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Silvia Augusta Cirvini

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Premio Régimen de Fomento a la Producción
Literaria Nacional y Estímulo a la Industria Editorial
Fondo Nacional de las Artes, 2003

Segundo Premio Ensayo


Jurado: Santiago Kovadloff, Patricio Loizaga, Sylvia Saitta
Silvia Augusta Cirvini

Nosotros los
Arquitectos
Campo disciplinar
y profesión en la
Argentina moderna
Este libro ha sido declarado de interés legislativo por
Resolución N° 1108, del 27 de abril de 2004,
del Honorable Senado de Mendoza.

Silvia Augusta Cirvini


INCIHUSA, CRICYT - Mendoza
Adrián Ruiz Leal s/n, Parque San Martín, (5500) Mendoza
E-mail: scirvini@lab.cricyt.edu.ar

Diseño de tapa: Sergio Ariel Sevilla

Impreso en Argentina, en junio de 2004


Hecho el depósito que marca la ley 11.723
ISBN N° 987-43-7709-7
A José, mi compañero del alma,
A Julia y Santiago, mis maravillosos hijos,
A Eve, Mariana y Norma, mis queridas hermanas,
Por el amparo y el sostén de su amor.
ÍNDICE GENERAL

Prólogo ................................................................................................................. 11

Introducción general .............................................................................................. 15


Acerca del camino intelectual recorrido
Acerca del tema y el enfoque
Acerca del marco conceptual

I. Modernidad y saber técnico .......................................................................... 27


1. El proceso modernizador argentino: Del “Orden al Progreso” ......................... 29
2. El nuevo siglo: una bisagra de la modernización .............................................. 33
3. El saber científico técnico y las profesiones liberales ......................................... 36
4. La profesión de arquitecto y la legitimación de una disciplina ......................... 39

II. Las revistas técnicas y de arquitectura .......................................................... 43


1. Introducción .................................................................................................... 45
2. El periodismo arquitectónico ........................................................................... 47
3. Las revistas técnicas y de arquitectura como fuente .......................................... 50
4. El Corpus de análisis ....................................................................................... 56
4.1. Caracterización de las publicaciones especializadas
4.2. Aspectos teórico metodológicos en el análisis del corpus
5. Anexo Capítulo II ............................................................................................ 75

III. Los debates diferenciadores (1901-1948) ..................................................... 77


1. Introducción .................................................................................................... 79
PARTE 1
2. Debates fundacionales ..................................................................................... 80
2.1. Ingenieros y Arquitectos
2.2. Arte y Ciencia
2.3. Enseñanza de la Arquitectura
2.4. Cultura artística del público
PARTE 2
3. Debates centrales y posiciones por la constitución del campo .......................... 124
3.1. Estado del arte arquitectónico
3.2. La arquitectura y arte nacionales
3.3. La vivienda obrera, mínima, económica o popular

IV. Las prácticas diferenciadoras (1901-1948) ................................................... 229


1. Las modalidades de la práctica profesional durante el período ......................... 231
1.1. Introducción
1.2. El ejercicio liberal como componente estructural del habitus
1.3. El ejercicio profesional de la arquitectura desde la administración pública
2. Los Concursos de Arquitectura ........................................................................ 248
2.1. Acerca de los Concursos como práctica y como dispositivo
2.2. La Sociedad C. de Arquitectos y los Concursos de Arquitectura
2.3. Los Concursos Estímulo
2.4. Los Concursos del “Centenario de Mayo”
2.5. Los Concursos en la Rev. de Arquitectura y la prensa técnica

V. El campo disciplinar y profesional de la Arquitectura ................................. 275


1. El marco conceptual y metodológico en el análisis del “campo” ....................... 277
1.1. Nociones conceptuales básicas: campo, habitus, illusio
1.2. Acerca de la Teoría de la acción
2. El habitus y la formación universitaria (1878-1948) ........................................ 286
2.1. La carrera de arquitecto en la Universidad del siglo XIX
2.2. La diferenciación del habitus: El plan académico de la Escuela de Arquitectura
(1901)
2.3. Las modificaciones del habitus académico en la enseñanza universitaria
2.4. La crisis del habitus académico en la Universidad
2.5. La creación de la Facultad de Arquitectura
3. Las organizaciones corporativas en la constitución del campo .......................... 299
3.1. Introducción
3.2. La Sociedad Central de Arquitectos
3.3. El Centro de Estudiantes de Arquitectura (CEA)
4. Estructura y Agentes. Los practicantes ............................................................. 316
4.1. Caracterización del campo disciplinar de la Arquitectura
4.2. Procesamiento de los datos obtenidos
5. Etapas en el proceso de constitución del campo ............................................... 329
5.1. Etapa crítica de emergencia (1886-1901)
5.2. Etapa fundacional (1901-1910
5.3. Etapa de consolidación (1910-1930)
5.4. Etapa de expansión y crisis (1930-1948)
6. El campo disciplinar a través de cuatro trayectorias ejemplares ........................ 343
6.1. Domingo Selva
6.2. Alejandro Christophersen
6.3. Martín Noël
6.4. Alberto Prebisch

VI. Epílogo ............................................................................................................ 355

VII. Apéndice ......................................................................................................... 367


1. Síntesis biográfica de arquitectos y profesionales del período ........................... 369
2. Fuentes Primarias ............................................................................................. 382
3. Bibliografía ...................................................................................................... 391
4. Poema de Alejandro Christophersen ................................................................ 398
5. Textos de decretos y leyes nacionales referidas a la obligatoriedad
del diploma y a la reglamentación profesional ................................................. 399
6. Nómina de gráficos e ilustraciones ................................................................... 401
Abreviaturas utilizadas
INSTITUCIONES

SC de A Sociedad Central de Arquitectos


SCA Sociedad Científica Argentina
CEA Centro de Estudiantes de Arquitectura
CEI Centro de Estudiantes de Ingeniería
CACYA Centro de Arquitectos, Constructores y Anexos
CNI Centro Nacional de Ingenieros
UBA Universidad de Buenos Aires
MOP Ministerio de Obras Públicas de la Nación
DGA Dirección General de Arquitectura
DNA Dirección Nacional de Arquitectura
CNCB Comisión Nacional de Casas Baratas
ASF Academia de San Fernando (Madrid)
ABAP Academia de Bellas Artes (París)

REVISTAS

RT Revista Técnica
A Arquitectura
RCEA Revista del Centro de Estudiantes de Arquitectura
RSCA Revista de la Sociedad Central de Arquitectos
RA Revista de Arquitectura
EA El Arquitecto
NA Nuestra Arquitectura
MF Martín Fierro
Nosotros los Arquitectos

PRÓLOGO

Consideraciones preliminares:
acerca de Pierre Bourdieu como clave lectura
A menudo un prólogo puede funcionar como el sitio en que alguien, incluso el / la
propi@ autor o autora, suele decir cómo y bajo qué condiciones es que el texto fue cons-
truido, cuáles los lugares académicos y políticos de su producción, cuál el recorrido que al-
guien siguió haciendo referencia a las peripecias disciplinares e intelectuales que conduje-
ron a la concreción de ese libro, cuál su interés actual. Se supone además que quien prologa
es a menudo una suerte de lector in fábula, depositari@ privilegiad@ de ciertas claves de
lectura puesto que ha podido leer con cierta anticipación un texto que otr@s no conocen
aún. De alguna manera me gustaría tomar a mi cuidado este encargo imaginario presen-
tando en sociedad Nosotros, los arquitectos.
El texto trata, utilizando como clave de lectura las categorías elaboradas por Pierre
Bourdieu, del complejo proceso a través del cual la arquitectura se constituyó en un cam-
po disciplinar con reglas propias. Un proceso iniciado cuando despuntaba el siglo XX y
un grupo de pioneros entre los que se contaban el inefable Alejandro Cristophersen; el
vanguardista Alberto Prebisch, el ingeniero-arquitecto Domingo Selva y Martín Noël,
iniciaba la ardua tarea de establecer un lugar propio para la arquitectura diferenciándo-
la de la ingeniería.
Aquello que hoy parece obvio, que se halla materializado en instituciones, regulacio-
nes legales para el ejercicio profesional, currículas, habilitaciones y títulos a obtener para
formar parte de ese colectivo de identificación desde el cual el libro interpela: “nosotros,
los arquitectos” es, sin embargo, producto de un largo proceso que ha cristalizado en lo que
hoy es la profesión.
Tal vez sea una buena pregunta qué interés pueda tener reconstruir el proceso de
constitución disciplinar de la arquitectura en la Argentina moderna hoy, en los comienzos
de un siglo que parece hacer del olvido y la velocidad, la novedad descartable y el apuro,
las marcas distintivas de la vida cotidiana y del sentido común de l@s sujet@s. Sin embar-
go hay al menos dos buenas razones por las cuales la mirada hacia el pasado tiene sentido:
la primera porque a menudo la posibilidad de distanciamiento que ofrece un tiempo ya ido
proporciona iluminaciones relativas a los procesos y las tensiones a través de las cuales se
han ido tejiendo las tramas que organizan las reglas del presente. La mayor parte de las ve-
ces quienes practican una profesión ignoran la lógica que la gobierna, inconscientes porta-
dores de un habitus que penetra calladamente las prácticas al interior del campo, de una
illusio que organiza silenciosamente polémicas, relaciones de fuerza y jerarquías en el espa-
cio disciplinar y profesional que, a la vez que reúne a los actores los enfrenta entre sí en un
conflicto regulado. Una suerte de mano invisible, el reconocimiento común del nomos, ate-
núa las disputas contribuyendo al mantenimiento del campo y favoreciendo la acumula-
ción de capital simbólico por parte de los ocupantes de las posiciones más aventajadas. La
posibilidad de analizar ese momento privilegiado de constitución de un campo profesional

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Silvia Augusta Cirvini

desde una cierta perspectiva histórica permite advertir la lógica de los intereses, las secretas
alianzas que explican acuerdos, como el que se lograra en 1917, cuando el Centro de Es-
tudiantes y la Sociedad Central refundaran la Revista de Arquitectura: un verdadero pacto
entre caballeros que aseguraría a la publicación un lugar hegemónico durante muchos
años; o las inflexiones que marcan los momentos nodales en la disputa por el control de
las reglas, cuando la irrupción de las vanguardias pone en evidencia que los criterios de le-
gitimidad son otros. La distancia temporal permite percibir con una nitidez mayor que
aquella de la que disponemos cuando percibimos el presente, inevitablemente nublada la
mirada por la opacidad de lo social.
La segunda porque el hiato abierto por la llamada crisis de la modernidad, esa suer-
te de puesta en cuestión de los ideales de progreso técnico indefinido, a la vez que ha pues-
to en el foco la relación con el pasado de un modo que los años 50 y 60 ignoraban, dan-
do lugar a un inusitado (al menos en la Argentina) interés por los testimonios del pasado,
ha posibilitado explorar las urdimbres en las que se tejieron las tradiciones y el habitus mo-
derno de la profesión.
El libro juega en cierto modo en un espacio delicado: el de la trama de relaciones y
el de los recorridos particulares proporcionando a la vez una mirada a los elementos que
están en juego en la constitución del campo: debates diferenciadores y prácticas, a la bús-
queda de una explicación del papel jugado no sólo por la formación universitaria y las re-
gulaciones establecidas por las organizaciones corporativas, sino por los temas que pudie-
ron ser puestos en palabras cumpliendo la curiosa función de situar a los practicantes en el
espacio de la polémica y paradojalmente, contribuyendo a precisar lo propio de la arqui-
tectura discriminándolo de “lo ajeno”. Sobre una trama urdida por los hilos de las prácti-
cas específicas, como el dibujo y los talleres; por las organizaciones y regulaciones profesio-
nales; por los temas de discusión, se iban delineando recorridos singulares que permiten
reconocer tanto las estrategias que los sujetos desplegaron como sus papeles, en un mo-
mento decisivo para la configuración del rol profesional. Si la cuestión de arte y ciencia, de
la enseñanza de la arquitectura y de la cultura artística del público constituyen las marcas
propias del período fundacional, cuando de lo que se trataba era de la instauración de un
nomos como principio de visión y división entre lo que es la arquitectura y lo que no lo es,
otros debates permiten advertir tensiones y procesos de diferenciación, e incluso la crisis de
los supuestos compartidos a medida que la profesión se vaya consolidando y ya no sólo se
trate de reclamar la especificidad, sino de luchar por la autoridad y por los criterios mis-
mos, puestos en disputa a partir de la irrupción de las vanguardias.
Sobre ese tejido tenso y variable, de hilos apretados y dispersos donde pueden reco-
nocerse distintos momentos (la etapa de emergencia, la fundacional, la de consolidación y
la de expansión y crisis, cuando la matrícula se amplía e ingresan las mujeres, en tiempos
en que la vieja Escuela da lugar a la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universi-
dad de Buenos Aires) algunos sujetos, héroes del campo como Christophersen, trazan tra-
yectorias ejemplares.
Atenta a las indicaciones de Bourdieu, pero también a una formación deudora de la
historia social, el panorama que la autora presenta es complejo y multideterminado: la ló-
gica del campo y sus cruces con la historia política que, podría creerse, enturbia la mirada
hacia el mundo de la profesión distrayéndonos de las estrategias de legitimación de la dis-

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Nosotros los Arquitectos

ciplina, de la cuestión del saber científico técnico como etiqueta de legitimidad llevándo-
nos hacia el terreno de las relaciones con el Estado y los procesos de modernización de co-
mienzos de siglo, constituye en mi opinión una de las virtudes del libro. A menudo igno-
ramos o no percibimos los nudos que sujetan y articulan la propia especialidad técnica a
las relaciones de poder y sus transformaciones, con frecuencia no podemos percibir las ra-
zones por las cuales una propuesta que se imagina técnicamente correcta no halla espacio
para su realización. Una mirada al tratamiento de la cuestión de la vivienda obrera puede
servir para iluminar no sólo aquel momento histórico, sino para advertir, en una ojeada ha-
cia el pasado, cuánto de esas tensiones entre diversos sectores sociales siguen jugándose aún
en el presente cuando del ejercicio del rol profesional se trata.
Una observación inevitable acerca de las fuentes y de su uso: las revistas y textos de
quienes fueran los portavoces y protagonistas privilegiados del debate durante el período
de estudio establecido: Selva, Noël, Chanourdie, Christophersen desfilan en el texto de
Cirvini. Un análisis cuidadoso de la: Revista Técnica, de Arquitectura, la célebre Revista del
Centro de Estudiantes de Arquitectura y la de la Sociedad Central de Arquitectos y por úl-
timo la creación de la Revista de Arquitectura en 1915 permite acercarse no sólo el espacio
donde se llevaron a cabo muchas de las polémicas que Cirvini relata, sino advertir que una
revista puede ser a menudo el terreno mismo donde se desplegaron las estrategias, negocia-
ciones y acuerdos por la regulación y la autoridad en el campo, un sitio privilegiado de lec-
tura del proceso de su estructuración.
Finalmente una observación acerca de los intereses cognoscitivos de la autora, una ar-
quitecta hija del ingreso masivo de las mujeres a la universidad y educada en la entonces
modernizante Facultad de Arquitectura fundada por Enrico Tedeschi. En mi entender su
recorrido singular es una paradojal prueba acerca del funcionamiento de las categorías que
ella misma utiliza: algo así como pensar que se puede utilizar Bourdieu como clave de lec-
tura en un sentido casi circular: Silvia Cirvini, arquitecta, que lee el mundo de su profe-
sión en un registro que la comprende y la interpreta. Su interés por la preservación, la mi-
rada hacia el pasado que la llevara a realizar, en los tempranos ochenta, el primer
“inventario” de obras de valor histórico-cultural, un relevamiento de las marcas escasas que
nuestra ciudad conserva de su pasado a través del patrimonio arquitectónico, surgía de un
viaje hasta cierto punto casual por Europa. Sin embargo ella cumplía de esa manera un an-
tiguo ritual del que entonces nada sabía, pero que habían realizado antes los fundadores de
la profesión en esa suerte de recorrido iniciático que era el viaje europeo. Su lugar como
mujer en una profesión que aún no incluye a las arquitectas en el título profesional que les
otorga, denominándolas Arquitectos, facilitó una trayectoria individual ligada a la investi-
gación científica, en un momento singular en el que la atención hacia la preservación del
patrimonio llegaba a nuestras tierras de la mano de los estudios pioneros de Waisman, Gu-
tiérrez, Hardoy, Liernur.
La llamada crisis de la modernidad y un horizonte de amplios debates disciplina-
res (donde confluyeron interlocutores con formaciones científicas diversas) a la vez que
una cierta zozobra provocada por alguna incertidumbre respecto del nomos y las regula-
ciones del oficio (que replica de algún modo la de los tiempos inaugurales) le proporcio-
naron la posibilidad de mirar hacia el pasado desde una ubicación que ilumina la urdim-
bre del legado de la modernidad. Un legado que opera aún, silencioso y por cierto un

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Silvia Augusta Cirvini

tanto disgregado, que es preciso recuperar en las actuales condiciones de incierta frag-
mentación y titubeo.
Si el libro trata de los recorridos que hicieron posible la constitución de un nosotros
profesional sobre la trama polícroma de instituciones, prácticas, debates, revistas, rituales,
un nosotros que cumplió con la función de aglutinar y diferenciar, aún cuando hubiera,
por cierto, entre quienes protagonizaran esta singular empresa, múltiples puntos de con-
flicto y fricción, también encuadra el emprendimiento en el contexto del país. Si enton-
ces cabía una labor fundacional de la que diferentes actores se hicieron cargo, en este ca-
so ingenieros y arquitectos, es visible que a medida que ponían las bases para la propia
disciplina edificaban la nación marcando el territorio del país con obras de distinta enver-
gadura, públicas y privadas. Si ellos asumieron los desafíos de su época, los dilemas de hoy
no son menores: las ciudades modernas van cediendo terreno a megápolis, a la vez que el
mapa de las ciudades ya no está dado por recorridos de circulación abierta. Ya no se tra-
ta de las experiencias de la calle como el lugar privilegiado de la vida y la experiencia ur-
bana de la modernidad, sino de los conflictos y disyuntivas de un espacio urbano frag-
mentado. La cuestión de los estilos ha, prácticamente, desaparecido, devorada por el
pastiche de los shoppings. Ya no se trata de los ingenieros como adversarios únicos, sino
de nuevos competidores.
Es por esto que puede ser valiosa una mirada hacia el pasado, no para repetir a la le-
tra, como ha señalado Todorov haciendo referencia a los abusos de la memoria, sino para
tomar lo acontecido a la manera de memoria ejemplar. A menudo el pasado sirve para con-
jurar las incertidumbres de una sociedad que no puede dirigir su propia aceleración, pero
no puede ni debe limitarse a proporcionar una figura autocomplaciente. En ese sentido es-
te texto ofrece, en la recuperación de la memoria, los debates, las tensiones del campo, el
ejemplo de un colectivo en el proceso de su constitución, un nosotros formado por sujetos
que luchaban no sólo por la especificidad de la profesión, sino por encontrar respuesta a
cuestiones sociales, a los desafíos de la Argentina moderna. En una situación como la que
encaramos ahora, la recuperación del pasado que nos ofrece el texto permite, a la vez que
una imagen compleja en la que reconocerse, sin las concesiones de una recolección elimi-
nadora de las diferencias, una suerte de desafío que puede proporcionar el espacio de refle-
xión necesaria para encarar, desde una perspectiva novedosa, las interrogaciones que es pre-
ciso afrontar en situaciones de crisis.

Alejandra Ciriza,
Mendoza, otoño de 2004

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Nosotros los Arquitectos

INTRODUCCIÓN

Acerca del camino intelectual recorrido


Este trabajo ha sido elaborado sobre los resultados de un trabajo de investigación, que
constituyó mi Tesis de Doctorado en Arquitectura realizada entre 1999 y 2002 en la Uni-
versidad Nacional de Tucumán, cuyo título fue “La constitución disciplinar de la arquitec-
tura en la Argentina moderna 1901-1948”, defendida y aprobada en la sede de la Facultad
de Arquitectura y Urbanismo de Tucumán en marzo de 2003.1
La labor desarrollada ha conseguido, desde mi particular posición, ligar el interés por
la historia que llegó con la madurez en mi formación, con la atracción por la arquitectura
que retengo desde años juveniles. Desde el punto de vista histórico, fue posible relacionar
de modo productivo diferentes preguntas (antiguas y nuevas) en torno de ciertas facetas de
la “modernización argentina” de los siglos XIX y XX, con el desarrollo de saberes técnicos
y artísticos especializados dirigidos a la construcción del hábitat. Como arquitecta, el tra-
bajo realizado ha promovido un doble efecto de reflexión y autorreconocimiento en mu-
chos, y a veces menudos, aspectos del estudio del “habitus”, inevitablemente cercanos a mi
historia personal. De algún modo, con la concreción de este trabajo siento cubierta una
deuda de gratitud con una profesión que no me dio más que satisfacciones, que me con-
cedió ojos despiertos para apreciar la belleza y el equilibrio, la armonía y la autenticidad,
no sólo de las “formas útiles” de lo arquitectónico, sino también del mundo simbólico de
lo cultural, buscando sentido y explicación a las obras humanas en general.
A fines de los setenta, con mi título universitario apenas obtenido, pude conocer
una parte del “viejo mundo”. De la sorpresa a la admiración, recibí el impacto imborra-
ble del peso de la historia palpable en los muros y los pisos de los monumentos, en el es-
pacio visivo de las ciudades y sus plazas, esos escenarios conocidos pero nunca hasta en-
tonces identificados sensorialmente. Sin saberlo, estaba haciendo el recorrido que cientos
de mis colegas habían hecho desde principios de siglo y que casi era un ritual de inicia-
ción para todo arquitecto: el viaje que coronaba la carrera, el bautismo artístico de los jó-
venes. Pero yo no lo sabía, no podía percibirlo; mi formación no había sido realizada en
la UBA (Facultad heredera de la pionera Escuela), donde podía uno enfrentarse con la he-
rencia de una “tradición”, sino en la que Enrico Tedeschi había fundado a comienzos de
los ‘60 en medio del desierto cuyano, como un ensayo utópico de la modernidad, emu-
lando a los maestros americanos.
Fue entonces, inmersa en la materialidad del pasado cuando nacieron una serie de
preguntas en torno de una misma cuestión: el papel de la historia, o mejor dicho la pre-
sencia del pasado en la vida del presente. Como tantos jóvenes de mi generación, debía ir
en contra de mi propia formación para poder procesar la experiencia: se nos había incul-
cado con el “habitus” moderno, no considerar la variable histórica en la evaluación y re-
solución de los problemas que afectaban la disciplina. Además intervenían activamente

1
El trabajo fue dirigido por el Dr. Arturo Andrés Roig (Mendoza) y el Arq. Alberto Nicolini (Tucumán).

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Silvia Augusta Cirvini

los prejuicios que la mayoría de los universitarios e intelectuales argentinos compartíamos


por entonces: éramos un país “joven”, por eso era casi evidente que no teníamos tradicio-
nes fuertes para respetar, ni una historia material valiosa que conservar. Sin embargo, el
impacto de la cultura arquitectónica europea produjo un remezón indeleble, promovió
un movimiento de significaciones que articulaba preguntas básicas como: ¿quiénes so-
mos? ¿qué nos identifica? ¿por qué la historia no tiene, entre nosotros, el peso que es evi-
dente en Europa? Estas y otras inquietudes orientaron mis primeras búsquedas a mi re-
greso al país, con el despertar de una vocación, que con el tiempo devino en una tarea
profesional especializada.
En este contexto y ya en la década del ‘80, mi vinculación con la investigación co-
mo tarea sistemática se materializó al unirme a líneas de trabajo iniciadas por grupos pio-
neros, particularmente en el interior del país (Nicolini, Gutiérrez, Viñuales, Waisman,
Hardoy) en la formulación de estudios historiográficos de base, específicos sobre distin-
tos aspectos de la realidad de nuestras ciudades y pueblos, que permitieron, a lo largo de
una década, organizar un campo propio dentro de la “historia”, y construir un corpus des-
criptivo desde la perspectiva disciplinar. Mi ingreso como becaria a Conicet (1983) hizo
posible incorporarme con un trabajo sistemático y gradual sobre un campo de conoci-
miento hasta entonces inexplorado en la región de Cuyo. Desde 1986, con la creación del
Área de Ciencias Humanas del CRICYT - Mendoza, dirigida por el Dr. Arturo A. Roig,
y mi ingreso como Investigadora a Conicet (1989) tuve la posibilidad de hallar un espa-
cio definitivo de trabajo en Mendoza y consolidar, junto a otros becarios e investigadores,
un campo temático específico. Además, tanto la presencia del Dr. Roig como la conviven-
cia académica con otros becarios e investigadores de las Ciencias Sociales en CRICYT, en-
riquecieron los enfoques, ampliaron las perspectivas tanto en lo metodológico como en lo
conceptual. Los trabajos en investigación histórica realizados se orientaron entonces ha-
cia la situación contextual de la producción arquitectónica y urbanística, dentro del mar-
co de la modernización, el desarrollo de las ideas de modernidad y el análisis socio-cultu-
ral de las grandes transformaciones espaciales del fin del siglo XIX. La finalidad del
estudio de las obras (los productos) y los autores (los productores) era su explicación con-
textual, su vinculación con fenómenos sociales más amplios y la consideración de las con-
diciones histórico-sociales del momento de la producción. Progresivamente, la línea te-
mática se fue orientando hacia la búsqueda de nuevos criterios explicativos, con diversas
herramientas teóricas y metodológicas, siendo esto posible sobre la base de los numerosos
estudios acumulados, en todo el país, durante la última década del siglo XX, como resul-
tado del trabajo y el impulso que nuestra generación le dio al enfoque histórico.
El énfasis puesto en el período de estudio, que denominamos de “la primera gran
modernización argentina”, y que en términos amplios abarca el lapso transcurrido entre
mediados del siglo XIX y mediados del XX, alude a la importancia fundacional que el
mismo tuvo en el proceso argentino. Los estudios históricos de las dos últimas décadas,
han puesto en evidencia el peso –así como el carácter estructural y estructurante en lo es-
pacial– que la producción arquitectónica y urbanística de este período ha tenido. En este
aspecto las búsquedas en la historia remiten a las preguntas, inquietudes y problemas que
nos hacemos en un presente conflictivo, con relación al futuro de nuestras ciudades, y del
legado cultural del pasado en el seno de la cultura actual.

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Nosotros los Arquitectos

Sintetizando, en este trabajo he podido reunir –en el intento de que lo haya sido de
modo creativo– muchas de las búsquedas anteriores propias y algunas compartidas por
colegas de mi generación, respecto de la fecunda y variada producción del período que va
desde las últimas décadas del siglo XIX a mediados del XX, del papel desempeñado en él
por profesionales y técnicos, y del surgimiento de una demanda específica acerca del de-
sarrollo del arte arquitectónico.
Para desarrollar estos acápites, el trabajo consta de cinco capítulos y un apéndice.
En el Capítulo I, desarrollaremos los aspectos más generales de la constitución de la
profesión en el país, estableciendo los vínculos de la misma con el proceso modernizador.
En el Capitulo II se aborda el estudio de la fuente principal de nuestro corpus de análi-
sis: las revistas técnicas y de arquitectura. El Capítulo III está dedicado al análisis y eva-
luación de los debates diferenciadores, agrupados en dos categorías: fundacionales y cen-
trales. El Capítulo IV, comprende el estudio de las prácticas diferenciadoras, las cuales
abarcan el análisis del ejercicio liberal de la profesión, la función profesional en la admi-
nistración pública y la práctica de los Concursos de Arquitectura. Finalmente, el Capítu-
lo V sintetiza el desarrollo del proceso de constitución del campo disciplinar, anudando
la labor de las instituciones de formación profesional, como ámbitos de inculcación del
habitus, las organizaciones corporativas como las depositarias de la regulación de las prác-
ticas legítimas dentro del campo, el análisis de las distintas fases o etapas que atraviesa el
proceso de constitución de la disciplina y la profesión, las cuales se vinculan a sendas tra-
yectorias ejemplares.
El trabajo cierra con un Epílogo, y un Apéndice que contiene sintetizadas biografías
de los arquitectos mencionados a lo largo del texto, la nómina de las fuentes empleadas y
la bibliografía consultada.
Este trabajo, como todo resultado en investigación, es sin dudas, un logro colecti-
vo; porta las marcas de su producción, que implican no sólo las de la trayectoria del “agen-
te” productor, en este caso quien escribe, sino toda la urdimbre generacional, de los con-
temporáneos y los antecesores, de maestros y discípulos, tejido sostén de todos y cada uno
de nosotros. Tengo la esperanza de que estos resultados constituyan una contribución útil
en la recuperación de la memoria colectiva de nuestra profesión en el país, en torno de
una “tradición disciplinar” desdibujada por la modernidad de los años ‘60 y ‘70, y desar-
ticulada por la posmodernidad de los años ‘90.

Acerca del tema y el enfoque


Este ensayo está orientado a la explicación del proceso de constitución de un cam-
po disciplinar, el de la arquitectura, en un país particular como lo era la Argentina de
principios del siglo XX. ¿Quiénes eran estos nuevos profesionales? ¿Qué metas buscaban
alcanzar como grupo? ¿Qué ofrecían aportar al proceso modernizador “nuestros arquitec-
tos”? Diferencia y especificidad, he ahí las dos coordenadas que articulan el análisis y que
buscaremos establecer respecto del resto de los agentes con quienes compartían y dispu-
taban el espacio de “hacedores” en lo arquitectónico y lo urbano.
A lo largo del desarrollo del trabajo describiremos y caracterizaremos este proceso a
través del análisis de los ejes de diferenciación respecto de otras profesiones, tanto en el

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Silvia Augusta Cirvini

plano del campo de conocimiento (la disciplina), como de las prácticas (la profesión). Pa-
ra ello consideraremos, por una parte, la modelación de un habitus diferenciado propio
de los arquitectos, como base constitutiva y estructurante del modo de “operar” en el
mundo social, así como sus ámbitos de reproducción (Talleres, Estudios, organizaciones
gremiales, etc.); y por la otra, el análisis de lo que denominaremos debates y prácticas di-
ferenciadoras.
Como debates 2 diferenciadores consideramos los grandes temas sobre los cuales se
articuló y organizó un campo de interés propio, a la vez que se procuraba establecer la es-
pecificidad propia, es decir, la diferencia respecto del resto de los profesionales y técnicos
vinculados a la construcción de la ciudad y su arquitectura. Así, los debates contribuyen
a la constitución de reglas para establecer y separar las prácticas legítimas de las que no lo
son, para diferenciar lo que hacen unos y otros en el campo de la construcción del hábi-
tat; en síntesis para definir un “nosotros”.
Estos debates tienen en la prensa técnica un espacio privilegiado a lo largo de todo
el período de estudio, constituyendo una urdimbre de temas interdependientes que con-
siguen movilizar el interés y construir la identidad del grupo. A partir del análisis puede
advertirse cómo se entrelazan y vinculan, cómo se alimentan unos a otros, establecen re-
laciones de dependencia, se apoyan entre sí, de manera de argumentar a favor de…, de
propender a…, de dirigirse hacia el propósito compartido por todos los actores: la legiti-
mación y reconocimiento de la profesión y la disciplina.
Como prácticas diferenciadoras 3 consideramos aquéllas que alimentaron la especifi-
cidad disciplinar, la identidad y la cohesión del grupo, por ejemplo, los Concursos de pro-
yectos o la participación en Congresos Nacionales e Internacionales y en Exposiciones.
Muchas son las prácticas que podrían considerarse diferenciadoras respecto de otros agen-
tes (ingenieros, constructores, artistas, etc.), pero elegimos desarrollar particularmente
una: los Concursos, por su capacidad explicativa del proceso de mutua constitución del
habitus y el campo. En este ensayo se busca indagar de qué modo los Concursos fueron
instrumentos que permitieron y estimularon el ejercicio de la crítica, y determinar si ope-
raron como mecanismos de consagración y dispositivos que propiciaban el reconocimien-
to profesional de los arquitectos.
Habitus y prácticas se entrelazan en el tratamiento de los debates, considerados a
partir de la voz de los mismos actores: los arquitectos, desde sus revistas o ámbitos insti-
tucionales específicos. Sólo a efectos del análisis hemos desbrozado en siete, los temas de
debate, sobre los cuales trabajamos con textos seleccionados. Ellos son:
1) Estado del arte arquitectónico: Si bien en nuestro país el debate sobre el arte
arquitectónico tiene puntos de contacto con el que se plantea en Europa 4 durante el siglo
XIX respecto de este tema, en Argentina está sujeto a categorías propias y tiene una lógi-
ca y evolución diferentes. Desde mediados del XIX hasta 1880, el debate se organiza –co-
mo respecto de otros bienes artísticos y culturales– sobre las categorías sarmientinas de

2
Los debates dentro de un determinado campo constituyen nudos, puntos cruciales donde lo textual se liga a lo contextual
por la condensación de significaciones. También como sinónimo utilizamos la palabra tema en un sentido amplio como
tema en sí (ideas o conceptos encadenados), problema, debate, conflicto, etc.
3
Entendemos por “práctica diferenciadora” toda aquella que contribuya a forjar, fortalecer o alimentar la illusio del campo,
que sintéticamente podemos definir como el interés en el juego que allí se despliega, la adhesión no conciente a la lógica
y reglas de juego del campo.
20
Nosotros los Arquitectos

Civilización y Barbarie, asimilando todo lo civilizado a lo europeo y todo lo bárbaro al


pasado colonial americano. Hacia fines del siglo y principios del XX, el eje del debate
cambia y se organiza sobre la dicotomía decadencia / regeneración. El “Eclecticismo” 5 lle-
ga a nosotros con toda su fuerza de la mano de las primeras generaciones de arquitectos
europeos, o de los pocos argentinos formados en Europa, que son precisamente los fun-
dadores del campo, organizadores de una tradición de mucho peso y permanencia. Este
debate constituye el eje articulador de varios otros ya que es el “estado del arte arquitec-
tónico” el móvil y objeto de las críticas y propuestas, el núcleo sobre el cual se condensan
los resultados de movimientos que tienden a consagrar o desplazar, a prestigiar o desvalo-
rizar posiciones dentro del campo disciplinar, y que también es producto de la enseñan-
za de la arquitectura, de la formación de los agentes, de la complementariedad o la opo-
sición con los ingenieros, etc. Existe consenso –desde distintas posiciones– en que el arte,
y en este caso particular la arquitectura es un reflejo de la sociedad a la que pertenece.
¿Cómo ha de ser la arquitectura de un país moderno, tanto en cuanto al carácter propio
que pueda imprimir la época como la que debe señalar la particularidad del lugar? Sobre
esto intentará dar respuesta la prensa técnica y arquitectónica, en una búsqueda perma-
nente y muy dinámica. Este debate se vincula en forma directa con los señalados con los
números 2) 4) 5) y 6) y en forma indirecta con el resto.
2) Arquitectura Nacional: Este debate se desprende del anterior y constituye en el
caso argentino una de las propuestas más sugerentes por las vinculaciones y las implica-
ciones culturales que manifiesta. La discusión sobre la arquitectura nacional estará enmar-
cada en un debate cultural más amplio que admite, en principio, dos posiciones básicas
“cosmopolitismo y nacionalismo”. Una es la que postula la “universalidad” de la cultura
y la otra es la que sostiene que existe una “originariedad”, determinada por la historia de
los pueblos, la geografía y clima de los países. Desde esta segunda posición se abrirá un
abanico de variantes dentro de las propuestas, según dónde se ubique ese algo –esencial-
mente imaginario– que constituye lo “originario”, las raíces, las fuentes donde residiría
nuestra identidad. En definitiva, lo que se busca, tanto en arquitectura como en otros
campos del arte y la cultura, es una esencia, un “algo” incontaminado de donde asirse pa-
ra construir la identidad nacional. El movimiento de la “arquitectura nacional” en nues-
tro país, que nace a principios de siglo sumamente influenciado por las ideas de Hipóli-
to Taïne, fue en la década del ´20 reprocesado por la visión historicista de Ricardo Rojas,
que lo engarza al movimiento nacionalista.
3) Ingenieros / Arquitectos: Este debate está organizado sobre la oposición Inge-
nieros / Arquitectos y también presenta en Argentina, particularidades que en la situación
europea no posee. La ingeniería tenía en el siglo XIX un gran prestigio, en Europa, vin-
culado a los progresos y logros de la industrialización, y en el cono sur latinoamericano,

4
En Europa como en América, la arquitectura del siglo XIX y principios del XX fue desprestigiada y desvalorizada tanto por sus
contemporáneos como por la historiografía arquitectónica en el siglo XX. Esto se explica, por parte de los contemporáneos, en
la importancia que en la época tuvo el debate sobre el “estado del arte arquitectónico”, al cual se buscaba adecuar a los requeri-
mientos del cambiante y conflictivo mundo moderno. Más tarde, la historiografía del siglo XX –hegemonizada por el Movi-
miento Moderno– negó todo valor de la arquitectura de este dilatado período para justificar su escasa importancia en el relato,
considerándola un hiato, una mala transición entre el luminoso siglo XVIII y el racionalismo iniciado en 1920.
5
Entendemos la noción de Eclecticismo en la doble acepción de “condición ecléctica” y “actitud ecléctica”, señalada por Patteta,
Luciano, La architettura dell´Eclectismo. Fonti, Teorie, Modelli, 1750-1900, Milano: G. Mazzotta editori, 1975, p.7.
El tema se desarrolla ampliamente en Capitulo III.
21
Silvia Augusta Cirvini

por el fuerte protagonismo de sus practicantes en el proceso modernizador. En nuestro


país la ingeniería (como carrera universitaria, disciplina y profesión) nace con prestigio y
valorizada dentro del proyecto sociocultural modernizador. La arquitectura, en cambio,
es sólo una rama de la ingeniería y no tiene como en Europa la historia corporativa de los
gremios ni el peso institucional de las Academias. La lucha por el reconocimiento será en-
tonces mucho más ardua. Son los arquitectos los que buscan promover el debate frente a
la mayor influencia, prestigio y poder que tenía la Ingeniería. Son los arquitectos los que
padecen la situación de inferioridad y subordinación y por lo tanto quienes deben resol-
verla. Los ingenieros no plantean la relación con los arquitectos como problema. Las re-
vistas de arquitectura se convierten a veces en espacios de confrontación y otras, en me-
dios de cooperación de ambas profesiones. Este debate se vincula en forma directa con los
que siguen numerados 4), 5) y 6) y en forma indirecta con el resto.
4) Arquitectura = Arte + Ciencia: Este debate pone en discusión qué es o cómo
debe ser la arquitectura de un mundo moderno, cómo se integran y complementan las va-
riables arte y ciencia. Hay quienes, desde un extremo del binomio, ponen el acento en el
arte como fundamento de la arquitectura y en la condición de artista y creador del arqui-
tecto. Otros, desde el otro extremo, consideran que el conocimiento científico, el desarro-
llo tecnológico y el crecimiento industrial marcarían los nuevos rumbos de la arquitectu-
ra del futuro. Desde esta última posición, los ingenieros tienen un especial protagonismo.
Sin embargo, la gran mayoría de las propuestas articulan los dos términos apuntando a la
complementariedad. El debate está directamente vinculado al de la formación profesional
y la enseñanza de la arquitectura, indicado con el número 5) a continuación y de modo
indirecto con el resto.
5) Enseñanza de la Arquitectura y formación profesional de los arquitectos:
Desde 1865 en el seno de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la Uni-
versidad de Buenos Aires se organizó la formación profesional universitaria de los inge-
nieros en el país. La carrera de arquitecto, en cambio, no tenía currícula propia y queda-
ba incluida, como una especialización de rango inferior, dentro de la de ingeniería. Desde
1877 se otorgaba también el título habilitante de arquitecto a través de la reválida de tí-
tulos extranjeros. A fines del siglo XIX sólo diez arquitectos habían obtenido o revalida-
do el título, mientras los ingenieros egresados en el mismo período fueron doscientos cin-
cuenta. El ejercicio de la arquitectura estaba, en los hechos, en manos de los ingenieros y
de los constructores de oficio. En 1901, la creación de la Escuela de Arquitectura en el se-
no de la Facultad de Ingeniería y de Ciencias Exactas, señaló un paso decisivo y trascen-
dental en la formación profesional especializada. La definición de la currícula propia, así
como los contenidos de los planes de estudios y el papel de los jóvenes estudiantes en la
formulación de nuevos proyectos estéticos y artísticos serán el eje en torno del cual se or-
ganiza este debate. El análisis de este tema está dirigido a determinar de qué modo la for-
mación universitaria operaba sobre la modelación del habitus profesional y hallar vincu-
laciones contextuales en la formulación o modificación de planes o programas.
6) Educación artística del público: Este debate, que apunta a promover la educa-
ción artística de todos los sectores de la sociedad, se da con mayor fuerza en la etapa fun-
dacional del campo disciplinar pero se prolonga hasta 1930. Nos interesa en tanto vincu-
la la oferta con la demanda en la producción arquitectónica y por lo tanto enfrenta a los

22
Nosotros los Arquitectos

arquitectos con los clientes (los comitentes en general) en disputa por los criterios de va-
loración de las obras y fundamentalmente por el “gusto estético”. Es evidente que se tra-
ta de una lucha de reconocimiento-desconocimiento de la voz del gremio. Este debate se
presenta en la prensa técnica de distintas formas, relacionando siempre el “saber-hacer” de
los arquitectos con el campo social. Las exposiciones y concursos de proyectos, las obras
públicas o de instituciones de cierta envergadura y aun los encargos particulares, consti-
tuyen espacios de confrontación de los criterios estéticos de los arquitectos (artistas) con
los del público en general: comitentes, gobierno, sociedad (no-artistas). A diferencia de
las otras artes, donde la aceptación del público puede ser diferida en el tiempo, la arqui-
tectura tiene una finalidad práctica asociada a su función utilitaria, que supone un uso so-
cial inmediato. La educación artística extendida a la sociedad entera, así como la enseñan-
za (artística y técnica) de los arquitectos son los pilares sobre los cuales se asienta el
progreso en materia arquitectónica. El periodismo arquitectónico bregará permanente-
mente y de distintos modos (haciendo docencia, publicando buenos y malos ejemplos de
aquí y del mundo) por alcanzar una cultura arquitectónica apropiada, en esa Argentina
donde el crecimiento económico y el progreso material –desde la perspectiva del gremio–
no había hecho posible el establecimiento de un mercado de bienes arquitectónicos de ca-
lidad, de acuerdo “con los tiempos” y con las posibilidades que el país tenía.
7) La innovación tipológica: el caso de la vivienda obrera: Este debate está vincu-
lado con los profundos cambios que introduce el proceso modernizador, tanto en la pro-
ducción arquitectónica como en las “formas de habitar”.6 La innovación tipológica que se
registra en una vastísima producción en todo el país, de todo tipo de edificios “moder-
nos”, es producto de diferentes saberes técnicos convergentes, que si bien exceden el cam-
po de lo arquitectónico, confluyen en éste en la materialización de las obras. Un claro
ejemplo es el de la arquitectura escolar donde el programa de los edificios constituye la
síntesis de al menos tres diferentes campos disciplinares técnicos al respecto: el pedagógi-
co, el médico-higienista y el arquitectónico. Hay una finalidad común en todas las bús-
quedas de innovación tipológica: adecuar la producción a las necesidades contemporá-
neas. Desde el discurso de los arquitectos se registra un desajuste entre lo que los edificios
son y lo que deberían ser. Tomamos el caso de la vivienda obrera o popular por cuanto el
tema tiene una gran importancia en el período y arroja luz sobre el proceso de constitu-
ción disciplinar, convirtiéndose en eje de diferenciación respecto de otros actores en el te-
ma y en un desafío de la corporación tanto en el plano arquitectónico como urbanístico.
Al iniciarse el siglo, la corporación de arquitectos ingresa, junto con el tema de la vivien-
da, al debate de los temas urbanos, donde predominaban médicos higienistas, ingenieros,
paisajistas, agrónomos, políticos, para disputar un espacio propio. El plus diferencial que
ofrecen es la consideración de la calidad “estética” del espacio urbano. Conseguirán, ha-
cia el final del período de estudio, la aceptación de que ambos temas: vivienda y urbanis-
mo, corresponden a las funciones e incumbencias de los arquitectos. Una señal de este es-
pacio ganado la constituye el hecho de que, en la UBA, el nombre dado en 1901 a la Escuela
es “de Arquitectura” y en 1948 la Facultad es de “Arquitectura y Urbanismo”.

6
Esta expresión fue desarrollada por Pancho Liernur y su equipo, consideramos es adecuada por cuanto vincula necesidades,
función y uso del espacio arquitectónico y urbano.

23
ESQUEMA N°1: Objetivo, enfoque y abordaje
Nosotros los Arquitectos

Acerca del marco conceptual


Para el análisis del campo disciplinar de la arquitectura, hemos apelado al marco teóri-
co y conceptual desarrollado por Pierre Bourdieu, este importante y ya clásico autor de la so-
ciología francesa. Si bien Bourdieu trabajó en principio con el campo intelectual, académico
o universitario y científico, luego con el campo artístico y dentro de él fundamentalmente
con el campo literario, sus análisis, desarrollos y nociones conceptuales son aplicables a todos
estos campos (incluido el de la arquitectura). Se trata de campos análogos u homólogos en
cuanto a su lógica de funcionamiento, lógica práctica y ligada a la acción y no al interés ra-
cional. Se buscará, desde esta perspectiva, utilizar la teoría de la acción para explicar el pro-
ceso de constitución de un saber (la disciplina) y de un hacer (la profesión), proceso en el cual
se fueron reconociendo los actores (arquitectos) como agentes diferenciados dentro del cam-
po social.
Los habitus son principios generadores de prácticas distintas y distintivas pero también
son esquemas clasificatorios, principios de clasificación, “principios de visión y de división”
del mundo, que promueven prácticas e ideologías diferentes. Según Bourdieu el habitus cum-
ple una función que, en otra filosofía, se confía a la conciencia trascendente, “es un cuerpo
socializado, un cuerpo estructurado, un cuerpo que se ha incorporado a las estructuras inma-
nentes de un mundo o de un sector particular de este mundo, de un campo, y que estructu-
ra la percepción de este mundo y también la acción en este mundo”.7
El campo disciplinar que analizamos, como todo campo social tiende a conseguir que
quienes entran en él, se interesen en el juego que allí se despliega, que adhieran a la lógica y
reglas de juego del campo, es decir que mantengan la relación con el campo que Bourdieu
llama illusio. El habitus permite incorporar el sentido del juego que hace que quienes parti-
cipan en él se interesen en los desafíos que se plantean, se sientan participantes, tengan una
adhesión no consciente y un interés no racional por lo que en el campo sucede. La “illusio”
como sentido del juego es el fundamento de la regularidad de las conductas: los agentes que
están dotados del mismo habitus se comportarán de una cierta manera en ciertas circunstan-
cias. De allí la importancia –en nuestro trabajo– de caracterizar el “habitus” de los arquitec-
tos y diferenciarlo del de los ingenieros y de reconstruir, al menos en su momento inicial o
fundacional, la “illusio” del campo que implicaba una lógica de funcionamiento particular.
La constitución de un campo disciplinar tiene que ver con el establecimiento de leyes
propias, con la definición del mismo como mundo autónomo. Cada uno de los universos so-
ciales regidos por una ley fundamental, un nomos independiente del de los demás universos
(es decir que son auto-nomos) valoran lo que en ellos se hace, los desafíos que en ellos hay
en juego, según unos principios y criterios irreductibles a los propios de los demás universos.
Eso es, lo que vale o moviliza en un campo el interés no lo hace en otro.
Procuramos definir los ejes por los que pasa el proceso de diferenciación o de auto-
nomización del campo disciplinar de la arquitectura, en particular a partir de la dilucida-
ción de la lógica de funcionamiento propia, que indica las formas particulares de inte-
rés que posee el campo. Estos ejes por los cuales pasa primero la constitución y luego
la autonomización del campo disciplinar son analizados a partir de lo que definimos co-

7
Cf. Pierre. Bourdieu. Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción. Barcelona: Anagrama, Colección Argumentos, 1997, p.145 y ss.

25
Silvia Augusta Cirvini

mo los grandes debates diferenciadores o a través de las prácticas diferenciadoras, que


constatan, corroboran o alimentan la “illusio” del campo.
La teoría de la acción –desde la perspectiva de Bourdieu– supone que entre los
agentes y el mundo social se da una relación de complicidad infraconciente e infralin-
güística: los agentes inscriben constantemente en su práctica, tesis que no se plantean
como tales. Es decir, en un determinado campo, los agentes sociales que tienen el sen-
tido del juego, ya que han incorporado un sinfín de esquemas prácticos de percepción
y de valoración que funcionan en tanto instrumentos de construcción de la realidad,
en tanto principios de visión y de división del universo en el que se mueven (es decir
que han incorporado el habitus), no necesitan plantear como fines los objetivos de sus
prácticas.8
El análisis de “debates” y “prácticas” a través de los textos de las revistas especiali-
zadas está dirigido a identificar y describir los momentos claves en la constitución del
campo disciplinar, reconstruir su funcionamiento (posiciones y reglas) y explicar su
transformación en el período. Tanto la evaluación de los estados del campo como el
análisis de las principales posiciones que en el período se desarrollan, están sesgadas des-
de la perspectiva de la constitución del campo, proceso en el cual, las “trayectorias ejem-
plares” seleccionadas anudan campo y habitus, y condensan significaciones que dejaron
marcas estructurales perdurables, que sólo el análisis histórico permite visualizar.

8
Cf. Pierre Bourdieu. El sentido práctico, Taurus Humanidades, Madrid, 1991. Ver Cap.5: La lógica de la práctica.

26
Agradecimientos y reconocimientos
A las instituciones:
• En primer lugar, para la concreción del trabajo de la Tesis que ha dado sustento a
este ensayo, mi agradecimiento por la posibilidad conjunta que brindaron el Conicet y la
Universidad Nacional de Tucumán a través de la unidad académica de la Facultad de
Arquitectura y Urbanismo.
• Luego, me siento agradecida y honrada por la distinción del premio del Fondo Na-
cional de las Artes que ha hecho posible la publicación y con ello ha multiplicado las po-
sibilidades de difusión del trabajo.

A las personas:
• En lo personal, mi agradecimiento a los directores de la Tesis de Doctorado, Arq.
Alberto Nicolini quien siempre apoyó mi formación y crecimiento, y al Dr. Arturo A. Roig,
quien generosamente me incorporó a su equipo, dando respaldo institucional a mis tareas y
ayudándome a crecer junto a otros becarios e investigadores.
• Un sincero reconocimiento a todos los colegas que apoyaron este trabajo con biblio-
grafía e información histórica o sugerencias teóricas, en particular a Dardo Pérez Guilhou
y a Roberto Follari por la detallada lectura de los borradores y a Yoli Consolini por la co-
rrección idiomática que realizó de los textos.
• A la Fundación CRICYT por el apoyo económico recibido para la impresión de este libro.
• Un especial y profundo agradecimiento a mi amiga y colega del INCIHUSA, Dra.
Alejandra Ciriza, por el apoyo inicial que recibí al proyecto de Tesis, las sugerencias teóricas y
metodológicas a lo largo de su desarrollo y el permanente aporte a mi tarea.
Finalmente, un reconocimiento a mi querida familia.

La Autora.
CAPÍTULO I
Modernidad
y saber técnico
Nosotros los Arquitectos

1. El proceso modernizador argentino: del “Orden al Progreso”


El proceso de modernización argentino se inició a mediados del siglo XIX, con
la organización constitucional del país, pero tuvo su más acelerado desarrollo entre
1880 y 1910. En algunos campos, como el de la arquitectura, sus efectos se prolon-
garon hasta promediar el siglo XX.1
Este programa político, socioeconómico y cultural, esencialmente transforma-
dor y progresista, se autoerigió como emancipador frente al pasado hispano-criollo
asociado al atraso y la ignorancia. Varias generaciones participaron en su modelación,
durante los sesenta años que transcurrieron entre mediados del XIX y el Centenario,
en un recorrido que fue de la instauración del “Orden”, al desarrollo del “Progreso”.
Entre 1860 y 1880 se formuló lo que se ha dado en llamar liberalismo genérico o bá-
sico, como corpus ideológico, credo elemental común al que adhirieron la mayoría de
los políticos e intelectuales del país. En uno de los trabajos más actualizados y com-
pletos sobre el desarrollo del liberalismo en el país, afirma J.F. Segovia que, en refe-
rencia a la generación del ‘80: “No estamos frente a un pensamiento fundador sino “eje-
cutor”. En el ‘80 no se diseña el futuro: sus hombres son las albaceas del plan progresista
del ‘53 / 60.” 2
Las primeras presidencias después de Pavón, comprometieron sus esfuerzos y
recursos para alcanzar el Orden, a través de la unidad y la pacificación del país. A
partir de 1880, garantizado el control de las provincias, el gasto público se trasladó
de erogaciones en el rubro milicias, a inversiones en el “progreso”: educación, admi-
nistración y obras públicas, las cuales crecieron a un ritmo acelerado hasta el Cente-
nario.
El Orden se lograría a través de la secularización de la sociedad civil, que permi-
tiría la regulación directa del Estado sobre áreas antes controladas por las corporacio-
nes. El progreso requeriría de la racionalización en el empleo de recursos materiales y
humanos. De las universidades surgirían los técnicos y especialistas capaces de produ-
cir las transformaciones necesarias en la práctica sobre la base de un nuevo privilegio:
ser portadores indiscutidos del saber científico-técnico.
El proyecto del ‘80 fue posible a partir de la constitución de un poder centrali-
zado en un Estado nacional con un vasto aparato administrativo que creció notable-
mente hasta 1910, y permitió ejercer el control sobre el territorio nacional, vincular-
lo a través de un sistema de transportes y de comunicaciones, hacer efectivas las
acciones de gobierno, administrar la justicia, la educación y la salud pública, y final-

1
Entendemos por “modernización” la emergente material de un proceso más amplio (la Modernidad) que comprende los
procesos de transformación de la sociedad y la cultura, abarcando lo arquitectónico y urbanístico. Cronológicamente, se
desarrolla en Europa (con particulares características en cada país) después de la Revolución Francesa y a medida que avan-
za la industrialización en el siglo XIX; y en Latinoamérica, este proceso que se desencadena con distintos ritmos a partir
de los movimientos independentistas y la consolidación de los estados nacionales se prolongó hasta el siglo XX. La moder-
nización implicó en los países del cono sur latinoamericano el reemplazo de una cultura ligada a antiguas formas coloniales
por otra moderna basada en la razón ilustrada y luego en el positivismo, que afectó todas las esferas de la vida pública y
privada y modificó el marco material de desarrollo de nuestras ciudades y nuestras sociedades, transformaciones asociadas
a los fenómenos, típicamente modernos de urbanización y burocratización racionalizada de la experiencia.
2
Juan Fernando Segovia. “El Liberalismo argentino de la generación del ochenta” en: Historia y evolución de las IDEAS políti-
cas y filosóficas ARGENTINAS, Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba, Córdoba, 2000, pp. 262/63.

31
Silvia Augusta Cirvini

mente, organizar el sistema de recursos para solventar el sostenimiento de tan complejo sis-
tema de administración.3
El país se incorporó al mercado mundial como exportador de productos agrícolas ob-
tenidos sobre la base de la explotación extensiva del suelo, orientando su desarrollo econó-
mico dentro de los límites impuestos por la división internacional del trabajo, que le asig-
nó el papel de “granero del mundo”. En el interior de la República se estableció un
esquema de poder que dividió a las provincias ricas de las pobres y aumentó las distancias
materiales y simbólicas entre Buenos Aires y el interior.
En lo político, se consolidó en este proceso, la alianza entre distintas fracciones de la
clase dominante, cuyo proyecto modernizador se ligó a una serie de transformaciones es-
tructurales y demográficas. La articulación al mercado mundial liderado por Inglaterra,
exigió de una política inmigratoria que modificó notablemente la base social del país, en
particular del litoral argentino. Una rápida concentración urbana y un acelerado creci-
miento poblacional, cuyo pico máximo se alcanzó alrededor de 1912, así como la cons-
trucción de una extensa red ferroviaria que terminaba en el puerto, determinaron la ma-
crocefalia de Buenos Aires y una concentración del 75 % de la población en el litoral,
factores que fueron el germen de los grandes desequilibrios que nunca pudo superar el país.
La fuerza y significación que tuvieron las obras emprendidas, la perdurabilidad de las
formas modeladas y las condicionantes estructurales impuestas sobre lo territorial en esta
primera modernización, ponen en evidencia la importancia que tuvieron las transforma-
ciones espaciales dentro del proyecto. Puntualizaremos muy sintéticamente cuáles fueron,
en el marco del ámbito nacional, los fenómenos más importantes que caracterizaron este
proceso con relación a lo arquitectónico y urbanístico:
1) Un acelerado proceso de urbanización de las principales ciudades de origen colo-
nial, en general, capitales de las principales provincias, a partir de una incipiente y diferen-
ciada industrialización y del ingreso de grandes contingentes inmigratorios, que por lo ge-
neral constituyeron población urbana, ante la carencia de una política efectiva de
colonización agraria.
2) El trazado y expansión de la red ferroviaria y con ella el surgimiento de numero-
sos pueblos, fueron conformando un sistema territorial con centro en Buenos Aires y sali-
da marítima a través de su puerto. En las economías regionales, este hecho fortaleció la ex-
plotación prioritaria de un solo recurso (agrícola, minero, forestal), aquél que tuviera
mayores ventajas comparativas a escala nacional o que fuera una prioridad para las empre-
sas extranjeras concesionarias de las compañías ferroviarias. Una consecuencia territorial
significativa fue la desarticulación de numerosas poblaciones de antigua data, que no pu-
dieron adaptarse al nuevo sistema de relaciones.
3) En lo arquitectónico, las nuevas necesidades, impuestas por la creciente urbaniza-
ción y el impacto demográfico de la inmigración, promovieron la aparición de nuevas ti-
pologías y una amplia gama de edificios poblaron nuestras ciudades. Edificios públicos y
particulares, industriales y de esparcimiento, comerciales y bancarios, tipologías hasta en-

3
En relación con la organización del Estado nacional existe un trabajo de ineludible consulta: Oscar Oszlak, La formación del
Estado argentino, Editorial de Belgrano, Buenos Aires, 1985. También es conveniente consultar los ya clásicos: Natalio
Botana, El Orden Conservador, la política argentina entre 1880 y 1916, Editorial Sudamericana, Buenos Aires y Gustavo
Ferrari-Ezequiel Gallo (compiladores), La Argentina del Ochenta al Centenario, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1979.

32
Nosotros los Arquitectos

tonces inexistentes fueron ensayadas y desarrolladas a partir del reconocimiento de nuevas


funciones, usos y expectativas. La especificidad y la múltiple diferenciación funcional que
alcanzó la producción arquitectónica obedecen a la lógica nueva del proceso modernizador
y a la aplicación de los conocimientos científicos y tecnológicos alcanzados, en el diseño de
los edificios. La arquitectura pública adquirió una importancia inusitada, condensando
múltiples significados y representaciones acerca de lo que el Estado y la Nación argentina
eran o debían ser. La arquitectura privada se convirtió en un referente del status social y
tuvo cada vez mayor peso en la construcción y legitimación de un linaje entre los nuevos
ricos –entre los que abundaban los extranjeros–. Esto explica la importancia que adquirie-
ron a comienzos del siglo los debates en torno del estado del “arte arquitectónico”, la cul-
tura artística, el empleo de “estilos” ornamentales y decorativos, la adaptación de las obras
a los requerimientos de la época, el uso de nuevas tecnologías y la estética de los nuevos
materiales (acero, vidrio, hormigón armado).
4) La clase dirigente de fines del XIX forjó y alimentó el mito 4 de la Argentina como
“país europeo” y sostuvo una franca dependencia de modelos culturales provenientes de las
grandes metrópolis. Esta actitud condicionó las características de la producción arquitec-
tónica monumental y la urbanística oficial, y determinó la negación absoluta del pasado
hispano criollo. Francia, Inglaterra y luego EEUU constituyeron los principales referentes
modélicos. Esta ruptura con la tradición cultural hispánica se vio favorecida por la impor-
tante participación de extranjeros –profesionales y técnicos– en la proyectación y construc-
ción de obras, tanto oficiales como privadas.
5) Un acentuado y progresivo control social fue el principal instrumento en el ma-
nejo de la conflictividad social, que tuvo un correlato espacial en las modalidades de uso
de las ciudades. El “desorden” impedía el “progreso” y aludía a la “barbarie” del pasado. De
allí que las tensiones sociales promovieran en las políticas públicas una legitimación en la
fijación de límites, en la categorización social del espacio, en la normativa discriminatoria
de usos y funciones urbanas y en la clara división entre los ámbitos públicos y privados.
La generación del ‘80 era en lo político una alianza entre distintas fracciones de las
clases dominantes: antiguo patriciado, nuevas burguesías nacionales y extranjeras, profesio-
nales y administradores pertenecientes a las elites o la clase media en ascenso, lideradas por
una fracción modernizante y progresista, de la que dirá J. L. Romero:
“En la política, en la dirección de la vida económica, en las letras y en otras muchas ac-
tividades, una nueva generación se ponía en evidencia. Durante más de veinte años im-
primió sus ideas y sus sentimientos a las distintas actividades de la vida nacional con ese
aplomo que da la certidumbre de poseer, sino la verdad misma, al menos, esa verdad re-
lativa que resulta del consenso general.” (…)
“Muchos de sus miembros ejercieron carreras liberales, porque fue hábito de las buenas fa-
milias mandar a sus hijos a la universidad de Córdoba o la de Buenos Aires. En la épo-
ca de estudiantes se crearon los vínculos temperamentales e ideológicos que funcionarían

4
El mito es una creencia colectiva con un alto grado de consenso, que toma el carácter de permanente e indiscutible. Si bien
el mito se construye sobre una parte de la realidad: elementos o acontecimientos de base cierta, se complementa, construye
y agrega con otros datos imaginarios que acaban forjando una imagen ideal, que obstaculiza la percepción de la realidad e
impide ver sus conflictos. Cf. Jorge R. Ponte, La fragilidad de la memoria, Ediciones Fundación CRICYT, Mendoza, 1999,
Epílogo: Mito, Utopía y Representaciones”, p.421 y ss.

33
Silvia Augusta Cirvini

durante toda la vida y, ya hombres intervendrían muchos de ellos en las múltiples y di-
versas actividades de la vida del país con la específica mentalidad del universitario y del
profesional.” (…) 5
Si bien esta generación, que asumió la dirección de la vida argentina, tuvo durante
casi tres décadas una hegemonía apenas discutida, con la progresiva aparición de conflic-
tos, resultado de los desajustes y límites que el mismo programa tenía, fue estrechando fi-
las y convirtiéndose en poco tiempo en una nueva oligarquía, cada vez más conservadora
y menos progresista:
“…se convencieron de que constituían lo que quedaba de puro, de prístino, en el país, y
que se merecían todo, a causa de ese mérito, (…) en una sociedad que ellos mismos ha-
bían hibridado; fueron los aristócratas, en una sociedad donde se desvanecía rápidamen-
te el sentido patriarcal de la vida y comenzaban a diferenciarse las clases económicas con
creciente nitidez. Y ese sentimiento tuvo tal fuerza que muy pronto se tornaron casta y
configuraron una típica oligarquía abismalmente separada de las clases que gobernaban.
La tarea de civilizar el país debía encontrar poco después un obstáculo fundamental en
la resistencia que los que debían ser civilizados comenzaron a oponer a los que querían
civilizarlos. Cada vez más, la oligarquía adquiría la fisonomía de un grupo ilegítimo.” 6
La fracción más progresista de los grupos dirigentes consideraba que la legitimidad
del programa del ‘80 estaba asentada en el éxito del “progreso” y en los beneficios que el
conjunto de la sociedad pudiera recibir en un país en crecimiento, con un futuro promi-
sorio y una ubicación privilegiada en el “concierto de las naciones”, en donde debía haber
lugar para todos, donde nadie debía quedar fuera.
La materialización de este proyecto modernizador constituyó la emergente visible de
una estrategia de poder más amplia de los grupos dirigentes, en torno de la construcción
de hegemonía.7 Entendida ésta como un vasto y complejo fenómeno, suponía la constitu-
ción de una voluntad colectiva que fuera expresión del interés general, lo cual a la vez que
legitimaba el proyecto global, generaba el consenso necesario para llevarlo a la práctica. La
construcción de hegemonía dentro del proyecto modernizador del ‘80, si bien definida
desde una particularidad, consiguió como efectos prácticos, notables beneficios extendidos
a importantes sectores de la población, tanto en lo social (la educación pública, por ejem-
plo) como en el uso de la ciudad, particularmente en Buenos Aires que, hacia el Centena-
rio de Mayo tendía a la integración de una sociedad heterogénea y garantizaba una fuerte
“inclusividad social”.8
En este proceso de construcción hegemónica adquirieron un protagonismo especial
los intelectuales en general y los técnicos en particular, ya fuera en la elaboración de las pro-

5
José Luis Romero. Las ideas en la Argentina del siglo XX, Biblioteca Actual, Ediciones Nuevo País, Buenos Aires, 1987, p. 15.
6
Ibídem. 22 y 23.
7
Según R. Williams, la hegemonía es un proceso que no se da de modo relativamente pasivo como la dominación sino que
en ella intervienen un complejo efectivo de experiencias, relaciones y actividades que suponen límites y presiones específi-
cas y cambiantes. Así como debe ser continuamente renovada, recreada, defendida y modificada, también es resistida, limi-
tada, alterada, desafiada. Cf. Raymond Williams, Marxismo y Literatura, Barcelona: Península, 1980, p.139.
8
La noción de “inclusividad social” abarca la posibilidad de uso igualitario del espacio urbano, así como la asignación de
lugar en lo espacial y lo social de los diferentes sujetos. También refiere a una matriz de crecimiento, que vincula lo social
a lo espacial, asentada en la homogeneidad y la igualdad. En relación con este tema Cf. nuestro trabajo: Cirvini, Silvia, “La
ciudad argentina de la belle époque a los shoppings centers. El caso de Buenos Aires”. en: Arturo Roig (compilador),
Argentina del ‘80 al ‘80. Balance sociocultural de un siglo. Colección Nuestra América, UNAM, México, 1993, pp. 183 /

34
Nosotros los Arquitectos

puestas, la articulación de las demandas desde lo social, la implementación de las políticas


públicas o la reformulación de los códigos culturales. Además, la importancia de los pro-
fesionales y los técnicos estuvo dada por su posición en relación con el conflicto entre dos
fracciones de la clase dominante en torno del control del Estado: se trataba de la lucha en-
tre la fracción liberal y la conservadora. Los primeros recurrirán al discurso técnico como
función de apoyo del propio discurso político y como parte del ambicioso proyecto de
construcción de hegemonía. Los liberales intentarían articular, por la vía de la formulación
de proyectos técnicos, un programa plenamente burgués de organización de las relaciones
sociales. Se trataba de realizar ciertas concesiones fundamentales a los sectores medios y po-
pulares para evitar el estallido de los conflictos sociales y lograr, por la vía de la reforma, la
construcción de una sociedad armónica capaz de sostener un crecimiento indefinido.

2. El nuevo siglo: una bisagra de la modernización


Los historiadores contemporáneos definen el siglo XIX como el “siglo largo” ya que
al parecer se extendió hasta 1914 –primera guerra mundial– mientras el XX sería el “siglo
corto” porque finalizó en 1989 con la caída del muro de Berlín. Para el caso de Argentina,
1914 no fue un año particularmente significativo, sí en cambio lo fue 1910, el año del
Centenario de la Revolución de Mayo, que a la vez que exhibió el “éxito” y los logros de
un modelo socio-cultural y político instaurado medio siglo antes, dejó en descubierto sus
fisuras y sus conflictos. Pero, ¿qué hubo, qué marcó ese año, más allá del acontecimiento
del aniversario de la “joven nación argentina”?
Es posible –lo consideramos una hipótesis– que la puesta en escena de los festejos, las
numerosas exposiciones, las visitas ilustres, los concursos internacionales para grandes
obras de homenaje, las publicaciones auspiciadas por las colectividades extranjeras, en fin,
las “miradas” desde fuera puestas en este país aún promisorio, hicieron entrar en crisis a
ciertos grupos de la clase dirigente ya que pusieron en evidencia los límites y las diferen-
cias entre lo que había que mostrar y lo que había que ocultar, entre el país que se desea-
ba y el país que realmente era. En esa “puesta en escena”, los sectores dirigentes pusieron
en juego todas sus posibilidades y sus habilidades para alcanzar no sólo el reconocimiento
externo –un espejo que les devolviera la imagen deseada– sino también la legitimación in-
terna como grupo para conducir un proyecto de vasto alcance, con indudable vocación he-
gemónica. Pero, los conflictos ya habían germinado, las fisuras instalaban dudas entre los
mismos dirigentes y entre éstos con la sociedad, ya no era el país monolítico que la gene-
ración del ‘80 creía haber refundado, marchando en conjunto en “armonía social hacia un
destino de grandeza”. ¿Qué era pues, en realidad, la Nación Argentina? El Concurso Inter-
nacional del Monumento a Mayo puso en evidencia las múltiples y encontradas versiones,
posturas y posiciones vigentes alrededor de nociones como Patria, Nación Argentina, Inde-
pendencia o Revolución Argentina.
El “Centenario de Mayo” entonces, marca un punto de inflexión en el tratamiento
del tema de lo “nacional” y a la vez señala el inicio de una etapa crítica dentro de la cultu-
ra argentina donde se cuestionan las bases del proyecto liberal-conservador instaurado en
la segunda mitad del siglo XIX. El proyecto de la generación del ´80, netamente moderni-
zador y fundacional había comenzado a mostrar sus límites y dificultades en un contexto

35
Silvia Augusta Cirvini

contradictorio donde, a pesar de que el crecimiento económico parecía indefinido y los


contingentes de inmigrantes eran cada vez más numerosos, los conflictos sociales aumen-
taban y destacados intelectuales se proponían explorar, a través del ensayo literario o del es-
tudio sociológico, los males de la “joven nación argentina”. El optimista discurso oficial ha-
bía promovido la formulación de una serie de mitos sociales ligantes que alimentaron el
imaginario social durante décadas: el mito del “europeísmo argentino”, el del “ascenso so-
cial”, el del “progreso indefinido”, el del “crisol de razas”, contribuyendo a forjar represen-
taciones de Argentina como lugar privilegiado del mundo, por su naturaleza y su historia,
su población y sus posibilidades.9 Estas representaciones quedaron fijadas en las imágenes
de los múltiples álbumes de homenaje editados en la época, al tiempo que, la reiteración
del mensaje de país exitoso en el discurso oficial obturó toda posibilidad de ver otra reali-
dad diferente.10
No obstante, distintos grupos dentro de los sectores dirigentes no tardaron en adver-
tir las dificultades inherentes al programa que habían puesto en marcha unas décadas atrás.
Los mismos círculos políticos que en 1880 propiciaron y apoyaron el recambio étnico a
través de la inmigración masiva, en 1902 dictaron la Ley de Residencia que permitía al go-
bierno expulsar a todo extranjero que alterase el orden social. Esa misma clase dirigente
que había fomentado la europeización de la cultura, hecho éste muy visible en el rostro ma-
terial de la modernización y crecimiento de nuestras ciudades, hacia 1910 buscaba con
proyectos de vasto alcance como el de la “escuela argentina”, homogeneizar la sociedad
fragmentaria y heterogénea que había resultado de la superposición de la inmigración eu-
ropea y la base hispano-criolla.11 Se activó una preocupación creciente por el tema de la
“nacionalidad”, aclamada y proclamada desde la esfera oficial y desde grupos intelectuales.
Había surgido una especie de nacionalismo reactivo, ante lo que desde los sectores dirigen-
tes era sentido como la amenaza del peligro del inmigrante y sus efectos disolventes sobre
la sociedad argentina. Más tarde, otros temores se sumarían a éste, como la importancia
que adquiría el naciente movimiento obrero y la presión que ejercían en el sistema políti-
co los sectores populares desde la ley Sáenz Peña (1912), con lo cual se alimentaba una
mentalidad defensiva en los sectores dirigentes que cada vez eran menos liberales y más
conservadores, y que en adelante tomarían como fuente de inspiración las experiencias au-
toritarias de la Europa de la posguerra.12

9
La construcción de mitos que alimentaron el imaginario social estaba asentada en el caso argentino en una realidad diferen-
te respecto del resto de Latinoamérica. La marginalidad, primero, dentro del imperio hispánico, el escaso peso de las cultu-
ras indígenas y el masivo aporte inmigratorio distanciaron los destinos de Argentina (y en general el cono sur con Uruguay
y Chile) del resto del subcontinente, con una modernización temprana, abierta hacia el Atlántico y netamente europeizan-
te. En relación con este tema Cf. nuestro trabajo: “La ciudad argentina de la belle époque a los shoppings centers. El caso
de Buenos Aires”, op. cit., pp. 183/208.
10
El discurso oficial presentaba como único proyecto posible el que llevaban adelante los sectores dominantes, sin embargo
la clase dirigente no era un cuerpo homogéneo, sin fisuras y críticas internas, muy por el contrario se dio una gama rica de
matices dentro de los “liberales”, entre los que encontramos desde católicos como Estrada hasta críticos sociales como Bialet
Massé. En relación con este tema aconsejamos ver la obra ya mencionada de J.F. Segovia sobre el Liberalismo argentino.
11
La escuela, como parte de un vasto y eficiente sistema de construcción de hegemonía, tuvo en el caso argentino un papel
principal en el proceso de constitución de una identidad nacional. El democrático modelo sarmientino desembocaría, hacia
el Centenario de Mayo, en un programa de nacionalización que incluía prácticas fuertemente ritualizadas en torno de una
simbólica patria que intentaba suplir la débil identidad argentina. Cf. Silvia A. Cirvini.”La configuración de la identidad
nacional a través de la escuela argentina”, en: Cuadernos Americanos, Nº 44, UNAM, México, 1994, pp. 167/178.
12
Cf. Cristian Buchrucker. “El proteico nacionalismo argentino” en: Arturo Roig (compilador) Argentina del 80 al 80. Balan-
ce social y cultural de un siglo. Colección Nuestra América. UNAM, México, 1993, pp. 57/82.

36
Nosotros los Arquitectos

Sin embargo, desde otros lugares de la sociedad argentina se elaboraron proyectos,


programas y propuestas dentro de otras vertientes del nacionalismo, que aunque no tu-
vieron el mismo peso político, sí alcanzaron difusión e importancia en lo cultural, como
la propuesta latinoamericanista de Manuel Ugarte o el proyecto de recuperación de una
identidad nacional de Ricardo Rojas. Desde distintos lugares, todas las variantes nacio-
nalistas surgidas entonces contribuyeron a dar cuerpo a la crítica de lo que había sido el
“tiempo ejemplar” de la ideología oficialista, es decir, el período de la “Organización Na-
cional” (1853-1880) cuando la Argentina se habría encaminado y desarrollado en el pri-
mer término de la dicotomía sarmientina de “Civilización y Barbarie”. Este debate, en
el campo de la cultura, tuvo fuertes connotaciones políticas y una incidencia perdurable
en el pensamiento argentino contemporáneo.13
La crítica efectuada al modelo liberal a principios del siglo XX, no supuso un cues-
tionamiento a sus bases discursivas ni a sus fundamentos ideológicos, se trataba más bien
de la puesta en evidencia de la lucha entre fracciones de la elite gobernante cuando se
pretendían imponer posiciones “más realistas”, con ciertas rectificaciones que buscaban
superar los conflictos y las dificultades aparecidas.
En el contexto del proceso histórico seguido en nuestro país, las necesidades vin-
culadas a la construcción de las ciudades, edificios y obras públicas fueron cambiando a
lo largo de la segunda mitad del siglo XIX: se fueron diversificando y haciendo más com-
plejas, al tiempo que se fueron creando nuevas demandas tanto en la obra pública como
en la privada, permitiendo así la creación de lugares sociales con distintas características,
especificidades y jerarquías. Si a mediados del siglo XIX, la labor técnica sobre la ciudad
y el territorio era cubierta con la sola figura del “agrimensor de número”, para medir tie-
rras, delinear pueblos y trazar caminos, hacia 1880 se hizo imprescindible la presencia
de los ingenieros civiles para abastecer la vasta obra pública nacional. Recién hacia 1900
obtuvo consenso la idea de que lo “artístico” constituía una necesidad por cubrir en la
estética edilicia y urbana. Modernidad y modernización fueron imponiendo nuevas re-
glas al mundo social: las ciudades y la arquitectura no sólo debían ser “modernas”, en el
sentido de funcionalmente aptas y eficientes al modelo de desarrollo, sino que debían ser
“artísticas”, estéticamente bellas. El lugar social del arquitecto estaba ya creado entonces
a fines del XIX; este espacio sería ocupado primero por los extranjeros y luego por los
argentinos –generalmente ingenieros– formados artísticamente en Europa, hasta que,
desde 1901, la Universidad argentina asumiera completamente la formación de los ar-
quitectos en el país.
El análisis histórico del desarrollo de las profesiones liberales en Argentina puede
abordarse desde distintos enfoques y perspectivas y articularse a problemáticas más am-
plias como la organización del Estado moderno o la interrelación con el modelo de de-
sarrollo económico social adoptado. Nuestro enfoque apunta a enlazar los distintos ni-
veles de la realidad social con el problema de estudio, y está dirigido a reconstruir y
explicar el proceso seguido en la conformación del campo disciplinar de la arquitectura,
con las vinculaciones contextuales que este proceso manifestó en el caso argentino.

13
Ibídem.

37
Silvia Augusta Cirvini

3. El saber científico técnico y las profesiones liberales


La profesionalización de las actividades que derivan del saber técnico es un produc-
to neto de la Modernidad.14 En nuestro país, ese proceso iniciado tímidamente con las gue-
rras de la independencia, tuvo su pleno desarrollo a partir de mediados del siglo XIX con
la consolidación del Estado Nacional sobre la base del proyecto liberal que planteaba la
Constitución de 1853. Desde entonces y hasta las primeras décadas del siglo XX, tuvo lu-
gar en la Argentina una progresiva diferenciación de múltiples saberes técnicos especializa-
dos, dedicados a la construcción del espacio urbano: arquitectónico, urbanístico y paisajís-
tico, cada vez más complejo, conflictivo, y diversificado en usos y funciones.
El espacio –urbano y territorial– mantuvo, durante el período de instauración, desa-
rrollo y fijación del modelo (1850-1910), una relación dialéctica de mutuos cambios e in-
tercambios con el proceso modernizador, potenciando los efectos de los cuales era produc-
to a veces y generador otras: la urbanización ferroviaria y el trazado de cientos de pueblos
en todo el país es un ejemplo claro de esta reciprocidad entre las transformaciones espacia-
les y las sociales. Los técnicos adquirieron un rol mediador muy importante en la conver-
sión de necesidades en obras y en las relaciones entre las fuerzas de la economía, la socie-
dad civil y los sectores dirigentes.
La presencia y la voz de los técnicos adquirieron una importancia creciente en este
período. Las razones pueden sintetizarse en:
• Modernización y profesionalización: En nuestro siglo XIX, una nueva concep-
ción, moderna y fundacional se instauró con relación a la modelación social y material del
espacio, amparada en una noción moderna de la cultura, que evolucionó a lo largo del si-
glo desde una visión ilustrada a una positivista. El proceso modernizador tuvo en Argenti-
na un carácter fuertemente omnipotente y pedagógico, tendiendo a un ordenamiento del
mundo material y simbólico para lo cual se requería del desarrollo específico de distintas
disciplinas, saberes y prácticas.
• El saber como recurso de autoridad: En este marco, el discurso científico-técni-
co estaba asentado sobre una forma particular de privilegio: la racionalidad científico-téc-
nica. Ésta operaba como recurso de autoridad, a la vez que permitía a los portadores del
“saber” desplazarse respecto del eje de lo político, por lo tanto de la conflictividad social y
presentar –desde el lugar inobjetable del conocimiento– su discurso como neutro, expre-
sión de los “intereses generales”.
• Especialización de saberes y prácticas: Disciplinas cada vez más especializadas,
incumbencias cada vez más delimitadas, cubrieron los distintos campos del “saber” y del
“hacer” en el territorio, la ciudad, y la arquitectura; un conjunto articulado y jerárquico de
agentes: profesionales, técnicos, artesanos, obreros especializados, y también artistas cons-
tituyeron el recurso humano necesario para llevar a cabo tantos proyectos y tantas obras.
La Ingeniería y la Arquitectura, como todas las denominadas “profesiones liberales,”
se definieron y modelaron al compás del proceso de organización del Estado argentino; sin

14
Tomamos de Marshall Berman la noción de Modernidad como un dilatado período con distintas fases donde se mantiene
una relación dialéctica e interactuante entre “modernización”, entendida como los procesos de transformación de la socie-
dad y la cultura y “modernismo” como la variedad de ideas, valores y visiones del mundo que sustentaban esas transforma-
ciones. Cf. Marshall Berman. Todo lo sólido se desvanece en el aire. Siglo veintiuno editores, Madrid, 1988.

38
Nosotros los Arquitectos

embargo sus prácticas, posibilidades y desarrollos estuvieron muy ligados al proceso de mo-
dernización y a la constitución de la burocracia técnica del Estado, en particular el nacio-
nal entre 1880 y 1910. También, el reconocimiento social que alcanzaron como profesio-
nales, los ingenieros y arquitectos, fue diferente del que gozaban los practicantes de la
Abogacía o la Medicina, así como la relación que mantuvieron con el campo del poder po-
lítico.15 La burocracia estatal estaba compuesta por una articulada y compleja trama de
agentes, reclutados de diferentes ámbitos, donde los rangos más altos “se cubrían con los
jóvenes egresados de la Universidad de Buenos Aires y Córdoba, particularmente abogados
y médicos”.16
Los ingenieros, quienes delimitaron primero su campo disciplinar y profesional, li-
braron la primera batalla de reconocimiento y legitimación: la de la importancia del “saber
técnico” dentro del proyecto modernizador. La difusión del positivismo, la complejidad de
los problemas por resolver con el fuerte crecimiento económico y demográfico, la enverga-
dura y magnitud de la obra pública, contribuyeron al reconocimiento de la labor del téc-
nico, sintetizada por la figura del Ingeniero.
Ahora bien, si el discurso técnico tenía un lugar ganado hacia fines del XIX, ¿qué es-
pacio tenía reservado el arte arquitectónico en la construcción de la Argentina moderna?,
¿Qué papel tenían asignado en el juego social los “arquitectos”, esos nuevos codificadores
de los significados culturales del espacio, nexos entre el arte y la técnica?
Cuando hablamos de la definición del campo disciplinar de la Arquitectura en Ar-
gentina es necesario advertir la complejidad de la situación de este “saber-hacer”, donde se
articula ciencia-técnica y arte. Es decir, se trata de un campo artístico pero también cien-
tífico y técnico. La arquitectura, con un pie en el arte y otro en la técnica, debía someter-
se a los axiomas de la ciencia en un tiempo en que los avances del conocimiento eran ace-
lerados, y a la vez dar una respuesta al “arte arquitectónico”, en medio de la crisis cultural
que la modernización había instaurado a comienzos del siglo XX. La ingeniería en todas
sus ramas, más emparentada con la ciencia y el desarrollo tecnológico, podía ponerse rápi-
damente a tono con los requerimientos de la época. Así también, mientras el desarrollo de
la ingeniería tuvo un particular auge entre 1880 y 1910 por la intensa participación de sus
practicantes en la modelación de la estructura espacial de todo el país, la arquitectura fue
más tardía, tuvo recién en el siglo XX un papel significativo en la reformulación de códi-
gos culturales y sus practicantes, un relativo reconocimiento social como agentes necesa-
rios de la modernización.
En el caso de Argentina, la correlación entre el desarrollo de las profesiones vincula-
das a la construcción del espacio urbano y arquitectónico y la constitución del Estado mo-
derno, ha seguido la siguiente trayectoria, que hemos podido corroborar en trabajos ante-
riores:17

15
El primer funcionario en ocupar la dirección del Ministerio de Obras Públicas creado en 1898 fue Emilio Civit, que aun-
que no se recibió había estudiado abogacía, y a quien todos llamaban “Doctor”. Poseer un título de abogado habilitaba en
nuestro país para ocupar los cargos más altos dentro de la política y la administración pública.
16
Mirta Zaida Lobato “Estado, gobierno y política en el régimen conservador”, en: NUEVA HISTORIA ARGENTINA, To-
mo V, El progreso, la modernización y sus límites, 1880-1914 Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1999, p. 186
17
Nos referimos al trabajo que realizamos como beca de perfeccionamiento en CONICET: Cirvini, Silvia, La estructura pro-
fesional y técnica en la construcción de Mendoza 1850-1930. (editado el primer tomo por el Colegio de Agrimensura de
Mendoza y el IAIHAU, Mendoza, 1989; inédito el segundo tomo).

39
Silvia Augusta Cirvini

• El deslinde de las profesiones fue gradual y progresivo desde mediados del siglo
XIX hasta la década de 1930, tendiendo a la especialización y a la diversificación a medi-
da que avanzaba la modernización de la cultura.
• La definición y consolidación de cada campo disciplinar y profesional estuvo con-
dicionada por la relación entre la oferta y demanda surgida del proceso global de desarro-
llo del país. Es decir, los agrimensores primero, herederos de los antiguos alarifes colonia-
les tuvieron en la Argentina de la Organización Nacional (1850 c.) un lugar privilegiado
por la importancia de la medición de tierras fiscales, los levantamientos topográficos y el
trazado de nuevas poblaciones; luego hacia 1880, la preeminencia es de los ingenieros, en
particular los civiles, por el gran desarrollo de las obras de infraestructura: caminos, FFCC,
puertos, puentes, obras de salubridad, y la naciente obra edilicia nacional. Finalmente, ya
en la primera década del siglo XX la arquitectura, cuando el proceso de modernización ha-
bía alcanzado un umbral aceptable de satisfacción de las necesidades, la sociedad y la elite
política pueden pensar en la belleza, la estética y el “gusto artístico”, entendidos como fac-
tores indispensables dentro de la cultura.
• El desarrollo de la formación técnica y universitaria, la legislación y reglamenta-
ción del ejercicio de las profesiones siguieron el mismo proceso señalado de deslinde y de-
finición de los campos disciplinares.
Las fuentes secundarias existentes, así como nuestros trabajos anteriores orientaron la
búsqueda de una hipótesis en torno de la explicación del proceso de constitución disciplinar
de la Arquitectura como saber especializado en Argentina, que adoptó modalidades particu-
lares, impuestas por la especificidad de nuestra propia vida histórica y el contexto sociocul-
tural en que se desarrolló. En nuestro marco conceptual, entendemos por proceso de cons-
titución disciplinar, la progresiva definición de un campo de conocimiento propio, a la vez
que una diferenciación de las prácticas profesionales respecto de otros agentes, y los meca-
nismos de legitimación pertinentes.
Desde la creación de la Escuela de Arquitectura en el seno de la Facultad de Ingenie-
ría y Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires en 1901, hasta el funcionamien-
to autónomo de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, en la misma universidad en
1948, se desarrolló en nuestro país el proceso de constitución de la profesión de “arquitec-
to”, en el marco de un contexto más amplio de modernización de la cultura y la sociedad.
En un primer momento, la constitución de este saber especializado, diferenciado de la in-
geniería, se presentó como una opción para la elite que buscaba imprimir nuevos signifi-
cados a las obras. Intentaremos explicar cómo el arquitecto se convirtió en el eslabón efi-
caz y necesario entre el saber técnico y el saber artístico, en el intérprete tanto de las
expectativas de la elite como de las necesidades sociales de la época, y en el portavoz auto-
rizado de las tendencias artísticas vigentes. También buscaremos caracterizar sobre qué ba-
ses estuvo fundado el “consorcio” entre ingenieros y arquitectos, y cómo, esta etapa funda-
cional del campo condicionó la futura relación entre ambas profesiones.
En su diferenciación de los ingenieros, los arquitectos pugnaron por un espacio pro-
pio dentro del campo de la construcción del hábitat. Reservaron para sí, como grupo, la
función de codificadores de los significados culturales y simbólicos de la producción del es-
pacio urbano y arquitectónico, lo cual, de modo indirecto, asignaba a los ingenieros un pa-
pel más instrumental y técnico.

40
Nosotros los Arquitectos

Desde mediados de la década del ´20 ingresaron en el debate disciplinar y en la prác-


tica profesional, como nuevas demandas, el tema de la vivienda popular y del equipamien-
to social necesario, cuyo tratamiento, que venía desde comienzos del siglo, dejó de estar ex-
clusivamente en manos de ingenieros e higienistas, para ser desde entonces, reorientado
por los arquitectos. También desde entonces y hasta finalizar nuestro período de estudio,
en gran medida por las profundas transformaciones de la sociedad, el campo disciplinar de
la arquitectura, ya constituido y cohesionado, fue abarcando una serie de nuevas temáticas
(problemas urbanos, nuevos materiales, la estética de las vanguardias, etc.) que a través de
las publicaciones o de los foros de congresos y asociaciones, fueron señalando diferentes
crisis de cambio en el perfil de la profesión.

