de ellos era una ola que se extendía por todo el Imperio, y que pronto volverían,
como las ondulaciones que rebotaban en los muros de piedra de la fuente.
—Ah, Akodo-ue. Llegáis bastante temprano —el largo cabello blanco de Akodo Kage se derra-
maba por sus hombros sobre un inmaculado kimono negro sujetado con un hakama marrón y
dorado. El sol brillaba contra sus ojos, arrugados pero penetrantes, y sonrió cálidamente mien-
tras se acercaba— ¿Nervioso el día de vuestra boda?
Toturi asintió. Su anciano maestro sin duda poseería la sabiduría que necesitaba. —No parece
el día de la boda. Tengo demasiadas cosas en la cabeza.
—¿Qué os preocupa?
Toturi respiró hondo antes de levantar la mirada hacia las ramas de un ciruelo rojo, cuyas
hojas se agitaban en la brisa como manos ensangrentadas. —Arasou.
Kage no parecía sorprendido.
Toturi continuó. —Debería haber estado aquí, aceptando a Kaede en nuestra familia, a mi
lado. Siempre bromeaba conmigo sobre Kaede, y ahora ha llegado el día en eso sería verdadera-
mente importante.
—Hotaru, ella...
Toturi se quedó sin palabras, y Kage pareció satisfecho con permitir que el silencio invadiera
su conversación. El viento cálido movió las hojas suavemente, como el murmullo de los espíritus.
¿Qué es lo que harás?
Todavía no había hablado con Hotaru desde aquel día... ni siquiera la había visto. No tenía
forma de saber si aún estaba en Toshi Ranbo, o si ya había vuelto a la Capital Imperial.
—Me pregunto si me enfrentaré a ella en el Campeonato Esmeralda. O puede que con su tío,
Kakita Toshimoko, el que posiblemente sea el duelista más famoso de todo Rokugán.
¿Cómo podría derrotar a la Grulla Gris, si era él a quien Hotaru elegía para competir? Y si
por algún milagro llegara a ganar, Toturi se enfrentaría a preguntas aún mayores.
La capilla se oscureció cuando una nube de lluvia ocultó el sol, y los cielos temblaron como
si estuviera tan convulso como sus pensamientos.
—Pensé que era sólo Tsuko, pero ahora... parece que intentan desterrarme a la corte. Cada día
que no declaro una guerra abierta contra los Grulla, el abismo entre las facciones emergentes de
nuestro clan se va haciendo más profundo.
—Lo peor de todo esto es que todos los senderos están despejados. Simplemente hay...
demasiados.
Kage se rio cortésmente y golpeó la frente de Toturi con su abanico. —Toturi-kun, vuestra
mente siempre ha sido un laberinto.
—Es mi maldición.
—Nunca —se rio Kage—. Arasou siempre os decía que pensáis demasiado, pero es por eso
por lo que él se encuentra donde está y vos estáis aquí.

