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SAN ISIDORO DE SEVILLA

Cómo leer la palabra de Dios


(Libros de las Sentencias, 3, 8-10)
LECTURA/ORA/ISIDORO

La oración nos purifica, la lectura nos instruye. Usemos una y


otra, si es posible, porque las dos son cosas buenas. Pero, si
no
fuera posible, es mejor rezar que leer.

Quien desee estar siempre con Dios, ha de rezar y leer


constantemente. Cuando rezamos, hablamos con el mismo
Dios;
en cambio, cuando leemos, es Dios el que nos habla a
nosotros.

Todo progreso [en la vida espiritual] procede de la lectura y


de
la meditación. Con la lectura aprendemos lo que no sabemos,
con
la meditación conservamos en la memoria lo que hemos
aprendido.

De la lectura de la Sagrada Escritura recibimos una doble


ventaja, porque ilumina nuestra inteligencia y conduce al
hombre
al amor de Dios, después de haberlo arrancado a las
vanidades
mundanas. Doble es también el fin que hemos de
proponernos al
leer: lo primero, tratar de entender el sentido de la Escritura;
y
luego, esforzarnos para proclamarla con la mayor dignidad
posible.
Quien lee, en efecto, busca en primer lugar comprender lo
que lee,
y sólo luego trata de expresar del modo más conveniente lo
que ha
aprendido.

Pero el buen lector no se preocupa tanto de conocer lo que


lee,
cuanto de ponerlo por obra. Es menos penoso ignorar
completamente un ideal que, una vez conocido, no llevarlo a
la
práctica. Por tanto, así como mediante la lectura
demostramos
nuestro deseo de conocer, así luego, tras haber conocido,
hemos
de sentir el deber de poner en práctica las cosas buenas que
hayamos aprendido.

Nadie puede profundizar en el sentido de la Sagrada


Escritura,
si no la lee con asiduidad, como está escrito: ámala y ella te
exaltará, será tu gloria si la abrazas (Pro 4, 8). Cuanto más
asiduo
se es en la lectura de la Escritura, más rica es la inteligencia
que
se alcanza. Es lo mismo que sucede con la tierra: cuanto más
se la
cultiva, más produce.

Hay personas que, siendo inteligentes, descuidan la lectura


de
los textos sagrados. De este modo, con su negligencia,
manifiestan
su desprecio por aquello que habrían podido aprender
mediante la
lectura. Otros, en cambio, tienen deseos de saber, pero su
falta de
preparación les supone un obstáculo. Sin embargo, estos
últimos,
mediante una lectura inteligente y asidua, llegan a conocer lo
que
ignoran los otros, más inteligentes, pero perezosos e
indiferentes.

De igual modo que una persona, aunque sea torpe de


inteligencia, logra sacar fruto gracias a su empeño y a su
diligencia
en el estudio, así el que descuida el don de inteligencia que
Dios
le ha dado se hace culpable de condena, porque desprecia un
don
recibido y lo deja sin dar frutos.
Si la doctrina no está sostenida por la gracia, no llega al
corazón
aunque entre por los oídos. Hace mucho ruido por fuera, pero
no
aprovecha al alma. Sólo cuando interviene la gracia, la
palabra de
Dios baja desde los oídos al fondo del corazón, y allí actúa
íntimamente, llevando a la comprensión de lo que se ha
leído.

*****

Las obras de misericordia


(Libros de las Sentencias, 3, 60)

La palabra misericordia se deriva de compadecer la miseria


ajena. Pero nadie puede ser misericordioso con otro si vive
mal y
no es, por tanto, misericordioso consigo mismo. Quien es
malo
para sí, ¿para quién será bueno?

Ningún pecado puede ser redimido con las limosnas, si se


persiste en él. La indulgencia, fruto de la limosna, se concede
sólo
cuando se desiste de realizar obras perversas. Es verdad que
las
obras de misericordia tienen capacidad de purgar todos los
pecados; pero sólo si quien usa de misericordia procura no
pecar.
Por lo demás, no hay perdón de los pecados cuando la
misericordia se lleva a cabo para cometerlos después
tranquilamente.

No es limosna la que se hace más por causa de gloria que de


misericordia. En efecto, según sea la intención con que cada
uno
la hace, así acepta o no la limosna el Señor. Por eso, quien
apetece alabanza en este mundo por sus buenas obras,
renuncia
a la esperanza y no recibirá en el futuro la gloria de premio.
Más
aún, cuando se alimenta al pobre por jactancia, se convierte
en
pecado incluso la misma obra de misericordia.

Hasta tal punto las obras de limosna borran los pecados y


conducen al reino del siglo futuro que, cuando venga el juez
celestial para el último juicio, dirá a los que estén a su
derecha:
tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de
beber;
era peregrino y me acogisteis; estaba desnudo y me
cubristeis.
Les ofrecerá el premio, diciéndoles: venid, benditos de mi
Padre,
recibid el reino preparado para vosotros. Pero aquellos en los
que
no encuentre ninguna obra de misericordia, oirán la voz del
juez
eterno, que les dice: tuve hambre y no me disteis de comer:
tuve
sed y no me disteis de beber. También les dirá justamente:
apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el
diablo
y sus ángeles (Mt 25, 31-35).

Quien no practica la misericordia en este mundo, no recogerá


el
fruto de la piedad en el otro, como enseña el ejemplo del rico
condenado a las llamas, que se vio obligado a pedir socorro
en el
infierno porque lo negó a su vez en este mundo. Cuando
estaba
entre las llamas, pidió una gota de agua a quien había negado
una
miga de pan. ¡Tarde abrió los ojos el rico! Lo hizo cuando vio
gozoso al pobre Lázaro, a quien había rehusado ver cuando
yacía
a la puerta de su casa (cfr. Lc 16, 19-31).