4. La profesión de arquitecto y la legitimación de una disciplina


Como ya señalamos, la profesionalización de las actividades que derivan del saber
técnico es un producto neto de la modernidad. Este dilatado proceso, que según se trate
de Europa, EEUU o Latinoamérica, adoptó distintas modalidades y características, coinci-
dió en el caso argentino con la organización y desarrollo de los aparatos del estado nacio-
nal y los principales estados provinciales.
Desde 1865 y con un plantel docente exclusivamente extranjero, comenzaron a dic-
tarse las clases de la carrera de ingeniero en la Universidad de Buenos Aires, con un título
que también habilitaba para el ejercicio de la agrimensura. En 1870 se recibieron los pri-
meros ingenieros argentinos.18 El plantel docente se formó exclusivamente con extranjeros
a quienes se contrató con tal propósito en Europa, especialmente en Italia.19 Este primer
plan de estudios para la carrera de Ingeniería se desarrollaba en cuatro años con dieciocho
materias, y aunque era bastante general, apuntaba a brindar una formación amplia que pu-
diese abarcar el amplio espectro de necesidades que el país manifestaba por entonces. En
1878, el Consejo Académico de la Facultad de Ciencias Exactas aprobó un nuevo plan de
estudios para la carrera de ingeniero civil, que también habilitaba para ejercer la arquitec-
tura. Este nuevo programa tendía, en general, a lograr una mayor especialización en las dis-
tintas ramas de la ingeniería, se agregó un año a la carrera con un total de veintitrés mate-
rias. Hacia 1890, esta carrera contaba con un plantel docente consolidado y en su gran
mayoría compuesto por profesionales argentinos. Entre 1870 y 1900 se graduaron en el
país un total de doscientos cincuenta ingenieros.20
La carrera de arquitecto, en cambio, no tenía currícula propia y quedaba incluida, co-
mo una especialización de rango inferior, dentro de la de ingeniería. Desde 1877 se otor-

18
Fueron doce los integrantes de esta primera camada y se los conoce como los “Apóstoles” en tanto fundadores de la Inge-
niería argentina. Ellos fueron: Luis A. Huergo, Guillermo White, Valentín Balbín, Santiago Brian, Guillermo Villanueva,
Luis Silveyra, Francisco Lavalle, Adolfo Büttner, Carlos Olivera, Justo Dillon, Félix Rojas y Jorge Coquet. Entre ellos,
Adolfo Büttner, fue conocido como el apóstol arquitecto porque tuvo especial inclinación por la rama de la arquitectura.
Bregó por las cordiales relaciones entre la Ingeniería y la Arquitectura y tuvo un papel decisivo en la creación de la Sociedad
Central de Arquitectos en 1886.
19
El prestigio de la Ingeniería en Europa en el siglo XIX, particularmente de los politécnicos italianos, orientó no sólo la se-
lección de profesores para la naciente Universidad argentina sino también los programas de las carreras y el sesgo decidida-
mente científico técnico de la Institución.
20
Este cómputo contempla los egresados de la Universidad de Buenos Aires (desde 1870), de la Escuela de Ingenieros de Mi-
nas de San Juan (desde 1871), de la Universidad de Córdoba (desde 1879) y de la Universidad de la Plata (desde 1897).

41
Silvia Augusta Cirvini

gaba también el título habilitante de arquitecto a través de la reválida de títulos extranje-


ros. Podían rendir tesis quienes hubiesen residido dos años en el país y realizado trabajos
de envergadura o que hubiesen sido contratados por el gobierno para obras públicas. De
1878 son los primeros egresados arquitectos.21
Los primeros años, la arquitectura como disciplina estuvo muy determinada por el
peso y la influencia de la ingeniería y el higienismo, por ende con un perfil científico que
progresivamente fue cediendo a un perfil más artístico hacia fin de siglo. Según Ramón
Gutiérrez, estos primeros arquitectos “por su formación en Alemania habían enfatizado los
aspectos funcionalistas y tipológicos por encima de los aspectos formales que predomina-
ban en las Academias francesa y belga”.22 La presión “artística” habría sido ejercida prime-
ro, por los arquitectos clasicistas italianos, luego por los egresados de l’École de Paris y de
Bruselas. Hacia fin de siglo la consolidación de esta corriente académica dentro de la cul-
tura arquitectónica consiguió hacer “despegar” a la disciplina, crear un fuelle entre ingenie-
ría y arquitectura y delimitar, desde la formación artística, un campo de conocimiento pro-
pio, de dominio exclusivo de los arquitectos.
El eclecticismo23 predominante hacia fines del siglo XIX fue acentuando el rol del ar-
quitecto-artista, distanciándolo del perfil del ingeniero y convirtiéndolo en un intérprete,
y aun en algunos casos, en un traductor de la cultura europea en nuestro país. Sin embar-
go, a través de nuestras revistas técnicas (eminentemente eclécticas) de las primeras dos dé-
cadas del siglo era reproducida y transmitida una visión sesgada del universo arquitectóni-
co, donde son evidentes las ausencias de las vanguardias estéticas emergentes (tanto de
Europa como de EEUU) como son los casos de Sullivan, Richardson, Perret, Wright, Hor-
ta, Van der Velde y hasta Gaudí.
En nuestro país no existió, sino hasta la década del ‘20, una oposición crítica al aca-
demicismo y al eclecticismo del siglo XIX, apoyada como en Europa y los EEUU, en el de-
sarrollo de una vanguardia artística que constituyera el origen de la arquitectura moderna.
Esto era así porque la situación contextual de la producción arquitectónica era muy dife-
rente. En Argentina predominaba en forma hegemónica el Eclecticismo europeo validado
por las Academias, porque así lo determinaban las condiciones de la producción artística y
arquitectónica que pueden sintetizarse en:
• el escaso número de practicantes, en su mayoría europeos, formados en las Acade-
mias y cuya consagración dentro de la elite dirigente dependía, precisamente, de su perte-
nencia a la tradición europea.

21
Este primer grupo fundacional del campo con las primeras reválidas (1878) estuvo compuesto por: Ernesto Bunge, Juan
Antonio Buschiazzo y Juan Martín Burgos. En 1879 revalidaron el título Enrique Aberg y Juan Bautista Arnaldi, en 1880
Ramón Giner y en 1881 Joaquín Belgrano.
22
Ramón Gutiérrez. Capítulo 2 (1886-1900). En: Sociedad Central de Arquitectos. 100 años de compromiso con el país, Bue-
nos Aires, 1994, pp.32/33.
23
Utilizamos y entendemos “eclecticismo” en las dos acepciones específicamente definidas dentro de la historiografía arquitectónica:
a) Puede ser entendido como condición ecléctica: en este caso consiste en la fundamentación del pensamiento arquitectóni-
co que se desarrolla en el lapso transcurrido entre la aparición de los primeros fenómenos que quebrantan la exclusivi-
dad del clasicismo y la aceptación generalizada del racionalismo (1750-1920).
b) Puede ser entendido como actitud ecléctica o, como proyectación ecléctica es decir como una actitud frente al diseño ar-
quitectónico, que contempla la disponibilidad de los códigos del pasado, que tuvieron los arquitectos de la segunda mi-
tad del XIX y principios del XX, adoptando indistintamente estilos diversos o mezclándolos en un mismo edificio. Este
último significado es el que usualmente tenía en la época y con el que aparecerá en la mayoría de los textos analizados.
El tema está desarrollado en el capítulo III sobre los “Los debates diferenciadores”, en el punto 3.1. Estado del arte arqui-
tectónico.
42
Nosotros los Arquitectos

• la estricta dependencia cultural de la clase dirigente con las metrópolis europeas


instalaba una demanda direccionada a los gustos y modas legitimadas y reconocidas.
• la estrecha relación técnicos-poder político y económico vinculaba a nuestros pro-
fesionales con los ámbitos más conservadores e institucionalmente reconocidos del saber
en Europa. La cooptación de profesionales en Europa para trabajar en el país no se realiza-
ba nunca en ámbitos marginales o de dudoso reconocimiento oficial.
Es decir, nuestros primeros arquitectos no podían estar vinculados a las vanguardias
estéticas europeas: para que existiera una “vanguardia” era necesario primero consolidar
una “tradición”. No podía pensarse en un “arte nuevo” en un medio donde se estaba pug-
nando por imponer simplemente el “arte”, donde lo realmente efectivo y conveniente pa-
ra el grupo era la consolidación de una tradición. Los años que fueron entre 1880 y 1910
constituyeron lo que podemos denominar la etapa fundacional de esa tradición, hegemo-
nizada por el eclecticismo, a partir de la cual fue posible organizar y legitimar el campo dis-
ciplinar y profesional de la arquitectura en el país.
Es por ello que, lo que podríamos considerar la más temprana reacción al eclecticis-
mo europeo trasplantado sin más a nuestras ciudades, se dará en Argentina enmarcada en
un movimiento cultural más amplio y respondió más bien a cuestiones ideológicas y cul-
turales que a razones estrictamente artísticas y arquitectónicas. Este primer remezón vino
desde afuera y no desde dentro del campo disciplinar, cuyos integrantes aún estaban ocu-
pados en la tarea de consolidación y aglutinación interna del grupo.
Por otro lado, el tema de la definición de un perfil de la profesión y de un campo dis-
ciplinar propio estuvo vinculado al proceso de legitimación de la idoneidad profesional,
considerada a partir del reconocimiento de títulos desde el ámbito oficial. A fines del siglo
XIX sólo nueve arquitectos habían obtenido o revalidado el título. El ejercicio de la arqui-
tectura estaba en manos de los ingenieros y de los constructores de oficio.
En 1901, la creación de la Escuela de Arquitectura, en el seno de la Facultad de In-
geniería y de Ciencias Exactas, señaló un paso decisivo y trascendental en la formación pro-
fesional especializada. Por una parte, significaba la posibilidad de autonomía en la forma-
ción de profesionales de grado, por otra, permitía gradualmente modelar prácticas y
posiciones acordes con una realidad propia, distinta de la europea. Si bien la Escuela sur-
gió merced a la iniciativa y gestión de los arquitectos “académicos”, en su mayoría extran-
jeros, escasos pero importantes, como respuesta a su empeño por desarrollar y jerarquizar
la profesión, en muy pocos años fueron muchos los que ingresaron a este nuevo escenario
de debate con ideas y corrientes diversas.
También, el año 1901 marcó un punto de inflexión en la organización gremial de los
arquitectos por cuanto la Sociedad Central de Arquitectos, cuyo funcionamiento había si-
do discontinuo y débil desde su creación en 1886, fue prácticamente refundada. Ejerció
desde entonces una acción efectiva y aglutinante de la identidad grupal y tuvo un papel
protagónico central en todo lo referente a la defensa de derechos privativos de los arquitec-
tos así como a la legitimación de la profesión.
En 1904, por Ley nacional Nº 4416 se autorizó la reválida de diplomas de Ingenie-
ros a los egresados en Universidades europeas y en la misma ley se autorizaba el ejercicio,
por idoneidad profesional en Arquitectura, previa obtención del título de competencia en
la Universidad. Así, en 1905 se diplomaron noventa arquitectos que rindieron el examen

43
Silvia Augusta Cirvini

en la Escuela de Arquitectura, Facultad de Ciencias Exactas, con tribunales designados al


efecto. Este hecho implicó asimismo el reconocimiento de un rol central a la formación
universitaria e indirectamente, a la flamante Escuela, en la regulación estatal respecto de la
validez de los títulos. Si comparamos los diplomados en 1905 con los nueve del siglo an-
terior el crecimiento de la matrícula fue abrumador. Este modo de blanquear la situación
de los títulos extranjeros suscitó grandes controversias y críticas; sin embargo era un hecho
de gran importancia en la legitimación de la actividad de los practicantes de la disciplina,
ya que supuso el reconocimiento por parte del Estado de la necesidad de legislar y regular
las prácticas profesionales. De 1905 también son los primeros egresados de la flamante Es-
cuela de Arquitectura de la UBA.24
Hacia 1906, la mayoría de los socios de la Sociedad Central de Arquitectos –en don-
de predominaban los extranjeros–, habían obtenido los diplomas. En 1905, por Ley Nº
4560 se había establecido que era necesario poseer título nacional, de ingeniero o de arqui-
tecto, para ocupar cargos o desempeñarse en comisiones o empleos de la administración
nacional relativos a obras públicas. Aunque la misma ley establecía excepciones a la regla,
el camino de la legitimación del título profesional ya estaba iniciado; el debate entre los ar-
quitectos se orientará en adelante, a definir el lugar que debían ocupar en la construcción
del hábitat con relación a los otros actores con quienes compartían el campo. Por eso ad-
quirirán cada vez más importancia las sociedades o centros profesionales, como entes gre-
miales y aglutinadores de identidad, así como las revistas que actuaron como órganos di-
fusores de las ideas y portavoces de los intereses corporativos.

24
Fueron seis los egresados de la primera promoción de la Escuela de Arquitectura ese año de 1905.

44
CAPÍTULO II
Las revistas técnicas
y de arquitectura
Nosotros los Arquitectos

1. Introducción
Investigaciones recientes dirigidas a la construcción de una historia cultural de lo po-
lítico, han puesto en la mira las posibilidades que brinda el uso de las revistas culturales y
políticas como fuente, para el análisis del conflictivo siglo XX.1 Las publicaciones periódi-
cas se presentan por una parte, como una fuente legítima y sumamente explicativa para el
análisis de los procesos históricos, articulando de manera particular el plano estructural de
los fenómenos que atraviesan el siglo con la riqueza de las trayectorias individuales o gru-
pales, materializadas como emprendimientos editoriales. Por otra parte, estas revistas, bau-
tizadas como “de debate y de combate” 2 se han convertido en objeto de estudio en sí mis-
mas, como empresas culturales de distinto alcance, desarrolladas a lo largo del siglo XX,
que ofrecen su continuidad en algunos casos y su autonomía en otros, como aspectos va-
liosos frente a la fragilidad de la vida institucional argentina.
Las revistas, en nuestro país, fueron algo más que espacios privilegiados donde expre-
sar ideas e inquietudes; poner en consideración propuestas; canalizar la crítica reguladora
de las prácticas al interior de cada campo autónomo; es decir, fueron algo más que el eco
de la vida social, política y cultural en estas tierras de modernización temprana y “periféri-
ca”. Las revistas fueron espacios de gestación de cambios sociales, núcleos de articulación
de estrategias grupales, instrumentos de legitimación, expresión de los ideales de un gru-
po, un movimiento, una generación.
“…Es indudable que la decisión de crear una revista responde a un imperativo donde se
cruzan necesidades individuales y colectivas. La aparición y la publicación regular de una
revista permiten a sus directores y colaboradores crear una esfera de influencia nada des-
preciable en el terreno de las actividades intelectuales. (…) una revista es un instrumen-
to muy adecuado en toda estrategia de poder intelectual.” 3
La dimensión de los emprendimientos editoriales a lo largo del siglo XX, fue variada
y heterogénea, tanto en cuanto a los recursos disponibles para cada empresa, como a la am-
bición y las expectativas de cada grupo gestor de estos proyectos. La tirada y la continui-
dad en el tiempo fueron factores objetivos, a veces importantes pero no decisivos, en el im-
pacto social que produjeron las publicaciones. En el caso de las revistas técnicas o
especializadas en determinados campos disciplinares, la acotada difusión que tuvieron no
fue un síntoma de fracaso sino todo lo contrario, fue el efecto deseado de la llegada selec-
tiva que buscaron tener dentro de la elite dirigente. Cuando se deseaba alcanzar una llega-
da más amplia, cuando era necesario conmover la “opinión pública”, se publicaba en los
periódicos y diarios. Generalmente, la publicación periodística –como en la actualidad–
apuntaba a informar y llegar a un gran público y por lo tanto, en temas específicos como
lo arquitectónico, servía para difundir lo producido en otro sitio con anterioridad (congre-
so, revista, institución profesional, científica, académica).

1
Una serie de trabajos en torno de las revistas de opinión, resultado de un proyecto conjunto, en el marco de un convenio
franco argentino (CONICET y CNRS) fueron publicados recientemente por la Academia Nacional de la Historia: Girbal
Blacha-Quattrochhi Woisson. (comp.) Cuando opinar es actuar. Revistas argentinas del siglo XX, Academia Nacional de la
Historia, Buenos Aires, 1999.
2
Cf.: Girbal Blacha-Quattrochhi Woisson, “Las revistas de debate y de combate: entre tradición política y empresa cultural”,
(1997), en: Clío 4, Buenos Aires, pp. 13-27.
3
Quattrochhi Woisson, Diana. “Estudio preliminar” en: Girbal Blacha- Quattrochhi Woisson, (1999), op. cit, p. 46.

47
Silvia Augusta Cirvini

El ámbito de las revistas, en cambio, plantea en primer lugar un espacio de debate


entre iguales, contradictorio y conflictivo a veces, tolerante y conciliador en otras ocasio-
nes, pero siempre dentro de los límites de una elite intelectual y social que a lo sumo en-
cuentra como paradestinatarios a quienes se hallan ubicados en posiciones semejantes en
el espacio social, o actores, cuyo reconocimiento, convencimiento o interpelación era im-
portante para la corporación.
Es significativo considerar la llegada y circulación que pudo haber tenido una publi-
cación: en el caso de nuestras revistas técnicas, aunque se tratara de publicaciones institu-
cionales, tenían sin dudas, un público ampliado hacia la elite dirigente (política y econó-
mica); los arquitectos eran a principios del siglo XX muy pocos, aun si sumamos los
ingenieros dedicados a la arquitectura no obtenemos una cifra que justifique una publica-
ción restringida a ellos. Hay en esta labor editorial de los técnicos una inversión que apa-
rentemente no brinda beneficios inmediatos desde una visión utilitarista. Se trata, desde
nuestra perspectiva, de una estrategia colectiva de construcción del propio campo discipli-
nar donde los portavoces –o enunciadores– al dirigirse a la elite para advertirla o interpe-
larla sobre algún tema o a los integrantes del campo disciplinar para promover la crítica o
la acción en relación con un problema, no hacen sino movilizar el efecto de reconocimien-
to, con lo cual van consiguiendo consolidar representaciones en torno de su papel en el jue-
go social y darle contenido al producto diferenciado que ofrecen como arquitectos, proce-
so en el cual se van constituyendo como tales.
El ámbito de las revistas sirve también para hacer “públicos” los actos y decisiones de
un grupo de agentes especializados –una corporación en definitiva– que demanda, en pri-
mer lugar, reconocimiento como grupo y en segundo lugar, que necesita a veces consensuar
y a veces legitimar su modo de “operar en el mundo” ante el resto de los actores sociales:
“Un autor en el verdadero sentido, es aquel que hace públicas las cosas que todo el mun-
do sentía confusamente, alguien que posee una capacidad especial, la de publicar lo im-
plícito, lo tácito, que cumple un verdadero trabajo de creación. Cierto número de actos se
vuelven oficiales desde que son públicos, publicados. La publicación es el acto de oficiali-
zación por excelencia. Lo oficial es todo lo que puede ser hecho público, afichado, procla-
mado, frente a todos, ante todo el mundo, por oposición a lo que es oficioso, hasta secreto
y vergonzoso; con la publicación oficial (“en el Boletín Oficial”), todo el mundo es a la
vez tomado como testigo y llamado a controlar, a ratificar, a consagrar, y ratifica, y con-
sagra, por su silencio mismo. El efecto de oficialización se identifica con un efecto de ho-
mologación. Homologar, etimológicamente, es asegurar que se dice la misma cosa cuando
se dicen las mismas palabras, es transformar un esquema práctico en un código lingüísti-
co de tipo jurídico. Tener un nombre o un oficio homologado, es existir oficialmente. La
publicación es una operación que oficializa, por lo tanto legaliza, porque implica la di-
vulgación, el descubrimiento frente a todos, y la homologación, el consenso de todos sobre
la cosa así descubierta.” 4

4
Pierre Bourdieu. “La Codificación”, (Comunicación publicada en Actes de la recherche en sciencies sociales, 64, sep-
t i e m b r e
de 1986), en: Cosas dichas. Gedisa editorial, Barcelona, España, 1996, pp.88/89.
48
Nosotros los Arquitectos

Todo grupo que funda, dirige y sostiene una revista es porque tiene algo importante
que decir. Entre los técnicos, la palabra no es sólo palabra sino que implica acción, transfor-
mación del mundo real: en las revistas se insta al debate, se promueven conductas y modelan
prácticas, se establecen códigos que apuntan a homogeneizar el campo disciplinar, a construir
la propia identidad y evitar los equívocos y lo confuso. En síntesis, no sólo se recepta la “opi-
nión pública” de los especialistas, sino –y esto es lo más importante– se persigue generar una
nueva opinión más decantada y legitimada por consenso y por confrontación. 5
Por último, el lugar privilegiado de la palabra escrita permite pautar toda vez que sea
necesario las reglas del juego y proclamar los envites (en la doble acepción de desafío y
apuesta) dentro del campo disciplinar. El motor de todo este movimiento al interior del
campo es el “capital simbólico” que acumulan los diferentes agentes o grupos desde distin-
tas posiciones, situación que es variable en el tiempo como se verá en el desarrollo de los
“temas-debates” y en el análisis de las “prácticas diferenciadoras”.

2. El periodismo arquitectónico
El periodismo especializado en arquitectura surgió en Europa (Francia, Inglaterra,
Alemania y España) a mediados del siglo XIX. En nuestro país, este desarrollo fue posible
casi cincuenta años más tarde, en el marco del proceso modernizador, que había dado im-
pulso a una importante actividad periodística. La historia del desarrollo del periodismo en
nuestro país está profundamente ligada a los distintos “momentos” del proceso de moder-
nización, en donde se combinan varios de sus principales factores (inmigración, urbaniza-
ción, movilidad social, educación pública) en lo que podemos denominar la construcción
de la demanda, es decir, la conformación de un público lector. Por ello es posible identifi-
car una primera etapa a partir de 1880, donde el periodismo estuvo signado por el impor-
tante flujo migratorio.6 Se editaban, en las principales ciudades del país, numerosas publi-
caciones periódicas de colectividades extranjeras. En pocos años, hacia fines del siglo la
situación había cambiado: disminuyen notablemente las publicaciones extranjeras y la gran
mayoría se edita en Buenos Aires. Alrededor de 1914 se consolida el periodismo argenti-
no, con publicaciones que habían aumentado considerablemente en calidad y cantidad
(cerca de 500), mientras que sólo se editan una veintena de publicaciones extranjeras.7 Es
decir, desde 1910 aproximadamente, hay ya un público ávido de periódicos y revistas en
el cruce de dos variables: la alfabetización y homogeneización de la educación pública y el
ascenso social de los vastos sectores medios. Lo nuevo, aquello que condensa mejor los sig-
nificados de la época (la actualidad, lo efímero de la moda, lo moderno), está representa-
do por el auge de las revistas ilustradas (culturales y sociales en sentido amplio), entre las
que se destacan: Mundo Argentino, Caras y Caretas y Fray Mocho. En medio de este pa-
norama surgirán las revistas especializadas, no sólo arquitectónicas, que si bien apuntan a
objetivos específicos y tienen una difusión restringida como se verá, están imbuidas del “es-

5
Cf. Georges Burdeau, Méthode de la Science Politique, Dalloz, París, 1959, p.388 y ss.
6
Ver: Ema Cibotti “Del habitante al ciudadano: la condición del inmigrante”, en: Nueva historia Argentina. El progreso, la
modernización y sus límites (1880-1916), Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2000, pp. 379 y ss.
7
Para entonces se habían convertido en importantes empresas, con gran tirada, los dos principales diarios de Buenos Aires:
La Prensa y La Nación y, por ejemplo, de las 27 publicaciones italianas que había en 1887 quedaban sólo 4 que se edita-
ban todas en Buenos Aires.
49
Silvia Augusta Cirvini

píritu” de la época, su funcionamiento y eficacia responden a una lógica que privilegia la


palabra escrita en la conformación de la opinión pública. Efectuada esta breve aclaración
acerca del periodismo en Argentina, volvamos sobre el tema de la prensa técnica y su rol
tanto en Europa como en América.
Sendos estudios sobre el periodismo arquitectónico en el siglo XIX en Francia y en
España, coinciden en señalar la importancia de la actividad editorial en el pensamiento y
la labor profesional, en medio de un mundo moderno, cambiante y dinámico.8
Las primeras publicaciones periódicas de arquitectura en España surgen para defen-
der competencias, atribuciones o derechos privativos de los arquitectos, como recurso pa-
ra propender al engrandecimiento de la arquitectura nacional y finalmente para apoyar la
posición ecléctica, frente al exclusivismo tanto de la Academia (clasicismo) como de los ro-
mánticos (goticismo). Según Ángel Isac, en el siglo XIX, las revistas son consecuencia del
pensamiento ecléctico y su principal instrumento propagador, de allí que casi no haya re-
vistas “de tendencia”, sino que la regularidad es que sean éstas espacios abiertos para divul-
gar todos los estilos del pasado. Las revistas constituyen un espacio de reflexión, y de “con-
versión” –según Isac– para aquéllos que a mediados del XIX habían sido educados en la
poderosa tradición vitruviana y que contemplaban preocupados dos series de fenómenos:
la existencia de otros sistemas arquitectónicos redescubiertos por el romanticismo y el gó-
tico y cómo el avance científico técnico ubicaba a las construcciones de la ingeniería en el
lugar simbólico del progreso.9
La prensa en el siglo XIX era un valioso instrumento en el que se confiaban los más
variados intereses colectivos, medio representativo de la civilización y el progreso, y sus
efectos sociales sólo equiparables al impacto que había producido el ferrocarril: “La apari-
ción del periodismo arquitectónico (…) acontece cuando se acentúan los procesos de diferencia-
ción técnico profesional, exigidos por el modelo de crecimiento industrial que siguen las socieda-
des europeas más avanzadas”.10
En Francia, la revista más importante fue la Revue Générale de l’Architecture et des Tra-
vaux Publics, dirigida por César Daly 11 que apareció en 1840. Como Daly se sentía atraí-
do por las doctrinas socialistas de Fourier, el asociacionismo fue la ideología que hizo de sos-
tén al programa editorial de la revista: “à tous les hommes de bien, à tous les hommes de science
et d’art, afin qu’ils fassent converger à foyer commun les fruits de leurs recherches et leurs obser-
vations”.12 La revista propuso una convocatoria amplia que acercase a las distintas profesio-
nes (arqueólogos, arquitectos, ingenieros) con los industriales y el público en general, que
a través de un lenguaje sencillo y de divulgación hiciera accesible a la comprensión de to-
dos los temas arquitectónicos. En general, todas las revistas europeas de mediados del siglo
XIX plantearon la colaboración entre arquitectura e ingeniería, tenían entre sus propósitos
la intención de servir como medio de cooperación entre ambas profesiones, en donde la

8
Se trata de: Hélène Lipstadt, et alt, Architectes et ingénieurs dans la presse: polémique, débat, conflit. (1980) Paris, Comité de
la Recherche et du Développement en Architecture (C.O.R.D.A.), y Ángel Isac. Eclecticismo y pensamiento arquitectónico
en España. Discurso, Revistas, Congresos (1987), Diputación Provincial de Granada.
9
Ángel Isac, op. cit., p.118 y ss.
10
Angel Isac, op. cit., p.117.
11
Daly fue uno de los más importantes propulsores del periodismo arquitectónico, prestigioso y reconocido arquitecto que
valoró la labor del ingeniero en el siglo XIX y la producción con nuevos y modernos materiales, en particular el acero.
12
César Daly, citado por Ángel Isac, op. cit., p.112.

50
Nosotros los Arquitectos

arquitectura buscaba alcanzar el prestigio del que gozaba la ingeniería. Las revistas se de-
claraban “técnicas”, “científicas”, “prácticas”, y hasta “positivas”.
Tanto en Europa como en América, las revistas actúan como medios de identifica-
ción cultural, espejo de los signos de distinción que permite a los arquitectos conocerse y
reconocerse en ellos, siendo al mismo tiempo el “lugar” del discurso de legitimación de ar-
quitectos frente a ingenieros y el instrumento más utilizado para dirimir las controversias
profesionales.
Pero también, las publicaciones periódicas eran medios de conocimiento, más efica-
ces y útiles que los manuales y tratados, tanto para difundir el saber histórico y arquitec-
tónico como la información técnica acerca de nuevos materiales y del rápido desarrollo de
la industria de la construcción. Los buenos libros eran caros, escasos, en cambio una hoja
periódica (feuille d’annonces), el antecedente directo del periodismo arquitectónico, podía
presentar una información abundante y variada a un bajo costo y al alcance, tanto econó-
mico como intelectual de todos.13
Un tema clave a la hora de llevar a cabo la publicación de una revista, tanto en Eu-
ropa como entre nosotros, era el de los recursos económicos y financieros para la edición.
Cuando se trataba de la publicación oficial de una corporación, cuanto más sólida y sol-
vente fuera ésta, más estabilidad, calidad de edición y continuidad tendría la revista. Esto
explica el hecho que en nuestro país los ingenieros, con asociaciones más sólidas, hayan te-
nido ya en el siglo XIX publicaciones propias, ya sea de sus organizaciones profesionales
(“Ingeniero Civil”, 1888), o una clara hegemonía en las oficiales (“Memorias de la Ofici-
na de Ingenieros Nacionales”, 1870). En cambio, la débil organización corporativa de los
arquitectos hizo más vulnerables y efímeros los intentos de editar una revista propia.14
Los anuncios publicitarios en la prensa técnica y arquitectónica cumplían una doble
función: por un lado, aportar recursos financieros para la edición, por otro brindar infor-
mación de las novedades técnicas del mercado de la construcción.
El contenido de las revistas contemplaba secciones características o típicas, que po-
dían variar su importancia relativa de acuerdo con la índole de la publicación, si era órga-
no oficial de una institución corporativa, si era un emprendimiento comercial indepen-
diente o si estaba ligada a ámbitos artísticos, culturales o estudiantiles. Las principales
secciones eran las referidas a: editoriales de opinión, cuestiones disciplinares o doctrinales
del arte arquitectónico, información bibliográfica, anuncios oficiales, temas científicos y
técnicos, temas legales, asuntos urbanos y de higiene, convocatorias a concursos y exposi-
ciones, etc. A medida que avanzaba el siglo XX aumentaba la importancia de la informa-
ción comercial publicada en las revistas, indicador del desarrollo diversificado de la indus-
tria de la construcción. Toda revista de cierta importancia contaba también con una
sección extranjera, que contenía información general y traducciones de artículos de impor-

13
Daly abre un camino en el periodismo arquitectónico que marcará una perdurable huella no sólo en Europa sino en Amé-
rica: “Déjà depuis longtemps on fait peu des gros livres: c’est qu’à l’heure qu’il est, et en dépit du désordre qui règne dans les tra-
v a u x
intellectuels, l’esprit générale de recherche est devenue tellement actif, que la science grandit avec une prodigieuse vitesse. Il devient
dès lors nécessaire de les compléter par des écrits périodiques, destinés à maintenir les hommes de l’art et ceux qui s’intéressent à
l’art au courant de ses progrès pour ainsi dire quotidiens”. Citado por Ángel Isac, op. cit., p. 113.
14
El primer proyecto de una publicación que fuera órgano de la Sociedad de Arquitectos data de 1891, que quedó trunco
por dificultades financieras y económicas tanto de los socios como de la institución. Esta situación llevará a los arquitectos
a apoyar la empresa periodística que encara un ingeniero, Chanourdie para tener un apartado como publicación propia.
51
Silvia Augusta Cirvini

tantes referentes del campo disciplinar en Europa. Finalmente, un componente indispen-


sable de las buenas revistas era el material gráfico: ilustraciones, fotografías y reproduccio-
nes de planos y croquis de obras tanto nacionales como extranjeras.

3. Las revistas técnicas y de arquitectura como fuente


El tema investigado privilegia como fuente la producción textual de los técnicos, en
general, expresada en publicaciones periódicas provenientes de espacios específicos como
las asociaciones profesionales, los foros científicos, las organizaciones académicas. Las re-
vistas técnicas aparecen en Argentina a fines del siglo XIX como un correlato de la organi-
zación de asociaciones profesionales, científicas y académicas tanto de la ingeniería como
de la arquitectura, convirtiéndose en órganos difusores de ideas y propuestas en torno del
quehacer profesional. Las publicaciones anteriores vinculadas a lo arquitectónico, eran to-
das oficiales, pertenecientes a las primeras reparticiones estatales de administración territo-
rial, donde predominaban ingenieros.15 El primer antecedente de una publicación comer-
cial referida a arquitectura, lo constituyó en 1874 la Revista de Arquitectura y de Trabajos
Públicos, Periódico de los arquitectos, arqueólogos, industriales y propietarios (Buenos Ai-
res), dirigida por el Ingeniero Arquitecto francés Teodoro Juan de Groux de Patty.16
La aparición cronológica de los órganos de la prensa corporativa se corresponde con
el desarrollo habido en la delimitación de los campos disciplinares y con la modificación
de las prácticas profesionales a medida que se profundiza la modernización como proceso
de transformación material de la cultura. Así surgirá primero la Revista Técnica (1895), con
temas de Ingeniería, Arquitectura, Minería e Industria, luego La Ingeniería (1897), órga-
no oficial del Centro Nacional de Ingenieros, con todas las ramas de la disciplina, más tar-
de Arquitectura (1904) como apartado específico dentro de la Revista Técnica. En 1910 se
crea el Centro de Estudiantes de Arquitectura y al año siguiente se funda la Revista del Cen-
tro de Estudiantes de Arquitectura (1911), que tendrá la efímera vida de un año. Finalmen-
te se crea la Revista de Arquitectura (1915), en primer lugar portavoz del Centro de Estu-
diantes de Arquitectura y luego, desde 1917, también de la Sociedad Central de
Arquitectos. Esta última Revista que tendrá una permanencia ininterrumpida de casi cin-
cuenta años (hasta 1962), será el órgano principal de expresión del conjunto de la corpo-
ración. Si bien coexistieron durante algunos períodos revistas técnicas que expresaron otras
voces, como Nuestra Arquitectura (1929) y El Arquitecto (1919), ninguna tuvo la continui-
dad –dentro del período de estudio–, ni el peso, ni la pluralidad de voces y de debates que
ofreció la Revista de Arquitectura.
La difusión de las publicaciones especializadas, durante las primeras décadas del siglo,
estuvo restringida al reducido grupo de los mismos técnicos y como paradestinatarios, a la
elite dirigente, de quien requieren reconocimiento; su función central es aglutinante e iden-
tificatoria con un discurso eminentemente prescriptivo de lo que “debe ser” la profesión.

15
Memorias de la Oficina de Ingenieros Nacionales, Buenos Aires, 1870. (desde 1875 se denominó del Departamento de
Ingenieros Civiles de la Nación) y Memorias de la Secretaria de Obras Públicas, MOPN, Buenos Aires, 1898. )
16
Cf. Raúl A. Gómez Crespo, “Publicaciones periódicas argentinas sobre arquitectos, ingenieros y construcciones (1874-
1945)”, en Sección Bibliografía, Revista DANA, Nº 15, Resistencia, Chaco, 1983, pp.124/129. Se editó hasta 1876. El
autor señala que existe una única colección en la Biblioteca de la Facultad de Arquitectura de la UBA, la que no hemos
podido ubicar.
52
Nosotros los Arquitectos

No ha sido posible determinar la tirada que tuvieron cada una de estas publicacio-
nes, sí en cambio, señalamos en cada caso su periodicidad. En cuanto al sistema de distri-
bución y venta, lo habitual era por suscripción anticipada o a través de las instituciones
(canje o venta), hasta los años ‘50 cuando se generalizan otras formas de comercialización
como los quioscos de revistas.
La elección de las revistas como fuente principal de nuestro trabajo respondió por
una parte, a cuestiones teórico-metodológicas propias del tema de estudio y por otra, a la
hipótesis que sosteníamos acerca de la potencialidad explicativa que la fuente contenía, no
desarrollada aún plenamente en nuestro país, respecto del tema tratado.17
En el primer caso, el manejo previo que teníamos de la fuente nos permitía advertir
el importante papel que cumplieron las publicaciones en el proceso génesis y constitución
del campo disciplinar de la arquitectura. Asimismo, la opción metodológica de elección de
debates y prácticas para explicar el proceso de diferenciación y la construcción de un “no-
sotros”, determinó la ubicación central de la producción textual de los profesionales (en
particular las revistas), como espacio privilegiado de expresión, confrontación, circulación
y difusión de los temas que ocupaban a la corporación.
Por otra parte, la productiva utilización de las revistas como fuente en los trabajos
mencionados de Argentina (Girbal Blacha - Quattrocchi Woisson), y en particular el uso
de las revistas especializadas en España (Isac), para explicar la evolución de las ideas arqui-
tectónicas en el siglo XIX y en Francia (Lipstadt) en cuanto instrumento de identificación
y diferenciación en el conflicto con la Ingeniería, nos alentaba a apostar con relación a la
riqueza explicativa y capacidad intrínseca que la prensa contenía y nos proponíamos explo-
rar para el caso de nuestras revistas técnicas y del tema de estudio.
Hemos definido algunas hipótesis en torno de la relación revistas / campo discipli-
nar, las cuales hemos buscado corroborar a lo largo del trabajo, que precisamente anudan
fuente y tema, fundamentando de este modo la opción teórica y metodológica.
Estas hipótesis pueden sintetizarse en:
Las revistas técnicas, en nuestro caso de arquitectura, constituyen la fuente más adecuada
y explicativa del proceso de constitución del campo disciplinar, por cuanto funcionaron como
lugares desde donde:
1) se estatuía la especificidad de la disciplina como campo intelectual.
2) se ponían en consideración y circulación los temas de interés de la época.
3) se difundían las propuestas o las ideas arquitectónicas y urbanísticas, ya sea instando a la
aceptación o promoviendo la crítica como actividad reguladora de la práctica profesional.
4) se delimitaba el perfil del arquitecto y su ubicación en relación a los otros actores con
quienes compartía el campo de la construcción del hábitat.
5) se contribuía a la construcción de una identidad grupal tanto de la profesión, como
del gremio.
6) Se constituyen así en el lugar privilegiado de debate acerca de los problemas centrales
del gremio y en un medio para regular los intereses entre los practicantes de las distin-
tas disciplinas, de éstos con los comitentes y también con los poderes oficiales.

17
Si bien se ha desarrollado una vasta producción con revistas políticas y culturales a la que ya nos hemos referido, no ha su-
cedido lo mismo con las revistas técnicas y especializadas como las de arquitectura, sólo utilizadas aún en forma parcial,
como fuente complementaria dentro de la historiografía arquitectónica.
53
PORTADAS DE REVISTAS EUROPEAS

1. Primer Revista Francesa: Revista General de Arquitec-


tura y Obras Públicas (César Daly, París, 1846-1888)
2. La Construcción Moderna (Madrid, 1903)
3. Arquitectura y Construcción (Barcelona, 1914)
4. Arquitectura y Arte Decorativas (Milán, 1926)

1 2

3 4
PORTADAS DE REVISTAS ARGENTINAS

1. Primera viñeta de la Revista Técnica (1895, Chanourdie)


2. Viñeta diseñada por Le Monnier para la Revista Técnica (1900)
3. Portada de la Revista Técnica en 1901.
4. Viñeta del primer número de Arquitectura,
suplemento de la Revista Técnica (LeMonier 1904)

4 3
5

7 8
5. Viñeta del suplemento Arquitectura de la Revista Técnica (1906)
6. Viñeta del suplemento Arquitectura de la Revista Técnica (1909)
7. Portada de La Revista del CACYA (1928)
8. Revista de Arquitectura (1915, R. Karman)
9. Revista de Arquitectura (1916), J. Kronfuss)

9
Silvia Augusta Cirvini

4. El Corpus de análisis
El proyecto contempla trabajar principalmente sobre un corpus de textos técnicos,
que abordan distintos tópicos de interés acerca de la producción arquitectónica y urbanís-
tica del período y los debates que circulaban en ámbitos académicos y profesionales. El cor-
pus propuesto es producto de un recorte sobre un universo empírico más amplio y com-
prende básicamente las siguientes publicaciones:
Revista Técnica
Arquitectura
Revista del Centro de Estudiantes de Arquitectura
Revista de Arquitectura (1ª y 2ª época)
El Arquitecto
Nuestra Arquitectura
Otras publicaciones
El corpus definido de las revistas técnicas cubre un período que va desde 1895 hasta
1945. Los criterios de pertinencia para la selección de los textos analizados en cada uno de
los grandes temas ejes dependen de la especificidad y características de estos grandes agru-
pamientos temáticos. En todos los casos, el conjunto de textos disponible para el trata-
miento de un tema debía reunir los requisitos de representatividad, confiabilidad y validez
para abordar el análisis de cada uno de los aspectos involucrados.
Si bien utilizamos como fuentes primarias las revistas técnicas desde 1895, conside-
ramos en el análisis ciertas vinculaciones que pudimos establecer con otras revistas cientí-
ficas, culturales y políticas del siglo XX, que hacen posible una lectura enriquecida por las
relaciones de interdiscursividad con el campo social.18
Otros textos que forman parte de nuestro corpus de análisis son algunas publicacio-
nes unitarias efectuadas por las instituciones (Sociedad Central de Arquitectos, Centro de
Estudiantes de Arquitectura, Escuela de Arquitectura) o por los técnicos ya sea en forma
de libros, artículos, manifiestos, folletos, presentaciones a Congresos, conferencias en so-
ciedades científicas, etc.
Finalmente, también forman parte del corpus de análisis un importante conjunto de
material documental inédito, proveniente fundamentalmente del Archivo de la Sociedad
Central de Arquitectos.

4.1. Caracterización de las publicaciones del Corpus


4.1.1. REVISTA TÉCNICA (1895-1918)

Esta revista fue fundada por un ingeniero: Enrique Chanourdie en 1895, quien en el
primer número lanza los objetivos interpelando a través de dos editoriales, por una parte al
público en general y por la otra a los profesionales del gremio. La primera editorial, muy
breve, está dirigida a la prensa. Chanourdie formula como expresión de deseo de la publi-
cación, unirse a las filas de la prensa nacional y extranjera con “el compromiso de ser siempre

18
Es el caso del periódico Martín Fierro, los Anales de la Sociedad Científica Argentina, la Revistas Áurea, Síntesis, Nosotros,
Tecné, las publicaciones de otros Centros de Estudiantes, etc.

58
Nosotros los Arquitectos

fieles a la bandera de principios y de progreso” (…) “para prestar nuestro contingente en pro de
los bien entendidos intereses generales…” 19
La otra editorial más extensa que titula “Nuestros propósitos”, está dirigida en prime-
ra persona del plural a todos los iguales, al gremio definido por “todos los ingenieros, arqui-
tectos, agrimensores y constructores”. Chanourdie se presenta como portavoz no sólo de los
profesionales, sino de los “estadistas y demás miembros de la colectividad argentina”.
La Revista se ofrece como el lugar propicio para el “estudio de todo tema directamen-
te interesante para el gremio”. Enumera los campos de interés: FFCC, puentes, caminos, hi-
dráulica, minería, arquitectura, mecánica, derecho administrativo, y en fin…“toda innova-
ción o adelanto que encuadren en el vasto marco de la ingeniería moderna”.20
En párrafo aparte de los propósitos, se señala el compromiso de hacer conocer la ac-
ción y la obra de aquéllos que fueron los pioneros. Este recurso de apelación a los orígenes
aparecerá de ahora en más, en distintos discursos con diferentes características (más am-
plios o restringidos, específicos de una rama o especialidad o generales, etc.) pero siempre
apuntando a la construcción de un pasado común, al reconocimiento de una identidad
aglutinante dentro de una tradición entre iguales, aunque ese pasado no tenga más de dos
décadas y las tradiciones estén en gestación. Esta táctica empleada en las revistas técnicas
también será utilizada por otras publicaciones culturales y políticas de la época, en la me-
dida que ponen en circulación determinadas versiones verosímiles de hechos o de temas de
interés (ya sea la historia de un grupo, las tendencias artísticas o la estética urbana). En mu-
chos casos contribuyen a construir una realidad aún en formación o a promover una repre-
sentación colectiva. De algún modo, toda publicación que opera de este modo se anticipa
a la realidad y contribuye a constituirla.
Finalmente la revista, de aparición mensual, se erige en defensora del interés general
de la sociedad al anunciar como propósito “muy especialmente, la decisión de combatir esas
propuestas (…) antes destinadas a favorecer intereses de particulares que a llenar necesidades
verdaderas, tendientes a fomentar el progreso de la nación”.21
Si bien se trata de una revista de ingeniería, fundada, dirigida y financiada por un in-
geniero, la publicación le otorga una gran importancia a la arquitectura, entendida como
rama especializada de la ingeniería, especialidad por la que Chanourdie tenía singular pre-
dilección y vocación. Entre 1895 y 1904, la revista tendrá una sección especial dedicada a
temas de arquitectura, desde 1904 y hasta 1916 Chanourdie editará un apartado o suple-
mento llamado “Arquitectura” (ver siguiente publicación). Los principales colaboradores
de la Revista Técnica serán en su gran mayoría ingenieros, aun en temas de arquitectura:
el propio Enrique Chanourdie, Manuel Bahía, Pastor Tapia, Claro Dassen, Miguel Tedin,
Pablo Mantegazza, etc. También publicarán reconocidos arquitectos académicos como
Eduardo Le Monnier (quien diseña dos portadas) y el joven Alejandro Christophersen.
En 1895 también se funda la revista La Ingeniería, órgano oficial del flamante Centro
Nacional de Ingenieros, no incorporada al corpus de análisis. Consideramos más convenien-
te la inclusión de la Revista Técnica, que no tiene un perfil tan específicamente ingenieril y

19
Enrique Chanourdie en: Revista Técnica, Nº 1, julio de 1895, p.5
20
Ibídem. El destacado es nuestro: como es de esperar por la época y la profesión de Chanourdie, considera a la Arquitectura
una rama de la Ingeniería.
21
Ibídem, p.6.

59
Silvia Augusta Cirvini

que, en cambio, es altamente representativa del período de deslinde de los “habitus” de in-
genieros y arquitectos, así como del proceso de emergencia y fundacional del campo.

4.1.2. ARQUITECTURA (1904-1916) (Suplemento de la REVISTA TECNICA)

Esta revista nace en marzo de 1904 de una inquietud de Enrique Chanourdie:


convertir la sección de Arquitectura de la Revista Técnica en un suplemento mensual
independiente, con portada, temario propio y cierta autonomía. Le propone entonces
a la Sociedad Central de Arquitectos que se hallaba en pleno relanzamiento de su acti-
vidad, bajo la presidencia de Alejandro Christophersen, llegar a un acuerdo para con-
vertir la publicación en órgano oficial de la institución. Con la mediación del Arq.
Eduardo Le Monnier se convino que la Sociedad entregaría una subvención anual de
mil pesos a cambio de cien ejemplares mensuales de la revista (treinta para canje y se-
tenta para los socios) y que la institución tendría una representación en la redacción de
la publicación.22
Así apareció en abril de 1904, el primer número del suplemento llamado Arquitec-
tura que mostró durante más de diez años el mundo arquitectónico del Buenos Aires del
900 a través del tamiz selectivo y elitista de la Sociedad Central de esos años. Los colabo-
radores de mayor presencia son los miembros de la S C de A y el propio Chanourdie,
quien desde las editoriales va trazando un perfil de las inquietudes, los conflictos y los te-
mas que se desarrollan en ese dinámico período, que abarcó los dos centenarios, el de Ma-
yo (1910) y el de la Independencia (1916). Los temas más frecuentes que aborda la pu-
blicación tienen que ver con la cultura arquitectónica, las críticas a la gestión municipal
por las conflictivas “diagonales”, los concursos de arquitectura y el tema de la vivienda
obrera, el cual aparece aún como problema del higienismo y es tratado integralmente por
ingenieros (Selva, Chanourdie y Fernández Poblet y Ortúzar). Se publicaron un total de
ciento diecinueve (119) números a lo largo de sus doce años de vida.

4.1.3. REVISTA DEL CENTRO DE ESTUDIANTES DE ARQUITECTURA


(1911-1912)

Esta revista aparece en septiembre de 1911 como órgano oficial del flamante Centro
de Estudiantes de Arquitectura (CEA) creado en 1910. La publicación es el corolario de
un proceso de gestación de dos años que culmina con la escisión del CEA dentro de la Fa-
cultad de Ingeniería:
“La fundación de un nuevo Centro en una Facultad donde ya existía otro, el que sólo re-
presentaba los intereses de los estudiantes de una ciencia y no de un arte, parecía inusita-
do, atrevido, revolucionario, y traía aparejado un conflicto, planteando una serie de pro-
blemas complejos, que afectaba los intereses valiosos de ambas partes” (…) 23

22
El acuerdo establecía que el suplemento debía tener al menos “8 páginas independientes, 1 toda con clisés, reproducciones
y obras notables hechas por los socios”. Cf. Jorge Tartarini “La revista Arquitectura” en: Sociedad Central de Arquitectos.
100 años de compromiso con el país, Buenos Aires, 1994, pp.77/78.
23
Cf. Revista del Centro de Estudiantes de Arquitectura (RCEA) –Año 1– Nº 1, Buenos Aires, Agosto-setiembre 1911, pp.1/2.

60
Nosotros los Arquitectos

El conflicto, según los promotores de la Revista, sólo pudo resolverse creando otro
Centro, que pregonaba llevar a cabo un:
…“programa de lucha noble y sincera (…): la defensa de nuestros intereses comunes; propor-
cionar a los asociados todos los elementos útiles para completar sus conocimientos adquiridos
en las aulas; el bienestar social y la reglamentación de la profesión del arquitecto”. 24
Este primer número señala como etapa superada los conflictos y avatares recorridos
por los estudiantes: la salida prematura de la “Revista Arquitectónica” 25, la falta de cohe-
sión de los primeros tiempos del grupo, al que en ese mismo año de 1911, afectó conside-
rablemente la muerte del primer presidente del Centro de Estudiantes, Juan M. Cáceres.
Por otra parte, en los inicios de esta actividad editorial, la lucha gremial queda plan-
teada por los alumnos como objetivo estratégico:
“Ya ha pasado a la Historia aquella época en que escaseaban los profesionales titulados”
(…) “se ha esfumado para siempre aquella rudimentaria época en que los arquitectos eran
simples constructores de obras, que confiaban a la tradición y se transmitían de oído y de
oficio las proporciones y bellezas arquitectónicas, corrompiendo y desfigurando los órdenes
y estilos clásicos.” 26
En este manifiesto inaugural se interpela a la Sociedad Central de Arquitectos:
“Desearíamos ver en la Sociedad Central de Arquitectos una ayuda mutua y sincera. Des-
de mucho tiempo se ha argüido de que esa sociedad se basta como ejecutiva para por sí so-
la obtener lo que nosotros auspiciamos; y sin embargo, ella yace envuelta en una impene-
trable oscuridad, lo que obliga a interrogarnos si realmente existe y tiene vida activa.” 27
Un año más tarde, Carlos Becker como director de la Revista aborda en un artículo
las dificultades de forjar un “espíritu estudiantil” en la Escuela y de alcanzar los objetivos
propuestos con la fundación del Centro y su revista:
“Nuestros centros de estudiantes que al fundarse, según muy claro lo establecen las bases
de los estatutos, tuvieron en cuenta el fomento del buen espíritu y de la solidaridad entre
sus asociados al par que llenar paulatinamente las necesidades que se presentaran en el
curso de cada estudio, para hablar con verdad no han podido cumplir hasta hoy más que
con parte de sus hermosas promesas; porque si bien es cierto que ellos con sucesivas publi-
caciones, patrocinando conferencias y otorgando distinciones, han logrado realizar en for-
ma bien brillante la parte material de sus programas, la otra parte de los mismos, la pri-
mera, de fines puramente morales, pero por lo mismo la más simpática, ha quedado en
agua de borrajas”. 28
El CEA no tuvo aceptación oficial en la FUA (Federación Universitaria Argentina),
al menos durante ese primer año de existencia; este hecho, según lo expresado en la Revis-
ta, molestó mucho a la Comisión directiva, que lo tomaba como un gesto discriminatorio
respecto de los futuros arquitectos. El motivo, que no se hace explícito en el artículo men-
cionado de Becker, debió haber sido la imposibilidad o la negativa de admitir dos centros
para la misma Facultad de Ingeniería y Ciencias Exactas, que ya tenía su Centro de Estu-

24
Ibídem.
25
No hemos hallado ningún ejemplar de esta revista en los repositorios consultados, tampoco referencias en la bibliografía
vinculada al tema.
26
Ibídem, pp. 3 y 4.
27
Ibídem, p.4.
28
“Página universitaria”, en RCEA. Año II. Nº 5, Buenos Aires, Agosto de 1912, p.173.
61
Silvia Augusta Cirvini

diantes hegemonizado por los alumnos de Ingeniería. El enojo era explicable entre los es-
tudiantes de Arquitectura ya que esto significaba una doble herida: la falta de reconoci-
miento social como grupo diferenciado y el triunfo implícito de los estudiantes de ingenie-
ría que manejaban el Centro reconocido.
…“que esa Federación no ha tenido hasta hoy escrúpulo alguno en no admitir en su seno
a un centro de reciente creación como el nuestro, invocando ridículos principios de unión
y de interés general. Ella, que se dice Federación Universitaria, significando con estas pa-
labras que reúne en sus filas a todos los estudiantes universitarios, no acepta como uno de
sus componentes a nuestra asociación, por haber sus fundadores cometido la grave falta de
velar por sus intereses y tratar en esa forma de mejorar la crítica situación por la que en
los momentos de fundarla atravesaban.” 29
La revista era una publicación modesta desde el punto de vista editorial, pero polé-
mica, dinámica, “de combate”, en cuanto al contenido, que mezclaba reflexiones con cari-
caturas, discurso gremial confrontativo con apuntes o documentos de estudiantes en críp-
ticos lenguajes. Los mejores y más activos alumnos de la escuela formaron parte del Centro
de Estudiantes que mantuvo estrecha relación con otras organizaciones juveniles, partici-
pando años más tarde del movimiento de la Reforma universitaria, de Congresos interna-
cionales de estudiantes, de viajes de estudio por el interior del país y por el viejo mundo,
etc. Así aparecen cronológicamente: Carlos Becker, Carlos Ancell, Hugo Garbarini, Raúl
J. Álvarez, Ángel Silva, Ángel Pascual, Héctor Greslebin, Alberto Prebisch, entre otros.
El cierre de la revista del Centro, en 1912, no desalentó al grupo a continuar activos
y a mantener y alimentar un núcleo de efervescencia y masa crítica. El entusiasmo, la acti-
vidad y la cohesión que alcanzaron y que sostuvieron les permitió no desintegrarse, sino
por el contrario crecer y consolidarse para formar en 1915 el grupo fundacional de la Re-
vista de Arquitectura.

4.1.4. REVISTA DE ARQUITECTURA

• 1ª época 1915-1917
González Montaner ha formulado una hipótesis interesante en relación con el valor
de esta Revista, como lugar de desarrollo de los conflictos que van delimitando la consti-
tución del campo disciplinar de la arquitectura, cuando ésta adquiere una cierta autono-
mía frente a otros saberes y otras prácticas profesionales. En este sentido, este autor fue el
primero que contrapuso la idea de esta Revista como el espacio anodino e irrelevante que
le había asignado la historiografía tradicional hasta entonces, a una concepción de la mis-
ma como lugar privilegiado en la definición del nuevo perfil de la disciplina, rescatando el
valor productivo y activo que este órgano tuvo en la segunda y tercera década del siglo.30
Si bien Arquitectura fue la primera publicación específica de la disciplina, no dejaba
de ser un apartado de la Revista Técnica, creada y dirigida por un ingeniero, Enrique Cha-
nourdie (que también se declaraba arquitecto). La Revista de Arquitectura fue entonces el

29
Ibídem.
30
González Montaner, Humberto. "La Revista de Arquitectura" en: Historias no oficiales, Colección SUMMARIOS Buenos
Aires. Nº 91/92. Julio/agosto1985. Decimos que González Montaner fue el primero en señalar la importancia de esta revis-
ta, porque luego lo harán también R. Gutiérrez, F. Liernur y A. M. Rigotti, entre otros.

62
Nosotros los Arquitectos

primer órgano de divulgación, información y difusión de ideas con una producción con-
ducida por estudiantes de arquitectura, con la colaboración de arquitectos y con una cir-
culación también orientada en forma especial a este grupo.
Es sintomático también el hecho de que fuera fundada por el Centro de Estudian-
tes de Arquitectura en julio de 1915, apoyados por un grupo de estudiantes de Bellas Ar-
tes y de arquitectos protectores. El proyecto editorial apuntaba a constituir un bloque,
con identidad y recursos propios, diferenciado respecto de los otros agentes de la cons-
trucción, que dominaban tanto en las prácticas profesionales como en el desarrollo de la
industria de la construcción, donde a los arquitectos les resultaba aún difícil definir su lu-
gar. Ahora bien, aunque existía una cierta política de alianzas, el eje diferenciador, en re-
lación con el resto de los actores, era la formación artística: “La arquitectura reclamaba pa-
ra sí la posibilidad de proveer a las construcciones el plus artístico diferencial que inhabilitaba
el accionar de otros agentes de la edilicia. De esta manera intentaba apropiarse de un emer-
gente mercado urbano de bienes simbólicos, surgido en el marco de los grandes cambios de
principios de siglo.” 31
Uno de los ingredientes que tuvo este momento fundacional de la Revista fue el
apoyo de otros campos de la cultura, como la literatura y las artes plásticas. A los arqui-
tectos protectores, se sumaron importantes personalidades del campo de la literatura co-
mo Ricardo Rojas y Leopoldo Lugones, de la ingeniería como Domingo Selva y Ángel
Gallardo y hasta practicantes de las ciencias físico-naturales.
La Revista de Arquitectura, dirigida por los estudiantes, será el primer órgano que
enarbola la necesidad de desarrollar una propuesta original en el campo disciplinar y la
conveniencia de la autonomía cultural. El tema de la “arquitectura nacional”, del “rena-
cimiento argentino”, aparece en los textos como una isotopía fundacional de un nuevo
enfoque del ejercicio profesional dentro de la disciplina, vinculando a los arquitectos a la
literatura, el arte, y en general a todos los intelectuales que se proponían repensar la con-
dición propia, desde las “fuentes de la historia y la naturaleza”. Los propósitos que enar-
bolan en la primera página del primer número dicen:
…“Nuestra arquitectura deberá plasmarse en las fuentes mismas de nuestra historia, de
acuerdo con razones de orden natural y climatérico (sic) que fundamenten la obra a rea-
lizar. La Edad Colonial en el tiempo; toda América subtropical en el espacio: he aquí
dos puntos de mira necesarios de toda evolución benéfica, que responda en lo venidero a
la formación de una escuela y de un arte nacional en materia de arquitectura. Al estu-
dio y conocimiento de los elementos de que disponemos; al propósito de analizarlos, dis-
cutirlos y difundirlos, ha de responder esta publicación.” 32
Las búsquedas de los nuevos rumbos fueron confiadas a la juventud. Dentro de los
arquitectos (profesores de la Escuela de Arquitectura y colaboradores de la Revista) había
opiniones divergentes en relación con la orientación de estas búsquedas entre los alum-
nos. Hay coincidencia, sin embargo, en que lo nuevo ha de surgir de los jóvenes.33

31
González Montaner, Humberto, op. cit., p.42.
32
“Propósitos”, Revista de Arquitectura, Órgano del Centro de Estudiantes de Arquitectura, Nº 1, Buenos Aires, 1915, p.2
33
Ver la relación entre el movimiento juvenilista, la reforma universitaria y este momento fundacional de la Revista de Arqui-
tectura de los estudiantes en el Capítulo V sobre Campo disciplinar, apartado formación y práctica universitaria.

63
GRÁFICO Nº 1:
REVISTAS TÉCNICAS Y DE ARQUITECTURA ARGENTINAS
Aparecidas entre 1895 y 1948
Nosotros los Arquitectos

Tanto Pablo Hary (profesor) como Héctor Greslebin (alumno), Alejandro Christop-
hersen (profesor) como Martín Noël (joven arquitecto), expondrán desde los primeros nú-
meros de la Revista, sus puntos de vista en torno de las búsquedas de la nueva arquitectu-
ra nacional, material éste que constituirá el soporte teórico para el debate sobre estos temas
entre los alumnos.
La Revista registrará los profundos movimientos que afectaron a la disciplina en es-
tos primeros años, donde se entrecruzan los conflictos externos que sostienen los arquitec-
tos con otros agentes del ámbito de la construcción, con los conflictos al interior del cam-
po de la arquitectura por la hegemonía de los diferentes proyectos estéticos:
“Si bien tanto arquitectos como estudiantes se enfrentaban con los ingenieros para consti-
tuirse en los hacedores de la ciudad, a su vez los estudiantes, embanderados en la corrien-
te denominada nacionalismo también se enfrentaban en forma embrionaria a sus maes-
tros academicistas en competencia por la validez de sus proyectos estéticos.” 34
En esta etapa de la revista se plantean nuevos temas dentro del gremio que se desa-
rrollarán en los años siguientes, como el mencionado de la “arquitectura nacional”, la re-
lación de los arquitectos con los otros agentes del campo, ingenieros y constructores, la re-
glamentación profesional, etc. También heredaron de la revista Arquitectura algunos temas
de debate que permanecían activos, como la práctica de los Concursos de arquitectura y
aún temas más antiguos, del siglo XIX, como era la legitimación del saber técnico frente al
poder político, cruzada que unía a ingenieros y arquitectos.

• 2ª época 1917-1962
Una señal de la importancia, por el éxito y la difusión que alcanzó la revista en los
dos primeros años, fue el hecho de que, en 1917, la Sociedad Central de Arquitectos bus-
cara unirse al proyecto de los estudiantes en un intento de cooptación política en la lucha
por la hegemonía del campo disciplinar. Como dijimos, la Sociedad de Arquitectos había
tenido, entre 1904 y 1916, como órgano oficial de la institución a Arquitectura, apartado
de la Revista Técnica. Recién en 1917 la Sociedad fundó una publicación propia como ór-
gano oficial, Revista de la Sociedad Central de Arquitectos, que tuvo la corta vida de tres nú-
meros.35
Mientras la Revista de Arquitectura creada por el Centro de Estudiantes había formu-
lado sus propósitos en dirección a la búsqueda de una arquitectura nacional, como arte y
cultura propia, inspirada en nuestra historia y apoyada en los recursos de la naturaleza y el
clima, la de la Sociedad Central lo había hecho en términos muy diferentes. Sus propósi-
tos estaban orientados a fines más políticos, en un sentido amplio, de inserción institucio-
nal dentro de la sociedad civil y de una articulación con la modernización que imponía el
modelo económico del capitalismo en expansión.
“Nuestra sociedad necesita como complemento de su organización un órgano que exterio-
rice los actos de la misma y que facilite las relaciones con los otros centros de igual índo-

34
González Montaner, H., op. cit., p.44.
35
Esta primera revista de la Sociedad Central salió en enero de 1917 con el número 110 porque se consideraba continuación
de “Arquitectura”. Se publicaron sólo tres números hasta marzo, el secretario de redacción era un tal J. Taverne, editor al
que se contrató para esa tarea pero que no pertenecía al gremio. El presidente de la Sociedad de Arquitectos era en ese mo-
mento el Arq. Carlos Morra y el secretario el Arq. Alberto Gelly Cantilo.

65
Silvia Augusta Cirvini

le; que sirva de apoyo a los socios en cualquier tiempo que discutan y traten las múltiples
innovaciones y mejoras que puedan proyectarse en la edificación dando a conocer los ade-
lantos que en otros países se implantan”.36
En julio de 1917 se llega a un acuerdo para fusionar las publicaciones, con la aparente in-
tención de aunar esfuerzos y estrechar vínculos. Dice el acta correspondiente de la S C de A:
“…se ha convenido de común acuerdo con el Presidente del Centro en lo siguiente: 1º)
que la “Revista de la Sociedad Central de Arquitectos” deje de aparecer; 2º) que la Revis-
ta de Arquitectura, actual “órgano oficial” del Centro de Estudiantes de Arquitectura lo
será a la vez de la Sociedad Central de Arquitectos, haciéndole constar en el primer nú-
mero que debe aparecer en breve, y cambiándose, después de dos o tres números, la cará-
tula de la publicación por otra más adecuada a su nuevo carácter; 3º) que la Sociedad
Central de Arquitectos prestará su influencia para que la Revista consiga el mayor núme-
ro de avisos posible, 4º) que se cederá para uso de la redacción de la Revista, la Sala con-
tigua a la Biblioteca; y 5º) que se nombrarán tres miembros para que en carácter de con-
sejeros, representen a la Sociedad, en la Comisión Redactora de la revista”.37 (SC)
Queda claro al confrontar los propósitos de ambas publicaciones y los términos del
acuerdo de ambas entidades, que lo que se omite decir es precisamente lo más importan-
te. La historiografía sobre el tema –salvo González Montaner– ha obviado tratar este he-
cho como un conflicto o una lucha de poder al interior del campo y se ha referido eufe-
místicamente a él como un acto de buena voluntad de las partes. Desde nuestra perspectiva
no se trataba simplemente de aunar esfuerzos en un proyecto común. Se trataba más bien,
de dos propuestas cuyos objetivos eran diferentes pero no contradictorios o incompatibles
y que funcionalmente resultaron complementarias en cuanto a la consolidación del cam-
po profesional y de la tradición disciplinar. Como podrá verse más adelante en el desarro-
llo del análisis de los textos, este hecho fue un episodio importante en las luchas dentro del
campo en gestación, un punto de tensión y de articulación entre dos fases, en la organiza-
ción interna de su desarrollo.
No debe leerse la fusión de las revistas desde una visión reduccionista donde hubo
buenos y malos, o poderosos arquitectos que ejercían la dominación sobre los débiles es-
tudiantes. Sólo en su superficie el conflicto aparece como una lucha de las posibles antino-
mias vigentes: nacionalismo versus liberalismo, estética americana y argentina versus esti-
los europeos, jóvenes versus viejos. La realidad fue seguramente, bastante más compleja y
matizada. El análisis de los textos que han llegado a nosotros como documentos originales
o publicados sólo permiten una aproximación crítica al tema con la formulación de algu-
nas hipótesis explicativas, cuya corroboración requiere de un posterior desarrollo.
Con relación a la política gremial, esta fusión puede interpretarse en dos sentidos: por
un lado, como el triunfo de una estrategia planteada por la S C de A para neutralizar la
movilizadora acción de los estudiantes –articulados al proceso de la Reforma Universitaria
y a los movimientos juvenilistas y arielistas–, por otro, como una muestra del éxito y la efi-
cacia de la labor estudiantil, de la cual la revista es un emergente. En cuanto a las posicio-
nes dentro del campo disciplinar, la Sociedad Central buscaba con esta maniobra hegemo-

36
“Nuestros Propósitos”, Revista de la Sociedad Central de Arquitectos (RSCA), Número 110, p.3, Buenos Aires, enero de 1917.
37
Acta de la S.C.A. del 5 de julio de 1917. Libro de Actas S.C. de A. Buenos Aires. El destacado es nuestro para señalar
los indicadores lexicales del desacuerdo.
66
Nosotros los Arquitectos

nizar el espacio de debate controlando a la vez la difusión de ideas tanto en el ámbito acadé-
mico de la Escuela de Arquitectura como en el medio profesional. 38 En 1917, el campo dis-
ciplinar ya estaba completamente constituido y éste será un importante enfrentamiento en su
interior que pone en evidencia que aun desde posiciones opuestas, “existe un acuerdo oculto
y tácito sobre el hecho de que vale la pena luchar por cosas que están en juego en el campo”. 39
Es productivo entender este acontecimiento de la fusión enmarcado en una situación
de lucha, de intercambio de capital simbólico y económico entre los arquitectos más reco-
nocidos del campo y los jóvenes estudiantes, donde cada parte otorga y cede. Por una par-
te, la Sociedad de Arquitectos recibe de los jóvenes una publicación exitosa producto del sec-
tor más dinámico del campo, lo cual le da la posibilidad de intervenir institucionalmente en
los debates más importantes del momento. Por otra, los jóvenes también necesitaban de la
fusión en tanto la Sociedad podía brindarles el apoyo económico que no tenían y la inser-
ción dentro del mundo real del ejercicio profesional, mundo complejo, articulado con el po-
der político y económico, el cual ellos desde el Centro de Estudiantes no podían siquiera
avizorar. Si bien los “mayores” definen las reglas porque tienen más capacidad estratégica,
tienen que aceptar ciertas condiciones de los jóvenes (por ejemplo mantener la dirección de
la revista) porque un conflicto podría fracturar el campo y los estudiantes podrían llevarse
como saldo, los “laureles” de la legitimidad como sucedió con el rechazo al Congreso Na-
cional de Ingeniería en 1916.40 A la vez, los jóvenes ceden espacio no sólo por una cuestión
de cálculo racional, de conveniencia económica, sino también lo hacen alimentando con
ello la “illusio” necesaria para el sostenimiento y funcionamiento del campo.
Durante los primeros años después de la fusión, podríamos decir que hasta 1920 hubo
un predominio de los estudiantes en la conducción de la revista, y se puede constatar un equi-
librio en cuanto a la participación en las decisiones, en la publicación de artículos entre los
miembros de la S C de A y los estudiantes o los arquitectos ligados a los jóvenes. Por ejem-
plo la encuesta de 1918 la organizan ambas instituciones, Sociedad de Arquitectos y Centro
de Estudiantes. De hecho, los estudiantes retienen la dirección de la publicación hasta 1923.41
Los jóvenes, sin embargo, fueron perdiendo lentamente la autonomía como grupo den-
tro de la revista, en el lapso transcurrido entre 1917 con la fusión y 1922. Muchos se gradua-
ron y fueron integrados rápidamente por la propuesta de la Sociedad (C. Becker, R. J. Álva-
rez), otros se vincularon a movimientos culturales de vanguardia (A. Prebisch y E. Vautier) o
a asociaciones profesionales disidentes con el programa de la S C de A (A. Silva).
En agosto de 1923, después de nueve meses sin que saliera la publicación, el número
32 de la revista inaugura una nueva etapa: se nombra un “Comité Directivo” compuesto por
tres miembros de la Sociedad y dos del Centro, queda establecido que la Dirección de la pu-
blicación la ejercerá en adelante un arquitecto (el primero fue Carlos Becker, ya arquitecto),

38
Este enfrentamiento se dio sobre la base de un suelo común: la Escuela de Arquitectura, que ya comparten alumnos y
profesores, jóvenes estudiantes y viejos arquitectos y que estaba dado por la consolidación de una tradición en la disciplina,
tarea que a todos requiere y que aglutina más allá de las diferencias. Remitimos a la “Introducción” del Capítulo V
sobre “Campo disciplinar”.
39
Cf. Pierre Bourdieu. Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción, Anagrama, Colección Argumentos, Barcelona, 1987, p.143.
40
Nos referimos al movimiento liderado por el Centro de Estudiantes en 1916 para no participar del mencionado Congreso
porque consideraba a la Arquitectura una sección de la Ingeniería. Ver Debates fundacionales: Ingenieros / Arquitectos.
41
Los estudiantes que ejercieron la dirección de la Revista entre 1915 y 1922 fueron: F. A. Passeron (1915), Héctor Greslebin
(1916), Carlos Ancell (1916 a 1917 y 1923, ya como arquitecto), Hugo Pellet Lastra (1917), Ernesto Lacalle Alonso (1917
a 1920), Alberto Prebisch (1920 a 1921), Huberto Honoré (1922) y Alberto Belgrano Blanco (1922).

67
Silvia Augusta Cirvini

con lo cual quedaba garantizada la tutela y control por parte de la S C de A. Esta inversión
de los papeles de las dos instituciones aportó como beneficio la regularidad mensual en la
aparición y la estabilidad como empresa editorial, pero perdió ciertamente en cuanto al ca-
rácter polémico del contenido y a la apertura de los primeros años respecto de otros cam-
pos del arte y la cultura. Sin embargo, a pesar de la nueva organización directiva, la publi-
cación continuó siendo órgano oficial también del CEA hasta 1951, cuando se produce una
ruptura entre ambas instituciones, como consecuencia de un conflicto originado en 1946.42
Después de la conversión de la Escuela en Facultad de Arquitectura y Urbanismo en 1948,
cambió notablemente la relación de las organizaciones corporativas dentro del campo pro-
fesional por las fuertes presiones externas de la vida política y cultural por la que transitaba
el país. Desde 1951 hasta 1962, la revista fue órgano oficial sólo de la S C de A.
Entre 1915 y 1951 la Revista de Arquitectura fue de aparición mensual (salvo el pe-
ríodo irregular entre 1917 y 1922), entre 1951 y 1955 fue trimestral y a partir de esta úl-
tima fecha hasta 1962 su aparición era ocasional sin un intervalo fijo. Se publicaron un to-
tal de trescientos ochenta (380) números.43

4.1.5. EL ARQUITECTO (1919-1926)

Esta revista fue fundada en 1919 por el Arq. Ángel Croce Mujica. Se publicaron, con
periodicidad mensual, setenta y seis (76) números hasta 1926 cuando dejó de editarse. El pri-
mer número correspondiente al mes de diciembre de 1919, apareció en el mes de enero de
1920, declarándose “Revista mensual de Arquitectura, Construcciones y Artes Aplicadas”.
Muy poco tiempo después se incorporó Francisco Squirru como co-director. Croce y Squirru
formaron una duradera y prolífica sociedad que abarcó no sólo la actividad editorial sino tam-
bién la realización de proyectos y obras en equipo. Ambos habían sido dirigentes del CEA en
el período de mayor efervescencia universitaria y habían participado como estudiantes del mo-
vimiento de la “arquitectura nacional” (desde 1915), de allí la tendencia al renacimiento colo-
nial o la arquitectura hispanista que manifestó la publicación en sus siete años de vida.
El público al cual está dirigida la revista El Arquitecto es más variado y heterogéneo que
el de la Revista de Arquitectura (de la cual fue contemporánea). Los directores apuntan a sec-
tores más vastos de la población (más profanos en materia de arte y arquitectura) y a todo el
comercio y las artes aplicadas que movilizaba la industria de la construcción. De allí que en los
Propósitos del primer número, se acentúe el carácter “práctico y utilitario” de la publicación, su
carácter de “Informador” para todos los profesionales y técnicos y “el natural lazo de unión”
entre el público, el comerciante y el técnico.44
La fundación de la revista está marcada por la euforia del inicio de los años ‘20, …“al
comienzo de una época cuyas perspectivas son en alto grado halagüeñas para técnicos y comercian-

42
Este conflicto (entre el presidente del CEA, Francisco Pastrana y el arquitecto Federico de Achával) acerca de las limitacio-
nes puestas a la participación de los estudiantes en la Revista y a la rigidez formal de las autoridades de la SC de A, reafir-
man la condición elitista del órgano gremial de la corporación y sus dificultades para articularse con el resto de los actores
del campo en un marco de cambio de las condiciones que imponía la nueva sociedad de masas. Cf. Al respecto: Ramón
Gutiérrez, “La Revista de Arquitectura y otras publicaciones”, en: Sociedad Central de Arqui-tectos. 100 años de compro-
miso con el país, (1994) Buenos Aires, p. 208.
43
Cf. AAVV. Arquitectura Latinoamericana en el siglo XX, Grandes Voces, Cedodal, Buenos Aires, 1999, pp.122/123.
44
El Arquitecto, Nº 1, “Propósitos”, p.2.

68
Nosotros los Arquitectos

tes, artistas y propietarios”, cuando el crecimiento económico había desplazado un importante


volumen de capital hacia la construcción.
Los colaboradores lo son por lo general también de la Revista de Arquitectura: Pablo
Hary, Enrique Larreta, René Karman, Alejandro Bustillo, Carlos Morra, Juan Kronfuss, Er-
nesto Lacalle Alonso, Emilio Agrelo, Héctor Greslebin y Martín Noël. Aunque la dirección de
la revista se manifestaba abierta a recibir artículos y contribuciones de todas las tendencias ar-
quitectónicas, existe una marcada predilección por el neocolonial en todas sus vertientes. Es
más, puede decirse que El Arquitecto se convirtió en un espacio disponible y predispuesto pa-
ra publicar sobre este estilo en toda América desde California a Brasil, y contribuyó a difun-
dir obras, a evaluar comparativamente las experiencias, a enfatizar en la importancia de los es-
tudios arqueológicos, históricos y de la arquitectura de la época colonial y precolombina.45

4.1.6. NUESTRA ARQUITECTURA (1929-1986)

Esta revista, como su nombre lo anunciaba, habría surgido de la intención de promo-


ver una arquitectura propia. Sin embargo, el propósito (no explicitado en el número inau-
gural) no está claro: la arquitectura que se busca promover, ¿ha de ser nuestra por argenti-
na, es decir situada geográficamente?, ¿o ha de serlo por ser de hoy, actual, del presente? Es
de esperar que no se trataba de apoyar con la revista el desarrollo de una “arquitectura na-
cional”, proviniendo el emprendimiento de un socialista, ingeniero y norteamericano.
Lo cierto es que la publicación está dirigida a clientes y profesionales, en sus dos pri-
meros años de vida plantea una posición convocante, es bastante amplia, elástica y flexi-
ble su propuesta, admitiendo todas las tendencias de la época: neocolonial, art decó, ra-
cionalistas y hasta académicas. En 1930, la revista es verdaderamente ecléctica: elige en
abril como proyecto del mes una casa “mínima” de Lacalle Alonso y Birabén, en neoco-
lonial. También ese año aparece mucho en californiano, algo de art decó y hasta el pinto-
resquismo del Tudor. Desde 1931, la revista comienza a definir un perfil de adhesión fran-
ca al racionalismo, de lo que ellos mismos denominarán “arquitectura contemporánea”
(racionalismo en su vertiente funcionalista). Tanto los editoriales del activo director Wal-
ter Hylton Scott como los artículos sobre vivienda de Wladimiro Acosta, le fueron otor-
gando un particular y claro perfil a la publicación que hacia 1933 ya era identificada den-
tro del campo disciplinar como portavoz de las nuevas vertientes de la Arquitectura
Moderna.46
Fundada por el ingeniero norteamericano, de filiación socialista Walter Hylton Scott
Nuestra Arquitectura fue la revista argentina de arquitectura de mayor permanencia y conti-
nuidad del siglo XX. Desde su fundación en 1929 hasta 1986 cuando dejó de salir definiti-
vamente, se editaron quinientos veintitrés (523) números.47 Sus directores fueron sucesiva-
mente: Hylton Scott (1929-1955), Raúl Burzaco (1955-1957), Raúl Biraben (1958-1969) y
Norberto Muzio (1969-1986). Si bien tuvo cincuenta y siete (57) años de vida, su papel pro-

45
Cf. Margarita Gutman. “La corta historia de una revista y la larga de lo propio”, en: Sociedad Central de Arquitectos. 100
años de compromiso con el país, Buenos Aires, 1994, pp.134 /135.
46
Es posible correlacionar el diseño de las tapas de la revista con las etapas que transitaba la publicación: del chalet inicial a
la portada racionalista diseñada por Acosta en 1932 hasta la austera tipografía moderna de los ’40.
47
Cf. AAVV. Arquitectura Latinoamericana en el siglo XX, Grandes Voces, Cedodal, Buenos Aires, 1999, p.379

69
Silvia Augusta Cirvini

tagónico, la contribución más significativa sobre el campo disciplinar por la acción crí-
tica y de difusión sobre el problema de la vivienda y su carácter de portavoz de las van-
guardias modernas, estuvieron concentrados en los primeros quince años de existencia.
Esta revista asumió, durante toda la década del ‘30, la función de debatir, analizar
y evaluar el problema de la vivienda popular en el país, tanto en el plano puramente téc-
nico y arquitectónico, como en la planificación urbana, la gestión y el proceso de pro-
ducción de las obras. Nuestra Arquitectura impulsó y difundió de manera pionera en el
país, la acción cooperativa para la construcción de viviendas; además existió en el equi-
po editorial, la expresa voluntad de favorecer un reprocesamiento crítico y adaptable a
nuestra realidad, de la experiencia arquitectónica europea del período de entreguerras.
Pero, la batalla principal de la revista era una batalla teórica: de legitimación de los prin-
cipios de la vanguardia arquitectónica europea y americana.48
Los principales colaboradores en esta primera etapa fueron: el ruso Wladimiro
Acosta (Wladimir Constantinovsky), Alberto Prebisch y Antonio Vilar, quienes además
de sus propios artículos le daban difusión a la obra y el pensamiento de Walter Gropius
y Richard Neutra. Los temas centrales de la revista giraban en torno de la vivienda po-
pular y de la clase media, la cuestión del “confort” en las transformaciones tipológicas y
técnicas, entendido como respuesta –racional y universal– a las formas “modernas” del
habitar.
En los años ‘40, la revista incorporaría la preocupación por el urbanismo y la pre-
fabricación. Es posible también advertir en tan extensa trayectoria, el predominio de dis-
tintas tendencias en la publicación: del eclecticismo inicial al racionalismo de la más cla-
ra filiación europea en el período de la entreguerra, luego el organicismo de la
arquitectura norteamericana y finalmente en los ‘50 el interés por la historia y la arqui-
tectura moderna latinoamericana.49
Hylton Scott dio lugar en la revista a grupos de vanguardia, como el Grupo Aus-
tral (1939), para dar a conocer su manifiesto y su propuesta. Este grupo estuvo integra-
do por Antonio Bonet, Jorge Ferrari Hardoy, Juan Kurchan, Alberto Le Pera, Simón L.
Ungar e Hilario Zalba. También la revista llevó adelante una vasta tarea de difusión de
las últimas tendencias en todo el mundo. Es más, publicó durante gran parte de la dé-
cada del ‘30 un apartado que traía el extracto de las principales revistas de vanguardia,
tanto europeas como de los EEUU, con un resumen de los contenidos, llamado “Revis-
ta de Revistas”. Las traducciones de artículos y trabajos cubrían un variado catálogo: des-
de Gropius a Gideon, desde Mies Van der Rohe a Le Corbusier.
La acción de portavoz de la vanguardia y la labor crítica de Nuestra Arquitectura fue
declinando en la década del ‘40 hasta desaparecer completamente, al finalizar esta déca-
da, el tema de la vivienda obrera o popular y con esto toda preocupación social sobre el
problema habitacional. La revista se ocupará en adelante de temas vinculados a la deco-
ración moderna, al equipamiento, y a la difusión de obras de viviendas individuales, pa-

48
Cf. Margarita Gutman. “Nuestra Arquitectura: ¿Nuestra?”, en AAVV., Sociedad Central de Arquitectos. 100 años de com-
p r o -
miso con el país, Buenos Aires, 1994, p.131.
49
Con relación a los distintos períodos de tensión que fue atravesando en su desarrollo la revista aconsejamos ver: Anahí
Ballent, “Nuestra Arquitectura”, en: Diccionario Histórico de Arquitectura, Hábitat y Urbanismo en la Argentina (Edición
preliminar), Proyecto y Dirección Gral.: J. F. Liernur, Dirección operativa: F. Aliata, 2 Tomos, SC de A, FADU-UBA,
Buenos Aires, 1992, p. 302 y ss.
70
Nosotros los Arquitectos

ra estratos medios y altos de la población, extraídas por lo general de publicaciones de


EEUU de Norteamérica.50
Durante los gobiernos justicialistas, particularmente entre 1946 y 1953, la publica-
ción adoptó una estrategia propia del campo intelectual en esos años, que algunos autores
califican de “resistencia cultural”, donde en un primer momento, se planteó desde las edi-
toriales, una crítica sistemática a la acción estatal en materia arquitectónica, urbanística,
fundamentalmente en política habitacional. Sin embargo, pronto se abandonaría la con-
frontación y se optaría por un aislamiento, un ostracismo voluntario, donde se publicaba
cada vez más material extranjero, ignorando todo lo que pasaba en el país real, en “una
suerte del refugio, de exilio, frente a una realidad política y cultural no deseada”.51 A par-
tir del derrocamiento del peronismo en 1955, la publicación volverá a ocuparse del tema
vivienda social y se iniciará un nuevo período productivo y con un notable impulso, vin-
culado seguramente a la hegemonía de la arquitectura moderna en el campo disciplinar,
que atravesaba en los años ‘60 su tiempo de esplendor.

4.1.7. OTRAS PUBLICACIONES

Las publicaciones especializadas que, si bien no forman parte del corpus analizado,
han sido consideradas y consultadas en relación con el proceso de constitución del campo,
su articulación con las posiciones principales señaladas y su funcionalidad en la práctica de
la profesión, fueron las siguientes: Arquitectura y Arte Decorativo, luego convertida en Áu-
rea, El Arquitecto constructor, la Revista del CACYA (Centro de Arquitectos, Constructores
y Anexos),52 Tecné y La Arquitectura de Hoy.
Tanto El Arquitecto constructor (1907-1957) como la Revista del CACYA (1927-
1951), son revistas prácticas de la construcción, que vinculan arquitectos-constructores
(empresarios), constructores de obras con todos los gremios de la construcción. El Arqui-
tecto constructor tuvo una larga existencia desde 1907 publicó setecientos ochenta y seis
(786) números, respondiendo principalmente a la necesidad de vincular todos estos gre-
mios. Eran socios Anexos de la construcción: carpinteros, especialistas en cemento arma-
do, decoradores, escultores, fabricantes de vitreaux, mosaistas, marmoleros, zinqueros, par-
quetistas, etc. La Revista del CACYA aparece en 1927 y es muy similar a El Arquitecto
constructor, en cuanto a su intención de vincular gremios y de llegar a un público vasto for-
mado por una nutrida clase media y una oferta temática de mayor aceptación popular co-
mo era el art decó y los pintoresquismos. Ambas publicaciones son representativas de un
conjunto amplio y heterogéneo de agentes compuesto por los arquitectos con títulos ex-
tranjeros (sin validación en el país), los técnicos y los constructores de obras (maestros ma-
yores) que cada vez eran más numerosos por la extensión del sistema de enseñanza técnica
nacional. Se ocupan en forma práctica e instrumental (no hay artículos doctrinarios ni de
crítica) de la “arquitectura menor”, por lo general vivienda de sectores medios, a cargo de

50
La Editorial Contemporánea que editaba Nuestra Arquitectura, también editaba simultáneamente Casas y Jardines, las
cuales en la década del ‘50 se parecieron bastante. La evaluación de los años más recientes de Nuestra Arquitectura excede
los límites de nuestro trabajo en relación al período de estudio considerado.
51
Anahí Ballent, “Nuestra Arquitectura”, op. cit, p. 306 y 307.
52
Este Centro que existía desde 1917 nucleaba tanto en Buenos Aires como en las ciudades del interior a profesionales sin
título oficial, contratistas, constructores y empresas de los distintos gremios anexos.
71
Silvia Augusta Cirvini

una segunda y tercera línea de profesionales o constructores de oficio, que es altamente sig-
nificativa a la hora de evaluar el volumen construido en el llenado del tejido urbano, tan-
to de los numerosos barrios de Buenos Aires como de las principales capitales del interior.
La revista Arquitectura y Arte Decorativo nace en cambio como una publicación “de
tendencia”, de un grupo específico: artistas, artesanos y profesionales ligados al Arte Nue-
vo, particularmente el “floréale” italiano. Fundada en 1925 por un grupo del que partici-
pan Mario Palanti y Francisco Gianotti y dirigida por el ingeniero Gustavo Cecherini tu-
vo la corta vida de seis números. En 1927 se transforma en Áurea, que es netamente una
publicación modernista de base ecléctica (art nouveau, art decó y americanismos “moder-
nistas”), buscando integrar las bellas artes con la arquitectura y la ornamentación, apoyar
el desarrollo del “arte industrial” (aquél que sintetizara belleza y funcionalidad), de las ar-
tes decorativas y actuar como difusora de la oferta comercial de una vasta gama de produc-
tos vinculados a todas las artes aplicadas (vitreaux, muebles, herrajes, etc.).53 Estas publica-
ciones tuvieron una importante llegada dentro del sector próspero de la colectividad
italiana en el país y una evidente articulación con Italia, en particular con el Piamonte y la
Lombardía (instituciones, publicaciones y arquitectos).54
Entre 1926 y 1929, como resultado del importante desarrollo en Buenos Aires del
mercado de la construcción, se editó un diario: El Noticiero, que cumplía una función emi-
nentemente informativa acerca de licitaciones y concursos en todo el país y la jurispruden-
cia en fallos de arquitectura legal. Existieron también en la década del ‘30, revistas que res-
pondían al sector comercial e industrial de la construcción como Arquitectura gráfica
(1935), La Obra (1936), el Boletín de la CAC (Cámara Argentina de la Construcción)
(1939) y Construcciones (1945).55
Tecné fue una revista de vida efímera pero de impacto en la difusión del ideario mo-
derno en la década del ‘40. Fundada por Conrado Sonderéguer y Simón L. Ungar (del
Grupo Austral), el primer número apareció en agosto de 1942 y el último en marzo de
1944. Publicó en Tecné la vanguardia moderna del país, del Uruguay y del extranjero (Le
Corbusier, R. Neutra, R. Gómez de la Serna, E. Kaufmann). Desde el primer número es-
tablecen la estrecha vinculación entre la ética y la estética en el ejercicio de la profesión:
“Existe en América Latina un gran número de arquitectos que luchan por hacer de su tra-
bajo la expresión de su manera de sentir; ni un mero oficio, ni un vulgar comercio. Per-
sonas que habiendo fijado normas de honestidad a su concepción buscan (…) un medio
de superación.”
“Tecné no es una publicación para el goce en la contemplación de las ideas y las obras de
arte. Es un instrumento de trabajo y un estímulo en la producción”.56

53
Cf.. Rodrigo Gutiérrez Viñuales. “La revista Áurea. Americanismo en una época de transformaciones”, en Francisco Gianotti,
del Art Nouveau al Racionalismo en Argentina, Cedodal, Buenos Aires, 2001, pp.47 a 54.
54
Ramón Gutiérrez vincula estas publicaciones con Architettura e Arti Decorative (editada por el Sindacato Nazionale de Architet-
t i
de Milán) y con Per l’Arte, también de Milán. Recordemos que Juan Bautista Gianotti, hermano de Francisco, era uno de
los artistas destacados del norte de Italia, con talleres de arte que exportaban al Plata, y también dirigía una publicación
modernista en Milán. Cf.: Ramón Gutiérrez, “Reflexiones en torno de Francisco Gianotti y su tiempo”, en Ibídem, p. 21 a 36.
55
Ver: Margarita Gutman, “Capítulo V”, en: AAVV, Sociedad Central de Arquitectos. 100 años de compromiso con el país, Bue-
nos Aires, 1994, p.116.
56
Cf. Pedro Sonderéguer, “Tecné, sus objetivos y sus colaboradores”, en AAVV, Sociedad Central de Arquitectos. 100 años de

72
Nosotros los Arquitectos

Otra publicación especializada que operó como canal de difusión del Movimiento
Moderno fue La Arquitectura de Hoy, edición en castellano de L’Architecture d’Aujourdhui.
Se editaron sólo catorce (14) números entre 1947 y 1948, de cuidadosa factura tanto edi-
torial como de contenido. Hizo posible difundir, en su corta existencia, el Plan Director
de Le Corbusier para Buenos Aires (Nº 4), la arquitectura moderna de Brasil con las obras
de Niemeyer, Costa y otros (Nº 9), o las obras de planificación de Antonio Bonet en Uru-
guay. Estuvo dirigida por André Bloc y si bien reunía las condiciones para constituirse en
vocero del Movimiento Moderno en el subcontinente, no pudo consolidarse como em-
prendimiento comercial sin tener un apoyo institucional de la corporación de arquitectos,
en el marco de un contexto socio político difícil para los intelectuales en Argentina.57
Una importante cantidad de publicaciones especializadas, de Buenos Aires, Rosario y
Mar del Plata, completan la producción editorial en materia arquitectónica de este período.58

4.2. Aspectos teóricos, metodológicos y técnicos en el análisis del corpus

Para desarrollar el trabajo propuesto hemos diseñado una aproximación teórica y me-
todológica que hiciera posible el análisis de los aspectos centrales del problema y la corro-
boración de las hipótesis planteadas. Por este motivo, fue pertinente elaborar un marco teó-
rico potencialmente explicativo, sobre la base de los aportes del sociólogo francés Pierre
Bourdieu, que a partir de la teoría de los campos disciplinares, y de las nociones de “habi-
tus” y de “illusio” nos permitiera desplegar una serie de explicaciones específicas para el
campo arquitectónico.
Como ya lo hemos mencionado, la fuente principal seleccionada como el núcleo de
nuestro corpus de análisis proviene de las revistas técnicas y especializadas de arquitectura
del período. Es decir que los “debates” y las “prácticas” son considerados, particularmente
a través de los textos de las revistas especializadas, desde la voz de los mismos arquitectos.