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Toturi frunció el ceño y sus hombros se envararon ante el comentario, pero la astuta sonrisa
de Kage insinuaba la lección oculta tras sus palabras.
—Toturi-kun —continuó Kage— ¿Recordáis cuando conocisteis a Isawa Kaede? Su padre la
trajo con él al castillo Akodo para negociar los últimos detalles de vuestro compromiso. Teníais
alrededor de ocho años, puede que nueve.
—Tenía ocho años. Lo recuerdo porque Arasou acababa de cumplir seis años.
—Ja, vuestra memoria es la más afilada de las espadas. Vos y Arasou estabais pescando con
lanzas en el estanque del jardín, para consternación de los criados, y que se os uniese una pequeña
y extraña chica Fénix resultó una experiencia de lo más curiosa. La pobre dama Kaede no sabía
nada de pescar, y Arasou se rio de ella. Le dijo que él sería capaz de pescar diez antes de que ella
pudiese pescar tan siquiera uno.
—Simplemente estaba haciendo gala de su orgullo León. Padre le enseñó a ser más fuerte,
rápido y temible que los miembros de cualquier otro clan.
—Tal vez, pero por algún motivo vos no aprendisteis esas lecciones. No visteis a un rival en
Kaede. Visteis a un joven pájaro que aprendería a volar por los cielos, no a un cachorro de león
que pudiese cazar y luchar. También visteis a una niña triste que tal vez no podría pescar ni un
solo pez antes de que Arasou capturase sus diez. ¿Recordáis lo que hicisteis?
—La ayudé a pescar uno.
—Hicisteis más que eso, Toturi-kun. Le gritasteis a Arasou:”¡Allí veo un pez enorme!” y él se
lanzó hacia el extremo posterior del estanque como un caballo desbocado. Sus chapoteos asusta-
ron a todos los peces en dirección a Kaede, y ella logró ensartar uno.
—Había un pez enorme. No estaba mintiendo. Arasou incluso lo pescó.
—Lo hizo, pero fuisteis vos el que hizo que ocurriera. Y lo que es más importante, ayudasteis
tanto a Arasou como a Kaede a coger peces.
Toturi recordó a Kaede y a Arasou de pequeños, sonriendo... Arasou con una risa arrogante
con una trucha inmensa y Kaede llena de una alegría inocente aferrando un delicado espinoso.
—Vuestro hermano tenía su puesto. Cumplió bien su papel. Era un guerrero poderoso y
enérgico que encabezaba las cargas y derramó suficiente sangre como para ser el más feroz y for-
midable Campeón del Clan León de todos los tiempos. Sin embargo, siempre se centró única-
mente en la tarea que tenía entre manos, en un único objetivo. De la misma manera, vos tenéis
vuestro puesto. No os limitáis a ver un único pez a la vez, sino el estanque, la costa y el pescador
que hay en él. Para vos, la situación se ramifica mucho más allá de un único sendero, más allá de
la batalla actual, hasta las docenas de ramificaciones posteriores. Vuestra perspectiva trasciende
a las disputas entre clanes, a la venganza, a la rabia y a los errores insensatos.
Kage cruzó los brazos sobre su pecho como siempre hacía antes de terminar una lección. —Hay
quienes pueden lanzarse contra un único pez y cogerlo, y luego hay unos pocos como vos, capa-
ces de ver dónde debe estar una persona para obtener logros aún mayores. Por eso os eligieron a
vos. Y esta es la razón por la que podéis ser el mejor Campeón Esmeralda posible para el Imperio.

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El recuerdo destelló durante un último instante en la mente de Toturi antes de desapare-
cer. El amable anciano asintió con la cabeza, como siempre lo había hecho en tiempos difíci-
les. Toturi se inclinó ante Kage. —Gracias, senséi. Vuestra sabiduría me ha guiado de nuevo
por el camino correcto.
Kage soltó una risa envejecida pero fuerte. —No mintáis, Toturi-kun. El camino correcto
siempre ha estado ante vos. A veces es necesario un empujón para dar los primeros pasos.
Ahora id y unid vuestra vida con la del joven pájaro que se ha convertido en una brillante ave
fénix. Y recordadle a Kaede que se ha quedado con el hermano amable.
Toturi se inclinó por última vez antes de adentrarse entre los árboles de sakaki donde
comenzaría la procesión nupcial. Los nervios hacían que le temblasen las manos, y que pare-
ciese que su estómago estaba lleno de piedras.
Esta boda es tan inoportuna. Demasiado pronto después del funeral de Arasou, durante
mi lucha de poder con Tsuko y los demás, al borde de la guerra... Quizás deberíamos haberla
pospuesto....
Pero es demasiado tarde.
Ikoma Ujiaki, Akodo Matoko, y el resto del contingente Imperial del Clan del León se unie-
ron a él.
Las campanas del templo comenzaron a repicar, como anunciando este momento y todos
los cambios que traería consigo.
Isawa Kaede entró en el patio del templo llevando un fluido kimono de color blanco con
remates rojos y flores, hojas y pájaros con vetas carmesíes. Un tocado nupcial adornado con
un ave fénix dorada cubría su oscuro cabello, del que colgaban hileras de perlas a cada lado de
su rostro.
Junto a ella caminaba su padre y su señor, Isawa Ujina, el Maestro Elemental del Vacío. Un
joven bushi la seguía, con aspecto de estar completamente perdida, y entonces la reconoció: la
había visto en el dōjō de la Escuela de Mando Akodo, y la distintiva empuñadura de Ofushikai
era un detalle imposible de obviar.
Kaede se inclinó ante Toturi, ofreciendo una sonrisa elegante y nerviosa antes de volverse
hacia las cercanas doncellas del templo.
La vista de Toturi permaneció un último instante centrada en su prometida. Observó la
facilidad con la que seguía la etiqueta del templo, con la que cumplía sus obligaciones socia-
les, y con la que mantenía la nobleza de la ocasión. Podría trabar amistad fácilmente con una
decena de invitados antes de que él se ganara la buena opinión de uno.
Tengo suerte de que sea ella. No me merezco una esposa semejante.
Ocupó su lugar al lado de Kaede, y la procesión atravesó las puertas hasta la zona exterior
de la capilla.
Se detuvieron ante un brasero en llamas, y todos se inclinaron al acercarse un shugenja ata-
viado de bermellón con una rama de cerezo larga y en flor. Entonó un canto a los kami, y su voz