Pero no sólo usa de misericordia quien practica la liberalidad


con el que tiene hambre o sed, o con el desnudo, o quien
socorre
en algo a cualquier necesitado, sino también quien ama a sus
enemigos, quien tiene afectos de compasión y consuelo hacia
quienes lloran, quien proporciona consejo en cualquier
necesidad.
Todos éstos hacen, sin duda alguna, verdadera limosna. La
limosna de doctrina no es sólo buena, sino mejor que la
misericordia material.

Es necesario compadecer de todo corazón al que pide, aun no


estando necesitado, aunque se finja indigente, aunque utilice,
quizá, la apariencia de una falsa indigencia. El que da con
sencillez
no pierde por eso el fruto de la misericordia.

Si uno es pobre y no tiene nada que dar al necesitado, no


puede poner el pretexto de su indigencia. Según el precepto
del
Salvador, se nos manda ofrecer al pobre un vaso de agua fría.
Si
no tenemos otra cosa, y damos lo que tenemos
bondadosamente,
no perderemos el premio. Por lo demás, si son mayores
nuestras
posibilidades y dispensamos con escasez este don, simulando
pobreza, no engañamos al necesitado, sino a Dios, a quien
no
podemos esconder nuestra conciencia.

Hay dos clases de limosnas: una corporal, dar al necesitado


todo lo que puedas; otra espiritual, perdonar a quien te
hubiera
agraviado. La primera se debe practicar con los indigentes; la
segunda, con los malos. Por tanto, siempre podrás comunicar
algo, si no dinero, al menos perdón. Pero no se debe ofrecer
la
limosna a regañadientes, no sea que, por ir acompañada de
tristeza, perdamos el premio de lo que distribuimos. Nuestra
dádiva
es perfecta cuando la ofrecemos con espíritu de alegría. De
aquí
que diga también el Apóstol: Dios ama al que da con alegría
(2 Cor
9, 7). Es de temer que el pobre reciba lo que le ofrecemos
con
tedio, o que, despreciándola totalmente, se aparte afligido y
triste.

Dar limosna de lo robado a otros no es oficio de misericordia,


sino que es un pecado; por eso dice Salomón: quien ofrece
sacrificio del producto del robo a los pobres es como si
alguien
degollara al hijo en la presencia de su padre (Sir [Vg] 34,
24).
Pues quien se apodera injustamente de lo ajeno, nunca lo
reparte
justamente, ni hace bien a uno lo que se arrebata
injustamente a
otro.

Gran pecado es dar los bienes de los pobres a los ricos, y a


costa de los necesitados alcanzar el favor de los poderosos;
es
como quitar el agua a la tierra árida y seca, para regar a los
ríos,
que no lo necesitan.

Sobre los oficios eclesiásticos

La Eucaristía, nuevo sacrificio; limpieza necesaria para recibirla:

El sacrificio, pues, que ofrecen a Dios los cristianos, por primera vez
lo instituyó Cristo, nuestro Señor y maestro, cuando encomendó a
sus apóstoles su cuerpo y su sangre antes de ser entregado, como
se lee en el Evangelio: Tomó, dice, Jesús el pan y el cáliz, y
bendiciéndolo se lo dio. Y Melquisedec, rey de Salem, fue el primero
que ofreció este sacramento de manera figurada como tipo del
cuerpo y sangre de Cristo, y el primero que en imagen expresó el
misterio de tan gran sacrificio, ostentando la semejanza del Señor y
Salvador nuestro, Jesucristo, sacerdote eterno, a quien se dice: Tú
eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec.

Este sacrificio, pues, se ordenó celebrar a los cristianos,


abandonadas y acabadas las víctimas judaicas, que fueron
mandadas celebrar durante la esclavitud del pueblo viejo. Y así
nosotros hacemos aquello que el mismo Señor hizo en favor
nuestro, lo cual ofreció no a la mañana, sino después de la cena, al
atardecer. Pues de este modo convenía que Cristo cumpliese (las
figuras) hacia el atardecer del día, para que la hora misma del
sacrificio señalase el atardecer del mundo. Y por eso no comulgaron
ayunos los apóstoles, porque era necesario que aquella pascua
típica tuviera lugar antes, y sólo así pasasen al verdadero
sacramento de la pascua (...)

Dicen algunos que, si no lo impide algún pecado, ha de recibirse la


Eucaristía diariamente, pues por mandato del Señor pedimos que se
nos dé este pan cada día, cuando decimos: El pan nuestro de cada
día dánosle hoy. Lo cual, en verdad, justamente lo afirman si lo
reciben con reverencia, devoción y humildad, y no lo hacen
confiando en su justicia (santidad) con presunción de soberbia. Por
lo demás, si hay tales pecados que a uno, como muerto, le aparten
del altar, hay que hacer antes penitencia, y sólo así se ha de recibir
entonces este saludable medicamento. Pues quien comiere
indignamente, se come y bebe su condenación. Y esto es recibir
indignamente, si alguien recibe en aquel tiempo en que debe hacer
penitencia.

Por lo demás, si no hay tan grandes pecados que uno sea juzgado
merecedor de ser apartado de la comunión, no se debe alejar de la
medicina del cuerpo del Señor, no sea que, si se le prohíbe y ha de
abstenerse largo tiempo, se separe del cuerpo de Cristo. Pues es
cosa manifiesta que aquellos viven que se llegan a su cuerpo. De
ahí que también se ha de temer no sea que, mientras uno es
separado por largo tiempo del cuerpo de Cristo, permanezca ajeno a
la salvación, pues dice Él mismo: Si no comiereis la carne del Hijo
del hombre y bebiereis su sangre, no tendréis vida en
vosotros. Pues quien cesó ya de pecar, no deje de comulgar.

(1, 18; BAC 118, 1228-1233)

Sentencias

La Resurrección:

En esta vida tiene lugar el comienzo de la paz que disfrutan los


santos, no su plenitud. Mas entonces se producirá la plenitud
cuando, suprimida la debilidad de la carne, se hallen fortalecidos
para la contemplación de Dios.

La resurrección de los muertos, como dice el Apóstol, se


realizará en la madurez del varón perfecto, en la medida de la edad
que corresponde a la plenitud de Cristo; a saber, en la edad de la
juventud, que no precisa de progreso, y que, sin propensión al
defecto en la perfección, es completa y vigorosa por ambas partes.