57
Cf. “Revistas de Arquitectura” en AAVV. Arquitectura Latinoamericana en el siglo XX, Grandes Voces, Cedodal, Buenos Ai-
res, 1999, p.169.
58
Las publicaciones que hemos identificado son las siguientes:
Editadas en Buenos Aires:
• Boletín de Obras Públicas, (1913-1943), Cantidad: 84 números, Editor: Ministerio de Obras Públicas de la Nación
• Ciudad, Revista de Urbanismo (1929-1930), Cantidad: 16 números, Buenos Aires.
• La Casa, (1938-1941), Cantidad: 47 números, Buenos Aires.
• La casa económica, (1933-1938), Cantidad: 21 números, Buenos Aires
• La Habitación popular, Boletín de la Comisión Nacional de Casas Baratas (1934-1943), Cantidad: 37 números, Edición
oficial, Buenos Aires.
• La Propiedad, (1901-1906), Buenos Aires.
• Obra, (1935-1939), Cantidad: 45 números, Editor: CHADOPYE, Buenos Aires.
• Obras Públicas y Privadas, (1938-1940), Cantidad: 14 números, Buenos Aires.
• Revista Argentina de Arquitectura y Construcción, (1928-1932), Buenos Aires
Editadas en Rosario-Santa Fe:
• Las Artes Edilicias (1908-1910), El Arquitecto Constructor Sudamericano (1911-1918), El Arquitecto Constructor (1919-…),
Cantidad: 179 números, Editor: Sociedad de Ingenieros, Arquitectos, Constructores de Obras y Anexos, Rosario. Se trata
de la misma publicación que fue cambiando de nombre.
• Arquitectura (1927-1928), Cantidad: 12 números, Editor: Centro de Arquitectos de la Provincia de Santa Fe, Rosario.
• El Constructor Rosarino (1925-1934), Cantidad: 119 números, Editor: Sociedad de Ingenieros, Arquitectos, Constructores
de Obras y Anexos, Rosario.
Editadas en Mar del Plata-Buenos Aires:
• La Construcción marplatense (1937-1945), Edición: Órgano oficial del Centro de Constructores y Anexos, Mar del Plata.

73
Silvia Augusta Cirvini

Este recorte inicial del corpus fue completado con datos históricos, primarios y secunda-
rios, sobre la producción y los productores del período.
En este punto es importante señalar cómo se articulan los abordajes disciplinares de
la Historia, la Teoría Sociológica y la Semiótica en el diseño de las herramientas teóri-
cas y metodológicas que empleamos.
En primer lugar, la Historia. La interpretación histórica, en nuestro trabajo, atravie-
sa permanentemente el análisis de los momentos o estados del campo. Aquello que se pue-
de decir (aquello que dicen actores, enunciadores, agentes) está determinado por un con-
junto de reglas pre-lingüísticas y pre-concientes que establecen las reglas del juego. Lo dicho
está determinado por lo no dicho y lo no dicho, son las condiciones históricas y estructu-
rales del campo, aquello que probablemente nunca alcance para los actores el estatuto de
lo decible, precisamente porque opera estableciendo qué y cómo puede ser dicho. De allí
que no sea posible acceder a este conocimiento a partir de la sola utilización de la prensa
técnica como fuente.
Al avanzar en el desarrollo del trabajo advertimos la importancia del conocimiento
histórico del período como el principal soporte interpretativo de los textos, pues es lo que
posibilita la contextualización de los debates y lo que en última instancia ayuda a iluminar
el sentido. Nos hemos apoyado, para la reconstrucción del proceso histórico en la reelabo-
ración y reinterpretación de los datos secundarios disponibles, de archivos y trabajos pro-
pios y sobre todo de las múltiples investigaciones realizadas en la última década sobre las
trayectorias y obras de los arquitectos que actuaron entre 1870 y 1950. Por lo tanto nues-
tro marco conceptual y corpus de datos contempla elementos e instrumentos procedentes
del saber histórico: la utilización de documentos y fuentes primarias (en particular del ar-
chivo Sociedad Central de Arquitectos) y otras fuentes escritas tanto de la época como la
producción historiográfica sobre el período. El conocimiento histórico acerca de la época
es la base indispensable para la interpretación de los procesos de producción de significa-
ciones en un momento histórico determinado, en la tarea de comprensión de los textos y
en la elaboración de las hipótesis de trabajo acerca de cómo fue el proceso de constitución
del campo disciplinar, el establecimiento de sus leyes o reglas, y las luchas y los cambios re-
gistrados en su interior a lo largo del período.
En segundo lugar, la Teoría sociológica. La Teoría de la acción y de los campos de
Bourdieu proporciona un esqueleto conceptual para comprender lo que sucede en deter-
minados cortes temporales (la dimensión sincrónica) mientras que para entender las reglas
de transformación del campo, la lógica de los cambios (el eje diacrónico), es indispensable
una perspectiva histórica.
Dicho en otros términos, los agentes mantienen con el campo una relación infra-
conciente e infra-lingüística, están metidos de lleno en el “hacer”, en el presente del juego.
Comparando, como hace Bourdieu, con el deporte, podemos afirmar que las razones por
las cuales un sujeto (agente, practicante, arquitecto) se posiciona de tal o cual manera, ha-
ce una apuesta en uno u otro sentido, elige una posición u otra, no son conscientes, no
pueden ser dichas porque obedecen a las reglas del campo (reglas del juego). En definiti-
va, lo que no puede ser puesto en el orden del lenguaje es lo que opera en el fondo de to-
da práctica, aquello que moviliza la illusio y que, obviamente, no es conciente para los ac-
tores. Los que juegan, no ven el juego, tampoco ven las reglas, las llevan internalizadas en

74
Nosotros los Arquitectos

el cuerpo. Continuando con la analogía del deporte, podríamos afirmar que los umbrales
de decibilidad (homologable a los umbrales de visibilidad) dependen de la ubicación del
sujeto: aquello que un integrante del campo no puede decir, sí puede decirlo alguien ex-
terno al campo. Esto es así porque al no poner apuestas en el campo, quien está fuera pue-
de “ver” y por lo tanto puede “decir” aquello que quienes juegan no pueden ver. Es claro
que lo “no decible” está determinado, principalmente, no por el temor a la sanción o al
descrédito entre los pares, sino porque no es conciente, no es posible verlo.59
Finalmente, la Semiótica. El análisis de los textos ha requerido una combinación
particular de distintas técnicas de análisis, además de las iluminaciones derivadas del cono-
cimiento histórico y del uso de las categorías de Bourdieu. Se trata de los métodos de aná-
lisis provenientes de la semiótica y la “teoría del discurso” desde la ampliación metodoló-
gica propuesta por Arturo A. Roig.60 Buscamos definir en cada caso aquello que se dice y
aquello que se elude mencionar, identificando las estrategias que emplearon los actores pa-
ra recortar un “nosotros”, diferente de los “otros”, las operaciones a través de la prensa pa-
ra estigmatizar al adversario, interpelar a la dirigencia, dirigirse a los comitentes, establecer
una opinión ante la sociedad en general. En síntesis, el lenguaje es para la corporación un
instrumento de diferenciación, una herramienta en la delimitación del campo, que sirve
para definir el juego que juegan, sus reglas, en fin para construir un colectivo de identifi-
cación en torno de la profesión y la disciplina. Cuando los textos lo permiten, se pueden
determinar las marcas de enunciación (lo cual nos puede permitir evaluar la posición de
quien habla dentro del campo disciplinar), las recurrencias sémicas (la presencia de isoto-
pías61 en el proceso de diferenciación), las funciones discursivas de descriptiva y proyectiva
social (evaluando la función utópica del discurso). Desde esta ampliación metodológica, el
análisis que efectuamos sobre los textos considera diferentes aspectos, cuando el material
textual disponible y el tema lo requieren y lo hacen posible.62

59
En ocasiones, quienes están en los bordes, en los límites del campo, pueden ver y decir aquello que no es posible para quie-
nes están “inmersos” en el juego. También, quien se ubica en una posición central, jerárquicamente superior, tiene una vi-
sión y una capacidad de decir que no posee el común. Comparando campo y deporte esta sería la situación de un árbitro
desde un podio en altura que puede ver el desarrollo del juego.
60
La Teoría del discurso se ha constituido dentro de nuestro trabajo en una herramienta de gran utilidad que busca ampliar
el horizonte de los tradicionales análisis de contenido. Esta teoría se asienta en “las manifestaciones discursivas de una épo-
ca encierran (ocultan / manifiestan) el sistema de contradicciones que atraviesa la totalidad de la realidad social”. De allí
que proponemos la ampliación metodológica que permita leer en el nivel discursivo del lenguaje aquellas dimensiones de
la contextualidad social que pudieron ser incorporadas bajo las formas de la alusión, la elusión o la ilusión, a sabiendas de
la imposibilidad de poner en palabras las condiciones reales de toda producción simbólica.
61
Entendemos por isotopía la recurrencia de ciertos elementos mínimos de significación, que por su redundancia dotan al
discurso de coherencia y cohesión. Cf. al respecto Algirdas Greimas, “Elementos para una teoría de la interpretación del
relato mítico”, en Análisis estructural del relato, Barcelona, Buenos Aires editor, 1982, pp. 45-86.
62
Este listado de aspectos por considerar no es taxativo, depende de los textos y los temas. Es sólo una guía indicativa que
ha resultado útil en el momento de hallarse frente a un texto.
1. Quién habla (enunciador o emisor).
2. De qué se habla (enunciado).
3. A quién se habla (destinatario o receptor).
4. Identificación del “otro” (adversario o competidor / paradestinatario).
5. Marcas de la situación contextual: a partir de la organización axiológica del discurso y de las entidades de la enunciación.
6. Metacolectivos: son los fundamentos del discurso y pueden reconocerse como funciones del lenguaje: de apoyo y de
historización-deshistorización.
7. Función utópica: está presente cuando puede leerse una fase descriptiva y una proyectiva.
8. Conflicto o debate que se plantea. Vinculación con otros conflictos o debates.
9. Performatividad del discurso: eficacia simbólica como discurso de autoridad.
10. Datos históricos de la emisión del discurso: fecha, ocasión, caracteres.

75
Silvia Augusta Cirvini

Sin embargo no dejamos de advertir que estos procedimientos implican determina-


das consideraciones y precauciones acerca del lenguaje: “1) su carácter de fenómeno no to-
tal, 2) su capacidad de ser un medio de reproducción de las relaciones de poder y 3) su li-
mitación en cuanto representa un solo tipo de comportamiento: el lingüístico”.63
El discurso desempeña un papel básico en el proceso de instauración de las legitima-
ciones sociales, “…los discursos no sólo son conjuntos de signos destinados a ser compren-
didos, descifrados, sino destinados a ser evaluados y apreciados, signos de autoridad desti-
nados a ser obedecidos”.64 Pero, si bien el lenguaje produce efectos materiales, las
condiciones mismas de producción de ese juego lingüístico no podrían ser jamás dichas. Si
el lenguaje no es rótulo, sino práctica social, es sólo un tipo de práctica, que induce, indu-
dablemente materialidad. No obstante, las condiciones históricas y materiales de existen-
cia, las reglas de poder, las posiciones ocupadas por los sujetos en sus intercambios, exce-
den las redes de juegos de lenguaje.
En síntesis, se puede decir que éste es, principalmente, un trabajo de investigación his-
tórica, en el cual se ha articulado una serie de herramientas conceptuales provenientes de la
sociología francesa, específicamente de la teoría de los campos disciplinares de Bourdieu,65
y una serie de técnicas de análisis de los textos (utilizados como fuente primaria) incluidas
algunas provenientes de la semiótica y otras concretamente de “la teoría del discurso”.

63
Vasilachis, Irene. “El análisis lingüístico en la recolección e interpretación de materiales cualitativos”, en: Métodos cualitati-
vos en la práctica de la investigación, Buenos Aires, C.E.A.L., 1982, p.170.
64
Vasilachis, Irene, Ibídem, p.171.
65
Remitimos al desarrollo de las principales nociones conceptuales utilizadas en el Capítulo V- Campo disciplinar.

76
Nosotros los Arquitectos

5. ANEXO CAPITULO II
• Fichas técnicas de las principales revistas del corpus

Nombre: REVISTA TECNICA


Vinculación institucional: emprendimiento comercial independiente.
Aparición 1º número: Abril de 1895.
Director: Enrique Chanourdie.
Período: 1895-1918
Temas / Secciones: Revista de Ingeniería, Arquitectura, Minería e Industria (en 1897 se agregó entre
las especialidades la Electrotécnica. Entre 1904 y 1916 publica el Suplemento “Arquitectura”.
Números: --- aparición mensual.
Repositorio consultado: Sociedad Central de Arquitectos.

Nombre: ARQUITECTURA
Vinculación institucional: Suplemento de la Revista Técnica. Por acuerdo con la Sociedad Central de
Arquitectos, órgano oficial de la institución entre 1904 y 1916.
Aparición 1º número: marzo de1904.
Director: Enrique Chanourdie.
Período: 1904-1916
Temas / Secciones: Editorial, Concursos, artículos, sección oficial Sociedad Central de Arquitectos, lá-
minas de obras de los socios de la SCA.
Números: 119 (aparición mensual).
Repositorio consultado: Sociedad Central de Arquitectos.

Nombre: REVISTA DEL CENTRO DE ESTUDIANTES DE ARQUITECTURA


Vinculación institucional: Centro de Estudiantes de Arquitectura.
Aparición 1º número: Septiembre de 1911.
Director: Alfredo Cóppola y Carlos Becker.
Período: 1911-1912
Temas / Secciones: Traducciones, artículos, reseñas, crónicas actividad universitaria, caricaturas, sección
oficial Centro de Estudiantes (publicación reuniones Comisión Directiva).
Números: 6 (aparición bimensual).
Repositorio consultado: Sociedad Central de Arquitectos.

Nombre: REVISTA DE ARQUITECTURA 1ª época


Vinculación institucional: Órgano del Centro de Estudiantes de Arquitectura
Aparición 1º número: julio de 1915.
Director: Fortunato Passeron (1915) - Víctor Silva (Secretario: Hugo Pellet Lastra) luego, H. Greslebin
(1916) y Carlos F. Ancell (1916-1917).
Período: 1915-1917
Temas / Secciones: Cursos Teoría de la Arquitectura / apoyo a la formación universitaria, temas doc-
trinales, proyectos, láminas con fotos o dibujos, colaboraciones, actividad del CEA.
Números: Ver segunda época.

77
Silvia Augusta Cirvini

Repositorio consultado: Sociedad Central de Arquitectos.


Observaciones: Apoyo de ingenieros y arquitectos protectores, estudiantes Bellas Artes, poetas, escritores.

Nombre: REVISTA DE ARQUITECTURA 2ª época


Vinculación institucional: Órgano del Centro de Estudiantes de Arquitectura y de la Sociedad Cen-
tral de Arquitectos.
Aparición 1º número: Agosto / Septiembre de 1917.
Director: Ernesto Lacalle Alonso (1917-1920); luego: Alberto Prebisch (1920-1921), Huberto Hono-
ré (1922), Alberto Belgrano Blanco (1922), Carlos Becker, E. Real de Azúa, A. Coppola, R. J. Álvarez,
V. M. Labarillo, E. Fontechia y E. Ferrovía.
Período: 1917-1962
Temas / Secciones: Actividad de la SC.de A, artículos doctrinarios, proyectos y obras, Concursos, edi-
toriales de opinión, crítica arquitectónica, historia de la arquitectura, etc.
Colaboradores: Miembros de la SC.de A, alumnos hasta 1921.
Números: 1ª y 2ª época, total 380 (entre 1915 y 1951 fue de aparición mensual, desde ese año hasta
1955 fue trimestral y entre 1955 y 1962 de salida ocasional).
Repositorio consultado: Sociedad Central de Arquitectos.
Observaciones: Desde 1948 sólo órgano oficial de la S C de A.

Nombre: EL ARQUITECTO
Vinculación institucional: emprendimiento comercial independiente.
Aparición 1º número: Diciembre 1919.
Director: Ángel Croce Mujica - Francisco Squirru.
Período: 1919-1926
Temas / Secciones: Editorial, artículos temáticos, obras neocoloniales de América.
Números: 76 (aparición mensual).
Repositorio consultado: Sociedad Central de Arquitectos.

Nombre: NUESTRA ARQUITECTURA


Vinculación institucional: emprendimiento comercial independiente.
Aparición 1º número: 1929
Director: Walter Hylton Scott.
Período: 1929-1986
Temas / Secciones: Editorial, Artículos, Crítica, Apartado de publicaciones. Obras, proyectos.
Números: 523 (aparición mensual).
Repositorio consultado: Sociedad Central de Arquitectos.

78
CAPÍTULO III
Los debates diferenciadores
(1901-1948)
Nosotros los Arquitectos

1. Introducción
Los debates desarrollados a lo largo del período, identificados y caracterizados en la
“Introducción general”, constituyen como ya lo señalamos, una urdimbre de temas de in-
terés que circulan dentro de la corporación, en cuyo desarrollo o tratamiento se entrelazan
y vinculan, se apoyan y alimentan recíprocamente en pos de un objetivo: la consolidación
del habitus y del campo disciplinar de la Arquitectura.
Como debates diferenciadores consideramos los grandes temas sobre los cuales se arti-
culó y organizó un campo de interés propio, con una lógica diferenciada del resto de los
profesionales y técnicos. Estos debates tienen en la prensa técnica un espacio privilegiado
a lo largo de nuestro período de estudio. Constituyen los ejes por los que pasa el proceso
de diferenciación o de autonomización del campo disciplinar de la arquitectura, particu-
larmente en su etapa fundacional, e indican las formas específicas de interés que articulan
el campo. Tanto los debates como las prácticas diferenciadoras despiertan el interés de
quienes forman parte del campo y tienen la función de constatar, corroborar o alimentar
la “illusio” del campo.
La elección de la consideración de los debates como puntos sobre los cuales se arti-
culó y organizó un campo de interés propio se apoya en las dos funciones esenciales que
estos tuvieron en este proceso: la Delimitación del campo y la Especificación del mismo. Es-
ta doble funcionalidad de los debates suponía, por un lado, la construcción de un “noso-
tros” que buscaba reconocimiento y legitimación con relación a lo social y, por otro, la re-
gulación de prácticas legítimas hacia el interior del grupo, reglas que sirvieron para pautar
el “habitus”, para especificar las “formas de ver y de hacer” de los arquitectos. En definiti-
va de lo que se trata es de fijar o estipular los “códigos” sobre los cuales se ha de organizar
y regular una práctica especializada como lo era la Arquitectura y de pautar los mecanis-
mos de legitimación y reconocimiento.
En los debates, particularmente en la etapa fundacional, la relación de tensión entre
el “nosotros” y los “otros” se organiza en torno de tres objetivos principales: a) convencer a
los paradestinatarios (clientes, políticos, autoridades), b) expulsar a los adversarios (intru-
sos sin formación artística) y c) educar al público en general. De esta manera, la relación
entre el “nosotros” y los demás actores del campo social oscilará desde la acción persuasiva
hasta la pedagógica, desde la cooperación y la complementación hasta la confrontación
abierta, desde la apelación a los “intereses generales” de la sociedad hasta la defensa corpo-
rativa de los derechos profesionales.
Estos debates, de distinta importancia, jerarquía y desarrollo a lo largo del período,
articulan los intereses del campo disciplinar con distintas esferas de lo social, de allí que ad-
quieran mayor o menor relevancia con relación a lo contextual, a los efectos o al eco que
pudieron registrar de diferentes acontecimientos del campo cultural o social. Por otra par-
te resulta explicativo señalar que la trascendencia de un tema estuvo también condiciona-
da por los distintos “momentos” que atravesaba el campo disciplinar. Así hubo debates que
adquirieron una ubicación privilegiada en la etapa fundacional del campo, como Ingenie-
ros y Arquitectos, Arte y Ciencia y la Enseñanza de la Arquitectura, porque constituyeron el
marco de desarrollo del habitus diferenciado de los arquitectos. Otros debates (Vivienda
obrera, Arquitectura nacional) adquirieron trascendencia entre los arquitectos recién cuan-

81
Silvia Augusta Cirvini

do el campo disciplinar estuvo constituido y era posible entonces la aparición de diferen-


tes posiciones con relación a un tema.
A continuación, en el análisis de los debates, proponemos seguir el siguiente orden:
• PARTE 1: Debates diferenciadores asociados a la etapa fundacional del campo:
Ingenieros y Arquitectos, Arte y Ciencia, La Enseñanza de la Arquitectura, La cultura artísti-
ca del público:
El desarrollo de todos es contemporáneo a la etapa fundacional del campo. Estos de-
bates contribuyeron a diferenciar y constituir un habitus propio, son estrechamente inter-
dependientes, a veces de desarrollo simultáneo; con el único propósito de establecer los
matices particulares, los abordamos separadamente.
• PARTE 2: Debates centrales y principales posiciones por la constitución del
campo: El Estado del arte arquitectónico es el debate troncal que atraviesa todo el período
y articula todos los debates y prácticas que ocupan y preocupan a la corporación de ar-
quitectos. En este punto buscaremos señalar sólo algunos aspectos generales que no se
abordan en el análisis de los otros debates o que operan como marco de contención de
otros debates, centrales pero más específicos como el de la Arquitectura y arte nacional o
el de la Vivienda popular.
También se analizarán en el debate del “Estado del arte arquitectónico”, las principales
posiciones desarrolladas a lo largo del período, tomando en cuenta aquellos aspectos que
se articulan con el proceso de constitución del campo y del habitus. De este modo se pro-
cura explicar el carácter fundacional que tuvo el Eclecticismo, la incorporación comple-
mentaria de los repertorios historicistas y el papel crítico de las posiciones asociadas a las
vanguardias en la modelación del habitus.

PARTE 1
2. DEBATES FUNDACIONALES
2.1. Ingenieros y Arquitectos
2.1.1. El origen del debate

Los temas principales sobre los que se organiza este debate, que aparece con frecuen-
cia en la prensa especializada, en particular durante la etapa fundacional del campo, son
esencialmente dos: por una parte, el deslinde de incumbencias con la correspondiente di-
visión complementaria del trabajo entre ingenieros y arquitectos, hermanados en la defen-
sa en común de la validez de los títulos universitarios o de estudios especializados, frente
al ejército de los “no diplomados”; y por la otra, la oposición Ingenieros / Arquitectos que
articula la formación profesional de cada profesión y su relación con el arte, la técnica y el
conocimiento científico.
Como ya lo señalamos en la Introducción, el debate Ingenieros / Arquitectos tuvo
entre nosotros un cariz particular respecto del desarrollado en Europa durante el siglo XIX,
el cual era seguramente conocido por nuestros profesionales a través de la prensa técnica y
del contacto con las Academias (de San Fernando, París y Bruselas). Si bien existen pun-

82
ESQUEMA N°2: Diferenciación a través de los debates y prácticas
Silvia Augusta Cirvini

tos de coincidencia a un lado y el otro del Atlántico, como el gran prestigio del que goza-
ba la Ingeniería y el control de la obra pública por parte de sus practicantes, en Europa la
presencia de las Academias brindaba un espacio institucional autónomo, independiente y
específico a los arquitectos para actuar como punto de apoyo en la demanda de reclamos
de sus derechos privativos. También, la prensa especializada constituye en Europa ya en el
siglo XIX, un medio eficaz para la difusión de ideas, “un palenque” al decir de Ángel Isac,
para los arquitectos, que los coloca en igualdad de situación con los ingenieros, lo cual en-
tre nosotros no sucederá sino hasta mediados de la segunda década del siglo XX.
El tratamiento de este tema como debate dentro de la corporación de arquitectos se de-
sata en setiembre de 1903, con la sanción en la Cámara de Diputados del Proyecto de Ley
Avellaneda - Varela Ortiz sobre diploma obligatorio.1 Es importante considerar que en 1903
habían pasado solamente dos años desde la creación de la Escuela de Arquitectura y la refun-
dación de la Sociedad de Arquitectos. En 1902 se habían dictado los primeros Estatutos de
la entidad gremial y los arquitectos tenían, como preocupaciones corporativas e instituciona-
les, dictar normas internas y reglamentar prácticas como arancel de honorarios, reglamentos
de concursos, códigos de desempeño profesional, etc. Los años transcurridos entre 1901 y
1910 marcan claramente la etapa fundacional del campo, el núcleo constitutivo de las reglas
fundamentales que cohesionarían una tradición disciplinar en los años siguientes. Fueron
años de gran movimiento y dinamismo: el aumento de la demanda laboral y el permanente
flujo de profesionales europeos en esa década brindaban un marco expectante y conflictivo a
la vez, promisorio en cuanto que el trabajo por hacer parecía infinito, y competitivo en la me-
dida que existía una gran movilidad social, tanto de individuos como de instituciones, pro-
ducto del crecimiento económico y demográfico de las principales ciudades argentinas.
En este contexto, la Ley de diploma obligatorio significó un impacto inesperado pa-
ra la corporación que, indudablemente, atendía otros aspectos más urgentes referidos a la
constitución del campo, a la modelación de un habitus propio y al objetivo de alcanzar una
cierta cohesión como grupo de esta camada fundacional, que en muchos aspectos era muy
heterogénea.2 La media sanción de la Ley desató conflictos tanto con los ingenieros como
entre los mismos arquitectos, ya que se plantearon posiciones a veces totalmente encontra-
das en relación con los distintos temas vinculados a la diplomación.
En primer lugar, el conflicto con los ingenieros tenía distintas caras y un alto grado
de ambivalencia. Por una parte, el hecho de que el Centro Nacional de Ingenieros hubie-
ra promovido esta Ley en las Cámaras, alimentaba en los arquitectos una relación ambigua
de reconocimiento, por abogar ante los poderes públicos por la reglamentación profesio-
nal,3 pero a la vez de enojo y recelo por hacerlo en nombre de todos, sin que los arquitec-
tos hubieran opinado o prestado su conformidad para una acción estratégica de esta enver-

1
Ver: Las vicisitudes y periplos de este proyecto, entre las cámaras de Diputados y Senadores, que finalmente se convirtió
en Ley en 1905 y que dio origen a otra Ley sancionada en 1904 sobre Revalidación de Títulos en Capítulo V.
2
La heterogeneidad del grupo estaba dada por diversos factores como el país de origen, las instituciones o academias donde
estudiaron, la inserción social en relación al modo de ingresar en el país (empresas de FFCC, contratos con el gobierno pa-
ra obras públicas, vínculos con las colectividades extranjeras, vínculos con la elite argentina, etc.) y la incorporación o no
a la sociedad argentina (afincamiento, vínculos con Europa, éxito laboral y social, etc.)
3
El diputado Marco Avellaneda remarca en el debate el “carácter tutelar” de la ley, cuyos fundamentos abarcan no sólo razo-
nes de interés profesional (amparo de los gremios / competencia desleal) sino también en razones de orden público y de
interés general (calidad y estética de la construcción, protección de las instituciones educativas de Ciencias Exactas del país)
84
Nosotros los Arquitectos

gadura. Un sector dentro de la corporación presentó una petición ante las Cámaras en sen-
tido contrario a lo solicitado por los ingenieros “abogando por la libertad de la profesión
que es esencialmente artística”.4 Por otra parte, los ingenieros incluyeron en su pedido de
reglamentación a la Arquitectura porque la consideraban una rama de la Ingeniería y bus-
caban defender con ello, en primer lugar los derechos de los ingenieros civiles dedicados a
la construcción de obras edilicias, y probablemente los de los futuros egresados de la Es-
cuela de Arquitectura, pero nunca pensaron en los arquitectos “reales” y menos en los ex-
tranjeros sin título, que eran la mayoría. Esto fue pronto advertido por los arquitectos y se-
paró las aguas entre quienes aceptaban incorporar a los ingenieros civiles dentro del campo
y quienes decididamente consideraban que debían ser expulsados.
De hecho varios ingenieros, en su mayoría argentinos,5 eran socios de la Sociedad
Central de Arquitectos y profesores de la Escuela como Domingo Selva, pero es indu-
dable que las posiciones que defienden son diferentes de la de los arquitectos: tienen el
aval del título otorgado por la Facultad de Ciencias Exactas que los habilita para el ejer-
cicio de la Arquitectura; respetan como iguales y no compiten con los arquitectos reco-
nocidos (por ser socios de la S C de A, por sus títulos o estudios, por su obra o simple-
mente por su prestigio); y en fin, no tienen nada que perder con la sanción de la ley
sino mucho que ganar porque esta norma controlaría el ingreso de los “advenedizos”,
“aventureros”, y “usurpadores de títulos” como frecuentemente aludía la prensa técnica
y por sobre todo significaría un importante reconocimiento oficial a los portadores del
saber técnico legitimado y respaldado por la Universidad.
Los arquitectos trataron el tema, en el seno de la Sociedad, en forma regular du-
rante 1904 y reclamaban se respetaran los derechos que poseían “adquiridos en los mu-
chos años de práctica, y por las numerosas pruebas de competencia dadas en el ejercicio de
la profesión”, ya que el proyecto de ley contemplaba los de los agrimensores y maestros
mayores y no los de los arquitectos. También pedían que no se hablara de “regularizar”
la situación de los no diplomados porque no había habido “irregularidad” en el ejerci-
cio profesional hasta entonces, etc. La Sociedad Central de Arquitectos advirtió que era
conveniente acordar acciones con el Centro Nacional de Ingenieros para “mejorar los
términos de la Ley” y que no hubiera perjudicados dentro de los socios.
Es indudable el peso de la Ingeniería en la época y el posicionamiento privilegia-
do de sus practicantes, tanto en las instituciones académicas (la Universidad, la Socie-
dad Científica Argentina) como en el aparato técnico de la burocracia del Estado Na-
cional y aun en los vínculos con el poder político. Puede decirse que los arquitectos
pierden una jugada ante los ingenieros con el tratamiento de la ley para defender el es-
pacio propio por cuanto, en el agitado proceso entre Diputados y Senadores, se supri-
me del proyecto el Art. 3º que podría haberlos beneficiado como sector, el cual estable-
cía que eran las Facultades o Escuelas, como instituciones otorgantes de los títulos, las

4
Intervención del Arq. Nordmann en la Asamblea del 30 de junio de 1904. SC de A. Libro de Actas, Asamblea General del
30-06-1904, folio 8.
5
Los ingenieros de estas camadas son casi todos argentinos a diferencia de los del siglo XIX. La nacionalización de la matrí-
cula de los arquitectos comienza a ser visible una década más tarde, pero son muchos los extranjeros que ocupan posiciones
centrales hasta mediados de la década del ‘20.

85
Silvia Augusta Cirvini

que debían establecer alcances e incumbencias, prohibiendo tácitamente a una profe-


sión ejercer otra.6
Finalmente, esta complicada situación legal se resolvió por partes, sancionando
primero la Ley Nº 4416 sobre “Revalidación de diplomas…” y luego la Ley Nº 4560
sobre “Reglamentación del ejercicio profesional…”, que no era sino el proyecto Avella-
neda - Varela Ortiz modificado. La primera ley sancionada en setiembre de 1904 dis-
ponía en su Art. 2º que la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales podía otor-
gar, dentro del plazo de un año desde la sanción de la ley, títulos de “competencia” en
los ramos de arquitectura, agricultura y química a quienes no tenían títulos pero po-
dían acreditar idoneidad.
Luego, la Ley Nº 4560 (proyecto Avellaneda - Varela Ortiz modificado), sancionada
en junio de 1905 establecía la diplomación obligatoria (títulos nacionales o reválida) para
ejercer todo “cargo, empleo o comisión en los ramos de la ingeniería civil, mecánica, ar-
quitectura, química, agronomía y agrimensura”, en el ámbito del gobierno nacional. Esta
ley establece excepciones que tienden a proteger los derechos adquiridos de las personas
que están ejerciendo cargos en ese momento y los intereses del Estado, en el sentido de po-
der contratar no diplomados que poseyeran “conocimientos técnicos” requeridos para tra-
bajos que no pudieran resolverse con los profesionales disponibles del país.
La cuestión del “diploma” también suscitó enfrentamientos entre los mismos arqui-
tectos. En primer lugar, el movido tratamiento de la ley dividió a los arquitectos en dos po-
siciones, por un lado quienes consideraban que la ley del diploma jerarquizaba la profesión
en la medida que contribuiría a expulsar a los “advenedizos” (posición que compartían con
los ingenieros) y por el otro, quienes opinaban que una disciplina creativa y artística como
la Arquitectura no admitía reglamentación. En la primera posición se manifestaron los ar-
quitectos Raffo, Aranda, Hughé y hasta el mismo Christophersen que presidía la Sociedad;
en la segunda posición hallamos a Altgelt, Jaeschke, Inglis, Nordmann y Morra. Este últi-
mo grupo utilizaba como referencia y en clara función de apoyo la situación europea: la
total liberalidad que regía el ejercicio profesional, lo cual estaba ligado al predominio de
una formación no sistemática de los arquitectos, donde lo habitual era no tener un título.7
En 1903, en una asamblea de la Sociedad, se advierte claramente las dos posiciones, don-
de el Secretario, Víctor Jaeschke sintetiza la oposición a la ley:
“…abogando por la libertad más absoluta para la profesión de Arquitecto, pues le pare-
ce absurdo querer reglamentar en una República una carrera artística esencialmente li-
beral como la citada, cuando ésta es absolutamente libre en Europa, aún en los países mo-
nárquicos y con menos pretensiones democráticas que el nuestro”.8

6
El Art. 3º decía: “Ningún diploma o título habilita para desempeñar otras funciones profesionales que las establecidas por
la institución otorgante para cada una: las relaciones entre los facultativos y las reparticiones públicas de la Nación serán
rigurosamente establecidas sobre este principio. A este efecto, las facultades y escuelas especiales publicarán y harán cir-
cular publicaciones detalladas sobre los trabajos que esté autorizado para hacer un ingeniero civil o mecánico, un agri-
mensor o un arquitecto, y el ejercicio de estas profesiones se sujetará a las disposiciones de los códigos vigentes”. Ver debate
de la Ley en: Diario de Sesiones Cámara de Diputados, Sesión del 18/09/1903, pp. 1027 y ss.
7
Este tema es abordado con mayor profundidad en este mismo capítulo, en otro de los Debates fundacionales: la Enseñan-
za de la Arquitectura. Sólo queremos señalar en este punto cómo se ligan en el tema del diploma ambos debates y en qué
medida el caso argentino se diferencia del europeo porque organiza el sistema de enseñanza sobre la estructura universita-
ria, lo cual le otorga desde los inicios un marco diferente del que posee en Europa.
8
Intervención del Secretario, V. Jaeschke en la Asamblea General de la SC de A del 14 de noviembre de 1903. Ver: Libro
de Actas SC de A, Asamblea 14/11/1903, p. 106 y ss. El destacado está en el original.
86
Nosotros los Arquitectos

Mientras el Arq. Aranda, quien pertenece al grupo que avala desde los inicios la pro-
mulgación de la ley, afirmaba:
“…que no es conveniente dejar libre el ejercicio de la Arquitectura para los individuos que
vienen a establecerse en el país, sin haber hecho los estudios necesarios, y a menudo sin escrú-
pulos, propone el nombramiento de una comisión que averigüe en la Facultad las condicio-
nes que se estipularían, para permitir a los arquitectos el ponerse dentro de la legalidad”.9
Los conflictos luego se plantearon con relación a la tramitación del otorgamiento de
los títulos de competencia ante la Facultad de Ciencias Exactas (dirigida por Ingenieros);
la Sociedad de Arquitectos pretendió gestionar una presentación colectiva, un único expe-
diente con sus socios, propuesta que no fue aceptada. En noviembre de 1904 quedó final-
mente estipulado el procedimiento: cada arquitecto que deseaba obtener título de compe-
tencia debía presentar en forma individual una solicitud, acompañada de toda la
documentación probatoria de su idoneidad profesional (planos, memorias, proyectos, etc.)
Luego un tribunal “ad hoc” evaluaba cada uno de los casos y otorgaba o denegaba el títu-
lo de competencia. Al año siguiente se habían diplomado con este mecanismo noventa ar-
quitectos, entre ellos casi todos los socios de la Sociedad de Arquitectos.
En 1906, superado ya el trance de la ley del diploma, los arquitectos se enfrentaron
nuevamente en dos grupos casi irreconciliables (herederos de las dos posiciones generadas
con el tema de la obtención del diploma) por un tema de reforma de estatutos. Ya en 1903
se habían reformado parcialmente los estatutos (Art. 26) para restringir la Sociedad a los
“arquitectos patrones”,10 no admitiendo en su seno a los que fueran empleados, no impor-
taba que tuvieran o no diploma. Es importante advertir cómo la Sociedad de Arquitectos
endureció gradualmente sus reglas de admisión, y apuntaba a sancionar estatutos cada vez
más restrictivos. A fines de 1906, en medio de un agitado y acalorado debate, se trató nue-
vamente una reforma de estatutos en relación al diploma. La propuesta con mayor consen-
so era no admitir como socios a quienes no tuvieran diploma (moción del Arq. Le Mon-
nier). El debate terminó con una violenta retirada de los trece socios (sobre cuarenta y uno
que tenía la asamblea) que impugnaban las reformas, las cuales, con el aval de los socios
restantes fueron aprobadas por unanimidad. En adelante se admitirían como “socios acti-
vos” a todos los que tuvieran título de Arquitecto, expedido o revalidado por las Faculta-
des del país; a todos los ingenieros civiles con diploma de las Facultades del país, anterior
a setiembre de 1905 11 que se dedicasen al ejercicio de la Arquitectura, y finalmente a los
arquitectos extranjeros que viniesen al país convocados por las autoridades públicas para el
desempeño de comisiones transitorias. Para atenuar la no-admisión de arquitectos no-di-
plomados extranjeros se creó una nueva categoría de socios “transeúntes”:
“Los arquitectos extranjeros que lleguen al país podrán ser admitidos en calidad de socios
transeúntes durante un año prorrogable por otro año más; éstos estarán eximidos de la
cuota de entrada y tendrán los mismos derechos y obligaciones que los socios activos”.12

9
Intervención del Arq. Aranda en la Asamblea General de la SC de A del 14 de noviembre de 1903. Ver: Libro de Actas SC
de A, Asamblea 14/11/1903, p. 106 y ss.
10
Ver al respecto la discusión planteada en: Libro de Actas SCA, Asamblea del 23/10/1903 y Asamblea 24/02/1904.
11
Esta fecha alude a la puesta en vigencia de la ley Nº 4560 de diplomación obligatoria para ejercer cargos técnicos en la ad-
ministración pública nacional.
12
Artículo citado por Jorge Tartarini-Capítulo 3 (1901-1915), en: Sociedad Central de Arquitectos. 100 años de compromiso
con el país, Buenos Aires, 1994, p. 59.

87
Silvia Augusta Cirvini

Es evidente como, a partir de la regulación estatutaria fijada por el reducido grupo


que dirigía la Sociedad de Arquitectos en 1906, se contribuyó a hacer del diploma la pri-
mera y más rigurosa ley de admisión al campo disciplinar, lo cual visto desde otras posi-
ciones atentaba contra la propia naturaleza de la profesión. Quienes quedaban fuera, ya
sea porque no tenían título o porque no acordaban con la no-admisión de los no-diplo-
mados hacían sentir sus voces de distintas maneras. El grupo que se retiró de la Asam-
blea Extraordinaria donde se trató el tema presentó un recurso ante la Justicia, que no
prosperó, ya que la reforma de los estatutos se aprobó en octubre de 1907.13 También la
prensa técnica se hacía eco de la protesta y reforzaba las críticas hacia la Sociedad de Ar-
quitectos:
“Un numeroso grupo de socios que quiso ser “plus royalisque que le Roy” votó, en di-
ciembre de 1906, un artículo que cierra las puertas de la Sociedad a todos aquellos ar-
quitectos que no tienen título nacional, olvidando muchos de los participantes que otro-
ra habían sido partidarios del Arte libre y que su título lo habían obtenido no por
reválida ni por estudios académicos universitarios, sino por una generosa ley de excep-
ción o de perdón, votada por el H. Congreso.
Si el Gobierno Nacional ocupa y contrata arquitectos e ingenieros sin diploma nacio-
nal no veo bien por qué la Sociedad Central de Arquitectos los excluye de su seno”.14
A partir de 1913 comienzan a flexibilizarse las reglas para incorporar a los jóvenes
de la Escuela, se reforman entonces los estatutos para admitirlos como socios aspirantes.
En 1915 ya no hay casi socios ingenieros y sí varios estudiantes de los últimos años o re-
cién diplomados. El grupo fundacional ha puesto las reglas, controla la admisión al cam-
po y regula los desacuerdos. Muchos socios disidentes se reincorporan y hay una mayor
tolerancia al conflicto entre pares. Todos síntomas de un campo constituido en el que se
ha definido el “nosotros” y donde hay interés para tratar temas doctrinarios dentro de la
disciplina, en un espacio compartido entre iguales en apariencia, ya que el poder y las
posiciones dominantes siguen en manos del grupo fundacional.

2.1.2. El conflicto en la prensa técnica

Carlos Altgelt se convierte en portavoz de la corporación en la defensa de los dere-


chos privativos de los arquitectos, desde el Suplemento Arquitectura de la Revista Técni-
ca en primer lugar y en todos los foros y ámbitos de desempeño donde se presenta co-
mo “Arquitecto no Ingeniero”.
Este arquitecto es el autor de un texto central para considerar el estado y la impor-
tancia de este debate: “Necesidad de deslindar”, en el cual Altgelt traza una sesgada histo-
ria del proceso de constitución del campo disciplinar, donde intenta explicar por qué los
arquitectos no consiguieron en treinta años legitimar una autonomía frente a los inge-
nieros. Es un texto de abierta confrontación que ubica a los ingenieros como adversarios,
de tono virulento y frontal, propio no sólo del “estilo” particular del autor sino adecua-
do y funcional al momento heroico de la fundación del campo. Según el autor, la sepa-

13
Ibídem.
14
V. Jaeschke, “Cuestión de honorarios”, en Arquitectura, Nºs de Enero y Agosto Septiembre de 1909.

88
Nosotros los Arquitectos

ración de ambas profesiones no se podía concretar por la oposición de los ingenieros que
se ubicaban en posiciones claves tanto en la Facultad como en los cargos jerárquicos de
la administración estatal, y que se resistían a perder sus privilegios. En su campaña in-
terpela al Estado, las instituciones involucradas, los sectores dirigentes y los intelectuales
en general.
Se apoya entonces, en el reconocimiento que el mismo Poder Ejecutivo hizo de la
separación entre las dos profesiones, al ordenar que la Sección Arquitectura del Antiguo
Departamento de Obras Públicas pasase a depender directamente del ejecutivo, apoyán-
dose en que la Arquitectura es una rama independiente de la Ingeniería. Sobre este lo-
gro pide más, que el gobierno que avanzó sobre el deslinde administrativo de las profe-
siones arbitre que “todos los puestos públicos, comisiones, los proyectos y dirección de obras
arquitectónicas, las tasaciones, pericias, y demás trabajos pertenecientes a la profesión del ar-
quitecto, se encomendasen exclusivamente a los Arquitectos y no a los Ingenieros Hidráulicos,
de Vialidad, etc., como la confección de anteojos no se encomienda a vidrieros ó azogadores
de espejos”.15
La crítica es mordaz y agresiva, el eje del deslinde: la formación artística. El autor
afirma que una gran parte de los ingenieros “no ejercen su profesión sino una que no han
aprendido, la que desprecian, aunque de ella viven, es decir la del Arquitecto”. Veamos en-
tonces en qué puntos asienta la descriptiva del estado de la situación:
• La “mala calidad” de la arquitectura pública y de una buena parte de los edificios
privados por la intervención de los Ingenieros.
• La injusta discriminación de los Arquitectos en las distintas funciones de la obra
pública nacional, los concursos, las pericias, etc.
• La concentración de cuatro profesiones en manos de los Ingenieros: la de Inge-
niero, la de Arquitecto, la de Agrimensor y la de Maestro Mayor.
• La complicidad de las autoridades en la convalidación de estas evidentes desi-
gualdades, tanto en la Facultad como en el gobierno.
Altgelt pone como contra-ejemplo la situación europea, en donde esta batalla ha si-
do librada y los Arquitectos tienen el lugar que merecen. Ahora bien, a quién responsabi-
liza en primer lugar de esta situación: a la Facultad hegemonizada por los Ingenieros:
“La Facultad, que con tanto empeño defiende los intereses de los Ingenieros, hasta el ex-
tremo de habilitarlos para ejercer una profesión que no han aprendido, (…) dio título
académico de Arquitectos a un número de simples artesanos, comerciantes, escribientes,
de los cuales sabía, ó debió saber, que jamás habían hecho el más mínimo estudio en
ninguna Academia del mundo. Así, no sólo rebajó a los competentes al nivel de los ig-
norantes diplomados, rebajó también el prestigio de la Facultad, cuyos diplomas debe-
rían siempre ser garantía de competencia”.16
Señala que la formación de los arquitectos no es la adecuada porque está orienta-
da por los ingenieros, e intenta aclarar “inexactitudes” y “confusión” con relación a la su-
bordinación de una profesión a la otra (la Arquitectura “como rama de la Ingeniería”, el
Arquitecto como un Ingeniero que “se quedó corto”):

15
Carlos Altgelt. “Necesidad de deslindar”, en Arquitectura, Año V, Nº 59, noviembre de 1909, p.146.
16
Ibídem, p. 150. La cita alude al Examen de competencia en Arquitectura que se realizó en la Facultad de Ciencias Exactas
dando cumplimiento de la Ley 4416 sobre diplomas.
89
Silvia Augusta Cirvini

“Si su preparación ha de ser completa, no debe el Arquitecto aprender ni menos tiempo,


ni menos materias, ni materias menos difíciles que el Ingeniero. Debe aprender OTRAS
materias, tener OTRAS aptitudes.” 17
Altgelt descalifica a los ingenieros para opinar sobre Arquitectura y decidir modifica-
ciones del plan de estudios, el cual, según el decano de Ciencias Exactas “es demasiado ar-
tístico y poco técnico”. También se opone tenazmente al predominio de los ingenieros en
las Comisiones de Estética y Ornato, los Consejos Municipales y todo espacio donde es
necesario tener formación artística, y dice: “En asuntos de Arquitectura, un mal Arquitecto
es mejor que un buen Ingeniero” (…) “Nuestros Ingenieros han contribuido con lamentable éxi-
to a afear el país con las horribles producciones de su ingenio…” 18
Precisamente, la crítica opera en dos sentidos, por una parte desautoriza la voz de los
ingenieros para opinar y niega su capacidad para producir buena arquitectura, por la otra,
reafirma la voz de los arquitectos, únicos capacitados para opinar en relación al Plan de Es-
tudios y defiende su tendencia “artística” ya que hace posible “emancipar la Arquitectura de
la tutela injustificable e irritante de la Ingeniería, tendencia ésta que significa proporcionar al
país lo que necesita, es decir, profesionales de Arquitectura que dominen su profesión…” 19
Finalmente, el último señalamiento del portavoz de la corporación en este tema, es
que, ante la “incompetencia de los Ingenieros”, para las grandes obras oficiales las autori-
dades acuden a la contratación de arquitectos extranjeros, a quienes pagan “honorarios fa-
bulosos”, eximen de pagar todo tipo de tasas e impuestos por su actividad y permiten ejer-
cer la profesión “sin obtener el diploma que es de rigor para los nacionales.”
“Sé que interpreto el sentimiento unánime de mis verdaderos colegas al protestar contra
estas prácticas injustas”, decía Altgelt y cerraba el artículo con una propuesta de cinco pun-
tos que sintéticamente expresaba:
“I. Deslindar en absoluto las profesiones de Arquitecto e Ingeniero.
II. Entregar la enseñanza de la Arquitectura exclusivamente a Arquitectos. (…) La ense-
ñanza debe tener completa autonomía dentro de la Facultad en que está (desgraciada-
mente) incluida, mientras no se instituya la Facultad de Arquitectura o de Bellas Artes. (…)
III. Proveer exclusivamente con Arquitectos los puestos públicos de Arquitectura, (…)
IV. Entregar exclusivamente a arquitectos de reconocida competencia y radicados en el
país la confección de todos los proyectos oficiales de Arquitectura, (…)
V. No contratar profesionales en el extranjero, o solo hacerlo en casos muy excepcionales
(…) y aun entonces en igualdad de condiciones con los nacionales respecto a honora-
rios, obligaciones, cargas…”.20 (SC)
Las críticas de Altgelt eran compartidas por otros colegas como Víctor Jaeschke, y
apuntaban, en primer lugar, a la defensa más absoluta de los derechos privativos de los ar-
quitectos, en cuanto a ser los únicos capacitados para producir “arte arquitectónico”. Pero
también este grupo “combativo”, de gran presencia en la prensa técnica en tiempos funda-
cionales, levantará otras banderas, asociadas entre sí, como eran:

17
Ibídem, p.150. El destacado en mayúsculas aparece en el original.
18
Ibídem, p.151.
19
Ibídem, p.151.
20
Ibídem, p.153. El destacado es nuestro para señalar los indicadores lexicales de inclusión-exclusión aplicados a las dico-
tomías Arquitecto-Ingeniero y Nacional-Extranjero.

90
Nosotros los Arquitectos

1) El ejercicio de la Arquitectura debe ser “libre”, el Arquitecto es un artista y como


tal no puede estar sujeta su labor artística a reglamentos, leyes o condiciones que
no provengan estrictamente del campo disciplinar. Por ello se opondrán a la ley de
diploma obligatorio y a la actitud de exclusión que adopta la Sociedad Central de
Arquitectos respecto de los no diplomados; a las Comisiones de Estética muni-
cipales, dirigidas por funcionarios y comerciantes, a los jurados de Concursos con
predominio de integrantes carentes de formación artística, etc.
2) Si bien admiten que el cliente es el único que puede imponer criterios al Arquitec-
to, son críticos mordaces del mal gusto, de la moda de “estilos”, del deseo de sin-
gularidad y prestigio a través de las fachadas y del asesoramiento de amigos que
creen conocer lo más novedoso del arte europeo.
3) Se oponen también a la actitud dependiente de la clase política y los funcionarios
que contratan en Europa a profesionales “notables” desconociendo la capacidad y
calidad de los arquitectos locales. En cuanto al Plan Bouvard,21 V. Jaeschke le hizo
una crítica sistemática, exhaustiva y prolongada durante años, y recibió el apoyo
solidario de C. Altgelt quien decía: “No creo que una sola persona competente en la
materia opine de diferente manera, pero usted y yo somos argentinos, no venimos de
París. París, en cuyos boulevares y centros de diversión, como en todas las grandes capita-
les, uno se codea con 10 veces más imbéciles que gente de talento, y a dónde muchos van
baúl para volver petaca, y, cuando estuvimos en la Meca, no nos hicimos compinches de
los peregrinos que en Sud América manejan los títeres de la política nacional, provincial,
comunal y comercial”.22
Ahora bien, ¿cómo contribuyen estos tópicos a profundizar o resolver la oposi-
ción ingenieros / arquitectos? Según esta posición crítica dentro de la corporación, los
ingenieros sostienen posiciones privilegiadas y desde esos lugares intervienen en forma
directa o indirecta a través de funcionarios del poder político sobre el cual tienen in-
fluencias para, por un lado mantener sus prebendas y por otro, impedir el fortaleci-
miento institucional de los arquitectos en la sociedad. Es decir, desde la posición más
crítica y combativa de la corporación, los Ingenieros manejan la obra pública del Esta-
do, tienen un rol decisivo en los Concursos, dirigen las instituciones de formación pro-
fesional y están más cerca de los resortes de poder. Es tiempo de blancos y negros, de
posiciones radicales y taxativas, y aunque existen motivos reales para ver de este modo
la situación, consideramos que esta visión está acentuada por el momento fundacional
del campo, que necesita de emblemas aglutinadores para reforzar la identidad grupal,
con metas claras para alcanzar la construcción de un “nosotros”, diferente, único, nece-
sario. El papel que cumplían estos miembros combativos como integrantes del campo
era útil dentro de una estrategia grupal y sin dudas, tenía la anuencia y la complacen-
cia de los sectores más conservadores que detentaban posiciones centrales y dominan-
tes, quienes podían capitalizar toda esta acritud en la tarea de consolidar espacio para
la corporación.

21
Nos referimos al plan de apertura de diagonales para Buenos Aires, proyectado por Jean Bouvard, Administrador de Obras
Públicas de Paris, en 1907.
22
C. Altgelt, citado por: Jorge Tartarini, Cap. 3 (1901-1915), en: Sociedad Central de Arquitectos. 100 años de compromiso
con el país, Buenos Aires, 1994, p.66.

91
Silvia Augusta Cirvini

2.1.3. En la Escuela de Arquitectura

La carrera de “arquitecto” nació en la Universidad de Buenos Aires, con el objetivo


implícito de alcanzar una progresiva diferenciación respecto de la ingeniería. La marca que
imprime este nacimiento es indeleble y estructural, tiene efectos estructurantes sobre el fu-
turo desarrollo de la disciplina y la profesión. En Europa, las Escuelas de Arquitectura se
fundaron en el siglo XIX al amparo de las Academias, la formación era netamente artísti-
ca y se proponían alcanzar una adecuada formación científica y técnica adecuada a la épo-
ca. En nuestro país, en cambio, la Arquitectura hará el recorrido inverso: de ciencia exac-
ta a disciplina artística. Es decir, nació como una rama de la Ingeniería (de rango inferior
y subordinada), a la que era necesario hacer crecer hasta adquirir independencia, ya fuera
por influencia externa (cultura artística, instalación de una demanda) o por la acción, el
ímpetu y la presión ejercidos por la propia corporación de profesionales dedicados a la Ar-
quitectura. Las camadas de los precursores, y particularmente la de los fundadores, buscaron
acentuar los rasgos distintivos de un habitus propio, actitud que encontró el ámbito adecua-
do de reproducción con la creación de la Escuela de Arquitectura en 1901. Esta institución
será entonces el primer ensayo de diferenciación, de distinción entre ingenieros y arquitectos.
Desde estudiantes, los jóvenes buscaron la diferenciación de sus pares de Ingeniería, no
sólo con la autonomía lograda a partir de la creación de un Centro de Estudiantes propio, si-
no a través de una serie de prácticas, códigos y rituales que formaban parte esencial de la vi-
da estudiantil, que se prolongaron durante décadas. Nos referimos a cuestiones tan variadas
como, por ejemplo, el uso de la capa como abrigo, la pasión por las caricaturas y los afiches,
el manejo sutil de la broma, el humor y de códigos especiales en gran número de los artícu-
los en las revistas, cuya comprensión marcaba claramente una pertenencia al grupo y su in-
comprensión –situación que abarcaba a casi todo el mundo incluidos los estudiantes de in-
geniería– era obviamente señal de exclusión.
También es probable que los propios estudiantes hayan alimentado la representación
imaginaria y estereotipada por cierto, del arquitecto como un “artista”, más libre y menos su-
jeto a convenciones de todo tipo, frente a la mentalidad práctica y científica de los ingenieros.
Estas representaciones estaban reforzadas por conceptos que circulaban en la época respecto a
las habilidades requeridas en unos y otros: mientras para los arquitectos se hablaba de “talen-
to” o dotes artísticas con las cuales se “nace”, para los ingenieros estaba reservada la capacidad
para el estudio, la resolución de problemas prácticos a partir del conocimiento científico, ta-
rea que con perseverancia y esfuerzo podía “hacer” o alcanzar cualquier sujeto inteligente. Es
decir, “El Arquitecto nace, Ingeniero se hace”.23 Recordemos que Altgelt había convertido en
lema dentro de la corporación en 1909 que “Donde empieza el Ingeniero termina el artista” o
que “Ingeniero puede ser toda persona inteligente, Artista sólo quien nació con la chispa divina”.24
En el primer número de la Revista del Centro de Estudiantes de Arquitectura (1911),
se lanza una encuesta sobre el tema “Reglamentación de la profesión de Arquitecto” donde
se formulan tres preguntas a todos los arquitectos diplomados y con experiencia en la prác-

23
Hemos hallado este refrán en revistas españolas del siglo XIX. Ver: José Manjarrés. “Arquitecto e Ingeniero”, (1877) en Re-
vista de la SCA, Madrid, p. 53/54, citado por Ángel Isac, Eclecticismo y pensamiento arquitectónico en España. Discurso, Re-
vistas, Congresos (1987), Diputación Provincial de Granada, p.181.
24
Carlos Altgelt. “Necesidad de deslindar”, en Arquitectura, suplemento de la RT, Año V, Nº 59, noviembre de 1909, p.146.

92
Nosotros los Arquitectos

tica profesional.25 Las respuestas de la encuesta tienen para el núcleo más activo de los estu-
diantes, una marcada importancia en cuanto contribuyen a forjar el perfil deseado de la pro-
fesión.26 La Escuela ya tiene diez años de funcionamiento y hace poco más de cinco que egre-
saron los primeros arquitectos, por lo cual es posible reflexionar sobre ciertos resultados y
revisar el cumplimiento de las expectativas puestas en el proyecto inicial.
Kronfuss es el primero que responde pero no lo hace como arquitecto sino como pro-
fesor, por lo cual apunta las soluciones a la formación de los estudiantes y desplaza hacia
el futuro la resolución de los conflictos presentes. Como docente acentúa la importancia
de la formación científica del arquitecto, aspecto en el cual la enseñanza de la Escuela “no
llena las necesidades de nuestros tiempos, prácticos más que nada”. Esta formación cientí-
fica abarca, según Kronfuss, el conocimiento de “estilos modernos”, el desarrollo y estudio
de la “arquitectura interna” (proyecto funcional) y todos los conocimientos referidos a ins-
talaciones que hacen al confort de las construcciones. Lejos de antagonizar con los inge-
nieros y de oponer ciencia y arte, tiene una visión conciliadora:
“…se puede comprobar que el alma del arquitecto puede encontrarse en cualquier inge-
niero, puesto que el arte no depende más que de la inspiración. Ahora bien; no quiero
imaginar que la inspiración es el único factor para el desarrollo del arte arquitectónico,
puesto que la arquitectura es arte técnica”.27
En el Nº 4 de la Revista (1912), se publica la respuesta del arquitecto Le Monnier,
quien responde a la primera pregunta diciendo que no debe existir reglamentación puesto
que “la arquitectura es un arte y quien la profesa debe ser un artista”. Según Le Monnier
el arquitecto es el resultado de la conjunción de un talento innato y de una buena forma-
ción técnica. Cita a Vitruvio:
“El arquitecto deberá ser ingenioso y aplicado; pues ni el talento sin el estudio, ni éste sin
aquél, pueden formar un artífice perfecto. Será instruido en las buenas letras, diestro en
el dibujo, hábil en la geometría, inteligente en la óptica, instruido en la aritmética, ver-
sado en la historia, médico, jurisconsulto y astrónomo”.28
Según Le Monnier, el estudio, el dibujo, y el conocimiento de las ciencias de las cons-
trucciones pueden lograr un buen arquitecto, pero no un artista. El perfil del arquitecto
debe reunir arte y ciencia:
“El arquitecto, en nuestra época, debe ser, pues, un hombre múltiple; avezado en el arte,
ser serio e instruido; tener buen gusto y sentimiento artístico, desarrollado en todas las ma-
nifestaciones de la evolución estética, tener mucha imaginación; poseer una ciencia pro-
funda, ser un hombre sociable, refinado y nada esquivo. Todo esto es lo que contribuye a
forjar el ideal de la profesión”. 29
Los espacios construidos por alumnos y docentes en las Revistas que dirigieron los
estudiantes, fueron instrumentos eficientes en el proceso de diferenciación y sirvieron pa-

25
Estas preguntas fueron sintéticamente:
1. ¿Cuál es la reglamentación ideal de la profesión de Arquitecto?
2. Opinión sobre el Registro Municipal (¿diplomados, no diplomados y constructores?)
3. Juicio sobre el desempeño de la S.C.de A. en la defensa de los intereses profesionales.
26
La función de las encuestas en la prensa técnica, permitía definir el campo posible de jugadas; se hacen para establecer con-
senso y los límites de las posiciones posibles dentro del campo.
27
Juan Kronfuss. “Contestación a nuestra encuesta”, en RCEA, Año I, Nº 3, 1911, p. 79.
28
Vitruvio citado por Eduardo Le Monnier, en RCEA, Año I, Nº 4, setiembre de 1912, p.123
29
Ibídem, p124.
93
Silvia Augusta Cirvini

ra exponer y hacer circular los debates de los tiempos fundacionales. Ya en 1915, cuando
está claro cuáles son los derechos privativos de los arquitectos con relación a lo artístico,
los estudiantes pueden movilizar otras preguntas más específicamente disciplinares en
cuanto a los fundamentos y criterios estéticos de un arte propio y nacional.30 Es significa-
tivo que, en la etapa fundacional de la Revista de Arquitectura, sus promotores busquen el
apoyo de los Estudiantes de Bellas Artes, acentuando la faceta artística de la formación en
claro proceso de diferenciación de los estudiantes de Ingeniería.

2.1.4. Un Congreso como escenario del conflicto

El primer “Congreso Nacional de Ingeniería” realizado en adhesión al Centenario


de la declaración de la Independencia en julio de 1916, puso en evidencia la querella ins-
talada entre ingenieros y arquitectos, al considerar a la Arquitectura como una “Sección”
especializada de la Ingeniería.
En un artículo publicado en la Revista de Arquitectura –presentado a modo de edi-
torial– se expresan las causas que determinaron la no adhesión del Centro de Estudian-
tes de Arquitectura a este encuentro, que formaba parte de la serie de “acontecimientos”
oficiales en el plano nacional que acompañaron los festejos del Centenario de la Inde-
pendencia.
Este hecho puntual permite señalar algunos aspectos importantes del conflicto en-
tre ingenieros y arquitectos como los siguientes:
• Son los estudiantes los que encabezan la no adhesión y el rechazo a la asistencia al
Congreso que subordina a la Arquitectura, limitándola a ser una Sección especiali-
zada de la Ingeniería. Son, en este sentido los jóvenes, la fuerza de choque del en-
frentamiento de los propios arquitectos divididos en dos grupos: quienes rechazan
el posicionamiento que señala el Congreso y los que plantean una posición más
conciliadora con los practicantes de la Ingeniería.
• La Sociedad Central de Arquitectos como ente gremial se pliega, finalmente, al re-
chazo del Congreso, posición que evidentemente reporta mayores beneficios a la
institución, que busca prestigiar la profesión y legitimar su independencia discipli-
nar respecto de la Ingeniería.
• La apelación de los estudiantes a la formación universitaria que se les imparte co-
mo especializada y diferenciada respecto de los estudiantes de ingeniería, permite
incorporar como paradestinatarios del discurso a las autoridades de la Universi-
dad. Es decir, la acción de los estudiantes involucra un tercer actor en el debate a
quien busca comprometer con una toma de posición respecto del tema.
Si bien la Sociedad Central de Arquitectos no adhiere ni participa institucionalmen-
te en este importante Congreso, deja libres a sus socios para concurrir o no; de hecho, al-
gunos arquitectos como J. C. Buschiazzo y Ángel Silva (h) aunque manifiestan que están
en todo de acuerdo con sus colegas, afirman que deben concurrir porque comprometieron
su asistencia con anterioridad a la decisión adoptada por la Sociedad. La gran mayoría de
los ingenieros-arquitectos vinculados a la Sociedad Central participaron y no recibieron

30
Ver Debates centrales: Arte y Arquitectura nacionales, en este mismo capítulo.

94
Nosotros los Arquitectos

sanciones. Si bien se trata de una batalla más en este proceso de reconocimiento que im-
pulsa la corporación, sirvió para acercar y unir en una estrategia conjunta las dos institu-
ciones más importantes que tienen en ese momento los arquitectos: el Centro de Estudian-
tes y la Sociedad Central de Arquitectos.31 También es posible reconocer la acumulación de
capital simbólico en beneficio de la corporación de los arquitectos, tanto frente a sus
“otros”, iguales o pares, los ingenieros, como frente a las autoridades que presiden los fes-
tejos del Centenario de 1916.

2.1.5. El debate “Arquitectos e Ingenieros” 32 en la Revista de Arquitectura

En 1917, una editorial de la Revista de Arquitectura, cuando aún estaba en manos


de los estudiantes, que transcribe una opinión del ingeniero Raúl Martínez Vivot pone
nuevamente en circulación el problema del deslinde de las profesiones. El artículo se orga-
niza claramente en tres partes sucesivas: una descriptiva, una analítica y una proyectiva en
la que se establecen las propuestas. La primera plantea los términos del problema: la aún
insalvable distancia entre el progreso material de nuestras ciudades y el desarrollo del arte
arquitectónico y sus principales causas:
“Buenos Aires, ciudad de rapidísimos progresos, presenta en su aspecto general obras de
gran valor artístico que hacen más notoria la falta de homogeneidad y de belleza de la
mayoría de sus edificios. Esto último se debe sin duda a la falta de una reglamentación
adecuada que, a la vez que impida que albañiles y dibujantes audaces usurpen un títu-
lo y atribuciones que no les corresponden, suprima la errónea autorización concedida
a los ingenieros civiles para ejercer la arquitectura, ya que en su carrera sólo tienen
durante un año un curso de 6 horas semanales en el que pretenden resumir, con meras co-
pias de láminas del Vignola, los conocimientos que adquieren los arquitectos en cinco o
más años de labor continuada”.33 (SC)
La situación que había resultado de la aplicación lisa y llana de la legislación de 1904
/ 1905 (de diploma, competencia y validez de títulos) había colocado en situación de privi-
legio a los Ingenieros, ya que les permitía dentro de sus incumbencias el ejercicio de la Ar-
quitectura. Desde la Revista se insta a rectificar este error proponiendo a la vez incorporar,
dentro del campo disciplinar, sólo a aquellos ingenieros que tuviesen estudios especiales:
“Existen, ciertamente, algunos ingenieros que, en razón de sus estudios especiales, o por
haber dedicado toda su actividad al ejercicio de una profesión en la que han adquirido
derechos y méritos indiscutibles, se hallan en condiciones muy distintas al resto de sus co-
legas, que no son ni pueden ser llamados arquitectos y que, por moral o por decoro, debie-
ran reconocerse inhabilitados para ejercer una profesión que desconocen.” 34
El análisis reitera la división tradicional de las funciones en cuanto al arte de cons-
truir: a los arquitectos el arte, a los ingenieros la ciencia y la técnica:

31
Un año más tarde ambas instituciones alcanzan un acuerdo por el cual fusionan sus revistas en una estrategia de mutuo
apoyo y reconocimiento. Ver cap. II Las Revistas.
32
No es casual la inversión del binomio “Ingenieros y Arquitectos” de los primeros años de las revistas técnicas a la de “Arqui-
tectos e Ingenieros” en las revistas especializadas de arquitectura.
33
Raúl Martínez Vivot. “Arquitectos e Ingenieros”, en Revista de Arquitectura, Enero, febrero de 1917, p.8. El destacado es nuestro.
34
Ibídem.
95
Silvia Augusta Cirvini

“El arquitecto tiene que ser artista y sus obras deben llevar un sello que sea la expresión
de la belleza y de las concepciones razonadas.” (…) “Los ingenieros pueden secundar y
complementar su obra allanando dificultades constructivas y de cálculo. Su misión en tal
sentido es amplísima y nada se opone a ella, ya que de una cooperación semejante surgi-
ría en el andar del tiempo la tan anhelada arquitectura nacional”.35
La propuesta final se apoya en un primer párrafo de discurso netamente performati-
vo, que tiene aún mayor peso en la medida que proviene de un ingeniero y finalmente con-
cluye con una solución conciliadora, que une a los “hombres de saber”, en salvaguarda de
los intereses generales:
“Necesario es, pues, que los ingenieros civiles renuncien a atribuciones ajenas o se
decidan a cursar estudios especiales en la Escuela de Arquitectura para que pue-
da justificarse el título de ingenieros arquitectos de que hacen alarde.” (…)
“La Facultad de Ciencias Exactas debiera crear, en todo caso, cursos con un programa
mínimo para aquellos ingenieros civiles que deseen obtener el título de arquitectos. Tal
reforma, impuesta por el progreso de la enseñanza y por la indispensable especialización
de los estudios, redundaría en directo beneficio de arquitectos e ingenieros que, unidos
así en fraternal consorcio y en el abrazo de los hombres de saber, lucharían por la
defensa de sus fueros y por el engrandecimiento intelectual y material de la Repú-
blica”.36 (SC)
Los términos con los que plantea la Revista de Arquitectura, en sucesivos artículos,
el conflicto de pertenencia al campo es claro: el adversario es la “legión de aventureros”,
“los albañiles y dibujantes audaces”, y no los ingenieros con quienes es necesario disputar
otra batalla, la de la igualdad en primera instancia y la de establecer las diferencias en las
incumbencias, en segundo lugar. La resolución de esta querella está desplazada hacia un fu-
turo próximo donde ambas profesiones deben, necesariamente, hacer lo suyo, aquello que
a cada una le compete, en aras de responder a los desafíos que se plantean desde el campo
disciplinar, por ejemplo, la búsqueda de una “arquitectura nacional”.37
Es significativo señalar que la prensa hace un llamado permanente a la unión y de-
sactiva el conflicto siempre latente desde la Ley Avellaneda y pide “a los actuales y a los fu-
turos arquitectos” (…) “que se dejen de lado pequeños desacuerdos en honor a principios de im-
portancia mayor e indiscutible”. La editorial de Carlos Ancell finaliza con una invocación a
la unidad en defensa de los intereses corporativos, apoyando la legitimación social de la
profesión y colocando al “tiempo” como único juez:
“Es un deber, por consiguiente, de las asociaciones existentes marchar unidas en asuntos
de verdadera orientación profesional que requieren el apoyo colectivo. Por encima de una
diversidad de principios de menor cuantía, existen intereses valiosos que deben ellas am-
parar y obligaciones que han de cumplir para no verse desautorizadas en su verdadera fi-
nalidad. Hay que insistir sobre ello. El tiempo se encargará de lo demás, pues él dará a
cada cual la parte de razón que corresponda, consiguiendo a la vez, por lógica evolución

35
Ibídem.
36
Ibídem. El destacado es nuestro.
37
Carlos F. Ancell. “Orientación profesional”, Revista de Arquitectura, marzo abril de 1917.
El autor de esta editorial menciona que: “El deslinde futuro de las atribuciones de arquitectos e ingenieros y la necesidad de
imprimir un rumbo a la arquitectura nacional, son otras dos cuestiones sobre las que no hemos de insistir.”

96
Nosotros los Arquitectos

de la cultura, la modificación del ambiente y las costumbres y el arraigo de una profesión


que, nacida al parecer de la más alta excelencia del corazón humano, eleva y dignifica a
quien la ejerce.” 38
El debate pierde fuerza en la década del ‘20, cuando ya ha cumplido su función di-
ferenciadora y su función aglutinadora en un “nosotros” para los arquitectos. Los términos
sobre los cuales se debe establecer el “feliz consorcio” entre Ingeniería y Arquitectura se van
definiendo y ajustando en el tiempo. La construcción en altura, el uso del hormigón arma-
do, la cada vez más compleja resolución de las instalaciones y equipamiento de confort en
los edificios, hacen imprescindible la presencia de los ingenieros en la etapa del proyecto y
de la obra. Si bien la querella queda latente en el tema de la reglamentación profesional, y
en el espacio compartido en las instituciones de formación universitaria, ya nadie, ni ar-
quitectos, ni ingenieros, ni profesionales, ni gobierno, ponen en duda que son complemen-
tarias, necesarias y diferentes ambas profesiones.
Para finalizar, este es uno de los debates más importantes de la etapa fundacional, mo-
mento en el cual el proceso de diferenciación entre los habitus de ambas profesiones es lo
central. El desarrollo de este tema en la etapa fundacional marcó la relación con la Ingenie-
ría, de cuya tutela no podrá la Arquitectura desprenderse hasta la creación de la Facultad pro-
pia en 1948. Es elocuente en este aspecto advertir el posicionamiento de hermana menor y
hasta de “Cenicienta” que adopta la Escuela en las caricaturas del Centro de Estudiantes.39
También este debate está vinculado con un tema crucial: el diploma como regla de
admisión y el reconocimiento, legitimidad y validez de los títulos. Resulta explicativo ade-
más, comprender los vaivenes en el tratamiento de la oposición ingenieros-arquitectos, la
mayor agresividad o tolerancia en el conflicto asociada a las etapas que se atraviesan en el
proceso de constitución del campo. Así, mientras en un primer momento las disidencias
entre los fundadores son imposibles de admitir, en un segundo momento, si bien continúa
el núcleo duro del grupo inicial, aparecen posiciones divergentes, periféricas pero muy
combativas que favorecen la negociación de los derechos de la corporación. Finalmente un
último tiempo del período fundacional incorpora a los jóvenes, cuando ya están fijadas las
reglas básicas, jerarquizadas las posiciones y muy en claro quién ejerce la supremacía.

2.2. Arte y Ciencia


2.2.1. Arquitectura: ¿arte o ciencia?

Este debate, cuyo origen está vinculado al desarrollo de la Modernidad en su fase


“madura”, aparece reiteradamente en el discurso arquitectónico en Europa, durante el si-
glo XIX. Las Academias (y los académicos), la prensa especializada, técnica y arquitectóni-
ca en particular, las instituciones de formación profesional, los foros académicos y profe-
sionales como los Congresos, tratan este tema vinculándolo a distintos aspectos del
desarrollo general del “arte arquitectónico”, que manifestaba, desde la perspectiva de los
mismos actores, una creciente crisis de adecuación a las condiciones cambiantes y conflic-
tivas del “mundo moderno”.

38
Ibídem.
39
Remitimos al Capítulo V, sobre Campo disciplinar, donde se reproducen las caricaturas de los alumnos.

97
Silvia Augusta Cirvini

Si bien desde la cultura clásica, Arte, Ciencia y Técnica se hallaban indisolublemen-


te unidas en la materialidad de la obra arquitectónica, la situación cambió notablemente
con la Ilustración y el Iluminismo. El tipologismo 40 del siglo XVIII contribuyó a diferenciar
y autonomizar el desarrollo de los tres vértices del triángulo vitruviano, aspectos constituti-
vos del producto arquitectónico: la utilitas (función, uso), la firmitas (la estructura, lo tec-
nológico) y la venustas (la belleza, lo estético). En cierto modo, dentro del método proyec-
tual decimonónico, el Arte quedó confinado a la venustas, en lo que se denominaba “estilo”
(síntesis de forma y contenido) o “carácter” (expresión del espíritu de la obra, condensación
anímica de las variables de lugar y tiempo). La Ciencia y la Técnica en cambio, propulsadas
por el Iluminismo y la Revolución Industrial, contribuyeron a disparar el desarrollo autó-
nomo de la utilitas y la firmitas, en una rápida adaptación a las nuevas necesidades: nuevos
tipos funcionales edilicios y nuevos materiales surgen y se multiplican sin una estética de so-
porte. Por primera vez, sienten los arquitectos del XIX, el arte no ha precedido a la ciencia
como decían los maestros clásicos. Hay una cierta perplejidad y desorientación dentro de la
corporación de arquitectos en cuanto a cómo desempeñarse (cómo formarse, producir y
crear) entre los principios del Arte, al que se percibe en decadencia a pesar de ofrecer el más
rico abanico estilístico y formal de la historia, y los axiomas de una Ciencia dinámica, en
permanente progreso, que opera en la concurrencia de múltiples saberes, fuertemente enrai-
zada en el proceso productivo del mundo moderno a través del desarrollo industrial. Toda
esta urdimbre de debates llegó a nuestro país a través de los mismos profesionales, ya fue-
ran éstos los extranjeros que se establecían en el país o los argentinos que estudiaban en Eu-
ropa. Heredamos las mismas preguntas, padecimos las mismas dudas, de un lado y del otro
del Atlántico, situación de la cual claramente dan cuenta las revistas técnicas.
Analizar la presencia de este tema en los “discursos de recepción” de la Academia de
San Fernando,41 permite establecer la importancia que tuvo en los debates durante la segun-
da mitad del XIX, dilucidar cuánto de Ciencia y cuánto de Arte debía tener la Arquitectu-
ra y la incidencia que este tema tenía en la situación de “decadencia” del arte arquitectóni-
co, en este caso en España.
En 1886, Leandro de Serrallach, un destacado académico, exponía en su discurso de
recepción las dos posiciones enfrentadas en el modo de ver el problema. La primera consi-
deraba que la “regeneración” de la Arquitectura sería posible merced a los progresos de la
ciencia y sus aplicaciones industriales; la segunda advertía que la arquitectura desaparecería
si no se lograba mantener la primacía de los ideales artísticos. He aquí los límites del espec-
tro en el que se desarrollaba el debate. Sin embargo, a medida que avanza el siglo irán desa-
pareciendo las posiciones extremas, exclusivistas y crecerán los partidarios de una posición
conciliadora: ya no se trata de Arte o Ciencia, sino de Arte y Ciencia. Ya en los discursos de

40
Remitimos a la noción de tipologismo (como método proyectual) que exponemos en el punto III.3.1. Estado del arte ar-
quitectónico de este mismo capítulo.
41
En 1752 se crea la Real Academia de Nobles Artes de San Fernando, con una función similar a la francesa de implantar y
difundir el neoclasicismo como arquitectura oficial, organizar una burocracia técnica y propender a la progresiva liberali-
zación del ejercicio profesional de la Arquitectura. Desde entonces, también la enseñanza de las artes y la formación profe-
sional se convierten en una cuestión de estado. En la primera mitad del siglo XIX, la Academia de San Fernando padece
diferentes crisis, en particular por la oposición ejercida por los románticos. A partir de 1850 se reorganiza y comienza una
nueva y productiva etapa con un papel preponderante en la formación de la cultura artística. Es entonces cuando se hace
obligatoria la lectura del “discurso de recepción”, cada vez que un nuevo miembro ingresaba, el cual era respondido con
un discurso por otro académico.

98
Nosotros los Arquitectos

Serrallach (1886), Eugenio de la Cámara (1871), Francisco Jareño (1880) se habla del feliz
“consorcio”, del “consorcio inseparable”, de “feliz armonía” entre Arte y Ciencia.
“Las obras arquitectónicas deben ser esencialmente bellas, y verdaderamente útiles, y no
gozarán de estas cualidades, si no son concebidas por quien sintiendo como artista, posea
a fondo los conocimientos científicos (…) el Arte, la Ciencia y la Industria, lejos de ser
incompatibles, representan tres aspectos de la unidad universal”.42
“Procuremos no romper nunca por pequeñas susceptibilidades ese hermoso utilísimo con-
sorcio: que nunca se divorcie el Arte de la Ciencia”.43
“La Arquitectura tiene el carácter que la señala entre las Bellas Artes, de ser, mejor que
otra alguna manifestación genuina del hombre: Ciencia y Arte, materia e idea…”.44
Otra de las causas señaladas en los discursos académicos acerca de la decadencia del
arte arquitectónico era la falta de educación artística: de los arquitectos en particular, y del
“público” o los clientes en general. Si bien trataremos en forma separada este tema en este
mismo capítulo, nos interesa aquí destacar la articulación que tiene con este debate, en la
medida que se tornaba cada vez más complejo adquirir una cultura artística adecuada a las
necesidades de la época, tanto para los arquitectos como para consumidores de este mer-
cado de bienes.
Quienes insisten en la importancia de la formación artística de los arquitectos, pro-
ponen ampliar el aprendizaje habitual de la teoría del arte abarcando: la Estética como teo-
ría de lo bello, la Historia de las Bellas Artes y la Arqueología. Mientras estas dos últimas
son asimiladas dentro de la práctica usual de la época, en parte por el particular auge de la
restauración de Monumentos, hay quienes desvalorizan la importancia de la Estética:
…“útil tal vez a los filósofos, pero que yo, convencido de que jamás ha guiado ni guiará por el
camino del Arte, he procurado no leer, porque un cristiano viejo no tiene para qué abrir el Co-
rán”.45 Esta sentencia pone en evidencia una suerte de resistencia a la reflexión teórica so-
bre la producción arquitectónica, apoyada en el convencimiento de que el proceso creador
marchaba por otros carriles. Esta posición alcanzó un gran consenso entre los académicos,
y tanto en España como en Francia constituye una de las condiciones previas necesarias de
la aparición de una nueva actividad o práctica: la crítica, que posicionada a distancia del
hecho arquitectónico puede convertirlo en objeto de análisis.46

2.2.2. Saber técnico y saber artístico

El racionalismo de la Modernidad atraviesa todos los campos del conocimiento: la


técnica ya no puede ser producto de un saber pragmático, acumulado por corporaciones
de generación en generación a través del tiempo. La técnica aparece entonces, como el re-
sultado de un conocimiento especializado, científico, a la vez que, el positivismo del siglo

42
Leandro de Serrallach, Consideraciones acerca de la intervención del Arte, de la Ciencia y de la Industria en la Arquitectura,
citado por Ángel Isac, Eclecticismo y pensamiento arquitectónico en España. Discurso, Revistas, Congresos (1987), Diputación
Provincial de Granada, p.88.
43
Eugenio de la Cámara, citado por A. Isac, op. cit., p.89.
44
José Camaña, Carácter progresivo de la Arquitectura como Bella Arte (1885), citado por A. Isac, op. cit., p.89.
45
Arturo Mélida, Causas de la decadencia de la arquitectura... (1899), citado por A. Isac, op. cit., p.91.
46
El desarrollo de la crítica arquitectónica es considerado otro de los caminos para propender al enriquecimiento de la “cultura
estética del público” y de la formación de los arquitectos. Ver en este mismo capítulo el debate correspondiente.

99
Silvia Augusta Cirvini

XIX presenta este camino como ineludible para todas las disciplinas. El desarrollo cien-
tífico y tecnológico se había disparado con la revolución industrial en Europa y sus efec-
tos se harían sentir en todo occidente. El desarrollo del arte, en cambio, manifestaba una
lógica diferente, ya que dependía de factores culturales, de condiciones regionales y lo-
cales que hacían difícil aspirar a la universalización de las respuestas.
También en nuestro siglo XIX, una nueva concepción se instauró en relación con
la modelación social y material del espacio, amparada en una concepción moderna de la
cultura, que evolucionaba al compás del siglo desde la matriz conceptual de la Ilustra-
ción a la del Positivismo. El proceso modernizador tuvo en Argentina un carácter fuer-
temente omnipotente y pedagógico, tendiendo a un ordenamiento del mundo material
y simbólico para lo cual se requería del desarrollo específico de distintas disciplinas, sa-
beres y prácticas.
Si bien el saber técnico y el conocimiento científico tenían un lugar ganado hacia
fines del XIX, ¿qué se esperaba de la arquitectura, de la cual se afirmaba, era “el arte que
tiene más ciencia y a su vez la ciencia que tiene más arte.” ? 47 En otros términos,¿qué es-
pacio tenía reservado el arte y la arquitectura en la construcción de la Argentina moder-
na?, ¿qué papel tenían asignado en el juego social los “arquitectos”, esos nuevos codifi-
cadores de los significados culturales del espacio, nexos entre el arte y la técnica?
La complejidad del hecho arquitectónico está dada por la articulación entre cien-
cia-técnica y arte. Es decir, se trata de un campo artístico pero también científico y téc-
nico. La arquitectura debía responder a las grandes y aceleradas transformaciones de la
ciencia, pero a la vez debía dar una respuesta al “arte arquitectónico”, en el marco de la
crisis cultural que la modernización había instaurado a comienzos del siglo XX. La in-
geniería en todas sus ramas, vinculada a la matriz conceptual del positivismo y depen-
diente del progreso científico y el desarrollo tecnológico, podía adecuarse rápidamente
a los requerimientos de la época. Recordemos que sus practicantes fueron los fundado-
res de un vasto campo de conocimiento y de una de las profesiones liberales pilares de
la modernización, que abarcaba también a la Arquitectura y que tuvieron un papel es-
pecial en la organización de instituciones vinculadas a la Ciencia y la formación profe-
sional en el país.48
Los nuevos materiales como el acero y el hormigón armado y la tecnología deriva-
da de su utilización escapaban al saber tradicional del arquitecto. Pablo Hary, al referir-
se al “cemento armado” cuya técnica crearon “los matemáticos y los ingenieros”, dice que
requiere la creación de una estética propia por parte de los arquitectos. Pero, los tiempos
de la creación artística no pueden estar sujetos a los del avance tecnológico. Nuevamen-
te se desplazará hacia el futuro la resolución de este desafío:
…“libremos al tiempo y al ingenio de las generaciones venideras el cuidado de crearle
una estética” (…) “¿cuántos (años) no se necesitarán para que abandonemos rutinas
milenarias frente a un material de proyecciones tan inmensas”.49

47
H. Greslebin parafraseando a los académicos en:"La técnica de los arquitectos del futuro". Revista de Arquitectura, Año
III, 1917, p.51
48
Nos referimos a la participación de los Ingenieros en la Universidad de Buenos Aires, Córdoba y La Plata y su papel en la
fundación de la Sociedad Científica Argentina.
49
P. Hary."Curso de Teoría de la Arquitectura". En: Revista de Arquitectura, Año II, Buenos Aires, Nº 2 de 1916, p.17.

100
Nosotros los Arquitectos

Algunos como Greslebin avizoran la necesidad de crear una nueva disciplina que él
considera una “ciencia intermedia”, que denominará la “técnica de la estética” capaz de reu-
nir un nuevo saber (como ciencia exacta), derivado tanto de los avances tecnológicos, el
cálculo y la matemática, como del arte y la estética.
“El arte, desde los orígenes siempre precedió a la ciencia”, repetía Pablo Hary, parafrasean-
do a los clásicos, en sus lecciones a los alumnos de la Escuela, en franca contradicción con
lo que pensaba respecto del uso del hormigón armado. De sólida formación académica,
Hary aconsejaba apoyarse en el conocimiento profundo de la cultura clásica para toda bús-
queda del presente; como fiel representante de la época era ecléctico por convicción: sólo
quien conoce todo puede elegir y crear; incentivaba a sus alumnos en la búsqueda de una
“arquitectura de arraigo”, pero les advertía “nunca encerrarse dentro de los límites de una
escuela”. Tanto Hary como Christophersen, utilizando en función de apoyo a Viollet le
Duc, insistirán en la importancia de volver la mirada a los clásicos, no para copiarlos sino
para aprender de ellos los principios reguladores de toda creación arquitectónica.
René Karman, otro de los profesores, también se dirigía a sus alumnos acentuando la
formación artística como esencial de la labor del arquitecto:
“En nuestras aulas no se puede enseñar “un arte nacional”, lo que supondría la elección de
una forma de arquitectura conocida y casi su imposición en el país; eso sería contraprodu-
cente puesto que los estudiantes latinos necesitan un criterio más liberal en su enseñanza,
no debiendo ser influenciados en el desenvolvimiento de sus imaginaciones creadoras”.50
Ahora bien, en este contexto ¿cómo se produce, cómo se prepara un arquitecto?, ¿cuánto
tiene su formación de artística y cuánto de técnica? Existe en general consenso entre los pro-
fesores, que la Escuela sólo puede modelar el talento artístico que cada uno trae, de modo
que a diferencia de otras carreras, el alumno no puede garantizar con la aprobación de los
cursos y la obtención del título, que posee una preparación definitiva para un buen desem-
peño en el mundo laboral:
“Es un error común creer que un título es una comprobación de talento, sobre todo en un
arte. Error más grave aún resulta considerarlo prueba de la terminación de los estudios. No.
El diploma es tan sólo el testimonio de los cursos seguidos en los años juveniles en una fa-
cultad, pero no debe olvidarse que marca únicamente la iniciación, pues para el artista o
el arquitecto los estudios deben proseguir durante toda su vida, ya que no hay límites ni
tampoco fechas para la manifestación de un talento, que no puede acreditarse sino en la
realización de una obra completa hecha con voluntad decidida y con entera conciencia.” 51
Carlos Altgelt decía que “la Arquitectura es la primera entre las BELLAS ARTES; y el
Arquitecto es un ARTISTA (y técnico), mientras que la Ingeniería es CIENCIA PURA, con ex-
clusión absoluta de todo ARTE BELLO; el Ingeniero es exclusivamente TÉCNICO”…52
Duro juicio contra la Ingeniería, propio de los tiempos heroicos de la emergencia del
campo arquitectónico, donde era imposible para quien se empeñaba en la diferenciación,
poder reconocer abiertamente los méritos artísticos de las construcciones de hierro, la belle-

50
René Karman, “Sobre la contribución de la enseñanza en la prosecución de nuevos rumbos”, en: Revista de Arquitectura,
Año II, Nº 2 de 1916, p.7.
51
René Karman, Ibídem, p.8.
52
Carlos Altgelt, “Necesidad de deslindar”, en Arquitectura, suplemento de la RT, Año V, Nº 59, noviembre de 1909, p.145.
(la mayúscula figura en el original).

