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CAPÍTULO 7
Llamados a vivir la vida cristiana en plenitud
No puede faltar en un manual de teología espiritual el estudio de un punto tan
fundamental como es la llamada a vivir la vida cristiana en plenitud. Así lo han entendido
hasta nuestros días los distintos tratados de espiritualidad al estudiar la santidad y la
perfección cristiana. Después de 1990, con Juan Pablo II, la santidad se vuelve, en cierta
forma, más accesible, se habla más de santidad y se analiza la manera de alcanzarla; esto
deja ver un anhelo de perfección.
Hay sin duda un llamado a la plenitud, a la santidad, a la perfección. Pero es algo que
se va haciendo camino, crece, busca llegar a una madurez espiritual. El crecimiento ha de
estar presente en la misma vida cristiana, la vida sin crecimiento es una contradicción. El
hombre, por la vida sacramental, vive en Cristo, estos sacramentos permiten un crecimiento
en la fe y una plenitud de vida cristiana. Por lo cual, los sacramentos no solo dan la gracia
sino también un cambio ontológico. El hombre posee una parte corporal, pero tiene también
un espíritu que le permite abrazar la gracia, y es esto lo que lo hace una persona distinta, un
ser en Cristo.
Al hablar de crecimiento, bale tener en cuenta que el hombre, tiene adelante una
plenitud que es infinitud, siempre habrá un más. Con esto, surge una exigencia: el
crecimiento de la vida cristiana es una realidad que se nos impone moralmente a los
bautizados; es decir, estamos obligados a atenderla. No es posible ser cristiano y no aceptar
las leyes de su crecimiento.
Este crecimiento debe ser de manera integral en Cristo. El cristiano se define por sus
criterios cristianos, o sea, resolver todo como cristiano. El cristianismo no debe
desarrollarse como idea, sino como decisión. Sabemos que el dato radical del cristiano es
ser en Cristo hijo y hermano, y que el comportamiento tiene que ser consecuente a su ser en
Cristo hasta llegar a la unidad de vida y de persona.
El Espíritu juega un papel importante en este crecimiento de vida cristiana, acompaña
al cristiano en una amplia gama de situaciones; porque está en el origen del hombre, porque
guía al cristiano, porque somos libres en el Espíritu y es Él el que nos acompaña hasta el
final de nuestros días. En resumen, la vida cristiana se entiende desde el Espíritu, y sólo se
vive en el Espíritu. Todas las dimensiones de la vida cristiana están acompañadas y
dirigidas por el Espíritu. La presencia del Espíritu es llamada y garantía del crecimiento
cristiano hasta su plenitud.
Esta llamada es una vocación, y si la vocación incluye la llamada al seguimiento de
Jesús, el compartir la vida de Jesús es compartirla en lo que es. La vocación supone un
seguimiento progresivo con la novedad del compartir la vida de Jesús cada día. El
dinamismo vocacional parte del dinamismo de la vida de Jesús que él comparte con
nosotros. Lo extraordinario de la vocación es la persona de Jesús que se nos da. Y lo más
contrario a la vocación es el seguimiento calculado desde los propios intereses. Sabemos
que tenemos una vocación común, ya Juan Pablo II lo mencionó, todos somos llamados a la
santidad. Pero la vocación a la santidad debe concretarse en un estilo de vida, en una opción
de vida. Para lo cual hace falta una cultura de la santidad. Se necesita dar una respuesta a
las insuficiencias que hay de presentar la llamada que todos tenemos de vivir en plenitud la
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vida cristiana. Cada persona debe tomar conciencia del dinamismo de su ser cristiano, para
convertirse en un presupuesto pastoral de máxima importancia. La atención a cada cristiano
debe presuponer como trasfondo la llamada a vivir la vida cristiana en plenitud.

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