Aunque ahora a los hombres fieles se les designe con el nombre de


hijos de Dios, sin embargo, ya que sufren esta servidumbre de la
corrupción sujetos todavía al yugo de la esclavitud, han de recibir
(luego) la plena libertad de los hijos de Dios, cuando esto corruptible
se revista de incorruptibilidad.

Ahora conocemos a Dios por medio de espejo, mas en la vida futura


cada uno de los elegidos se hará presente a Dios cara a cara, a fin
de contemplar la misma hermosura que ahora se afanan en conocer
a través de un espejo.

En esta vida decimos que la Iglesia de Dios se integra por el número


de los elegidos, que corresponden a la derecha, y el de los
réprobos, que irán a ocupar la izquierda; pero al fin del mundo
ambos serán separados como la cizaña del trigo.
(1, 26; BAC 321, 295-296)

Sobre los varones ilustres

San Leandro, defensor de la fe:

Leandro, hijo de Severino, natural de Cartagena, fue, primeramente,


monje, y después, metropolitano de la Bética. Era hombre de
condición apacible, de extraordinaria inteligencia y de preclarísima
moralidad y doctrina. La conversión de los visigodos, de la herejía
arriana a la fe católica, fue fruto de su constancia y prudencia. Antes
había sufrido destierro, y aprovechó este tiempo para redactar dos
volúmenes contra los arrianos y una exhortación, a su hermana
Florentina, sobre la vida consagrada y el desprecio del mundo.

Trabajó asiduamente en la restauración litúrgica, arregló el Salterio y


compuso sentidas melodías para la santa misa, laudes y salmos.
Escribió variedad de cartas al papa Gregorio, a su propio hermano y
a varios prelados. Gobernó su diócesis en tiempos del rey
Recaredo.

(41; Liturgia de las Horas)

Historia de los godos

«Laudes Hispaniae»:

Eres, ¡oh España!, la más hermosa de todas las tierras que se


extienden del Occidente a la India; tierra bendita y siempre feliz en
sus príncipes, madre de muchos pueblos. Eres con pleno derecho la
reina de todas las provincias, pues de ti reciben luz el Oriente y el
Occidente. Tú, honra y prez de todo el orbe; tú, la porción más
ilustre del globo. En tu suelo campea alegre y florece con
exuberancia la fecundidad gloriosa del pueblo godo.

La pródiga naturaleza te ha dotado de toda clase de frutos. Eres rica


en vacas, llena de fuerza, alegre en mieses. Te vistes con espigas,
recibes sombra de olivos, te ciñes con vides. Eres florida en tus
campos, frondosa en tus montes, llena de pesca en tus playas. No
hay en el mundo región mejor situada que tú; ni te tuesta el ardor
del sol estivo, ni llega a aterirte el rigor del invierno, sino que,
circundada por ambiente templado, eres con blandos céfiros
regalada. Cuanto hay, pues, de fecundo en los campos, de precioso
en los metales, de hermoso y útil en los animales, lo produces tú.
Tus ríos no van en zaga a los más famosos del orbe habitado.

Ni Alfeo iguala tus caballos, ni Clitumno tus boyadas, aunque el


sagrado Alfeo, coronado de olímpicas palmas, dirija por los espacios
sus veloces cuádrigas, y aunque Clitumno inmolara antiguamente
en víctimas capitolinas ingentes becerros. No ambicionas los
espesos bosques de Etruria, ni admiras los plantíos de palmas de
Molorco, ni envidias los carros alados, confiada en tus corceles.
Eres fecunda por tus ríos, y graciosamente amarilla por tus torrentes
auríferos; fuente de hermosa raza caballar. Tus vellones purpúreos
dejan ruborizados a los de Tiro. En el interior de tus montes fulgura
la piedra brillante de jaspe y mármol, émula de los vivos colores del
sol vecino.

Eres, pues, ¡oh España!, rica de hombres y de piedras preciosas y


púrpura, abundante en gobernadores y hombres de Estado; tan
opulenta en la educación de los príncipes, como bienhadada en
producirlos. Con razón puso en ti los ojos Roma, la cabeza del orbe;
y aunque el valor romano vencedor se desposó contigo, al fin el
floreciente pueblo de los godos, después de haber alcanzado el
triunfo sobre los romanos, te arrebató y te amó, y goza de ti lleno de
felicidad entre las regias ínfulas y en medio de abundantes riquezas.

(Prefacio; Huber 2, 419-421)

Etimologías

El Sol, la Luna y los eclipses:

El sol, saliendo, hace el día, y ocultándose, la noche; porque el día


es sol sobre la tierra y la noche es sol bajo la tierra. De él proceden
las horas; de él, los días cuando se levanta; de él, las noches
cuando se oculta; por él se enumeran los meses y los años, y de él
proceden las variaciones de los tiempos.

Cuando llega el mediodía está más cerca de la tierra; cuando está


cerca del septentrión se levanta más alto. Dios le ordenó cursos,
tiempos y lugares diversos para que no pereciera todo, como
ocurriría si estuviera siempre en el mismo sitio, como dice San
Clemente: Recibió (el sol) cursos diversos, por razón de los cuales
recibe diversa temperatura, según los tiempos, observando el orden
de variaciones y vicisitudes. Pues subiendo más alto forma la
primavera; cuando llega a lo más alto del cielo enciende los fuegos
del estío: volviendo de nuevo a bajar templa sus calores, y cuando
llega finalmente al círculo más inferior, nos deja el rigor del invierno.

El sol sale por oriente, pasa por el mediodía y después que ha


llegado al ocaso y se sumerge en el océano, va por vías
desconocidas bajo la tierra y vuelve de nuevo a salir por el oriente.

Dicen los filósofos que la luna tiene luz propia y que una parte de
ella es lúcida y la otra obscura y que, dando vueltas poco a poco, va
adoptando diversas formas.