101
Silvia Augusta Cirvini

za formal de los puentes, o las posibilidades estéticas de los nuevos materiales, todos temas
de la profesión muy vinculados a la Ingeniería. Es más, Altgelt consigue invertir el discurso
de César Daly, ferviente admirador de la Ingeniería del siglo XIX, al citarlo en frases des-
contextualizadas y poco felices como: “El Ingeniero nunca engendra una obra de ARTE”.
También podrían entenderse contradictorios los comentarios de Altgelt sobre la ex-
presión de los nuevos materiales: “Si hemos de construir un ladrillo paralelepípedo con hie-
rro laminado, hagámoslo honradamente sin esforzarnos por imitar la piedra, mostrando el
laminado, los remaches y tornillos, sin pretender dar a una columna de hierro doble T, base
y capitel de hierro fundido que imitan las formas características de la piedra, aplicados am-
bos a la columna con remaches que brutalmente atraviesan una moldura, una hoja de acan-
to o una flor”; 53 o cuando desconoce-reconoce los valores de la arquitectura de hierro y
los rascacielos, al denigrarlos porque “desprecian por completo la ornamentación”, y al
elogiarlos cuando dice: “prefiero la fea honradez u honrada fealdad de esas construcciones
de hierro que la mentira que vive la arquitectura del día”…54 Consideramos que, tanto el
duro ataque a la Ingeniería como el desconocimiento de la calidad artística de su pro-
ducción, integran una estrategia discursiva dentro de la sistemática defensa de la profe-
sión de Arquitecto.
C. Altgelt ubica a la Arquitectura como principal o básica entre las Bellas Artes, ya
que exige de los conocimientos artísticos del escultor y el pintor, además de los numerosos
conocimientos científicos y técnicos que éstos no necesitan. Es también, según este autor,
el arte más “ingrata”, en el sentido de que la concreción de la obra depende de numerosas
variables que escapan al campo de lo artístico: …“el proyecto que no se hace es papel sucio,
jamás podrá su autor utilizarlo para otro fin, ni recuperar el dinero en él invertido”.55
La complementariedad Arte y Ciencia es vista también como la clave de la resolución
de la querella entre Ingenieros y Arquitectos. Según la prensa técnica, tanto unos como
otros advertirán cómo “el feliz consorcio” entre ambas profesiones redundaría en una me-
jor calidad de la producción arquitectónica pública y privada.
Este debate tomará un cariz especial desde la creación de la Escuela de Arquitectura,
ya que para decidir la currícula era necesario definir cuánto conocimiento científico y
cuánta formación artística debía recibir los alumnos. De la formación eminentemente
científica y técnica que habían tenido los pocos que estudiaron en la Facultad de Ingenie-
ría dentro de Ciencias Exactas en el XIX, se pasará a una tendencia eminentemente artís-
tica con la Escuela. Entre 1901 y los primeros años de la década del ‘20, todos los progra-
mas, todas las reformas tienden a delinear un perfil apropiado cuyo tronco es la formación
artística. Sin embargo, progresivamente, la formación científica y técnica irá adquiriendo
mayor importancia. El mismo Christophersen que en los primeros años del siglo apoyara
y diera forma al plan académico, netamente artístico de la Escuela, hacia 1930 dirá que es
necesario imponer reformas sustantivas en la enseñanza, haciéndola más científica, más
técnica, dando a los alumnos instrumentos de finanzas, administración y organización de
obras también desde el aspecto económico. Se apoya en las conclusiones emanadas del

53
C. Altgelt (1900) en la Revista Técnica, citado por R. Gutiérrez y otros. Sociedad Central de Arquitectos. 100 años de compromiso
con el país, op. cit, p.39.
54
Ibídem, p.39.
55
Ibídem, p.164.

102
Nosotros los Arquitectos

Congreso Internacional de Arquitectos de Budapest, que “…sin detrimento de las concep-


ciones artísticas, estiman que el Arquitecto debe capacitarse en muchos aspectos técnicos
nuevos, que surgen de las necesidades actuales…”.56
Un año más tarde Christophersen insiste en la necesidad de adecuar la formación del
arquitecto a los tiempos que corren:
“El arquitecto debe ser, además del artista que concibe la obra, un hombre práctico que
estudie la mejor forma de realizarla con economía y solidez, agregando a ésta todos los ha-
lagos del confort requerido por las nuevas exigencias de los locatarios al tiempo que con-
siga el apetecido rendimiento para el capitalista, lo que sólo logrará un arquitecto de es-
píritu práctico y de plenos conocimientos de las necesidades del público.”
(…) “¡Dichosos los arquitectos del renacimiento, cuya única preocupación era la belleza
de la obra!”
(…) “El arquitecto de hoy tiene que estudiar infinidad de soluciones a nuevos problemas
insospechados antaño y de los cuales en parte jamás recibió una debida enseñanza en las
escuelas de arquitectura por cuanto estos establecimientos han continuado, ya sea por tra-
dición o por dejadez una enseñanza que no está a la altura de las necesidades de nuestra
vida moderna.” 57
Es decir Christophersen reconoce que la formación artística de la Escuela es buena
pero que los alumnos ingresan en el mundo laboral sin las herramientas necesarias para
“abordar el lado práctico de la carrera”, que es necesario familiarizarlos “no sólo con el pa-
sado sino con el presente, de manera que fijen su atención no solamente en el aspecto ar-
tístico de su composición, sino en los medios de que disponen para realizar su obra, tenien-
do en cuenta las exigencias de nuestra vida moderna”.58
El debate desaparece de la prensa especializada en la década del ‘20, con el campo dis-
ciplinar y una tradición ya consolidados, donde ya no se discute si la Arquitectura es Cien-
cia o Arte. La realidad que imponen las necesidades de una sociedad moderna torna indiscu-
tible la creciente importancia de la componente científica y técnica en el quehacer
arquitectónico. La legitimación de los derechos privativos sobre lo artístico hace posible que
se expongan una variedad de posiciones respecto del significado de la producción en la bús-
queda de la adecuación, no sólo funcional dentro de la modernización sino también simbó-
lica, en aspectos del terreno cultural: la nacionalidad, la identidad, la codificación entre el uso
y el estilo, la adecuación del diseño y la respuesta formal a las condiciones de lugar y tiempo.

2.3. Enseñanza de la arquitectura


2.3.1. El debate europeo en Buenos Aires

En Europa, la consolidación y autonomización del campo artístico en el siglo XIX


favoreció el restablecimiento de la figura del “arquitecto artista”, esa conjunción ideal de
artista, creador y genio, que dominaba las tres bellas artes: arquitectura, pintura y escultu-

56
Alejandro Christophersen. “Apuntes para una lógica orientación de la enseñanza de la arquitectura”, Revista de Arquitectura,
Año XVII, Nº 123, marzo de 1931, pp.111 y ss.
57
Alejandro Christophersen. “Nuestra profesión frente a las exigencias de la actualidad”, Revista de Arquitectura, Año XVIII,
Nº 140, agosto de 1932, pp.367 y ss.
58
Ibídem, p.368.

103
Silvia Augusta Cirvini

ra, y cuya representación imaginaria habían forjado los grandes modelos del Renacimien-
to (Brunelleschi, Da Vinci, Buonarotti). El perfil deseado para ese técnico-artista, que de-
bía ser el arquitecto, no se adecuaba a la enseñanza de las escuelas por cuanto no satisfacía
las condiciones de lo que se denominaba “el libre desenvolvimiento del genio”.
El tema de la enseñanza de la Arquitectura, que venía siendo tratado cíclicamente
con las sucesivas reformas de las Escuelas amparadas por las Academias, es abordado ya en
forma sostenida en la segunda mitad del siglo XIX por la prensa especializada europea y
tratado en todos los Congresos nacionales e internacionales de la disciplina. A través de es-
tos medios y mecanismos, el debate llega a nuestros arquitectos y es asumido como pro-
pio.
En la cuestión de la enseñanza se articulan, de modo particular, otros problemas del
arte arquitectónico del siglo XIX como: la querella Ingenieros / Arquitectos, la oposición
Arte y Ciencia y la discusión en torno de los fundamentos mismos de la producción, es de-
cir, ¿sobre qué bases o lineamientos ha de apoyarse la Arquitectura para que sea expresión
y respuesta de las necesidades y expectativas de la sociedad moderna?
Existió, al menos en España y Francia, una oposición entre quienes consideraban la
arquitectura como práctica en el campo artístico, por lo tanto sujeta a la ley fundamental
del “arte por el arte” y quienes sostenían concepciones de la arquitectura ligadas a impera-
tivos sociales o morales:
“Las Bellas Artes tienen su fin, su principal objeto en sí mismas, no en condiciones particula-
res ajenas a ellas (…) ni son instrumentos al servicio de cualquier fin, por alto y elevado que
sea, incluso el moral y religioso; sino que son una libre creación del espíritu humano, y que tie-
nen, por lo tanto, una existencia y un valor propios (…) tienen por fin el placer de lo bello,
sentimiento de una especie particular, esencialmente distinto de todo otro, incluso el moral”.59
También en ambos países, encuentra consenso dentro del mundo intelectual y artísti-
co el considerar la arquitectura como reflejo de la sociedad y por lo tanto como un espejo de
sus carencias y problemas.60 La situación de crisis y decadencia por la que, según los propios
actores, transita la arquitectura se acentúa a medida que avanza el siglo y los avances técnicos
refuerzan la importancia de la Ingeniería. La enseñanza de la arquitectura es considerada en-
tonces, desde el campo disciplinar, uno de los pilares en el proceso de “regeneración” del ar-
te, en el cual no cabe continuar con los sistemas tradicionales de las Academias. Es impor-
tante señalar que tanto en España como en Francia, la enseñanza aparece en el debate
asociada al engrandecimiento y regeneración del arte arquitectónico: se plantea un círculo

59
Simeón Ávalos y Agra (1875), “Algunas consideraciones respecto de cómo entiende la filosofía moderna los caracteres y las
facultades del genio, manifestando que la enseñanza de la Arquitectura como hoy se da no responde al ejercicio y desarro-
llo de aquellas facultades”, citado por Ángel Isac, op. cit., p.93.
60
En Francia, Hipólito Taïne elabora la teoría del medio (du milieu) con sustrato positivista que permite alcanzar una expli-
cación científica de la producción artística, como expresión de su tiempo y su medio, no importando la jerarquía o impor-
tancia de la obra. También, los textos de los académicos españoles dan cuenta de esta noción materialista / positivista de la
arquitectura, en estrecha dependencia con el desarrollo histórico.
61
Según Isac, en España la enseñanza aparece a fines de XIX como principio y fundamento de la tan ansiada regeneración,
verificándose esta asociación entre sistema de enseñanza y engrandecimiento del arte en los discursos de recepción de la
Academia de San Fernando en todos esos años. Cf.: Angel Isac, op. cit., p.94.

104
Nosotros los Arquitectos

virtuoso entre enseñanza, reconocimiento de la profesión y crecimiento material del país.61


Toda esta urdimbre de temas de la que da cuenta la prensa especializada, primero
en Europa y luego en Buenos Aires, llegaba a nuestros arquitectos no sólo por las revis-
tas sino de modo directo por el contacto que significaban los viajes y las prolongadas es-
tadías en el viejo mundo. Es decir, la representación de pertenencia al mundo europeo
que tenía el grupo de los “fundadores”, era ratificada día a día por la fluidez de contac-
to entre El Plata y Europa, en particular con Paris.
La enseñanza de los arquitectos, está claro hacia fines del XIX, debe estar dirigida
a favorecer el desarrollo de la creación artística, pero no puede omitir la formación cien-
tífica y técnica que los tiempos requieren. Las falencias que se señalan dependen del si-
tio desde donde se mira el problema: los sectores más cercanos o vinculados a la Inge-
niería consideran que es agregando más ciencia al arte como se podrá arribar a una
arquitectura acorde con el siglo; quienes defienden, de modo radical, la posición del ar-
quitecto como artista, consideran que sólo más arte puede salvar al arte, y que por lo tan-
to, hay que acentuar la formación artística. En este último grupo hay matices en: cómo
debe ser el aprendizaje artístico, cuál ha de ser la relación con las otras artes plásticas y
fundamentalmente cómo ha de considerarse en la producción contemporánea la arqui-
tectura del pasado, es decir la relación con la historia del arte y la arqueología. Desde
ciertas posiciones críticas, se afirma que la enseñanza institucional de las Academias pro-
piciaba el aprendizaje de la “copia servil”, permaneciendo ignorados los principios esen-
ciales del arte arquitectónico. Lo que sucede en el campo de la arquitectura está relacio-
nado con la importancia que adquirió la arqueología en el siglo XIX, por el rigor
científico alcanzado en el marco del positivismo de la época, lo que hizo posible y dio
sustento al desarrollo del medievalismo (goticismo, romanticismos) en oposición al cla-
sicismo de las Academias. Es decir, el conocimiento arqueológico se erige en “paradigma
historicista” cuando hace posible y hasta promueve el renacimiento de todo estilo del pa-
sado, al dignificarlo por su condición de histórico. La restauración de monumentos tu-
vo un notable desarrollo, particularmente en el último tercio del siglo XIX y sus prácti-
cas, muy prestigiadas dentro del campo disciplinar, contribuyeron a vincular pasado y
presente en la tarea del arquitecto, a la vez que legitimaba las opciones del eclecticismo
historicista para la nueva arquitectura. Las obras del pasado ofrecieron un marco de ins-
piración y de experimentación que no reconoció límites temporales.62
Ahora bien, veamos sintéticamente cómo y dónde podían formarse como arqui-
tectos tanto los extranjeros que llegaban para instalarse en Argentina, como los argen-
tinos que estudiaban en Europa antes de que fuera posible hacerlo en el país. Para los
argentinos había, en líneas generales dos caminos: a) se iban muy jóvenes (17 años) a
Europa donde realizaban sus estudios (caso de Carlos Altgelt), b) estudiaban ingeniería
en la Facultad de Ciencias Exactas, para luego viajar a Europa y adquirir formación ar-
tística durante dos, tres o cuatro años (caso de Pablo Hary). Los extranjeros, en su ma-
yoría, se formaban, o iniciaban su formación en su país de origen, aunque muchos po-
seían, como decía Christophersen, “ciudadanía artística de Francia, por haber estudiado

62
Cf. Angel Isac, op. cit., p. 196.
63
Alejandro Christophersen nació en Cádiz, España, era hijo del cónsul noruego en esa ciudad y había estudiado en Francia.

105
Silvia Augusta Cirvini

en sus escuelas”.63
Las alternativas de instituciones de formación profesional en Europa eran: las Acade-
mias, las escuelas especiales como los Politécnicos, las Universidades y los talleres de “maes-
tros”, oficiales o libres. En la mayoría de los países europeos se combinaban estos sistemas
y el alumno obtenía distintos entrenamientos en los diferentes ámbitos donde transcurría
su formación. De todo ese proceso de enseñanza-aprendizaje podía obtener o no un títu-
lo oficial; de hecho, la necesidad de un diploma no era tan imperiosa como entre nosotros
y sí, pesaba en cambio, la perpetuación de una tradición disciplinar que concebía la for-
mación profesional de un modo menos sistemático y unificado que el que se proponía des-
de la centralización del Estado moderno (tanto en Europa como en América). Lo que pre-
dominaba era la realización de cursos teóricos y científicos en las Escuelas o Academias,
luego la formación profesional, práctica y técnica se obtenía en los estudios o talleres. Es-
te sistema estaba más ligado a la estructura corporativa medieval de los gremios que a la de
la Universidad moderna; el control, tanto del sistema de enseñanza como del ejercicio pro-
fesional, en la mayoría de los casos quedaba en manos de la corporación y no del Estado
que difícilmente legislaba al respecto o sólo lo hacía limitado a las obras públicas.
En Francia, por ejemplo, la enseñanza de la Arquitectura estaba hegemonizada por la
Escuela de Bellas Artes (dependiente de la Academia) donde era impartida la enseñanza
técnica y científica en cursos específicos y la formación artística, en talleres oficiales o li-
bres. Si bien no había un plan oficial con una duración limitada, los estudios se desarrolla-
ban en cuatro o cinco años como mínimo y se otorgaba un diploma avalado por el gobier-
no. El perfeccionamiento de la educación artística se proponía a través de los Concursos
de Composición anuales, cuyos ganadores podían continuar estudios de posgrado, como
pensionados de la Academia de Francia en Roma, durante cuatro años más.64
La enseñanza en Italia, en cambio, estaba canalizada principalmente a través de sus
escuelas politécnicas: de Nápoles, Turín, Milán, la Academia de Brera, la Escuela de Paler-
mo, la Laura en Roma, donde también se formaban ingenieros.
En España existían tanto en Madrid como en Barcelona, escuelas de arquitectura de-
pendientes de las Academias. En Alemania, Austria-Hungría, Suecia, Suiza y Países Bajos
predominaba la enseñanza técnica en las instituciones oficiales, siendo el aprendizaje artís-
tico más libre y menos sistematizado. En Bélgica, tanto la enseñanza técnica como la artís-
tica alcanzaban un notable desarrollo en una amplia variedad de instituciones. En Gran
Bretaña, la enseñanza oficial cubría los cursos teóricos y científicos mientras que el apren-
dizaje artístico y práctico de la arquitectura se adquiría en estudios de arquitectos y se va-
lidaban con un examen en el Instituto Real de Arquitectos. En Rusia, la formación se rea-
lizaba a través de la Academia de Bellas Artes y de otras escuelas de arquitectura,
complementando la educación artística de los mejores alumnos en las más importantes
academias de Europa, donde se los becaba como pensionados del Estado.65
El tratamiento del tema de la enseñanza en los Congresos Internacionales se halla sin-

64
Cf. Un panorama sintético de la situación europea en la ponencia del francés M. A. Louvet, presentada en el Congreso In-
ternacional de Arquitectos realizado en Roma (1911) Esta ponencia fue publicada casi simultáneamente que en Europa,
en tres números sucesivos de la publicación oficial de los arquitectos en Buenos Aires: M. A. Louvet. “La educación técni-
ca y artística del arquitecto” Parte 1, en: Arquitectura, Nº de febrero-marzo de 1912, p.20 y ss.
65
M. A. Louvet. “La educación técnica y artística del arquitecto” Parte 1, en: Arquitectura, Nº de febrero-marzo de 1912,

106
Nosotros los Arquitectos

tetizado en una propuesta del francés Louvet, publicada en 1912 en la revista Arquitectu-
ra, la que contemplaba: “Instrucción científica en escuelas-facultades, educación artística en
talleres de maestros, educación práctica en estudios de arquitectos”.66
La enseñanza científico técnica no era un punto conflictivo en la currícula, se tenía
en cuenta cada vez más y era considerada un medio y no un fin en la formación profesio-
nal de los arquitectos. Las diferencias en el debate aparecían en todo lo concerniente a la
formación artística. ¿Cómo, cuándo, cuánto y dónde, debía el futuro arquitecto aprender
y aprehender el “arte”, sobre qué soporte teórico, o en qué marco conceptual debía desa-
rrollar su formación artística? Las respuestas varían de un país a otro y también, obviamen-
te se fueron modificando en el tiempo. Las propuestas diseñadas dependen por lo general
de dos variables: el peso de la Ingeniería y el grado de autonomía del campo arquitectóni-
co. Mientras la “ingenierofilia” 67 contribuía a acentuar en la enseñanza la importancia de
la formación técnica y científica (con una escasa diferenciación respecto de la ingeniería),
la autonomización del campo, por ejemplo en Francia o Bélgica, contribuyó a acentuar el
lado artístico de la formación y la profesión con un acercamiento a las demás Bellas Artes
y a la Historia del Arte.
“La instrucción científica y técnica puede ser más o menos la misma en todas partes, pe-
ro hay interés, por lo que se refiere a la preparación artística, en multiplicar los maestros
de tendencias diversas, en no centralizarla en escuelas, sino en dejar al estudiante toda li-
bertad de seguir la dirección que le convenga”.68
He aquí claramente una expresión del rotundo liberalismo que se pregona como guía
de la enseñanza artística y a la vez una señal de imposición de la condición ecléctica en con-
tra de todo exclusivismo (clásico, romántico o gótico). Es decir, lo deseable es una educa-
ción “ecléctica”, lo conveniente es no uniformar la educación artística bajo las normas de
una única escuela y garantizar que el alumno pueda “elegir” diversas tendencias ante diver-
sas situaciones; los maestros también han de ser “eclécticos”, quien tiene una tendencia es
parcial, ser ecléctico es sinónimo de ser ecuánime.69
También es aconsejado el perfeccionamiento de la formación artística con posterio-
ridad a la finalización de los estudios, ya sea a través de “prolongados estudios personales,
con viajes, para el estudio de los bellos monumentos de todas las edades”, hasta la genera-
lización de los viajes al final de la carrera:
“Es para el joven arquitecto el mejor medio de perfeccionarse en su arte, y si por otra par-
te, ha recibido la muy sólida instrucción científica y técnica indispensable en nuestra épo-
ca, volverá en condiciones de tomar el puesto que le corresponde al arquitecto verdadera-

66
M. A. Louvet. “La educación técnica y artística del arquitecto” Parte 2, en: Arquitectura, Nº de abril-mayo de 1912, p.42 y ss
67
El término “ingenierofilia” ha sido felizmente empleado por Lipstadt y por Isac para designar la posición sostenida desde
el campo disciplinar de la Arquitectura con relación a las producciones de la Ingeniería del siglo XIX, donde se valoriza la
“verdad constructiva”, el acertado uso de nuevos materiales y la liberación de las reglas de tradición académica. Las obras
de referencia, ya citadas en otros capítulos son:
• Hélène Lipatti, et alt., Architectes et ingénieurs dans la presse: polémique, débat, conflit. (1980) Paris, Comité de la Recherche
et du Développement en Architecture (C.O.R.D.A.), y
• Ángel Isac. Eclecticismo y pensamiento arquitectónico en España. Discurso, Revistas, Congresos (1987), Diputación Provincial
de Granada.
68
M. A. Louvet. “La educación técnica y artística del arquitecto” Parte 2, op. cit, p.43.
69
Este apoyo indirecto al eclecticismo puede advertirse también en la práctica de los Concursos, donde la condición eclécti-
ca es valorada en los jurados como sinónimo de imparcialidad, justicia y ecuanimidad.
70
M. A. Louvet. “La educación técnica y artística del arquitecto” Parte 2, op. cit, p.43.

107
Silvia Augusta Cirvini

mente completo”.70
El coronamiento de la carrera con el viaje a Europa, el cual podía durar de dos meses
a dos años, fue adoptado como parte de la formación necesaria, desde los años fundaciona-
les de la Escuela en Buenos Aires, como paso casi ineludible para completar la enseñanza ar-
tística, y era una experiencia que, sin dudas, condicionaba el futuro posicionamiento den-
tro del campo disciplinar. Es decir, la formación profesional del arquitecto requería de
estudios sistemáticos y de viajes para acrecentar la cultura artística, lo que significaba acu-
mular recursos materiales y simbólicos individuales, que marcarían de modo indeleble con
su regreso al país y su incorporación al mundo laboral, su lugar en el campo.
Finalmente, el tema de la enseñanza y los estudios sistemáticos se vinculan al contro-
vertido debate sobre la validez del diploma como regla de admisión. Entre las dos posicio-
nes extremas de total libertad y de estricto control, se desarrolla una propuesta intermedia
que alcanza consenso en la prensa y en Congresos, que consiste esencialmente en una li-
bertad con regulaciones. Es decir, si bien es deseable que la profesión siga siendo libre es
necesario defenderse de “toda una categoría de parásitos, de intrusos, desprovistos de saber
y frecuentemente de honorabilidad”, para lo cual se interpela no sólo a las universidades o
escuelas como las instituciones otorgantes de títulos o a los gobiernos como fiscalizadores
del uso o usurpación de títulos, sino también a las sociedades de arquitectos para estrechar
filas y garantizar sólo la admisión de “iguales”, ya no por la posesión de un título sino por
el reconocimiento de la idoneidad:
…“que los arquitectos verdaderos se agrupen en sociedades profesionales donde la admi-
sión sea severamente controlada, que se hagan conocer y se defiendan resueltamente con-
tra los intrusos, los incapaces y los indignos”.71
El gran embate que sufrirá en Europa la enseñanza de la arquitectura será el prove-
niente de los cuestionamientos y críticas de las posiciones antiacadémicas: los modernis-
mos primero y las vanguardias estéticas del Movimiento Moderno luego. Sin embargo, las
grandes transformaciones sobre el campo disciplinar, que transformaron el habitus, la en-
señanza, los fundamentos conceptuales sobre el proceso de diseño fueron las que sintetizó
el ideario moderno que alcanzó difusión ecuménica recién a partir de los años ‘30, llegan-
do sus efectos a nuestro país una década más tarde, cuando el campo disciplinar ya estaba
consolidado.

2.3.2. La enseñanza de la Arquitectura en Argentina

En el capítulo V abordaremos del desarrollo del tema de la formación profesional en


el país canalizada en primer lugar a través de la Universidad de Buenos Aires, luego tam-
bién las de Tucumán, el Litoral y Córdoba. Analizaremos para el caso de la primera Escue-
la (1901), la de la Universidad Nacional de Buenos Aires, los planes de estudio y las prin-
cipales reformas, así como ciertos aspectos referidos a la caracterización de la vida
estudiantil. Es decir, atenderemos a la inculcación (con la enseñanza) y la fijación del “ha-
bitus” (con otras prácticas estudiantiles), como modos estructurantes de percibir el mun-
do de la disciplina y la profesión, preparando al alumno para su ingreso y admisión al cam-

71
M. A. Louvet. “La educación técnica y artística del arquitecto” Parte 3, en: Arquitectura, Nº de junio de 1912, p.66 y ss.

108
Nosotros los Arquitectos

po, luego de atravesar con éxito las distintas etapas de su formación.


En este capítulo sólo queremos puntualizar la vinculación entre distintos aspectos del
debate sobre la enseñanza de la arquitectura y los otros debates fundacionales que opera-
ron como temas diferenciadores.
Como dijimos, el debate llegó a Buenos Aires aún antes de fundada la Escuela, a tra-
vés de las revistas y de los mismos profesionales. Las propuestas aparecidas en la prensa téc-
nica argentina ponen en evidencia el conocimiento previo del tema a través de la experien-
cia europea.
En 1895, una editorial de la Revista Técnica de su director, Enrique Chanourdie,
plantea la necesidad de la creación de una “Escuela Nacional de Arquitectura”. Alerta so-
bre los peligros de la modernización sin belleza en la arquitectura de Buenos Aires, don-
de “no hay arquitectos salvo una docena y media de extranjeros”. Existe, según Chanourdie,
básicamente un problema de falta de demanda: los propietarios desconocen la utilidad de
contratar un profesional en lugar de un simple constructor. Las bellas artes y la estética
no son una preocupación en la sociedad, es decir, como se ha expuesto en otros debates
de este período, el “gusto artístico del público” no ha sido cultivado y nos encontramos
con sus efectos: el progreso material de las ciudades no está acompañado de un desarro-
llo estético.
El Arquitecto –decía Chanourdie– que actualmente egresa de la Universidad de Bue-
nos Aires es un ingeniero “que se ha quedado corto”, ya que obtiene el diploma únicamen-
te cursando “los cuatro primeros años de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales,
con muy raras variantes en los programas que siguen los ingenieros civiles”.72 El autor propone
crear una carrera con currícula propia, donde se dicten las materias “que hacen famosas las
Academias en Europa”, vinculadas a las Bellas Artes, la Estética y la Historia del Arte.73 La
referencia europea es permanente. Chanourdie, que es ingeniero pero formado también en
la arquitectura, se resiste a ceñir la proyectada Escuela de Arquitectura a la estructura uni-
versitaria, tanto en cuanto a los planes de estudio como en las condiciones de admisibili-
dad. Propone que, para la nueva Escuela, se admitan con cierto grado de liberalidad a jó-
venes con estudios en la Academia de Bellas Artes y no sólo a los del Colegio Nacional,
sugiere una combinación para un cursado mixto (formación científica en Ciencias Exactas
de la UBA, artístico en la Academia de Bellas Artes y específico de arquitectura en la Es-
cuela por crearse). También propone becar a los mejores egresados para estudiar dos años
en Europa para completar su formación artística. Concluye: “Es lo que hacen casi todas las
naciones del viejo mundo y es lo menos que puede hacerse en obsequio de arte tan útil”.74
Seis años más tarde publicará congratulado, una editorial sobre la creación de la Es-
cuela, presentando el hecho como un notable logro del campo propio, ese espacio indife-
renciado aún, que reunía a ingenieros y arquitectos, saber técnico y artístico frente al “doc-
torismo” que había dominado en los cuerpos académicos.75 El artículo incluye este
acontecimiento dentro de una serie de medidas 76 introducidas en todo el país que tienden

72
Enrique Chanourdie, “Arquitectura y Arquitectos”, en Revista Técnica, Año I, Nº 9, 1895, p.135 y ss.
73
Ibídem.
74
Ibídem.
75
Enrique Chanourdie, “La Escuela de Arquitectura”, en Revista Técnica, Año VI, Nº 124, marzo de 1901, pp. 403 / 405.
76
Las reformas que se mencionan son: la creación de la Escuela Industrial en Buenos Aires, las reformas introducidas en la
Escuela Nacional de Minas de San Juan y en la enseñanza secundaria de todo el país.
109
Silvia Augusta Cirvini

a actualizar el sistema educativo con la acentuación de la enseñanza práctica, de manera de


articularlo funcionalmente al proceso modernizador. Aplaude con beneplácito la acción de
“ese pampero reformador que ha principiado a barrer las ideas rancias que en materia de edu-
cación predominaban hasta ayer en la República”…y felicita a sus artífices: los arquitectos
Christophersen, Hary, Pereyra y al Dr. Bahía, muy especialmente, como promotor del pro-
yecto ante la Facultad de Ciencias Exactas.
Otro aspecto importante que señala la prensa técnica es cómo la formación de arqui-
tectos en el país representa una solución al “cosmopolitismo”. En 1904, Bartolomé Raffo
intuye los beneficios potenciales de la creación de la Escuela:
“La creación de una Escuela de Arquitectura, que nos dé con el tiempo un núcleo de hom-
bres bien preparados, creados aquí en nuestro ambiente, será la valla que se opondrá al
cosmopolitismo arquitectónico y que encarrilará a nuestro arte dentro de un derrotero
perfectamente nacional, adaptando la línea a nuestro clima, a nuestro modo de ser y a
nuestro ambiente”.77
Luego del Centenario de Mayo aparecieron los primeros desajustes al programa es-
bozado en 1901, tanto de los planes de estudio como del plantel docente y la formación
alcanzada, probablemente por las presiones de los propios alumnos y del medio con rela-
ción a lo que se esperaba de la Escuela. Se buscan entonces las causas de los problemas, tan-
to fuera como dentro del claustro universitario. En el primer caso, hay quienes responsa-
bilizan de los limitados resultados alcanzados por la Escuela, a una serie de condiciones
externas impuestas por la demanda real: el ambiente artístico pobre aún de nuestro país
que no propiciaba el desarrollo de las artes, el mal gusto generalizado de los comitentes, el
cosmopolitismo “mercantilista”, etc. Otros, en cambio, atribuyen las dificultades a la hete-
rogeneidad del cuerpo docente de la propia Escuela, formado con profesionales en su ma-
yoría extranjeros, “sin antecedentes en la enseñanza y de tendencia artística diversa [no exis-
tiendo aún] en los preceptos que se dan a los alumnos esa unidad de miras que precisamente se
llama Escuela”.78
Como podrá advertirse, tanto lo que se espera de la formación que otorgaba la Es-
cuela o lo que es lo mismo: qué se entiende por transmitir el “habitus” diferenciado, de-
penderá de las posiciones dominantes en el campo. Es por esto que, lo que en 1900 era un
mérito, ser ecléctico, en 1914 ya es considerado un obstáculo para alcanzar una arquitec-
tura “nacional”, propia, adaptada a las necesidades y características del país. Se advierte
también entonces que el plan de estudios tiene una acentuada deficiencia en la formación
científica: como se había buscado enfatizar la formación artística de la que carecían total-
mente los alumnos ingresantes, se habían dejado de lado las materias científicas y técnicas.
En conclusión, según los diagnósticos efectuados, la enseñanza en la faz científica era de-
ficitaria y en la artística inadecuada y con magros resultados. La prensa técnica se ofrece
como el espacio adecuado para debatir la solución de este problema.
En 1914 se agrega un año al plan primigenio de cuatro y se concreta la primera gran
reforma de los planes de estudios incorporando los siguientes cambios: por un lado, au-
mentar la carga horaria en asignaturas de matemáticas y técnicas de construcción de ma-

77
B. Raffo. “La Escuela de Arquitectura” en Arquitectura, año I, Nº 1, 1904, p.10.
78
Mauricio Durrieu. “La Enseñanza de la Arquitectura-Reformas en el plan de estudios” Parte I, Arquitectura, Enero, Febrero
de 1915, p.2.
110
Nosotros los Arquitectos

nera de mejorar la enseñanza científica, por el otro, acentuar la formación artística. Se pro-
pone agrupar en los primeros años las materias científicas de modo de otorgarle al alum-
no una base sólida para cuando ingrese por completo en los últimos años en la tarea espe-
cífica del diseño, lo que se denominaba entonces, la “composición arquitectónica”.
Para alcanzar el segundo objetivo de mejorar la formación artística, se propone ins-
taurar el sistema de “atelier” o taller al modo de la Escuela de Bellas Artes de París. Con
ello se busca estimular el trabajo en el aula con alumnos en distintos niveles de su forma-
ción, desarrollando la emulación y la crítica entre alumnos, dirigida por un profesor, jefe
del taller. Los fundamentos del sistema y el funcionamiento del taller reproducen la expe-
riencia de las grandes academias europeas:
“Este método de trabajo realizará la enseñanza mutua, porque los alumnos adquirirán
fácilmente la costumbre de consultarse, de ayudarse los unos a los otros. El recién llegado
trabaja al lado del alumno antiguo que hace su último proyecto; se interesa a lo que ve
hacer, oye críticas y consejos.” (…)
…“Toman copia de los esbozos y en el taller, bajo la dirección y con los consejos del pro-
fesor, estudian un proyecto y hacen uno o más dibujos concluidos (rendus) que, pegados
sobre bastidor, son expuestos en el local de la Academia y sometidos a un Jurado compues-
to de profesores de la misma.” (…)
…“Este método de trabajo tiene ventajas considerables. En cada visita, el profesor exami-
na sucesivamente el trabajo de cada alumno, hace la crítica de su esbozo y la de sus estu-
dios de detalle; dale consejos, dirige sus esfuerzos y todos los demás alumnos siguen la vi-
sita y asisten a todas las correcciones hechas para cada uno de ellos.
“Resulta así que el trabajo del alumno no se limita a su propia tarea, sino que participa
en los esfuerzos, en los estudios de todo el taller, ve lo que se hace de bueno y mediocre, su
criterio se forma poco a poco; otra ventaja está en la emulación, entre los alumnos del mis-
mo taller y entre los de los diversos talleres.
“La crítica, el razonamiento se prosiguen fuera del taller, en la sala de exposiciones, abier-
ta igualmente al público. (…) Se instituiría un sistema de recompensas de variada im-
portancia, llamadas menciones o medallas, que serían discernidas por el jurado de los con-
cursos de arquitectura”.79
Los primeros dos talleres estuvieron a cargo de los arquitectos René Karman y Pablo
Hary. En 1915 su funcionamiento completo hizo posible instaurar, por primera vez desde
la creación de la Escuela de Arquitectura, una sólida y compacta comunidad educativa, ali-
mentada seguramente por el dinámico movimiento estudiantil de esos años.
Hary recordará, en el homenaje de su despedida de la docencia en 1925, la gratifi-
cante experiencia del taller, en un relato que más allá de lo afectivo y personal, traza un es-
bozo transparente del ámbito de reproducción de prácticas que significaba ese espacio, el
taller, y los ámbitos con los cuales se articulaba:
“Debo a mi taller, a mi querido taller A, los recuerdos más gratos de mi vida de profesor,
las horas de comunión intelectual con mis alumnos, el esfuerzo común, ellos por entender,
y yo por hacerles comprender y amar lo bello y noble de nuestro arte, la atención afectuosa

79
O. Francotte. “La Reorganización de los Estudios de Arquitectura en Bélgica”, Arquitectura, Año X, Nº 95, octubre / Di-
ciembre de 1914, pp. 81 a 86.

111
Silvia Augusta Cirvini

y la ávida curiosidad de mis muchachos para asimilar lo que yo les daba de todo corazón,
lo que me enseñaron los libros y a veces lo que duramente me enseñara la vida, y luego la
“detente”, esas charlas entre amigos, esa expansión cordial de fin de clase, la confianza mu-
tua del aprendiz con el compañero viejo que sabe más por viejo que por maestro…”.80
El grupo que promueve la instalación de la Escuela pertenecía al núcleo fundacional
del campo, el que en 1901 refunda la Sociedad de Arquitectos, el mismo que apoyó, en
1904, la aparición de la publicación “Arquitectura”, suplemento de la “Revista Técnica” y
estableció por primera vez vínculos orgánicos como portavoz de la corporación, ante los
poderes públicos con motivo de la ley Avellaneda o por distintos aspectos de la regulación
del ejercicio profesional. Tanto Hary como Christophersen, cuando muchos años después
relatan lo sucedido con la creación de la Escuela, coinciden en señalar el hecho como re-
sultado de la feliz conjunción de voluntades. Es decir, queda claro que la formación profe-
sional de los arquitectos en el país era una necesidad que el desarrollo del país planteaba,
pero su concreción fue posible, según esta memoria selectiva de lo sucedido, porque con-
fluyó la visión “de vastas miras” de sus promotores institucionales, los ingenieros Huergo
y Bahía y el altruismo de ese cuerpo docente inicial que por años no recibió sueldo por dic-
tar cátedra, que sostuvo el proyecto con el propio esfuerzo. Es indudable la inversión en
capital simbólico que hacen los actores en la tarea de construcción de la Escuela, desafío
que no es personal sino grupal y que promueve la equiparación entre la fundación de la
Escuela y la del campo.
La Escuela de Arquitectura es vista, veinticinco años después de su fundación como
el resultado exitoso de una feliz iniciativa de un estrecho grupo de amigos (arquitectos),
apoyado por otros amigos (ingenieros y autoridades de la Facultad) que no se detuvo ni de-
salentó ante los obstáculos. La trayectoria heroica de la institución responde a la de sus fun-
dadores y promotores: es claro que en esa historia han sido omitidas las falencias y dificul-
tades de esa primera etapa.
Frugalidad, altruismo, desinterés económico, patriotismo, sacrificio y abnegación
aparecen en el discurso de los fundadores. Hary afirmaba:
“Cada uno de los ocho profesores fundadores echó sobre sus hombros varias cátedras por-
que el plan de estudios era de 20 asignaturas.81
“A los pocos meses de funcionar, el éxito de la Escuela era visible, indiscutido. El apoyo
moral de la Facultad era muy grande, pero era moral… Los tiempos eran de frugalidad,
y conseguir entonces fondos para crear una cátedra en la Universidad eran palabras ma-
yores. Muchas lo eran ad-honorem y así continuaron durante años y años. Pero dudo que
haya existido nunca un ambiente más propicio.” (…)
“No nos pagábamos con palabras, enseñábamos lo que sentíamos necesario para el tremen-
do empuje de edificación en cuyo torbellino nos desempeñábamos. Nuestra cátedra era pro-
longación de nuestras febriles oficinas. No sólo la Facultad sino el público nos alentaba”…82
Christophersen se ubicaba como actor principal en la iniciativa de constitución de la

80
El fragmento pertenece al discurso de Pablo Hary publicado dentro del artículo: “El Homenaje al Arquitecto Pablo Hary”,
en Revista Arquitectura, Octubre de 1925, pp. 393 y ss.
81
El primer elenco de profesores estuvo conformado por: Alejandro Christophersen, Horacio Pereyra, Mariano Cardoso, Jo
sé Carmignani, Domingo Selva, Torcuato Tasso, Ernesto de la Cárcova y Pablo Hary. Luego se sumaron Eduardo Lanús,
Eduardo Le Monnier y Julio Dormal. Con la reforma de 1914-15 se incorpora René Karman y luego Juan Kronfuss.
82
“El Homenaje al Arquitecto Pablo Hary”, en Revista Arquitectura, Octubre de 1925, pp. 339 y ss.
112
Nosotros los Arquitectos

Escuela y muchos años más tarde recordará así el tiempo fundacional:


“Él se propuso crear esta escuela [Ing. Eduardo Huergo] que faltaba al desarrollo general de
los progresos de los establecimientos de educación del país, y cúpome el honor de ser llamado
por él para organizarla y dar forma a una idea que pude poner en práctica gracias al apoyo
incondicional que hallé en todos los hombres ilustrados que formaban entonces la Academia.
“El sueño de Huergo trocóse pronto en realidad. Empezó a funcionar la escuela, acompa-
ñándome en la enseñanza un grupo de valerosos catedráticos con escasa recompensa, pero
sí con fé y patriotismo.
“Recuerdo que dicté mi primera cátedra con un solo alumno regular y dos oyentes, entre
los cuales figuraban el actual ministro de Guerra, general Agustín P. Justo”.83
También en la reforma de 1915 se proponía instaurar la llamada “prueba-valla”: un
examen eliminatorio al finalizar el primer año, que permitiría identificar a quienes tenían
vocación y talento para la carrera y separar a quienes decididamente no tenían aptitudes.84
Aparecen nuevamente con el tratamiento de este tema los siguientes pares de opuestos, que
remiten a la vinculación de la enseñanza de la arquitectura con otros debates de la etapa
fundacional del campo:

ARTE ≠ CIENCIA
ARQUITECTOS ≠ INGENIEROS
TALENTO Y VOCACIÓN ≠ ESTUDIO Y DISCIPLINA MENTAL

En 1922, un artículo de Ernesto de la Cárcova en la Revista de Arquitectura, da cuenta


de las dificultades y obstáculos que tuvo la instalación de los talleres en la Escuela, como sis-
tema idóneo para el aprendizaje artístico. Aquello que Chanourdie advertía premonitoriamen-
te en 1895 se había cumplido: la nueva institución había sido sometida en los primeros años
de su creación, a la presión de un régimen universitario estricto y adaptado a las carreras cien-
tíficas (ciencias físicas y naturales), pero poco adecuado para las disciplinas artísticas. Pronto,
merced a la propia dinámica adquirida por la Escuela consiguió modificar su funcionamiento
en aras de satisfacer las necesidades de una formación especializada: no sólo la instauración de
talleres sino de una serie de prácticas: viajes de estudios, Concursos estímulo para alumnos,
publicaciones especializadas, participación en congresos, prácticas en estudios de arquitectos,
etc.
Concluyendo, podemos decir que, en el tema de la enseñanza de la arquitectura como
núcleo de la transmisión del “habitus” entre maestros y alumnos se organizaba en torno de los
estudios sistemáticos, por una parte, a través de la Escuela de Arquitectura y por la otra, en
otros circuitos con prácticas más libres pero no por ello menos calificadas o pautadas. Esto es,
en el caso de la enseñanza de grado en la Escuela, el debate apuntaba a definir en particular la
formación artística más adecuada, organizada a través del Taller o Atelier, donde el grupo fun-
dacional se beneficiaría de la fusión entre capital simbólico y ejercicio de la docencia. Por otra
parte, existieron otros ámbitos cuyas prácticas o entrenamientos eran tan necesarios e ineludi-

83
Alejandro Christophersen. “Las diversas influencias arquitectónicas en la edificación de Buenos Aires”, En: Revista de Ar-
quitectura, Julio de 1927, pp.291 y ss.
84
Mauricio Durrieu. “La Enseñanza de la Arquitectura-Reformas en el plan de estudios” Parte II, Arquitectura, Mayo Junio
de 1915.

113
Silvia Augusta Cirvini

bles de transitar para alcanzar la formación deseada como los cursos universitarios, tales como
los viajes, la experiencia en los estudios profesionales, los Concursos, etc. Es decir, el circuito
de formación profesional era también circuito de pertenencia al campo disciplinar; a nuestros
arquitectos les preocupaba no sólo la diferencia respecto de los ingenieros, sino también la dis-
tinción.85
En síntesis y para finalizar, el tema de la enseñanza entre nosotros está articulado
con los debates vinculados al momento fundacional del campo, hay coincidencia entre
fundar el campo y fundar y apoyar el desarrollo de la Escuela, ámbito específico de la di-
ferenciación de habitus y prácticas respecto de los ingenieros por una parte, y ámbito de
reproducción de los practicantes de la Arquitectura, por el otro. Los aspectos para resol-
ver dentro del problema de la enseñanza son los mismos que en el debate europeo: a) la
formación científica, b) la formación artística y c) la formación técnica o práctica, aun-
que las soluciones o salidas que se busquen o encuentren fueron diferentes.
Si bien, las tres caras del problema de la enseñanza son indisolubles en la formación
del arquitecto, la importancia relativa que cada una tiene a lo largo del período de estu-
dio es variable y dependiente de distintos factores. Por ejemplo, la formación científica no
fue una preocupación central en el período fundacional puesto que era un tema resuelto
de antemano, al pertenecer a Ciencias Exactas, la Escuela tenía una base sólida, más que
suficiente como plataforma de despegue. Lo científico y la formación técnica serán un
problema más tarde, cuando los programas de enseñanza quedan atrasados en relación
con el proceso de la modernización, el uso de nuevos materiales, y el gran desarrollo tec-
nológico que impacta en la industria de la construcción en la década del ‘20.
Recordemos que el eje de deslinde entre ingenieros y arquitectos, es la condición
artística de la Arquitectura, la cual adquiere importancia central en tiempos fundaciona-
les. Por ello, la propuesta de creación de la Escuela se asentó sobre la formación artísti-
ca, que era considerada el eje principal de la enseñanza, la que debía reglar y pautar la
currícula de los nuevos arquitectos. En este punto, al intentar definir cómo debía ser la
enseñanza de la Escuela, este debate está estrechamente imbricado a los otros debates
vinculados al tiempo fundacional del campo: Arte y Ciencia, Ingenieros y Arquitectos,
Cultura Artística; las argumentaciones y fundamentos se tornan complementarios, equi-
valentes, relacionales, dotando al discurso de nuestros técnicos de una notable coheren-
cia, unidad y eficacia, a la hora de alcanzar resultados prácticos en la conformación de
un “nosotros”.

2.4. La “cultura artística del público”


2.4.1. Las Comisiones de ornato y la “tiranía de la moda”

Si bien el tema de la cultura artística o educación estética aparece en la Revista Téc-


nica desde fines del siglo XIX y constituye una meta por alcanzar con la creación de la Es-
cuela de Arquitectura en 1901, será recién en la prensa arquitectónica especializada (Ar-
quitectura, 1904) cuando es asumido como asunto de interés de la corporación y

85
Desde la perspectiva de Bourdieu un signo de diferencia respecto de los ingenieros era, por ejemplo, el plan de estudios,
mientras que un signo de distinción era, por ejemplo, el viaje a Europa.

114
Nosotros los Arquitectos

estrechamente imbricado en el proceso de constitución del campo. Este tema aparece


también en las revistas europeas ligado a la crisis del academicismo, el desarrollo del eclec-
ticismo y el surgimiento del “arte nuevo”; pero su tratamiento en Argentina (también en
Uruguay) presenta caracteres particulares que provienen del momento histórico singular
que atraviesa (la modernización) y del modo en que se constituyó una demanda específi-
ca en relación con lo arquitectónico (el lugar social del arquitecto).
El tema de la “cultura artística del público” está, en nuestro caso, vinculado a dis-
tintos aspectos activos dentro del proceso de constitución del campo, a saber:
• La función del arquitecto como modelador del gusto estético de la sociedad.
• La instalación de una demanda “culta”, respetuosa con el arte y los artistas.
• El deslinde disciplinar de la Arquitectura respecto de la Ingeniería, en la medida que,
desde la voz de los arquitectos, la falta de formación artística de la población se asienta fun-
damentalmente en la labor de los ingenieros, cuyo “nefasto” resultado había sido la prolifera-
ción de una arquitectura mediocre en todo el país.
Enrique Chanourdie, desde los editoriales de la Revista Técnica, es el primero en plan-
tear el tema dentro de la prensa especializada, ligándolo a los otros temas “fundacionales” del
campo. Tanto Carlos Altgelt como Víctor Jaeschke, con un tono más ácido y crítico, Eduar-
do le Monnier y Christophersen, con actitudes más conciliadoras, continuaron en la revista
Arquitectura el tratamiento de este tema, en donde se ligaba lo social con lo disciplinar en el
marco de la modernización: la europeización de la cultura, la “moda”, la relación con los
clientes, la oferta y la demanda en el mercado inmobiliario, etc.
Este debate, que apunta a promover la educación artística de todos “los sectores de la
sociedad”, se da con mayor fuerza en la etapa fundacional del campo disciplinar pero se pro-
longa durante todo el período, en particular hasta 1930. Nos interesa en tanto vincula la ofer-
ta con la demanda en la producción arquitectónica y por lo tanto “enfrenta” los criterios de
valoración, fundamentalmente, el “gusto estético” de arquitectos y clientes (los comitentes en
general). Desde la prensa técnica es evidente que se trata de una lucha de reconocimiento-
desconocimiento de la voz del gremio, que de distintas formas va relacionando el “saber-ha-
cer” de los arquitectos con el campo social, otorgando y disputando a la vez la autoridad y la
capacidad de los arquitectos para el cumplimiento de diferentes lugares (o funciones) socia-
les: como técnicos, como artistas, como profesionales, como educadores del “gusto estético”.
Es importante señalar que a diferencia de las otras artes, donde la aceptación del públi-
co puede ser diferida en el tiempo, la arquitectura tiene una finalidad práctica asociada a su
función utilitaria, que supone un uso social inmediato, lo cual le otorga una voz privilegiada
al comitente, tanto en la satisfacción de las necesidades materiales como en las simbólicas. Es-
to ubica a los practicantes del campo en una posición oscilante entre la autonomía del “arte
por el arte”, reglada por normas propias y la consideración de otros criterios, extradisciplina-
res provenientes de distintos espacios de lo social.
Los pilares sobre los cuales se asienta el progreso en materia arquitectónica son: la
educación artística extendida a la sociedad entera, que contemplaba desde promover la cul-
tura en arte arquitectónico de los clientes (en los sectores dirigentes) hasta la formación ar-
tística y técnica del artesanado (en los sectores subalternos), así como el enriquecimiento
de la enseñanza artística y técnica de los arquitectos.
Con relación a la educación del “gusto artístico” de los clientes –que era una elite

115
Silvia Augusta Cirvini

dentro de la elite– la corporación de arquitectos se enfrentaba con un obstáculo difícil de


salvar: el ejercicio por parte de los comitentes de “la tiranía de la moda”, que sintetiza el
carácter efímero de toda realización a la luz de los tiempos modernos. La difusión del
eclecticismo había promovido la proliferación de “todos los estilos del orbe”, situación
que, según los arquitectos era peligrosa en manos de los “aventureros”, de los malos “di-
bujantes” e inescrupulosos constructores que atendían cualquier pedido de mal gusto ba-
jo la influencia de la moda. Así, nuestros arquitectos citan a los académicos franceses pa-
ra defenderse de sus efectos nocivos:
(la moda) “Bajo el imperio de sus caprichos, decía, la arquitectura es hoy maciza sin mo-
tivo, mañana ligera sin objeto, grave sin necesidad, simple sin conveniencia, pero sólo por-
que es el tono del día, y sin otra razón determinada que los caprichos ó el desconocimien-
to de las reglas del arte… La moda es el tirano del gusto y el patrimonio de los artistas
subalternos”.86
Le Monnier aboga por el afrancesamiento pero advierte el impacto estético de una
“luisiada” sobre la ciudad, “como si hubiera caído una nevada de luises”:
“Buenos Aires está plagado hoy día de fachadas Luis XV; un arquitecto de buena escue-
la inició el movimiento con algunos ejemplares discretos y de buen gusto; actualmente
no se ve otra cosa por todos lados, en todos los barrios; ricos o pobres, palacios y casu-
chas ostentan el estilo de moda en sus frentes; ¿cuántas construcciones coloniales, de pa-
redes de barro, no han sido ya modernizadas y han visto asociarse esos dos productos de
civilizaciones tan distintas: la azotea y el Luis XV”.87
Christophersen evalúa los efectos de la modernización en la arquitectura de Buenos Ai-
res, particularmente los vinculados con la adecuación de la oferta a la demanda, en la di-
námica vertiginosa de los mercados, tanto inmobiliario como de capitales:
“Para nadie es un misterio que la rama del Arte que ha progresado más que ninguna
en Buenos Aires es la Arquitectura: el arquitecto ha encontrado aquí un buen terreno
de acción para ejercitar sus fuerzas, debiendo amoldarse a determinadas circunstancias
(…), y todo ello en un ambiente donde, sobre todo, el rasgo peculiar en materia de cons-
trucciones es una especulación económica sui generis en la que no sólo se quiere asegu-
rar una buena renta, sino que, dada la inestabilidad de las pasiones (…), se pretende
que el arquitecto ha de adivinar el porvenir y ha de prever construcciones aptas para
muy diversos destinos, de modo que su realización sea fácil en cualquier momento”.88
También advierte Christophersen la estrecha vinculación que existe entre las prác-
ticas culturales de la elite, modificadas por la creciente europeización, las modernas pau-
tas de confort y la consolidación de la figura del arquitecto como intérprete de las nue-
vas necesidades:
“…la frecuencia con que nuestras familias pudientes viajan ahora por el viejo mundo
ha hecho que éstas introdujesen prácticas de lujo y confort desconocidas en gran parte
aquí veinte años atrás, circunstancia ésta que ha contribuido poderosamente a hacer

86
Jacques Dunant citando a Blondel, “De la lógica en Arquitectura”, Arquitectura, Año II, Nº 31, Octubre de 1905, p.90.
87
Eduardo Le Monnier, citado por: Ramón Gutiérrez. Capítulo 3 (1900-1915). En: Sociedad Central de Arquitectos. 100 años
de compromiso con el país, Buenos Aires, 1994, pp.37.
88
Christophersen citado por: Ramón Gutiérrez. Capítulo 3 (1900-1915). En: Sociedad Central de Arquitectos. 100 años de
compromiso con el país, Buenos Aires, 1994, p. 55.

116
Nosotros los Arquitectos

valorar más los méritos del arquitecto, pues jamás podrían haberse satisfecho los moder-
nos refinamientos del buen gusto estético y de las comodidades interiores con los elemen-
tos de que antes se valían los que hacían edificar. Hoy hay cierta comunidad de ideas entre
el propietario –para el cual ya no son cuentos las exigencias de la estética– y el arquitecto.
Apreciador aquél de lo bueno, no hay ya razón para que los edificios de Buenos Aires sean
inferiores a los de otras capitales más importantes bajo el punto de vista arquitectónico (…)
todo lo que influye directamente en el fin capital de toda construcción: la renta”.89
Víctor Jaeschke proponía, en 1904, que los edificios públicos principales que se cons-
truyeran en el futuro debían presentar “cada uno un estilo arquitectónico distinto y bien
definido, puro en lo posible, para que más adelante puedan servir de modelos a las nuevas ge-
neraciones”.90 La arquitectura pública tiene en la época una importante carga simbólica, es
referente de peso en la organización estatal moderna, contenedor de esenciales y nuevas
funciones urbanas y es el rostro visible del desarrollo de la cultura material. De allí, la fun-
ción educativa que se le impone, de ser modelo y ejemplo, de estimular conductas y pro-
mover significaciones más allá de lo meramente utilitario.
Otro modo de apoyar el desarrollo de la cultura estética era, según Jaeschke, que el
Estado premiara a quienes contribuyeran al embellecimiento urbano con obras en sitios es-
tratégicos:
“Que se establezcan recompensas (primas: subvenciones, exenciones de impuestos, etc.) pa-
ra estimular en todo tiempo la construcción de edificios sino monumentales, por lo menos
de buen gusto arquitectónico en las plazas públicas y en todos los sitios más a la vista
de la Capital, por ejemplo, frente a las estaciones de ferrocarriles; en los terrenos que cor-
tan una calle, ó donde esta forme un codo, ó donde se enangosta una avenida, etc., etc.” 91
Jaeschke 92 insiste en la importancia de la creación de bibliotecas especializadas de ar-
quitectura que permitan a los profesionales, constructores, técnicos, artesanos y aun al pú-
blico, cultivar el “gusto estético”, formarse e informarse acerca de todo tipo de novedades
relativas a la arquitectura y la construcción:
“Que la Municipalidad de la Capital mande formar una Biblioteca Pública de Ingenie-
ría y Arquitectura urbana, anexa a un museo ó exposición permanente de todo aquello
que se utiliza en estas especialidades, para que todos los que colaboran directa é indirec-
tamente en el embellecimiento y progreso edilicio de Buenos Aires, encuentren siempre
donde inspirarse e instruirse”.93
El “caos cosmopolita” de Buenos Aires, resultado del auge del más variado eclecticis-
mo es considerado, al promediar la primera década del siglo XX, como un factor de dis-
turbio y signo de decadencia de la calidad estética del ambiente. La propuesta desde la es-
fera oficial municipal fue la creación de “comisiones de ornato y embellecimiento urbano”,
que tenían la potestad de hacer modificar los proyectos de las fachadas que no reuniesen
condiciones artísticas y estéticas adecuadas. Estas comisiones buscaban limitar la “total li-

89
Christophersen citado por: Ramón Gutiérrez, Ibídem.
90
Víctor Jaeschke, “Edilicias”, en Arquitectura, Año I, Nº 8 y 9, Agosto de 1904, pp. 68 y 69. (el destacado figura en el original).
91
Víctor Jaeschke, Ibídem, p. 69. (el destacado figura en el original)
92
Jaeschke fue un promotor incansable de bibliotecas técnicas, en el seno de las asociaciones profesionales y organismos esta-
tales. Fue fundador y varias veces bibliotecario de la Biblioteca de la Sociedad Central de Arquitectos, de la cual en 1929
realizó un pormenorizado inventario (ver Capítulo V: Campo disciplinar) y que actualmente se llama Alejandro Christophersen.
93
Víctor Jaeschke, “Edilicias”, en Arquitectura, Año I, Nº 8 y 9, Agosto de 1904, p.70. (el destacado figura en el original).

117
Silvia Augusta Cirvini

bertad” otorgada por la ordenanza de 1902, ya que, según el edil promotor del proyecto,
con los premios municipales de fachada se había alimentado “en manera alarmante la di-
fusión de una multitud de fachadas de tan mal gusto arquitectónico, que hablan poco a favor
de la cultura y grado de adelanto de este pueblo”.
La resistencia a la acción de estas comisiones desde la corporación de arquitectos es
formulada por el grupo más “radical”, fuertemente activo durante la etapa fundacional del
campo, y las críticas se apoyan en dos puntos. Por una parte, en que el funcionamiento de
estas comisiones es limitativo de los derechos del propietario, lo cual, en el marco del libe-
ralismo vigente, era considerado un atropello, y por otra, en que esta regulación no puede
ser ejercida por personas que nada tienen que ver con el arte, tema del cual poco entien-
den y por lo tanto no están habilitados para decidir qué debe hacer un arquitecto con el
encargo de un cliente:
“El único que tiene derecho a imponer al arquitecto su gusto –bueno o malo– es el pro-
pietario que paga la obra y la hace para sí y no para el vecino de enfrente.
“Nadie cree tener mal gusto, ¿pero acaso una comisión de sabihondos en materia de gus-
tos tiene el derecho de imponer su “buen” gusto en materia de decoración de fachada (…)
a los que –en opinión de tal comisión monopolizadora del buen gusto y sentido común–
tienen “mal” gusto?
“¿O acaso una tal comisión, compuesta quizás de personas incapaces de distinguir un ca-
pitel de una base, o de trazar una recta, será capaz de “corregir” una obra de arte que no
es capaz de crear?
“Y estas comisiones, integradas muchas veces por personas muy competentes para clasifi-
car trigos o lanas, fabricar embutidos o negociar empréstitos, o hacer triunfar candidatu-
ras –gentes por lo demás muy honorables– digamos: “buenas gentes pero malos músicos”,
ésas son las que van a enmendar la plana a los que, por poco que sea, por lo menos somos
capaces de crear obras de arte?
“A los 30 años de concluidos mis estudios académicos estoy en condiciones de enseñar lo
que es bello. Hace más de 30 años que no necesito ninguna comisión que me lo enseñe, o
quiera hacer frente a mí el papel de «maestro ciruela».” 94
El debate sobre el asunto del “gusto artístico o arquitectónico”, según da cuenta la
prensa especializada, es un espacio de conflicto donde tendrán lugar numerosos enfrenta-
mientos entre arquitectos y clientes, arquitectos y ediles o funcionarios municipales, entre
profesionales entre sí: arquitectos e ingenieros o arquitectos contra arquitectos, entre pro-
fesionales y constructores, entre diplomados y no diplomados, etc. El problema es invaria-
blemente el mismo: ¿quién tiene la vara que mide el “buen gusto”? Siempre quedan indi-
viduos o grupos excluidos: los ingenieros, el constructor, el modernismo, el racionalismo,
etc. El reconocimiento, la legitimidad, el control del campo disciplinar están asociados di-
rectamente a la capacidad para determinar los criterios de valoración de lo que es buena ar-
quitectura y lo que no lo es.
El tratamiento del tema divide y separa: los que saben y los que no saben de arte, los
que conocen las “reglas del arte” y los que las desconocen, los que pueden hacer “arte ar-

94
Carlos Altgelt, citado por: Ramón Gutiérrez. Capítulo 3 (1900-1915), en Sociedad Central de Arquitectos. 100 años de com-
promiso con el país, Buenos Aires, 1994, p.64.

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Nosotros los Arquitectos

quitectónico” y los que sólo pueden hacer malas copias de “mal gusto”. No todos pueden
ser o “hacer” de arquitectos; los buenos clientes son, según la prensa, respetuosos del espa-
cio del profesional-artista que es el arquitecto. Este planteo es compartido por todos: eu-
ropeos y americanos; en los Congresos de Arquitectura aparece ligado al tema del ejercicio
profesional, si ha de ser regulado o libre:
“Vais a dejar el campo abierto a todas las construcciones horribles, vais a destruir la la-
bor de todos los Congresos anteriores, vais a destrozaros vuestras mismas cabezas…; la li-
bertad, sí; la libertad para lo bueno, pero jamás para lo malo, para lo horrible, para lo
antiestético” (…) 95
“En mi país hay seis millones de arquitectos… tantos como habitantes, con quienes tene-
mos que sostener grandes batallas; si se declara la libertad de nuestra profesión, yo, en
cuanto vuelva a mi país, debo decirles: señores, vengo de un Congreso de arquitectos, allí
hemos acordado que pueden construir, sigan edificando y ustedes dispensen…”. 96
Otro importante artículo sobre el tema está escrito como editorial de la Revista de
Arquitectura en 1918. Se evalúan en su contenido distintas facetas del tema de la educa-
ción estética de la población, cuya falencia o carencia afecta el ejercicio de la profesión de
los arquitectos. El problema, según se diagnostica, se inicia en los planes de enseñanza se-
cundaria, donde “La enseñanza artística y, muy particularmente en sus relaciones con la ar-
quitectura, la pintura y la escultura, es relegada a último término, sin atribuirle significación
alguna”. Los destinatarios del discurso son los mismos arquitectos y los artistas en general,
quienes, “lejos de dejarse dominar por el ambiente utilitario” deben contribuir a modificar
la enseñanza pública en todos los aspectos del arte. Como paradestinatarios del discurso
aparecen los funcionarios responsables de la educación que son calificados de ineptos o in-
capaces de diseñar planes que contemplen la enseñanza artística. El “público” en general,
los “clientes”, en particular, son víctimas –según la editorial– de la ignorancia en cuestio-
nes de arte y a su vez, se convierten en tiranos con los arquitectos a quienes tratan de im-
poner sus equivocados criterios.97 En este artículo es posible evaluar por un lado, cómo
reacciona la corporación de arquitectos ante la imposición de criterios de un campo que
les es exclusivo, el arte arquitectónico: al referirse a los clientes se habla de “violenta tira-
nía”, “incapacidad y capricho”, “ignoran su propia ignorancia”. Por otro, permite advertir
cómo perciben la dimensión social del problema de la cultura estética: se habla de “públi-
co” o de “sociedad”, cuando en realidad los comitentes de los arquitectos constituían una
estrechísima elite dentro de la elite.
También en 1918, Karman afirmaba el rol del arquitecto como educador del gusto
estético de la sociedad, vinculando el desarrollo de la educación estética con las búsquedas
del desarrollo del “arte argentino”. La estética de una arquitectura nacional ha de surgir
–dice– de la convergencia de tres factores: el clima (geografía), el ambiente (recursos) y las
necesidades y costumbres (la sociedad). En la Encuesta de 1918 hay una notable coinci-
dencia de los participantes en la importancia que otorgan al desarrollo del “gusto artístico”

95
Intervención del conde ruso de Suzor, en la crónica del “IX Congreso Internacional de Arquitectos” (Roma-1911), en Ar-
quitectura, Año VII, Nº 73, Noviembre y Diciembre de 1911, p.146.
96
Comentario del representante de la “República portuguesa”, en la crónica del “IX Congreso Internacional de Arquitectos”
(Roma-1911), en Arquitectura, Año VII, Nº 73, Noviembre y Diciembre de 1911, p.146.
97
Si bien la editorial no tiene firma, es posible adjudicarla a: Ernesto Lacalle Alonso, “Enseñanza Artística”, en Revista de Ar-
quitectura, Año IV, Nº 14, 1918, p.2.
119
Silvia Augusta Cirvini

y a la “educación estética” de los comitentes, que hará posible la intervención adecuada de


arquitectos y artistas. Decía Karman:
“No obstante, la educación artística del arquitecto no resultará suficiente si le falta un
ambiente adecuado, proveniente de una cultura generalizada en el público y favorable al
desarrollo de su arte”. 98
Según Christophersen es necesario reunir tres factores para alcanzar el progreso edi-
licio dentro del tan ansiado arte nacional: “la educación artística de todos los habitantes de
este suelo, la cultura de sus gobernantes y la preparación de los arquitectos”. Los textos
oponen reiteradamente el desequilibrio entre modernización / desarrollo tecnológico por
un lado, dirigidos al progreso material de la cultura y la sociedad, por el otro, estancamien-
to artístico, ausencia de belleza en la arquitectura y el espacio público, lo cual disminuye o
vuelve inconsistentes los logros en el crecimiento alcanzado como país. Es decir, la falta de
cultura artística o educación estética de la población hace cada vez más evidente la oposi-
ción entre “materia” (la modernización) versus “espíritu” (arte).
Los arquitectos, los artistas en general son convocados por la prensa especializada pa-
ra abogar por una educación estética generalizada, tanto en la esfera privada como en la
pública, que contemple el fomento de las artes aplicadas y que reúna voluntades en torno
del tema: artistas, gobierno, empresarios y comitentes. Es necesario, según Christophersen,
aunar, acercar, industria y arte, propendiendo al desarrollo de un artesanado que hiciera de
sostén y respaldo de la labor del arquitecto. Para alcanzar este fin, apunta al desarrollo de
la Escuela Industrial y de la Academia de Bellas Artes, no sólo para artistas sino también
para artesanos. La incorporación de los sectores populares en el tema de la cultura artísti-
ca es un indicador de la vocación hegemónica que asumía el proyecto modernizador, don-
de la corporación de arquitectos tiene una participación muy activa durante las dos prime-
ras décadas del siglo XX.
Esta preocupación por la formación de jóvenes en las artes decorativas estaba tam-
bién presente en Ricardo Rojas, que avanzaba con una propuesta para la Universidad de
Tucumán donde contemplaba el desarrollo de toda una amplia gama de artes industriales,
de producción colectiva, aplicadas y útiles a la vida moderna y engarzadas en la búsqueda
de un arte nacional, inspirada en una estética de fuentes americanas.99
Todas las opiniones publicadas en las revistas coinciden en que el desarrollo alcanza-
do en el campo de la construcción “ha sido muy poco secundado por el arte arquitectóni-
co, en una palabra: el feliz empleo de la materia no ha sido, generalmente consagrado por
la belleza de las formas”.100 Desde 1895, con Chanourdie alertando respecto de los peligros
de una modernización sin belleza hasta las exhortaciones del Centro de Estudiantes y la So-
ciedad Central veinte años más tarde, el mensaje es el mismo: elevar el ambiente artístico
a través de la labor educativa, lo que supone, por parte de los arquitectos, el desarrollo de
la buena arquitectura y obtener el consenso necesario para ser los únicos portadores legíti-
mos del saber artístico en este campo:
“El desconocimiento de la misión del arquitecto por la falta en el público de las nocio-
nes de arte más elementales y la carencia absoluta en gran número de personas de todo

98
René Karman, en: “Encuesta de la SCA y el CEA”, Revista de Arquitectura, Nº 17, Año IV, 1918.
99
Ricardo Rojas. “Artes decorativas americanas”, Revista de Arquitectura, Año I, Vol. 4, octubre / diciembre de 1915, pp.10-16.
100
Enrique Chanourdie. “Arquitectura y Arquitectos”, en Revista Técnica, Año I, Nº 9, 1895.
120
Nosotros los Arquitectos

sentido estético, son motivos suficientes para explicar una desorientación profesional que
lamentamos. No existe, en efecto, un objetivo fijo hacia el cual concurran los esfuerzos de
los arquitectos nacionales, tanto en el aspecto artístico de su profesión como en el que tien-
da a elevar el ambiente nuestro y a corregir abusos y defectos amparados tan sólo por la
inercia y el descuido. Y en tal sentido la obra a realizar es amplísima, ya que, sin duda
alguna, son tantos los excesos como grande la ignorancia.101 (SC)
Ciertos indicadores lexicales del párrafo anterior como “desconocimiento” y “deso-
rientación” colocan la producción arquitectónica bajo imperativos morales: el arquitecto
no sólo es el portador del saber artístico sino también el responsable de la educación esté-
tica de la sociedad, del “conocimiento” del arte, de la “orientación” en la senda correcta y
de mediar ante los poderes públicos por una educación pública que contemple el arte.
Un aspecto en el cual puede advertirse la estrecha vinculación que tenían entre sí los
debates de la cultura artística, la estética urbana y el estado del arte arquitectónico, era la
preocupación por satisfacer una demanda de la época: la resolución estilística “original” de
las fachadas de las residencias particulares, como signo de prestigio social de los propieta-
rios. Este carácter representacional de la fachada, a través del cual ésta adquiere la función
de telón escénico de la vida urbana, está fuertemente ligado al desarrollo del espacio urba-
no moderno. En el tema de las “fachadas” se condensan importantes componentes del de-
bate acerca del “estado del arte arquitectónico” que se vinculan entre sí como son: a) por
parte de los comitentes / clientes y propietarios: la necesidad de “representación” social de
éxito y refinamiento, la mayor o menor cultura artística o la dependencia de la “moda”, ex-
presada a través del “gusto”, b) por parte de los profesionales: con las fachadas se disputa-
ban un espacio de reconocimiento, también de “propaganda” expuesta a la vista de todos,
sobre la que colocaban la inscripción del nombre como indicador de la propiedad intelec-
tual y de competencia profesional. Esta función representacional de la arquitectura priva-
da, que José Luis Romero tipifica como un aspecto relevante de la “ciudad burguesa” para
el caso latinoamericano, también es posible corroborarla en muchas ciudades europeas ba-
jo el predominio de las burguesías industriales del siglo XIX:
“Las fachadas, en consecuencia, se convirtieron en el soporte arquitectónico más eficaz
para hacer valer públicamente el “gusto” particular del cliente, es decir, la misma fun-
ción que, en el dominio privado, estaba destinada a toda clase de objeto mueble. La
proliferación de “concursos” y “premios” a las mejores fachadas, en este sentido, no es
más que consecuencia de pensar en el proyecto arquitectónico como si se tratara de un
“objeto de exposición” (…) la cultura del Historicismo (…) estaba interesada en decla-
rar que todo objeto de civilización –pasada o presente– merecía el honor de ser “expues-
to”, difundido, reproducido y, en definitiva, que así se avanzaba en la propagación del
«buen gusto»” 102
El papel del periodismo especializado, tanto en Europa como en nuestro país, con re-
lación al desarrollo de la cultura artística se orientó en varias direcciones. En primer lugar,
fue por excelencia el mecanismo de difusión del historicismo y el eclecticismo, que contri-
buyó a legitimar, como tendencia predominante, a partir del conocimiento de las obras del

101
Carlos F. Ancell. “Orientación profesional”, Revista de Arquitectura, marzo abril de 1917. El destacado es nuestro.
102
Angel Isac, op. cit, p.211.

121
Silvia Augusta Cirvini

pasado y del uso resignificado de los lenguajes históricos en el presente. En segundo lugar,
la reproducción de numerosos ejemplos con gráficos y fototipias buscaba educar a los po-
sibles comitentes (en general a la elite dirigente) y contribuir, con la difusión de las obras
consagradas, a la consolidación de una cultura arquitectónica y al desarrollo de las prin-
cipales “nociones del arte”, del “buen gusto”, “de los ideales de la belleza”, etc.
Por último, en tercer lugar, la creación de secciones en las revistas especializadas con
artículos sobre temas “doctrinales” o de opinión permitió desarrollar la crítica arquitectó-
nica la cual por una parte, al interior del campo, apuntaba a enriquecer la cultura y for-
mación artística de los arquitectos, por la otra, hacia lo social, buscaba promover el desa-
rrollo del gusto artístico de un público ampliado.
Hacia mediados de la década del ‘20 aparece ya una interpretación más “social” del
ejercicio de la profesión de arquitecto, por parte de A. Virasoro, que además de dedicar-
se al diseño en su estudio, era empresario de obras, por lo tanto tenía un entrenamiento
especial y una mayor amplitud de miras respecto de lo que significa la relación con los
clientes. Si bien sigue confiando a los jóvenes la “nueva arquitectura” (se refiere al art de-
có y a la arquitectura moderna), alcanza a avizorar los límites que tiene la práctica profe-
sional y cómo los arquitectos (en particular los jóvenes) son víctimas más que artífices de
las condiciones en las que producen sus obras. Así, su discurso cambia de destinatario. Ya
no son sus pares, los arquitectos, a quienes se dirige:
“Hay que cambiar el público para que cambien los arquitectos. Por eso he resuelto diri-
girme al público. Tal vez los que vengan detrás de mí me lo agradecerán, porque así a
ellos no se les opondrán ya los prejuicios y la rutina que ahora hay que echar abajo”.103
En la década del ‘20, el campo disciplinar ya está constituido, aunque ya no se ha-
bla de “gusto artístico”, sí continúa vigente el tema de la “cultura artística del público”.
La vanguardia moderna, la corriente nacionalista y americanista y los modernismos han
disputado espacio y poder a la camada fundacional: académica, ecléctica e historicista. Las
asociaciones profesionales, la regulación estatal sobre la arquitectura pública, el sistema de
Concursos habían tenido efectos sobre las grandes obras, pero no sobre la arquitectura do-
méstica, menor, aquélla en la que no había mediación profesional, que era por su volu-
men la que estaba modelando la imagen urbana de las principales ciudades.
Es entonces cuando los arquitectos salen en defensa del “interés general”, al atender
lo artístico en las ciudades, al velar por la “estética urbana”.104 Se busca expulsar a los “in-
trusos” del campo, pero como la reglamentación vigente no les impide trabajar en la ar-
quitectura privada, la solución esbozada en la prensa es hacer “racional y científica” la re-
glamentación municipal de construcciones, con lo cual los incompetentes se auto
excluirían. Pero los mismos arquitectos concluyen en que sólo una adecuada reglamenta-
ción del ejercicio profesional en el campo de la construcción que ubique “chacun à sa pla-
ce”, podrá garantizar que se cumplan los reglamentos de construcciones:
“Este es para nosotros un problema vital, ya que la acción tóxica del ambiente nos al-
canza. Defendamos el interés general defendiendo al mismo tiempo nuestra propia liber-
tad. El día en que la reglamentación profesional se imponga, empezará recién a pene-

103
A. Virasoro. “Tropiezos y dificultades al progreso de las artes nuevas”, en: Revista de Arquitectura, Nº 65, Buenos Aires,
mayo de 1926, p.180.
104
Horacio Terra Arrocena. “Reglamentación profesional”, en Revista de Arquitectura, Febrero de 1924, pp.45 y ss.
122
Nosotros los Arquitectos

trar en la conciencia de los propietarios la idea de su propia incapacidad para recetar


plantas y fachadas y estilos y caprichos a sus arquitectos. Acostumbrados a tratar con los
mercachifles del ramo “proyectistas”, siguen sintiéndose para su propio mal, paternales
mentores de los técnicos”.105
Las revistas técnicas registran un cambio notable en la década del ‘20 respecto de la
reglamentación profesional. Ya no hay defensores de la liberalidad a ultranza, hay consen-
so unánime en la corporación sobre la necesidad de regular y reglamentar el ejercicio pro-
fesional de la arquitectura, como se hace con la medicina o la abogacía, ya no puede admi-
tirse que cada propietario se convierta en arquitecto de su propia casa. Se reconoce que si
bien puede haber talentos sin estudios, títulos o diplomas…:
(…)“Pero lo probable, lo normal es que no ocurra así, y que el amateur que se dedica a
hacer Arquitectura, el que cree entender algo porque él también ha construido, el
que hace un planito, tomando idea de alguna parte, sea un inconsciente elaborador de
bodrios, un asesino del arte!
“¿Qué cada uno es dueño de hacer su casa cómo le dé gusto y gana? ¡No y mil veces no! El
derecho de una persona termina donde empieza el perjuicio de los demás y el señor que
hace su casa a su gusto condena al público a la existencia nefasta de esa casa, y a ese pú-
blico es al que me refiero al principio, al público en general, al que tiene que aguantar
los inconvenientes de que su ciudad sea un adefesio, que las casas de que dispone para vi-
vir, comprar o alquilar, sean concebidas sin pies ni cabeza, que sean antihigiénicas, sin
luz, sin aire, sin estética, sin composición de ninguna clase…”.106

2.4.2. El problema de la crítica arquitectónica y la cultura artística

Como ya se ha señalado, el desarrollo de la crítica era otro de los caminos posibles


que vislumbraban los arquitectos locales para contribuir al “engrandecimiento del arte” y
al acrecentamiento de la cultura artística.
Christophersen aborda el tema de la crítica de arte, en arquitectura, a partir de lo que
sucede en los Salones Anuales de Bellas Artes de Buenos Aires, considerando la posición de
quien la ejerce como alguien ajeno al campo disciplinar que se escuda en la inmunidad del
periodismo para hablar “de lo que ignora”.107 El autor afirma que esta tarea debe reservar-
se “para los espíritus selectos, preparados y eclécticos”, sin embargo está en manos de quienes
no tienen preparación suficiente “individuos ajenos a toda emoción y a toda sensación de ar-
te…” Compara nuestra situación con la de la crítica europea “donde verdaderos maestros se-
ñalan al artista su desfallecimiento, sus flaquezas dentro de las formas corteses y dignas que usan
los hombres superiores”…
Si la crítica ha de ser actividad reguladora de la práctica de los artistas, tiene la misión
de ayudar a superar los defectos, a actuar “como correctivo y enseñanza para el artista”. Chris-
tophersen señala agudamente que en Buenos Aires la crítica es superficial, denigra o elogia

105
Ibídem, p.48.
106
Exequiel Real de Azúa. “Algo sobre la Reglamentación profesional”, en Revista de Arquitectura, Julio de 1925, p.233 y ss.
El destacado figura en el original.
107
Alejandro Christophersen, “A propósito de las críticas de arte”, en Revista de Arquitectura, Año III, Nº 12, 1917, p.30.

123
Silvia Augusta Cirvini

en exceso, lo cual no sirve a nadie, ni al artista que queda perplejo ni a la opinión pública
que queda confundida. Es importante señalar que el medio en donde se menciona el de-
sempeño del cronista de arte es la prensa diaria de difusión general y no la revista especiali-
zada, donde la corporación de arquitectos tiene mayor capacidad de control y de censura.
La propuesta del portavoz de la corporación de los arquitectos es profesionalizar la
función del crítico por una parte, jerarquizando esta tarea que “tiene una misión muy al-
ta, es guía, es norte, es derrotero para el artista” y suprimir la crítica anónima por la otra,
ya que firmar un artículo –dice– implica responsabilizarse del contenido así como el artis-
ta lo hizo de su obra:
“Si en cambio el crítico pusiera su firma al pie de su sentencia crítica, como el artista la
puso al presentar su obra al público, meditaría, y estudiaría sus juicios para llevar al ar-
tista su corrección estética, su aplauso o su advertencia, según el caso, y al público una opi-
nión que le sirva de criterio y de enseñanza”.108
Esta visión negativa de la crítica, en cuanto al apoyo en el desarrollo del arte y el cre-
cimiento profesional de los arquitectos, es compartida con la prensa arquitectónica europea:
…“la crítica en materia de arquitectura es apasionada e injusta, y lejos de servir para es-
timular a los arquitectos, produce en ellos el desaliento o la indiferencia, cuando no cier-
to fatal pesimismo, que inclina su ánimo a prescindir por completo de toda intención ar-
tística, abandonándose por entero al fin industrial a que por los profanos e imperitos se
empujan en el día al arte de construir”.109
Los ámbitos donde se producía el encuentro entre público, artistas y críticos eran, en-
tre otros, los de las Exposiciones que se efectuaban todos los años junto a las artes plásti-
cas, escultura y pintura. La participación en estos Salones Anuales de Bellas Artes no des-
pertaba interés ni en los jóvenes arquitectos, ni en los que tenían prestigio consolidado.
Christophersen reflexiona sobre este hecho y concluye que las exposiciones no son ámbi-
tos reconfortantes para la profesión ni en Argentina ni en Europa. La causa, dice, parece
hallarse en que el dibujo arquitectónico no atrae al público, es un lenguaje de difícil com-
prensión y tiene sólo la función de expresar el proyecto cuya concreción es la obra. Es de-
cir, desde el portavoz del gremio, es absoluta la descalificación de estos salones para alcan-
zar la consagración y la legitimación dentro de la profesión. La especificidad de lo
arquitectónico requiere de ámbitos diferentes de los de las artes plásticas. Lo que se “ven-
de” en arquitectura no es obra sino “proyecto”, por lo tanto, el mercado de bienes (respec-
to de la escultura y la pintura) se mueve con otra lógica, por lo tanto también los espacios
y los mecanismos de consagración y de intercambio varían.
En Europa, desde las últimas décadas del XIX, es permanente la mención por parte
de la prensa especializada de las dificultades que ofrecía la presentación de obras de arqui-
tectura en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes. En estos ámbitos reconocidos de
consagración, útiles para las otras “bellas artes”, los proyectos de arquitectura no pueden
rivalizar con las obras pictóricas y las esculturas. Estas obras de arte pueden ser apreciadas,
valoradas y fundamentalmente adquiridas, mientras que los arquitectos deben conformar-

108
Ibídem.
109
Artículo sin firma, titulado “Los críticos”, publicado en la Revista de la Sociedad Central de Arquitectos (1883), España, ci-
tado por Isac, op. cit, p.192.
124
Nosotros los Arquitectos

se sólo con los premios. No pueden encontrar en estas exposiciones “justa recompensa” ni
“honra verdadera”: “no son el lugar más a propósito para que los arquitectos concurran en bus-
ca de un nombre o a conquistar las simpatías y el favor de un público (…) como sucede con los
de las otras artes plásticas”.110
Se plantea, no hay duda, una distancia infranqueable con el público neófito. Las di-
ficultades parecen residir en las características de la expresión del proyecto arquitectónico,
sólo comprensible para iniciados en este arte, “los demás, en general, sólo ven en sus trazos o
planos un laberinto, una obra de paciencia que les gusta poco más o menos, según el adorno que
distinguen en el papel”.111
A la indiferencia del público se asocia la de la prensa común que, en la mayoría de
los casos, elude o ignora la mención de la sección de arquitectura en estas exposiciones:
“La Sala de Arquitectura se ve constantemente desierta, nadie se para ni por curiosidad
ociosa, a ver que representan aquellas líneas y colores que forzosamente se ofrecen a la vis-
ta; y las producciones de nuestros arquitectos, condecoradas honrosamente con los tarjeto-
nes de premio, pasan las horas y los días mirándose unas a otras como los retratos aban-
donados en la sala de una antigua residencia señorial”.112
El estudio de Isac sobre las publicaciones periódicas de arquitectura en España con-
firma que la participación de los arquitectos en las Exposiciones de Bellas Artes fue censu-
rada tanto por las revistas profesionales, que no la consideraban un ámbito adecuado para
promover el desarrollo del arte y el reconocimiento de la profesión, como también por las
duras críticas que provocaba en la prensa diaria y en las revistas “ilustradas” de la época.113
Las soluciones que se esbozan como propuestas, tanto en Europa como en nuestro
país apuntan a definir un espacio exclusivo para las exposiciones de la arquitectura, tanto
de proyectos como de obras realizadas. Fue habitual entonces, desde las dos primeras dé-
cadas del siglo realizar exposiciones de los proyectos premiados en los Concursos o anexas
a los Congresos de Arquitectura. Sin embargo, estas exposiciones no contaban sino con un
público muy restringido.
Finalmente, el modo más directo y aprehensible que tenía el público en general pa-
ra entrar en contacto con la arquitectura era la visita a las grandes exposiciones nacionales
e internacionales, donde los edificios de los “pabellones” de los países o de las provincias,
según el caso, era una muestra tangible del “estado del arte” y donde la primacía de lo ar-
quitectónico era evidente. Otro medio eficaz de una importante llegada a un público ex-
tendido fue el de las reproducciones fotográficas que podían ser expuestas o que circulaban
en álbumes de propaganda, homenaje, regalo, etc.
Para concluir, el tema de la cultura artística aparece en ámbitos donde se plantea un
espacio de confrontación entre el gremio de los arquitectos y el público, ya sea éste repre-
sentado por los funcionarios de las “comisiones de ornato”, los miembros de los jurados de

110
Eduardo de Adaro, “La sección de Arquitectura en la Exposición de Bellas Artes”, Revista de Arquitectura Nacional y Ex-
tranjera (R.A.N.E.) V (1878), pp. 34-37, España, citado por Isac, op. cit., p.186.
111
Antonio Ruiz de Salces, “Dos palabras sobre la actual Exposición Nacional de Bellas Artes y sobre la adjudicación del Pre-
mio de Honor”, R.A.N.E. VIII (1881), pp. 103-107, citado por Isac, op. cit, p.187.
112
Eduardo Saavedra, “La Arquitectura en la Exposición de Bellas Artes”, Anales de la Construcción y la Industria (A.C.I.) I,
(1876), pp. 49-51, citado por Isac, op.cit., p.205.
113
Angel Isac, op. cit, p.206.

125
Silvia Augusta Cirvini

Concursos, neófitos en materia artística, los comitentes (clientes, funcionarios de gobier-


no) y el público en general en el caso de las exposiciones de Bellas Artes.
Las principales demandas que surgen, según registra la prensa especializada, de esta lu-
cha de reconocimiento que libra el gremio, particularmente en esta etapa fundacional son:
• Los arquitectos se opondrán a la acción de las comisiones de ornato y estética pú-
blica, porque su funcionamiento está sujeto a la arbitrariedad del poder político y
al “mal gusto” de la clase dirigente.
• También desestiman la participación en los Salones de Bellas Artes porque no son
ámbitos específicos para la arquitectura y sí en cambio se adaptan a las exigencias
de la pintura y la escultura.
• Si bien reconocen al cliente derechos con relación al “gusto artístico”, el gremio
advierte sobre los peligros de la “tiranía de la moda”, donde se ampara la acción
de los advenedizos del campo.
En síntesis, la corporación de los arquitectos en un doble movimiento hacia lo social,
reclama (lo que le pertenece) y ofrece (un plus diferencial) apoyándose en:
1) Ser los únicos autorizados para dictaminar con relación a lo bello desde un lugar
específico: el de portadores del “saber hacer” en materia de “arte arquitectónico”.
2) La necesidad de generar espacios diferenciados respecto de las otras bellas artes,
donde sea posible poner en juego lo específico, ámbitos que permitan al público
una valoración y apreciación más completa de la obra de arquitectura. Esta de-
manda promoverá nuevos rituales vinculados al consumo de lo arquitectónico, en
las exposiciones nacionales e internacionales, las muestras fotográficas y aun en las
conferencias y la prensa especializada como medios eficaces de difusión de la cul-
tura arquitectónica.