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pura les rogó que otorgasen su bendición
a esta unión. Toturi miró a Kaede. Estaba
tranquila, perdida en el espíritu del canto.
Al sentir la presencia de los kami, sus ojos
se llenaron de una suave luz.
La calidez de la comunión suavizó su
rostro, y Toturi se dio cuenta de que seguía
pudiendo ver huellas de aquella niña de
antaño, que ahora había florecido en una
belleza adulta.
A instancias del shugenja, Toturi recitó
el voto ceremonial. —Seré tu marido. Te
honraré y te aceptaré en mi casa. Te prote-
geré y proveeré para ti, esposa mía.
Las doncellas del templo trajeron tres tazas de sake purificado. Toturi sorbió de cada una de
ellas antes de ofrecérselas a Kaede. A continuación, el sacerdote tiró la rama de cerezo ante sus
pies, murmurando una oración para encenderla como ofrenda final a los kami. Mientras las lla-
mas consumían la madera, Toturi tendió su mano a Kaede, que ella tomó con ternura en la suya,
y entrelazaron sus dedos. Su piel era cálida. El shugenja hizo una oración final de bendición, y
cayó un torrente de pétalos de cerezo de las arboledas circundantes. La oración terminó, y la
novia y el novio quedaron convertidos en uno.
El sacerdote se inclinó ante ambos, y Toturi y Kaede se separaron para reencontrarse con
sus respectivos clanes antes de la recepción. Toturi sintió como sus pulmones se aflojaban, y
suspiró, como si de repente pudiera respirar de nuevo. Se dirigió hacia su clan para encon-
trarse con las tupidas cejas de Ikoma Ujiaki, que apenas lograban disimular la forma en la que
fruncía el ceño tras el resto de los representantes León, todos ellos gloriosamente engalanados
para la ceremonia.
Nuestro clan necesita unidad, aunque para ello sea necesario que yo me quede apartado. El
cisma puede resolverse si me convierto en Campeón Esmeralda y delego el liderazgo del clan en
alguno de mis subalternos. Quizás entonces podamos apartarnos de la guerra, y ellos se considera-
rán partícipes de la decisión.
El Clan del León no puede pagar el precio de la guerra. Rokugán no puede permitirse una gue-
rra en este momento.
Se abrió paso a través de miles de felicitaciones de todos los que le rodeaban antes de regre-
sar y ver a Kaede y su familia acercarse a él. Se había quitado el kimono blanco exterior y ahora
estaba completamente vestida de marrón y oro, con el mon de un león bordado en dorado en
el obi.

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—Esposo mío —llamó. ¿Acaso podía percibir un atisbo de felicidad en su voz?— ¿Nos diri-
gimos al palacio para la fiesta de celebración?
Él asintió, y le ofreció su brazo. Kaede posó su mano en el brazo y los dos guiaron a la comi-
tiva desde la capilla. El peso de su mano le reconfortaba.
Nuestro matrimonio es una unión, una ofrenda de paz para las relaciones entre los clanes del
León y el Fénix, pensó. Ya no soy un sólo hombre, un único soldado. Debo mirar más allá de mí
mismo para ver la perspectiva general.
Levantó la vista del Camino de las esperanzas rápidas hacia el Palacio Imperial, que brillaba
bajo el sol de la mañana.
Debo estar dispuesto para servir a todo Rokugán.

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