Otros, por el contrario, dicen que la luna no tiene luz propia, sino
que es iluminada por los rayos del sol, y de aquí que sufra eclipses
si entre ella y el sol se interpone la sombra de la tierra. El sol está
más alto que la luna, y de aquí que cuando ésta permanece bajo él
queda iluminada la parte superior, pero la inferior que mira a la tierra
está obscura (...)

La luna está más cerca de la tierra que el sol; de aquí que siendo su
órbita más breve, la recorra antes, pues el camino que el sol recorre
en trescientos sesenta y cinco días lo hace la luna en treinta días;
por eso ya los antiguos determinaron por la luna el curso de los
meses y por el sol el de los años.

Eclipse de sol tiene lugar cuando la luna trigésima llega a la misma


línea en que está el sol y, poniéndose delante, le quita la luz y
parece que falta el sol, porque se le pone delante la luna.

El eclipse de luna tiene lugar siempre que cae en la sombra de la


tierra, pues no teniendo luz propia, sino que la recibe del sol, deja
de recibirla si entre ella y el sol se interpone la tierra.

Dura este eclipse de la decimoquinta luna hasta que salga de la


sombra proyectada por la tierra que se interpone y vea de nuevo al
sol o sea vista por él.

(3, 50-52.56-58; BAC 67, 92-93)

El cobre y el hierro:

Aes (cobre): se llama así porque brilla como el oro y la plata. Entre
los antiguos se conoció el uso del cobre antes que el del hierro; con
cobre araban la tierra, con él se armaban para la guerra y se tenía
en gran precio el cobre, en tanto que se rechazaba el oro por su
inutilidad; hoy ocurre lo contrario (...)

El cobre se destinó después para hacer estatuas, vasos, adornos de


edificios, y principalmente en tablas de cobre se escribieron las
constituciones de los pueblos para perpetua memoria.

Cobre de Chipre: se dice así porque en esta isla fue encontrado


primeramente. Se hace de una piedra muy rugosa que se
llama cadmia; este cobre es muy dúctil, y si se le agrega plomo,
toma color purpúreo.

Auricalco, dicho así porque tiene el brillo del oro y la dureza del
cobre; es nombre compuesto' de la lengua latina y griega, pues el
cobre en lenguaje griego se llama jalkos. Se hace del cobre;
aplicándolo a un fuego muy fuerte y agregándole otras materias, se
produce el cobre de oro.

Corintio: es una mezcla de todos los metales; se formó fortuitamente


en Corinto cuando fue incendiada por los invasores; pues habiendo
tomado esta ciudad Aníbal mandó reunir todas las estatuas de oro,
plata y cobre que había en ella e hizo una inmensa hoguera. El
derretido de todo esto lo cogieron los artífices e hicieron vasijas, y
se formó esta mezcla de todos los metales, que no era ni oro, ni
plata, ni cobre; por lo cual hasta hoy día se llama de Corinto a este
metal y vasos corintios a los fabricados con él. Hay de tres clases:
uno blanco que se acerca más a la plata; otro en que aparece
dominante la naturaleza del oro, y un tercero, en que es más igual la
proporción de los tres metales.

Coronarium: es el cobre reducido a láminas finas, y que, pintado con


sangre de toro, pone una semejanza de oro en las coronas de los
histriones, y de aquí recibe el nombre.

Pyropum, llamado así por su color de fuego; pues si a cada onza de


cobre se le agregan seis escrúpulos de oro, se forma una lámina
muy fina, que resplandece como el fuego y por eso recibe el nombre
de pyropo.

Cobre regular es el que otros llaman dúctil, como el cobre de Chipre.

Dúctil: se llama así porque se trabaja con el martillo como, por el


contrario, se llama fusible el que solamente se funde; tal es
el caldarium que no admite más que la fundición, porque es frágil al
martillo. El cobre diligentemente purgado de vicios y escorias se
convierte siempre en cobre regular.

Existe también el llamado cobre de Campania, que se produce en la


Campania, provincia de Italia; es muy estimado para vasos y
utensilios.

El cobre se disgrega con los grandes fríos; produce con rapidez el


cardenillo, a menos que se unte con aceite; se puede conservar
también, según dicen, con pez líquida.

Entre todos los metales, el cobre es muy sonoro y de mucha


fortaleza, y por eso se emplea para hacer aenea limina, puertas de
cobre; de ahí que diga Virgilio: In foribus cardo stridebat aenis (el
quicio chirriaba con sus puertas de cobre). Escorias del cobre son la
piedra cadmia y la calcites. La cadminia es el moho del cobre, y
la piedra calcítica, la flor.

Cadmia: se forma en los hornos de cobre y de plata, con un olor


característico. La misma piedra de la cual se saca el cobre se
llama cadmia, y se encuentra en los hornos, y por eso recibe este
nombre.

Flor de cobre: se obtiene de la fundición del cobre, y cuando se


enfría queda por encima. Por su rápida condensación la flor queda
separada del cobre.
El cobre forma también el orín, aerugo; puestas unas láminas de
cobre sobre un vaso que tenga vinagre fuerte y sobrepuestos
sarmientos comienza a destilar en el mismo vinagre; estas
destilaciones se machacan después y se criban.

Ferrum (hierro): se llama así porque entierra la farra, es decir, las


semillas de los frutos de la tierra (...).

El hierro fue encontrado después de otros metales, y su estimación


pasó a ser oprobio, pues lo que primeramente servía para hendir la
tierra y hacerla producir se empleó después para derramar la
sangre. Ningún cuerpo hay que tenga sus elementos tan densos y
unidos como el hierro, por lo cual une en sí la dureza con el frío. El
hierro se encuentra en casi todas partes; pero, entre todas las
clases, el mejor es el hierro de Tartaria; los tártaros lo exportan al
mismo tiempo que sus sedas y pieles. El segundo lugar lo ocupa el
hierro de los partos; ninguna otra clase de hierro se templa con tanta
dureza como éstos; los demás son más blandos.