PARTE II
3. DEBATES CENTRALES Y POSICIONES POR LA
CONSTITUCIÓN DEL CAMPO
3.1. Estado del arte arquitectónico
3.1.1. La posición fundacional del campo
3.1.1.1. INTRODUCCIÓN

Para considerar, en un contexto, el debate sobre el “arte arquitectónico” a principios del


siglo XX en Argentina, particularmente en Buenos Aires, como centro cultural y simbólico
del país, es imprescindible ampliar el análisis en dos dimensiones: una temporal, hacia el si-
glo XIX y otra espacial, hacia Europa. Esta aproximación, global por cierto, nos permite eva-
luar en qué medida y de qué maneras, la elaboración de respuestas al arte arquitectónico de
este período, clave por lo fundacional del campo, fue entre nosotros resultado de múltiples
articulaciones y superposiciones, de historias propias (nuestro siglo XIX: el proyecto moder-
nizador, la urbanización, la inmigración, la representación imaginaria del progreso indefini-
do) o de condicionantes ajenas (particularmente del proceso seguido por el arte europeo).

126
Nosotros los Arquitectos

Sin dudas que el tratamiento de este debate en nuestro país y sus vínculos externos,
podría ser por su amplitud, objeto de un trabajo específico. Por eso, es pertinente aclarar
que sólo nos limitaremos a tratar aquellos tópicos vinculados o articulados con la consti-
tución del campo disciplinar en Argentina y que, por su amplitud o generalidad, no pue-
dan ser tratados en los otros debates analizados. En este marco buscamos contribuir con
la formulación de respuestas a ciertas preguntas centrales sobre el “arte arquitectónico”:
por qué y cómo el “Eclecticismo” tuvo ese papel protagónico en el proceso de constitu-
ción del campo y del habitus de la Arquitectura en Argentina, de qué modo sus prácticas,
ligadas a un modo de concebir y producir las obras, fueron coincidentes con la demanda
que el proceso modernizador instauró dentro de la cultura argentina.
En primer lugar, es importante señalar la distancia que en el campo artístico existía
con Europa en la segunda mitad del siglo XIX. Del otro lado del Atlántico, las preocu-
paciones centrales en torno del “arte arquitectónico” eran: hallar respuestas artísticas ade-
cuadas al “mundo moderno”, elaborar un “estilo propio” dentro del mare mágnum de es-
tilos históricos, ajustar oferta y demanda en una situación de grandes cambios
económicos, sociales y tecnológicos, etc. En nuestro país, como en otros del cono sur la-
tinoamericano, las elites gobernantes buscaban afianzar la organización del estado nacio-
nal después del lento proceso de la Independencia; para ello se abocaron a la elaboración
y puesta en marcha de un proyecto modernizador de vasto alcance. Sólo algunos intelec-
tuales (escritores, estadistas, políticos) podían visualizar la importancia de los aspectos
culturales del problema del desarrollo nacional, en quienes es posible advertir la búsque-
da de modelos en todos los campos de la vida social: política, legislación, educación, eco-
nomía, etc. Con la denominada “generación del ‘37”, la vinculación cultural con Euro-
pa fue importante pero limitada a un reducido grupo con intereses políticos y atinentes
a los aspectos estructurales de la organización del país. Lo artístico no se manifestaba aún
como una demanda importante. El período constitucional y las denominadas presiden-
cias fundadoras de Mitre, Sarmiento y Avellaneda, estuvieron abocadas a concretar lo que
constituía la base de un proyecto de vasto alcance: la pacificación, la unidad de la Nación
y un mecanismo de organización estatal que permitiera el control territorial y la recauda-
ción de impuestos.
Es a partir de la acción de la “generación del ‘80” (Roca y sus seguidores) cuando se
logra instaurar un contacto cultural fluido, permanente y ampliado de toda la clase diri-
gente con el viejo mundo. Recién a partir de entonces, podemos afirmar que algunas de
las preguntas que circulaban en la prensa especializada europea son asumidas como pro-
pias por nuestros arquitectos (argentinos o extranjeros afincados en el país), un pequeño
grupo de agentes que se hallan empeñados en la constitución de un campo disciplinar di-
ferenciado de la ingeniería.
Puede afirmarse, sin dudas, que en la Argentina de mediados del siglo XIX se pro-
duce una bisagra entre un antes y un después en la cultura material vinculada al espacio
urbano y arquitectónico. Hasta entonces habían perdurado elementos residuales tanto en
los usos como en las formas coloniales, simples y rudimentarias del antiguo virreinato,
modificadas paulatinamente por las técnicas y materiales, la modulación y la ordenada
métrica italianizante que fueron incorporando los primeros técnicos extranjeros llegados
desde la Independencia. Sin embargo, mediaba aún una gran distancia entre el convulsio-

127
Silvia Augusta Cirvini

nado panorama arquitectónico europeo, influido por la modernización y la industrializa-


ción y la situación argentina.
Las diferencias son notables, visibles y explicables por condiciones de desarrollo del pro-
pio proceso histórico global. Argentina era un país extenso, subpoblado y con una economía
de base agrícola y ganadera, con pocas ciudades importantes y una clase dirigente terratenien-
te conservadora cuyos orígenes se remontaban a tiempos coloniales. La arquitectura estaba
sujeta a formas de funcionalidad pre-moderna, y era en el plano simbólico, respuesta a nece-
sidades elementales de una sociedad criolla de escaso refinamiento. El relativo aislamiento en
el que estuvo sumido el país, en particular el interior, durante las décadas de las luchas civi-
les, con un débil desarrollo de las ciudades había favorecido la continuidad de modelos cul-
turales cerrados, de repetición, con escasa alteración en el tiempo. Se hacía difícil en ese con-
texto pensar en el desarrollo cultural, en particular de la estética urbana y arquitectónica que
requerían de un soporte material y técnico que el país aún no tenía.
Desde mediados del siglo XIX, las miradas se orientaron decididamente hacia Europa
como referente cultural, aun en el caso de Sarmiento, cuya ferviente admiración por los Es-
tados Unidos no hace sino reforzar la condición ecléctica de la arquitectura del siglo XIX y
legitimar con esta operación la apropiación y la resignificación de la cultura clásica, en de-
finitiva europea, que ofrece el “arte americano” al que propone imitar.
El papel desempeñado por las elites intelectuales, políticas y económicas, el fenóme-
no inmigratorio y la escasa importancia material que tuvieron en nuestro país las culturas
indígenas contribuyeron a forjar el mito del “europeísmo argentino”. Dentro del campo ar-
tístico, existieron dos mecanismos básicos a través de los cuales la Argentina devino en po-
cas décadas, en un apéndice americano del continente europeo. Por un lado, los sectores di-
rigentes que asumieron el proceso de organización nacional (1850-1880) y sus herederos
que materializaron la modernización social y cultural (1880-1930) manifestaron una acen-
tuada actitud eurocéntrica en la formulación de las políticas culturales y sociales vinculadas
a lo arquitectónico y urbanístico, que privilegiaron el “civilizado” progreso, vinculado a Eu-
ropa, frente a la “barbarie” representada por el pasado indígena, criollo e hispánico. Por el
otro, la significativa y activa participación de extranjeros en los cuadros técnicos y profesio-
nales que actuaron como base estructural de las grandes transformaciones de la moderniza-
ción, tanto en la obra pública, como en la edilicia privada y la organización de las institu-
ciones de formación profesional.
Ya los primeros técnicos europeos habían llegado durante el gobierno de Rivadavia
(década de 1820), así como también de esa época son las primeras reparticiones estatales di-
rigidas a la administración del territorio, lo arquitectónico y urbanístico; pero será recién
con el período constitucional, cuando esta labor será sistemática, planificada y continua, ex-
tendiéndose con la acción de los Departamentos Topográficos no sólo a las grandes ciuda-
des sino a todo el territorio nacional. Más tarde, la creación de la Facultad de Ciencias Exac-
tas en la Universidad de Buenos Aires y la organización de las primeras reparticiones
nacionales para las obras públicas, requirió de la incorporación selectiva de extranjeros con-
tratados particularmente en Italia. A partir de 1880 y hasta 1914, la incorporación de cua-
dros técnicos crece notablemente al ritmo de los flujos inmigratorios que traen y atraen al
país no sólo a profesionales, sino a toda una amplia gama de artesanos, obreros y trabajado-
res vinculados directa o indirectamente con la construcción.

128
Nosotros los Arquitectos

En este marco, proponemos desarrollar algunos aspectos o ejes estructurantes del deba-
te sobre el “arte arquitectónico” durante el siglo XIX que se hallan articulados al momento fun-
dacional del campo en nuestro país. En primer lugar, nos parece pertinente precisar las nocio-
nes de Eclecticismo e Historicismo porque aluden a posiciones centrales y fundacionales del
campo disciplinar en Argentina; luego, abordaremos ciertos tópicos vinculados con el desarro-
llo del debate sobre el “arte arquitectónico” y su transposición desde Europa a nuestro país.

3.1.1.2. DOS CONCEPTOS VINCULADOS: ECLECTICISMO E HISTORICISMO

“Eclecticismo” es un término polisémico que, en el marco de este trabajo, utilizamos


en dos acepciones, específicamente definidas dentro de la historiografía arquitectónica:
a) Puede ser entendido como condición ecléctica: en este caso, consiste en la funda-
mentación del pensamiento arquitectónico que se desarrolla en el lapso transcurrido entre
la aparición de los primeros fenómenos que quebrantan la exclusividad del clasicismo y la
aceptación generalizada del racionalismo (1750-1920).1
b) Puede ser entendido como actitud ecléctica (Collins, 1965) o, como proyectación
ecléctica (Patteta, 1975), es decir, la disponibilidad de los códigos del pasado que tuvieron
los arquitectos de la segunda mitad del XIX y principios del XX, adoptando indistintamen-
te estilos diversos o mezclándolos en un mismo edificio. Este último significado es el que
usualmente tenía en la época y con el que aparece en la mayoría de los textos analizados.
La noción de eclecticismo en arquitectura está vinculada al significado que tiene en
filosofía. Etimológicamente “eclecticismo” significa escuela o secta que elige o selecciona lo
que estima “lo mejor” de cada doctrina. El término eclecticismo en filosofía puede quedar
precisado de diversos modos 2:
• En un sentido amplio puede calificarse como “eclécticos” a los filósofos que no son
sectarios o dogmáticos. Esta calificación puede ser aplicada a una considerable
cantidad de pensadores.
• En un sentido más estricto, puede denominarse “ecléctica” la escuela desarrollada
por Víctor Cousin y sus partidarios en el siglo XIX, cuya doctrina es con frecuen-
cia llamada “espiritualismo ecléctico”. Para Cousin el eclecticismo es a la vez una
posición filosófica y una determinada fase en la historia de la filosofía. La posición
filosófica consiste en la adopción de un criterio a través del cual se seleccionan las
doctrinas del pasado. Cousin desaconsejaba el “ciego sincretismo” que intentaba
aproximar por la fuerza los sistemas contrarios. Dice Cousin “Lo que recomiendo
es un eclecticismo ilustrado que, juzgando con equidad e inclusive con benevolencia to-
das las escuelas, les pida prestado lo que tienen de verdadero y elimine lo que tienen de
falso. Puesto que el espíritu de partido nos ha dado tan mal resultado hasta el presente,
ensayemos el espíritu de conciliación” (Du Vraie, du Beau, du Bien. Discurso prelimi-
nar) 3. El eclecticismo de Cousin es resultado de una actitud conciliadora, toleran-

1
Las obras de referencia son:
• Peter Collins. Los ideales de la arquitectura moderna. Su evolución 1750-1950, Barcelona, Gustavo Gili, 1977.
• Luciano Patteta. L´arquitettura dell´Eclettismo. Fonti. Teorie. Modelli, 1750-1900, Milano, Gabriele Mazzotta editore, 1975.
2
José Ferrater Mora. Diccionario de Filosofía, Tomo I, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1971, pp. 496 / 497
3
Víctor Cousin, citado por Ferrater Mora, Ibídem.

129
Silvia Augusta Cirvini

te y esencialmente moderada, por medio de la cual se intenta “salvar” el pasado


pero no restituirlo íntegramente.
En toda tendencia ecléctica, tanto filosófica como arquitectónica, puede observarse
entonces la presencia de ciertos elementos constantes como: la oposición al dogmatismo y
a todo exclusivismo en nombre de la conciliación y la moderación, la búsqueda de un cri-
terio de verdad que permita no sólo justificar las propias posiciones, sino también las adop-
tadas desde otros puntos de vista, la búsqueda de armonía entre posiciones aparentemente
contrarias. El eclecticismo en filosofía, no es “sincretismo” (mera acumulación) ni tampoco
“integracionismo” (dialéctica y creación). La característica más saliente del eclecticismo pa-
rece ser la moderación constante, inclusive con respecto a la propia actitud ecléctica.
Víctor Cousin, como dijimos, dio difusión en Francia a mediados del siglo XIX, al
eclecticismo filosófico que fue la filosofía política del moderantismo. Casi simultáneamen-
te, se inicia el eclecticismo en arquitectura como una tendencia con carácter de doctrina li-
beradora del exclusivismo grecorromano, del vitruvianismo de las Academias.
El “Historicismo” en cambio, es una cualidad de la cultura europea que se asienta
en la “facultad genérica del pensamiento moderno, cuyo origen se encontraría en la segunda mi-
tad del siglo XVIII, caracterizada por introducir en el conocimiento intelectual una serie de ele-
mentos anti-iluministas. Estos son los que conformaron un nuevo entendimiento de la Historia,
no apoyado en la fiabilidad de la razón, sino basado en la rehabilitación de las capacidades sub-
jetivas del individuo y en la relatividad del acontecer histórico”.4
El “revival” en arquitectura, es una actitud propia del razonamiento historicista, así
como la actualización de significados de los lenguajes y formas del pasado o la oposición a
la hegemonía absoluta de la razón clásica (vitruvianismo). En este marco, desde fines del
XIX en nuestro país, las propuestas historicistas se filtrarán en el horizonte ecléctico de la
época y legitimarán un abanico de posiciones: desde el neogótico hasta el neoplateresco,
desde las arquitecturas “regionales” a los pintoresquismos.
En lo arquitectónico, frecuentemente, los términos historicista y ecléctico aparecen
como equivalentes o asociados, pero, el primer concepto se refiere a los hechos arquitectó-
nicos en el ámbito de los intereses culturales contemporáneos de la época, mientras que el
segundo se refiere a la naturaleza específica del pensamiento arquitectónico. Nuestros ar-
quitectos, entre 1880 y 1940 fueron esencialmente eclécticos, sin embargo también puede
afirmarse que fueron historicistas, clasicistas o modernos, según la circunstancia, el mo-
mento o el cliente. La práctica generada, a partir de la asociación del eclecticismo con el
historicismo, fue determinante del “modus operandis” de la etapa fundacional del campo,
el cual había adquirido legitimidad en Europa y era considerado conveniente y adecuado
dentro de la “modernizada” sociedad argentina.
En Europa, durante el siglo XIX, al perder el valor universal, permanente y hegemó-
nico la posición clásica, hubo una crisis del orden epistemológico del “vitruvianismo”, lo
cual, por una parte, legitimó el uso de elementos “bárbaros” provenientes de la Edad Me-
dia (romanticismo / goticismo) y por la otra, el quiebre de los rígidos códigos clásicos en
la composición favoreció el desarrollo del eclecticismo. Si bien el clasicismo se mantuvo in-
cólume en las Academias se relativizó su valor exclusivo. Veamos muy sintéticamente so-

4
Friedrich Meineke, El historicismo y su génesis, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1983, p.7.

130
Nosotros los Arquitectos

bre qué ejes de debate se organizó en Europa la crítica al exclusivismo clásico, cuya conse-
cuencia fue en términos generales la difusión del eclecticismo como “estilo de transición”
y el florecimiento de los historicismos, desarrollos que no fueron homogéneos ni simultá-
neos en los diferentes países europeos, menos aún en los alejados estados americanos.
Inglaterra tuvo en el siglo XIX un proceso muy particular donde, el desarrollo del gó-
tico y la manera medieval de construir nunca murieron, lo cual estuvo vinculado a dos cues-
tiones fundamentales: por una parte, el carácter nacional de la arquitectura gótica, por la otra,
la estrecha vinculación, casi homologación entre estilo y religión cristiana. Pugin fue aún más
allá, formuló un verdadero programa de reutilización del gótico que superaba el revival ar-
queológico, donde vinculaba moral y fe con estética y arte, y con ello logró instalar en la so-
ciedad inglesa una idea-lema: que el gótico no era sólo un estilo, sino que era una religión y
que era mejor que el clasicismo grecorromano porque la religión cristiana era superior al pa-
ganismo.5 La Edad Media se convertía así en el XIX en modelo de vida comunitaria y de crea-
ción artística, al tiempo que se adjudicaba un origen natural a la arquitectura gótica.6
En el siglo XIX el interés por la arquitectura medieval o por las distintas manifesta-
ciones del romanticismo, se manifestó de diferentes maneras en los distintos países de Eu-
ropa, que apuntaban a:
• Combatir el exclusivismo del dogma clásico.
• Establecer la superioridad del sentimiento, de la imaginación y de las facultades
del “genio” sobre cualquier sistema normativo.
• Indagar en los orígenes nacionales de las distintas culturas para marcar la singula-
ridad de cada pueblo o nación.
• Procurar la recristianización de la sociedad.
• Establecer la relatividad de la historia.
Hacia mediados del XIX se desarrolla en Francia en particular, una oposición o que-
rella entre “góticos y clásicos” que tiene una fuerte impronta política, situación que termi-
nó favoreciendo el desarrollo del eclecticismo. Los góticos apelaban a los sentimientos po-
pulares nacionales y liberales; los clásicos estaban sujetos, en cambio, a un cierto inter-
nacionalismo aristocrático, académico y conservador.
Los primeros proponían la reutilización de los principios presentes en el gótico para
la nueva arquitectura, debiendo para ello cambiar la enseñanza exclusivista de l’École. Los
clásicos, como Raoul Rochette 7, advirtieron que el desarrollo en favor del gótico podía
conducir a un nuevo exclusivismo y entonces optaron por avalar como tendencia al eclec-
ticismo. Esta querella dentro del campo disciplinar de la arquitectura puso en evidencia en
toda Europa, la influencia que habían alcanzado particularmente en la sociedad francesa,
los arqueólogos e intelectuales del romanticismo.
El goticismo, como todo historicismo, fue progresivamente aceptado en las Acade-

5
Cf. Angel Isac, op. cit., p.15.
6
Tardíamente, Lugones a principios de siglo XX desarrollaría el tema del uso de la arquitectura gótica en nuestro país.
Leopoldo Lugones. “La Cacolitia” en Piedras Liminares (1910). Obras en prosa. Selección y prólogo de L. Lugones (hijo),
Aguilar, México, 1962.
7
Raoul Rochette fue secretario de la Academia de Bellas Artes de París, sucesor de Quatremère de Quincy.
8
No hay que olvidar la importancia central y el gran desarrollo teórico y técnico que alcanza, dentro de las Academias, la
restauración de monumentos como campo específico en la disciplina, no sólo en Francia (con Viollet le Duc) sino tam-
bién en Italia, Alemania y España.

131
Silvia Augusta Cirvini

mias a medida que avanzaba el siglo XIX, y fueron consideradas como prácticas prestigio-
sas dentro de la disciplina, las restauraciones de edificios medievales.8 También fueron re-
conocidas las cualidades técnicas y estéticas del gótico pero se negaba rotundamente su ca-
pacidad para constituir un lenguaje válido para el estilo propio del siglo XIX.

3.1.1.3. EL “ARTE ARQUITECTÓNICO” COMO DEBATE DESDE EUROPA A AMÉRICA

El “estado” del arte arquitectónico aparece como un tema recurrente, como una iso-
topía, en los textos académicos y en las revistas especializadas del siglo XIX, tanto en Fran-
cia como en España. Los análisis que se realizan desde el espacio rector de la consagración
del arte, oponen decadencia a regeneración, en una sucesión de pares de opuestos vincula-
dos, en la descriptiva, a la decadencia y en la proyectiva, a la regeneración.
Cuando se buscaba identificar a los responsables de la postración artística, por lo ge-
neral, se adjudicaba la situación a razones concurrentes: la sociedad industrial en transfor-
mación, el individualismo propagado por las nuevas teorías políticas y económicas y la pos-
tergación de los sentimientos religiosos. Se alimentaba de este modo una representación
colectiva que acentuaba la componente utópica, en una abierta oposición entre el indivi-
dualismo de la sociedad industrial y el idealizado esfuerzo colectivo que, para el romanti-
cismo del XIX, significaba la sociedad medieval.
También es habitual hallar en el discurso arquitectónico europeo del XIX, una inter-
pretación determinista (materialista) de la producción arquitectónica como un fiel reflejo
de las condiciones materiales de existencia.9 …“cuando las ideas sociales se confunden, el ar-
te se expone a divagar”, decía el académico Rada y Delgado en 1883, a la vez que manifes-
taba su apoyo al eclecticismo como estilo de transición, que lejos de ser perjudicial, decía
Rada, ofrecía las mejores condiciones para un renacimiento artístico:
“El arte arquitectónico en nuestro siglo tiene que ser ecléctico, pero no ecléctico confun-
diendo los elementos de todos los estilos para producir composiciones híbridas en que no se
encuentre un pensamiento generador y dominante… El eclecticismo, pues, así entendido,
forma en nuestro juicio la nota característica de la arquitectura de nuestra época, sin que
esto sea obstáculo para que pueda formarse, andando el tiempo y pasado el período de
transición que atravesamos, un estilo propio, con peculiares caracteres de originalidad”.10
Serrallach (1884) coincidía en aceptar el eclecticismo en la etapa de transición y re-
visión de doctrinas, de manera de crear las condiciones de producción de un estilo propio
para el siglo XIX:
“El eclecticismo, ya que no puede fundar un arte nuevo, por ser sistema y no principio,
destierra los procedimientos exclusivistas y combate los antagonismos … No ignoramos
que el eclecticismo no ha constituido, ni es capaz de constituir una arquitectura con ca-

9
Con algunas décadas de diferencia, las revistas de arquitectura entre nosotros sostendrán la misma teoría del reflejo, donde
la arquitectura es un espejo de la sociedad. Esta noción materialista de la cultura está asociada, por lo general, en el caso
argentino al liberalismo positivista.
10
Juan de Dios de la Rada y Delgado, Caracteres de la Arquitectura contemporánea (1883), pp.28-29, citado por Ángel Isac,
op. cit., p. 78.
11
Leandro Serrallach y Mas, Discurso sobre el tema de las causas que influyen en el estado actual de la Arquitectura (1884), pp.25-
2 6 ,

132
Nosotros los Arquitectos

rácter propio, (…) La misión del eclecticismo en el presente momento no es otra que la de
iluminar las inteligencias…”.11
El Marqués de Monistrol, otro académico, definió la arquitectura de la época como
una “máscara trágica” (figura retomada y difundida más tarde por Nicolaius Pevner) de la
que no eran artífices los arquitectos sino la sociedad entera:
“El espíritu de la duda, tanto en religión como en el arte, se ha apoderado del dominio
público: se cree en todo y no se cree en nada (…) Ni siquiera se respetan los estilos que se
adoptan; se les confunde y se les desfigura, y se les trastorna en sus disposiciones fundamen-
tales. ¡Y a esta verdadera anarquía se da el pomposo nombre de invención!” 12
Según Arturo Mélida y Alinari (1899), las causas de la decadencia de la arquitectura se
asentaban en el utilitarismo de la época, la desaparición del antiguo maestro de obras y el
hecho de confundir la construcción con la arquitectura, lo que ponía en riesgo la conside-
ración del arquitecto como artista. Arturo Mélida proponía dos puntos de apoyo para el
resurgimiento arquitectónico: la belleza de la estructura “donde reside el verdadero clasi-
cismo” y apuntar las búsquedas de una estética para los nuevos materiales, ambos tópicos
ligados a la Ingeniería y a la vanguardia moderna.
Las Academias reconocieron oficialmente la condición ecléctica de la arquitectura en
las últimas décadas del siglo XIX, cuando la búsqueda de un estilo propio de la época evi-
denciaba un desajuste entre la oferta y la demanda. El desarrollo de la Arqueología había
estimulado la metodología de la copia, principalmente a partir del gran desarrollo del go-
ticismo. Es más, se hablaba de una “arquitectura arqueológica”, que legitimaba la imitación
de “todos los estilos” del mundo conocido. Sin embargo, para los académicos, el desarro-
llo de la arquitectura contemporánea no podía limitarse a resucitar formas artísticas, lo cual
hubiera sido renunciar a la idea de progreso continuo, y no hay que olvidar que en última
instancia los académicos eran, ante todo, racionalistas:
“Resucitar un arte que ha dejado de existir, porque dejaron de existir las condiciones so-
ciales que lo reclamaron, es hacer una tentativa imposible, es luchar en vano contra la
fuerza de las cosas, es desconocer la naturaleza de la sociedad, que tiende siempre y sin ce-
sar al progreso por medio del cambio de las ideas” 13(…)
“No hay tanto para las artes como para las sociedades, más que un medio natural y legí-
timo de producirse: este es el de pertenecer a su siglo, vivir con las ideas del mismo, apro-
piarse de todos los elementos de la civilización que encuentran a la mano; y crear obras
que les sean propias, tomando en lo pasado y escogiendo en lo presente todo cuanto pueda
servir a su uso”.14
El Eclecticismo fue difundido en toda Europa a través de las revistas y los libros de
modelos (patterns books), de tiradas cada vez mayores y de menor costo. También fueron
importantes las publicaciones acerca de edificios históricos monumentales como producto
del auge de la historiografía arquitectónica y del desarrollo disciplinar de la restauración,
como campo de saber prestigiado, asociado a la arqueología.
El Eclecticismo fue aceptado como un elemento de transición en espera del naci-

12
Marqués de Monistrol, contestación al discurso de recepción en la ASF de Rada y Delgado, citado por Ángel Isac, op. cit., p. 79.
13
Raoul Rochette, Consideraciones sobre la cuestión de determinar si es conveniente construir iglesias de estilo gótico en el siglo
XIX, citado por Ángel Isac, op. cit., p. 24.
14
Ibídem, p.25.

133
Silvia Augusta Cirvini

miento de un estilo original y propio del siglo XIX. El problema del estilo ocupaba un lu-
gar preferente en los debates de la época. Tanto Daly como Viollet le Duc consideraron
que la principal tarea de los arquitectos de su época era resolver los parámetros técnicos y
figurativos contenidos en el concepto de estilo, que permitiera hallar uno propio del siglo
XIX. Sin embargo, una cierta homologación entre estilo y decoración / ornamentación
condujo inevitablemente a la desvalorización de la arquitectura ecléctica por parte de sus
contemporáneos y a desconocer su papel innovador en la resolución de los tipos funciona-
les modernos. Recién en 1910, Adolf Loos reconocerá por primera vez los valores de la ar-
quitectura ecléctica afirmando que era falso e incorrecto aquello que se pensaba en el siglo
XIX de que se carecía de estilo arquitectónico. Para Loos el estilo estaba escondido debajo
de la ornamentación historicista, los edificios “desnudos” eran notablemente innovadores.15
Desde mediados del XIX, las Academias se ubicaron contra todo exclusivismo y de-
jaron la discusión abierta acerca del estilo más apropiado al siglo. Sin embargo es evidente
que es la función la que rige los procesos de cambio, es la adaptación de las formas al des-
tino de los edificios la condición necesaria e indispensable de adecuación a los “tiempos
modernos”:
“Estudiemos pues todos los estilos y las obras maestras de todas las edades, y de todas las
naciones; pero tengamos muy presente que el primer elemento de belleza es la convenien-
cia, esto es la relación armoniosa del edificio con su destino especial y con todas las
condiciones que le imponen su situación, la naturaleza del clima, y el estado de la civili-
zación a la que pertenece; tomemos después, al crear un edificio, los caracteres generales
de sólo tal o cual gran familia de monumentos, modifiquemos el tipo que de entre ellos
hayamos escogido, imprimámosle un carácter particular, y apropiémosle en lugar de co-
piarle”. 16(SC)
En la segunda mitad del XIX, la Arqueología marcha hacia un rigor positivista, apo-
yada por los resultados de una gran cantidad de expediciones, descubrimientos, excavacio-
nes y restauraciones de ruinas y edificios monumentales. El conocimiento arqueológico se
erige en paradigma historicista: hace renacer todo estilo del pasado al dignificarlo por su
condición de histórico. La arqueología, como disciplina está ligada a la historia y a la con-
servación de monumentos, lo cual la ubica en una posición instrumental privilegiada en
las políticas culturales de consolidación de la nacionalidad en diferentes países europeos.
Asimismo, la Arqueología contribuye en el proceso de legitimación y resignificación de los
estilos del pasado; sus trabajos y publicaciones constituyen un medio de difusión de los re-
pertorios estilísticos, de motivos ornamentales, de edificios o partes de ellos. Por otra par-
te, la Restauración como práctica prestigiada dentro de la disciplina desde las mismas Aca-
demias contribuye a poner en circulación, en el debate arquitectónico, toda una serie de
problemas vinculados con los materiales, técnicas y estilos del pasado:
“La primera circunstancia que debe tener todo arquitecto, puesto al frente de una restau-
ración, es respeto mutuo a lo hecho por todos los artistas de otros tiempos, sus antecesores;
y subrayamos el todos, porque si algo bueno hay en el criterio de la época presente, es el
creer que en todas las escuelas, en todos los estilos y en todos los tiempos, ha habido mu-

15
Cf. Adolf Loos Ornamento y Delito (1910), citado por A. Isac, op. cit., p.34.
16
Antonio Zabaleta. “Aplicación del arte antiguo al moderno. Sistemas opuestos. La Academia, la Escuela gótica, y los ecléc-
ticos de Francia”, publicado en El Renacimiento I (1847), pp.3/6, citado por Isac, op. cit., p.141. El destacado es nuestro.
134
Nosotros los Arquitectos

cho que admirar, y no poco que aprender, y algo que rechazar; pero esto ha de hacerse con
mucha parsimonia, sin pasión alguna, desechando todo prejuicio y procurando colocarse,
en cuanto sea posible, fuera de toda clase de exclusivismos. La piqueta es una herramien-
ta que el buen restaurador debe tener guardada bajo siete llaves…” 17
Los académicos se oponen al exclusivismo tanto de los defensores del gótico como de
la autoridad de los doctrinarios clásicos, convirtiéndose en los principales defensores de la
postura ecléctica, en tanto moderada y provisoria:
“El carácter de nuestra época es no tener ninguno, y este es cabalmente el carácter de nues-
tra arquitectura. Se discuten y se ensayan todos los sistemas sociales y todos se abandonan
y desechan porque ninguno inspira la bastante fe; la Arquitectura, a su vez, discute, en-
saya y por la misma causa abandona los estilos todos”.18
Es decir, la crisis del academicismo (o vitruvianismo) del siglo XIX llevó a las mismas
Academias a variar y revisar sus inmutables patrones teóricos, su ortodoxia clasicista para
poder mantener el lugar que ocupaban como organismos rectores del “juicio” sobre los cri-
terios válidos en la disciplina. Un síntoma de la integración, del moderantismo que prego-
nan es la aparición, a fines del siglo, del Tratado de Barberot que incorpora dentro del re-
pertorio académico todos los lenguajes conocidos de las culturas americanas,
consagrándolos como instrumentos válidos para el diseño contemporáneo. Las Academias
integrarán luego repertorios de una segunda línea, los que correspondían a las arquitectu-
ras regionales de los distintos países europeos. El eclecticismo, de esta manera, es útil –y
funcional– en la perpetuación del poder de las Academias, progresivamente disminuido
ante el avance de las vanguardias en el siglo XX, y contribuye a mantener su predominio y
su tutela intelectual sobre la disciplina en todo occidente hasta mediados del siglo XX.
En el periodismo arquitectónico europeo ocupan cada vez un lugar más importante
los temas históricos y la crítica artística. Desde la mitad del siglo XIX la percepción de los
practicantes del “arte arquitectónico” es que se atraviesa una época de transición donde es
difícil hacer arquitectura y predomina una visión negativa respecto de las posibilidades del
arte en la sociedad contemporánea. En ese marco, las revistas especializadas, lo cual tam-
bién se constata más tarde en el caso argentino, cumplían una doble función cargada de
contradicciones: por una parte, buscaban convertirse en un medio eficaz para “educar al
público” elevando la cultura arquitectónica con la difusión de “buenos” ejemplos; por la
otra, al favorecer la difusión del eclecticismo también sirvieron para imitar y copiar, así co-
mo para mezclar estilos y tendencias en forma indiscriminada, favoreciendo la prolifera-
ción de “advenedizos” y “aventureros” en el campo.
Este aspecto del problema del arte arquitectónico es significativo en relación con lo
sucedido en Argentina: a diferencia del academicismo del XIX donde cualquier construc-
tor hábil con un Manual o un Tratado podía reproducir los órdenes clásicos, el eclecticis-
mo era una posición que requería de los practicantes una formación artística completa y
adecuada; la mezcla, alteración y resignificación de numerosos y diferentes lenguajes for-

17
Juan Bautista Lázaro, “El criterio artístico”, Revista de la Sociedad Central de Arquitectos, XI (1884), Madrid, p.202, citado
por Isac, op. cit, p.196/ 197.
La posición de Lázaro alude al desplazamiento de las teorías violletianas de restauración luego de la trascendente con-
tribución de Camilo Boito en el congreso de 1883 (Congreso degli Ingegnieri e Architetti italiani)
18
Luis Céspedes. “Correspondencia entre la arquitectura contemporánea y nuestro actual estado social”, en Arquitectura Es-
pañola, I (1886), p.4., citado por Isac, op. cit, p.157.
135
Silvia Augusta Cirvini

males hacía imprescindible poseer conocimientos adecuados y talento artístico. Esta no-
ción restringida de la práctica profesional legítima, prestigiada, consagrada, al eclecticismo
académico y limitada a los “arquitectos artistas” fue sumamente útil en la etapa fundacio-
nal del campo en nuestro país, donde la definición del “nosotros” se organiza en torno de
un grupo reducido pero poderoso en cuanto al capital simbólico acumulado, a los recur-
sos que moviliza y al reconocimiento que alcanza por parte de la clase dirigente.

3.1.1.4. EL CASO ARGENTINO: DEL “ORDEN” DEL ACADEMICISMO AL “CAOS”


DEL ECLECTICISMO

El Academicismo como movimiento derivado de la práctica instaurada desde el siglo


XVIII por las Academias se organizaba en torno de una normativa severa de respeto estric-
to a los códigos clásicos. En el cono sur latinoamericano, la adhesión al neoclasicismo con-
tribuía asimismo a poner distancia con el pasado español, al cual las elites criollas quisie-
ron borrar de las ciudades a partir de la Independencia. Es decir, el Academicismo ligado
conceptualmente a la Ilustración, se convirtió en una herramienta simbólica útil en el pro-
ceso de constitución de los estados americanos. Los mecanismos de difusión fueron los
mismos en todo el continente:
“Los tratadistas de la Academia francesa, de Durand a Gaudet, pasando por Reynaud,
Garnier, Barberot y posteriormente Cloquet, constituyeron junto con los escritores clásicos
(Vitruvio, Vignola, Serlio, Palladio), la fuente de referencia precisa para los diseñadores
que actuaron en América. Es necesario tener en cuenta que la mayoría de ellos eran eu-
ropeos emigrados a América o americanos que habían realizado sus estudios en el viejo
continente”.19
El academicismo francés fue el que mayor difusión alcanzó en la arquitectura públi-
ca de los nuevos estados nacionales americanos:
“…Se trataba de una arquitectura de códigos previsibles, simetrías rígidas y equilibradas
y jerarquizadas composiciones arquitectónicas que, en definitiva, recurrían a un léxico
clásico de vasta difusión. Lo utilizaban desde los profesionales hasta los albañiles, que ape-
laban a las múltiples ediciones de los «Vignolas para obreros» o «de bolsillo»”.20
En nuestro país, la difusión gradual del Academicismo durante el siglo XIX consti-
tuyó una garantía y un canal de acceso para la aceptación generalizada del Eclecticismo ha-
cia fines del siglo. Puede hablarse en nuestro caso de Academicismo ecléctico o de Eclecti-
cismo académico ya que la flexibilización de las exigencias y pautas rígidas del clasicismo
llegó a través de las mismas Academias.
En Argentina, además, la difusión tanto del academicismo primero, como luego del
eclecticismo se apoyaba en un par de condiciones fuertemente enraizadas en las bases es-
tructurales del proyecto modernizador. En primer lugar, el desarrollo de la “Civilización”
para Sarmiento suponía el reprocesamiento o apropiación creativa de todo elemento de la
cultura universal, condición que admiraba y valoraba de la sociedad norteamericana, “el
único pueblo culto del mundo”.21 Lo que Sarmiento destaca de este pueblo es la capacidad

19
AAVV. Arquitectura Latinoamericana en el siglo XX, Grandes Voces, Cedodal, Buenos Aires, 1999, p.120
20
Ibídem.

136
Nosotros los Arquitectos

que posee de tomar de la cultura universal todo aquello que le sirve para la satisfacción de
sus necesidades y resignificarlo al interior de la propia. Es decir, desde la visión sarmienti-
na, los “yanquis” poseen el “genio artístico” del mundo del futuro, una aptitud o capaci-
dad para elaborar, “en una feliz y grandiosa combinación de elementos”, que no importa-
ba si eran propios o ajenos, algo que era una creación:
“Si los americanos no han creado, pues, un orden de arquitectura, tendrán, por lo menos,
aplicaciones nacionales, carácter y formas sugeridos por las instituciones políticas y socia-
les, como ha sucedido con todas las arquitecturas que nos ha legado la antigüedad”.22
… “No han inventado sin dudas los americanos ni el camino de hierro, ni el buque, ni
el orden jónico; pero suyas son las colosales aplicaciones y los perfeccionamientos que in-
troducen diariamente en su construcción; pues si no han podido mejorar los órdenes ar-
quitectónicos, algo de carácter nacional les han añadido a los conocidos, como la estatua
de Franklin sosteniendo el pararrayo en el pináculo de las cúpulas, como ya lo he indica-
do antes, y la mazorca de maíz como coronación y remate, en lugar del piñón antiguo”.23
Con Sarmiento como ejemplo, puede decirse que, el eclecticismo fue una caracterís-
tica y una condición de la cultura argentina (incluida la arquitectura) sustentada por una
actitud de su clase dirigente desde 1840 hasta 1880, imbuida de distintas corrientes del li-
beralismo, que permitió articular, en un mismo programa modernizador, diferentes mode-
los, sistemas, leyes, etc. De este modo se adoptaban sistemas educativos, penitenciarios, có-
digos y modelos urbanísticos o de colonización agrícola. A partir de 1880, el creciente
positivismo de los sectores dirigentes apoyará la difusión del eclecticismo en el arte, como
expresión de adhesión al progreso, en vista de ser la corriente consagrada en las principa-

21
Toda la obra de Sarmiento está atravesada por la estructura categorial, dicotómica y antitética de Civilización y Barbarie,
ya esbozada en el Facundo (1845), sobre ella organiza la descripción de la realidad y diseña las soluciones. La presencia de
EEUU está vinculada a la proyectiva: la Civilización y a la cara más luminosa del proyecto modernizador del XIX. Sarmien-
to se convierte en un ferviente admirador de este país sobre el cual propone dirigir las miradas como referente del mundo
del futuro, en el marco de una democracia republicana, igualitaria, en contraposición a la situación fragmentaria y conflic-
tiva de Europa. El análisis acerca de la ideología urbana de Sarmiento y el peso del modelo norteamericano ha sido amplia-
mente abordado en varios de nuestros trabajos realizados en el marco del Seminario de Historia de las Ideas dirigido por
el Dr. Arturo A. Roig entre 1988 y 1998. Los que se hallan publicados son los siguientes:
• CIRVINI, Silvia. “La vivienda como signo en la simbólica sarmientina”. En: Actas de las II Jornadas de Preservación del
Patrimonio Cultural de la región de Cuyo, organizadas por el IAIHAU, la Facultad de Arquitectura y el CRICYT-Mendo-
za. Tomo II, EDIUM, Universidad de Mendoza, junio de 1992, pp.87-99.
• ------------------ “La ciudad en el discurso sarmientino. EE.UU. un referente modélico”. En: Revista Ambas Américas
(fundada por D.F.Sarmiento en New York en 1867), Nº 5 (primera de la segunda época), Buenos Aires, setiembre / octu-
bre de 1992, pp.78-99.
• ------------------ “El espacio urbano moderno. Estados Unidos en la proyectiva sarmientina”. En: Cuadernos del Centro
de Graduados de Filosofía y Letras, Nº 1, 1992, U.N.C., Mendoza, febrero de 1993, pp. 24-45.
• ------------------ "El espacio urbano moderno. La función utópica en el discurso sarmientino". Publicado en: Revista His-
toria de América IPGH, OEA, número 122, enero-diciembre de 1997, editada en 1999, México, pp.109 a 126.
22
Domingo F. Sarmiento.Viajes, Tomo III (1955) Buenos Aires, Hachette, p.61
23
Ibídem, p.199.
24
Existe una vinculación por explorar entre el desarrollo del liberalismo en el país y la conformación material de una “cultu-
ra moderna”. Con relación a las distintas fases del liberalismo y cómo en Argentina el positivismo clausura la etapa del de-
sarrollo del liberalismo alimentado por el espiritualismo ecléctico ver:
• Dardo Pérez Guilhou, Los liberales mendocinos 1820-1870, Instituto Argentino de Estudios Constitucionales y Políticos,
Mendoza, 2001.
• Dardo Pérez Guilhou, “Las ideas políticas de Echeverría, Alsina, V.F.López y Avellaneda” en: Historia y evolución de las
ideas políticas y filosóficas argentinas” Ediciones de la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba, Cór-
doba, Argentina, 2000, pp.157 a 257.
• Juan Fernando Segovia, “El liberalismo argentino de la generación del ochenta”, en Historia y evolución de las ideas polí-
ticas y filosóficas argentinas” Ediciones de la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba, Córdoba,
Argentina, 2000, pp.259 a 345.

137
Silvia Augusta Cirvini

les Academias europeas. Es decir, la aceptación del eclecticismo se canalizó primero por su
condición de “culto y civilizado”, luego por su carácter “moderno y progresista”.24
En segundo lugar, en el caso argentino, el desarrollo y aceptación generalizada del eclec-
ticismo arquitectónico tenía una explicación y justificación particular en la composición de
la base social modificada por la inmigración: la clientela era cosmopolita, la sociedad un cri-
sol de razas, ¿qué otro estilo, corriente o actitud más apropiada que el Eclecticismo?
“Los arquitectos hacían simultáneamente proyectos en diversos “estilos”, convirtiéndose
ellos mismos en eclécticos. Esta notable ductilidad aseguró por un tiempo la satisfacción
de la demanda individualista de las pujantes burguesías urbanas, pero a la vez abrió las
compuertas a otras manifestaciones que lograron así desbordar los diques que la ortodo-
xia clásica había construido con tanto esfuerzo”.25
Entre 1880 y 1910 –tanto en Europa como en el Plata– era frecuente la equivalen-
cia entre Eclecticismo y Cosmopolitismo, hecho del cual da cuenta la prensa arquitectó-
nica, adjudicando simultáneamente a la misma una acepción positiva donde la arquitec-
tura es el fiel reflejo de una sociedad heterogénea,26 con toda la complejidad y la riqueza
que esto supone y una negativa donde lo artístico de la arquitectura aparece como el re-
sultado más nefasto del mercantilismo desplegado en las ciudades, asociado al caos, la
confusión y la proliferación del “mal gusto”. Es decir, esta doble cara del Eclecticismo,
necesario y criticado, defendido y vilipendiado, aparecerá durante todo el período, mos-
trará al mismo tiempo el peso y la fuerza (por ende la permanencia) que tuvo como po-
sición dominante y central y también las debilidades y fisuras internas que tuvo aun des-
de los inicios.
En el caso de Argentina, la gran obra pública y los Concursos que se desarrollaron
desde fines del XIX, en particular en torno del Centenario de Mayo, ayudaron a difun-
dir y desplegar al máximo todas las alternativas del eclecticismo europeo. El ejemplo pa-
radigmático fue, sin dudas, el edificio del Congreso de la Nación del cual diría Anatole
France en 1909, que era una “mezcla conteniendo ensalada italiana e ingredientes griegos,
romanos y franceses”, (…) y donde “se tomó la columnata del Louvre. Encima le colocaron
el Partenón, sobre el Partenón lograron ubicar el Panteón y finalmente espolvorearon la tor-
ta con alegorías, estatuas, balaustradas y terrazas. Eso recuerda la confusión de la construc-
ción de la torre de Babel”.27
Una evaluación de la producción del período 28 pone en evidencia la franca hege-
monía de los modelos franceses borbónicos dentro del eclecticismo de la arquitectura ar-
gentina, opción sostenida desde la misma elite dirigente que dirigía su mirada a París.
Desde la década de 1880, se difundía tanto en la obra pública como en las residencias
más importantes de la elite, este academicismo Beaux Arts, derivado del clasicismo fran-

25
AAVV. Arquitectura Latinoamericana en el siglo XX, Grandes Voces, Cedodal, Buenos Aires, 1999, p.120.
26
Hacia 1914, la Capital Federal tenía el 50% de su población extranjera; era la proporción más elevada de extranjeros del
país. Ver: Ernesto J. Maeder. “Población e Inmigración”, en: Gustavo Ferrari-Ezequiel Gallo (compiladores). La Argentina
del Ochenta al Centenario, (1981), Editorial Sudamericana, Buenos Aires, p.567.
27
Anatole France citado por Gutiérrez, op. cit., p.122.
28
Existe una amplia producción sobre este período citada en la bibliografía, desde La arquitectura del Liberalismo, de F. Ortiz
y otros, a fines de los años ‘60 hasta las obras monográficas de los importantes productores del período encaradas en los
últimos años por el Cedodal.
29
Diccionario Histórico de Arquitectura, Hábitat y Urbanismo en la Argentina (Edición preliminar) (1992), Proyecto y Direc-
ción Gral: J. F. Liernur, Dirección operativa: F. Aliata, 2 Tomos, SCA, FADU-UBA, Buenos Aires, p. 32.

138
Nosotros los Arquitectos

cés con hibridaciones italianizantes.29 En la historiografía arquitectónica más reciente se


ha buscado vincular la predilección que cada grupo o sector social manifestaba por uno
u otro estilo, una u otra tendencia, dentro del panorama ecléctico de fin de siglo XIX y
asociar estas elecciones con los distintos modelos culturales y nacionales a los que hacen
referencia.30
…“Aparece entonces el eclecticismo como símbolo del caos metropolitano, pero también
como singular modo de sistematizar tendencias, grupos, categorías sociales que buscan la
afirmación de una identidad afanosamente invocada, respondiendo a estructuraciones
ideológicas que los países de origen ponen en marcha desde el poder en franca oposición
con las estrategias homogeneizadoras del Estado Argentino”.31
El academicismo y el eclecticismo de procedencia italiana tuvieron en el país tres mo-
mentos claramente diferenciados. Una primera fase que se desarrolló tempranamente a
partir de los primeros técnicos que llegaron a mediados del siglo XIX, difundiendo reper-
torios neorrenacentistas, clásicos, adecuados para la primera edilicia pública, sobria y aus-
tera, ya que se adaptaban a la representación simbólica de la incipiente Nación-Estado.
Un segundo momento es el que corresponde al fin de siglo y a las grandes obras pú-
blicas, que despliega una gama más amplia del eclecticismo italiano. Según algunos auto-
res, el “italianismo” de Buenos Aires y las principales capitales del interior, no fue herencia
del pasado clásico de Italia, sino una reelaboración del mismo siglo XIX europeo, es decir,
que buena parte de la producción de este período “tiene más relación con los grandes al-
macenes de Moscú de Pomeranzew, que con las obras de Brunelleschi, Bramante o Miguel
Ángel”.32
Por último, un tercer momento es el que corresponde al eclecticismo del modernis-
mo italiano (floréale), que es marginal como todos los modernismos, tiene su desarrollo
hacia 1910 y es antiacadémico sólo a medias. Más adelante abordaremos el tema del Arte
Nuevo y su vinculación con el debate sobre el “estado del arte arquitectónico”.
En nuestro país los modernismos no surgen como reacción radical al Academicismo
y el Eclecticismo, ni como rechazo o abandono de los estilos históricos, ni tampoco en aras
de una búsqueda de adaptar la forma a la función. Coincidimos, en términos generales,
con la hipótesis aceptada (Gutiérrez, Liernur y Ortiz) de que el Arte Nuevo surge entre no-
sotros como una moda, como una alternativa más del repertorio ecléctico que tuvo una
fuerte componente de representación simbólica para las distintas colectividades extranje-
ras, en particular españoles (modernismo catalán) e italianos (floréale). Sin embargo, aun-
que volvemos más adelante sobre el tema, es importante señalar en este punto un aspecto
vinculado con la constitución del campo disciplinar. Tanto para los modernismos del siglo
XX como para todos los historicismos registrados desde el XIX, podremos corroborar el
predominio de la actitud ecléctica o proyectación ecléctica, como organizadora de las prác-
ticas de los arquitectos, constituyendo los estilos, tendencias, de todos los tiempos y sitios
del orbe, recursos a la mano de proyectistas y clientes. De este modo, el eclecticismo se

30
Nos referimos a los trabajos sobre el Arte Nuevo de Francisco Liernur, Ramón Gutiérrez, y en general a las publicaciones
colectivas de los Cuadernos de Historia de la FADU-UBA y del Cedodal.
31
Diccionario Histórico de Arquitectura, Hábitat y Urbanismo en la Argentina (Edición preliminar) (1992), Proyecto y Direc-
ción Gral.: J. F. Liernur, Dirección operativa: F. Aliata, 2 Tomos, SCA, FADU-UBA, Buenos Aires, p. 31
32
Francisco Bullrich. “La Arquitectura de Buenos Aires”, en: Gustavo Ferrari-Ezequiel Gallo (compiladores). La Argentina
del Ochenta al Centenario, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1991, pp.912 / 913.
139
Silvia Augusta Cirvini

convierte en el eje estructurante del habitus profesional del arquitecto (como modus ope-
randis), en el tronco medular de la práctica y en el principio orientador de la mirada para
los integrantes del campo arquitectónico. Las distintas tendencias o vertientes del eclecti-
cismo (académica, historicista o modernista) aluden a posiciones dentro del campo, cuya
jerarquía e importancia son variables en el tiempo, con relación a diferentes temas y gru-
pos sociales.33

3.1.1.5. EL ECLECTICISMO EN ARGENTINA COMO POSICIÓN CENTRAL


Y FUNDACIONAL DEL CAMPO

El primer indicio que hemos hallado, a partir de las fuentes consultadas acerca de la
aceptación del Eclecticismo en nuestro país, data de 1880. En una conferencia leída en la
Sociedad Científica Argentina, la posición de Juan Martín Burgos sintetiza el estado del
“gusto arquitectónico” predominante en Buenos Aires y muestra la articulación entre el
Academicismo y el Eclecticismo: cómo se selecciona, elige y desecha aquello que ofrece la
cultura europea, pasada y presente. Burgos está en conocimiento del debate que moviliza
a las naciones europeas a consolidar las tradiciones de carácter particular que han desarro-
llado en cada país (España = morisco, Francia y Alemania = gótico, Italia = renacimiento).
Su juicio crítico sobre la arquitectura europea del XIX marca una acentuada predilección
por el clasicismo italiano y los estilos germánicos de impronta neogriega, mientras desecha
los estilos franceses por falta de belleza y el gótico inglés por “atrasado”.
El autor señala en su denostación del estilo francés, las peores características del eclec-
ticismo como método proyectual:
“El estilo francés es la mayor innovación que se ha hecho en el arte contemporáneo, es una
corrupción completa de los anteriores, en este no hay ni belleza del conjunto como en el
italiano, ni en los detalles como en el alemán, (…) Es un fárrago de columnas, pilastras,
cornisas, que no obedecen sino al capricho del arquitecto, los detalles en general son de un
gusto pésimo”.34
“Aquí es un museo de estilos, de gustos, de proporciones, cada habitante propietario ejecuta
ó hace ejecutar sus ideas, y cada arquitecto pone en práctica aquellas en que se ha inspira-
do”.35
También Burgos acepta el código impuesto que vincula estilo y función, en la con-
vención fijada en el siglo XIX para la arquitectura pública:
… “y como hemos convenido en aceptar el arte tal como se enseña en las Academias y
abandonar su historia, los arquitectos establecen su filosofía y prescriben su empleo para
cada uno de los órdenes, dividiendo también todos los edificios públicos en tres clases:
1. Edificios de seguridad pública, como cuarteles, fortalezas, puertas de ciudad, arsenales,
aduanas, prisiones, palacios policiales, etc. En estos deberá emplearse el orden dórico
por ser el más robusto.
2. Edificios de administración pública y de enseñanza, como casas municipales, casas de

33
Ver Capítulo V, sobre el Campo Disciplinar.
34
Juan Martín Burgos. “La arquitectura en Buenos Aires”, en Anales de la Sociedad Científica Argentina, Tomo 9, Buenos
Aires, 1880, p.195.
35
Ibídem.

140
Nosotros los Arquitectos

moneda, bancos, casas de gobierno, tribunales de justicia, facultades, universidades,


etc., bibliotecas, museos, templos. Deberá en ellas emplearse el orden jónico por la me-
dianía en las proporciones y por su severidad y elegante decoración.
3. Edificios de magnificencia pública tales son los teatros, circos, anfiteatros, arcos y
puentes triunfales, catedrales, porticados, etc. El orden corintio será el más a propó-
-
sito usar porque reúne en la delicadeza de sus proporciones la mayor suma de deco-
ración posible.” 36
Tanto la creación de la Escuela de Arquitectura (1901) como la práctica de los
Concursos para las obras públicas nacionales y provinciales, consolidaron al eclecticis-
mo como posición estructurante del “habitus” artístico de los arquitectos. En 1916, Pa-
blo Hary, en su cátedra de Teoría en la Escuela, reafirmará ante sus alumnos la vigencia
de la actitud ecléctica en el diseño:
“Lo que nos caracteriza es el eclecticismo. No discutamos si ello es bueno o malo: somos
eclécticos, sabemos mucho, hemos progresado de tal modo en el orden científico que el
arte, de evolución siempre lenta, no ha podido correr pareja con la ingeniería; conoce-
mos a fondo arqueológico-artísticamente a todas las obras del pasado, estamos, en una
palabra, formidablemente documentados. Agréguese a eso el cosmopolitismo, la facili-
dad de emigrar y viajar con el consiguiente intercambio de ideas, y se explicará que,
compongamos con un espíritu repleto de reminiscencias abigarradas.”
(…) “cada época tuvo su estilo, basado en la lenta evolución de los estilos precedentes.
Nosotros no tenemos estilo sin duda porque los conocemos a todos y porque en general
no tenemos netamente establecida una tendencia nacional, y al decir nosotros nos refe-
rimos a la civilización europeo-americana.” (…)
“¿qué es el estilo? (…) estilo es el carácter, es el indefinible acento de sinceridad y de
vida que emana de toda obra maestra. En la naturaleza todo tiene estilo” (…) 37
Como se verá hubo variedad en el panorama arquitectónico local desde fines del
XIX hasta 1920. Hay quienes defienden copiar estilos del pasado pero en su versiones
más puras, (Burgos, Jaeschke); otros que, más tarde, son partidarios de la mezcla y la
adaptación, de un “eclecticismo creativo” o abierto (Le Monnier, Christophersen); tam-
bién quienes, desde una visión historicista son selectivos con los modelos del pasado res-
tringiendo el espectro a la “edad colonial” o precolombina (Noël, Guido, Greslebin).
El eclecticismo como método de transición había legitimado la recuperación de
“todos los estilos” del pasado, pero no la copia, que debía quedar limitada a ser una guía
auxiliar en la labor del arquitecto y la primera fase del aprendizaje en el conocimiento
de los géneros históricos; conocer para aprender del pasado pero no para copiar, era la re-
gla que se buscaba imponer, en particular en las revistas técnicas, durante los primeros
años, cuando estaban en manos de los estudiantes. Los profesores, Pablo Hary, y en me-
nor grado Christophersen reproducen en la Escuela de Arquitectura la propuesta de
Ruskin y de Viollet-le-Duc de “modernización de los estilos”, es decir adaptar los pro-
gramas a las necesidades modernas:

37
Pablo Hary. “Curso de Teoría de la Arquitectura”, Cap.I y II, Revista de Arquitectura, Órgano del Centro de Estudiantes
de Arquitectura, mayo de 1916, pp. 11 y 12
38
Eugène Viollet-le Duc, Caractère de l´architecture moderne, citado por A. Isac, op. cit., p.247.
141
Silvia Augusta Cirvini

“La copia no es arte, es un retroceso a lo que pasó…, ¿no será mucho mejor que todos
se esforzasen en buscar nuevas formas en armonía con el trabajo del material, supri-
miendo material inútil, y que en las construcciones cada parte reflejara el oficio cons-
tructivo y mecánico a que está destinada?” 38
El eclecticismo en Argentina tuvo numerosas tendencias y vertientes, académicas e
historicistas pero también antiacadémicas y como veremos, hasta modernistas. Es cierto
también que no todo eclecticismo gozó del mismo prestigio; que algunas tendencias tuvie-
ron una posición central, fueron admitidas y valoradas para la arquitectura pública o la más
importante arquitectura privada de las elites (academicismo beaux arts, sobre modelos
franceses borbónicos e italianos), mientras que otras, como el arte nuevo, alcanzaron una
difusión restringida a ciertos grupos sociales o a la arquitectura de “impacto” o “efímera”
de los pabellones de las Exposiciones del Centenario.
Es claro entonces, no hubo un eclecticismo sino muchos; todos con una base común
el hecho de ser una posición cargada de tensiones y contradicciones, tal como ha sido tra-
tada en la historiografía más reciente. Pero también, desde nuestro enfoque, es productivo
considerar el eclecticismo como una actitud frente al diseño, un procedimiento de compo-
sición arquitectónica fuertemente enraizado en el habitus profesional y en la demanda de
los comitentes, que tuvo una prolongada permanencia durante todo el período de estudio.

3.1.2. Otras posiciones sostenidas en el período


3.1.2.1. ¿ANTIACADEMICISMO O ECLECTICISMO MODERNISTA?

El eclecticismo en Argentina, como ya se dijo, estructuró las prácticas en la etapa


fundacional del campo, y a tal punto arraigó dentro del habitus profesional que afectó
todas las tendencias y estilos y aun sus contrapropuestas, tanto en la producción más
culta y refinada de las elites, como en las heterodoxas versiones populares de las clases
medias.
Dentro del período de estudio coexistieron entonces dentro del campo arquitectó-
nico, el academicismo decimonónico, los más variados eclecticismos (incluidos los his-
toricismos), los modernismos de todo tipo y los pintoresquismos, aún con la aparición
de las vanguardias modernas a fines de los años ‘20. Se ha denominado a esta condición
de la producción de la época, como el “juego de las arquitecturas paralelas”, donde el ar-
quitecto se convertía en ecléctico por naturaleza para poder satisfacer una demanda alea-
toria, heterogénea, a gusto y medida de cada cliente. Las clasificaciones taxativas dentro
del campo y la producción son imposibles: no todo lo académico era de pura ortodoxia
clásica, ni lo antiacadémico era necesariamente modernista, no siempre la tectónica es-
pacial y el lenguaje expresivo, decorativo y ornamental, respondían al mismo estilo y
además era habitual que un mismo arquitecto describiera una trayectoria que, ya fuera
en lo sincrónico o lo diacrónico, atravesaba distintas posiciones.
Las tendencias mejor ubicadas dentro del universo ecléctico, a partir de su prefe-
rencia en las obras más importantes de la época, fueron aquéllas que tuvieron el visto
bueno de las Academias, en especial la de Paris. A su vez, las distintas tendencias y esti-
los tenían, dentro del contexto académico ecléctico de las Academias una organización
jerárquica y una ubicación relativa: lo que era admitido para algunas obras no lo era pa-

142
Nosotros los Arquitectos

ra otras. Las distintas vertientes del “art nouveau” primero, las de la “arquitectura nacio-
nal”, más tarde y finalmente en los años ‘20 el moderno “art decó”, señalan posiciones
que podrían denominarse antiacadémicas pero sólo a medias, ya que se mantuvieron
siempre dentro del marco contenedor del eclecticismo.
Así como los Concursos de edificios públicos en torno del Centenario de 1910 mos-
traron las variadas alternativas del eclecticismo académico, la arquitectura, festiva y transi-
toria de las grandes Exposiciones (industrial, ferroviaria, de artes, etc.), asociadas a este
acontecimiento, puso en el escenario urbano los eclécticos lenguajes del “arte nuevo” 39:
francés, italiano, belga, catalán, apoyados en la función de exhibir novedades, de mostrar
los alcances del “progreso” y lo “moderno”.
Las obras de los numerosos pabellones (de países y provincias) fueron realizadas por
profesionales extranjeros contratados directamente por instituciones o miembros de las co-
lectividades, en lenguajes modernistas. Muchos de estos arquitectos se afincaron en el país
o quedaron definitivamente vinculados a la Argentina aunque volvieran a su país de ori-
gen.40 Asimismo, las grandes exposiciones fueron el sitio privilegiado para la difusión de lo
arquitectónico en general, y del “arte nuevo” en particular, entre vastos sectores de la po-
blación de la creciente clase media, quienes ávidos de novedad acudían a estas “ferias del
progreso” para conocer los anticipos del mundo moderno.
El importante aunque breve desarrollo de las tendencias modernistas en el país se de-
bió a razones concurrentes y a condiciones contextuales. En primer lugar, el arte nuevo en-
contró un espacio de desarrollo porque era un estilo admitido por las elites dirigentes pa-
ra ese tipo de edificios, transitorios de las Ferias y Exposiciones, pero también porque a
pesar de ser una posición marginal encontró eco y aceptación en las progresistas burgue-
sías comerciales e industriales de origen extranjero, que habían logrado acumular en muy
poco tiempo importantes fortunas (como fue el caso de la vitivinicultura en Mendoza).41
En segundo lugar, el arte nuevo, particularmente la vertiente francesa pero también la bel-
ga, tuvo otras formas de llegar y un desarrollo más extendido que la arquitectura de las eli-
tes, en campos como el mobiliario, el equipamiento, elementos de decoración y ornamen-
tación, vitrales, carpintería y herrería y también a través del arte gráfico de las revistas
ilustradas, culturales, sociales y de las colectividades.42 Finalmente, el arte nuevo, como po-

39
Adherimos al criterio de P. Liernur de utilizar la expresión “arte nuevo” en castellano para hacerla abarcativa de todas las
tendencias: art nouveau, floréale, jugendstil o sessezion, y modernismo. En sentido amplio utilizamos el término “moder-
nismo” para designar el arte nuevo, en todas sus variantes, como movimiento de las artes, de alcance internacional de rup-
tura con la posición del academicismo y eclecticismo del siglo XIX: Cf. : “Arte Nuevo” en: Diccionario Histórico de Arqui-
tectura, Hábitat y Urbanismo en la Argentina (Edición preliminar) (1992), Proyecto y Dirección Gral.: J. F. Liernur, Direc-
ción operativa: F. Aliata, 2 Tomos, SCA, FADU-UBA, Buenos Aires, p. 61 .
40
Es el caso de Gaetano Moretti, Virginio Colombo, Francisco Gianotti y Mario Palanti, entre otros. Ver en Apéndice breves
reseñas biográficas.
41
El caso de la Provincia de Mendoza ejemplifica lo que afirmamos acerca de la importancia que habían alcanzado hacia el
Centenario las nuevas burguesías de origen extranjero, en este caso vitivinicultora e italiana: el pabellón de Mendoza en la
Exposición en Palermo fue encargado a Atilio Locatti, así como proliferó el arte nuevo (sinónimo de progreso), particular
mente el floréale en la arquitectura de los Chalets de las Bodegas y las residencias urbanas de esta burguesía (Gargantini,
Giol, Grafigna, Arizu, etc.)
42
Tanto J. Cacciatore como J. Tartarini señalan en sendos artículos la aceptación generalizada que tenía todo elemento cul-
tural proveniente de Francia a comienzos del siglo, desde el lenguaje hasta la gráfica y la arquitectura, sin importar si perte-
necía a la tradición o a la vanguardia. Cf. Julio Cacciatore, “El contexto antiacadémico en la Argentina de principios del
siglo XX” y Jorge Tartarini, “La obra del arquitecto Pablo Pedro Alfredo Massüe en Buenos Aires (1889-1914)”, en AAVV,
Alfredo Massüe. Eclecticismo y Art Nouveau en el Río de la Plata, Cedodal, Buenos Aires, 2000, p.43 y 57 respectivamente.
143
Silvia Augusta Cirvini

sición marginal, criticada por el sector más tradicional del academicismo-eclecticismo, que
dominaba la corporación y la prensa institucional, consiguió una gran adhesión en vastos
sectores de la población (clases medias emergentes) que no se identificaban con las realiza-
ciones de las elites, y que se movían en otros ámbitos de consumo y comercialización de
productos, entre quienes impactaba notablemente la arquitectura “moderna” de las Ex-
posiciones.
El eclecticismo académico (o el academicismo ecléctico, como se prefiera) suscitará
críticas y promoverá búsquedas tanto en los modernismos como en los historicismos, que
según veremos en el análisis del debate “arte y arquitectura nacionales”, fueron prolíficas y
ricas en variedad y posiciones. Sin embargo, aún con la incorporación de elementos del re-
pertorio modernista, y con la acentuación de la importancia de la adaptación funcional de
los edificios a programas modernos, en la mayor parte de la producción, la base académi-
ca dominaba la composición arquitectónica en lo estético formal y lo volumétrico espacial.
El eclecticismo expresaba mejor que ninguna otra tendencia la heterogeneidad y la va-
riedad cultural y étnica del país. La hegemonía que mantiene como posición dentro del
campo, y el gran volumen construido durante las primeras décadas del siglo XX, desde lo
que podríamos denominar la “actitud ecléctica”, presente tanto en los profesionales que pro-
yectan como en los comitentes que orientan la demanda, pone en evidencia la adecuación
funcional al proceso modernizador que venía desarrollando el país desde 1880. Si la arqui-
tectura era “la representación material de la mentalidad, costumbres y cultura de una época”, en
la cual se “refleja el estado social, (…) se lee su fé o su incredulidad, su aristocracia o su demo-
cracia, aún más la rectitud de su ambiente por la severidad de sus edificios dentro del arte, la co-
rrupción de sus costumbres por el relajamiento de su arquitectura”, el eclecticismo aparecía co-
mo la respuesta natural, lógica y adaptada a un país cosmopolita y en crecimiento.43
En el caso de los historicismos, por ejemplo, a partir de la búsqueda de un estilo pro-
pio “nacional”, “argentino”, se formulan duras críticas a quienes apuestan a la fórmula del
pasado hispano colonial y en general de los modelos españoles:
“El renacimiento español, con sus escudos, leones de Castilla, etc., están muy bien en Es-
paña, pueblo que aún está bajo la monarquía, país de blasones y de nobleza. Entre noso-
tros, todos esos atributos ancestrales, no tienen significado alguno. País republicano por
excelencia, democrático y cosmopolita, los escudos, leones y blasones los miramos como
adornos y no como símbolos y por lo tanto están de más.”
“Una casa con esa arquitectura, para un señor cuya fortuna proviene de que sus antepa-
sados llevaron ganado a Chile o plantaron viña, es una cosa simplemente ridícula”. (…)
“El renacimiento español evoca una época de mucha fé, de religión, tiene mucho de san-
tuario. Nuestra libertad de pensamiento, sin ser ateísmo, pide otra arquitectura”.44
Dentro del universo ecléctico no todos los lenguajes, estilos o tendencias logran arrai-
garse o generar obras de importancia. Volviendo a la década del ‘10 y al arte nuevo, quie-
nes han abordado el tema coinciden que a la Argentina llegaron los ecos del debate euro-
peo, sin la carga crítica que oponía al academicismo y como una cuestión de epidermis

43
Enrique del Castillo. “Evolución de la Construcción en Mendoza 1898-1928”, en: La Quincena Social, año X, Nº 228,
Mendoza, octubre de 1928.
44
Ibídem.
45
Cf. AAVV. Arquitectura Latinoamericana en el siglo XX, Grandes Voces, Cedodal, Buenos Aires, 1999, pp.122/123.

144
Nosotros los Arquitectos

ornamental, lo cual lo convirtió en un estilo más, disponible como otros en el repertorio


ecléctico.45 El ataque velado, la descalificación y la casi completa ausencia de sus obras en
las principales revistas técnicas no remite a un debate de fondo entre académicos y moder-
nistas, sino que alude a la batalla ganada de antemano por quienes hegemonizaban la pren-
sa, la Escuela y trabajaban en la gran obra pública o para las elites: la vieja guardia acadé-
mica que no mencionaba al arte nuevo, simplemente por lo que denominaban, una
cuestión de “buen gusto”.
Lo que resulta explicativo de esta situación, y que fue señalado tanto por P. Liernur
como por R. Gutiérrez, es el trasfondo sociocultural que hubo, en el caso argentino, detrás
del uso de este estilo, que se expresa con la adopción selectiva de sus distintas vertientes por
parte de las colectividades extranjeras. Así, para los españoles la opción por el modernismo
catalán o para los italianos el uso del floréale, es tanto un modo de identificación nacional,
como la forma de manifestar una posición vanguardista respecto de las tradicionales expre-
siones académicas de las elites locales.
El arte nuevo (modernismo, art nouveau o floréale) se desarrolla entonces, en nues-
tro país entre el fin de siglo y 1915, como una opción de grupos, de colectividades o mi-
norías que buscan diferenciación del contexto académico con una posición más dinámica
y progresista que la expresada por la arquitectura oficial. En el caso de los italianos Gianot-
ti, Colombo y Palanti trabajaron limitados a un grupo social determinado (sectores prós-
peros de la colectividad italiana) y permanecieron marginados de los grandes emprendi-
mientos y encargos estatales.46 Esta marginalidad respecto de la obra pública les dio la
posibilidad de tener una mayor independencia profesional, que se tradujo en la respuesta
estético formal, en una producción heterogénea pero reconocible porque se apartaba de las
presiones a nivel simbólico y representacional que tenía la arquitectura del Estado. Es de-
cir, el carácter privado de las obras, la flexibilidad y libertad que otorgaba el comitente, esa
burguesía próspera como era la de origen italiano, les permitió jugar con lenguajes más li-
bres, composiciones formales menos codificadas desde las Academias.47 También, la situa-
ción económica floreciente de los años del Centenario, que contrastaba con la estancada
de Italia, actuó como imán atrayendo a los más importantes arquitectos italianos (Gaeta-
no Moretti, Luiggi Broggi, Sebastiano y Atilio Locatti) para trabajar en Argentina, asocia-
dos a sus connacionales afincados en el país.48
Es más, el hecho de ser una posición marginal dentro de un campo en proceso de
constitución, les permitió a los proyectistas explorar con más libertad creativa y aun más,

46
La importante presencia del floréale puede corroborarse también en las provincias donde el flujo inmigratorio italiano fue
significativo y asociado a prosperidad económica. En el caso de Mendoza, como ya mencionamos, la arquitectura de los
chalets patronales de los establecimientos vitivinícolas de propietarios italianos como Giol y Gargantini (actual Museo Na-
cional del Vino) es netamente modernista, con proyectos probablemente de arquitectos lombardos y llevados a cabo por
constructores italianos (Manuel Mignani y Ricardo Ciancio)
47
Este aspecto de la producción modernista ha sido señalado por F. Aliata y H. Caride en los artículos citados más adelante,
sobre Gianotti, Colombo y Palanti.
48
En relación con las vinculaciones entre Italia y Argentina se puede consultar:
• Fernando Aliata. “Eclecticismo y Arte Nuevo: la obra de Virginio Colombo en Buenos aires”, en Cuadernos de Historia,
Nº 8, Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas “Mario Buschiazzo”, Junio de 1997, pp.5 /33.
• Fernando Aliata. “La cantera de la historia. Mario Palanti y la construcción de una poética ecléctica en Argentina”, en
Cuadernos de Historia, Nº 8, Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas “Mario Buschiazzo”, Junio de
1997, pp.125 /153.

145
Silvia Augusta Cirvini

oscilar entre tendencias y posiciones diversas (desde el gótico de Gianotti al “modernismo


conservador” de Palanti) rompiendo reglas, como no podían hacerlo en sus países de ori-
gen, donde la regulación institucional dentro del campo disciplinar era más fuerte, las re-
glas más rígidas y las sanciones más duras.
Es importante también señalar que, por lo general, los practicantes del “arte nuevo” in-
cursionaron en la actividad comercial.49 Gianotti se instaló en Buenos Aires con la represen-
tación de empresas italianas (Arcari, Fontana y Cía.); también mantuvo lazos comerciales
con su hermano Juan Bautista, cuyos talleres proveyeron de la herrería, la ornamentación y
el equipamiento de sus primeras obras en Argentina.50 El arquitecto francés Alfredo Massüe,
también incursionó en la actividad comercial con la instalación de una empresa arenera en
Uruguay y más tarde, una fábrica de pretensados en Río de Janeiro. El hecho de no pertene-
cer a la Sociedad Central de Arquitectos les daba una cierta libertad para infringir las reglas
que la institución fijaba acerca de actividades permitidas y prohibidas: para el grupo que he-
gemonizaba la Sociedad Central, el arquitecto era un artista a quien le estaba vedada toda
actividad comercial.
La obra del modernismo italiano ha sido objeto, en los últimos años, de una impor-
tante producción historiográfica, como nunca había sucedido antes, atención que sí recibió
la producción ecléctico académica e historicista. La arquitectura del modernismo tanto es-
pañol como italiano o francés, fue marginal en la historiografía porque también lo fue como
producción dentro del período y no alcanzó a consolidar una legitimidad como estilo o ver-
tiente salvo para determinados usos o dentro de determinados grupos. Insistimos, los arqui-
tectos italianos mencionados, así como también otros cultores del “arte nuevo” como Mas-
süe ó García Núñez, no pertenecían a la S C de A, no publicaban en Arquitectura y la Revista
de Arquitectura, como prensa oficial de la corporación, no participaban de la formación pro-
fesional en la Escuela de Arquitectura y tampoco realizaron arquitectura pública en los gran-
des emprendimientos del Estado. Las obras de este grupo aparecían en publicaciones de un
circuito diferente del oficial-institucional de la Sociedad de Arquitectos, que vinculaba los
ámbitos empresarios y comerciales de la industria de la construcción. Estas publicaciones
eran, entre otras El Arquitecto Constructor y la Revista del CACyA (Centro de Arquitectos,
Constructores de Obra y Anexos). Más tarde, el grupo de los italianos modernistas tendrán
su propia revista Arquitectura y Arte Decorativo, publicación que llevará el sello del “floréale”
del norte lombardo.51
En Argentina, en las revistas técnicas del entresiglo hubo un espacio para las obras mo-
dernistas que se fue limitando gradualmente en la medida que fueron adquiriendo mayor
peso en ellas los arquitectos que representan a la corporación a través de la Sociedad Central
de Arquitectos. Tanto la Revista Técnica primero, como luego en Arquitectura, dirigidas por
un ingeniero, fueron eminentemente eclécticas y por cierto permeables al arte nuevo, por su

49
Este no es un dato menor ni anecdótico sino un indicador de la ubicación periférica en el campo y la jerarquía en cuanto
a legitimidad y reconocimiento del resto de la corporación, que sustentaban las posiciones asociadas al arte nuevo. Cf. Ca-
pítulo VI sobre Reglamentos de los “deberes del arquitecto”, acerca de las prohibiciones para ejercer la actividad comercial.
50
Ramón Gutiérrez.”Reflexiones en torno de Francisco Gianotti y su tiempo”, en: AAVV, Francisco Gianotti, Del Art Nouveau
al Racionalismo en la Argentina, Cedodal, 2000, p. 27.
51
Cf. Horacio E. Caride. “Francisco Gianotti, la vanguardia en la mansarda”, en Cuadernos de Historia, Nº 8, Instituto de
Arte Americano e Investigaciones Estéticas “Mario Buschiazzo”, Junio de 1997, pp.35 a 87.
52
Un artículo de la revista Papel y Tinta, titulado “Adefesios a granel”, ilustra la predilección de una “modernidad conserva-
dora” en los gustos de la elite, y el peso del clasicismo francés en Buenos Aires. Cf. Jorge Tartatini, op.cit., p.63.
146
Nosotros los Arquitectos

condición de “moderno” y por el apoyo de la prensa técnica al uso del hormigón armado.
Sin embargo, también hubo en ellas espacio para la crítica: para la elite porteña, el arte nue-
vo (en todas sus vertientes) era una “novedad de mal gusto”, y aun las revistas ilustradas de
la época se refieren a sus obras como “mamarrachos”, “adefesios” y “extravagancias”.52
La prensa especializada apuntará entonces a establecer la diferencia entre el “arte mo-
derno” (aceptado, conveniente e ineludible) y el “arte nuevo” (rechazado por antiestético,
perjudicial y producto de la improvisación de los advenedizos).
Enrique Chanourdie elogiaba, en 1903, la obra ganadora del primer premio del Con-
curso de Fachadas, del Arq. Le Monnier: …“contemplando las bellezas de esta obra de arte
moderno que, por fortuna, nada tiene de ese art nouveau con que tanto se pagan los noveleros
desprovistos de brújula y frecuentemente escasos de sentido común (…) ese cornisón serpentea-
do, rematado por dos semicírculos con sus mensulitas que parecen rayos troncados de una rueda
de carro apretado por algún tranvía eléctrico”. 53
Hacia el Centenario, la revista Arquitectura publica un artículo (traducción del aca-
démico español L. M. Cabello y Lapiedra de un trabajo de M. Fierens Gaevaert) en la que
se da difusión a las tendencias modernas en arquitectura, en los diferentes países de Euro-
pa.54 La escuela belga, la francesa, la alemana, la vienesa, la de Darmstadt, la inglesa, la ho-
landesa, la escandinava y la escocesa, son descriptas a partir de sus más significativos expo-
nentes. El traductor señala la inexplicable omisión del modernismo español (también se
ignora el floréale italiano) y remite a publicaciones de Barcelona para tratar el tema. Hay
una clara preferencia por la arquitectura moderna belga y vienesa: V. Horta, M. Vandevel-
de, Otto Wagner, Olbrich, Beherens, etc.:
“Toda una generación nueva se alza, desligada de los antiguos prejuicios, decidida a cons-
truir obras personales, renunciando al gótico, al cruel renacimiento flamenco, a todos los
estilos pasados, a todos los trabajos extravagantes de restauración y al saqueo arqueológi-
co, por el cual el genio arquitectónico se ha visto comprometido durante todo un siglo”.55
En 1916, la crítica al arte nuevo apunta no ya a los intrusos al campo sino a los ar-
quitectos, que desde una posición periférica, llevaron el estilo a grandes obras como por
ejemplo, el famoso Pasaje Güemes, de F. Gianotti. René Villeminot desarrolla una porme-
norizada crítica de esta obra que abarca aspectos estéticos y expresivos de los materiales em-
pleados, en particular el hormigón armado.56 Es significativo señalar que mientras la Revis-
ta Técnica le dio un importante espacio y fue generosa en la crítica del que era el edificio
más alto y moderno de la ciudad, la Revista de Arquitectura señalaba una posición más du-
ra y ortodoxa.
En 1923, también la revista El Arquitecto se pliega a la crítica oficial de la corpora-
ción, al flamante Pasaje Barolo sobre Avda. de Mayo, de M. Palanti, obra innovadora en

53
Chanourdie citado por Patricia Méndez, “La crítica de todos los ignorantes. Los concursos y proyectos de Eduardo Le
Monnier” en: LE MONNIER. Arquitectura Francesa en la Argentina, Cedodal, Buenos Aires, 2001, pp. 83 y ss.
54
M. Fierens Gaevaert. “Las escuelas de Arquitectura Moderna”, en: Arquitectura, Nº 61, Enero/Febrero 1910, (traducción), p.10/18.
55
Ibídem, p.13.
56
René Villeminot, “Algunas críticas sobre el Pasaje Güemes”, en Revista de Arquitectura, Octubre de 1916, pp.32 a 35.
57
“Carta abierta”, en El Arquitecto, Nº 36, Vol. III, julio de 1923. Palanti trabajó para los más encumbrados miembros de la
colectividad italiana, realizando obras como el Pasaje Barolo de una envergadura (inmobiliaria y edilicia) inusual en la épo-
ca. Palanti tuvo en relación con sus colegas connacionales una mayor capacidad y posibilidad de acumulación de capital
simbólico, además de una importante producción arquitectónica, escribió y teorizó sobre su obra. Respecto de su trayecto-
ria consultar el citado artículo de F. Aliata.

147
Silvia Augusta Cirvini

más de un aspecto, es calificada como “un exponente de la incultura artística de capitalis-


tas y pretendidos arquitectos que tanto abundan en nuestro ambiente”.57
Desde el periódico “Martín Fierro”, la vanguardia moderna ataca al modernismo des-
de otro flanco, y con un tono aún más virulento que el academicismo. Prebisch advierte
con relación al Pasaje Barolo, la incapacidad de alcanzar una estética apropiada al mate-
rial empleado: el hormigón armado, en una obra que se jactaba de vanguardista:
“El pasaje Güemes y el edificio Barolo, cuya hiriente fealdad es demasiado notoria para
no ser percibida por el transeúnte menos cultivado, son dos pruebas contundentes de lo
que deseamos demostrar: que es absurdo todo intento de rejuvenecer viejos estilos; que un
nuevo método de construcción exige formas nuevas, y que no se puede forzar impune-
mente una estructura adaptándola a las arbitrarias exigencias de un estilo cualquiera”.58
En nuestro país, las revistas especializadas de arquitectura son lo suficientemente
eclécticas para sostener una posición que acepta, con límites, el desarrollo del Arte Nue-
vo a ciertos edificios, usos u obras (asociadas en este caso a los festejos de ambos cente-
narios). Es indudable que las posiciones dominantes entre 1915 y 1920 oscilaban entre
el eclecticismo Beaux Arts y las distintas vertientes de la “arquitectura nacional”; el cam-
po disciplinar está hegemonizado y controlado por los arquitectos académicos, quienes
estipulan las condiciones de consagración de la buena arquitectura fijando los patrones
de la Belleza y el Equilibrio de la composición, parámetros en los que no caben, plena-
mente, las producciones del modernismo. Se puede admitir del nuevo arte que tenga
originalidad y una adecuación a los tiempos modernos, pero no se le reconoce bello;
hasta en Barcelona se acepta de este modo la obra de Gaudí, según Vega y March “más
genial que bella”.
Tanto en nuestras revistas como en el periodismo español se pone de manifiesto
que hay ciertos aspectos de las nuevas tendencias modernistas que el núcleo duro de la
tradición conservadora no admite, mientras otros aspectos o facetas son aceptados e in-
tegrados dentro de la práctica profesional de los arquitectos y del consumo de bienes
simbólicos por parte de la elite. Es decir, aquello que las Academias cuestionan del Ar-
te nuevo se concentra esencialmente en su “actitud transgresora” respecto de los princi-
pios beauxartianos de composición: simetría, equilibrio, relación armónica de las partes
con el todo, disposición reglada de la ornamentación y la decoración. Lo que sí se acep-
ta de las nuevas tendencias, directa o indirectamente, o se resignifica al interior de la cul-
tura dominante, es la importancia creciente de las artes industriales y decorativas, y el
acercamiento de distintos campos de la producción artística y artesanal con la arquitec-
tura, como los objetos decorativos y ornamentales, la pintura, el mobiliario, la herrería,
el equipamiento interior, etc. Esta característica netamente moderna del arte nuevo, an-
ticipa el postulado del diseño integral enarbolado por la vanguardia del Movimiento
Moderno.
Por último, un señalamiento que, sin dudas, amerita nuevas y particulares búsque-
das: los arquitectos modernistas españoles que actuaron en nuestro país en el entresiglo
y la primera década del XX, no se sienten atraídos ni adhieren a las búsquedas histori-
cistas de la “arquitectura nacional” en su vertiente hispanocolonial, sino que son en su

58
Vautier y Prebisch, “Hacia un nuevo estilo”, en: Martín Fierro, Buenos Aires, 28 de agosto de 1925.

148
Nosotros los Arquitectos

mayoría antiacadémicos, particularmente influidos por la gran fuerza del modernismo


catalán. Esto es aún más significativo si consideramos que hubo una demanda específi-
ca desde los sectores más prósperos de la colectividad española, de arquitectura represen-
tativa de lo “nacional” hispánico, homologado estilísticamente con el renacimiento espa-
ñol, el plateresco y en última instancia el mudéjar y el morisco. Esta demanda fue
satisfecha aleatoriamente por arquitectos “eclécticos” de cualquier nacionalidad.59
Sintetizando, con el arte nuevo el campo prueba la elasticidad de sus fronteras, pre-
cisamente en un momento crucial como es la etapa fundacional. Aunque no tienen el mis-
mo reconocimiento que los académicos, los arquitectos modernistas encuentran un espa-
cio de acción en la dinámica sociedad de principios del XX y son notablemente “exitosos”,
con más posibilidades de desarrollo y de expansión profesional que en sus países de origen.
Sin embargo, al revés de lo sucedido con los partidarios de la “arquitectura nacional”, con
quienes el academicismo / eclecticismo como posición dominante, tuvo siempre una acti-
tud conciliadora y consiguió absorber el movimiento incorporando sus búsquedas, con los
practicantes del arte nuevo se marcaron diferencias. Los más tolerantes lo admitieron co-
mo posición marginal, limitado a usos efímeros, festivos como las exposiciones o locales
comerciales y como lenguajes ornamentales aplicados sobre composiciones académicas. El
núcleo tradicional del campo fue todavía más duro con las composiciones netamente mo-
dernistas, las asociaba a la práctica de los “aventureros”, y “advenedizos” dentro de la dis-
ciplina y la profesión.
Finalmente, los arquitectos académicos más ortodoxos aprovecharon su denostación
del arte nuevo para oponerse y diferenciarse de los ingenieros, a quienes no les desagrada-
ba este estilo más libre y menos sujeto a reglas, además asociado a lo “moderno” y al “pro-
greso”, donde se acentuaba el uso de materiales innovadores como el acero y particular-
mente el hormigón armado.