La diferencia del hierro es mucha según la clase de tierra donde se


encuentra; pues unos son blandos, asemejándose al plomo, aptos
para uso de clavos y ruedas; otros son frágiles, cobrizos, adecuados
para labrar la tierra; otros sólo son idóneos para cosas pequeñas,
como puntillas para sandalias; otros enmohecen fácilmente. Estas
diferencias de deben a la strictura (temple).

(16, 20; 16, 21, 1-3; BAC 67, 404-405)

Sentencias de San Isidoro(1)

Las Sentencias de San Isidoro es tal vez la obra más leida durante la
Edad Media. Lo atestiguan los miles de manuscritos copiados durante
toda la época previa a la aparición de la imprenta. Se trata de un
compendio de fe (libro I) y de moral (libro II). Por el aspecto sistemático
preludia la escolástica. El libro I (De Summo bono) trata en 30 caps. los
atributos divinos y el conoc. de Dios; su eternidad; la creación del
mundo; el mal; los ángeles y la naturaleza humana; Cristo y los Santos;
la Iglesia, las herejías y el paganismo; las diferencias entre el A.T. y el
N.T.; sobre el Símbolo de la fe, el bautismo y los sacramentos; la
Escatología. Los libros II y III sobre las virtudes teologales, la gracia y
las virtudes en general. La obra en primera instancia parece destinada a
la formación del clero. Fue escrita entre el 612 y el 615 en plena madurez
intelectual y pastoral del santo.

El género literario de la sentencia tiene varios orígenes. Es probable que


San Isidoro, asiduo lector de las Morales de San Gregorio Magno,
hubiera recordado la siguiente afirmación: "... gusta hablar por sentencia
el que no desea expresar solamente lo que sabe, sino sentir por
experiencia lo que dice". Esto parece recoger en el libro II al definir la
sentencia de la siguiente manera:

"Habla juiciosamente por sentencia quien siente la


verdadera sabiduría, gustando su interno sabor.
Porque sentencia deriva de sentir. Por ello, los
presuntuosos, que hablan sin humildad, lo hacen basados en
sola la ciencia, no en la experiencia vital." Sentencias, II,
cap. 29,10.

Los textos que aquí presentamos tomados del libro II pueden darnos un
marco de referencia del proceso seguido en la asimilación de los pueblos
bárbaros a lo que será la españa visigótica cristiana.

CAPITULO IX

EL COMBATE DE LOS CONVERSOS

1. Todo converso que desee hollar pronto cualquier incentivo carnal y se


esfuerce en ascender a la cumbre de las virtudes, no debe abatirse si
acaso sufre todavía alguna contrariedad por las molestias de la carne,
porque el dador de los bienes sabe contrarrestar la oposición del vicio
con el antídoto de la virtud.

2. Entonces cada uno conoce que está más abrumado por la fuerza del
vicio cuando ha llegado al conocimiento de Dios, a la manera como el
pueblo de Israel era agobiado por los egipcios con un peso mayor cuando
Moisés le descubría el conocimiento de Dios.

3. En efecto, los vicios, antes de la conversión, mantienen con el hombre


una especie de alianza; mas, cuando se les extirpa, se alzan con una
fuerza más impetuosa. Así, pues, resulta hostil al converso lo que
dulcemente le lisonjeaba cuando era pecador; y, al contrario, resulta
propicio al converso lo que, siendo pecador, le era contrario.

4. El siervo de Dios sufre numerosas dificultades por el recuerdo de las


acciones pasadas; y muchos después de la conversión, contra su
voluntad, tienen que soportar aún el incentivo de la pasión; mas esto no
lo sufren para su condena, sino para su estímulo, a saber, para que tengan
siempre, a fin de sacudir su inercia, un enemigo a quien resistir, con tal
que no consientan. Por donde conocen los siervos de Dios que ellos
ciertamente han sido purificados de sus pecados, pero que, no obstante,
se ven todavía atormentados por las molestias de torpes pensamientos.
5. A la conversión precede la multitud de los pecados; tras la conversión
sigue un gran número de tentaciones. Aquéllos se oponen a que nos
convirtamos a Dios; éstas se interponen para que no contemplemos a
Dios con la franca mirada del corazón. La perturbación originada de una
y otra parte engendra en nosotros el desconcierto y a menudo impide
nuestra atención con muy diversos engaños.

6. Es útil al siervo de Dios que sea tentado después de la conversión, a


fin de que del abandono negligente, a impulso de los vicios, pase a
disponer su ánimo para las virtudes mediante la lucha contra el pecado.

CAPITULO X
LA CONVERSIÓN DEFICIENTE

I. Una conversión defectuosa lleva a muchos a los errores pasados y les


echa a perder para el resto de su vida. El ejemplo de éstos debe, pues,
evitarlo todo converso, no sea que, por empezar con desidia el servicio
de Dios, se halle de nuevo implicado en los extravíos mundanos.

2. El que es negligente en su conversión, no se da cuenta que las palabras


ociosas y los pensamientos vanos son perjudiciales, porque, si vigilase su
desidia espiritual, al punto temería como horrendo y atroz aquello que
consideraba sin importancia.

3. En toda obra buena hay que temer el fraude y la desidia. Cometemos


fraude con Dios cuantas veces, a causa de nuestras buenas obras, nos
alabamos a nosotros mismos y no a Dios. Y practicamos la desidia
siempre que por abandono realizamos negligentemente las obras de Dios.

4. Toda profesión de este mundo tiene cultivadores celosos y resueltos a


ponerla en práctica; y esto es lógico que suceda porque tienen presente la
recompensa de su trabajo. Mas el arte del divino servicio tiene muchos
discípulos negligentes, tibios, endurecidos por la inercia de su pereza; y
esto acontece por cuanto su labor no se ordena a una recompensa en esta
vida, sino en la futura. Así, pues, dado que la retribución del salario no
alcanza en seguida a su trabajo, languidecen casi perdida la esperanza.
De ahí que una brillante gloria aguarde a aquellos que llevan a término,
con un resultado más positivo, los principios de la conversión a una vida
ejemplar y que con tanta mayor brillantez se disponen a merecer el
premio cuanto con mayor firmeza comienzan y llevan a término los
trabajos del arduo peregrinar.

5. Algunos, en el fervor primero de la conversión, se aplican a las


virtudes; mas, cuando van progresando, se aplican con tanto exceso a los
asuntos terrenos, que se ennegrecen con el polvo del apetito más vil; por
lo que el Señor dice acerca de las simientes: El sembrado entre espinas es
el que oye la palabra de Dios y, a causa de las preocupaciones mundanas
o de la seducción de las riquezas, ahoga la palabra, y resulta infructuoso

6. Los recién convertidos no deben ocuparse de asuntos materiales.


Porque, si se enredan con ellos, al punto, cual arbolillos plantados, que
todavía no tienen solidez en su raíz, son sacudidos a la vez que aridecen

7. A veces aprovecha a los conversos, para la salud del alma, el cambio


de lugar, pues a menudo, con el cambio de lugar, se muda también el
afecto del alma. Por ello, es conveniente ser arrancado, incluso
corporalmente del sitio donde uno se entregó a los placeres, ya que el
lugar en que uno vivió disolutamente trae a la consideración de su mente
todo aquello que en él continuamente pensó y realizó.

CAPITULO XI
LOS EJEMPLOS DE LOS SANTOS

I. En orden a la conversión y enmienda de los mortales, aprovechan en


gran manera los ejemplos de los santos, pues las costumbres de los
incipientes no pueden perfeccionarse en el bien vivir de no ser
modeladas a ejemplo de los maestros de la perfección.

2. Mas los réprobos no atienden las lecciones de los buenos para


imitarlas en orden a mejorarse, sino que se proponen los ejemplos de los
malos, que les sirven para empeorar en la corrupción de sus costumbres.

3. Las caídas y la penitencia de los santos se narran por esta finalidad:


para que infundan a los hombres la confianza de la salvación, a fin de
que nadie, después de la caída, desconfíe del perdón, si practica la
penitencia, cuando ve que también la recuperación de los santos tuvo
lugar después de la caída.

4. Deben conocer los que están entregados al vicio cuán útilmente para
ellos se les proponen los ejemplo de los santos; a saber, o bien para que
tengan modelos que imitar en orden a la enmienda, o por lo menos para
que, al compararse con éstos, experimenten un castigo más duro por su
desobediencia.

5. Dios ha propuesto las virtudes de los santos para ejemplo nuestro con
este fin: para que de la misma manera que, si les imitamos, podemos
conseguir los premios de la justicia, así también, si persistimos en el mal,
tendremos castigos más dolorosos.
6. Porque, si faltasen, como estímulo para el bien, los preceptos divinos
que nos lo muestran, nos bastarían como orientación los ejemplos de los
santos. En cambio, puesto que Dios nos amonesta con sus preceptos y
nos propone ejemplos de bella conducta en la vida de los santos, no
tenemos ya excusa de nuestro pecado, puesto que todos los días la ley de
Dios resuena en nuestros oídos y conmueven lo íntimo de nuestro
corazón los testimonios de santas obras.

7. Y si a menudo hemos seguido los ejemplos de los malos, ¿por qué no


hemos de imitar las acciones de los santos, encomiables y gratas a Dios?
Y si fuimos capaces de imitar en el vicio a los perversos, ¿por qué somos
negligentes en seguir a los justos por la senda del bien?

8. Hemos de suplicar a Dios, a fin de que las virtudes que preparó a los
santos para su corona, nos sean ofrecidas para beneficio nuestro no para
castigo. Mas aprovecharán para nuestro bien si nos decidimos a imitar
tan grandes ejemplos de virtud. En cambio, si los rechazáramos en lugar
de imitarlos, servirán para nuestra condena, porque, a pesar de
conocerlos, rehusamos ponerlos en práctica.

9. Muchos imitan la vida de los santos, y (así) de la conducta de otro


toman el modelo de virtud, como cuando se propone un retrato, y a
semejanza de él se obtiene el dibujo. Así resulta parecido al modelo
quien vive a semejanza de él.

10. Quien imita a un varón santo es como si contemplase un ejemplar y


se mirase en él como en un espejo, con el fin de aportar cuanto de virtud
reconoce que le falta. Porque el hombre se analiza peor cuando lo hace
personalmente; pero, cuando contempla a otro, corrige el defecto de luz.

11. Es propio de varones ya perfectos obrar la justicia no a imitación de


un santo cualquiera, sino contemplando la misma Verdad, a cuya imagen
han sido creados. Esto indica la frase: Hagamos al hombre a nuestra
imagen y semejanza 34, porque al conocerla imita la propia divinidad, a
cuya imagen ha sido creado. Así, pues, este tal es tan perfecto, que no
necesita del hombre como guía para la santidad, sino que, mediante su
contemplación, imita la propia santidad.

12. Los ejemplos de los santos, que edifican al hombre, hacen que las
distintas virtudes revistan un carácter sagrado: la humildad, por Cristo; la
devoción, por Pedro; la caridad, por Juan; la obediencia, por Abraham; la
paciencia, por Isaac; el sufrimiento, por Jacob; la mansedumbre, por
Moisés; la constancia, por Josué; la benignidad, por Samuel; la
misericordia, por David; la templanza, por Daniel; y así, en las restantes
virtudes de los justos que nos precedieron, el varón santo considera, al
imitarlas, el esfuerzo, la moderación, la rectitud y el espíritu de
penitencia con que se practicaron.
CAPITULO XII
LA COMPUNCIÓN DEL CORAZÓN

1. La compunción del corazón es el sentimiento de humildad del alma


acompañado de lágrimas que brota del recuerdo de los pecados y del
temor al juicio.

2. El sentimiento de compunción más perfecto en los conversos es aquel


que aparta de sí todo afecto a los deseos de la carne y que fija la
atención, con toda la intensidad del alma, en la contemplación de Dios.