3.1.2.2. LO “MODERNO” COMO CONDICIÓN

Desde 1900 y hasta 1930, primero con el “modernismo” 60 y luego con la “arquitec-
tura moderna”,61 la noción de “lo moderno” articuló uno de los puntos claves del debate
sobre lo que la arquitectura debía ser como respuesta a la época y a las nuevas necesidades.
En sentido amplio, por “moderno” se entendía aquello actual o reciente que se adecuaba
al “gusto” o a las necesidades del momento, que además, en lo expresivo se presentaba co-
mo innovador frente a la tradición.
La adecuación de la producción a las necesidades actuales que la época planteaba, es-
taba articulada con la cuestión de la universalidad o la particularidad de la respuesta. Para
algunos, lo “moderno” era un estilo más dentro del repertorio de la época, que abarcaba

59
En el caso de Mendoza, por ejemplo, la búsqueda simbólica de los Arizu, vitivinicultores prósperos, es cubierta con las
obras en neocolonial de Raúl J. Álvarez, quien también trabaja para la colectividad (Hospital Español-Godoy Cruz) y en
la españolización de las bodegas de impronta italiana (Arizu de Godoy Cruz y Villa Atuel).
60
Remitimos a la primera nota del punto 3.1.2.1 en este mismo capítulo.
61
Nos referimos al movimiento relacionado con las vanguardias estéticas de comienzos del siglo XX, que representa un ale-
jamiento definitivo del arte y la arquitectura académica, y que condensan en la escuela racionalista, funcionalista alemana.
Algunos de sus principales caracteres fueron: ruptura con toda referencia formal de la arquitectura histórica, búsqueda de
un nuevo lenguaje expresivo, donde la “forma sigue a la función”, exaltación de una estética pura, basada en la geometría,
racionalización del proceso de diseño, unificación del producto arquitectónico, fuerte compromiso social de la disciplina.
149
Silvia Augusta Cirvini

todos los modernismos (art nouveau, jugendstil o sessezion, floréale o modernismo cata-
lán) y más tarde también al art decó; para otros era una corriente foránea (el funcionalis-
mo europeo ligado al arte abstracto, el racionalismo alemán), pero casi todos coinciden en
la acepción tecnológica del término. A mediados de la década del ‘20, ya nadie podía ig-
norar las inmensas transformaciones que se habían operado dentro del arte de construir
por efectos de la modernización y el avance tecnológico, en particular en todo lo referi-
do a instalaciones, equipamiento y nuevos materiales.
El método proyectual heredado del tipologismo 62 del siglo XIX (tanto en el acade-
micismo como en el eclecticismo), había perpetuado en el habitus del arquitecto la con-
cepción de la obra a partir de la tríada vitruviana: utilitas, firmitas y venustas. La función
(utilitas) estaba determinada por programas “modernos”, resultado de las necesidades de
un presente en vertiginoso cambio. Los sistemas tecnológico-constructivos (firmitas) ha-
bían sido revolucionados con el proceso modernizador. Había consenso en la necesidad
de adaptarse a los avances tecnológicos y al uso de nuevos materiales, fenómeno que no
solamente se veía como algo inevitable sino cuyo desarrollo era autónomo e imparable
y constituía la nueva utopía del siglo XX. La expresión estética, el lenguaje ornamental
y decorativo (venustas), la búsqueda de un “estilo”, eran el punto de conflicto entre las
distintas posiciones.
En las tres primeras décadas del siglo XX, modelados por el eclecticismo como po-
sición central, se ubicaban quienes consideraban que cualquier edificio por “moderno”
que fuese, tanto por su programa funcional como por su resolución tecnológica, podía
vestirse con ropajes estilísticos al gusto del cliente y el arquitecto. Esta modalidad pro-
yectual se había instalado como actitud con el eclecticismo y perduraba en el habitus de
la gran mayoría de los practicantes a lo largo de todo el período. Esta posición tiene un
lugar privilegiado en la prensa especializada, es también hegemónica en la Escuela de
Arquitectura y la Sociedad de Arquitectos.
Por otro lado, a mediados de la década del veinte, y en una posición periférica den-
tro del campo puede ubicarse a muy pocos arquitectos de la incipiente vanguardia del
racionalismo y el funcionalismo, que propiciaba un enfoque diferente, más integral y

62
El tipologismo como método proyectual es hijo de la Ilustración en Europa, cuando hubo una reforma radical de la figura,
la función y la profesión del arquitecto. Liberalización del ejercicio profesional, especialización, instauración de una buro-
cracia técnica fueron los rasgos predominantes. Esto se tradujo –tanto en Europa como en América– en la creación y de-
sarrollo de las Academias (que propendieron a la normatividad y a la difusión de una arquitectura oficial) y con ellas a la
construcción y consolidación de una especificidad disciplinar, de un saber profesional diferenciado. También con la Ilustra-
ción, la noción de estilo como síntesis o expresión unitaria de imagen o forma y contenido fue reemplazada por la de tipi-
cidad o tipo, que respondía a la nueva concepción de la génesis y esencia de las formas. El desarrollo del tipologismo está
profundamente ligado al espíritu de la modernidad: se tipifican los fenómenos de la naturaleza para controlarlos, se extra-
pola la tipificación a lo social y a la cultura material. Si bien el Iluminismo había conseguido separar los conceptos de tipo-
logía formal y de tipología funcional, durante todo el siglo XIX se profundizó la disgregación de aquella noción unitaria
del “tipo”. Así, se desarrollaron en lo funcional numerosas tipologías planimétricas y distributivas, se institucionalizaron
como tipologías formales los antiguos estilos resignificados y se expandió notablemente el espectro de los tipos tecnológi-
cos, para satisfacer las nuevas necesidades planteadas por las numerosas y novedosas tipologías funcionales. La tríada vitru-
viana: utilitas – firmitas y venustas se disgregaba cada vez más y cada una de estas dimensiones comenzó a ser tratada como
un aspecto diferenciado de la obra de arquitectura. La función (utilitas) fue la que hegemonizó los procesos de cambio, a
partir de las nuevas necesidades fue sucesivamente reelaborada con la concurrencia de otros campos del saber. Las tipolo-
gías estructurales (firmitas) comenzaron a manifestar un desarrollo autónomo fomentado por la industrialización y los nue-
vos materiales. La composición formal y los lenguajes decorativos y ornamentales (venustas) recogen el más variado reper-
torio de la historia, y en múltiples procesos se re-codifican en el seno de nuevos valores culturales.
63
La primera difusión del racionalismo y el funcionalismo se hará a través del periódico Martín Fierro.

150
Nosotros los Arquitectos

unitario: la expresión formal y la belleza de una obra debía ser el resultado de la respues-
ta a la función, adaptada al medio, la época, los materiales y la tecnología. La vanguar-
dia moderna tiene un espacio muy limitado en las revistas técnicas hasta la década si-
guiente.63
Entre el eclecticismo académico y la incipiente arquitectura moderna, es habitual ha-
llar una variada gama de posiciones intermedias, en donde la riqueza de las soluciones pro-
puestas, más o menos creativas, más o menos integrales en cuanto al diseño, dependió de
la interacción e integración de las variables en juego, internas y externas al campo. Es de-
cir, la producción arquitectónica estuvo signada por los grandes temas y búsquedas que
preocupaban y ocupaban a la corporación, en definitiva por cuestiones disciplinares, pero
también, en muchos casos estuvo fuertemente condicionada por razones extradisciplinares,
como por ejemplo la rígida codificación entre el estilo, el significado y la función, impues-
to desde la demanda oficial en la edilicia arquitectónica estatal.
A continuación, intentaremos señalar sintéticamente las diferentes posiciones que he-
mos identificado en el campo disciplinar en los veinte años que van desde 1925 a 1945.
No pretendemos presentar un panorama completo de la diversidad de situaciones que pu-
dieron haberse presentado en esos años, sí en cambio son las que hemos advertido como
más significativas con relación al tema que nos ocupa, la constitución del campo y del ha-
bitus, a partir de las fuentes consultadas.
Si hacia 1915, el debate acerca de cómo debía ser “nuestra arquitectura”, dividía a los
maestros académicos o eclécticos, de los jóvenes alumnos nacionalistas, apoyados en algunos
profesores,64 hacia 1925 la situación comienza a variar por la aparición de nuevos actores,
los integrantes de una incipiente vanguardia. Hubo entonces, al interior del campo, una
recomposición de las alianzas y una nueva conformación de bloques entre grupos otrora
antagónicos. Podría decirse que, quienes fueron jóvenes estudiantes entre 1915 y 1921,65
tomaron en los años siguientes, distintos rumbos en cuanto a la búsqueda planteada de una
nueva arquitectura, que podrían resumirse en dos opciones principales. La primera fue per-
manecer dentro del marco contenedor de la línea reconocida como fundadora del campo,
nucleada en torno de la Sociedad Central, que se hallaba hegemonizada por los “mayores”
y crecer alineados bajo la conducción de los maestros (es el caso de Carlos Becker, o de
Raúl J. Álvarez, por ejemplo). El debate sobre lo nacional, como dijimos, fue perdiendo
fuerza, riqueza e integralidad en la medida en que la discusión se redujo a una mera cues-
tión de lenguaje. De este modo, la búsqueda de los jóvenes dejó de ser contestataria y opo-
sitora al eclecticismo cuando se convirtió en un estilo más, una alternativa diferente den-
tro del elenco ecléctico de la época. Sólo algunos casos –como Greslebin o Guido–
tuvieron trayectorias independientes y muy decisivas dentro del campo, que justifican un
análisis particular.66
La otra opción para los jóvenes fue atravesar la línea divisoria y ubicarse como disi-
dentes de una tradición disciplinar apenas consolidada –que era a la vez académica, ecléc-

64
Remitimos al tratamiento del debate sobre “arquitectura y arte nacionales”, en este mismo capítulo.
65
Es importante considerar que serán los jóvenes de 1915 quienes participan activamente en los años próximos a la reforma
universitaria y que 1921 marca el límite de la acción de este movimiento en los claustros de la facultad. A partir de enton-
ces disminuye la participación estudiantil en las revistas del gremio y aparentemente aminoran –o son negados– los recla-
mos formulados por los alumnos.
66
Remitimos al análisis del debate sobre la “arquitectura y arte nacionales”, en este mismo capítulo.
151
Silvia Augusta Cirvini

tica y nacionalista– adscribiéndose a grupos de vanguardia que adherían tanto al art déco,
al funcionalismo, al racionalismo como en general al Movimiento Moderno. Estos jóvenes
arquitectos consiguieron, desde mediados de la década del ‘20, ser un foco de atención
dentro del campo disciplinar, opacar cualquier otro debate sustantivo acerca de lo que era
o “debía ser” la arquitectura o los arquitectos y desarticular cualquier otra crítica que no
fuera contra ellos, sus propuestas o posiciones teóricas. Se convirtieron en el centro de las
críticas y de ataque de los “grandes” como Christophersen, Bustillo y Coni Molina de la
Sociedad Central. Esta puja entre posiciones, que se prolongaría durante más de dos dé-
cadas, suscitó el interés de la prensa especializada, y puso en evidencia la potencial “igual-
dad” 67 de los oponentes, a pesar de las jerarquías y las distintas situaciones de fuerza. Es-
ta tensión en el campo produjo escritos memorables, verdaderos manifiestos de fe, en
particular la disputa Christophersen - Prebisch o el enfrentamiento entre Virasoro y Co-
ni Molina - Bustillo.68
Veremos a continuación cómo las posiciones que representaron las vanguardias ar-
tísticas en arquitectura en el caso argentino, en este período, afectaron el campo discipli-
nar de la arquitectura:

3.1.2.3. DEL ART DECÓ AL RACIONALISMO

“Nos repugna lo fragmentario. Estamos hartos de amputaciones y de apa-


ratos ortopédicos. Aspiramos al cuadro y al poema, a la estatua y al mo-
numento con pies y con cabeza, con sexo y con esqueleto”
Martín Fierro (1925) (pie de página 25 / 08 / 25)

Para Jorge Ramos, en el caso de Argentina, si bien el Art Decó tuvo un importante
desarrollo, la adscripción a esta tendencia no fue tema de debate en el campo profesional,
no mediaron polémicas cuestionadoras de la arquitectura academicista, ni de las otras ex-
presiones del Movimiento Moderno, es decir, no hubo el entusiasmo crítico que tuvo en
Francia o en EEUU. El punto culminante del desarrollo de este “sistema estético” (que
abarcaba varios campos culturales: mobiliario, vestimenta, fotografía, coreografía, diseño
gráfico e industrial, etc.) fue la Exposición de Artes Decorativas e Industriales Modernas
de París en 1925. En Europa, el Art Decó, aunque débil doctrinariamente, insertó sus
propuestas en el debate teórico del Movimiento Moderno, planteando la primera oposi-
ción al racionalismo abstracto alemán. Ramos afirma que en Argentina “la producción co-
rresponde a un campo temático bastante acotado, con algunas obras paradigmáticas en

67
Esta situación no se dio por ejemplo con los arquitectos que adscribieron al art nouveau, ya sea en su vertiente del moder-
nismo catalán o del floréale italiano. Este estilo era considerado de mal gusto y por tanto desacreditado sin más.
68
Bourdieu afirma que querer trastocar las relaciones de fuerza en un campo, es decir querer hacer una “revolución” significa
admitir lo esencial de lo que está tácitamente exigido en ese campo, esto es, que lo que en él se juega es suficientemente
importante como para que se tengan ganas de hacer la revolución. Además –dice este autor– es evidente que, entre perso-
nas que ocupan posiciones opuestas y que parecen radicalmente opuestas en todo, existe un acuerdo oculto y tácito sobre
el hecho de que vale la pena luchar por cosas que están en juego en el campo.
69
Señala como diseñadores destacados del Decó a: Alejandro Virasoro, los hermanos Kalnay, Alberto Gelly Cantilo y Valentín
Brodsky. Cf. Jorge Ramos, “Art Decó” en: Diccionario Histórico de Arquitectura, Hábitat y Urbanismo en la Argentina (Edi-
ción preliminar) (1992), Proyecto y Dirección Gral.: J. F. Liernur, Dirección operativa: F. Aliata, 2 Tomos, SCA, FADU-UBA,
Buenos Aires, p. 81 y ss.

152
Nosotros los Arquitectos

ciudades como Rosario y Buenos Aires”.69 Este autor señala asimismo, la importante di-
fusión que tuvo en la arquitectura de los vastos sectores medios y populares, a lo largo de
todo el país y particularmente en el tratamiento de los frentes de las viviendas de exten-
sos barrios en la Capital y en las principales provincias (“un art decó de 30 cm. de espesor”),
cubriendo variadas tipologías funcionales de edificios de servicio, viviendas individuales y
pequeños comercios.70
Desde nuestra perspectiva, nos interesa señalar del Art Decó, algunos aspectos vincu-
lados con las luchas entre las posiciones al interior del campo disciplinar. Puede advertirse
que el art decó presenta algunas características y condiciones de desarrollo compartidas con
el arte nuevo y otras con las vanguardias de la arquitectura moderna. En este sentido, el
desarrollo de esta tendencia puede considerarse una situación de transición entre el antia-
cademicismo del “arte nuevo” y la posición más crítica y más integral (aunque mucho más
tardía en sus efectos prácticos) de la vanguardia del Movimiento Moderno. Veamos enton-
ces su ubicación relacional en el campo entre la década del ‘20 y del ‘40:
• El Art Decó comparte con el arte nuevo el doble nivel de difusión: las versiones
más completas e integrales entre grupos de la elite (mediadas y producidas por
profesionales: arquitectos e ingenieros) y las más simplificadas y parciales entre los
sectores medios y populares (reinterpretadas por constructores de oficio).
• La apropiación no culta y extendida es un rasgo “moderno”, relacionada con la
popularización y el consumo masivo de lo arquitectónico entre las nutridas clases
medias, cuya difusión se extiende como una moda (al igual que con el californiano)
que se propaga a través de las revistas y el cine. Esta difusión del Art Decó a partir
de una reinterpretación no especializada, sin mediación profesional, es un fenómeno
que se extendió no sólo en Buenos Aires sino a las principales capitales del interior.
• Como el arte nuevo, el Decó se propone como sistema estético, integrando las ar-
tes mayores y menores, la arquitectura a las artes industriales y decorativas, en una
posición que anticipa el diseño integral de las vanguardias racionalistas.71
• El Art Decó comparte con la vanguardia de la arquitectura moderna, la estética
pura del cubismo, la geometría y la tenaz oposición al ornamento.
• Finalmente, el Decó coincide con las otras posiciones de vanguardia en la negación
de los valores de la arquitectura histórica propia para el desarrollo de la nueva arqui-
tectura: “No podemos alegar una tradición respetable, ni tenemos ningún compro-
miso con la historia” [Virasoro], “nuestra situación excepcional de pueblo sin pasa-
do y sin tradición nos permite considerar objetivamente las condiciones de la vida
actual (…) [y]… aprovechar el severo ejemplo de las máquinas” [Prebisch y Vautier].
En la prensa especializada, el debate teórico que libra Alejandro Virasoro como re-
presentante de esta tendencia, aparece ligado conceptualmente a la posición racionalista y
funcionalista, próxima a la estética del ingeniero y de la máquina de Prebisch y Vautier. Por
otro lado, quienes atacan a Virasoro son los mismos que atacan a Prebisch: Christopher-

70
Jorge Ramos. “El sistema del Art Decó: centro y periferia”, en Art Decó, allí y aquí. Colección Summarios, Nº 105, Buenos
Aires, 1986, pp.8/11.
71
En nuestro país, el carácter integral de la tendencia, donde el tratamiento del espacio, lo ornamental / decorativo y el equi-
pamiento responde a una única concepción total (como es el caso de A. Perret en Francia) quedó acotado a unas pocas
obras paradigmáticas de Rosario y Buenos Aires. Cf. Jorge Ramos, Ibídem.

153
Silvia Augusta Cirvini

sen, Coni Molina, Bustillo. Se definen así dentro del campo disciplinar, un núcleo central,
hegemónico, autoreferente de la tradición, y una vanguardia donde conviven desde media-
dos de los años ‘20 y durante toda la década del ‘30, el Decó con el racionalismo, el fun-
cionalismo y luego también el llamado estilo internacional.
En 1924 el artículo “Estética Contemporánea” 72 de A. Vautier y A. Prebisch, que
presenta el proyecto de una ciudad azucarera en Tucumán dentro de la vanguardia mo-
derna, fue el primer artículo de ruptura de la tradición académica en la prensa arquitec-
tónica y desató la polémica que se prolongaría hasta promediar el siglo. Se trataba de un
proyecto utópico inspirado en la “Cité industrielle” de Tony Garnier (1901),73 donde la
memoria descriptiva que se publica, expone con un lenguaje apasionado y disonante pa-
ra los hábitos de la época, una integral oposición a la estética vigente desde un nuevo
planteo ligado al arte abstracto, el maquinismo y la arquitectura moderna. Es una pro-
puesta para pocos ya que propone una recodificación muy importante dentro de los va-
lores estético-formales de la época. Para los autores una de las claves se halla en la rela-
ción artista-público, dado que para apreciar una obra se necesita casi tanta sensibilidad
como para crearla: “De ahí, en nuestra época, la escasez no sólo de verdaderos artistas,
que traduzcan su espíritu, sino también de espectadores que comprendan las obras de
esos artistas”.74
La apelación al maquinismo actualiza debates latentes en la corporación desde co-
mienzos del siglo: entre ingenieros y arquitectos, entre arte y ciencia:
“La máquina nos indica cual es el espíritu de nuestra época: espíritu científico, preci-
so, mecánico, que busca afanosamente la claridad y el orden perdidos” (…)
“El ingeniero ha llegado a un resultado de belleza plástica intensa sin buscarlo. (…) El
arquitecto ha matado la arquitectura. Mientras que el espíritu de esta época necesita
urgentemente una forma de expresión propia, el arquitecto se empeña en el empleo de
las formas tradicionales, formas muertas…”.
Los autores aclaran que se refieren al ingeniero “que hace su oficio”, al de los silos
y paquebots y no al que tiene “pretensiones artísticas, producto híbrido de una enseñan-
za en exceso ramificada”.75
Sin dudas, no era fácil en el contexto de la cultura arquitectónica del Buenos Aires
de los años ‘20, adherir al principio de la belleza de las formas útiles, valorar una expre-
sión plástica tan diferente y tan distante de las normas y lenguaje del academicismo. Al-
berto Prebisch, junto a Vautier inició la labor de difusión de las vanguardias en el perió-
dico Martín Fierro, de la cual dará acuse de recibo en 1927 la virulenta respuesta de
Christophersen con el artículo “Charlas con un futurista”, publicado en la Revista de Ar-
quitectura.76

72
E. Vautier, A. Prebisch, “Ensayo de Estética Contemporánea”, Revista de Arquitectura, Nº 47, noviembre de 1924.
73
El proyecto de Ciudad industrial de Garnier (1869-1948) fue iniciado en 1901 y expuesto en 1904 como pensionista de
la Academia Francesa en Roma, en la cual desarrollaba la especialidad de “planeamiento urbano”, y donde con gran auda-
cia afirmó que “la arquitectura antigua es un error. Sólo la verdad es bella. En arquitectura, la verdad es el resultado de cál-
culos hechos para satisfacer necesidades conocidas con materiales conocidos”. La torre de la estación de ferrocarril es muy
similar a la del proyecto de Vautier y Prebisch. Cf. Nikolaus Pevner, Pioneros del diseño moderno, Ediciones Infinito, 2da
edición, Buenos Aires, 1963, pp.212 y 213.
74
E. Vautier, A. Prebisch, “Ensayo de Estética Contemporánea...”, op.cit., p.407.
75
Ibídem, p.410.
76
Más adelante en este mismo capítulo analizamos la controversia Prebisch-Christophersen.

154
Nosotros los Arquitectos

Desde los primeros artículos en Martín Fierro, y apoyados en la línea editorial del
periódico, esbozan tempranamente los lineamientos de una nueva estética:
“Pero he aquí que la belleza ha sido siempre el resultado de un proceso constructivo, de
una lógica arquitecturación de formas creadas por el espíritu. El artista de hoy, come-
tiendo una grosera alteración de los términos del proceso estético, ha tomado como pun-
to de partida el resultado de pasadas experiencias. Así la preocupación del “estilo” pre-
side tiránicamente todos sus intentos.
“El ingeniero, libre de la obsesión estética gracias al cálculo que le impide toda fantasía,
ha alcanzado sin embargo un resultado de una belleza sorprendente, mostrando al artis-
ta el verdadero camino tradicional. Y ya hemos dicho en otra oportunidad cómo el Par-
tenón clásico y el automóvil contemporáneo responden íntimamente a un mismo proceso
creativo”. 77
“…Porque el número es el principio fundamental de todo gran arte” (…)
“Los ingenieros nos han acercado a los principios fundamentales del arte clásico. Sus pro-
ducciones, sometidas a las exigencias del número y a la ley de la economía, aparecen así
depuradas y simplificadas; la forma se hace en ellas cada vez más pura y más elemental.
Y ya Platón hacía notar el singular acuerdo existente entre la forma despojada de todo
vano accesorio, rigurosamente adaptada a su fin, y su eficacia estética”.78
La Exposición de Arte Decorativo de París en 1925 dio pie, desde la visión de la van-
guardia, para la crítica del exceso ornamental de la arquitectura y las artes aplicadas. Vau-
tier y Prebisch, en un artículo en Martín Fierro donde oponen una y otra estética con imá-
genes por demás elocuentes (grandes estructuras de hormigón de Perret en Francia y un
automóvil versus la Galería Güemes y el Palacio de la Exposición en París), citan en fun-
ción de apoyo al maestro Augusto Perret “la figura más prominente entre los arquitectos
contemporáneos”:
“…Hay que suprimir el Arte Decorativo. Quisiera ante todo saber quién ha acoplado es-
tas dos palabras: arte y decorativo. Es una monstruosidad. Donde hay arte verdadero, no
hay necesidad de decoración. Lo que hace falta en arte es la desnudez, la bella desnudez
antigua o medioeval”.79
“…La decoración, como la retórica, aparece indefectiblemente cuando la concepción exi-
ge un velo para disimular su pobreza.” (…) 80
La incipiente vanguardia arquitectónica encontró apoyo en otros intelectuales del
grupo martinfierrista, que en tono irónico, humorístico y mordaz, como Oliverio Giron-
do, pueden decir más allá de lo permitido a los practicantes del campo. En “Cuidado con
la Arquitectura”, el poeta califica como una situación de esquizofrenia la que transitan ar-
quitectos y alumnos de la Escuela de Arquitectura, que no pueden ver lo que “cualquier
palurdo” advierte de la realidad circundante:
“…En el código de las bellas artes que algún día editará MARTIN FIERRO, se reservan
a los arquitectos los tormentos más voluptuosamente crueles. ¿Qué otra cosa merece una

77
Vautier y Prebisch, “Fantasía y Cálculo”, en: Martín Fierro, Buenos Aires, 5 de agosto de 1925.
78
Vautier y Prebisch, “Hacia un nuevo estilo”, en: Martín Fierro, Buenos Aires, 28 de agosto de 1925.
79
Vautier y Prebisch, “Arte decorativo, arte falso”, en: Martín Fierro, Buenos Aires, 25 de setiembre de 1925.
80
Pie de página en el artículo: Vautier y Prebisch, “Arte decorativo, arte falso”, en: Martín Fierro, Buenos Aires, 25 de setiem-
bre de 1925.

155
Silvia Augusta Cirvini

especie que demuestra una voluntad tan tenaz de aniquilamiento?…”


“En la escuela (…) se aprende a diferenciar el dórico del jónico, el renacimiento del ba-
rroco. Allí los más comprensivos, presienten acaso, el partido que los arquitectos románi-
cos sacaron del “arco de medio punto”, o los efectos que obtuvieron los maestros del rena-
cimiento del juego de la luz en las cornisas. Pero, eso sí, no pretendamos que recuerden
que, con cornisas y arcos, se resolvieron problemas de resistencia que carecen de toda ra-
zón de ser en construcciones cuyos esqueletos de hierro los hacen innecesarios; pues, aun-
que lo sepan, tratarán por todos los medios de olvidarlo”.81
Girondo critica con mordaz ironía esa suerte de teoría de la “adaptabilidad” a la que
recurren los arquitectos, cuando apelan al arcón del pasado para utilizar antiguas solucio-
nes a nuevos problemas:
“…A ellos no les interesa que las necesidades de la vida contemporánea exijan y requie-
ran nuevas soluciones. Para ellos carece de importancia que los procedimientos de cons-
trucción sean distintos y que los materiales de que disponen ofrezcan y reclamen solucio-
nes inéditas”.82
Vautier y Prebisch, desde la tribuna que significaba Martín Fierro, apelan, en función
de apoyo de su discurso, a dos “grandes” maestros europeos: Perret y Le Corbusier, para
decir lo que no pueden en forma directa, en un medio tan hostil a la vanguardia moderna
como era Buenos Aires en los años ‘20. Oponer arquitectos e ingenieros y denostar el
aprendizaje de la Escuela de Arquitectura eran apuestas muy fuertes contra la tradición aca-
démico-ecléctica que hegemonizaba el campo:
“Los ingenieros construyen los útiles de su tiempo. Todo salvo las casas y los tocadores de-
pravados.
“Hay una gran escuela nacional de arquitectos y existen en todos los países escuelas nacio-
nales, regionales, municipales, de arquitectos, que enredan las inteligencias jóvenes y les en-
señan lo falso, lo ficticio y las obsequiosidades de los cortesanos. ¡Las escuelas nacionales!
“Los ingenieros son sanos y viriles, activos y útiles, morales y alegres. Los arquitectos son
decepcionados e inocupados, hoscos y jactanciosos. Esto a causa de que en breve, se halla-
rán sin nada que hacer. No tenemos más dinero para levantar recuerdos históricos. Tene-
mos necesidad de justificarnos.
“Los ingenieros proveerán a ello y construirán.
“Sin embargo existe la arquitectura. Cosa admirable y la más bella.(…)
“El diagnóstico es claro.
“Los ingenieros realizan arquitectura, porque emplean el cálculo que proviene de las leyes
universales, y sus obras nos hacen sentir la armonía. Existe, entonces, una estética del in-
geniero…” 83
Más tarde, Prebisch retomará e insistirá, en sus conferencias y en la prensa en la in-
fluencia nefasta de la enseñanza académica aun sobre los mejores talentos: “Viollet Le Duc
y Labrouste fueron académicos a pesar de ellos, a pesar de su prédica escrita”… y corrobo-
rará que son, precisamente quienes se formaron fuera del sistema educativo de enseñanza

81
Oliverio Girondo, “Cuidado con la Arquitectura”, en: Martín Fierro, Buenos Aires, octubre de 1925.
82
Ibídem.
83
Le Corbusier citado en “Arquitectura”, en: Martín Fierro, Buenos Aires, mayo de 1927.
84
Alberto Prebisch. “La Enseñanza de la Arquitectura”, en Nuestra Arquitectura, N º 67, febrero de 1935, p.229 y ss.

156
Nosotros los Arquitectos

del arte, los únicos que pueden considerarse como innovadores (menciona a Gropius, Le
Corbusier y Mies Van der Rohe).84
Por otro lado, Alejandro Virasoro, desde una estética art decó, en 1926 publicaba en
la Revista de Arquitectura el artículo “Tropiezos y dificultades…”, al cual responderán ca-
si simultáneamente Coni Molina, Bustillo y Christophersen.85 Dice Virasoro que hay una
oposición casi natural al cambio entre los hombres, pero que en arquitectura la situación
es más grave que en otras artes:
“La desgracia de la arquitectura está (…) en que los arquitectos en vez de combatir el
temperamento conservador del vulgo, lo halagan. Esta práctica pusilánime ha tenido por
efecto la pululación de las copias de los estilos más inadecuados, de las formas más híbri-
das y finalmente, la pululación de los mamarrachos.” (…) “Los jóvenes son los únicos que
pueden hacer algo por una nueva arquitectura”.86
Sin embargo, Virasoro es un agudo crítico de la realidad: la responsabilidad de la cri-
sis del arte arquitectónico está compartida por los profesionales y los comitentes. No va a
cambiar la situación si no cambia la demanda; el problema no son sólo los arquitectos si-
no el público:
“He sufrido los efectos de la estrechez de miras del que manda construir y la rutina del
que construye; he conocido la venalidad común en el arquitecto que se conduce como ar-
tesano, y no como artista; he hecho, en fin, lo que todos hacen e hicieron, lo que los más
seguirán haciendo: copias fieles, puras e híbridas, remedos de confección. Sé, pues, de qué
pie cojeamos”.87
Con relación al método de diseño, desarticula el procedimiento de la imitación y la
copia, enraizado en el habitus académico:
“Cualquier mero dibujante cleptómano le ofrece al más puntilloso de los clientes el plano
y los detalles de un palacio. No tiene sino que hacer lo que hacemos de ordinario los ar-
quitectos: copiar cualquier monumento arquitectónico del Renacimiento o de otra época,
(…) El cliente no entiende, por lo regular de nada; el arquitecto no entiende un comino
de arte, o no quiere o no puede entender; sólo hace su oficio; así salen las obras; así se lle-
na la ciudad de adefesios, y los dueños tan contentos y los autores tan tranquilos”.88
Virasoro arremete contra las prácticas de la tradición ecléctica y apunta a un nuevo
modo de mirar el problema, muy próximo, como se advierte de la posición de la vanguar-
dia racionalista. En el punto siguiente señalaremos lo aspectos más significativos de los
efectos que produjo esta controversia en el campo disciplinar.
La indiferencia del núcleo más rígido de la corporación ante la visita de Le Corbu-
sier a Buenos Aires en 1929, hecho que ignora completamente la Revista de Arquitectura,
y cuyos movimientos quedan reducidos al núcleo de seguidores de la vanguardia porteña,
es un síntoma del escaso impacto que tuvo en la realidad este hecho. Todos los autores que

85
El artículo fue publicado en la revista, órgano oficial de la Sociedad de Arquitectos, según su presidente A. Coni Molina,
por casualidad y por error. En la respuesta que se publica en el número siguiente explica que él estaba de viaje y que lamen-
ta que en su ausencia se hubiera filtrado un artículo tan hiriente con la matrícula, hecho que no debía haber sucedido.
86
Alejandro Virasoro. “Tropiezos y Dificultades al progreso de las artes nuevas”, en Revista de Arquitectura, Nº 65, mayo de
1926, p.179.
87
Ibídem, p.180
88
Ibídem.
89
Se trata de F. Ortiz, R. Gutiérrez, A. De Paula, R. Iglesias, M. Gutman, Balao y Katzein y Nicolini.

157
Silvia Augusta Cirvini

han abordado la visita de Le Corbusier a Buenos Aires 89 coinciden en los pocos frutos que
tuvo este resonante hecho, visto como un hito por sus seguidores muchos años después. Lo
cierto fue que recién en 1948 se publicaron en la Revista de Arquitectura dos conferencias
traducidas por Sacriste y Caminos. Finalmente, en 1979, la Sociedad Central le rinde ho-
menaje a Le Corbusier en el cincuentenario de la histórica visita, con la publicación de las
conferencias y una exposición retrospectiva. Le Corbusier habría estado vinculado a la
constitución del Grupo Austral (Ferrari Hardoy - Kurchan - Bonet Correa) voceros de los
CIAM (Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna) en Argentina, que publica-
ron una revista: Tecné, de una efímera vida, entre 1938 y 1941.90
En 1929, el socialista Walter Hylton Scott funda la revista Nuestra Arquitectura que
canalizará la difusión del racionalismo, el funcionalismo y el Movimiento Moderno en ge-
neral, a la vez instalará el debate sobre la vivienda obrera, ya como un tema específico de
arquitectos, con resolución de gran número.91 En ambos campos temáticos tuvo notable
peso la labor de difusión teórica y casi doctrinaria que realizó un arquitecto emigrado ru-
so de la posguerra: Wladimir Constantinovsky (Wladimiro Acosta) que representa a una
fracción progresista de la vanguardia europea.92 Desde el materialismo histórico jerarquiza
la dimensión social de la nueva arquitectura, en particular con el tema de la vivienda obre-
ra y rechaza el reduccionismo de los problemas arquitectónicos y urbanísticos a una cues-
tión estético-formal.
W. Acosta pretende instalar tempranamente, temas como la necesidad de lo “stan-
dard” y la utilización de un procedimiento científico y “objetivo” en el proceso de diseño,
que contemplara pasos estructurados, convirtiendo en transparente el recorrido entre la ne-
cesidad y el producto arquitectónico, camino por lo tanto controlable, susceptible de re-
flexión, rectificación y crítica.
Acosta enarbola la necesidad de desarrollar, en particular para el tema vivienda míni-
ma y popular, los tres principios corbusianos de producción masiva: standardización, in-
dustrialización y taylorismo. Sus propuestas no podían ser oídas aún en un medio tan hos-
til a la vanguardia como era Buenos Aires de los ‘30; permanece aislado con la única
posibilidad de producir teoría y publicar en la revista, con muy pocas obras en el país y sin
posibilidades de enseñar en la Escuela de Arquitectura hasta 1958, cuando ya es Facultad
y toma a su cargo, con gran éxito y adhesión del alumnado, un taller de diseño.
En 1929, Nuestra Arquitectura publica algunos textos corbusianos, gráficos y fotogra-
fías de las obras, en coincidencia con la visita del maestro a Buenos Aires. También intro-
duce en la prensa el problema urbano desde la perspectiva de los CIAM y dice de Le Cor-
busier… “Su frase, concisa y clara, traduce admirablemente sus teorías que tienen la precisión
de las fórmulas. En cuanto a sus vistas sobre urbanismo, es indudable que reflejan algunas ver-
dades indiscutibles”.93

90
Curiosamente Le Corbusier aparece formando parte del equipo del Grupo Austral en el Concurso del Plan Regulador de
la Ciudad de Mendoza (1940), donde el equipo ganador fue el que dirigió Fermín Bereterbide (junto a Belgrano Blanco
y Scasso). Investigaciones recientes confirman que esta participación fue simbólica pero que en los hechos reales no hubo
colaboración del “grande” en este plan. (versión testimonial Dr. J. R. Ponte)
91
Remitimos al tratamiento de este tema en el análisis del debate sobre Vivienda popular.
92
Es importante considerar que no toda la vanguardia europea fue progresista ya que una parte de la vanguardia futurista y
racionalista italiana adscribió al fascismo mussoliniano y a partir de la circulación por toda América, en 1934 de la Exposi-
ción italiana, se crearon numerosos sindicatos de arquitectos “fascistas all´estero”.
93
Copete del artículo “La Casa y la Ciudad” por M. Le Corbusier, en Nuestra Arquitectura, Año 1, Nº IV, p.123.
158
Nosotros los Arquitectos

Además, esta publicación busca instalar un nuevo espacio en la crítica arquitectóni-


ca, que se había convertido, según diagnóstico de la Revista, en un factor retardatario del
desarrollo del arte arquitectónico, al no admitir los nuevos materiales y la nueva estética.
En este tema publican traducciones de revistas europeas sobre “estética” o editoriales para
la revista, como las de Antonio Vilar sobre “arquitectura contemporánea” y de Wladimiro
Acosta sobre “estilo moderno”.94
Antonio Vilar utiliza en 1931, el término contemporánea para calificar la arquitec-
tura heterogénea y contradictoria del momento. En una carta al director de Nuestra Ar-
quitectura, critica el irracional y “fanático culto por el pasado”:
“La tradición no puede ser más que un instinto respetuoso, por el esfuerzo sano de nuestros
antecesores; debe servirnos de estímulo, de ejemplo, de jalón, pero nunca de cómplice invo-
luntario para anular el esfuerzo maravilloso de una época como la nuestra, sacrificando
tantos afanes a malsanas ambiciones, huecas pomposidades e imposibles «aristocracias»”.95
La posición de Vilar contempla, como la de Virasoro y Prebisch, el desplazamiento
de la atención de Europa a América, acompañando el itinerario del Movimiento Moder-
no, desde el racionalismo y funcionalismo alemán y francés a las vertientes más heterodo-
xas y organicistas de los EEUU, que alcanzan difusión ecuménica con la Exposición Inter-
nacional de Nueva York en 1932. Este desplazamiento de la mirada convierte a América,
una vez más, en el lugar privilegiado del desarrollo del mundo moderno, del futuro, que
Europa no podrá alcanzar, limitada por su historia:
“Un país nuevo como el nuestro, no tiene perdón si no saca provecho de la dura experien-
cia ajena. No tenemos por qué pagar tributo a la rutina, a la trabada evolución de an-
tiguas civilizaciones ni a los prejuicios en que se está debatiendo la vieja Europa…” 96
A propósito de la Exposición de Artes Decorativas en París de 1925, había dicho Vi-
rasoro:
“Imitemos el ejemplo de Francia, al volverse a lo nuevo necesario, pero no imitemos el ar-
te de Francia, porque Francia ahora, como los otros viejos pueblos de Europa, ya nada tie-
ne que enseñarnos en este orden. Francia misma va a la escuela. Los maestros son los yan-
quis o los rusos, según se prefiera. Y también seremos nosotros los maestros, si nos hacemos
a la existencia real del presente; si nos olvidamos al punto de todo lo que hemos aprendi-
do de Europa y vamos de nuevo a la escuela de los americanos, para llegar a ser lo que
ellos y ser, no iguales a ellos, pero, a nuestro modo, tan fuertes y originales como ellos.
“En la exposición de Chicago ya se ha visto que Europa tiene ahora que aprender de Amé-
rica, más que América de Europa”.97
Las editoriales de Walter Hylton Scott, entre la ironía y la observación aguda, descri-
ben la Buenos Aires del inicio de la década del ‘30 en donde la modernización es sólo su-
perficial porque se toma el diseño moderno como receta de adaptación del maquillaje for-

94
Cf. Antonio Vilar, “Arquitectura contemporánea”, en Nuestra Arquitectura, Agosto de 1931, p.18 y ss. y Wladimiro Acosta,
“Nueva Arquitectura”, en Nuestra Arquitectura, Abril de 1932, p. 359 y ss.
95
Cf. Antonio Vilar, “Arquitectura contemporánea”, en Nuestra Arquitectura, Agosto de 1931, p.18 y ss.
96
Ibídem, p.19.
97
Alejandro Virasoro. “Tropiezos y Dificultades al progreso de las artes nuevas”, en Revista de Arquitectura, Nº 65, mayo de
1926, p.182.
98
Editoriales de W. Hylton Scott, “La industria de la Construcción y la crisis”, en Nuestra Arquitectura, marzo de 1932, Año 3,
p.293 y ss. y “El camino de la prosperidad”, en Nuestra Arquitectura, julio de 1932, Año 3, p.445 y ss.

159
Silvia Augusta Cirvini

mal o como herramienta para la especulación en el caso de la “vivienda mínima”. La crisis


económica del ‘30 repercute sensiblemente en el campo de la construcción, que venía en
la década anterior con un ritmo progresivamente ascendente y permiten tomar contacto,
evaluar el déficit habitacional entre sectores populares y medios.98
Wladimiro Acosta traza en 1932, un breve recorrido de los “modernos” entre noso-
tros y selecciona los protagonistas y las etapas del relato: señala que en la primera década
del siglo, la disputa entre la “vieja guardia” (académica) y los “modernistas” (según Acosta
imitadores débiles de la arquitectura vienesa) fue una…:
“Farsa inútil; los edificios en ambos casos eran absolutamente iguales en su esencia; se
cambió solamente la manera de decorar la torta pero su gusto y consistencia quedaron los
mismos. Ese detalle escapó, desgraciadamente, a la atención de ambos partidos”.
Es significativo que Acosta ignore por completo la labor de Prebisch y Vautier en la
década del ‘20, a través de Martín Fierro y afirme que fue Victoria Ocampo, quien al en-
cargar a Bustillo una casa en “estilo moderno”, dio un giro en la demanda movilizando el
fenómeno de imitación por moda. Pero Acosta es claro y reiterativo, plantea la nueva arqui-
tectura como un problema social no estético, formal o de estilo. Dice, “no existe el estilo
moderno” (…) “Las fachadas modernas de los edificios porteños no son más que un disfraz.
Lo que se entiende aquí por nueva arquitectura no es en realidad más que un nuevo forma-
lismo (estilo moderno)”.99 Wladimiro Acosta insiste una y otra vez que la arquitectura mo-
derna en Buenos Aires es un hecho superficial y no un proceso integral que incorpore o pro-
mueva el cambio social; es más, advierte tempranamente el carácter elitista (ya no sólo de
una elite económica sino también intelectual) que implica la opción por lo “moderno”:
“Es notable que uno de los primeros edificios modernos no fue una casa colectiva ni una
vivienda popular. Fue un petit hôtel lujoso (…) para proyectar esta obra moderna se eli-
gió a un arquitecto especializado en “estilo francés” que, simultáneamente publicó un lar-
go artículo en que combatía a la nueva arquitectura…” (…) “Aparecieron casas de ren-
ta con departamentos pequeños, pero estas viviendas no estaban destinadas a obreros.”
[sino que] “se emplazaban en barrios céntricos, con preferencia elegantes, y se destinaban
a garçonnieres de gente adinerada”.100
El periódico Martín Fierro primero y la prensa especializada luego, recogen un aspec-
to significativo del desarrollo de las vanguardias: nuestros modernos estuvieron más cerca
de Loos que de Marinetti.101 En 1931, Prebisch manifiesta la necesidad de “apartarse defi-
nitivamente del ornamento y llegar a una completa depuración geométrica de la forma”,
pero también rectifica interpretaciones simplificadas del racionalismo corbusiano; es dife-
renciable la labor de ingenieros y arquitectos:
“No puede escapar el buen sentido de nadie que por el cálculo puro es imposible llegar al ar-
te. Para un problema estático cualquiera, el cálculo presenta varias soluciones. Una solución

99
Wladimiro Acosta, “Nueva Arquitectura”, en Nuestra Arquitectura, abril de 1932, pp.359 y ss.
100
Texto leído por Wladimiro Acosta en el Congreso Panamericano de Arquitectura (Río de Janeiro-1930), citado por Julio
Cacciatore, “La arquitectura de la primera modernidad racionalista en tiempos del arquitecto Prebisch”, en: ALBERTO
PREBISCH. Una vanguardia con tradición, Cedodal, 1999, p.57.
101
Nos referimos a la obra-manifiesto de Adolf Loos “El ornamento es delito” (1910) y el “Manifiesto Futurista” de R. Mariani
(1909), al que adhería Marinetti.
102
Alberto Prebisch. “La Nueva arquitectura”, Conferencia pronunciada en el primer Salón Anual de Estudiantes de Arqui-
tectura, en Revista de Arquitectura, Nº 121, Enero de 1931.

160
Nosotros los Arquitectos

estática exacta no es forzosamente bella. Aquí debe intervenir la intuición plástica del arqui-
tecto para elegir, de todas las soluciones, la más pura y directa, es decir la más arquitectónica.
Lo cual significa ya un desbordamiento de la idea utilitaria. Y este desbordamiento de la idea
utilitaria es la creación estética, desligada en cierto modo de la técnica. Es la Arquitectura”.102
Incorpora al debate de la nueva arquitectura el tema del arte popular, al cual valori-
za por su independencia, su carácter no contaminado “al margen de las academias y las teo-
rías estéticas”:
“…La arquitectura popular, obra de la necesidad inmediata del hombre y de un instin-
to artístico no malogrado aún por la erudición y la academia, comporta entonces una lec-
ción de salud, de buen sentido y de pureza de que carece la arquitectura oficializada por
la torpeza y la incomprensión de los estetas profesionales. El pueblo comprende instintiva-
mente las necesidades básicas del arte de construir”.103
En Prebisch es posible reconocer en el planteamiento de la oposición entre tradición y
vanguardia, el interés de cargar simbólicamente cada término de la antítesis. Para ello apela,
como otros integrantes de la vanguardia, al recurso de una homologación entre las formas re-
buscadas, recargadas de la arquitectura ecléctica, condensadas en el “arte decorativo” con lo
femenino en un sentido negativo y entre el racionalismo, el arte puro “fuerte y viril” con lo
masculino, con una carga positiva.104 Es productivo considerar este enfrentamiento, esta di-
cotomía entre femenino y masculino, algo más que una estrategia de la crítica artística que
alude a una categoría sexuada de valor, para ver que se enmarca en una conceptualización más
amplia que articula arte / ciencia, arquitectura / ingeniería, tradición / vanguardia, donde
aparecen ligados a lo femenino los primeros términos: arte, arquitectura y tradición en opo-
sición a los segundos, vinculados a lo masculino: ciencia, ingeniería y vanguardia.105
En 1939, el denominado “Grupo Austral”, compuesto por jóvenes de una segunda
generación moderna (A. Bonet, J. Ferrari Hardoy, J. Kurchan, A. Le Pera, S. Ungar e H.
Zalba), publican en Nuestra Arquitectura, su manifiesto de constitución con el título “Vo-
luntad y Acción”. Lo importante de esta declaración es la mirada crítica sobre el breve ca-
mino recorrido, que les permite advertir los límites del funcionalismo y la complejidad del
problema arquitectónico y urbanístico, identificando errores, señalando extravíos y final-
mente instando a recuperar el mensaje de la modernidad.

3.1.2.4. TRADICIÓN Y VANGUARDIA, UN CONTRAPUNTO EN LA PRENSA

Si atendemos el desarrollo de la oposición entre tradición y vanguardia en la prensa


especializada de los años ‘30, es posible advertir el recorrido zigzagueante que el tema des-
cribe entre las dos publicaciones más importantes del período: la Revista de Arquitectura,
órgano de la Sociedad Central de Arquitectos y portavoz del núcleo más ortodoxo de la
profesión y Nuestra Arquitectura, como espacio alternativo de búsquedas renovadoras, pe-
ro más flexible y tolerante que el vanguardista Martín Fierro de la década anterior.

103
Ibídem.
104
Este aspecto en la labor de Prebisch fue señalada por: Rodrigo Gutiérrez Viñuales. “Alberto Prebisch y las Artes Plásti-
cas…” en: ALBERTO PREBISCH. Una vanguardia con tradición, Cedodal, 1999.
105
Esta categorización sexuada del arte no es privativa de las vanguardias modernas. Entre los nacionalistas también aparece
asociado lo femenino al caos formal del Eclecticismo y se convoca a los jóvenes arquitectos a realizar un “esfuerzo viril” en
la búsqueda de una “arquitectura nacional”.
161
Silvia Augusta Cirvini

A continuación, puntualizaremos ciertos aspectos vinculados con los estados del


campo disciplinar y el “habitus”, en los escritos más memorables respecto de la controver-
sia entre vanguardia y tradición en nuestro país, que se hace pública a través de la prensa
especializada desde mediados de la década del ‘20.
El “duelo” 106 planteado entre Christophersen y Prebisch tuvo el siguiente historial a
partir de la documentación publicada:
a) Prebisch desarrolla entre 1924 y 1927 una verdadera campaña de difusión de las
nuevas propuestas estéticas como hemos ya visto a través particularmente del pe-
riódico de vanguardia “Martín Fierro”. No hay alusiones directas a los arquitectos
académicos porque el ataque es teórico y hasta cierto punto idealista. Aunque la
tarea de difusión y de crítica hacia las academias lo tiene como principal protago-
nista a Prebisch, muchos de los artículos los firma en asocio con Vautier. Recorde-
mos que, egresados en 1922, eran un par de jóvenes que aún tenían fresca la ex-
periencia de la vanguardia europea.107
b) Christophersen se siente interpelado y como portavoz de la porción más ortodoxa
y reconocida del academicismo que hegemonizaba la corporación, responde a tra-
vés de un irónico y agresivo artículo que denomina “Un rato de charla con un fu-
turista”.108 Lo publica la Revista de Arquitectura, órgano oficial de la S C de A.
c) Prebisch responde con una carta la estocada del “grande” y pone en evidencia la
dureza del enfrentamiento por la actitud reactiva del academicismo. Esta carta se
publica sólo en Martín Fierro,109 a pesar de que Prebisch envió una copia a la Socie-
dad para que simultáneamente tuviera difusión en la revista de la corporación.
d) Christophersen sella la controversia con una carta a Coni Molina, presidente de la
S C de A, que no fue publicada en su tiempo.110
En el caso del enfrentamiento entre Virasoro y los “académicos”, el recorrido del de-
bate fue el siguiente:
a) En 1926, Virasoro publica en la Revista de Arquitectura un crítico artículo donde
adscribe a las “artes nuevas” de la Exposición de París del año anterior y a la vez
adhiere a una nueva estética que coincide en el plano conceptual con la planteada
por Vautier y Prebisch en Martín Fierro. Este es el ya citado, mordaz artículo “Tro-
piezos y dificultades…” en donde el núcleo de académicos eclécticos se siente di-
rectamente atacado por las críticas que Virasoro expone con relación a las prácticas
profesionales habituales de los arquitectos.
b) Alberto Coni Molina, desde la presidencia de la S C de A, le responde en un tono
enérgico y cortante, con una “Carta abierta al Arq. Alejandro Virasoro”,111 donde

106
“Duelo de titanes” fue el título que utilizó M. Gutman cuando publicó todos los documentos vinculados a esta controversia.
Cf. AAVV. Sociedad Central de Arquitectos. 100 años de compromiso con el país, Cap. 5, Buenos Aires, 1994, pp. 122/123.
107
En cuanto a la formación alcanzada en Europa y a la relación con Ernesto Vautier, consultar el valioso artículo de Ramón
Gutiérrez, “Alberto Prebisch: una vanguardia con tradición”, en: ALBERTO PREBISCH. Una vanguardia con tradición,
Cedodal, 1999.
108
Alejandro Christophersen, “Un rato de charla con un futurista”, en: Revista de Arquitectura, Nº 77, mayo de 1927.
109
Alberto Prebisch, “Correspondencia. Prebisch versus Christophersen”, en Martín Fierro, junio de 1927.
110
Esta carta que se encuentra en el Archivo de Correspondencia de la Sociedad Central de Arquitectos, fue publicada por
M. Gutman, en op. cit., p.123.
111
Alberto Coni Molina, “Carta abierta al Sr. Arq. Alejandro Virasoro”, en: Revista de Arquitectura, Nº 67, Julio de 1926, pp.
245/248.

162
Nosotros los Arquitectos

se erige en portavoz de la corporación en defensa de la tradición académica. Se pu-


blica en la Revista de Arquitectura.
c) Alejandro Christophersen y Alejandro Bustillo responden indirectamente con sen-
dos artículos publicados a continuación de la Carta de Coni Molina. El primero
sobre “Las nuevas tendencias arquitectónicas” 112 y en el número siguiente el otro:
“La verdadera originalidad”.113 Como puede advertirse toda la fuerza de una san-
ción disciplinar reunida en la Revista oficial de la corporación.
Tanto Christophersen como Bustillo construyen una noción evolutiva de la “tradi-
ción”, con lo cual no niegan la necesidad y conveniencia de lo nuevo en arquitectura, pero
afirman que esto llegará por “evolución no por revolución”, “el nacimiento de un estilo (…)
es un proceso lento y reflexivo”, según uno, que “Tradición no es rutina sino evolución”, se-
gún el otro. La posición del primero oscila entre un atemperado conservadurismo…:
“El movimiento revolucionario o renovador (…), llegará también a romper con todo el
pasado, traduciendo sus aspiraciones artísticas y producirá una nueva e insospechable es-
tética que hasta ahora sólo ha dado un resultado dudoso, y de ahí el retroceso a formas
antiguas y consagradas que volvemos a ver, a veces, con placer, y hasta como un descanso,
después de las demencias que nos han servido ciertos innovadores”.114
…hasta la más franca oposición reaccionaria, combinada con cierto darwinismo social:
“Vivimos en la época del cálculo. Cifras de costo, cifras de resistencia y cifras de renta. ¡En
fin, números!
“La misma humanidad no es ya de selección sino de números; millares de seres sin cere-
bro ni preparación son los que dictan reglas y leyes y oponen la masa y la cantidad numé-
rica ante la calidad y el genio. (…)
“Según algunos esa masa será la que dictará las reglas de una nueva estética que arrasa-
rá con todo un pasado que les molesta porque el culto de la tradición no puede existir si-
no para los que tuvieron vínculos con ella. En tal caso, esa nueva estética formaría los es-
píritus del porvenir y en ella encontrarían los goces suficientes para esa mentalidad
democrática”.115
Bustillo compara los términos del problema con una ley natural: “la tradición es el
árbol y nuestras obras sus flores y sus frutos”, refuerza la necesidad de seguir una tradición
(nadie puede producir fuera de ella) y dice: “Declararse enemigo de la tradición, equivale
a serlo de la Naturaleza y la evolución. ¡Qué absurdo y ridículo resulta!”. Muestra así el úni-
co camino para poder ser “verdaderamente originales”.116
Ambos enfrentamientos ponen en evidencia la virulencia de la controversia entre
vanguardia y tradición y tienen en común algunos rasgos como:
a) La agresiva respuesta por parte de los representantes de la tradición académica y el
“espíritu de cuerpo” evidenciado por la corporación. Esta reacción, sin embargo,
les otorga a los interlocutores (Virasoro - Prebisch) entidad y existencia en el cam-

112
Alejandro Christophersen, “Las nuevas tendencias arquitectónicas”, en: Ibídem, pp.249/252.
113
Alejandro Bustillo, “La verdadera originalidad”, en: Revista de Arquitectura, Nº 67, Agosto de 1926, p. 291 y ss.
114
Alejandro Christophersen, “Las nuevas tendencias…”, op. cit, p.252.
115
Ibídem, p. 252.
116
Alejandro Bustillo. “La verdadera originalidad”, op.cit., p.291.

163
Silvia Augusta Cirvini

po, un reconocimiento implícito que no tienen otros miembros de la vanguardia


(Acosta, Bereterbide, Hylton Scott).
b) La desvalorización por parte de los arquitectos académicos de la posición de las
vanguardias, homologando a sus representantes con el “futurismo” (nada más lejos
de nuestros modernos) y adjudicando la crítica de los “revolucionarios” a la inex-
periencia de la juventud o a la falta de capacidad artística o talento.
c) El control de la prensa especializada por parte de la posición dominante, que se
convierte en una herramienta en el debate, que permite regular lo que puede de-
cirse y lo que no puede salir del estrecho círculo de los miembros involucrados.
d) Son los “grandes”, desde las posiciones centrales y dominantes del campo quienes
ponen fin a la discusión, al menos públicamente dan la última palabra.117
La posición de las vanguardias conmociona notablemente el status quo del campo
disciplinar porque no sólo cuestiona las nociones académicas de belleza y equilibrio, plan-
teando un nuevo modo de “ver” la arquitectura y la función del arquitecto, sino que cues-
tiona el habitus instaurado en tiempos fundacionales, al proponer un camino diferente en
el proceso de diseño.

3.1.2.5. CONCLUYENDO LO MODERNO

Si en la década del ‘30 la difusión de las distintas corrientes del Movimiento Moder-
no fue preeminentemente teórica, en la del ‘40, la gran obra pública edilicia desarrollada
convierte la puja de posiciones en una batalla cotidiana en las oficinas de proyectos del Es-
tado y en los Concursos Nacionales. La larga década justicialista (1945-1955) fue testigo
de múltiples procesos paralelos pero distantes, entre la arquitectura oficial y la privada, en-
tre la práctica de los arquitectos en la función pública y la que se desarrollaba en los estu-
dios de los que no apoyaban al régimen, entre lo registrado en documentos oficiales y lo
que publicaba la prensa especializada. Parecen convivir distintos mundos bajo una misma
realidad, donde los procesos y los hechos que afectan al campo disciplinar están fuertemen-
te signados por el proyecto político. Para concluir esta etapa, es pertinente efectuar algu-
nos señalamientos acerca de las situaciones que afectaron al campo disciplinar, ya sea te-
niendo en cuenta variables y condiciones internas del mismo y otras externas.
Sintéticamente pueden mencionarse:
La progresiva consolidación del ideario del movimiento moderno hizo que esta pro-
ducción fuera ganando espacio en la arquitectura oficial en los ‘40 y se consolidara en los
‘50. A lo largo de este agitado período (que excede los límites de este trabajo) se produce
una suerte de “apropiación” del ideario moderno, a partir de una nueva generación que
buscará un camino propio, que cuestionará la adhesión incondicional o la imitación de la

117
Christophersen termina la discusión con la carta que envía al presidente de la SCA donde otorga reconocimiento al adver
sario: “Aun cuando navegamos en distintas aguas no quita que le tribute al autor la admiración que me merece todo hombre
que sostiene con valentía sus quimeras.” Pero le pone un límite contundente en relación a opinar sobre su desempeño: “En
cuanto a sus apreciaciones justas o injustas de mi actuación profesional, éstas no me corresponden a mí apreciarlas… y quizá
tampoco a él.”
118
Este neoacademicismo de gran parte de la obra pública monumental en Argentina, tuvo eco en toda Latinoamérica, des-
de Cuba con el Capitolio hasta República Dominicana con el desatinado proyecto del faro de Colón, porque satisfacía,
tanto a las dictaduras como a los populismos, sus ambiciones de grandeza y según algunos autores su vocación “imperial”.

164
Nosotros los Arquitectos

producción europea. Sin embargo, la arquitectura moderna no es hegemónica, debió coe-


xistir en la obra pública del Justicialismo con un neoacademicismo que combinaba escala
monumental y grandilocuente con un clasicismo anacrónico 118 y con el pintoresquismo y
el neocolonial de la edilicia pública menor y finalmente el californiano de los chalecitos de
los barrios peronistas. El tema de la vivienda popular puso en evidencia uno de los tantos
desencuentros entre los intelectuales y el gobierno justicialista, ya que todo lo debatido, to-
do lo producido en el plano teórico, todo lo revisado críticamente de la experiencia del pe-
ríodo de la entreguerra europea, proceso llevado a cabo durante la década del ‘30 y parte
de la del ‘40 –de lo cual las revistas dan cuenta– no fue prácticamente considerado a la ho-
ra de resolver el problema a través de los planes estatales, en especial el Plan Eva Perón.
La creación de la Facultad de Arquitectura en la UBA en 1948, sobre la base de la
Escuela existente indica claramente una bisagra de un antes y un después en la situación
del campo disciplinar, en lo referente a la reproducción del “habitus” profesional a partir
de la enseñanza. En el marco de la lucha por las posiciones al interior del campo, el hecho
puede ser considerado un logro del Movimiento Moderno en la puja por desplazar defini-
tivamente al Academicismo de la formación universitaria.119 Este giro en la enseñanza uni-
versitaria habría de alcanzar a las otras Escuelas-Facultades (Tucumán-Córdoba-Santa Fe)
que existían desde la tercera década del siglo y es la base de las nuevas que se crean a par-
tir de una segunda camada moderna, por ejemplo en San Juan y en Mendoza (Tedeschi,
Sacriste, Janello).
El derrocamiento del gobierno justicialista en el ‘55 contribuyó a consolidar la posi-
ción de los “proscriptos” de la función pública y algunos autoexcluidos, en su mayoría en-
rolados en el Movimiento Moderno (Prebisch, Acosta, Bereterbide, etc.).
El Movimiento Moderno habría de ser hegemónico en el campo disciplinar en nues-
tro país recién en la década del ‘60, cuando sus planteamientos más integrales y sus pro-
puestas más ortodoxas habían sido llevados a la práctica en numerosas obras en todo el sub-
continente, particularmente en Brasil, y cuando irónicamente entraba en crisis, en la teoría
y en la práctica, en los países centrales.120

3.2. La arquitectura y arte nacionales


3.2.1. El debate sobre la “arquitectura nacional”

El lapso transcurrido entre 1910 y 1930 constituye un período de grandes transfor-


maciones en la producción y la cultura arquitectónica de nuestro país, una bisagra entre el
eclecticismo académico de fin de siglo, incuestionable hasta el Centenario y los albores de

119
“El control ideológico de las facultades y escuelas de arquitectura aseguró al Movimiento Moderno una prédica sin con-
trapesos que definió la ruptura definitiva con el antiguo sistema: desde la quema pública de los libros de Vignola hasta la
inflamada retórica del arquitecto como catalizador de los procesos sociales. Los arquitectos latinoamericanos transitaron
por las certezas de lo que no querían y las ilusiones de una esquiva modernidad”. R. Gutiérrez. En: AAVV. Arquitectura
latinoamericana del siglo XX, Grandes voces, Cedodal, Buenos Aires, 1999, p.130.
120
Nuevamente América Latina es terreno de ensayo de propuestas europeas, es el reino de utopía donde todo aún es posi-
ble. Decía Le Corbusier a Victoria Ocampo en 1935 que quería volver a Buenos Aires a construir obras; “Probar algo. Eso
es lo que importa. Demostrar construyendo. Europa está enferma, embrutecida. Buenos Aires puede hacer lo que hay que hacer:
construir. (…) Esa es una meta útil, fecunda, una demostración. ¿Pero conferencias solamente, un viaje semejante para hablar
tan sólo? No. Tengo cincuenta años. Es hora de demostrar…”, Le Corbusier citado por M. Gutman, “Le Corbusier en Bue-
nos Aires (1929)”, en: AAVV. Sociedad Central de Arquitectos. 100 años de compromiso con el país, Cap. 5, Buenos Aires,
1994, p. 127.
165
Silvia Augusta Cirvini

la arquitectura del Movimiento Moderno. Al iniciarse este período se formaliza un debate


cuyo origen se remonta a los primeros años del siglo: el de la “arquitectura nacional”; cu-
ya función es eminentemente identitaria y distintiva respecto de la ingeniería. Este gran te-
ma es abordado por la frágil corporación de arquitectos como problema por discutir y re-
solver, por una parte y como propuesta y meta por alcanzar, por la otra. Se promovió, en
un primer momento, una interesante polémica en torno de los significados de la produc-
ción arquitectónica, la cual, con el transcurrir de la década que fue del ‘15 al ‘25 desem-
bocará en la consolidación de una corriente estilística: el neocolonial, que alcanzó gran di-
fusión en las décadas siguientes del ‘30 y aun del ‘40.
Más allá de los resultados obtenidos en cuanto a la calidad de la producción arqui-
tectónica, el valor de la instauración de este debate, residió precisamente en el hecho de ser
el primer gran desafío entre los miembros de la corporación, y en plantear una problemá-
tica, que si bien era disciplinar, ligaba el “saber hacer” de los arquitectos al amplio campo
de la cultura. La importancia del desarrollo de este movimiento residió en:
• Haber cuestionado la actitud dependiente y acrítica de modelos europeos que la
propuesta del proyecto liberal del XIX había instalado como cultura artística, y
que finalmente, al cabo de unas décadas, se había naturalizado entre los miembros
de las elites argentinas.
• Haber planteado la necesidad de la elaboración de una propuesta propia para una
arquitectura y arte nacionales, lo cual suponía una incorporación crítica al proce-
so de modernización que transitaba la sociedad argentina.
• Promover el desarrollo de estudios históricos, técnicos y arqueológicos sobre la ar-
quitectura americana, que permitieron su incorporación dentro de la historiogra-
fía, contribuyendo a fisurar la hegemonía de las categorías eurocéntricas del valor.
• Permitir a los arquitectos: a) consolidar un espacio en el campo social como inte-
lectuales, ligado a otros campos de la cultura como la literatura, la historia o la po-
lítica; b) como artistas-técnicos brindar a la sociedad una respuesta a la crisis deri-
vada del eclecticismo europeo, dentro de la cultura arquitectónica de la época.
• Convertir en capital simbólico ciertos resultados del debate en beneficio de la con-
solidación de la identidad grupal, con un razonamiento apoyado en la siguiente
idea: nosotros, los arquitectos, nos constituimos y nos fortalecemos como grupo,
mientras hacemos una “arquitectura nacional” (es decir, con carga semántica den-
tro de la propia cultura), diferente de la producción de quienes son “advenedizos”
en el campo o de los ingenieros.
De este modo, los arquitectos hallan un canal de acceso para expresarse en el mun-
do artístico, intelectual y cultural de la época con una serie de inquietudes y propuestas es-
pecíficas, que si bien provienen y responden a lo corporativo, llevan las marcas de distin-
tas corrientes, movimientos y expresiones de la época. A partir del análisis de los textos más
significativos, seleccionados de las revistas de arquitectura en torno de este tema, y de la
producción escrita de algunos de sus promotores (Noël, Guido, Rojas) se podrá advertir la
amplitud y la riqueza de la problemática en la que está imbricado. ¿Qué vinculación tie-
nen los problemas debatidos en la prensa técnica por nuestros arquitectos con el naciona-
lismo cultural, con las renovadas visiones del positivismo, con el juvenilismo y las variadas
corrientes artísticas: el criticado eclecticismo, los distintos modernismos y finalmente las

166
Nosotros los Arquitectos

incipientes vanguardias estéticas?


El primer paso en el desarrollo del debate que hemos identificado desde la prensa téc-
nica, consistió en determinar las categorías a las cuales se debía subordinar la formulación
de las propuestas, o dicho de otro modo, era necesario establecer las bases sobre las cuales
se debía diseñar nuestra arquitectura. Hubo consenso en que eran básicamente tres, a saber:
1) la historia, 2) la geografía y el clima, 3) las tradiciones constructivas y tecnológicas propias.
Es evidente el peso de las teorías de Hipólito Taïne, cuya difusión a fines del XIX ali-
mentó el desarrollo de búsquedas regionales o nacionales, tanto en Europa como en Améri-
ca. Taïne reelaboró desde el positivismo y sobre la base de la teoría del “carácter”, las propues-
tas de “inspiración nacional” que surgieron en distintos países europeos (Ruskin, Boito,
Viollet le Duc, etc.), centradas en que la arquitectura debía dar cuenta de la geografía, la tra-
dición local y el clima.121 Con sus trabajos, Taïne fundamenta y legitima una estética moder-
nizada apoyándose en un sistema clasificatorio vasto y omniabarcante de la producción ar-
quitectónica, proveniente de modelos de las Ciencias Naturales, lo cual le permite despegarse
de la estética clásica (platónica y aristotélica) y otorgar valor a obras menores y a toda pro-
ducción que no se ajustara a los rígidos cánones clásicos. De este modo, la difusión de la teo-
ría taïneana de las condiciones que impone el medio (“milieu”) contribuyó por una parte, a
la legitimación académica del eclecticismo, por la otra, a promover el desarrollo de las llama-
das “arquitecturas nacionales”.
A partir del material analizado y en el vasto período que va desde principios de siglo
hasta la década de 1930, podemos afirmar que la discusión sobre la arquitectura nacional es-
tuvo enmarcada en un debate epocal cultural más amplio que admitía en principio dos pos-
turas básicas: cosmopolitismo y nacionalismo. Una es la que postula la universalidad de la
cultura y la otra es la que sostiene que existe una “originariedad”, determinada por la histo-
ria de los pueblos, la geografía y el clima de los países. Los que se ubican dentro de esta se-
gunda tesis abrirán un abanico de variantes dentro de las propuestas según dónde ubiquen
ese “algo”, completamente imaginario, que constituye lo “originario”, las raíces, las fuentes
donde residiría nuestra identidad. En definitiva lo que se busca, tanto en arquitectura, como
en otros campos del arte y la cultura, es una esencia, un “algo” incontaminado de donde asir-
se para construir o consolidar la identidad nacional.
El movimiento de la “arquitectura nacional” en Argentina, que nace a principios de si-
glo claramente influenciado por las ideas de Taïne, fue en la década del ‘20 reprocesado por
la visión historicista de Ricardo Rojas, que lo engarza al movimiento nacionalista.
Como ejemplo de la riqueza desplegada en la búsqueda de soluciones, basta señalar la
multiplicidad de alternativas propuestas en los indicadores lexicales de variación en torno del
tema, es decir, la serie de nombres con que se bautizó a la tendencia (ya fuera por sus auto-
res o por sus seguidores): arquitectura nacional, renacimiento argentino, renacimiento colonial,
neovirreinal, neohispánico, neoprehispánico o renacimiento precolombino, escuela argentina, crio-
llismo mágico, arquitectura moderna criolla, colonial moderno, tendencia americanista, orienta-

121
Taïne sucedió a Viollet le Duc en la cátedra de Historia de la Arquitectura de L’École de Beaux Arts de Paris, desde la cual
fue posible llegar a varias generaciones de arquitectos europeos y americanos que estudiaban en Europa, y trasmitirles los
fundamentos de esta estética hegeliana modernizada y su teoría de la incidencia del “milieu” en la producción de la arqui-
tectura. En 1883, Taïne deja la cátedra en manos de Eugenio Muntz con quien estudiará Noël en sus años de formación
en l’École. Ver: Pancho Liernur. “¿Arquitectura del Imperio español o arquitectura criolla?, en Anales del Instituto de Arte
Americano e Investigaciones Estéticas Mario Buschiazzo, Nº 27 y 28, Buenos Aires, 1989/1991, pp.138 a 143.
167
Silvia Augusta Cirvini

ción regionalista y neocolonial, que también podían presentar vertientes como neoplateresco o
neochurrigueresco y finalmente californiano. La denominación de “neocolonial” difundida por
Ángel Guido en la década del ‘30 es la que perduró y con la cual se lo conoce en general y
en ámbitos no especializados a todo el movimiento.
El debate alcanza dimensión continental en Hispanoamérica, desde el Mission
Style californiano al neocolonial en Argentina y también tiene un desarrollo casi sincró-
nico en la madre patria. En España, el tema de la “arquitectura nacional” fue uno de los
ejes centrales del proceso de “regeneración” del arte arquitectónico, tanto en ámbitos
académicos como profesionales y artísticos en la segunda mitad del siglo XIX, tomando
particular importancia a partir de los sucesos del ‘98 (independencia de las últimas co-
lonias, derrota ante EE.UU.). El punto culminante en el tratamiento del debate está se-
ñalado en España por el Congreso de San Sebastián en 1915.122 El desarrollo de este mo-
vimiento, como en América, surge del rechazo al eclecticismo y remite a la tensión entre
el par antitético: tradicionalismo / exotismo. Sucedía que, a diferencia de los franceses
con el gótico o los italianos con el renacimiento, no había, mirando hacia atrás, un úni-
co modelo en el pasado español que pudiera sintetizar la nacionalidad. De todos mo-
dos, aunque heterogénea y a veces contradictoria, esta búsqueda logra en la producción
del período, una revalorización del plateresco y del mudéjar, también del churrigueres-
co, con sendos “neos” con carta de ciudadanía y más tarde, hacia la década del ‘20, la
mirada se dirige también a las arquitecturas populares, de rango menor, de las distintas
regiones de España.123
Si quisiéramos esbozar un mapa general de este movimiento en nuestro país, po-
dríamos señalar tres grandes corrientes que contienen a todas las tendencias producidas
a través del tiempo, y en torno de estas posiciones identificar a los arquitectos que en
forma individual o grupal se ubican dentro, en los límites o fuera de ellas. No hay, sin
embargo, ubicaciones taxativas: una gran mayoría se ubica en una zona de intersección
entre dos corrientes o modifica su posición en el tiempo.
Las tres grandes corrientes que se pueden identificar son: a) la indigenista o pre-
hispánica, b) la hispanista, c) la colonial o de fusión, donde, para la primera los mode-
los deben ser americanos y precolombinos, para la segunda es España la fuente de mo-
delos e inspiración, y para la tercera, las búsquedas deben orientarse a la fusión de lo
americano y lo europeo, síntesis de la cual el propio pasado colonial americano es ya un
antecedente.
Si quisiéramos identificar grupos entre los principales participantes del debate ten-
dríamos el siguiente panorama:
• Kronfuss, Noël y Guido: constituyen el núcleo principal de referencia del mo-
vimiento, aunque con modalidades y posiciones diferenciadas se apoyan en la
labor de Ricardo Rojas.
• Christophersen y los eclécticos-académicos (Hary, Karman): tienen una actitud
de apoyo al movimiento pero con reservas respecto del valor de la arquitectura
americana y sin abandonar nunca la posición académica.

122
Ángel Isac. Eclecticismo y pensamiento arquitectónico en España. Discurso, Revistas, Congresos, Diputación Provincial de Gra-
nada, 1987, pp.340 y ss.
123
Ibídem, pp. 353 y ss.
168
Nosotros los Arquitectos

• Los alumnos, los más jóvenes (Greslebin, Ancell, Álvarez, Lacalle Alonso, Cro-
ce, Prebisch, etc.): son el elemento dinámico del movimiento entre 1911 y
1920, que adoptan a través del tiempo distintas posiciones.

3.2.2. Ricardo Rojas y el nacionalismo cultural

Ricardo Rojas es una figura clave para comprender los orígenes del movimiento na-
cionalista en la cultura argentina. Tanto en “La Restauración Nacionalista” (1909) como
en “Eurindia” (1924) esbozará un completo programa de inculcación patriótica, que si
bien parte de su intención de mejorar la enseñanza de la historia en las escuelas, fue abar-
cando progresivamente distintos campos involucrados en la cultura nacional como: el ca-
rácter pedagógico del espacio público, la importancia de los monumentos históricos y con-
memorativos, la toponimia, la protección de sitios arqueológicos y la iconografía
arquitectónica. Para Rojas, lo importante era la formación del sentido histórico que “consis-
te en la representación imaginativa de la idea del tiempo”, para lo cual era lícito valerse tan-
to de un libro como de la ciudad entera.
“Una época, al desaparecer, deja monumentos incorporados al suelo, ó lugares señalados
por grandes acciones, ó ciudades sobrevivientes. Cuando a estos restos sea posible visitar-
los se les visitará. Ellos perpetúan a los ojos de las generaciones la tradición del país, el es-
fuerzo de los antepasados”.124
Desde esta perspectiva, Rojas critica a los gobiernos por la despreocupación que ma-
nifiestan en cuanto a la conservación de los monumentos históricos, como el abandono de
la Casa natal de Sarmiento o la demolición del Cabildo de Buenos Aires.125 Más adelante
hará una pormenorizada enumeración de todo lo que se ha perdido en Buenos Aires y en
otros sitios del país responsabilizando a la clase dirigente de tanta desidia y error; también
opone progreso material y progreso espiritual, binomio tan desequilibrado en la Argentina
del Centenario, a los ojos de muchos de sus intelectuales:126
“El culto a los monumentos, que reside en la emoción de la piedra sucia y de la pátina
añosa, lo ejercen los argentinos de una manera realmente yanque (sic): dejan lotear, en
pública subasta, la casa de Rodríguez Peña, y mandan blanquear anualmente la Pirámi-
de de Mayo. Nuestra pequeña reliquia del año 13, de una humildad doméstica, se hace
perdonar su fealdad, por su origen venerable. Testimonio de este origen sería la suciedad
del tiempo y el orín de las lluvias, pero nuestros ediles ponen su prolijidad en darnos, a
viva cal, la sensación de que acaban de construirla. Tanta falta de sentido estético e his-
tórico es sólo comparable a la de nuestros curas párrocos y señoras elegantes que han man-
dado revocar por modelos Luis XV, casi todas nuestras viejas iglesias parroquiales del si-

124
Ricardo Rojas. La Restauración Nacionalista. Informe sobre Educación, Ministerio de Instrucción Pública, Buenos Aires,
1909, p.53.
125
Es significativo señalar que Rojas advierte en una nota a pie de página que el italiano E. Ferri “campeón del internaciona-
lismo”, había dicho en su conferencia de despedida del país que la Casa de Sarmiento en San Juan le había producido una
“impresión estética y cívica más grande que la Avenida de Mayo”.
126
Muchos son los intelectuales que advierten a principios del siglo XX las dificultades y conflictos que el modelo del libera-
lismo había acarreado y en coincidencia con nuestros arquitectos “nacionales” van a oponer propuestas alternativas. Nos
referimos tanto a Rojas como a Lugones o Ingenieros.
127
Ricardo Rojas, La Restauración Nacionalista, op. cit., nota a pie de páginas 452 / 453.
169
Silvia Augusta Cirvini

glo XVII y XVIII, cuya humildad y suciedad eran su mérito. Pero estas gentes progresistas
tienen por la vetustez el mismo horror que los Cristianos de Castilla por los azulejos y ar-
tesonados de las mezquitas mozárabes: tomadas Córdoba ó Toledo a los moriscos las man-
daron blanquear a casi todas…” 127
Su interés en convertir el espacio urbano en un escenario significativo en el proceso
permanente de construcción de la nacionalidad, lo lleva a proponer una “pedagogía de las
estatuas”, en la que convergen civismo, estética e historia. La crítica –en general orientada
al Estado argentino por no ejercer una función reguladora– abarca distintos tópicos: la fun-
ción de la estatuaria pública, quiénes deben tener estatuas y finalmente dónde deben estar
localizadas. Rojas carga de significado la ubicación en un determinado solar de una esta-
tua, en clara referencia a las de Mazzini y Garibaldi en Buenos Aires, critica su emplaza-
miento en sitios centrales donde deberían estar los “héroes políticos” propios.128 Se opone,
como en otros campos de la cultura, a la extranjerización y a la ocupación simbólica del
espacio público. Sólo admite que las estatuas de los “héroes intelectuales son las únicas que
pueden alzarse en cualquier sitio de la tierra, porque ellas son el símbolo de las cosas universa-
les y humanas”.129
En cuanto a la función de la escultura pública, queda expresado en forma reiterada
que son un medio eficaz para promover “el culto a los héroes”:
“Insisto sobre el tema, porque las estatuas pertenecen a la Historia y a la pedagogía de la
Historia. Son como los museos, una forma intuitiva y eficaz de enseñanza. En un país co-
mo el nuestro, ellas han de influir no solamente sobre el alma de las nuevas generaciones,
según el viejo propósito, sino sobre la imaginación de las nuevas avalanchas inmigrato-
rias. Las sugestiones estéticas y civiles que de ellas se desprenden, son un problema de po-
lítica y de pedagogía, como todos los problemas de la Historia”.130
Es tal el convencimiento que tiene Rojas acerca de la posibilidad de otorgar signifi-
cado a la vida del presente a través de lo histórico, que en 1927 encarga su casa en Buenos
Aires (ubicada en calle Charcas, actualmente museo) a Ángel Guido con quien colabora es-
trechamente en la concreción del proyecto. La obra se convierte en un icono, es casi un ac-
to de reparación histórica, “el todo y las partes tienen un alto contenido simbólico” dice
Nicolini. La fachada reproduce la demolida Casa de la Independencia en Tucumán, la or-
ganización espacial y la ornamentación reconocen la inspiración del altiplano.131
En 1924 cuando se publica “Eurindia”, el movimiento nacionalista en la cultura es-
tá ya instalado. Rojas esboza entonces los principios de una teoría estética que sea expre-
sión de la síntesis así como de la asimilación de lo europeo y lo americano:
“Eurindia es el nombre de un mito creado por Europa y las Indias, pero que ya no es de
las Indias ni de Europa, aunque está hecho de las dos (…) y la Argentina es, sin duda, el
órgano más fecundo de tal creación”.132
En el Capítulo II, “Anomalías de nuestra cultura”, afirma que “la cultura americana,

128
Ricardo Rojas, Ibídem, p. 454 y ss. En cuanto a la de Mazzini dice que no puede seguir “a las puertas de la ciudad” y se
impone el traslado, que no debe ser desde luego a La Boca, “pues tal cosa importaría consagrar oficialmente esa población
como un pedazo de Italia.
129
Ricardo Rojas, Ibídem, p. 454.
130
Ricardo Rojas, Ibídem, p.456.
131
Alberto Nicolini,“Ángel Guido, Arquitecto de una época de transición 1896-1960”, Tucumán, 1999.(inédito)
132
Ricardo Rojas, Eurindia, Librería La Facultad, Buenos Aires, 1924, Prólogo, pp. 8/9.

170
Nosotros los Arquitectos

cuando se haya realizado, tendrá que ser distinta de la cultura europea”; esto es así, según
Rojas, porque en nuestras ciudades “el genio americano perece en una atmósfera que no es
la suya, porque históricamente es de Europa, y el genio europeo también perece en ella
porque geográficamente esa atmósfera es de América”. Historia, geografía y base social son
los tres factores que marcan la producción cultural y, si el pasado era de Europa, el terri-
torio era de América y la sociedad un crisol de razas donde había un predominio cultu-
ral de lo extranjero, la consolidación de una posición nacional se hacía difícil.133 Aunque
Rojas critica a Taïne por positivista, materialista y rígido en sus teorías, también confie-
sa que sus ideas lo han ayudado a comprender los fenómenos de la cultura en América.
Reconoce a la Arquitectura 134 como el arte que más sintéticamente expresa el carác-
ter de una civilización. Las etapas que encadenan la historia de la arquitectura en el país
ponen en evidencia su posición historicista y el peso de su fe nacionalista. En su relato
distingue tres etapas consecutivas en la arquitectura americana: la primitiva, la colonial y
la cosmopolita, cambiando de una visión idílica en las dos primeras a una crítica del caos
de la ciudad contemporánea en la última, de la cual Buenos Aires es un arquetipo. Es sig-
nificativo señalar que Rojas es probablemente el primer escritor que saca el tema de la
“arquitectura nacional” fuera del ámbito de las revistas y periódicos especializados, para
dedicarle un capítulo de un libro explicando cómo surge esa postura nacionalista en ar-
quitectura como reacción a la destructiva acción sobre el área central de la ciudad de Bue-
nos Aires, y cómo este movimiento pasó de ser reactivo a ser creativo.
Rojas identifica la urdimbre cultural en la que se apoya el movimiento:
“…La obra paralela de historiadores y poetas ha fortalecido en los nuevos arquitectos el
ideal de una edificación más argentina.
“La cátedra de Kronfuss, las investigaciones técnicas de su escuela, la “Revista de Arqui-
tectura”, los salones anuales, la obra personal de artistas como Pirovano, Gallardo y el
malogrado Bermúdez (hermano del pintor), la casa de Larreta, la prédica y la acción
profesional de Martín Noël, autor de una “Historia de la arquitectura hispanoameri-
cana” y de varios edificios inspirados en la tradición arquitectónica de nuestras ciuda-
des coloniales, son claros signos de que está formándose una “escuela argentina” de ar-
quitectura”.135
Con relación a las fuentes reconoce que aún hay confusión, por lo que trata de se-
ñalar una posición desde la visión de Eurindia:
“…Se habla de lo español y de lo colonial, designaciones absurdas, por ser contradicto-
rias con el propósito que se persigue. La arquitectura ha de ser algo orgánicamente ex-
presivo de la vida social, y nuestra vida ya no es ni colonial ni española, aunque debe-
mos reconocer que le falta nueva unidad colectiva. Algunos jóvenes desearían copiar lo
incaico, lo azteca, lo calchaquí, por lo menos para sus decoraciones, pero ya no debemos

133
Rojas juega permanentemente en su discurso con pares dicotómicos como indianismo / exotismo, americanismo / univer-
salismo, tradicional / moderno, en donde la propuesta eurindiana consiste en una síntesis: “No queremos ni la barbarie
gaucha ni la barbarie cosmopolita, Queremos una cultura nacional como fuente de una civilización nacional; un arte que sea
la expresión de ambos fenómenos” En: Ricardo Rojas, Eurindia, op. cit., p. 20.
134
Ver: Ricardo Rojas, Eurindia, op. cit., Cap. LXVIII.
135
Ricardo Rojas, Eurindia, op. cit., p.276.
136
Ricardo Rojas, Eurindia, op. cit., pp.276 / 277.
137
Ver: Ricardo Rojas, Eurindia, op. cit., Cap. LXIII y ss.

171
Silvia Augusta Cirvini

copiar, sino crear, sin desdeñar la arqueología, pero sin olvidar la naturaleza”.136
La estética propuesta en Eurindia es de variedad en la unidad pero donde, según
Rojas se corroboran las leyes de “continuidad de la tradición”, “unidad de la cultura” y
“correlación de los símbolos”.137
3.2.3. Las posiciones de la “arquitectura nacional” en la prensa artística y técnica
3.2.3.1. EN LA “REVISTA DEL CENTRO DE ESTUDIANTES DE ARQUITECTURA” (1911)

Esta primera revista fundada por los estudiantes de arquitectura tuvo un objetivo ca-
si exclusivamente gremial, de reforzamiento identitario, en una Facultad (Ciencias Exac-
tas) donde los alumnos de ingeniería hegemonizaban tanto la vida universitaria como la re-
lación con el mundo exterior.138 El tema de la “arquitectura nacional” aparece aún en forma
incipiente como una inquietud ligada a temas más amplios como la “cultura artística” o el
“progreso” del arte arquitectónico y opera como elemento diferenciador respecto de los es-
tudiantes de ingeniería.
En el artículo “Por la patria y por el arte”, Hugo Garbarini, subdirector de la Revis-
ta, organiza su discurso sobre la crítica del progreso exclusivamente material visto en la edi-
ficación de Buenos Aires que no respeta criterios estéticos sino utilitarios y comerciales:
…“Pero moralmente, estéticamente no progresamos, no mil veces no, caminamos a paso
de tortuga, la educación estética no existe en el pueblo y ni aun en los que por sus medios
estarían obligados a poseer una mediocre cultura. Y bien es menester educar, fomentar el
amor hacia lo bello, en el pueblo”…139
Para ello la solución vislumbrada por los jóvenes es:
“De nuestra facultad debe partir el movimiento viril de renovación y de censura contra
todo ese conjunto de edificadores, de fabricantes de casas, que destruyen con sus ridículas
construcciones importadas el natural sentimiento hacia lo verdaderamente bello que exis-
te latente en todo hombre”.140
El método propuesto por Garbarini es buscar la enseñanza en los antepasados (quié-
nes eran esos antepasados era motivo de más de una discusión):
…“y que tratemos también de beber en la misma fuente que bebieron ellos, en la natu-
raleza, en nuestra naturaleza potente y rica, para poder más tarde apoyar la primera pie-
dra de nuestra arquitectura nacional y agregar nuestro modesto esfuerzo a la forma-
ción de un arte nuestro, americano, esencialmente americano”.141(SC)
En otro editorial de 1912 del mismo Garbarini, vuelve sobre la crítica a la moderni-
zación de la ciudad, vista como fenómeno avasallante que no contempla el arte. Cuando
habla de la crisis artística que se atraviesa, invierte exprofeso ciertas nociones afirmando
que lo “moderno” es la rutina y que innovar es volver al clasicismo y a la naturaleza, como

138
Ver Cap. II Las Revistas. Debe entenderse esta primera publicación como un acto de afirmación de la propia identidad
del grupo, también como un ejercicio o ensayo que permite otorgarle entidad al flamante Centro de Estudiantes.
139
Hugo Garbarini. “Por la Patria y por el Arte”. Revista del Centro de Estudiantes de Arquitectura, Año 1, Nº 1, Buenos Ai-
res, Agosto-septiembre de 1911, p.8.
140
Ibídem, p.8.
141
Ibídem, p.8. El destacado es nuestro.
142
Hugo Garbarini. “De la arquitectura y el embellecimiento urbano”. Revista del Centro de Estudiantes de Arquitectura, Año
1, Nº 3, Buenos Aires, Junio de 1912, pp. 91/94.

172
Nosotros los Arquitectos

fuente de inspiración y aprendizaje.142


Este enfrentamiento con los efectos de la “modernización sin belleza”, esta equipara-
ción del eclecticismo de Buenos Aires con el caos arquitectónico, convierte a los alumnos,
apenas organizados en el Centro de Estudiantes, en el primer “gran” ensayo de identidad
para la corporación. Esta suerte de gimnasia intelectual que implica la incipiente crítica ar-
tística opera como ejercicio de diferenciación y autorreconocimiento: son alumnos de la
Escuela, serán “arquitectos nacionales”, lo saben y lo asumen como desafío.

3.2.3.2. EN LA “REVISTA DE ARQUITECTURA” (1915) Y EN “EL ARQUITECTO” (1919)

La “Revista de Arquitectura”, que fuera fundada por el Centro de Estudiantes de Ar-


quitectura en julio de 1915, apoyado por un grupo de estudiantes de Bellas Artes y de ar-
quitectos protectores, nace casi como un instrumento colectivo para promover el desarro-
llo de una “arquitectura nacional”. Los “Propósitos” explicitados en el primer número son
prácticamente un Manifiesto donde se proclaman los principios y metas del entonces na-
ciente movimiento.143
Los primeros años de la publicación, hasta 1919 / 20 serán los más productivos en
relación con el debate planteado, la cantidad y calidad de los artículos publicados, los apo-
yos externos que se registran y las oposiciones que se manifiestan. En la década del ‘20, el
debate pierde la fuerza inicial y se reorienta en torno de variables más pragmáticas siendo
canales de expresión tanto la “Revista de Arquitectura” como “El Arquitecto”, fundada en
1919 por Ángel Croce, quien había participado de la fundación de la primera como estu-
diante.
Para el análisis de los principales textos no vamos a seguir un orden cronológico sino
el de las distintas posiciones adoptadas por cada uno de los principales referentes, a lo lar-
go del período.
Pablo Hary propone iniciar el “Renacimiento argentino”, que en lo arquitectónico
significa mirar al pasado desde el presente para aprender de él, no para imitarlo. De allí que
no adhiere al neocolonial por considerarlo una solución acrítica, apoyada excesivamente en
el “recuerdo histórico” o en el “romanticismo literario”.144 De formación netamente acadé-
mica y defensor a ultranza de los estilos clásicos, este profesor de la Escuela incluye la pro-
blemática de la arquitectura nacional en sus clases de Teoría (años 1915 / 17) de las cuales
la Revista publica un interesante material. Pablo Hary 145 se había recibido de ingeniero ci-
vil en 1898, en la Universidad de Buenos Aires, luego se graduó de arquitecto en la Escue-
la de Artes de Bruselas. Regresó al país en 1900, participó activamente en la organización
de la Escuela de Arquitectura: entre 1901 y 1904 tuvo a su cargo la cátedra de Historia de
la Arquitectura y entre 1907 y 1925, la de Teoría de la Arquitectura.
Como docente Hary, valora la arquitectura del pasado por aquello que puede ense-

143
Héctor Greslebin apelará en 1924, nueve años después de la fundación de la revista, a los contenidos de esta página ini-
cial para reafirmar los objetivos allí señalados frente a sus alumnos de la Escuela.
144
Pablo Hary,“Sobre Arquitectura Colonial”, en: Revista de Arquitectura, Nº 2, Buenos Aires, Agosto de 1915, pp.9/14.
145
Pablo Hary nació en Paris en 1875 y llegó con su familia a la Argentina en 1880, donde vivió hasta su muerte en 1956.
Ver trayectoria en Apéndice final.