3. Doble es la compunción con que el ánimo de cualquier elegido se


duele por amor a Dios; esto es: una, cuando reconoce la malicia de sus
obras; otra, cuando suspira por el deseo de vida eterna.

4. De cuatro clases son los sentimientos que mueven a compunción el


alma del justo con dolor saludable; a saber: la conciencia de los delitos
pasados, el recuerdo de las penas futuras, el pensamiento de su
peregrinar a lo largo de esta vida, el deseo de la patria celeste, con la
decisión de llegar a ella cuanto antes.

5. Cualquiera que por el recuerdo de los pecados se aflige hasta


lamentarse, debe saber que entonces le asiste la presencia de Dios
cuando le avergüenza interiormente aquello que recuerda haber
cometido, y, al arrepentirse, ya lo castiga en su conciencia. En efecto,
Pedro lloró en el momento en que le miró Cristo. Por lo cual dice el
salmo: Miró, y la tierra se conmovió y tembló.

6. El paso de Dios constituye una fuerza interior en el corazón del


hombre merced a la cual brotan los buenos deseos a fin de destruir los
malos. Así, pues, cuando surgen en el corazón humano estos deseos,
hemos de saber que entonces Dios asiste con su gracia al corazón
humano. Por tanto, entonces debe el hombre excitarse más a la
compunción cuando se da cuenta que Dios opera en su interior.

7. De qué modo el alma del varón justo se vea afectada por la verdadera
compunción y cuán debilitada vuelva 1 por la grandeza de la luz que
contempló, puede saberlo aquel que experimentó ya algo de ello.

8. Los hay que se constituyen en sus acusadores no a causa de la


verdadera compunción del corazón, sino tan sólo reconocen que son
pecadores por este motivo: para encontrar un lugar en la santidad merced
a la falsa humildad en confesarlo.

SAN ISIDORO DE SEVILLA


Escritor eclesiástico del s. VII, erudito, obispo de
Sevilla, último Padre de la Iglesia occidental, Doctor de
la Iglesia.

Vida. N. probablemente en Sevilla ca. el 560. Sus


padres, Severiano, perteneciente a una ilustre familia
hispanorromana, y Teodora, de ascendencia
probablemente goda, vivían en Cartagena, donde
nacieron Leandro (v.), Fulgencio y Florentina (los tres
llegaron a santos). Se trasladan a la provincia hética, y
allí n. Isidoro. Debieron de morir muy pronto, y la
educación de I. quedó a cargo de sus hermanos,
especialmente de Leandro. Por el 583, cuando éste se
encontraba en Constantinopla, I. descollaba ya por su
talento empleado en defensa del catolicismo. En el 600
muere Leandro y es elegido I. para sucederle en la
sede de Sevilla, donde continúa la obra de su hermano,
llegando a constituirse en símbolo del apogeo religioso
y cultural de la Enseñanza visigoda del s. vli. M. el 4
abr. 636. Celebra su fiesta el 4 de abril. Declarado
Doctor de la Iglesia por Inocencio XIII, el 25 abr. 1722.

El Pastor. Su labor podemos considerarla en una doble


vertiente: como pastor y como erudito. En el primer
aspecto destaca su espíritu organizador, que se
manifestó en la reestructuración de la Iglesia visigoda
en España. Presidió el Sínodo II de Sevilla (619) y el IV
Conc. de Toledo (633), de máximo influjo por haber
marcado la pauta de aquellas asambleas de carácter
político-religioso y haber unificado la disciplina litúrgica
española y redactado una de las fórmulas trinitarias y
cristológicas más precisas (cfr. Denz.Sch. 485).

Su interés fundamental se centró en la formación


cultural y ascética del clero. A este fin dispuso la
erección de escuelas episcopales en Sevilla, que
sirvieron de modelo a otras similares fundadas en
Toledo y Zaragoza. Grande f-e también su influjo en la
vida monástica española, ptimoviendo la creación de
escuelas monacales y sobre todo con la Regla por él
compuesta y titulada Regula Monachorum. Puesta en
duda la autenticidad de esta obra, hoy la defienden
generalmente los críticos, si bien se reconoce que el
autor se ha inspirado en la Regla de S. Benito (v.) e
incluso en las de S. Pacomio (v.) y Casiano (v.). Son
ciertamente originales la distribución del escrito y
algunos elementos nuevos por él introducidos. En
cualquier caso la pieza, con sus 24 capítulos, presenta
una visión armónicamente ordenada y completa de la
vida monástica con toda la variada gama de
actividades del monje. Apoyándose en sus escuelas
episcopales y sobre todo en los monasterios, cuya
propagación tanto fomentó, I. elevó considerablemente
el nivel cultural y religioso del pueblo visigodo.

El erudito. I. es una de las figuras más relevantes de la


literatura universal. Su producción escrita, de carácter
enciclopédico, se refiere a los campos más variados del
saber. Aunque no cita generalmente sus fuentes puede
decirse que su obra es un bello mosaico de sentencias
de autores tanto eclesiásticos como paganos. Una
buena tarea de la crítica moderna consiste en ir
descubriendo las fuentes donde cada obra isidoriana se
ha inspirado. Por lo demás su estilo es sencillo,
elegante y preciso. Su principal mérito ha consistido en
trasmitir a la posteridad toda la cultura de su tiempo.

De sus escritos existen dos catálogos antiguos: la


Praenotatio librorum divi Isidori, de su contemporáneo
y amigo S. Braulio (v.) de Zaragoza y el que ofrece S.
Ildefonso (v.) de Toledo en el cap. 9 de su De viris
illustribus. Los distribuiremos con un cierto orden
lógico.

1) Tratados dogmáticos y litúrgicos. El mejor de todos,


Sententiarum libri tres, es un verdadero compendio de
teología, a modo de Suma Teológica. Se ha valido de
S. Agustín y de las Moralia de S. Gregorio, y a su vez
ha servido de base al Maestro de las Sentencias, Pedro
Lombardo (v.), gozando por ello de alta estima en la
Edad Media. De fide catholica contra ludaeos, dedicada
a su hermana Florentina; es un escrito apologético
mesiánico. De haeresibus, libro sobre las herejías en el
que sigue muy de cerca a S. Agustín y S. Jerónimo. De
ecclesiasticis officüs, dirigido a su hermano Fulgencio;
es una exposición del todo original acerca de la
evolución del culto, de los sacramentos y de la liturgia
(la parte) y del desarrollo de los ministros y jerarquía
(2a parte). Fue una obra muy manejada por los
clérigos de la Edad Media.

2) Obras exegéticas y bíblicas. Comentó casi todos los


libros del A. T. En Mysticorum expositiones
sacramentorum seu quaestiones in Vetus Testamentum
expone el sentido típico del Pentateuco, de los Jueces y
de los Reyes. Allegoriae Sacrae Scripturae. Expositio in
Canticum Canticorum. Proaemia in libros Veteris ac
Novi Testamenti en que ofrece notas introductorias al
canon de la S. E. El De ortu et obitu Patrum
(nacimiento y muerte de los Patriarcas) reseña la vida
de los personajes bíblicos más salientes, y el De
numeris qui in Sacra Scriptura occurrunt es una
interpretación mística de los números que van saliendo
en la Biblia, inspirándose en los libros simbólicos de S.
Agustín y en el De Arithmetica, de Marciano Capella,
autor de fin del s. iv.

3) Escritos profanos. Especial importancia tienen, no


tanto por su espíritu crítico cuanto por su valor como
fuentes, las obras de carácter histórico. Su Chronicon
Maior es una historia universal que se basa en la de
julio Africano, Eusebio (v.) de Cesarea, S. Jerónimo
(v.) y Víctor, y llegaba hasta el 615. La Historia de
regibus Gothorum ofrece particular interés para la
historia española, ya que adosa también al final unos
apéndices sobre los reyes suevos y vándalos. En el De
viris illustribus imita y sigue a S. Jerónimo y a Genadio
(v.) en sus obras homónimas, pero presta especial
atención a los personajes españoles (v. PATRóLOGOS).
Los 27 Epigrammata en dísticos, atribuidos a I., y cuya
autenticidad está asegurada desde los exhaustivos
estudios de H. Beeson, constituyen una interesante
aportación a la historia de la cultura.

Como filósofo nos dejó De natura rerum, que tuvo


como fuente probable el Hexameron de S. Ambrosio, y
en el que se ofrecen los conocimientos básicos de la
naturaleza. Esta obra se complementa con el De ordine
creaturarum, escrito filosófico-teológico en 15 libros,
que presenta una síntesis sobre la tierra y el espacio,
pero además expone brevemente la Trinidad y la
esencia de los seres espirituales. De índole ético-
filosófica es también el Liber lamentationum,
compendio de reflexiones teóricas y de consejos
prácticos en forma dialogada.

Tres libros nos han conservado fundamentalmente sus


conocimientos lingüísticos: Dif ferentiarum libri duo,
especie de diccionario de sinónimos, cuya fuente
inspiradora fue tal vez el De Orthographia de Agrecio,
gramático del s. v. El Synonymorum libri duo, similar al
anterior. Por último, las Etymologiae, que consta de 20
libros, compuestas al final de su vida a instancias de S.
Braulio. Es una obra fundamentalmente lingüística que
ha utilizado con profusión innumerables fuentes,
muchas de ellas de segunda mano, que no cita por lo
general. Se trata de una verdadera enciclopedia, donde
se reúne todo el saber antiguo y se trasmite
sistemáticamente jerarquizado a la posteridad. Su
Epistolario, compuesto por 11 cartas, siete de las
cuales van dirigidas a S. Braulio, son de un gran
interés para conocer el proceso de formación de las
Etimologías.

4) Apócrifos. Como obras falsamente atribuidas a I.


han circulado las Decretales Pseudoisidorianas,
colección de decretales pontificias muy divulgada bajo
su nombre en la Edad Media, la Commonitiuncula ad
sororem y el Liber de varüs quaestionibus que parece
ser del adopcionista Félix de Urgel (v.
ADOPCIONISMO).

Su influjo. Su fama no se redujo a la península Ibérica;


atravesó los Pirineos y se abrió paso primeramente en
Francia y después, por obra de los monjes irlandeses,
sus escritos se difundieron por toda la cristiandad. De
las Etimologías se conservan hoy aproximadamente un
millar de códices manuscritos, lo que nos permite
aventurar que en la Edad Media, teniendo en cuenta
las pérdidas y deterioros inevitables, debieron de
existir unos diez mil ejemplares, cifra verdaderamente
sorprendente e indicadora de la amplia difusión de la
obra más conocida de I. Sólo un siglo después de su
muerte pasaron los Pirineos 54 copias de esta magna
enciclopedia. Pero otros escritos menores gozaron
igualmente de justa fama. Su De fide catholica fue
traducida al alemán en el s. vIII por Murbach, y en el
siglo anterior el francés Aldelmo cita ya en Epistola ad
Acircium la obra filosófica isidoriana De natura rerum.
Según J. Madoz, buen conocedor de la obra de I.,
puede afirmarse que «el Medievo estudió y pensó bajo
el signo de Isidoro».

BIBL.: Ediciones: F. ARÉVALO, S. Isidori Hispalensis episcopi Hispaniarum doctoris opera omnia, 7 vol., Roma
1797-1803 (reproducida en: PL 81-84); G. BECKER, De natura rerum, Berlín 1857; TIt. MOMMSEN, Chronica
minora, en MGH, Auctores antiquissimi, XI, 1894; W. M. LINDSAY, Isidori Hispalensis episcopi etymologiarum
libri XX, Oxford 1911; A. C. VEGA, De haeresibus, El Escorial 1935; J. FONTAINE, Traité de la nature, Burdeos
1960; L. CORTÉS GÓNGORA y S. MONTERO DÍAZ, Etimologías, BAC, Madrid 1951; VARIOS, Santos Padres
Españoles, II, BAC, Madrid 1971 (ed. crítica bilingüe).

F. MENDOZA RUIZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991

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