173
Silvia Augusta Cirvini

ñar y no como fuente de inspiración. Por eso no es partidario de los “neos” en general, por-
que “no pueden resultar más que modas efímeras”. Rescata de la arquitectura colonial su
valor educativo, su “buena voluntad” para responder a las necesidades que le dieron ori-
gen; el pasado es considerado como una lección de adaptación a los escasos recursos tecno-
lógicos y económicos con que se contaba en nuestro medio. Ahora bien, lo que se pregunta
Hary es si el colonial como arte y como arquitectura tiene el “poder germinativo” suficiente
para iniciar el “Renacimiento argentino” que pregona. Tiene sus dudas al respecto. Para res-
ponder apela a su formación: sólo las obras clásicas, por su equilibrio y armonía estética, han
podido provocar “renacimientos duraderos”. La visión de Hary es académica, científica (no
olvidemos que su primer título fue el de ingeniero) y positivista, su adhesión al movimiento
de búsqueda de una arquitectura nacional proviene de un convencimiento racional y no de
motivaciones sensibles o románticas. Tanto Hary como Kronfuss 146 promovieron los viajes
de estudio de los alumnos avanzados de la Escuela al interior del país; mientras Kronfuss es-
timulaba el acercamiento sensible a los edificios a través del paisaje, con la realización de cro-
quis y acuarelas; Hary organizaba relevamientos minuciosos, tecnológico-constructivos de las
obras, como por ejemplo, el de las bóvedas de la Compañía de Jesús en Córdoba.
Hary destaca el valor de nuestras iglesias como la manifestación más elevada de la ar-
quitectura colonial. “Sus plantas y combinaciones de bóvedas son clásicas –dice Hary– en la
acepción educativa de la palabra. Se adaptan maravillosamente a los recursos del suelo, al cli-
ma y a las creencias religiosas, no sólo coloniales sino actuales. Debemos unirnos para defen-
derlas de toda restauración ignorante.” 147
También expone en estos primeros escritos, dos cuestiones que al parecer ya circula-
ban en 1915 dentro del campo como nudos significativos del debate acerca de la arquitec-
tura nacional. La primera se refiere a si los modelos donde hay que dirigir la mirada son los
propios (Argentina) o los del resto de América Latina o España. Hary es conciso y claro, en
lo nuestro no ve “poder germinativo”, pero respecto de los modelos hispanoamericanos ad-
vierte distancia:
“El Cuzco o Lima, México o Toledo, nos son tan exóticos como La Meca. (…) El pasado co-
lonial americano es de exclusiva incumbencia del historiógrafo, del literato o del poeta. (…)
Al arquitecto no le inspiraría sino escenografía si quisiera aplicarlo prácticamente a nues-
tras necesidades actuales.” 148 (SC)
“Os parecerá paradojal, pero os repito: a mi entender nuestra tendencia intelectual y nues-
tro futuro arquitectural se alejan más del Perú que de la misma España, y nos acercamos
cada vez más a la tendencia latina predominante en Europa. La mentalidad de los virreyes
del Cuzco, Potosí y Lima, nos parece contemporánea de los faraones…” 149
La otra cuestión planteada, vinculada con la anterior, es la relación con la arqueología,

146
La prensa da cuenta de la estrecha relación entre discursos y prácticas de estos dos docentes que tienen una visión com-
pletamente diferente del tema: mientras Hary publica su Curso de Teoría de la Arquitectura, acentuando la importancia
de forjar una sólida formación clásica, Kronfuss estimula la inspiración, el desarrollo del talento a través de la observación
y el dibujo artístico.
147
Pablo Hary.“Sobre Arquitectura Colonial”, op. cit, p.12. El destacado aparece en el original.
148
Ibídem, p.12. El destacado es nuestro.
149
Ibídem, p.11.
150
Ibídem, p.12.

174
Nosotros los Arquitectos

desde la “especificidad” de la mirada de la arquitectura, de lo cual dice:


“Ningún arquitecto que ame su arte, puede desinteresarse de la arqueología monumental y
menos aún de la de su tierra natal, para conocer los recursos del suelo y la evolución de las
formas tradicionales. Debe estudiar el punto como arquitecto y no como pintor”.150
En la etapa fundacional del campo y en su consolidación hasta 1920, el debate acer-
ca de “lo nacional” contribuye a establecer la especificidad y a fortalecer el habitus del ar-
quitecto, diferenciándolo respecto de otras disciplinas artísticas o técnicas. Hary plantea
desde una posición netamente moderna, la necesaria e ineludible división social del traba-
jo, que traía aparejada la época, en oposición a una visión romántica y en cierto modo ar-
caizante de concentrar en la figura del arquitecto prácticas tan diferentes como la arquitec-
tura, la pintura o la literatura:
“Dejad a los pintores el cuidado de hacer cuadros, y a los poetas el glorioso placer de ha-
cer hablar a las ruinas. Harán ambas cosas mejor que vosotros, ya que en nuestra época
la complejidad ha traído la subdivisión del trabajo, y que ya no es posible que seáis como
Leonardo da Vinci, pintores, escultores, arquitectos, ingenieros, mecánicos, poetas”.151
Tanto Pablo Hary como René Karman, ambos profesores de los talleres de la Escue-
la de Arquitectura, coinciden en un par de ideas básicas respecto de este tema. Por un la-
do, sostienen la imposibilidad de enseñar a los alumnos un “arte nacional”, hecho que po-
dría darse en el futuro como un resultado deseable de la práctica y por otro, la conveniencia
de poseer una sólida formación clásica con destreza y entrenamiento en el oficio de arqui-
tecto, como herramienta indispensable para poder crear:
“En nuestras aulas no se puede enseñar “un arte nacional”, lo que supondría la elección
de una forma de arquitectura conocida y casi su imposición en el país; eso sería contra-
producente puesto que los estudiantes latinos necesitan un criterio más liberal en su ense-
ñanza, no debiendo ser influenciados en el desenvolvimiento de sus imaginaciones crea-
doras”.152
[el «arte nacional»]…“debe ser una consecuencia del esfuerzo constante e individual de
los arquitectos investigadores, de conciencia, cuidadosos de ejecutar siempre la solución
más conforme con la lógica y la estética y capaces de hacerlo con facilidad”.
(…) … “los estudiantes de hoy no deben ignorar, pues, que la arquitectura es un arte de
composición y que si no es posible enseñarles el “arte nacional” deseado, ellos pueden en
sus talleres de la Facultad acostumbrarse a la composición arquitectónica y adquirir, por
su propia voluntad y un trabajo sostenido, los medios sin los cuales toda manifestación de
arte es ilusoria”.153
El tema del “carácter” fue central entre las cuestiones que debían resolver los arqui-
tectos de la época. El “carácter” era aquello que definía la particularidad dentro de una ley
general de ordenamiento o desarrollo; admitía desde las teorías vigentes en las Academias
tres niveles de tratamiento: el general (nacional o categorial), el programático (que depen-
día de la función) y el particular (que vinculaba lugar, materiales y técnicas).
Pablo Hary reconoce la “falta de carácter” de la arquitectura de la época, responsabi-

151
Ibídem, p.10.
152
René Karman. “Sobre la contribución de la enseñanza en la prosecución de nuevos rumbos”, en: Revista de Arquitectura,
Órgano del Centro de Estudiantes de Arquitectura, junio de 1916, p.7.
153
Ibídem, p.8.

175
Silvia Augusta Cirvini

liza de tal situación a la utilización de tanto material importado y de mano de obra y pro-
fesionales extranjeros, así como al desconocimiento del clima y la geografía del propio país.
Su discurso es netamente perlocutorio y está dirigido a sus jóvenes alumnos, a quienes les
propone convertirse en “arquitectos de arraigo”:
“Quienes podrán mejorar en el futuro estas deplorables condiciones serán los arquitectos
de arraigo, aquéllos que conozcan a nuestro país en su naturaleza y tendencias intelectua-
les,” (…)“Tratemos, pues de crear ese núcleo de estudiosos y artistas y tengamos por segu-
ro que al hacerlo abriremos la única vía posible para nuestro porvenir arquitectural,
abandonemos la pueril ilusión de querer salir del atolladero haciendo interesantes acua-
relas de arcaicas formas hispano-coloniales,” (…) “tratemos más bien de interpretar con
nuestros recursos genuinos las aspiraciones de nuestros contemporáneos”.(…)
“Pero eso sí, iniciémonos en la carrera con una sólida base de enseñanza clásica, pues esa
es la única que jamás ha fallado”. (…) “Estudiemos esas grandes escuelas, no para co-
piarlas sino para aprender a razonar y crear”.154(SC)
Este texto de Hary señala con mucha claridad la articulación que existe entre el tema
de la “arquitectura nacional”, los rasgos atribuidos al ejercicio legítimo de la profesión (el
“arraigo” anclado en el conocimiento del país y la resolución de las necesidades contempo-
ráneas) y los modos de inculcación del habitus (enseñanza clásica, no para copiar sino pa-
ra “razonar y crear”). Todo lo dicho está reforzado porque procede de un enunciador pri-
vilegiado: profesor universitario, que dicta “Teoría de la Arquitectura” y dirige uno de los
dos talleres de la Escuela.
Héctor Greslebin formaba parte del grupo de estudiantes que tuvo especial partici-
pación en la constitución de este movimiento en su momento fundacional y su labor dio
sustento, ya en la década del ‘20, a la corriente Neoprehispánica.155 Se recibió de arquitecto
en 1916 con la primera medalla de oro que otorgó la Escuela, habiendo participado como
estudiante de la primera Revista del Centro de Estudiantes en 1911 y de la Revista de Ar-
quitectura en 1915.156 Alumno brillante, más tarde investigador minucioso e incansable de
nuestro pasado, su trayectoria tuvo un marcado sesgo hacia la Arqueología y en lo concep-
tual una notable vocación de integración americana. En el debate sobre la problemática del
neocolonial y la arquitectura nacional se ubica junto a Noël y Kronfuss, en franca confron-
tación con sus maestros “académicos”, en relación con la importancia de la historia ameri-
cana como fuente de inspiración.
En “Como una nueva arquitectura puede constituirse en Estilo”,157 toma a Viollet le
Duc como apoyo de su discurso y reproduce el principio básico que exige una “arquitec-
tura lógica y verdadera”:
“Tal es como deberíamos pensar vislumbrando un futuro en el cual se destacase una Arqui-

154
Pablo Hary. “Curso de Teoría de la Arquitectura”, en: Revista de Arquitectura, julio de 1916, Buenos Aires, p.17/18.
El destacado es nuestro para mostrar el carácter netamente performativo del discurso.
155
Esta corriente surgió en las últimas décadas del siglo XIX y se difundió en Europa con los Pabellones de México y Ecua-
dor en la Exposición Internacional de París en 1889. Tuvo un gran auge hasta fines de la primera guerra mundial. Esti-
muló el desarrollo de estudios arqueológicos que permitieron jerarquizar el arte americano.
156
Ramón Gutiérrez y otros. “Héctor Greslebin. Una búsqueda permanente”, en Sociedad Central de Arquitectos. 100 años de
compromiso con el país, Buenos Aires, 1994, p.121.
157
Héctor Greslebin. “Como una nueva arquitectura puede constituirse en Estilo”, en: Revista de Arquitectura, Órgano del
Centro de Estudiantes de Arquitectura, Enero / febrero de 1916.
158
Ibídem, p. 17.

176
Nosotros los Arquitectos

tectura Nacional, en medio del mare mágnum de arquitecturas existentes en nuestra metró-
poli; pensar, en una palabra, que los esplendores de la riqueza en la ornamentación y la pro-
fusión de detalles no sabrían suplir la falta de ideas y la ausencia de raciocinio, que conduci-
rían a Nuestra Arquitectura por el sendero de la moda; y moda es sinónimo de efímero”.158
En el próximo artículo de su autoría que aparece en la revista: “Arquitectura colonial
Latino-Americana. Un ejemplo de adaptación a los programas modernos”,159 delinea ya lo
que será su posición teórica en relación con el tema.
En oposición al eclecticismo vigente:
[la nueva arquitectura surgirá] (…) “contrastando con los tipos arquitectónicos franceses
que nos son familiares, con las innovaciones “Art Nouveau”, con los temas italianos y con
la simplicidad de nuestras viviendas de planta colonial” (…) 160
Con relación a las fuentes de inspiración estética:
(…) “la tradición arquitectónica Hispano-Americana buscada en sus fuentes iniciales, es
decir, en los monumentos del suntuoso Virreinato del Perú, según lo comprueban los do-
cumentos expuestos por el Sr. Arq. Martín Noël en su artículo sobre el Convento de San
Francisco en Lima”.161
En cuanto a la adaptación de esta nueva arquitectura a los programas que la época
requiere, describe una “Casa Habitación moderna de estilo colonial”.162 Sugiere que este ti-
po de viviendas transformaría el modo de sentir y vivir el pasado:
“Es un feliz ensayo, un ejemplo que nos brinda lo real de nuestras aspiraciones, el comien-
zo de un arquetipo al cual se arribará con constancia y esfuerzo.”(…) “Y el fenómeno psí-
quico-social que en la mayor parte de los casos fue precursor de nuevos estilos, en nuestro
caso tal vez se observaría a posteriori. Es decir, la vista de estas nuevas viviendas, sus rús-
ticos interiores, tantos y tan gratos recuerdos de orfebrería y decoración que conservan
nuestras familias y que encontrarían su marco apropiado, por su diaria visión, traerían
la noble obsesión de nuestro origen, el culto a nuestro pasado.”
“¡Sólo han sido grandes y conservaron su unidad los pueblos fieles a sus tradiciones, que
supieron conciliar en sus días de progreso las prácticas modernas con aquéllas que por tra-
dición eran fuerza de ley!”.163
A medida que Greslebin avanza en sus estudios de arqueología irá delimitando más
el espacio del pasado que puede transformarse en fuente de inspiración de esa arquitectu-
ra americana propia. Esa historia pura e incontaminada, esa “edad de oro”, donde el arte
era auténtico se limitaba, según Greslebin, a la etapa precolombina. Así, en 1920 presen-
tará en el I Congreso Panamericano de Arquitectos (Montevideo), una ponencia en don-
de planteará la creación de tipologías arquitectónicas sobre la base de utilización de la ar-
quitectura y los motivos decorativos y ornamentales del arte precolombino.
A fines de ese año, junto a su colega Ángel Pascual, presentan en el X Salón de Be-
llas Artes, un proyecto de Mausoleo Americano y obtienen el primer premio. El criterio

159
Héctor Greslebin. “Arquitectura colonial Latinoamericana”, en: Revista de Arquitectura, Órgano del Centro de Estudian-
tes de Arquitectura, julio de 1916, Buenos Aires.
160
Ibídem.
161
Ibídem, p.26.
162
Se trata de la vivienda del Sr. Julio Victorica Roca, ubicada en calle Anchorena 1350 y proyectada por los arqs. Noël y
Blancas.
163
Ibídem, p.27.

177
Silvia Augusta Cirvini

proyectual se torna transparente, los autores fundamentan la propuesta en una transición


gradual, de inspiración en motivos antiguos americanos sobre principios proyectuales clá-
sicos: se procede literalmente, dentro de los cánones compositivos académicos a reempla-
zar las unidades formales clásicas por otras derivadas del lenguaje formal del arte america-
no.164 En la revista El Arquitecto el proyecto se publica como “Un ensayo de arquitectura
americana”. Greslebin y Pascual plantean en consonancia con sus maestros la dificultad
de aplicar la teoría taïneana en el arte americano. Se preguntan cómo compatibilizar la
herencia artística europea y americana. Para Greslebin, los temas americanos son para el
artista moderno una fuente inagotable de recursos. El proyecto publicado sobre el mo-
numental mausoleo americano es decididamente ecléctico combinando el arte azteca,
maya e inca.165
Greslebin finalmente, al promediar la década del ‘20 se muestra partidario de un de-
sarrollo paulatino, de una evolución artística en la cultura arquitectónica que permitiera
transitar del estilo colonial primitivo hacia el Renacimiento Colonial. Sugiere elaborar una
propuesta de “fusión” de lo español con lo americano “donde no debe predominar el exo-
tismo extranjero ni el indianismo nuestro”. Pero Greslebin no abandonaría jamás sus há-
bitos de arqueólogo, visibles tanto en la metodología de la clasificación de los ejemplos que
hace al describir el estilo colonial, como en el enfoque analítico del estilo en sí, que es emi-
nentemente tecnológico y tipológico:
“Llámase estilo colonial, al ofrecido por el conjunto de construcciones americanas erigidas
en la época de la conquista y durante los primeros años de nuestra emancipación. Conjun-
to que se caracteriza por una cierta armonía de detalles originales, productos de la fusión
del arte español con el arte indígena o la manera de hacer criolla; armonía que sin llegar
a ofrecer una unidad al conjunto es representativa de una verdad constructiva casi absolu-
ta, de una incapacidad técnica, artística y de recursos ambientes; defectos que hacen el con-
junto interesante, duradero, y formado con elementos fácilmente identificables”.166
Greslebin fue definiendo progresivamente su vocación por la arqueología y la histo-
ria, dedicándose a la investigación y la docencia, hasta abandonar por completo el diseño
y la construcción. Trabajó en un par de Concursos de Monumentos conmemorativos jun-
to a Luis Perlotti, con quien compartía criterios estéticos y de quien diría Greslebin:
“(…) Luis Perlotti en la escultura americana moderna es uno de aquellos artistas que
ha sabido entender y valorar el tema americano y aprovecharlo como fuente de inspira-
ción. Su obra se plasma en la observación del tipo indígena americano y del paisaje que
lo rodea. (…) ” 167
La importancia de la labor de Greslebin está dada por su posición casi militante en
defensa de la colaboración, necesaria y complementaria, entre las disciplinas: arquitectu-
ra, arqueología, historia y arte, así como en su propuesta pionera con relación a la preser-

164
Cf. Margarita Gutman. “La corta historia de una revista y la larga de lo propio”, en Sociedad Central de Arquitectos. 100
años de compromiso con el país, Buenos Aires, 1994, pp.134/135.
165
H. Greslebin-A. Pascual. “Un ensayo de arquitectura americana”, El arquitecto, Vol. I, noviembre 1920, Nº12, Buenos Ai-
res, pp. 231 a 244.
166
Héctor Greslebin. “El Estilo Renacimiento Colonial”, Revista de Arquitectura, Nº 38, Febrero de 1924, Año X, p. 37.
167
Greslebin citado por: Beatriz Patti-Daniel Schávelzon.“Lenguaje, arquitectura y arqueología: Héctor Greslebin en sus años
tempranos”, En: Cuadernos de Historia IAA, Nº 8, Buenos Aires, Junio de 1997, p.94.
168
Ver respecto de la obra de Greslebin y del elenco de sus publicaciones la obra citada de Patti y Schávelzon.

178
Nosotros los Arquitectos

vación y restauración de edificios históricos, labor que más tarde continuará nada menos
que Mario Buschiazzo.168 Este camino abierto por Greslebin pone en evidencia el acuer-
do y coherencia entre discurso y práctica, en la constitución de un campo de difícil desa-
rrollo en la Argentina.
Otro de los importantes referentes en el tratamiento de este debate fue Juan Kron-
fuss. Había nacido en Budapest (Hungría) en 1872 y se había graduado de arquitecto (era
también ingeniero) en Munich. En 1910 llegó a la Argentina a propósito de un concur-
so y fue contratado para dirigir un taller en la Escuela. Una figura clave de la Revista de
los alumnos, cuyos “Propósitos”, explicitados en el primer número se le adjudican, fue
también profesor de Arquitectura en la Universidad Nacional de Córdoba, ciudad donde
se afincó y falleció en 1944.169 Su formación combinaba el academicismo germano con las
tendencias regionalistas centroeuropeas.
La Revista de Arquitectura está poblada de dibujos de Kronfuss. Escribía relativa-
mente poco, su lenguaje más difundido era otro, dibujaba edificios, sus partes, sus peque-
ños y a veces minúsculos detalles. Movilizó en sus alumnos la capacidad de observación de
todo un universo ignorado de formas y temas, de elementos cotidianos, hasta entonces des-
valorizados que pertenecían a la arquitectura y arte coloniales. Kronfuss valora la autenti-
cidad de aquellas obras tan lejanas y menores, por el acuerdo recíproco que manifiestan en-
tre formas y materiales. Es el mentor, dentro de la Escuela, de los viajes de estudio para
conocer no sólo edificios sino paisaje y cultura. De sus excursiones al interior del país, con
sus alumnos, quedaron como saldo valiosos relevamientos y registros gráficos del patrimo-
nio arquitectónico colonial. Como los otros profesores de la Escuela, también delega en los
jóvenes arquitectos la creación de este nuevo estilo. El procedimiento que sugería contem-
plaba la imitación y la copia como etapa necesaria para llegar a conocer la naturaleza del
arte colonial, de allí la importancia de los croquis y las acuarelas. Kronfuss tiene una visión
ruskiniana y romántica en la valoración de la arquitectura del pasado, a diferencia de otros
profesores de la Escuela evidencia un sustrato antiacadémico y culturalista en su enfoque
(propio del centro europeo), lejos del vigente positivismo taïneano de la Academia (Hary,
Christophersen, Karman).
Años más tarde, Kronfuss desarrolla en dos artículos consecutivos en la revista “El Ar-
quitecto” un recorrido de la evolución estilística de la arquitectura hispana e hispanoame-
ricana. Acompaña con dibujos de quienes habían sido sus alumnos: Pellet Lastra, Brodsky,
Croce Mujica. Interpreta la evolución del renacimiento al barroco y su traslado a América
donde manifestó transformaciones que generaron un estilo propio, el colonial.170
Hacia 1920 es importante señalar que ciertos rasgos de la polémica han variado. El
campo disciplinar ya está plenamente constituido y puede advertirse cómo el predominio
de la actitud ecléctica hace posible convertir gradualmente, las búsquedas de una “arqui-
tectura nacional”, en un problema estético.
En 1922 Emilio Agrelo afirmaba …“inventar un estilo, se dirá, eso sí que es uno de los
más arduos problemas de estética y una cosa mucho más difícil que copiar o imitar”. Según

169
Alberto de Paula. “Kronfuss en la Universidad y ‘lo nacional’ en el diseño arquitectónico”. En: M. Waisman y otros. Do-
cumentos para una historia de la arquitectura argentina. Período VI. El renacimiento colonial, Buenos Aires, Ediciones
Summa, 1980.
170
Juan Kronfuss. “Los estilos coloniales”, El Arquitecto, Vol. IV, Mayo y junio de 1924, Nº s 46 y 47, pp.333/334.

179
Silvia Augusta Cirvini

Agrelo, las razones que dificultan el desarrollo de un estilo nacional son: 1º) La heteroge-
neidad de la base social (nacionalidades y formación tanto de propietarios, o de los profe-
sionales entre quienes no puede predominar una idea u orientación) y 2º) la falta de cul-
tura artística del público.
Por otra parte, tampoco se debe homologar, según Agrelo, estilo español a plateres-
co, ya que, cuando se habla de estilo español podemos referirnos, al gótico, al mudéjar, al
plateresco y al renacimiento, en sus diferentes vertientes. Según el autor hay grandes difi-
cultades en la adaptación de los de modelos (formales estilísticos) europeos, con otros pro-
gramas, funciones y escala, de los nuevos edificios. Menciona como ejemplo el caso del fla-
mante teatro Cervantes proyectado sobre el modelo de la Universidad de Alcalá de
Henares.171
Cuatro años después, Emilio Agrelo vuelve a tratar el tema de la “arquitectura colo-
nial” y a debatir, no ya la imposibilidad, sino las dificultades de desarrollo de un estilo co-
lonial, o neocolonial: “La formación de un estilo arquitectónico es algo sumamente difícil. To-
dos los estilos se han formado tras de una larga serie de tanteos”. Fundamenta la elección de lo
colonial, como fuente de inspiración en la legítima búsqueda de lo nacional entendida co-
mo un fenómeno de constitución previo a la gran inmigración. En Emilio Agrelo se está
homologando “colonial” con “nacional argentino”. Es importante señalar que la noción de
patria o nación que hay detrás de cada propuesta, condiciona y altera el alcance que cada
uno de los participantes del debate le otorga al concepto de “arquitectura nacional”.172
En 1923 la revista El arquitecto publica un artículo sobre arquitectura en México, de
un arquitecto de esa nacionalidad, Guillermo Zárraga, lo cual pone en evidencia aquello
que hemos señalado como un mérito del movimiento: que las discusiones en torno del te-
ma de la arquitectura colonial y su resignificación para la arquitectura moderna es un de-
bate continental:
“¿Por qué, pues no interrogarnos a nosotros mismos? Sobre nuestra tierra hay una fuerte
tradición arquitectónica. Nuestros indios sellaron con sus manos las formas y los ornatos
que nos trajeron los conquistadores (…). La nueva hornada de arquitectos ha sentido es-
tas cosas y de un modo u otro se ha puesto al estudio de aquella arquitectura pasada. Pe-
ro el punto realmente decisivo es que este: ¿vamos a imitar o vamos a interpretar? (…)
Estamos cayendo en hacer un estilo y ya se habla del estilo colonial, como antes se habla-
ba del Francisco I, o de Luis XV. Muy pronto las señoras pedirán su fachada colonial lo
mismo que antes pedían su fumador japonés. (…) En este sentido el colonial puede llegar
a ser una muy eficaz escuela del mal gusto. De hecho ya lo es. Se toman los elementos sin
análisis, sin ningún sentimiento y sin ninguna sinceridad: del barroquismo expresivo de
antaño se hace un barroquismo confuso y falso. Se cree que con prolongar los pies derechos
de las puertas, con poner remates, con quebrar pretiles, con ondular los basamentos y co-
locar uno que otro nicho y uno que otro azulejo, se hace arquitectura colonial. Muy ma-
lo sería copiarla fielmente, pero es peor remedarla con tanta torpeza”.173
El tema se va enriqueciendo con publicaciones centradas en aspectos particulares des-

171
Emilio Agrelo, “Hablando de Arquitectura”, en: El Arquitecto, Vol. III, Abril de 1922, Nº 21, pp. 448 a 454.
172
Emilio Agrelo, “La arquitectura del porvenir”, en: El Arquitecto, Vol. VI, Febrero de 1926, Nº 67, p. 596.
173
Guillermo Zárraga. “Lo que significa la arquitectura colonial”, El Arquitecto, Vol. III, Febrero de 1923, Nº 31, pp.
184/186.

180
Nosotros los Arquitectos

de otros campos del conocimiento y el arte, escritos por referentes importantes de la épo-
ca. Así aparecen artículos de Ángel Gallardo (La casa colonial en México), Ricardo Rojas
(Artes decorativas americanas / Resurrección del arte americano a través de la Universidad),
y Rafael Sanmartino (El arte en la arquitectura colonial).
Alfredo Bufano representa dentro del movimiento arquitectónico un puente con el
mundo de las letras. El poeta publica en las revistas de arquitectura y remarca que aquello
que ven los extranjeros en la ciudad es lo distinto: “Buenos Aires tiene la pirámide” habría
dicho el filósofo y crítico Eugenio D’Ors.174 Aparece nuevamente la oposición entre pros-
peridad económica y cultura artística: …“nos encontramos de pronto independientes y ricos,
como adolescentes inexpertos que reciben una cuantiosa herencia inesperada y nos empeñamos
en demoler y construir, sin sujetarnos a ninguna ley…”.175
Con mirada de poeta reivindica naturalmente la labor de Kronfuss. Narra la sucesión
de evocaciones en una caminata nocturna de verano por los barrios de Montserrat y San Tel-
mo, donde la arquitectura y el ambiente lo habían transportado un siglo atrás en el tiempo:
“Yo me he sentido preso de un encanto en plena ciudad de Buenos Aires, de la Buenos Ai-
res cosmopolita y antiestética. Es algo que no perciben los porteños progresistas que quisie-
ran vernos ahogados cuanto antes bajo el mayor número posible de rascacielos y son los
mismos porteños que nos quitaron para siempre la vista del río con las horrorosas cons-
trucciones de la Aduana”.176
Bufano expone el abanico de facetas que tiene ese nacionalismo cultural del cual son
protagonistas poetas, músicos y artistas plásticos:
“Pintores como Bermúdez y Gutiérrez Gramajo, este último sobre todo, se dirigen al in-
terior de la República, para retratar los tipos autóctonos. Músicos como Williams y de Ro-
gatis recogen los temas populares de las provincias para vastos proyectos sinfónicos. En li-
teratura los nombres que podrían citarse son innumerables: nos limitaremos a nombrar
entre los jóvenes a Fernández Moreno, con su “Campo argentino” tan nuestro, a Dáva-
los, a Ricardo Rojas con toda su obra…”.177
La solución es planteada en todos los casos como un lento proceso, evolutivo, lineal
y ascendente, de construcción de una nueva arquitectura (y con ello de una cultura arqui-
tectónica) resultado del esfuerzo, la creación y el trabajo de las jóvenes generaciones de ar-
tistas. Hay un desplazamiento hacia un porvenir venturoso de los frutos de un presente in-
cierto, y todos los pronósticos acerca del futuro están teñidos de una considerable
omnipotencia, en tanto se ubica a los arquitectos como únicos responsables de la confor-
mación de esta nueva arquitectura.
Existieron también posiciones críticas y en cierto punto reaccionarias con relación al
surgimiento de este debate en torno de la “arquitectura nacional”. Un artículo de Cándi-
do Villalobos en 1916, expone la inconveniencia de propender a un “estilo nacional” a par-

174
Eugenio D’Ors no era para nada un observador ingenuo: había sido el promotor en Cataluña de un movimiento políti-
co, cultural y estético, el noucentisme que propiciaba un retorno a la mediterraneidad y al espíritu clásico, frente a la ac-
ción del modernismo gaudiano.
175
Alfredo Bufano. “La arquitectura colonial”, El Arquitecto, Vol. IV, octubre de 1923, Nº 39, p. 78 y ss.
176
Ibídem.
177
Alfredo Bufano. “La arquitectura colonial”, El Arquitecto, Vol. IV, octubre de 1923, Nº 39, p. 82.
178
Cándido Villalobos. “La inmotivada tendencia colonial”, en: Revista de Arquitectura, Órgano del Centro de Estudiantes
de Arquitectura, Buenos Aires, 4º Número de 1916, pp. 21/24.

181
Silvia Augusta Cirvini

tir del apoyo en el pasado. Califica al estilo colonial de exótico y para nada hermoso.178 Es
decir, según el autor esta arquitectura no era ni propia ni buena, derivada del barroco im-
portado de Italia, nuestras iglesias eran una mala copia del Gesú de Roma, cuyo modelo
fue traído a América por maestros jesuitas italianos.
“Si el propósito que guía a nuestros jóvenes es de diferenciación nacionalista, convenga-
mos que el modelo está elegido con poca fortuna, pues se trata de una arquitectura im-
portada aquí, del mismo modo que fue llevada a España, y ni siquiera a través de ésta,
sino directamente, a la par de ella, la recibimos”.179
La ornamentación indígena es desvalorizada como arte, en medio del marco del po-
sitivismo de principios de siglo. La crítica apunta a desbaratar la propuesta nacionalista, al
menos desde una perspectiva ingenua. Cita, en función de apoyo de su discurso, un agu-
do diagnóstico del Dr. Juan Álvarez:
…“pero la verdad es que nunca tuvimos un idioma netamente distinto del español, ni
una literatura específicamente nuestra, como tampoco hubo escultura, pintura, arquitec-
tura, religión o ciencia netamente argentinas; apenas si en materia de música, la influen-
cia de las quejumbrosas flautas quichuas nos permite ofrecer ciertos aspectos de originali-
dad local. Y así, la tentativa de restaurar el pasado a base de exotismo, nos ofrece hoy la
escena de algunas hijas de extranjeros del litoral, que en las escuelas oficiales copian pa-
cientemente en telares primitivos, los modelos indígenas que prepara algún profesor ita-
liano…El propósito de caracterizar la nacionalidad con algo raro e inconfundible, ha lle-
vado a olvidar que las pobres industrias incásicas no fueron producto espontáneo del suelo
argentino, sino implantadas en el Norte de la República por otros conquistadores indios
venidos de afuera; que las ciudades argentinas no se asientan sobre las ruinas de las ciu-
dades indias; y que aquellos europeos que las fundaron en el siglo XVI (…) pareciánse
bastante a los inmigrantes europeos del siglo XX. Lo que acostumbramos llamar “caracte-
rísticas de la nacionalidad” no son otra cosa que aspectos movedizos y cambiantes, ofreci-
dos en determinada fecha por el conjunto de los elementos que actúan sobre cierto terri-
torio; empeñarse en que persistan, cuando han dejado de actuar las causas que les dieran
vida, es obra de atraso, no de patriotismo”.180
Importantes protagonistas de este debate son los arquitectos Martín Noël y Alejan-
dro Christophersen, quienes si bien comparten ciertos espacios de privilegio como el Mu-
seo de Bellas Artes (con conferencias sobre el tema) o la tribuna del Diario La Nación,181
sólo accesible a los hijos dilectos de la elite porteña, tienen posiciones encontradas.
Martín Noël exalta los méritos de la arquitectura colonial peruano-boliviana, produc-
to de la fusión de lo hispánico y lo indígena. Valoriza la labor de los artesanos peruanos que:
…“cumplieron con la más alta misión haciendo revivir las artes de sus antepasados (…)
Ellos, los vasallos, consiguieron imponer su estética ornamental. Entre los elementos pla-

179
Ibídem, p.22.
180
Juan Álvarez. “La escuela argentina y el nacionalismo”, en: Revista Argentina de Ciencias Políticas, T. XII, p. 338, citado
por Villalobos, op. cit., p.24.
181
Hacia 1910, escribir en La Nación constituye un asegurado mecanismo de legitimación intelectual y artística, de gran im-
portancia en el caso de la arquitectura porque significa existir en el ámbito de relaciones de las elites dirigentes y porque
es un medio periodístico de gran tirada, más aun en comparación con los órganos de difusión profesionales (revistas es-
pecializadas) o de ámbitos científicos (Sociedad Científica Argentina, Sociedad internacionales, Congresos, etc.).
182
Martín Noël, “Nacimiento de la arquitectura hispanoamericana”, en Revista de Arquitectura, Órgano del Centro de Estu-
diantes de Arquitectura. Nº 1, Buenos Aires, Julio de 1915, p. 12.
182
Nosotros los Arquitectos

terescos, mudéjares, jesuíticos y barrocos se abrieron paso los arabescos y festones del cincel
indígena y la labrada piedra se convirtió en fiel imagen del alma peruana (…)”.182
Noël había estudiado en París, tenía una formación taïneana aunque matizada con
cierto anticlasicismo ruskiniano, y su regreso al país a través de Bolivia, Perú y el norte ar-
gentino, alimentó una vocación americanista que ya estaba en germen. Él mismo advierte
la dificultad de la empresa en la que se siente embarcado y dirá: “Cuando hube consumado
mis estudios de arquitecto en París, y habiendo recorrido en un viaje quimérico el diccionario
de mis añoranzas, sentí confundida mi inteligencia”.183 Intentará elaborar una teoría que fun-
damente la propuesta americanista, de fusión, en oposición al “cosmopolitismo extranjeri-
zante”, apoyándose en la obra de Ricardo Rojas y de Manuel Gálvez, que a la vez resulte
adecuada a un país moderno y progresista como lo era la Argentina. Este procedimiento
de “adaptación”, diferente de la “copia o imitación” del pasado era el mismo que sostenían
sus contemporáneos, arquitectos académicos españoles como Vicente Lampérez o Manuel
Vega y March.184
Noël comparte y fomenta la tendencia artística de la revista de los estudiantes, pero
coincide con los profesores Hary y Karman en la importancia de la formación de las nue-
vas generaciones en la arquitectura clásica, visualizada como la única base cierta y sólida de
toda búsqueda hacia el futuro:
“Una labor constante y metódica sobre el estudio de la arquitectura española y americana
afirmada sobre los conocimientos clásicos, sería quizás la fórmula, el verdadero punto de
apoyo del cual podrían partir nuestros primeros ensayos. Para la realización de estos nue-
vos programas bien en evidencia quedan los buenos propósitos que guían a la nueva gene-
ración de artistas, dado que a su celo debemos la fundación de esta Revista, cuyos fines per-
seguirán la generalización de los conocimientos y de las tendencias americanistas”.185
La labor de Noël alcanzó una importante difusión, tanto de sus trabajos historiográ-
ficos, como de sus propuestas teóricas, a través de artículos en revistas y periódicos, de li-
bros y de conferencias. Noël fue también director de la revista Síntesis, de neta tendencia
hispanista, tarea en la que pudo articular la vocación artística y la política.186 Esta publica-
ción registró en distintos artículos la participación de Noël como delegado argentino en la
Exposición Iberoamericana de Sevilla en 1927, donde la arquitectura de los diferentes pa-
bellones de los países participantes mostraba este revival en su cenit, en una escala hispa-
noamericana.
Alejandro Christophersen considera en un primer momento, que sólo el arte español
puede ser fuente de inspiración de una arquitectura nacional, la cual deberá necesariamen-
te adecuarse a programas modernos:

183
Martín Noël citado por: Pancho Liernur. “Arquitectura del Imperio español o arquitectura criolla. Notas sobre las repre-
sentaciones ‘neocoloniales’…” En: Anales del IAA Mario Buschiazzo, Nº 27/28, 1989/91, p. 143.
184
La adaptación era –según Lampérez– un procedimiento que pretendía …“la modernización de los principios tradicionales,
modificándolos lógicamente para hacerlos aptos a nuestra vida actual, a nuestro espíritu”, y según Vega y March “la teoría esté-
tica a seguir: el cultivo de los estilos nacionales, no para copiarlos, no para imitarlos, no para adoptarlos siquiera, sino para ha-
cerlos servir de base a obras nuevas que tengan el aliento, el espíritu de nuestro siglo…” Ángel Isac. Eclecticismo y pensamiento
arquitectónico en España. Discurso, Revistas, Congresos, Diputación Provincial de Granada, 1987, pp. 342/343.
185
Martín Noël, “Nacimiento de la arquitectura hispanoamericana”, op. cit., p. 12.
186
Con la rica producción editorial de la década del veinte, la revista Síntesis surge de la confluencia de una vocación por lo
hispánico y una tradición política ligada al radicalismo. La revista fundada en 1927 dejó de salir de un día para otro con
el golpe de 1930. El primer director fue Xavier Bóveda hasta el Nº 8, a partir del cual comenzó a dirigirla Martín Noël.

183
Silvia Augusta Cirvini

“De esas modernas imposiciones, de esas necesidades nuevas, sin destruir el pasado nace-
rá una arquitectura racional y nacional.
“Un arte racional, que será nacional por cuanto responderá a las necesidades de un am-
biente moderno, de un clima peculiar, de una vida propia y de costumbres nacionales.
“Arte que reflejará, no sólo en sus líneas de composición las aspiraciones de un pueblo, si-
no que sus detalles, su escultura y su decoración serán reflejo fiel de las cosas que nos ro-
dean, serán cada una un símbolo de las particularidades de la raza”.187
El debate se torna inconsistente cuando se circunscribe el problema de la arquitectu-
ra nacional a una cuestión de lenguaje ornamental y decorativo, en fin, cuando la resolu-
ción del problema parece limitarse al establecimiento de un código estilístico.
“¿Por qué razón debemos conservar la hoja de acanto del capitel Corintio cuando otra flo-
ra más nuestra puede reemplazarla?
“¿Por qué no podemos sustituir las clásicas metopas con argumentación de nuestra vida
moderna? ¿Por qué dentro de los elementos cuyas proporciones y líneas respetamos no he-
mos de cambiar, refrescar y modernizar sus detalles?”.188
Dos años después del lanzamiento de la convocatoria a través de la Revista de Arqui-
tectura, Christophersen evaluaría los efectos producidos en la realidad y criticará lo que él
denomina los rumbos “equivocados”:
“No se trata, pues, de copiar nada, sino aprovechar con acierto una gran enseñanza,
aplicarla juiciosamente y completarla, como he dicho anteriormente, con nuestra re-
flexión y experiencia, con nuestros conocimientos arquitectónicos y con nuestra visión de
arquitecto moderno”…189
La fórmula propuesta es clara: aprovechar de la arquitectura española aquello que se
adapta a nuestro clima y nuestro suelo, agregándole el confort, la higiene y la distribución
funcional de los locales impuesta por “los tiempos modernos”. En lo estético propone ins-
pirarse en aquello que la arquitectura española tiene de clásica (renacimiento italiano):
“Yo exalté ese arte con el propósito de que buscásemos todos en su verdadero origen la fuen-
te de inspiración, por cuanto ese arte denominado colonial es tan sólo una sombra, un re-
flejo deformado del que le dio vida y que vino de la madre patria”.(…)
“…creo que debemos predicar para que todo arquitecto reflexione sobre los méritos de la
característica de ese estilo colonial que es reflejo del suelo sudamericano, de su clima y aun
de sus hábitos, donde los muros espesos conservan el fresco de las habitaciones, donde los
aleros y las recovas protegen las paredes contra los rayos del sol, donde la teja árabe, (…)
da una nota encantadora en medio del paisaje de tonos subidos y de un cielo azul”.190
Para Christophersen, la “esencia” de nuestro colonial se hallaba en el “renacimiento
italiano que pasando por España y transformado al rozarse con el mudéjar y el plateresco llegó
disfrazado a las Indias”. En su afán de reafirmar la importancia de adaptar sólo lo que es
útil, elogiará ampliamente la arquitectura del Mission Style, en la misma posición que Sar-
miento setenta años antes, otorgándoles a los norteamericanos la capacidad para producir

187
Alejandro Christophersen. “El balance de un siglo de arquitectura”, en: Revista de Arquitectura, Año III, Nº13, Septiem-
bre-Octubre de 1917, p. 12.
188
Ibídem, p. 12.
189
Alejandro Christophersen. “A propósito del arte colonial”, en: Revista de Arquitectura, Nº15, marzo-abril de 1918, p. 32.
El destacado figura en el original.
190
Ibídem, pp. 32/33.
184
Nosotros los Arquitectos

un arte nacional resignificando los elementos de la cultura universal:


“He elogiado la interpretación que los americanos han realizado con los vestigios de una
civilización anterior. Han sabido elegir lo que con tanto tino han implantado los jesui-
tas, han buscado el origen de esa arquitectura y la han resuelto inspirándose en una in-
terpretación libre del renacimiento italiano. Creo que entre nosotros algo parecido sucede-
rá cuando nos demos bien cuenta que no necesitamos hacer arqueología sino que debemos
sacar partido de los materiales que poseemos, adaptando nuestra arquitectura al clima y
al paisaje argentino, tratando de reflejar todo esto con sinceridad”.191
Finalmente, para cerrar el análisis del tema de la “arquitectura nacional” no podemos
dejar de mencionar a Ángel Guido. Si bien no participó en los años iniciales del debate y
escribió poco en las revistas de arquitectura, su posición ideológica con relación al tema y
su preocupación teórica por resolver el binomio tradición-modernidad fueron tratados y
expuestos en importantes foros científicos y publicados en sus libros de la década del ‘30.192
Guido era ingeniero (Universidad Nacional de Córdoba) pero tenía una formación
artística enriquecida por el conocimiento de la historia y una actividad profesional que
abarcaba también el urbanismo, siendo en este campo pionero en el país. Su posición teó-
rica en relación con la arquitectura nacional está apoyada en la “Eurindia” de Ricardo Ro-
jas, de la cual dirá Guido “…propone un ideal de autonomía y superación. No rechaza lo eu-
ropeo, lo asimila; no reverencia lo americano, lo supera”.
La propuesta de Ángel Guido surge de una descriptiva crítica del eclecticismo, al que
responsabiliza del caos arquitectónico de nuestras ciudades. Apoyado en Rojas propone de-
sarrollar una estética que apunte a la unidad en la diversidad, en una propuesta de fusión
de lo indígena americano con lo hispano. Si bien para Ángel Guido toda América es la ins-
piración, la fuente modélica para el “Estilo mestizo criollo” que propone es la del altiplano
peruano boliviano, particularmente Arequipa.
El aporte que realiza Guido al movimiento puede sintetizarse en:
• el análisis crítico de las obras americanas en donde puede identificar una lógica,
compositiva diferente de la europea, tanto en lo prehispánico como en lo hispa-
noamericano.
• su interpretación en clave woffliniana del barroco americano.193
• su teoría de la fusión o mestizaje entre lo americano y lo hispánico, en donde de-
sarrolla dos hipótesis:1) el mestizaje artístico como proceso de integración o fu-
sión, 2) la validez de la relación arquitectura europea, decoración americana.194
Ángel Guido se alimenta en la estética vanguardista alemana y del centro europeo; se
opone a la hegemonía francesa en el arte y la arquitectura.195 En su labor como urbanista

191
Ibídem, p. 34.
192
Nos referimos a: Concepto Moderno de la Historia del Arte (1936), Rosario, UNL y Redescubrimiento de América en el Ar-
te (1940), Rosario, UNL.
193
Guido considera el barroco como un momento que se repite, en el proceso de autogénesis de la forma: siempre hay un
período clásico y uno barroco en cada uno de los estilos arquitectónicos. Cf. Alberto Nicolini-Bibiana Cicutti. “Ángel Gui-
do, Arquitecto de una época de transición1896-1960”, Tucumán, (inédito-Mimeo-1999).
194
Ver: Ramón Gutiérrez. “La historiografía de la arquitectura americana. Entre el desconcierto y la dependencia cultural
1870/1985”, en Revista SUMMA, Nº 215/216, agosto de 1985.
195
Su oposición a la hegemonía francesa en el arte y la arquitectura se extiende también a la vanguardia moderna. En la vi-
sita de Le Corbusier en 1929 a Buenos Aires es el único que opone un discurso contrario y fundamenta su desacuerdo con
lo que expone y propone el gran arquitecto francés para la ciudad. El resto asiente o calla.

185
Silvia Augusta Cirvini

(Tucumán y Salta) apoyará la difusión del estilo neocolonial en su versión californiana, co-
mo medio para contribuir en la región a la argentinización del paisaje.
A mediados de la década del ‘20, nadie podía ignorar las inmensas transformaciones
que se habían operado dentro del arte de construir por efectos de la modernización y el
avance tecnológico, en particular en todo lo referido a instalaciones, equipamiento y
nuevos materiales. Hay quienes como Guido se esfuerzan por integrar las búsquedas de
una arquitectura nacional con los avances de “lo moderno”, en una adhesión crítica y se-
lectiva de aquello que venía de afuera:
“Nuestra actitud está en no perder el ritmo de la corriente moderna, sugerida por Eu-
ropa, ni renegar de él, sino muy por el contrario: tratar de ser modernos, asimilar to-
das las necesidades materiales y espirituales contemporáneas; pero ser nosotros mismos;
decir y hacer estas cosas, pero no con inspiración prestada, sino con creación bien nues-
tra, recónditamente americana”.196
Y bien, tanto Christophersen como Noël, Guido o Greslebin coinciden en que es
necesario partir de programas “modernos”, considerar las necesidades del presente para
producir una arquitectura que respondiera a una demanda actualizada. Es claro que ha-
cia 1920, la noción de “lo moderno” articula uno de los puntos claves del debate arqui-
tectónico. Para algunos era una corriente foránea (el funcionalismo europeo ligado al ar-
te abstracto), para otros era un estilo más, pero casi todos coinciden, por un lado, en la
acepción programática (adaptada a los tiempos modernos), por la otra, en la acepción
tecnológica del término. El método proyectual heredado del tipologismo del siglo XIX
había perpetuado en el habitus del arquitecto la concepción de la obra a partir de la tría-
da vitruviana: utilitas, firmitas y venustas. La actitud ecléctica predominante entre los
practicantes del campo disciplinar, aún en las décadas del ‘20 y ‘30, hacía posible consi-
derar que cualquier edificio por “moderno” que fuese podía vestirse con ropajes estilísti-
cos al gusto del cliente y del arquitecto. La separación entre lenguaje y tectónica arqui-
tectónica fue uno de los ejes alrededor del cual se movió la crítica a la arquitectura del
eclecticismo y por lo tanto uno de los factores que impulsaron la reunificación de la obra
de arquitectura como organismo unitario, primero en los movimientos del Arte Nuevo
y luego ya en forma programática en el Movimiento Moderno.197 Es decir, desde las po-
siciones de vanguardia, aunque incipientes y débiles en nuestro país, se proponía un en-
foque más integral y unitario del diseño, donde la expresión formal y la belleza de una
obra debían ser el resultado de la respuesta a la función, adaptada al medio, la época, los
materiales y la tecnología. Para quienes eran partidarios del desarrollo de una arquitec-
tura nacional “lo posible” fue sostener la “actitud ecléctica”, enraizada en el habitus pro-
fesional, limitada desde esta posición a ciertos repertorios y modelos semánticamente
significativos, camino que probablemente fue más fácil que bucear en la vanguardia e in-
tentar ser “modernos” y “nacionales”, a la vez. Desde la perspectiva de Bourdieu puede
afirmarse que las búsquedas nacionalistas y americanistas en arquitectura pudieron esta-
blecer, respecto del eclecticismo, una pequeña diferencia, y constituyeron más bien lí-
neas de innovación de la misma tradición apenas consolidada, que necesitaba perento-

196
A. Guido en el III Congreso Panamericano de Arquitectos, citado por: M. Gutman, op. cit. pp. 124/125.
197
Cf. Marina Waisman. El interior de la historia, Escala, Bogotá, 1991.

186
Nosotros los Arquitectos

riamente apoyarse en lo ya legitimado, de manera de mantener el peso de la illusio, es


decir, fue prioritario para la mayoría de los practicantes mantener el interés en las reglas
del juego.

3.2.3.3. LAS OTRAS VOCES

El movimiento de la “arquitectura nacional” tuvo que enfrentar dentro del campo


disciplinar, posiciones en contra (de deslegitimación, de desprestigio o de crítica) de dis-
tinto tipo y alcance según de quién y de dónde provenían. Por una parte, están las obje-
ciones que le hace permanentemente el grupo de los “eclécticos académicos” del cual Ch-
ristophersen es el más representativo. Esta posición es difundida a través de las mismas
revistas que contribuyen a plantear y hacer circular el debate dentro del campo, es decir,
defensores y detractores comparten muchos espacios comunes. Esta actitud de objeción
respecto de la arquitectura nacional estaría sintetizada en la sentencia: “Apoyamos las bús-
quedas de una arquitectura nacional pero…” y allí podían enumerarse distintas razones pa-
ra no convalidar: “no acordamos con los modelos de inspiración, con las propuestas teóri-
cas, con los resultados alcanzados, etc.” La Revista de Arquitectura publica un documento
muy significativo por todo lo que condensa en cuanto a las posiciones respecto del tema,
en el cual con tono irónico y jocoso se describe la situación del campo: se trata del poema
“El Arte Colonial en oda…” ,198 adjudicado a Alejandro Christophersen, en donde señala
con críticas y mordaz humor, quienes están validados para estar dentro del campo, en qué
lugar y cual es el papel que cada uno juega, y quienes quedan definitivamente excluidos.
Es evidente que el tono humorístico del artículo le permite al autor eludir las sanciones que
implicaría decir eso mismo con seriedad, a colegas destacados y reconocidos dentro del
campo.199
Por otra parte, y como una voz de oposición perfectamente diferenciada está la inci-
piente vanguardia, que tiene su propia publicación. La revista Martín Fierro nace de un
grupo de jóvenes escritores en 1923: Ernesto Palacio, Conrado Nalé Roxlo, Pablo Rojas
Paz, Luis Franco y Cayetano Córdoba Iturburu. La dirección estaba a cargo de Evar Mén-
dez y desde el manifiesto, publicado en el número 4, la revista toma un rumbo abiertamen-
te vanguardista y reúne al denominado “martinfierrismo”. Alberto Prebisch formaba parte
de su consejo directivo.
En círculos intelectuales y literarios, en la década del veinte, estaba en plena vigencia
el tratamiento del binomio cosmopolitismo / nacionalismo. En 1925, la revista Martín Fie-
rro realizó una encuesta tratando de indagar entre conocidos escritores y artistas que opi-
naban acerca de la existencia o no de una sensibilidad o mentalidad argentina, pidiendo a
la vez su caracterización o descripción. Un artículo de Pablo Rojas Paz de 1925 plantea el
tema del hispanoamericanismo, particularmente en relación con el idioma, y como es de
esperar hay una adhesión a la España de la generación del ‘98 (Unamuno, Marañón, Ca-

198
Publicado en: Ramón Gutiérrez y otros. “Recuadro en Capítulo 4 : 1916-1925”, Sociedad Central de Arquitectos. 100 años
de compromiso con el país, Buenos Aires, 1994, p. 95.
199
Remitimos al texto del poema en Apéndice.
200
Ver en este mismo capítulo en debate sobre “Estado del arte arquitectónico” el desarrollo de la querella entre Prebisch y
Christophersen.

187
Silvia Augusta Cirvini

jal) y una oposición a la España de Primo de Rivera y sus adláteres. Desde 1924 publican
Alberto Prebisch y Ernesto Vautier, lo que señala la aparición de la vanguardia en arquitec-
tura en las revistas de la época.200 En 1925 en un artículo denominado irónicamente “No-
él”, Prebisch plantea, desde la única publicación que por entonces contiene a la incipiente
vanguardia, la posición respecto del movimiento de la “arquitectura nacional”, al cual
sintetiza y condensa en la emblemática figura de Martín Noël:201
“Arquitecturalmente el señor Noël es de una ingenuidad que ya llega a hacerlo simpá-
tico. Cree en un “estilo colonial”, cuando los estilos arquitectónicos de la vieja penín-
sula pueden ponerse todos en discusión, desde que, en realidad, España no han creado
más que ornamentos decorativos.
“No son otra cosa, sin duda alguna, el muzoárabe: adaptación de la arquitectura ará-
biga a la arquitectura occidental; el mentado estilo plateresco: simple amalgama del
gótico y del renacimiento; el churrigueresco: “delirium tremens” de lo barroco; el herre-
riano: el renacimiento pasado por el ayuno y la esqueletosidad de la meseta castellana.
“El señor Noël cree a pesar de ello, en un estilo, en un orden arquitectónico, autócto-
no, nuestro, su “estilo colonial” simple trasplante del barroco español y la arquitectura
andaluza y cuya única originalidad consiste en el primitivismo, la ingenuidad o la in-
habilidad con que ha sido ejecutada la ornamentación de los edificios que copia”.202

3.2.4. Los desplazamientos del debate acerca de lo nacional

Lugones figura entre los intelectuales que apoyaron, hacia 1915, el movimiento es-
tudiantil que fundó la Revista de Arquitectura. A propósito del Monumento a Mayo en
1910, planteará una posición que tendría luego gran adhesión: la conveniencia de la uti-
lización de materiales del país. Con el Monumento del Centenario insiste en la utiliza-
ción del “asperón rosa de Misiones” (…) “con esculturas blancas”:
“Un monumento levantado con los materiales más valiosos del país sería también más
carne de su carne, (…) La sola idea de un friso colosal que luciera nuestros ónices y
jaspes más bellos, (…) a la cual podrían agregar sus maravillas nuestras maderas en
composiciones adecuadas. Así por lo que respecta siquiera a los materiales, el monu-
mento del centenario argentino sería una cosa argentina, con sitio propio en el mun-
do del arte.” 203
La posición que expresa Lugones fue ganando adhesiones con el tiempo, de lo que
dará cuenta la prensa técnica que irá registrando ciertos desplazamientos en el debate de
lo “nacional”, los cuales responden tanto a cuestiones disciplinares del campo (estado
del debate, impacto de nuevos temas de interés, relación con la ingeniería), como a si-
tuaciones extradisciplinares (posguerra, ascenso del radicalismo al poder, reforma uni-
versitaria)

201
La figura de Noël era particularmente atacada por los editores de Martín Fierro, quienes le dedicaron uno de sus duros
epitafios, donde lo acusan de ser autor de un “renacimiento ramplón”. Este ataque sistemático de la vanguardia puede ex-
plicarse en diversas razones: su carácter de embajador cultural ante España, su hermano en la intendencia de la ciudad era
motivo de crítica frecuente, su amistad con Enrique Larreta y Arturo Capdevila, etc.
202
Alberto Prebisch. “No-él” en: Martín Fierro, junio 1925.
203
Leopoldo Lugones. “El monumento del Centenario” en Piedras Liminares (1910). Obras en prosa. Selección y prólogo de
L. Lugones (hijo), Aguilar, México, 1962, pp. 761 y 762.

188
Nosotros los Arquitectos

Pablo Hary afirmaba que la falta de carácter de nuestra arquitectura se debía en


gran medida al uso casi exclusivo de materiales y mano de obra importados. Trataba de
promover entre sus alumnos, en su Curso de Teoría de la Arquitectura, el conocimiento
de las posibilidades de los materiales y recursos del país. Decía Hary que se había dado:
…“el colmo de lo inverosímil en el hecho de haberse adoquinado calles de Buenos Aires
con adoquines de Noruega o con asfalto de las Antillas, en competencia con nuestros gra-
nitos del Sur y algarrobos del Interior.
Hemos llegado al caso que, salvo los ladrillos, la cal, la arena y alguna que otra tabla de
cedro, todo el material de nuestros edificios es importado. (…) La consecuencia ló-
gica de tal estado de cosas es la completa falta de carácter de nuestra arquitectura actual”.204
Para Hary la solución no se hallaba en búsquedas formales de la arquitectura del pa-
sado: “…abandonemos la pueril ilusión de querer salir del atolladero haciendo interesantes
acuarelas de arcaicas formas hispanocoloniales”, (…) “tratemos más bien de interpretar con
nuestros recursos genuinos las aspiraciones de nuestros contemporáneos”.205
Puede advertirse cómo la búsqueda de una “arquitectura de arraigo” como decía
Hary, comenzaba por un conocimiento y una valoración del país real, de sus recursos y po-
sibilidades:
“Tenemos en el Chaco vigas de perfumado cedro como no las sacó mejores del Líbano el
rey Salomón, y preferimos a un soberbio artesonado de vigas y casetones de madera, un
cursi enyesado costoso por sus patisseries y dorados; podríamos hacer con nuestros que-
brachos pan-de-bois eternos, que por cierto se armonizarían mejor con el cielo y los ho-
rizontes cordobeses, que una pretenciosa Villa Italiana; (…)” 206
En 1918, poco tiempo después de la fusión de las revistas de ambas instituciones,207
la Sociedad Central y el Centro de Estudiantes de Arquitectura encaran en forma conjun-
ta la realización de una encuesta entre importantes arquitectos sobre temas de interés vin-
culados al tema de “lo nacional”. Las respuestas publicadas en la Revista, de Karman, Aloi-
si, Christophersen, Álvarez, Géneau y Storti, nos permiten evaluar el estado del debate, la
coincidencia de la mayoría en ciertos puntos y dónde se alojan los conflictos.
Todos coinciden en la necesidad de una arquitectura nacional adaptada al clima y al
suelo argentino y aun a los hábitos de sus habitantes; arquitectura que en nuestro caso pre-
sentaría un espectro variado de alternativas dada la diversidad climática, la extensión terri-
torial y la heterogeneidad cultural que ofrecen las diferentes situaciones regionales.
La mayoría afirma que existe una dificultad (algunos hablan de imposibilidad) de
asentar las búsquedas de modelos en nuestra historia. Si bien se reconoce la importancia
de este factor identificatorio, las propuestas de búsquedas en el pasado oscilan entre Espa-
ña o el pasado de otros (América o países latinos). La respuesta más benévola con nuestro
pasado real es la de Raúl J. Álvarez quien afirma que nuestra arquitectura colonial con sus
pocos elementos históricos puede ser aplicable a un número limitado de obras, en particu-
lar rurales.

204
Pablo Hary. “Curso de Teoría de la Arquitectura Cap. IV-1916”, en Revista de Arquitectura, Buenos Aires, mayo de 1916,
pp. 17 y 18. El destacado figura en el original.
205
Ibídem, p.18.
206
Ibídem, p. 18. El destacado figura en el original.
207
Respecto de la fusión de las revistas ver Capítulo II: Las revistas…

189
Silvia Augusta Cirvini

La pregunta más productiva resultó ser la última con relación a los “materiales nacio-
nales”. Se solicitaba la opinión acerca de fomentar industrias nacionales de materiales de
construcción y sobre la adhesión que éstas tendrían entre los arquitectos respecto del uso
de los materiales importados. Este era un tema crucial en la época por cuanto la guerra de
Europa –que interrumpió temporariamente la provisión de materiales– había demostrado
la conveniencia del autoabastecimiento y por otro lado cómo el tema de la dependencia
cultural había desembocado en el de la dependencia tecnológica. El nacionalismo en arqui-
tectura empezaba por el origen nacional de los materiales, afirmaba la mayoría. Las res-
puestas más significativas son las de Christophersen y Géneau, si bien todos coinciden en
la necesidad de su desarrollo:
“Considero indispensable fomentar las industrias nacionales de materiales de construc-
ción, desarrollar nuestras canteras de mármoles, de piedra y de granito, dar impulso a las
fábricas de cerámica, implantando la fabricación de la cerámica de arte decorativo, la
tierra cocida, los esmaltes, los azulejos, mejorar los procedimientos de la fabricación de
nuestros yesos y de nuestras cales, llegar a fabricar nuestros colores y nuestras tierras, dar
salida a las maderas nacionales más apropiadas para la construcción, etc., etc. y, en una
palabra con la ayuda del gobierno, con la rebaja de fletes y con una dirección superior ba-
jo la autoridad de un ministerio de la industria, podría el país crear mucho de lo que has-
ta ahora importa”.208
C. Géneau ratifica un elemento al debate: “Tengo esperanza que, con el empleo de ma-
teriales nobles del país se llegará a caracterizar nuestra arquitectura”.209 A los materiales más
tradicionales le suma el “cemento portland”:
“Este, que será un producto nacional, obtenido por la cocción de la cal y arcilla por medio
del petróleo argentino, nos permitirá levantar los esqueletos de hormigón armado necesarios
para los edificios de gran altura que se requieren en los grandes centros de población” (…)
“Podremos pues, con materiales del país, hacer evolucionar la arquitectura nacional,
manteniéndola a la altura del progreso…”.210
(…)“En la actualidad debido a la dificultad creciente para conseguir materiales de cons-
trucción extranjeros, resulta ser éste el problema más escabroso que se presenta al profesio-
nal, para el progreso y economía de la edificación. Es necesario, por lo tanto, hacer econo-
mía de materiales extranjeros, sustituyéndolos por los que se puedan conseguir en el país,
siempre que lo permita la estabilidad del edificio o bien su estética”.
“Fomentar las industrias nacionales y estudiar nuevos métodos de construcción o bien mo-
dificar los existentes a fin de que permitan utilizar los productos del país (…)”.211
La conveniencia del uso del hormigón armado ya había sido planteada, al iniciarse el

208
A. Christophersen, en: “Encuesta de la SCA y del CEA”, Revista de Arquitectura, Nº 18, Año IV, Buenos Aires, 1918, p. 4.
209
Entrevista a C. Géneau, en “Encuesta de la Sociedad Central de Arquitec-tos y del Centro de Estudiantes de Arquitectu-
ra”, en: Revista de Arquitectura, Nº 18, Año IV, Buenos Aires, pp. 6/7.
210
Ibídem, p.8.
211
Entrevista a Jacobo P. Storti, en “Encuesta…”, op. cit. p. 11
212
Puede considerarse a Selva como el primer especialista con base científica en estructuras de hormigón armado y de edifi-
cación sismorresistente que hubo en el país. Obtuvo premios por sus trabajos teóricos (“Edificación contra temblores”,
Exposición Internacional de Milán-1906) y por su obra (En 1915 en la Exposición Internacional de San Francisco-USA,
por sus obras de hormigón armado en Mendoza-Argentina). Cf. Silvia A. Cirvini, (colaborador: José A. Gómez Voltan),
“Edificación contra temblores. Aportes para una historia de la ingeniería sismorresistente en Argentina”, en: Revista His-
toria de América, IPGH, Nº 128, Costa Rica-México, enero-junio 2001, pp. 141 a 163.

190
Nosotros los Arquitectos

siglo, por los practicantes de la ingeniería, en una propuesta de vanguardia, tanto para so-
lucionar el problema de las construcciones sismorresistentes como para un sinnúmero de
aplicaciones desde la obra pública del Estado. Será el ingeniero Domingo Selva 212 quien
lanzará una completa propuesta programática de utilización del “cemento armado” como
el material de construcción más conveniente para todo el país –no sólo para áreas sísmi-
cas– y para todo tipo de obras. Es más, este ingeniero planteaba hacia 1904, los principios
de la producción seriada y estandarizada de viviendas; además ligaba el uso del hormigón
armado tanto a la construcción de vivienda obrera, como a la ejecución de toda la obra pú-
blica del Estado.
No se trata de un simple elemento utópico dentro de sus propuestas, sino de un au-
téntico proyecto vanguardista en cuanto al desarrollo tecnológico del país: se buscaban so-
luciones alternativas para el autoabastecimiento de materiales básicos para la construcción,
que permitieran al país independizarse de la costosa importación de estructuras de acero.213
Este saber de vanguardia tenía una función crítico reguladora y anticipatoria de fu-
turo, en la medida que señalaba, a partir de la crítica del estado de cosas vigente, un cami-
no de soluciones masivas y definitivas para un futuro visto como cercano y promisorio. En
este caso, la vanguardia no sólo es portadora de un saber sino que además opera como dic-
taminadora de un “deber ser” social: si el Estado y los particulares asumen sus obligacio-
nes, lo utópico, lo imposible se hará realidad. Así establecido el deber ser, el problema se
transforma en la búsqueda de criterios que posibiliten su realización. Un amplio programa
de acción está esbozado en los escritos técnicos de la época, particularmente en los Anales
de la Sociedad Científica Argentina, la Revista Técnica y La Ingeniería.
Para los técnicos ingenieros los criterios se han de apoyar en el desarrollo del conoci-
miento científico y tecnológico, tanto del fenómeno sísmico como del material y sus posi-
bilidades, el estudio (diseño y ensayo) de las mejores soluciones constructivas así como ela-
borar un modelo de cálculo coherente con el nuevo material. Para los particulares
(inversionistas-capitalistas) los criterios transitarán desde la filantropía hacia el interés ra-
cional de la ganancia: construir con “cemento armado” es más económico (casa de renta y
vivienda obrera) y más seguro (construcciones sismorresistentes). El desarrollo es presenta-
do por la vanguardia también como “un buen negocio” para los inversionistas.214 Para los
gobiernos, los criterios que determinan “el deber ser social” se orientan a velar por el “bien
común” y promover el progreso, lo cual se traduce en diferentes medidas e iniciativas que
tienden a proteger este incipiente desarrollo tecnológico: exoneración de impuestos y dis-
minución de fletes para los insumos (hierro y cemento), promover la instalación de fábri-
cas de cemento, propiciar el uso del cemento armado desde la esfera oficial, etc.
Como puede advertirse, lo que a principios del siglo queda desplazado hacia el futu-
ro, es la búsqueda de una nueva estética de este nuevo y revolucionario material como era
el hormigón. Pablo Hary dirá “El cálculo matemático por primera vez en el arte de construir
precedió al arte. Los matemáticos y los ingenieros crearon la técnica pero desgraciadamente no

213
Si bien para el hormigón armado es necesario el acero, la cantidad y por lo tanto en costo, es mucho menor que si se tra-
ta de estructuras de acero. En cuanto al cemento, si bien se importaba, en un futuro próximo era posible producirlo en el
país a partir de las iniciativas oficiales y privadas de instalación de fábricas de cemento en Buenos Aires, Córdoba y Men-
doza, desde principios del siglo XX.
214
Remitimos al tratamiento del tema de la vivienda popular como debate, en este mismo Capítulo.
215
Pablo Hary. “Curso de Teoría de la Arquitectura Cap. IV-1916”, en Revista de Arquitectura, Buenos Aires, mayo de 1916, p. 17.
191
Silvia Augusta Cirvini

pudieron crear conjuntamente la estética de su creación. Y ello es debido a que el arte requiere
tiempos y hasta ocios para desarrollarse en una rama nueva”.215 Este será un desafío que asu-
me la corporación de los arquitectos “nacionales” recién después de 1918 y que se difunde
en las revistas de arquitectura con la Encuesta que analizamos.
Hacia 1919, el debate sobre la arquitectura nacional ha sufrido un desplazamiento: de
temas de la historia a aspectos más pragmáticos referidos a lo económico y lo tecnológico,
la disponibilidad de materiales de construcción y el desarrollo industrial del país que co-
mienza a manifestarse como una preocupación de muchos dentro y fuera de la profesión.
Los cambios tecnológicos producidos en la década, con relación a los materiales, las
instalaciones, el equipamiento, fueron induciendo cambios significativos en el funciona-
miento y uso de los edificios. Existe todo un vasto tema por investigar en cuanto a la rela-
ción de la industria de la construcción (nacional y trasnacional) con los procesos de trans-
formación de la arquitectura en esta década, es decir cómo se fueron induciendo cambios
significativos por la imposición de tecnología innovadora.

3.2.5. El tema de la “arquitectura nacional” en los Congresos Americanos

Además de las revistas técnicas existieron otros ámbitos donde se puede rastrear la
evolución del debate y cuyos distintos momentos se correlacionan con lo analizado de la
producción textual. Uno de esos espacios fueron los congresos americanos.
En el l Congreso Panamericano de Arquitectos (Montevideo, 1920) es planteado el
tema de la relación entre la producción de materiales de origen nacional y la expresión de
la arquitectura; concluyendo en la necesidad de recomendar el impulso y apoyo de las po-
tencialidades de desarrollo industrial de cada país en este campo. El II Congreso en Lima
(1924) se ocupará, en relación con el tema de lo “nacional”, de la conservación de los mo-
numentos y el patrimonio arqueológico americano. Los siguientes congresos, III y IV, in-
corporan el tema de manera orgánica planteando el debate entre tradición y modernidad.
En el III Congreso (Buenos Aires, 1927) es este el único tema en el que no hubo
acuerdo ante las duras críticas que sufrieron las exposiciones de los “americanistas”; el Con-
greso se abstuvo de expedirse al respecto. Sin duda, la ponencia de Ángel Guido dentro del
tema IV “Orientación espiritual de la arquitectura en América” desató la polémica. En ella
se esboza un auténtico programa de acción que contempla el desarrollo de cuatro etapas
para poder hacer practicable y posible la búsqueda de esa arquitectura propia, que el mo-
vimiento venía pregonando desde hacía más de una década.216
En el IV Congreso (Río de Janeiro, 1930) es evidente la consolidación institucional
de la tendencia americanista, ya que se recomienda oficialmente la creación de cátedras de
arte nacional y se declara que “no existe incompatibilidad entre el regionalismo y el tradi-
cionalismo con el espíritu moderno, ya que es posible obtener una expresión plástica na-
cional dentro de las normas y prácticas que los programas y materiales imponen”. En el V
Congreso (La Habana, 1933) continúa el debate entre los defensores de una arquitectura
de raigambre hispanoamericana y los adherentes a la arquitectura internacional del Movi-

216
Ver: Alberto Nicolini-Bibiana Cicutti. (1999) “Ángel Guido, Arquitecto de una época de transición1896-1960”, Tucu-
mán, (inédito- Mimeo), 12 pp.

192
Nosotros los Arquitectos

miento Moderno.
Algunas preguntas lanzadas en 1915 no han hallado respuesta apropiada hasta el pre-
sente. En los casi noventa años transcurridos han aparecido cíclicamente formulaciones si-
milares y articuladas a esa pregunta inicial de cómo debía ser “nuestra arquitectura”, que
vinculan la arquitectura a la identidad y que cuestionan las bases teóricas de la produc-
ción, su significado y su inserción en el campo de la cultura. Si bien la difusión y conso-
lidación del ideario del Movimiento Moderno, aunque tardío, brindó la ilusión efímera
de haber solucionado los términos de la ecuación en favor de respuestas universales, utó-
picas y atemporales, los límites impuestos por la realidad hicieron que a fines de la déca-
da del ‘60, y en particular en la del ‘70, se reanudara, asociada a la efervescencia del de-
bate socio político, la discusión acerca de la identidad.
Aunque esta primera fase del debate sobre la arquitectura nacional recién se clau-
sura a mediados de la década el ‘20, en 1919 como ya dijimos, hay indicios que marcan
el estancamiento de la búsqueda, que progresivamente se fue reduciendo a cuestiones de
lenguaje.
De todos modos, algunos temas que vinculaban identidad y arquitectura, arroja-
dos al debate en la prensa arquitectónica en 1915 promovieron en los años sucesivos una
serie de propuestas que darían frutos y producirían efectos muchos años después, desde
la revalorización y conservación de los monumentos históricos hasta la resemantización
del “californiano”, convertido en un estilo “nacional” apropiado para la vivienda masiva
en los primeros gobiernos justicialistas.
En relación con el tema de la conservación del patrimonio monumental colonial y
arqueológico prehispánico, el gran aporte inicial lo realizó H. Greslebin.217 Colaboraron
en la construcción de un campo de conocimiento en torno de la preservación y restau-
ración de edificios históricos, practicantes de otras disciplinas como la historia con Gui-
llermo Furlong y José Torre Revello, o el arte con Vicente Nadal Mora quien contribu-
yó en el conocimiento del arte y ornamentación indígenas. Luego, la acción de Mario
Buschiazzo y la creación de la Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares
Históricos por ley nacional en 1940, coronaron un desarrollo que tuvo su origen en el
período analizado.

3.2.6. Conclusiones del debate

A partir del análisis del desarrollo de este debate hemos podido observar ciertas re-
gularidades, e identificar las características y límites que tuvo el denominado movimien-
to de la “arquitectura nacional”:
1. Todos los participantes parten de una crítica al eclecticismo,218 por ser ésta la po-
sición central del campo, la que ha conseguido aglutinar el núcleo duro que es-
tablece las reglas de juego de la etapa fundacional. Se critica la arquitectura ecléc-

217
Los principales aportes de Greslebin en este campo fueron: 1) la ponencia presentada al l Congreso Panamericano en 1921
sobre “Conservación de los monumentos que tengan valor histórico”, 2) el trabajo publicado en la Revista de Arquitectu-
ra sobre “Estancias puntanas”, 3) Sus innumerables trabajos arqueológicos, 4) el proyecto de ley que envía en 1925 a la
Comisión Nacional de Bellas Artes de “Conservación de monumentos artísticos, históricos y arquitectónicos”, con quin-
ce años de anticipación de la ley de creación de un ente nacional similar. Cf. R. Gutiérrez y otros, op. cit., p. 121.
217
Remitimos al desarrollo del eclecticismo en el debate “Estado del arte arquitectónico” en este mismo capítulo.
193
Silvia Augusta Cirvini

tica ya sea por extranjerizante (cuestiones culturales, de nacionalidad e identi-


dad), o porque manifiesta un desajuste entre la demanda y la oferta del arte ar-
quitectónico en un país joven y moderno (cuestiones funcionales y sociales) o
porque la heterogeneidad de los resultados ha conducido al caos urbano (por
cuestiones estéticas y artísticas). En definitiva, todos parten del agotamiento no
sólo del repertorio ecléctico, sino de las teorías que le daban sustento.
2. Las búsquedas iniciales desarrolladas en torno del Centenario de Mayo, alimenta-
das principalmente por la obra de Rojas y potenciadas con la creación de la Revis-
ta de Arquitectura (1915), tienen en general un signo ideológico ambiguo, y bus-
can profundizar la modernización desde una posición crítica. Hasta 1918 se
desarrolla el período más productivo del movimiento, cuando se vincula con el
campo literario, los movimientos estudiantiles y las artes plásticas. Es en este pe-
ríodo cuando el debate cumple una importante función aglutinadora de la iden-
tidad de los arquitectos, colaborando en la consolidación del incipiente campo
disciplinar. El debate sobre la “arquitectura nacional” contribuyó a alimentar la
base ecléctica, a fortalecer el habitus del arquitecto, diferenciándose definitiva-
mente de la ingeniería. Es decir, amplió el horizonte ecléctico incorporando el ar-
te y la arquitectura americanas al repertorio disponible en el diseño de obras.
3. El desarrollo continental del movimiento, así como la vinculación con otras disci-
plinas: la Historia, la Arqueología, las artes aplicadas, tuvo como efectos a media-
no plazo la incorporación a la cultura universal del arte americano, el desarrollo
de la historiografía arquitectónica y las primeras acciones de salvaguarda del patri-
monio monumental americano.
4. El desarrollo del debate de la “arquitectura nacional” a partir de la década del ‘20
se encauza en diferentes caminos, a veces paralelos, a veces encontrados, de los
cuales nos interesa puntualizar algunos rasgos que hemos podido visualizar a par-
tir del análisis efectuado, así como ciertos efectos en la producción y en el campo
disciplinar:
• Se produce una “especialización” de la búsqueda y una “especificación” del al-
cance de lo que se denominaba genéricamente arquitectura nacional. A la vez,
el debate generalizado entre los practicantes se diluye y pierde fuerza polémica.
• Los principales referentes del movimiento alcanzan la consagración dentro del
campo disciplinar, a través de la especialización de su labor, historiográfica en
el caso de Noël, teórica en el caso de Guido o en la arqueología y la historia co-
mo fue el caso de Greslebin.
• Si bien en el campo de lo cultural el hispanismo fue funcional, en la década del
‘20, a ciertos grupos oligárquicos desplazados del poder por el gobierno de Iri-
goyen, con apoyo de España, en la dictadura de Primo de Rivera, no podemos
afirmar a partir del análisis del material consultado, que hubiera una particular
vinculación de los arquitectos nacionales con el nacionalismo conservador ar-
gentino, ni siquiera en el caso de Martín Noël, cuya filiación política estaba da-
da con el radicalismo de Alvear.
• En los años veinte surgen otras voces que asimilan arquitectura nacional a tó-
picos más pragmáticos como el empleo de materiales nacionales, el desarrollo

194
Nosotros los Arquitectos

de ciertos rubros claves de la industria argentina de la construcción y la forma-


ción de mano de obra nacional, posiciones que vinculan a ingenieros y arqui-
tectos con empresarios en un proyecto de cooperación y desarrollo. También,
desde esta perspectiva, la arquitectura nacional está ligada al desarrollo de una
nueva estética, la de los nuevos materiales, como el hormigón armado. Estas
posiciones contribuyeron a la consolidación del campo disciplinar, en el mar-
co de un desarrollo tecnológico creciente de la industria de la construcción.
• Paulatinamente, la arquitectura nacional comienza a plantearse como aquélla
que está dirigida a satisfacer las necesidades y solucionar los problemas del
país: de vivienda popular urbana y rural, de crecimiento de las ciudades, de in-
dustrialización, de modernización del equipamiento urbano. Es decir, el plan-
teo evade el exclusivo terreno de lo artístico para abarcar lo social, lo funcio-
nal, lo político, lo económico.
5. Las búsquedas formales de un estilo nuevo, propio, nacional, no se resolvieron
con el desarrollo de este debate, ni hubo confrontación importante de teorías es-
téticas. El marco del eclecticismo sostuvo su hegemonía. En la década del ‘30 se
consolida el neocolonial como una opción con significado simbólico importante
y en la década del ‘40 se difunde dentro del neocolonial la vertiente del califor-
niano, como una arquitectura que condensa las imágenes de lo nacional en el
marco del estado peronista. El neocolonial como el californiano admitían una
producción completamente nacional, tanto desde el punto de vista de los mate-
riales (económicos y disponibles en todo el país) como de la mano de obra local
no especializada. Esta situación favorecería su difusión ya sea en la arquitectura
del Estado como entre las clases medias de la incipiente sociedad de masas.219
6. El californiano tuvo una amplísima difusión en todo el territorio nacional. Se em-
pleó para planes de vivienda popular en todo el país (en particular plan Eva Pe-
rón), escuelas hogar o colonias de vacaciones, colegios, hoteles de sindicatos, es-
taciones de servicio de YPF y para las múltiples construcciones de las Fuerzas
Armadas (cuarteles, barrios, capillas, etc.).220
Para finalizar, el debate sobre la arquitectura nacional estuvo estrechamente vincu-
lado al proceso de constitución del campo disciplinar en Argentina, contribuyendo a di-
ferenciar el habitus, aglutinando la identidad de los practicantes, articulando la arquitec-
tura con las otras disciplinas artísticas, desde su especificidad y su diferencia, regulando y
legitimando las prácticas y distanciándolas de las de los ingenieros que permanecieron
completamente al margen del debate. Este tema, central dentro del debate disciplinar
acerca del estado del “arte arquitectónico” constituyó uno de los ejes importantes en la
construcción de un “nosotros” por parte de la corporación de arquitectos, legitimó la in-

219
Con relación a la arquitectura durante el primer justicialismo ver:
María Isabel de Larrañaga y Alberto Petrina (1987), “Arquitectura de masas en la Argentina (1945-1955): hacia la búsque-
da de una expresión propia” en: Anales del Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas “Mario Buschiazzo”, Nº 25,
Buenos Aires: FAU-UBA, pp.107 a 115.
Ana Lía Chiarello. (2001) La vivienda popular del peronismo: el chalet californiano1943-1955, Separata de las Actas del Un-
décimo Congreso Nacional y Regional de Historia Argentina, Buenos Aires: Academia Nacional de la Historia, 13 pp.
220
Ver: Adrián Gorelik, “La arquitectura de YPF: 1934-1943. Notas para una interpretación de las relaciones entre Estado,
modernidad e identidad en la arquitectura de los años 30”, en: Anales del Instituto de Arte Americano e Investigaciones Es-
téticas “Mario Buschiazzo”, Nº 25, Buenos Aires: FAU-UBA, pp. 97 a 106.
195
Silvia Augusta Cirvini

corporación de la “historia” y la “geografía” en las variables de tiempo y lugar como con-


dicionantes del diseño. Por último amplió la base y el horizonte ecléctico de la época, in-
corporando el arte y estética americana, proveyendo de significado y simbolismo a la pro-
ducción.
3.3. La vivienda obrera, mínima, económica o popular
3.3.1. Introducción

El tema de la vivienda popular, de resolución masiva o de gran número surge en Ar-


gentina, al igual que en los países industrializados, como un fenómeno típicamente moder-
no. En nuestro caso, este problema, que se hará visible desde fines del siglo XIX pero parti-
cularmente en el XX, estuvo asociado a diferentes aspectos del proceso modernizador como
fueron la urbanización y el crecimiento demográfico de las ciudades, en particular las del li-
toral atlántico, el desarrollo de industrias, agroindustrias o grandes empresas de servicio o
transportes como los ferrocarriles, etc.
Las particularidades con que el tema fue abordado por nuestros profesionales, los ám-
bitos de desarrollo, los aspectos del problema que era necesario cubrir o resolver, las inter-
venciones de los técnicos en las políticas públicas, la ubicación central o periférica dentro del
universo de temas de interés de la corporación, remiten a la fuerte articulación que este te-
ma tuvo con el modelo de desarrollo y particularmente con el proceso de modernización ini-
ciado en 1880.
A partir del análisis que hemos efectuado, tanto de la prensa especializada como de las
fuentes disponibles en organizaciones profesionales y científicas, podrá advertirse la estricta
vinculación entre las condiciones históricas de desarrollo del problema y la producción de
las propuestas. Más que otros temas disciplinares, la vivienda está fuertemente imbricada en
los problemas sociales, urbanísticos y simbólicos de una sociedad conflictiva, dinámica, en
medio de un proceso de crecimiento como lo era la de comienzos del siglo XX. De este mo-
do, puede afirmarse que el debate operará de modo muy diferente a lo largo de la primera
mitad del siglo y puede ser abordado en el cruce de tres variables: la caracterización de la de-
manda (como problema de base o necesidades), los recursos para aportar soluciones técnicas
(como teorías, cambios en la illusio del campo y el habitus profesional) y las condiciones que
señala cada momento histórico.
En la prensa técnica y científica aparecerá a lo largo del período con diferentes nom-
bres, indicadores lexicales que refuerzan uno u otro aspecto del tema: “habitación higiénica”,
“habitación popular”, “casas baratas”, “casas económicas”, vivienda “obrera”, “higiénica”,
“popular”, “económica”, “mínima”, “social”, etc.
Pueden diferenciarse tres grandes etapas del desarrollo del tema:
1º etapa (1880-1915): La vivienda obrera como eje de la “cuestión social”.
2º etapa (1920-1945): La vivienda mínima como problema de la vanguardia.
3º etapa (1945-1955): La vivienda popular como problema político y derecho social.
Los caracteres que adoptó el tratamiento de este tema, en cada una de las etapas men-
cionadas, fueron sintéticamente:
1º etapa: En el siglo XIX la vivienda de los sectores populares urbanos fue una preo-
cupación del higienismo, dentro del control de la salubridad pública y el saneamiento de las
ciudades. A principios del XX, el tema es asumido por la naciente corporación de ingenie-

196
Nosotros los Arquitectos

ros-arquitectos, quienes apuntan a desarrollar soluciones superadoras del problema desde


una perspectiva más integral. Advierten por una parte, la importancia de esta “variable” den-
tro de la cuestión social y por otra, cómo el tratamiento de la vivienda obrera está directa-
mente articulado con el uso y función de las ciudades, con lo cual, vivienda se liga a urba-
nismo, planeamiento de las ciudades, emergente campo de conocimiento también en
creciente desarrollo. Es significativo que fueran en su mayoría ingenieros quienes se ocupa-
ran del tema en los foros científicos y la prensa técnica; el saber requerido para solucionar es-
te problema es la matemática, el cálculo, la racionalidad aplicada a la materia constructiva.
Los arquitectos académicos y eclécticos, en su mayoría extranjeros, no se sienten compelidos
a resolver un tema que aún está fuera de su interés, cuya solución no requiere desde su vi-
sión de formación artística, que es el plus diferencial que pueden ofrecer respecto de los in-
genieros. Los arquitectos de esta primera época ni siquiera hacen buenos diagnósticos, sim-
plemente porque no pueden “ver” el problema 221, no lo pueden distinguir como significativo
o importante para la disciplina y algunos hasta consideran poco digno y nada prestigioso que
un arquitecto se ocupe de tal cuestión. De hecho, no lo comienzan a tratar sino hasta la dé-
cada del ‘20 como tema en los Congresos Panamericanos de Arquitectos. En esta primera
etapa hay que considerar también la creación de la Comisión Nacional de Casas Baratas
(1915), el primer intento desde el Estado Nacional de intervenir para hallar soluciones al
problema.
2º etapa: En esta etapa, el problema es asumido como central por un grupo que ocu-
pa una posición periférica dentro del campo: las vanguardias modernas. A partir de 1930 hu-
bo un importante desarrollo conceptual y teórico: W. Acosta, F. Bereterbide y A. Prebisch,
desde distintas posiciones vinculadas a las vanguardias modernas, ubican a la vivienda en un
espacio central de la profesión. Apoyados por una parte de la prensa especializada consiguen
dar difusión a un reprocesamiento crítico de la experiencia europea de la posguerra, siempre
en beneficio de la elaboración de una solución propia, adecuada y a medida de las necesida-
des. La oposición ejercida hacia la arquitectura tradicional desarticula las búsquedas exclusi-
vamente estéticas y reafirma el valor de la belleza de las formas útiles y la negación del deco-
rativismo. La vivienda popular y mínima es entonces el mayor y más noble desafío que puede
tener un arquitecto moderno, hay en ello un imperativo ético, de allí que para algunos el te-
ma concita una actitud militante. La labor teórica y pedagógica, crítica y técnica desarrolla-
da incita a poner en su lugar los deberes de cada una de las partes: el Estado, la iniciativa pri-
vada, los profesionales, las organizaciones sociales. Toda la década del ‘30 es de una
importante actividad: se debate si la vivienda popular ha de ser encarada por el Estado o por
los particulares, si ha de ser colectiva o individual, si ha de ser en propiedad o en alquiler, así
como también se desarrollan aspectos exclusivamente técnicos, referidos al plano funcional:
tipologías distributivas, asoleamiento, agrupamiento, dimensionamiento; al plano construc-

221
Bourdieu afirma que el habitus impone las formas de visión y de diferenciación entre los agentes. En este sentido, los ar-
quitectos no están preparados, en ese momento, para poder percibir este fenómeno como algo significativo vinculado a la
profesión.
222
Esta situación se dio no sólo en Buenos Aires sino en las principales capitales de provincia. En Mendoza, por ejemplo, la
acción de Manuel y Arturo Civit en la Dirección Provincial de Arquitectura dejó como saldo en la década del ‘30 nume-
rosas obras racionalistas entre las que se cuenta el primer barrio obrero construido por el Estado provincial: las Casas Co-
lectivas. En lo urbano, el Plan Regulador de 1940 ganado por el equipo de Cravotto-Scasso-Beretervide-Belgrano Blanco
fue pionero en el país.

197
Silvia Augusta Cirvini

tivo: estandarización, industrialización, etc. y a los recursos económicos: financiamiento,


cooperativismo, planes estatales, autoconstrucción, etc. El naciente “Estado benefactor” (a
través de la burocracia técnica estatal o de Concursos) hará posible la concreción de algunas
intervenciones y obras (de avanzada experimental) vinculadas a la vivienda y lo urbano,222
abriendo una brecha para un mejor posicionamiento de la arquitectura moderna y promo-
viendo la modificación del habitus académico. Es importante señalar que la fracción más
retardataria del campo, que aún mantiene una posición dominante en las organizaciones
profesionales y las de enseñanza, queda en evidencia respecto de su franca oposición a la
resolución del problema de la vivienda popular a partir de políticas estatales y de gran nú-
mero. Esto se explica, en términos generales, en que sus intereses profesionales están vin-
culados con grupos de las elites que han invertido desde 1915 importantes capitales en la
construcción de casas de renta o de alquiler, un campo de trabajo muy valioso, que se re-
sisten a perder.
3º etapa: Esta etapa comprende principalmente la labor del gobierno justicialista que
en el tema produjo un salto cualitativo notable en la oferta a partir de una enérgica acción
desde el Estado. Dentro del campo disciplinar existió una distancia insalvable entre quie-
nes venían tratando el tema desde 1925 y quienes participaron en la resolución desde el es-
tado peronista. En la solución oficial adoptada, particularmente en los primeros años, hay
una predominancia de la vivienda individual por sobre la colectiva y pareciera voluntario
ignorar todo lo procesado, en el plano conceptual, por la vanguardia moderna. En esta eta-
pa, la corporación está hegemonizada por el Movimiento Moderno en sus distintas vertien-
tes, y las posiciones disciplinares están en este tema más cerca una de otra. En general, lo
que une a todos los arquitectos es la oposición a la gestión del gobierno justicialista, en ma-
teria de vivienda principalmente. Así se oponen a los planes del peronismo tanto la frac-
ción más progresista de las vanguardias (por cuestiones teóricas, técnicas e ideológicas), co-
mo los académicos –eclécticos (por cuestiones de intereses laborales) quienes ven
amenazado el trabajo profesional de las casas de alquiler, con la prórroga de la ley de alqui-
leres, luego la construcción masiva de viviendas a cargo del Estado y finalmente la vigen-
cia de la ley de propiedad horizontal. La solución peronista apunta a la vivienda en propie-
dad, individual, con una tipología repetida a lo largo de todo el país: el chalet argentino,
versión simplificada del californiano, que ya había tenido desde la década anterior una am-
plia aceptación en las clases medias y en viviendas suburbanas y rurales de las elites. El es-
tado peronista se desentiende de los debates disciplinares, no busca desde el punto de vis-
ta técnico la mejor solución al problema, diseña aquélla que el proyecto político requiere:
hay mucho de reparación simbólica, de reivindicación social, de apropiación de aquellos
elementos de alto valor simbólico, dentro del imaginario colectivo, para construir la casa
del obrero argentino.
Trataremos con especial atención el desarrollo del debate en las dos primeras etapas
por cuanto en ellas este tema se articula al proceso de constitución del campo disciplinar.
En la primera etapa, en tiempos fundacionales, el tratamiento del tema registra los vaive-
nes de la diferenciación respecto de la ingeniería y está sujeta a las condiciones de una po-
sición subalterna en el campo donde parece que son otras las preocupaciones centrales. Sin
embargo, es durante la primera década del siglo cuando el tema se estructura dentro de la
corporación y muestra los ejes sobre los cuales se desarrollaría en adelante. En la segunda

198
Nosotros los Arquitectos

etapa, las posiciones vinculadas a las vanguardias modernas incorporan este problema a los
espacios de confrontación con la arquitectura tradicional que hegemoniza el campo. Des-
pués de más de una década de confrontaciones y batallas logran consensuar la centralidad
del tema. De la tercera etapa sólo señalaremos algunos aspectos parciales estrictamente vin-
culados con la práctica profesional y los cambios que se preanuncian en el habitus y el cam-
po disciplinar.

3.3.2. 1º ETAPA: La vivienda obrera como eje de la “cuestión social”

En la fase inicial de desarrollo del problema apuntaremos a evaluar la emergencia de


este tema dentro del discurso científico técnico, sobre propuestas destinadas a solucionar
el problema de la escasez de vivienda para los sectores populares en Buenos Aires a comien-
zos del siglo XX, ante la brusca explosión demográfica producida por la inmigración ma-
siva. Este discurso técnico en la primera década del siglo estaba en manos de una corpora-
ción en la que aún no se habían diferenciado claramente las funciones de ingenieros y
arquitectos.223
El corpus de análisis de esta primera etapa, recortado dentro de la prensa técnica y
científica de la época está compuesto por textos producidos por los ingenieros Domingo
Selva, Enrique Chanourdie (también arquitecto), Fernández Poblet y Alejandro Ortúzar,
así como también el texto y el debate previo de la Ley Nacional de Casas Baratas.

223
Para el desarrollo y el análisis de esta primera etapa ha sido utilizado como material de base los datos elaborados y proce-
sados en nuestro trabajo, a saber: Silvia Cirvini-Alejandra Ciriza, “La vivienda popular en Buenos Aires 1900-1915: un
análisis de la producción discursiva en torno al tema”, en: Cuadernos Americanos, Nº 70, Vol. 4, Julio / Agosto de 1998,
UNAM, México, pp. 150 a 184.
224
Desde el abordaje de Diego Lecuona se realiza una pormenorizada descripción de la situación del problema tendiendo a
evaluar el contexto general (ideológico- técnico y político) para la producción de propuestas y las acciones de los planes
estatales y la acción gubernamental en el área; la compilación y análisis de textos centrales acerca del tema de Gutiérrez y
Gutman es indispensable a la hora de evaluar el desarrollo de la problemática; Oscar Yujnovsky, en “Políticas de vivienda
en la ciudad de Buenos Aires 1880 - 1914”, se realiza un estudio de las políticas estatales de vivienda; el trabajo de Pancho
Liernur “Buenos Aires, la estrategia de la casa autoconstruida”, liga el análisis tipológico al seguimiento de la estrategia de
los sectores populares ante el problema de la vivienda. Otros enfoques, como el de Diego Armus, “Enfermedad, ambiente
urbano e higiene social. Rosario entre fines del siglo XIX y comienzos del XX”, tratan la temática de la vivienda obrera
relacionándola con la cuestión del higienismo como forma de saber que produciría fuertes efectos sobre la organización
urbana. Una vasta producción en el área de la historiografía arquitectónica, focaliza su atención en el análisis de las obras
producidas y proyectadas, desde un enfoque específico. Desde el punto de vista de la historia social - Juan Suriano -, el
tema de la vivienda ha sido analizado en relación con las condiciones de vida de los sectores populares, y también como
espacio de desarrollo de los conflictos sociales a principios de siglo. Finalmente, se podría decir que la perspectiva de Ana
M. Rigotti invierte la trayectoria de Suriano en la medida en que ella parte del tema de la vivienda popular buscando
establecer sus relaciones con la historia social.
• LECUONA, Diego. Orígenes del problema de la vivienda, 2 tomos. CEAL, Buenos Aires, 1993.
• GUTIERREZ, R. GUTMAN M. Vivienda: Ideas y Contradicciones (1916-1956), editorial del IAIHAU, Buenos Aires, 1988.
• YUJNOVSKY, Oscar. “Políticas de vivienda en la ciudad de Buenos Aires, 1880-1914”, en: Desarrollo Económico,
Revista de ciencias sociales, Vol. 14, Buenos Aires, jul.-set. 1974, pp. 327-372.
• HARDOY, Jorge E. “La vivienda popular en el municipio de Rosario a fines del siglo XIX. El censo de conventillos de
1895”. Los citados artículos están publicados en: Sectores populares y vida urbana, Bs. As., CLACSO, 1984, pp. 77-105,
LIERNUR, Ibídem, pp. 107-122 y ARMUS, Ibídem, pp. 37-65.
• SURIANO, Juan, La huelga de inquilinos de 1907, (Colección historia testimonial argentina. Documentos vivos de
nuestro pasado, Nº 2), Bs. As., CEAL, 1983.
• RIGOTTI, Ana M. “Notas en torno a la historia de la vivienda pública en Argentina”, Cuadernos del CURDIUR, Nº
14, UNR, Rosario, 1985.
• ----------------------“Las políticas de vivienda en la consolidación de la nacionalidad”, Cuadernos del CURDIUR, Nº 19,
UNR, Rosario, 1986.
• ----------------------“Dos utopías argentinas en el debate sobre el hábitat obrero de principios de siglo”, Cuadernos del
CURDIUR, Nº 28, UNR, Rosario, 1986.

199
Silvia Augusta Cirvini

El problema de la vivienda obrera de esta etapa ha sido abordado desde distintos pun-
tos de vista disciplinares y teóricos; existe una vasta producción publicada a la que remiti-
mos.224 Nuestro análisis, a partir del corpus definido de las revistas técnicas de la época,
considera la producción textual de Selva, Chanourdie y Fernández Poblet y Ortúzar como
manifestaciones de una particular organización del campo disciplinar, articulada en torno
de la emergencia de un nuevo saber técnico, orientado a la formulación de soluciones pa-
ra el problema de la vivienda obrera.225
Los textos que analizamos en esta primera etapa de tratamiento del problema perte-
necen a la primera década del siglo. La única excepción está dada por la Ley Nacional de
Casas Baratas de 1915, cuya inclusión se justifica en función de que los temas debatidos
para su sanción se articulan al campo de la problemática de los años anteriores.
El tratamiento del tema vivienda obrera se inscribe en un contexto más amplio y
abarcante, como factor determinado y determinante de las condiciones materiales de vida
de los sectores populares, es decir, con todos los aspectos ligados a las posibilidades de sa-
tisfacer sus necesidades básicas. Por otro lado, si entendemos por vivienda el conjunto de
servicios de consumo colectivo y no sólo las unidades habitacionales, esta problemática
abarca no sólo la solución del gran déficit que produjo la inmigración masiva, sino las ca-
lidades de los alojamientos disponibles en relación a la localización, a los transportes, al
equipamiento urbano, a los servicios sanitarios, etc.226
En esta 1º etapa, dos fueron los períodos en cuanto al alojamiento de los sectores po-
pulares en la ciudad de Buenos Aires. El que abarca desde 1880 hasta 1900, durante el cual
predominó exclusivamente el conventillo, y el que se inicia a principios de siglo y se carac-
teriza porque la presencia del conventillo coexiste con el desarrollo de la estrategia de vi-
viendas autoconstruidas, de asentamiento periférico, como efecto del tendido de las redes
de transporte público (el tranvía eléctrico) y la venta de lotes en cuotas mensuales.
Al primer período corresponde una densidad elevada de la población urbana en las
zonas centrales, donde se hallaban los grandes conventillos. Esto favoreció la aparición y
desarrollo de epidemias y problemas sanitarios e higiénicos ligados a las malas condiciones
de vida (hacinamiento, falta de ventilación, ausencia de cloacas, etc.). Al segundo período
corresponde un proceso de dispersión hacia la periferia, caracterizado por el establecimien-
to de nuevos barrios conectados con la red de transportes. Desde el punto de vista tipoló-
gico, esta segunda etapa supuso la aparición de nuevas variantes de la vivienda popular,
desde el pequeño conventillo de la periferia hasta las precarias casillas de madera u otros
materiales, dentro de una estrategia planteada por los sectores populares de autoconstruc-
ción de su propia vivienda.227
El debate abierto sobre la cuestión de la vivienda obrera partió de la base de una ade-

225
Si bien los discursos de una época, y aún más los producidos al interior de una misma disciplina, son portadores de cier-
tas categorías determinadas social e históricamente, es el enunciador, desde su posición en el campo semántico, el que se-
lecciona y organiza. De allí, la particular relevancia de algunos discursos que podríamos caracterizar como de mayor den-
sidad discursiva. Es el caso de Domingo Selva, cuya producción ofrece una descriptiva completa de la problemática de la
vivienda obrera y de su desarrollo en el tiempo.
226
Oscar Yujnovsky, “Políticas de vivienda en la Ciudad de Buenos Aires 1880-1914”, Ibídem, pp. 327-372.
227
Cf. P. Liernur, en op. cit., p. 117 y ss.
228
Juan Bialet Massé es el encargado de realizar un relevamiento minucioso, en todo el territorio nacional de las condiciones
de vida de la clase trabajadora, a pedido del ministro de gobierno Joaquín V. González, durante la segunda presidencia de
Julio A. Roca. El resultado de ese trabajo es el conocido “Informe sobre el estado de la clase obrera”.

200
Nosotros los Arquitectos

cuada descriptiva de la situación. En el discurso de Bialet Massé resulta evidente que se tra-
taba de diseñar respuestas adecuadas ante los peligros de la agudización del conflicto en
torno de la cuestión de las condiciones de vida de los sectores populares.228 El diagnóstico
de Bialet Massé y de los higienistas es claro, preciso, e incluso escrupulosamente minu-
cioso. Sin embargo, aun cuando ajustado desde el punto de vista estrictamente tecnoló-
gico, este discurso neutral sería incapaz de articularse al diseño de las políticas públicas.
Paradójicamente, el saber técnico aparece como el espacio ideal para la producción de
las soluciones que podrían evitar el estallido social. Pero, es precisamente su falta de ca-
pacidad de articulación al discurso político lo que terminó marginando soluciones que
eran, desde el punto de vista técnico, irreprochables y vanguardistas para su época. Así
por ejemplo Selva anticipa, en 1904, la tipología de vivienda unifamiliar compacta (ba-
rrio obrero) como solución óptima para nuestro país, opción que recién se difundirá
masivamente a partir de la política estatal de viviendas populares del peronismo, des-
pués de 1945.
Es posible reconocer, en el conjunto de textos seleccionados, dos series discursivas a
partir del establecimiento de un corte entre los discursos dominantes en el lapso 1901-
1906 y los producidos alrededor de 1910.
En lo que, de ahora en más, denominaremos la primera serie podemos determinar
la presencia de una descriptiva 229 construida sobre la base de una isotopía, que liga la exis-
tencia del conventillo a una serie de elementos sociales relacionados con la vida de los sec-
tores populares. De allí que la proyectiva social se pretenda omniabarcadora. No sólo se
construirá como solución técnica, sino como solución global en función del logro de la
armonía social. Por esto, la interpelación al Estado y al capital privado, y la confianza en
los intelectuales como portadores de un saber racional capaz de establecer los términos
adecuados para solucionar el problema.
Hacia 1910, otros serán los elementos de la que llamaremos segunda serie. Se enri-
quecerá la descriptiva a expensas de una proyectiva que el propio Selva considerará “más
realista”. La descriptiva articulará una mayor cantidad de términos. El problema central
ya no será sólo el conventillo del centro, sino los pequeños de la periferia, e incluso las so-
luciones fallidas, propuestas en los años anteriores por el propio Selva. El Estado y el ca-
pital privado se han desplazado del lugar de destinatarios privilegiados. La solución ya no
descansa sobre la confianza en el humanitarismo y la solidaridad, sino en la apelación a
los intereses particulares. De allí que sólo se trate de una solución parcial: ya no es posi-
ble construir viviendas en propiedad sino habitaciones en alquiler. El desplazamiento a la
“periferia urbanizada” es constatado como un fracaso, cuyos límites se evidencian a la luz
de los procesos reales: la urbanización no se ha producido o es muy deficitaria, la perife-
ria sólo puede garantizar la ventaja de escapar de los controles del Estado y las reglamen-
taciones en vigencia para las áreas centrales.
Los textos de 1901 a 1906 fueron producidos por Selva y Chanourdie; en tanto los
de la serie de 1910 pertenecen a Selva y a Fernández Poblet y Ortúzar. Selva ha abando-

229
Las fases “descriptiva” y “proyectiva” del discurso aluden a su acentuada función utópica, donde a partir del desarrollo de
la primera se diseña la segunda, como respuesta posible y superadora del estado de cosas vigente.

201
Silvia Augusta Cirvini

nado las pretensiones globalizantes de los primeros discursos. Fernández Poblet y Ortú-
zar insisten sobre la solución total del barrio obrero, pero su descriptiva corresponde a los
rasgos señalados para la segunda serie. Es decir, parten de un diagnóstico similar al de Sel-
va, pero sostienen como posible lo que Selva ha descartado ya como imposible.
3.3.2.1. DEL CONVENTILLO AL BARRIO OBRERO

El primer texto, Consideraciones sobre edificación obrera, es una conferencia leída por
el Ing. Domingo Selva en los salones de la Sociedad Científica Argentina, el 2 de agosto
de 1901.230
El discurso se divide en dos isotopías fundamentales: la descriptiva y la proyectiva.
La primera se articula sobre los núcleos de significación: agitación social-caos, en tanto la
segunda se construye sobre los de: armonía-orden. Para Selva, el desorden es producto de
las miserables condiciones de vida que arrastra la clase obrera. La agitación social no es si-
no la culminación natural de una serie de hitos que van señalando el camino hacia la vio-
lencia socialista o anarquista. El obrero que vive en conventillos, se ve sometido a condi-
ciones verdaderamente inhumanas. “No, esto no es humano” dirá Selva al finalizar su
descriptiva que articula vivienda, desocupación, y enfermedad como los elementos funda-
mentales del recorrido que culminará en la violencia si la sociedad no es capaz de propor-
cionar una adecuada respuesta:
“El pobre obrero comienza a reflexionar sobre su suerte…germinarán pensamientos con-
formes con la disparidad material de los hombres ante las necesidades de la vida. Su áni-
mo se agriará, tomará el trabajo como una carga, la familia le será un gravamen…irá
siendo terreno propicio para que germine la simiente de las agitaciones sociales buscando
un ideal aún no bien comprendido. Y nuestro hombre, que con poco podía haber conti-
nuado siendo un elemento conservador por excelencia de la sociedad, entrará en la mili-
cia obrera…hará huelga, provocará disturbios…será en breve un verdadero elemento de
trastorno social…confiará a la violencia, al crimen, a los medios extremos, al caos, la so-
lución de los grandes problemas…” 231
En este contexto, el conventillo es considerado como un peligro social que amenaza
al bien común. Los microbios, esos silenciosos agentes del caos igualan a todos. De allí que
la solución al problema de la vivienda obrera y su higienización constituya una cuestión de
interés general. Para Selva son “verdades que no admiten observación en contra”.232
La proyectiva se articula en torno de dos soluciones que luego son relativizadas. La
primera consiste en la reducción de lucro por parte del capitalista, la segunda, en el desem-
peño de una función de protección paternal por parte del Estado. Sin embargo, los intere-
ses particulares de gobernantes y capitalistas y la incapacidad del gobierno para ubicarse co-
mo mediador en el conflicto, muestran la imposibilidad histórica de concretar tales
soluciones, desplazadas hacia el lugar de lo imposible. Selva tiene “realistamente” en cuen-

230
El ámbito de desarrollo de esta conferencia, la prestigiosa Sociedad Científica Argentina, alude al carácter eminentemen-
te científico con el que se clasifica el problema. Selva había obtenido su diploma en 1896 con una tesis sobre Vivienda
obrera y el tema circulaba ya en los más importantes congresos médicos y de higienistas. El texto fue editado en los Ana-
les de la Sociedad Científica Argentina, T. LII, Bs. As., 1901.
231
Domingo Selva, Ibídem, p. 103 y ss.
232
Domingo Selva, Ibídem, p. 112.
233
Cf. Arturo A. Roig, “Propuestas metodológicas para la lectura de un texto”, en Revista Idis, Cuenca, Nº 11, 1982, pp. 131-138.

202
Nosotros los Arquitectos

ta las condiciones históricas de ejercicio de poder, y la inviabilidad, a corto plazo, de las


propuestas que él mismo formulara.
Es por esto que retorna sobre el privilegio de su propio discurso ejerciendo lo que
Roig llama función de “historización-deshistorización”.233 Selva muestra la imposibilidad
histórica de las primeras soluciones esbozadas (reducción del lucro y protección del Estado), a
la vez que destaca el carácter atemporal y desinteresado de su propio discurso en cuanto porta-
dor de un saber universal y racional, el único capaz de conducir al logro de la armonía social.
Sólo los intelectuales, cuyo discurso se apoya en “la aritmética [que] no es opinión” 234,
pueden aportar soluciones prácticas, capaces de desplazar aquéllas cuyas “raíces… imagina-
rias militan en el campo de la utopía”.235 La solución depende de una evaluación científico-
técnica de las variables del problema. De allí que desde ese espacio se interpele a los “inte-
lectuales del mundo”, quienes aportarán soluciones que necesitan, sin embargo, del concurso
de los gobiernos, que han de regular el interés privado, y de los “favorecidos por la fortuna
que tienden entusiastas sus manos y arrancan del abismo a millares de sus semejantes”.236
El discurso de Selva reclama un privilegio que reposa en el interés general sostenido
desde el saber científico-técnico, como espacio de neutralización de los discursos estricta-
mente políticos, asentados en intereses particulares de sectores o clases. Es decir, la conflicti-
vidad social es reconocida, aunque su diagnóstico y solución adecuados se desplacen hacia el
espacio del saber técnico. Según Selva, la legitimidad no reside por lo tanto en la “lucha de
clases”, ligada a la irracionalidad del interés particular que hace de la clase proletaria “empre-
saria de huelgas y agitadores de oficio”, y de las clases dominantes, explotadores que sólo tie-
nen en cuenta su “desmedido afán de lucro”.
El discurso de Selva, apoyado en una racionalidad tenida por universal y absoluta ope-
ra, en el espacio del discurso, produciendo un doble efecto ideológico: de reconocimiento
del conflicto social y de su desconocimiento como necesario histórica y socialmente. Si la so-
ciedad civil es un organismo regulado que marcha progresivamente hacia el logro de la ar-
monía social, un diagnóstico en esos términos supone una mirada parcial e interesada. Este
doble juego ubica la solución propuesta por Selva en el lugar destacado de la única alterna-
tiva viable, realista y posible.237
Su comprensión de la problemática social se organiza en torno de las categorías de ra-
cionalidad, progreso e igualdad, ligadas a una forma articulatoria que reconoce lo científico
como instancia superadora de ligazón de las categorías específicamente sociales. Es, en últi-
mo término, la confianza en la razón y en el progreso lo que garantiza la viabilidad de la so-
lución propuesta.
El discurso de Selva se inscribe, de este modo, en una forma de racionalidad –la de la
modernidad madura– que impregna no sólo su discurso, sino el producido desde otras dis-

234
Domingo Selva, Ibídem, p. 112.
235
Domingo Selva, Ibídem, p. 106.
236
Domingo Selva, Ibídem, p. 111.
237
Retomamos el señalamiento de Althusser en el sentido de que lo ideológico produce, en cuanto forma de conocimiento
de la realidad, un doble efecto: el de reconocimiento, a partir del cual el sujeto se autopercibe como plenamente coheren-
te, y el de desconocimiento que impide un diagnóstico adecuado de los procesos sociales. Cf. Luis Allthusser, Ideología y
Aparatos ideológicos del Estado, Bs. As., Nueva Visión, 1975.
238
La razón técnica es producto privilegiado de la modernidad, que hace de esta racionalidad un instrumento de dominio,
por cuanto extiende una misma lógica de la naturaleza a la sociedad. Cf. Adorno y Horkheimer, Dialéctica del Iluminis-
mo, Bs. As., Sur, 1969.

203
Silvia Augusta Cirvini

ciplinas para la misma época. Así el normalismo, el higienismo y la ingeniería social perte-
necen a la misma matriz discursiva que ubica a los intelectuales como portadores de un sa-
ber-poder que les permite usar su razón para transformar no sólo la naturaleza sino también
la sociedad.238
Selva liga en su diagnóstico la necesidad de higiene y moralización a partir de la fun-
ción legitimadora que el saber cumple para el ejercicio del poder por parte de las clases do-
minantes. No sólo se trata de eliminar microbios, sino de advertir el peligro, aún mayor,
de la promiscuidad y la vagancia, la ebriedad y la disolución familiar, que acechan tras esos
“vestíbulos de la muerte” que son los conventillos. La solución familia-ahorro-trabajo-vi-
vienda no implica sólo propuestas políticas, sino soluciones verdaderamente científicas que
contribuirán al logro del orden y armonía social.
De allí que Selva se vea comprometido a formular detalladamente su propuesta, que
presenta en el Segundo Congreso Médico Latinoamericano en 1904, el cual es publicado ca-
si simultáneamente en Arquitectura, la revista especializada más importante de la época. Se
trata de: ”La habitación higiénica para el obrero”.239
El texto comienza con una minuciosa descriptiva organizada sobre la base de una iso-
topía que redunda sobre las categorías de caos-desorden-peligro-promiscuidad-miseria-pestes.
Para el Selva de 1904, el problema no sólo consiste en el gran conventillo, detalladamente
descripto tanto respecto de sus características materiales y su equipamiento como del uso
y de la vida que en él se desarrolla, sino en el quiebre producido como efecto de la inter-
vención del Estado a partir de 1900. Las reglamentaciones producidas por las autoridades
municipales “constituyen el código, por decir así, que rige la vivienda obrera en Capital Fe-
deral”.240 Se trata de una serie de ordenanzas, dictadas a partir de 1879 y hasta 1899, que
regularon en forma progresiva la construcción, habilitación y funcionamiento de los con-
ventillos de la ciudad. La inflexión marcada por 1900 se debe a que, por entonces ya ha-
bían entrado en vigencia un conjunto de regulaciones surgidas de los informes de los hi-
gienistas, a propósito de las pésimas condiciones sanitarias bajo las cuales vivían los sectores
menos favorecidos, debido a los cambios demográficos causados por el pico inmigratorio
de 1895. En 1904, Selva puede medir los efectos de la intervención reglamentaria del Es-
tado sobre este asunto.
La descriptiva discurre en torno de una periodización marcada por el corte produci-
do por las reglamentaciones. Éstas instauran sobre el espacio indiferenciado de lo permiti-
do una regla que, a la vez que prescribe establece la posibilidad de la transgresión.241 La nor-
ma, al prohibir escinde el espacio urbano en dos zonas: el centro, donde rige lo prescripto,
y la periferia, donde es posible su violación. Queda así un espacio laxo, en el que aún es
posible soslayar lo obligatorio, un espacio donde surgen “…nuevos focos de infección que
se levantan despacito, despacito, escabulléndose por entre las mallas de la reglamentación

239
Domingo Selva, “La habitación higiénica para el obrero”, en Arquitectura, apartado de la Revista Técnica de Ingeniería,
Bs. As., Nº s de mayo, junio, setiembre, octubre, noviembre de 1904.
240
Cf. Domingo Selva, Ibídem, p. 22 (Parte 1)
241
Greimas, en sus estudios sobre el discurso jurídico señala el carácter estructurante de la norma sobre el espacio simbólico,
en la medida en que establece la antinomia prohibido / prescripto. De la misma manera, la regulación en torno del tema
de la vivienda obrera, escinde en dos el espacio urbano. Cf. A. Greimas, “Las adquisiciones y los proyectos”, estudio in-
troductorio en J. Courtes, Introducción a la semiótica narrativa y discursiva, Bs. As., Hachette, 1980, pp. 5-25.
242
Domingo Selva, Ibídem, p 37 (Parte II).

204
Nosotros los Arquitectos

municipal”.242
La demarcación de los sectores de la ciudad no será precisa, se verá sometida a los su-
cesivos cambios en el tiempo, en el transcurso del proceso de desarrollo urbano desde el
área central a la periferia. Habrá, sin embargo, áreas privilegiadas por la cobertura de las
obras de salubridad: agua potable y cloacas, y los servicios municipales de alumbrado, lim-
pieza y adoquinado. Las ordenanzas que han logrado mejorar relativamente las condicio-
nes higiénicas “en todo conventillo que se precie” –por parafrasear a Selva– no tuvo efec-
tos beneficiosos sobre esa tierra de nadie donde se instalarían pequeños conventillos, casas
de vecinos o simples piezas donde los obreros llevarían una vida que “resulta ser un verda-
dero desastre”.243
Selva detalla con particular ahínco este nuevo espacio hacia el cual se ha desplazado
el problema. Los pequeños conventillos están desligados de la vigencia de la reglamenta-
ción, se construyen en los peores terrenos y en pésimas condiciones. El loteo de terrenos y
su venta en mensualidades viene a agregar nuevas lacras. Así lo que se ha creído era una
suerte deviene una desgracia. El nuevo espacio –efecto paradojal de las ordenanzas– es un
lugar de dispersión, imposible de abarcar, las casas se reparten en el arrabal generando un
ambiente más antihigiénico y sórdido aún que el antiguo conventillo.
El análisis de Selva refuerza su posicionamiento como enunciador. El discurso higie-
nista, en tanto parcial y ligado a la producción de efectos de vigilancia y control sobre áreas
restringidas, ha generado un territorio de diseminación, donde “la propiedad [ha sido] lle-
vada al terreno de la miseria”.244 El higienismo sólo había advertido los efectos parciales del
desorden ligando el problema de la miseria a la solución de la salubridad. Bajo el peso de
la amenaza de la peste se dictaron ordenanzas “…poniendo a sangre y fuego al temido con-
ventillo”.245 Selva señala el desajuste: el temor produce un discurso parcial, cuyos efectos en
la práctica no puede controlar: “El dueño del conventillo es un especulador, se aferra a la
ordenanza…el conventillo es lo que la ordenanza quiere y nada más”.246
La irracionalidad del discurso higienista se destaca frente a la propuesta racional y to-
talizante del propio Selva. En primer lugar, es señalada la parcialidad del diagnóstico que
proviene del higienismo, ya que no advierte que el conventillo no sólo es foco de epide-
mias sino de inmoralidades. “En este ambiente se elabora… una carcoma más peligrosa pa-
ra la sociedad que la guerra con los microorganismos”.247 De allí que el carácter racional y
omniabarcador de su propio discurso se destaque sobre los límites del discurso anterior.
Selva procede según un criterio “único y científico” que le permite ejercer plenamente la
función utópica, como crítica radical de lo real dado: conventillo central  reglamentación
 efectos periféricos. La cientificidad garantiza una perspectiva global y opera producien-
do una ruptura definitiva con lo establecido.248
Si el discurso higienista es parcial, e incluso autoritario, el discurso de Selva se posi-
ciona no sólo frente a las clases dominantes que deberían ejecutar su propuesta, sino tam-

243
Domingo Selva, Ibídem, p. 38.
244
Domingo Selva, Ibídem, p. 39.
245
Domingo Selva, Ibídem, p. 22 (Parte 1).
246
Domingo Selva, Ibídem, p. 23.
247
Domingo Selva, Ibídem,
248
Domingo Selva, Ibídem, p. 22.
249
Domingo Selva, Ibídem, p. 54 (Parte III).

205
Silvia Augusta Cirvini

bién como locutor de las demandas del otro social: “Pienso –dice Selva– que es lo que de-
sea el obrero en general”.249
Esa posición de locutor es precisamente lo que sitúa a su discurso como contraparti-
da del discurso higienista más ortodoxo, y lo que ubica plenamente su propuesta en una
proyectiva burguesa democrática. Podemos comparar la inflexión benévola del discurso de
Selva, portador-reformulador de la demanda del otro y la de Wilde: “…el individuo que
se enferma…no sólo se perjudica a sí mismo y a su familia, sino a toda la población, (…)
cada pobre que vive mal es una amenaza contra sus semejantes”.250 En Wilde no de trata
de asumir el deseo de la clase obrera, sino operar contra una amenaza, a través de la vigi-
lancia y el control de las reglas.
Selva acuña sus textos seleccionando categorías plenamente burguesas: se asume co-
mo portavoz de una sociedad donde la igualdad ha de ser el patrón unificante para los de-
rechos de los sujetos. Toda desigualdad es, en definitiva, privilegio. El derecho de los igua-
les, de los ciudadanos, instaura un espacio unificado de contacto, la vida pública, en la que
se desarrolla el mundo del trabajo. El obrero es incluido en tanto productor en el mundo
social: “Yo deseo enclavar en la ciudad grupos más o menos grandes en continuo contacto
con las demás gentes, por su trabajo, por las vías de comunicación, por cien otras causas”.251
Si el mundo burgués supone un espacio homogéneo de iguales que pueden cohabi-
tar en una misma ciudad, también implica la construcción de fronteras invisibilizadas por
la división entre el mundo público y el privado, entre trabajadores y no trabajadores.252 La
vida privada ha de ser un lugar separado, el lugar de refugio para la familia, que se ha ido
configurando como familia nuclear aislada, el lugar del tiempo de ocio. De allí que desear
que “…su vida ordinaria se lleve en un ambiente obrero”, no implica discriminar, sino res-
petar el orden natural establecido para la conservación de la sociedad.253 Así “igualdad” se
liga a “orden” por la vía de la propiedad. Elemento clave en el discurso político, la propie-
dad es reconocida como factor de estabilización del orden social: “[la propiedad]…le vin-
cula [al obrero] más al suelo generoso que le hospeda, le convierte en un cuasi ciudada-
no… le sustrae a toda agitación haciéndole eminentemente conservador”.254
Aun cuando el proyecto de los intelectuales y técnicos del 900 estuviera ligado a la
defensa del orden burgués, el proyecto vinculado a la construcción del Estado nacional es-
taba basado en la inclusión diferencial de los sujetos. El dar a cada uno lo suyo, sobre la
base de criterios de unificación / discriminación aparecía como un ordenamiento natural
sustentado en la utilidad y la adecuación. En el barrio obrero que Selva proyecta, “La edu-
cación y la instrucción (…) podría ser adecuadas al ambiente, igual para todos, depurando los
programas de enseñanza de todo lo superfluo, para concretarse en lo útil (…) las diversiones se-
rían adecuadas también (…) los negocios (…) prescindiendo de lo que la vanidad humana ha-
ce de lujo y superchería”.255

250
Eduardo Wilde, “El conventillo y sus características”, en: Curso de Higiene Pública, Obras Completas, 1º Parte, Vol. 3, Bs.
As., 1914, p. 30.
251
Domingo Selva, “La habitación higiénica…”, p. 54 (Parte III).
252
Michel Pecheux, “Delimitaciones, inversiones y desplazamientos”, en Los nuevos sujetos y la teoría social contemporánea,
México, Siglo XXI, 1986.
253
Domingo Selva, “La habitación higiénica…”, p. 54 (Parte III).
254
Domingo Selva, Ibídem, p. 90 (Parte IV).
255
Domingo Selva, Ibídem, p. 53 (Parte III).

206
Nosotros los Arquitectos

En el orden, garantizado por la propiedad, reside la clave de la armonía social, ele-


mento sobre el que pivoteará la crítica utópica y la construcción del “barrio obrero”, espa-
cio ideal de resolución de los conflictos diagnosticados. La utopía de Selva será una socie-
dad armónica, y por lo tanto imposible, esto es, el límite desde el cual el autor diseñará el
espacio posible.256 Su proyecto será la construcción de un barrio obrero, que en su carácter
de prototipo experimental, se convierte a la vez en modelo a imitar y reiterar iterativamen-
te, e incluso en solución factible de perfeccionamiento, en tanto ensayo científico.
El barrio constituye una verdadera utopía, por cuanto se ha de realizar como proyec-
to global, en condiciones de aislamiento experimental, en un lugar, la Argentina, “donde to-
do está por hacerse (…), y cuyos horizontes en las luchas pacíficas de la competencia industrial y
comercial son extensísimos, en un centro de actividad y trabajo [donde] el obrero no tiene que
atribular su mente buscando otros campos para su actuación…” 257 Argentina es el país de Uto-
pía en cuanto es pura proyección abierta hacia el futuro, un espacio indeterminado donde
el tiempo progresivo, ascendente y lineal garantizará la realización de lo imposible. El con-
cepto de indeterminación se liga al de apertura infinita en tanto contrapuesto al de deter-
minación-pasado, que está predicado respecto de Europa.258
El experimento utópico será detallado en sus distintas instancias, desde lo general, la
urbanización, hasta las características técnico-constructivas de la casa. El barrio obrero está
planteado como una unidad autosuficiente y autorregulable, según criterios netamente mo-
dernos: desde el número de unidades (de 80 a 200 casitas), hasta las características del tra-
zado, la distribución de los espacios públicos (veredas y calles) y sus componentes (alumbra-
do, pavimento, arboleda). El diseño también contempla la inclusión de equipamiento
comunitario: mercado de abasto, escuelas, lugares de recreación, negocios.259 Asimismo la re-
solución urbanística del barrio obrero en su conjunto y la resolución paisajística de las uni-
dades de vivienda están inscriptos en el paradigma de la “ciudad jardín”, que alcanzaría en
nuestro país una gran difusión.260
En relación con la vivienda, Selva dice “se tendrá la casa ideal, a prueba de infección,
de incendios, de terremotos”.261 Interesa destacar que establece la ubicación de la casa en el
terreno: compacta, precedida por un jardín y con una huerta al fondo. El jardín de entrada
constituye un espacio-filtro, entre lo público y lo privado, lugar que detiene las miradas, que
aísla la casa del mundo exterior. La casa misma es un recinto cerrado, compacto, centrífu-
go, donde el centro es la sala o comedor, ubicada en el piso bajo, que se convierte en el lu-
gar de encuentro, de trabajo, de tránsito, de permanencia y de control. El proyecto especi-
ficado para la vivienda, compacta y de dos plantas, diferencia en un nivel inferior, los locales
de uso diurno, comunes al núcleo familiar y los de uso nocturno o dormitorios en el piso
superior. Esto significa para la época, un salto tipológico brusco que no conoce anteceden-
tes en las tipologías difundidas. Es decir, el proyecto propuesto confirma el carácter de cons-

256
Lo imposible muestra, en el límite, la contraimagen de lo real dado y opera como función utópica para el diseño de la so-
lución deseada. Respecto de lo imposible como criterio regulador: Cf. Franz Hinkelammert, Crítica de la razón utópica,
San José de Costa Rica, DEI, 1984.
257
Domingo Selva, “La habitación higiénica”, p. 90 (Parte IV).
258
Cf. Domingo Selva, Ibídem.
259
Cf., Domingo Selva, Ibídem, p. 53 (Parte III).
260
Ebenezer Howard, La citta giardino del futuro, Bologna, Calderini, 1972.
261
Domingo Selva, “La habitación higiénica”, p. 54.

207
Silvia Augusta Cirvini

trucción utópica y racional en la medida en que es, por sí mismo una crítica de la vida or-
dinaria, que presupone un usuario ideal. La perspectiva es claramente normativa: una casa
para una familia, un nuevo espacio de control y aislamiento, un lugar de regulación de lo
confuso y lo promiscuo instalado en la vida cotidiana del habitante real del conventillo.
Selva propone además construir con “cemento armado” y plantea los principios de la
producción seriada y estandarizada de viviendas. No se trata de un elemento utópico más,
sino de un proyecto vanguardista en cuanto al desarrollo tecnológico del país. Selva busca-
ba soluciones alternativas de autoabastecimiento de materiales básicos para la construcción
que permitieran al país independizarse de la costosa importación de estructuras de acero.262
Plenamente moderno, Selva se asume como portador de un saber de vanguardia gra-
cias al cual serán posibles soluciones masivas y definitivas. La vanguardia no sólo es porta-
dora de un saber, sino que además opera como dictaminadora de un deber ser social cuya
construcción se levantará sobre esa base. Si el Estado y los particulares asumen sus obliga-
ciones, lo imposible se hará realidad. Establecido el deber ser, el problema se transforma en
la búsqueda de criterios que posibiliten su realización. El criterio por excelencia depende del
saber matemático; a partir de él, Selva detallará el proyecto y sus condiciones de financia-
ción. El desarrollo del proyecto adquirirá la forma de un teorema con variables cuantifica-
das: personas, terreno, financiación, cuotas, intereses y formación de fondos de previsión.
Esta autoridad que procede del saber, permite prever y transformar; la ciencia y la técnica
ocupan un lugar privilegiado para impulsar tanto al Estado como al capital privado para el
cumplimiento de sus obligaciones.263
Dentro de la misma serie podemos incluir los textos producidos entre 1905 y 1906
por el ingeniero Enrique Chanourdie. Se trata de Habitaciones económicas e higiénicas
(1905), Edificación obrera (1905), Saneamiento y salubridad de la habitación (1905), y Vi-
viendas económicas e higiénicas para obreros (1906).264
Trataremos estos textos en conjunto, señalando brevemente su estructura y las diferen-
cias respecto del discurso de Selva. Los cuatro textos están organizados sobre la base de una
estructura dual: problema-descriptiva / solución-proyectiva. El problema escuetamente in-
dicado consiste en “… la habitación barata e higiénica para las personas que trabajan a jor-
nal…”.265 La proyectiva, caracterizada como ensayo por el propio autor, se liga al “…logro
del progreso y bienestar de la república” como idea crítico-reguladora. En el texto Edifica-
ción obrera, Chanourdie precisa su proyecto: se trata, en todo caso, de una solución parcial,
“como la de todos los problemas sociales”.266 Una vez más la respuesta adecuada depende de
los técnicos, portadores del saber socialmente legitimado. La insistencia de Chanourdie so-
bre el tema de los profesionales se liga a la misma matriz conceptual que la posición de Sel-
va. El saber técnico constituye la garantía para ingresar en el mundo de la civilización.267
La función de apoyo del discurso, en Chanourdie no está dada sólo por la referencia

262
El tema es desarrollado con profundidad y detalle en dos trabajos de Selva. “El cemento armado y los poderes públicos”
en: Anales de la Sociedad Científica Argentina, Bs. As. T. LIV, 1902 y “Edificación contra temblores”, en: Anales de la So-
ciedad Científica Argentina, Bs. As., T. LXXII, 1908.
263
Cf. Domingo Selva, “La habitación higiénica”, p.118 (Parte IV)
264
Publicadas en: Arquitectura. Apartado de la Revista Técnica, Bs. As., Nº s de mayo, junio / julio de 1905 y febrero de 1906.
265
Enrique Chanourdie, “Habitaciones económicas e higiénicas”, en: Arquitectura, junio / julio de 1905, p.20.
266
Enrique Chanourdie, “Edificación obrera”, en: Arquitectura, mayo de 1905.
267
Cf. Enrique Chanourdie, “Viviendas económicas e higiénicas para obreros”, en: Arquitectura, febrero de 1906 p.156.

208
Nosotros los Arquitectos

al saber profesional como sostén para la resolución de los problemas de vivienda, sino que
remite también al discurso vigente en los organismos y congresos internacionales, y a los
modelos concretados en otros países. Así en el texto Saneamiento y Salubridad de la habita-
ción, de 1905, refiere en forma directa a las conclusiones del Congreso de París y menciona
las experiencias llevadas a cabo por la Municipalidad de Santiago de Chile en la construc-
ción de viviendas para obreros.
La trayectoria técnica de la problemática hace evidente la imposibilidad de posiciones
contrarias a la solución propuesta. Sin embargo, el discurso de 1906 señala, en forma recu-
rrente, la ausencia de una voluntad política que viabilice la ingente cantidad de proyectos
técnicamente aceptables. El conflicto entre las fracciones de las clases dominantes es aludi-
do-eludido, a través de la interrogación retórica: “¿será posible?… ¿será posible…?”. Sin em-
bargo, el ingeniero Chanourdie elude anunciar explícitamente el conflicto: “supondremos,
más bien (…) que preocupaciones de otro orden (…) han impedido (…) no les ha permi-
tido…” 268
El juego de alusiones-elusiones permite mencionar el conflicto permaneciendo en un
espacio aséptico : el de un saber indubitable que no puede ni debe mezclarse en conflictos
políticos, a la vez que señala los obstáculos que éstos producen sobre las posibilidades de rea-
lización de las propuestas técnicas.

3.3.2.2. DEL BARRIO OBRERO A LA CASA DE RENTA

El primer texto que analizaremos es Edificación obrera, del ingeniero Domingo Sel-
va, publicado en la revista “Arquitectura”, en capítulos sucesivos que abarcan desde el nú-
mero de marzo / abril del año 1910 hasta el de setiembre / octubre del mismo año.269 Aun
cuando no sea el primero cronológicamente, el texto presenta una descriptiva vasta y com-
pleta a la vez, que permite una caracterización más clara del corte en la problemática de la
vivienda obrera.
Selva muestra en su discurso el desplazamiento que afectará la producción textual de
este período, desde el ejercicio pleno de la función crítica en los escritos de 1904, en la que
el propio enunciador se sitúa como sociólogo en tanto portador de una problemática más ge-
neral, hasta lo que podríamos llamar un discurso realista. Selva procede ahora como “técni-
co y economista”. Este desplazamiento producirá una torsión en el interés que guía su pro-
ducción discursiva. No se trata en 1910 de formular soluciones sociales y prácticas, sino de
situarse en la perspectiva de un saber puramente instrumental.270
Si el criterio regulatorio del discurso utópico de Selva, era el mejoramiento de la cali-
dad de vida de la totalidad de los sujetos sociales, el criterio será ahora el de la inversión ra-
cional de tiempo y dinero. Es decir, ya no se trata de un proyecto global en función de la
armonía social, sino de uno limitado por las concreciones efectivamente alcanzadas, de una

268
Cf. Enrique Chanourdie, Ibídem, p.155 y ss.
269
Domingo Selva, “Edificación Obrera”, en Arquitectura. Apartado de la Revista Técnica, Números continuados desde mar-
zo-abril hasta setiembre-octubre de 1910, Bs. As., 1910.
270
La distinción entre interés práctico e instrumental está tomada de Habermas. El primero afecta la problemática de las re-
laciones sociales en su conjunto, en tanto el segundo obedece a criterios de pura transformación tecnológica. Cf. Jürgen
Habermas, Conocimiento e interés, Buenos Aires., Taurus, 1990.
271
Domingo Selva, Ibídem, p.51 (Parte I ).

209
Silvia Augusta Cirvini

solución guiada por el interés en la ganancia y en el cálculo racional del rédito financiero.
Para Selva, el problema de la vivienda obrera “ha cambiado de fondo”. “Ya no se tra-
ta (…) Ya no se trata (…) Ya no se trata (…) Ya no interesa (…)” insistirá Selva ligando a
través de la recurrencia de esta expresión los dos términos de la nueva antinomia.271 La des-
calificación de la “solución ideal”, construida sobre la isotopía de la humanidad altruista
y la armonía, abrirá la brecha para el planteo de los “nuevos términos de la ecuación”.272
La trayectoria anterior del problema de la vivienda obrera se había cumplido como
tránsito que permitiría “llenar la distancia” entre la injusticia del destino, la miseria y la
abundancia, a través de una “obra de humanidad”.273 Hoy, en 1910, la ecuación se pre-
senta bajo nuevos términos, ligados a la condición de viabilidad, que hacen que la solu-
ción “…se halle en encauzar la corriente y someterla en una forma paulatina y constan-
te a una cierta disciplina y a una reglamentación…”.274
La clave reside en que se ha perdido la ilusión de transparencia, de la Argentina co-
mo país de promesas infinitas, pura futuridad sin determinación alguna. Ante las concre-
ciones históricas, Selva advierte los límites de la esfera del saber. Es decir, en los prime-
ros discursos, el saber era postulado como instancia absoluta de producción de una
verdad, que por el sólo efecto de mostración podría transformar no sólo la naturaleza, si-
no la sociedad. Los errores serían superados en la brillante ruta del progreso. En 1910 el
saber técnico es historizado, limitado a una esfera restringida de la práctica social, dife-
renciado de otras prácticas, como la política, ante la cual es necesario efectuar concesio-
nes. La historización del problema se manifiesta en la abierta toma de posición de Selva
ante otros sujetos sociales: los dirigentes políticos. Las clases dominantes, al defender un
interés usurario para sus inversiones proceden con irracionalidad generando como efec-
to el conventillo, “esa bête noire de los higienistas, esas cuevas que han dado tanto que
hacer a las autoridades sanitarias, y que han batido el récord de la mortalidad y la inmo-
ralidad”.275 También son irracionales las autoridades gubernamentales que con “insisten-
cia medieval” se oponían a la edificación en altura para uso habitacional.276 Sin embargo,
es posible la recepción parcial de la voz de la razón: “la prensa, la estadística demográfi-
ca y la prédica constante del higienista y del sociólogo… [despiertan a las autoridades]
de su letargo”.277
La solución real se liga a dos propuestas parcialmente diferenciadas. La primera es-
tá orientada al mejoramiento de la periferia, con un “programa de perfeccionamiento ur-
bano”, que suponía dotar de servicios y de equipamiento a la vivienda autoconstruida,
dispersa en el arrabal. El realismo del discurso de Selva reside en la aceptación de los lí-
mites de la solución ideal, pensada por sociólogos e higienistas, sobre la premisa de la
consideración de un “usuario ideal”. La solución real y su aceptación por parte de Selva
supone la crítica de las condiciones bajo las cuales se pensaba la factibilidad de lo impo-
sible: no sólo un usuario ideal, sino un gobierno capaz de interpretar y asumir las solu-

272
Cf. Domingo Selva, Ibídem, p.54.
273
Cf. Domingo Selva, Ibídem, p.51.
274
Cf. Domingo Selva, Ibídem, p.54.
275
Cf. Domingo Selva, Ibídem, p.55.
276
Cf. Domingo Selva, Ibídem, supra.
277
Cf. Domingo Selva, Ibídem, infra.
278
Cf. Domingo Selva, Ibídem, p.52.

210
Nosotros los Arquitectos

ciones técnicamente adecuadas, y un inversor privado que complementará la acción del


Estado.278 Sobre el límite de la primera utopía, Selva desplaza la función utópica hacia la
segunda solución: la construcción de edificios de varios pisos para casas en alquiler, don-
de vuelve a aparecer el proyecto en toda su amplitud.
Habría, sin embargo, que establecer una precisión: hay una solución que Selva no
puede admitir pues es contradictoria respecto de su proyectiva. El conventillo con su
distribución “ridícula y atentatoria” propiciaba el “contacto forzoso” que es ligado, por
Selva al sema peligro.279 La solución real aceptable y la proyectiva de Selva se vinculan a
la idea, plenamente burguesa, de un tipo de vivienda que afirme la independencia de la
familia nuclear y la posibilidad, de ella dependiente, de una sociabilidad regulada. La
regulación constituye el eje fundamental en torno del cual se articularán, nuevamente,
los dos aspectos principales de la proyectiva: propuesta tipológica y diseño urbanístico.
La vivienda unifamiliar regulará la vida de los habitantes, el ritmo de las comidas
y la economía doméstica, la sociabilidad y el control sobre todo miembro de la familia,
y aun el trabajo domiciliario.280 Así se trate de viviendas colectivas, el diseño del edifi-
cio debe atender a la independencia funcional de las unidades. Es decir el peligro se li-
ga al contacto forzoso y a la indiscriminación de los espacios: “… el patio común debe
ser abolido…” y reemplazado por patios abiertos en cada vivienda, incluso si se trata de
departamentos en pisos altos.281
La propuesta urbanística se organiza sobre la base de la proximidad a los grandes
centros de trabajo, “…en la zona servida por las cloacas y la luz eléctrica, posiblemen-
te cerca de las Escuelas del Estado, dentro del radio de la acción policial y munici-
pal…” 282 El proyecto urbanístico se enuncia en el marco de la demostración de sus con-
diciones de factibilidad. Selva propone, dentro del perímetro de la ciudad, la
delimitación de veintidós barrios, jerarquizados y emplazados en función de un criterio
racional: la distribución de la población y la localización de los lugares de trabajo. Se
ha de “Rodear la zona de población densa (…) con una cintura de barrios, donde el
obrero o el empleado modesto tenga casa (…) ubicada de modo que pueda ir y volver
a pie a su trabajo.” 283
La racionalidad de la propuesta halla su correlato en un conocimiento minucioso
y detallado de la sociedad y el espacio reales. Esto es: la simetría establecida entre pro-
blema-topía y solución-utopía es estricta.
Así como en 1904 Selva describe detalladamente el barrio obrero, en 1910 lo ha-
ce con la casa de alquiler, desde los estudios presupuestarios y las características técni-
cas del proyecto hasta la proporcionalidad de los alquileres en relación con los distin-
tos grupos de posibles usuarios. Como se ve, atendiendo a los criterios de factibilidad,
Selva renuncia a la vivienda en propiedad para considerar en adelante, tanto para obre-
ros como para empleados, la única posibilidad: el alquiler; mientras, para los inversores
acepta el negocio inmobiliario de las casa de renta.

279
Cf. Domingo Selva, Ibídem, p.56.
280
Domingo Selva, Ibídem.
281
Domingo Selva, Ibídem.
282
Domingo Selva, Ibídem.
283
Domingo Selva, Ibídem, p. 94 y SS. (Parte II).
284
Domingo Selva, Ibídem, p. 106, (Parte III).
211
Silvia Augusta Cirvini

La aceptación del fraccionamiento de la sociedad, traducida en el espacio total de


la ciudad a través de la delimitación de barrios se manifiesta también en la organización
interna del edificio: “de este modo, dentro de cada barrio (y de cada edificio) se podrá
atender fácilmente a las necesidades de cada gremio”.284
El desplazamiento de la utopía, marcado por la crítica de lo real, se cumple no só-
lo respecto de las soluciones habitacionales, sino también respecto de los sujetos inter-
pelados por Selva, que ya no insiste tanto en la acción del Estado como en el capital
privado. La descriptiva induce la incorporación –como beneficiarios del programa– de
los empleados, además de los sectores obreros.
La interpelación a los particulares determina una reorganización categorial en el
discurso que coloca en el foco el interés y la utilidad, aun cuando no renuncie a la ge-
nerosidad y el altruismo. Si la solución de los problemas sociales no se alcanza es por-
que “se tiene el propósito de no hallarla”. Una comprensión racional del problema ha-
rá que los particulares puedan ligar interés y altruismo . “No verá en esto el Jockey Club
una de las inversiones que anda buscando con candil… No podrá ser esto materia de ensa-
yo por parte de la municipalidad y las compañías de seguro… No po drá ser motivo para la
institución de una poderosa sociedad anónima… No podrá ser materia de estudio para esas
agencias de sindicatos europeos…” 285 Una vez más, la realización de la utopía depende
del sometimiento de lo imposible a criterios racionales de factibilidad.
El segundo texto que analizamos en esta serie es el Proyecto de Barrio Obrero, de
los ingenieros Fernández Poblet y Alejandro Ortúzar, publicado en la revista “Arquitec-
tura” en el número correspondiente a junio / julio de 1909 y que se inscribe dentro de
los proyectos del Centenario de Mayo.286
La propuesta de estos ingenieros retoma aspectos de la descriptiva de Selva. El pun-
to de partida necesario, la crítica higienista, se orienta también hacia las implicancias mo-
rales de la cuestión de la vivienda obrera. La serie descriptiva se construye sobre un eje sé-
mico que liga conventillo  contacto entre los habitantes  pésimas costumbres  malos
ejemplos  verdadera promiscuidad, transformándose, paulatinamente de crítica de las con-
diciones materiales de vida, en crítica moral. El conventillo será equiparado a peligro ma-
terial y moral: “…el hogar se desarrolla en medio de malos ejemplos y pésimas costumbres (…)
donde se vive en una verdadera promiscuidad y donde la educación no está suficientemente de-
sarrollada como para ocultar los instintos bajos del ser humano”.287
El proyecto se dirige en el mismo sentido, en cuanto producido dentro de la ma-
triz discursiva de la modernidad madura: se trata de reglamentar el espacio confuso e
indiscriminado en que viven su vida cotidiana los sectores populares, ofreciendo como
solución un espacio cuadriculado y reglamentado. En este sentido, tanto Fernández Po-
blet y Ortúzar como Selva discurren sobre la contraposición confuso / aislado, donde
el primer polo se adhiere al diagnóstico del conventillo y el segundo corresponde al pro-
yecto de la vivienda individual unifamiliar.
Indudablemente la descriptiva de Selva difiere en cuanto que este ingeniero no só-

285
Domingo Selva, Ibídem, p.110.
286
Fernández Poblet y Alejandro Ortúzar, “Proyecto de barrio obrero” en Arquitectura. Apartado de la Revista Técnica, Nú-
meros de junio-julio de 1909.
287
Fernández Poblet y Alejandro Ortúzar, Ibídem, p.88.

212
Nosotros los Arquitectos

lo incluye la problemática del conventillo, sino también la crítica de su propio proyec-


to de 1904. El objeto de la función interpelatoria, al desplazarse del Estado a los parti-
culares produce una limitación respecto del alcance del proyecto, en cuanto ésta ha de
formularse dentro de los límites del interés racional del capital privado. De allí que las
nuevas soluciones de Selva se orienten no sólo hacia los obreros, sino también hacia los
empleados.
El discurso de Fernández Poblet y Ortúzar continúa situándose de cara al Estado
como representante de los intereses generales, de allí la posibilidad de mantener intacta
la demanda: “vivienda obrera”, e incluso hacer del proyecto un verdadero ensayo de gran-
des proporciones. Sin embargo, la perspectiva de estos dos ingenieros, aun cuando más
ligada a la visión utópica de la primera serie, porta las marcas de un acontecimiento que
produce una ruptura en los discursos ligados a la cuestión de la vivienda obrera. Se trata
de las huelgas de inquilinos de 1906 y 1907, que por una parte habían mostrado la viru-
lencia que podía alcanzar el enfrentamiento entre inquilinos y arrendatarios; y por la otra
las enormes proporciones del problema habitacional. Frente al proyecto de barrio obrero
de Selva en 1904 –de 200 viviendas como máximo– el de Poblet y Ortúzar parece des-
mesurado: 3412 unidades habitacionales.
Estos ingenieros hablan de su proyecto de barrio obrero como de un ensayo. El en-
sayo se liga a la idea de tanteo, experimentación, provisoriedad. Precisamente la moder-
nidad haría del espacio y de su uso especializado, un lugar de experimentación apto pa-
ra el acrecentamiento de los saberes disciplinares. Diseñar una casa no es sólo delimitar
un espacio, sino asignar funciones específicas, esto es, pautar las modalidades de apropia-
ción bajo las cuales los sujetos podrán hacer uso correcto-regulado del espacio.
La casa unifamiliar ha de estar convenientemente aislada, gozar de todos los servi-
cios y estar adecuadamente distribuida a fin de garantizar el “espíritu de unión” y la “uni-
formación de costumbres”.288 La unidad familiar se liga al aislamiento y a la regulación
instaurada desde la distribución adecuada del espacio. La casa tiene una entrada única, y
un ambiente principal de uso común desde el que se normalizan las actividades de los
distintos miembros de la familia bajo el “control de su jefe”.289 La disciplina (la ingenie-
ría / la arquitectura) diseña espacios destinados a disciplinar y discriminar a los sujetos y
sus actividades. Los dormitorios, separados para padres e hijos, y éstos discriminados se-
gún su género. La cocina, próxima al comedor atendiendo al desempeño de las tareas
asignadas a la mujer.
El nuevo diseño del espacio coincide con la división de funciones entre el ámbito
público y el privado. Si en el interior de la casa han de desarrollarse las actividades do-
mésticas y la vida cotidiana, destinadas a la reproducción inmediata de las condiciones
de vida de cada sujeto particular, un conjunto de actividades y funciones antes asignadas
a la familia se desplazan hacia el espacio social compartido, deviniendo en muchos casos
responsabilidad del Estado. El espacio de la vivienda es calculado y dimensionado en re-
lación con las funciones y equipamiento mínimo que ésta debe contener: no hay espacio
de más, ni espacio inútil.

288
Fernández Poblet y Alejandro Ortúzar, Ibídem, p.90.
289
Fernández Poblet y Alejandro Ortúzar, Ibídem.

213
Silvia Augusta Cirvini

La villa estará destinada a proporcionar habitación a “más de 30.000 habitantes


obreros”. La enorme dimensión del proyecto es justificada por los autores, no sólo por la
magnitud del problema, sino que sólo una gran concentración poblacional permitirá la
financiación de las grandes obras de infraestructura necesarias.
El planeamiento de la villa constituye un verdadero ensayo, pues el grado de autono-
mía previsto en el diseño le da el carácter de una auténtica ciudad utópica: experimental,
independiente, autosuficiente y aislada. Los autores afirman que el barrio obrero no es
“… un grupo de casas, sino una ciudad completa”.290 Una ciudad completa en la que sin
embargo, es notoria una carencia: la del mundo del trabajo. El elemento utópico está pre-
sente en cuanto anticipa la problemática de la ciudad-dormitorio, como una de las respues-
tas a la crisis de la ciudad industrial. El diseño del barrio, que ellos denominan “villa” es
plenamente moderno, como ocurre en el caso de Selva aunque de otra escala. He aquí sus
elementos. El trazado es ortogonal, racional y jerarquizado, con una minuciosa discrimi-
nación de flujos de tránsito, con una gran avenida central que nuclea los usos comunita-
rios y tiene como remate perspéctico en su extremo la “futura estación del ferrocarril”; la
presencia, en el borde, de una gran extensión de terrenos destinados a parques, bosques y
paseos públicos, para recreación y deportes. Las calles principales arboladas, edificios pú-
blicos de gran magnitud y un estudio pormenorizado de las distancias máximas admitidas
desde los medios de transporte público y los edificios de uso público hasta cualquiera de
las viviendas.291
La calle central constituirá el espacio fundamental de la vida social: “El aspecto de es-
ta avenida será grandioso, tanto por sus edificios como por el movimiento total de la Villa
concentrado en ella, donde el comercio adquirirá proporciones elevadas y su tráfico será
tan intenso como el de muchas calles centrales…” 292 El estudio abarca la financiación del
proyecto, que deberá estar a cargo de la comuna por cuanto es obligación de los poderes
públicos el ocuparse de la “higiene y seguridad pública”.293
La serie se cierra con la Ley Nacional de Casas Baratas, de 1915.294 La Comisión Na-
cional de Casas Baratas tendría como función principal la definición que, desde el Estado,
se buscaba imponer respecto de las características de la vivienda obrera. Es por ello que se
puede decir que satisfizo, en parte, los objetivos para los que fue creada, pues permitió la
realización de proyectos, la formación de técnicos en el extranjero, y la difusión del tema
a través de conferencias y congresos.
Sin embargo, la mayor parte de los estudiosos del problema de la vivienda de los sec-
tores populares coinciden en evaluar la gestión de la Comisión como un fracaso. Esto se
debe a que, de hecho, fueron escasas las concreciones arquitectónicas alcanzadas. Sin em-
bargo, más allá de la eficacia de la Comisión, la ley señala un hito importante en cuanto
rubricó el acuerdo de la clase política argentina en torno de la necesidad de legislar sobre
el asunto, de modo amplio y abarcativo en todo el territorio nacional. Es decir, la ley tie-
ne una importancia simbólica que excede su función meramente instrumental de imple-

290
Fernández Poblet y Alejandro Ortúzar, Ibídem, p. 93.
291
Cf. Fernández Poblet y Alejandro Ortúzar, Ibídem.
292
Fernández Poblet y Alejandro Ortúzar, Ibídem, p. 91.
293
Cf. Fernández Poblet y Alejandro Ortúzar, Ibídem, p. 94.
294
La ley tiene el Nº 9677 (Boletín Oficial 15/X/1915) y hemos consultado el texto publicado en Anales de Legislación Ar-
gentina (1889-1919) Leyes 2441-11007, Editorial La Ley, Bs. As., 1954, pp. 946/947.
214
Nosotros los Arquitectos

mentación de propuestas, tal cual podía esperarse de una disposición como ésta.
La ley de Casas Baratas puede articularse, en el nivel simbólico, a un universo del dis-
curso en el que se entrecruzan la problemática de la vivienda obrera, el discurso pedagógi-
co y el higienista en orden a la reproducción de los sujetos sociales necesarios para el pro-
yecto de país diseñado. La ley establece consenso entre los sectores involucrados respecto
del modelo deseable de vivienda. Sin embargo, la reglamentación del espacio no sólo tie-
ne relevancia en cuanto supone la generalización de una tipología de vivienda, sino en
cuanto implica la regulación de determinados usos en la vida cotidiana. En la “Revista de
la Comisión” se especifica la función que ésta debía cumplir:
“Encaminar la educación popular hacia el culto del hogar, convencer al trabajador que
su casa es la prolongación del espíritu, enseñar al obrero que de tal hombre, tal morada;
mostrarle como aun el individuo torpe se inclina ante una casa limpia, ordenada y ale-
gre, porque en ella la vida es buena, por el sol y el aire y es bella por el alma y el corazón
del que la habita. Tal es la acción que se precisa desarrollar y en la cual cooperarán la es-
cuela, el libro y el cinematógrafo.” 295
La aceptación del discurso técnico en la instancia política que supone la sanción de
la ley, genera un desplazamiento desde la esfera particular del saber técnico al espacio de
lo político, y desde allí, se disemina hacia la sociedad civil. Los políticos se reconocen en
el discurso técnico estableciendo los límites entre los cuales se podrá, en adelante, plan-
tear el asunto.
Síntoma del consenso obtenido es la relativa homogeneidad de los discursos acerca
de la vivienda, incluso entre sectores políticos que sustentaban posiciones divergentes.296
En la discusión parlamentaria, las posiciones sostenidas por el conservador Nougués y los
socialistas Repetto y Dickman, e incluso la del católico Cafferata, autor de la ley, y la del
propio Alvear, giran en torno de un tema redundante: la vivienda obrera ha de ser nece-
sariamente unifamiliar, higiénica y aislada. Las diferencias se refieren al papel del Estado,
privilegiado por Cafferata; en tanto la iniciativa privada es defendida por Nougués, Al-
vear y Dickman. Este último, socialista, propone la variante del cooperativismo.297 La úni-
ca posición antagónica es la sostenida por el anarquismo que, durante las huelgas de 1906
y 1907 apoya la posición de los inquilinos a través de su diario La Protesta. Pero hacia
1915, el anarquismo había perdido su peso relativo y, además no tuvo nunca representa-
ción parlamentaria.
Se podría decir que la Comisión logra establecer los términos en que la cuestión de

295
Cf. Francisco Liernur, Ibídem, p117.
296
Esta interpretación de la relación entre socialistas y liberales se comprende a la luz del análisis realizado por Ernesto Laclau
en Ideología y política en la teoría marxista (México, 1986) según la cual, la variación entre la ideología de liberales y socia-
listas residía en la forma articulatoria que, en el caso de los segundos ligaba los contenidos de orden, progreso y antiperso-
nalismo en función de un reduccionismo obrero propio del pensamiento socialista de la época. Por ello congruentemente
con la ideología de la socialdemocracia de esos años, confiaban en que el desarrollo del capitalismo favorecería el de la cla-
se obrera, y la expansión del Estado liberal como superestructura necesaria. De allí la coincidencia con los liberales.
297
Cf. “Discusión parlamentaria de la Ley de Casas Baratas” –1915– (Fragmentos) en: Ramón Gutiérrez-Margarita Gutman.
Vivienda: Ideas y Contradicciones (1916-1956). Colección: textos y documentos de la arquitectura argentina. IAIHAU, Bs.
As., 1988, pp. 21-32.
298
La acción reguladora de la Comisión se cumplió a través de mecanismos diferentes según los ámbitos. Se recurrió a la di-
fusión de tipologías por medio de revistas técnicas y de divulgación, además del dictado de conferencias. Otro elemento
de control fue la intermediación de técnicos y profesionales; finalmente se operó directamente a través de la imposición
de la tipología en el caso de solicitudes de préstamo para construir.

215
Silvia Augusta Cirvini

la vivienda de los sectores populares se mantendrá, en la Argentina, durante las dos déca-
das siguientes, regulando la producción que estaría en otras manos. Incluso las viviendas
autoconstruidas se harán en función de los lineamientos propuestos por la Comisión, que
proporcionará, en algunos casos, gratuitamente los planos.298
De manera tal, que no se pueden evaluar los efectos de la labor de la Comisión Na-
cional de Casas Baratas sobre la base de la medición de las realizaciones que fueron direc-
tamente impulsadas por ella. Américo Ghioldi efectúa, en 1931, un balance de las con-
creciones en cuanto a la vivienda popular.299 De la enumeración de la obra construida se
infiere la escasez de los logros, tanto de la Comisión Nacional de Casas Baratas (317 ca-
sas y 105 departamentos) como de otras entidades, como la Unión Popular Católica (100
casas y 86 departamentos) y la Cooperativa El Hogar Obrero (218 casas y 56 departamen-
tos).300 Sin embargo, aunque el diagnóstico de Ghioldi evidencie los límites que, en la
práctica tuvo la producción de soluciones, no puede tomarse este parámetro como el eje
exclusivo para analizar la tarea realizada, cuyos efectos se ligan a las prácticas dispersas de
los constructores, por una parte, y por la otra, a la efectiva hegemonía lograda respecto de
la tipología.

3.3.2.3. 1º ETAPA: CONCLUSIONES PARCIALES

Entre 1900 y 1910 se establecen, en la Argentina, los términos de la discusión acer-


ca del problema de la vivienda obrera. El recorrido puede delinearse a partir del segui-
miento de las series discursivas en las distintas disciplinas. Desde el higienismo de fines
del siglo XIX, al discurso moralizador de principios del XX, en sus variantes disciplinares
en los campos de la medicina, de la pedagogía, de la ingeniería y la arquitectura.
En el plano del discurso, la problemática de la vivienda obrera sería abordada por
técnicos procedentes de la ingeniería y la arquitectura –no claramente diferenciadas en
aquella época– que apelarían a la racionalidad y la especificidad del saber científico para
producir, desde ese espacio, el conocimiento para los diagnósticos y las soluciones. En
cuanto portadores de un saber especializado, los ingenieros Selva y Chanourdie producen
planteos adecuados de los términos del problema vivienda obrera, en relación con los cua-
les formularían soluciones articuladas en torno de las categorías de racionalidad, aisla-
miento, regulación del uso de los espacios, en función de la consecución de la armonía
social, marcada como utopía por alcanzar.
En la primera serie el propio Selva esboza la secuencia que seguiría el saber técnico,
desde el diagnóstico del caos, simbolizado en la figura amenazante del conventillo, a los
efectos del discurso higienista que, a través de las reglamentaciones municipales produce el
corte entre centro y periferia generando nuevos espacios. Selva, ubicado en una perspecti-
va científico-racional, criticará la parcialidad del discurso higienista presentándose como el
portador de la solución adecuada y total: el barrio obrero de viviendas unifamiliares.
Hacia 1910, una nueva serie discursiva marcará la inflexión entre el discurso emi-
nentemente utópico, guiado por un criterio práctico-humanitario y el discurso realista,

300
Américo Ghioldi, “La vivienda” (fragmento de Tres problemas municipales: Plan regulador, la vivienda y tarifas eléctricas, Bs.
As., La Vanguardia, 1931, pp. 31-40 en Ramón Gutiérrez-Margarita Gutman, Vivienda: ideas y contradicciones (1916-
1956), op. cit., pp. 47-49.
216
Nosotros los Arquitectos

articulado en torno de un criterio instrumental. El desplazamiento de la filantropía al in-


terés racional en la ganancia supondrá un quiebre en la trayectoria que, partiendo del
privilegio absoluto del saber técnico, conducirá a la utopía del progreso gradual y teleo-
logizado.
Es así como ese año de 1910 muestra los límites del saber técnico, que es historiza-
do por el propio Selva a través del recurso a la autocrítica. Esto supuso someter la primiti-
va utopía del barrio obrero a nuevos criterios de factibilidad, aun cuando tal idea no se
abandonara en cuanto función crítico-reguladora. Si en 1904, la Argentina indeterminada
y pura futuridad constituía el espacio ideal para la formulación de propuestas utópicas, ha-
cia 1910 este espacio de transparencia está determinado por el peso de las concreciones y
la visualización de los límites inevitables. El límite del saber técnico está, precisamente en
su especialización y relativa autonomía frente al poder político, que no asume los proyec-
tos diseñados por ingenieros y arquitectos.
En 1910 se ha cumplido un trayecto: entre lo confuso del conventillo y la propues-
ta de regulación del uso del espacio procedente del saber técnico. Fernández Poblet y Or-
túzar insisten sobre la propuesta de barrio obrero, proyectándolo en gran escala: se trata
más bien de una ciudad obrera, de una utopía completa. Selva, en cambio, ha limitado su
propuesta y, desde una perspectiva más realista propone la construcción de edificios en al-
tura, de departamentos para alquiler. No abandona, sin embargo, los criterios de aislamien-
to y regulación de la vida cotidiana a través del uso del espacio que había indicado en sus
primeros textos.
En otros términos, la realidad va orientando el discurso sobre la vivienda obrera in-
troduciendo determinaciones relativas a los sectores implicados (incorporación de nuevos
usuarios: no sólo obreros, sino también empleados); en cuanto a las modalidades de adju-
dicación (no sólo viviendas en propiedad, sino también en alquiler); en cuanto a los posi-
bles realizadores (no sólo el Estado, sino los particulares y las organizaciones intermedias:
la Unión Popular Católica y el Hogar Obrero). De los primeros discursos, que sobre la ba-
se de un diagnóstico exhaustivo, formulaban propuestas de solución global y omniabarca-
dora, se va transitando hacia discursos de una mayor fragmentariedad, pues las concrecio-
nes marcan no sólo las realizaciones, sino también los límites. El caso Selva tal vez
ejemplifique con mayor claridad el orden de la secuencia: de la solución global al análisis
de los efectos de la reglamentación, que genera un nuevo espacio (la periferia) y una nue-
va estrategia (la vivienda autoconstruida), de la casa en propiedad, a la edificación de de-
partamentos en alquiler e incluso el subarriendo de piezas.
Es decir, la imposibilidad de concretar las políticas diseñadas sobre la base de pro-
puestas técnicamente inobjetables conduce a los propios portadores de ese saber a advertir
los límites entre saber y política. Más allá de los saberes disciplinares, los sectores popula-
res producirían estrategias, como la de la vivienda autoconstruida, cuyos efectos luego los
técnicos deberían tomar en cuenta. Las realizaciones de los sectores populares ponían fren-
te a los técnicos un espacio real desagregado, marcado por las condiciones materiales de vi-
da; un espacio que no coincidía con el espacio ideal, indeterminado, de los proyectos pro-
cedentes de las disciplinas. El límite disciplinar no es sólo político. No sólo los políticos no
hacen lo que los técnicos sugieren, sino que la estrategia cotidiana de los sectores popula-
res escapa a la pretensión reguladora del saber especializado. El quehacer científico-técnico

217
Silvia Augusta Cirvini

queda cada vez más acotado: ingenieros y arquitectos deberán someter sus proyectos a los
límites que, las estrategias de los sectores populares y la “ceguera de los políticos” van im-
primiendo sobre el espacio. Se trata entonces de un proceso de reorganización y reformu-
lación del espacio real dado.
El discurso técnico obtiene, en este proceso, logros indiscutibles, como es el consen-
so respecto de la tipología de la vivienda, pero irá abandonando progresivamente las pro-
puestas globales. Éstas permanecerán en el discurso como ejercicio de la función utópica,
a la espera de un futuro, siempre prorrogado, en el que se alcanzarán las concreciones. Es
por esto que, desde 1915 no habrá mayores innovaciones, y la discusión permanecerá casi
en los mismos términos hasta la década del ‘30.

3.3.3. 2º ETAPA: La vivienda mínima como problema de la vanguardia


3.3.3.1. DE LA NEGACIÓN AL ALTRUISMO

Entre 1915 y 1920, puede decirse que el problema de la vivienda popular se mantie-
ne en los mismos términos de los años del Centenario, agravándose en algunos centros ur-
banos como consecuencia del aumento de la demanda, el empeoramiento de las condicio-
nes de los conventillos, la creciente urbanización y el aumento de la conflictividad social,
que se hace evidente luego del triunfo del radicalismo en 1916. El trayecto que va desde
1920 a 1930 incluye la consolidación del tema dentro de la corporación pero con escasos
logros efectivos, donde se ligaba altruismo, filantropía con la búsqueda de soluciones alter-
nativas que atrajesen la iniciativa privada. Sin embargo, en los años ‘20, la acción más mo-
vilizadora no parte ni de la esfera gubernamental ni del campo disciplinar de la arquitec-
tura, sino que es la que llevan adelante socialistas y católicos desde la década anterior, con
la promoción del cooperativismo y las propuestas de pequeña escala.
Desde 1930, el cambio en el proyecto económico, orientado hacia la industrialización
sustitutiva de importaciones, produce modificaciones estructurales dentro del proceso mo-
dernizador, que cambiarán las condiciones, tanto respecto de las posibilidades de autoabas-
tecimiento de materiales básicos de la construcción: el cemento y el acero, como de las po-
sibilidades de ejecución de políticas de vivienda en el marco del naciente Estado benefactor.
Hacia 1920, el arquitecto Carlos Ancell intenta instalar el tema por vía de la refor-
ma. “Abaratar la vivienda” es un trabajo pionero vinculado al tema,301 anterior a la acción
de las vanguardias estéticas, representadas en la década del ‘20 por Vautier y Prebisch. La
posición de Ancell apunta a implementar medidas gubernamentales, técnicas y económi-
cas que promuevan y abaraten la construcción de edificios en general, lo cual desde su pers-
pectiva, redundará, con el tiempo y progresivamente en un mejoramiento de la situación
de la vivienda económica. Las principales propuestas contemplan: reducción del costo de
importación y de los fletes de materiales de construcción, disminución de aranceles e im-
puestos para la edificación, reforma del Reglamento de Construcciones, formación técni-
ca elemental para obreros especializados, promoción a industrias para la explotación de
materiales nacionales, etc. Ahora bien, la solución se diseña a partir de la aceptación del es-

301
Carlos Ancell, “Abaratar la vivienda” (fragmentos) en: Ramón Gutiérrez-Margarita Gutman. Vivienda: Ideas y Contradic-
ciones (1916-1956). Colección: textos y documentos de la arquitectura argentina. IAIHAU, Bs. As., 1988, pp. 33-38.

218
Nosotros los Arquitectos

tado de cosas vigente, que es deseable mejorar: si la vivienda es inaccesible al obrero es por
su alto costo, si éste disminuye habrá más interés de los capitalistas en invertir y alquilar
viviendas accesibles para todos. No es posible “ver”, desde esta perspectiva, como necesa-
ria la mediación y participación activa del Estado, ni tampoco la contradicción entre el
abaratamiento y facilitación de la importación de materiales y el desarrollo de la produc-
ción nacional de insumos para la construcción. No considera Ancell como responsabilidad
ineludible de la corporación el hecho de hacerse cargo del problema desde el punto de vis-
ta técnico, sino que estipula como una colaboración tangencial que “… los arquitectos po-
drán dar una nota de altruismo en la tarea de planear casas económicas”…cobrando un
arancel de honorarios diferencial.
El tema de la vivienda obrera había sido objeto de discusión en Congresos de espe-
cialistas en Europa desde el siglo XIX. En sus trabajos, Lecuona plantea el itinerario del de-
sarrollo del debate europeo a través de estos encuentros, nueve en total, desde el primero
en París en 1889 hasta el último en Viena en 1910, señalando la constitución de dos po-
siciones principales: la “francesa” de orientación liberal respecto de la intervención estatal
en la resolución del problema y la “belga”, que propiciaría la creciente participación esta-
tal, con una definida responsabilidad en la construcción de viviendas.302 Nuestros arquitec-
tos conocían, sin dudas, el estado del debate europeo a través de la prensa especializada y
adherían, en los hechos, a la posición francesa.
Desde 1920, el tema de la vivienda económica se incorporó en los temarios de nues-
tros congresos, el de la Habitación y los Panamericanos,303 y la Revista de Arquitectura co-
mo órgano oficial de la corporación publicará esporádicamente los artículos de los socios
Medhurst Thomas, Narciso del Valle y Bercaitz - Falomir. También tendrán lugar, en las
publicaciones de las Actas y crónicas de los Congresos, las ponencias vinculadas con la
construcción de viviendas económicas.
El primer Concurso (1917) convocado por la Comisión Nacional de Casas Baratas 304
había integrado en el jurado a un miembro de la Sociedad Central de Arquitectos y si bien
instaló el tema entre los más reconocidos profesionales, en la Escuela y en la prensa oficial,
fue abordado desde la perspectiva de la tradición académica sin mayores logros, al ser con-
siderado un tema menor y desprestigiado en la corporación, que focalizaba su interés en la
arquitectura monumental. Toda participación “oficial” de la corporación en el tema de la
vivienda económica debe entenderse, hasta promediar la década del ‘30, como un gesto de
“altruismo” por parte de los miembros arquitectos y no como el reconocimiento de que co-
rresponde a una función social específica, sobre la cual existe una responsabilidad ineludi-

302
La denominación de estas dos “escuelas” diferentes para el tratamiento del problema alude a las sedes de realización de los
dos primeros Congresos, el primero en París (1889) y el segundo en Amberes (1894). A estos encuentros siguieron otros
que alternaron sedes francesas y belgas: Burdeos (1895), Bruselas (1897), París (1900), Düsseldorf (1902, Lieja (1905),
Londres (1907) y Viena (1910). Cf. Diego Lecuona. Orígenes del problema de la vivienda, tomo 2, CEAL, Buenos Aires,
1993, pp. 131 y ss.
303
El primer Congreso Panamericano se realizó en Montevideo en 1920 y se llegó a interesantes conclusiones que para la épo-
ca remitían al campo de lo utópico: fomento y apoyo estatal y privado, alternancia de vivienda individual en barrios fa-
briles e industriales y colectiva en los centros densamente poblados, y la obligatoriedad de previa dotación de servicios e
infraestructura a los terrenos para casas baratas. Cf. Ramón Gutiérrez y otros. “Capítulo IV”, Sociedad Central de Arquitec-
tos. 100 años de compromiso con el país, Buenos Aires, 1994, p.108.
304
El concurso tuvo una gran convocatoria con 45 participantes, y canalizó el interés de muchos jóvenes alumnos y egresa-
dos que estaban vinculados al movimiento reformista universitario. Se realizó una gran exposición con los proyectos en el
Museo de Bellas Artes, en Plaza San Martín.

219
Silvia Augusta Cirvini

ble del gremio. El habitus académico opera como límite para poder hallar soluciones.
En 1931, la Sociedad Central de Arquitectos promociona desde la Revista de Arqui-
tectura, un servicio gratuito de proyectos y dirección de obras por parte de los socios, para
toda una franja de la población que no tiene recursos para contratar un profesional, miem-
bro de la entidad. Se elabora y aprueba entonces un reglamento que estipula tanto las con-
diciones del solicitante como las características generales de la vivienda por construir.305 La
convocatoria fue un fracaso, a pesar de la difusión que le dio todo el periodismo, en un
año se recibieron sólo dos solicitudes que no llegaron a concretar la obra. ¿Qué pasó? Para
la Sociedad, la explicación estaba en la crisis que afectó el empleo y el crédito, pero es cla-
ro que hay fronteras invisibles entre los actores de este intercambio y que no es posible
mantener una comunicación eficiente entre puntos tan distantes en el mapa social: el he-
cho pone en evidencia que la diferencia de “habitus” como principios de visión pone una
distancia simbólica insalvable entre el obrero o empleado y el socio altruista.
En 1932, la Revista de Arquitectura inaugura una sección permanente sobre “Casas
económicas”, que apunta a un sector social de clase media con presupuestos un poco por
encima de los señalados para el servicio gratuito (entre 10.000 y 30.000 $ m / n). Para la
Sociedad de Arquitectos, habituada a los clientes importantes y la arquitectura monumen-
tal, éstas podrían ser viviendas económicas, pero en general no era así, estaban ajustadas a
pequeños lotes pero elaboradas desde la misma matriz conceptual del eclecticismo y del
pintoresquismo. Sólo Vilar, Sacriste y González Pondal publican obras en esta sección den-
tro del racionalismo.306

3.3.3.2. DE LA CRÍTICA A LA PROPUESTA

Si el camino señalado por la Sociedad Central como núcleo representativo de la po-


sición que hegemonizaba el campo, era el altruismo y la inversión privada, en la década del
‘20 aparecen otras voces, ligadas por lo general a las vanguardias estéticas o al cooperativis-
mo, que plantean otras alternativas.
En 1924 se publica en la Revista de Arquitectura el “Ensayo de estética contemporá-
nea” de Alberto Prebisch y Ernesto Vautier,307 donde se expone el proyecto de una ciudad
azucarera en Tucumán inspirada en el modelo de la cité industrielle de T. Garnier. El ca-
rácter utópico de la propuesta engloba lo arquitectónico y lo urbanístico, en la búsqueda
del restablecimiento de la armonía y del equilibrio perdido con la industrialización. Es una
solución innovadora en muchos sentidos (técnico, estético y simbólico), sin embargo no
era, como se podría afirmar en una evaluación superficial, una copia del modelo francés.

305
Se estipulaba, por ejemplo, que el solicitante debía ser obrero o empleado, con ingresos mensuales no mayores a 350$
m/n, que debía tener el terreno y la obra no debía superar los 12.000 $ m/n. Por sorteo se determinaría qué socio debía
ocuparse del proyecto y las visitas a obra se harían con socios aspirantes, alumnos de la Escuela. Cf. Margarita Gutman,
“1931, Ajuste de rumbo” en, Ramón Gutiérrez y otros. “Capítulo IV”, Sociedad Central de Arquitectos. 100 años de com-
promiso con el país, Buenos Aires, 1994, p. 126.
306
Cf. Margarita Gutman, “1931, Ajuste de rumbo” en, Ramón Gutiérrez y otros. “Capítulo IV”, Sociedad Central de Ar-
quitectos. 100 años de compromiso con el país, Buenos Aires, 1994., p.128.
307
Ver lo referido a la trascendencia de este artículo en el punto 3.1.6 Posiciones sostenidas en el período…, en este mismo
capítulo.
308
Graciela M. Viñuales, “El pensamiento católico y la cultura en la trayectoria de Alberto Prebisch”, en AAVV, Alberto Pre-
bisch. Una vanguardia con tradición, Cedodal, Buenos Aires, 1999, pp101/112.

220
Nosotros los Arquitectos

La ciudad azucarera tiene capilla, como lo señala G. Viñuales, y no es un detalle menor ha-
ber considerado un elemento que constituye un hito en la vida de los poblados del Noroes-
te argentino.308 En el diseño de las unidades de vivienda se alternan seis tipos diferentes,
que se integran en escala y morfología al trazado general y constituyen un verdadero “ejer-
cicio de estilo”, soluciones que más tarde retomarán en el Concurso de viviendas munici-
pales “Los Andes”.309
En 1927, Fermín Bereterbide presenta una ponencia 310 sobre el tema en el II Con-
greso Panamericano de Arquitectos que se realiza en Buenos Aires. Es un trabajo eminen-
temente técnico donde los aspectos estéticos son dejados de lado en mérito de considerar
una serie de variables que conforman el saber disciplinar constructivo, morfológico, distri-
butivo, técnico de esta nueva tipología de edificios como era la vivienda económica. La po-
sibilidad de disminuir costos está vinculada a un buen proyecto en donde “se elimine lo
superfluo” y se optimice al máximo la superficie cubierta, y finalmente, a una buena cons-
trucción que garantice durabilidad y fácil mantenimiento. “Standarizar” y “simplificar” son
las consignas principales a las que debe sujetarse el diseño, desde la disposición general has-
ta la organización y ubicación de las instalaciones. También, advierte Bereterbide que nues-
tro “espacio mínimo” para las viviendas económicas ha de ser mayor que para las europeas
por el predominio de las familias numerosas. Desde una visión eminentemente pragmáti-
ca no da mayor importancia a la debatida oposición: casa colectiva / casa individual, elec-
ción que dependerá, según Bereterbide de distintas variables, por lo general extra-arquitec-
tónicas, a ponderar en cada caso.311
En 1933, un artículo en “Nuestra Arquitectura” firmado con las iniciales C.S.S. po-
ne en descubierto, en un acto casi ingenuo de denuncia social, cuál era, a esa altura del si-
glo, el nudo del problema de la vivienda: el carácter especulativo en lugar de su considera-
ción como bien de uso.312 La construcción de casas de renta había tenido, desde la segunda
década del siglo financiación pública, restringida recién a partir de 1947; la gran mayoría
de los arquitectos de mayor éxito y prestigio, tenía en este campo un interés profesional di-
recto. El autor critica con lucidez el nefasto mecanismo de construir para lucrar, operando
sobre lo urbano sin planificación y con criterios orientados por la especulación, lo que con-
duce a un despilfarro de recursos públicos en infraestructura, servicios y equipamiento.313
Con un claro discurso anticipatorio de la necesidad de una política de planificación masi-
va del problema, plantea que el alojamiento debe ser considerado un servicio público, el
cual, si no puede cubrirse totalmente con la acción privada debe ser atendido por el poder
gubernamental que también debe necesariamente intervenir en el mercado de tierras urba-

309
Con relación al análisis de la ciudad azucarera aconsejamos consultar el completo artículo de Alicia Novick, “La ciudad
como arquitectura: la Cité Azucarera de 1924”, en: AAVV, Alberto Prebisch, una vanguardia con tradición, Cedodal, 1999,
pp. 59-71. En el la autora define a los “ejercicios de estilo” como la etapa desarrollada entre 1924 y 1930 de depuración
y adaptación, tanto en los proyectos como en los escritos, de ideas tomadas de múltiples referentes para constituir una
oposición a la posición dominante del campo.
310
Fermín Bereterbide, “Viviendas económicas”, en Actas y Trabajos del III Congreso Panamericano de Arquitectos, Publicación
oficial, Buenos Aires, 1927.
311
Cf. Margarita Gutman, Comentario acerca de la Ponencia ya citada en: Ramón Gutiérrez-Margarita Gutman. Vivienda: Ideas
y Contradicciones (1916-1956). Colección: textos y documentos de la arquitectura argentina. IAIHAU, Bs. As., 1988, p 46.
312
CSS, “La vivienda y el sentido común”, en Nuestra Arquitectura, Nº 52, noviembre de 1933, pp. 111-112.
313
Cf. Comentario de Ramón Gutiérrez al artículo citado, en: Ramón Gutiérrez-Margarita Gutman. Vivienda: Ideas y Con-
tradicciones (1916-1956). Colección: textos y documentos de la arquitectura argentina. IAIHAU, Bs. As., 1988, p. 56.
221
Silvia Augusta Cirvini

nas. Obviamente, nadie estaba dispuesto a escuchar esto en la década del ‘30 en Argenti-
na; nos preguntamos, ¿quién era este anónimo C.S.S.? Es muy probable que no fuera ar-
quitecto por dos razones, por un lado, porque el tipo de discurso no es técnico sino polí-
tico e ideológico, y por el otro, el implícito desconocimiento de las reglas del campo que
no permitían, ni siquiera desde las fronteras de la vanguardia, hablar a la corporación de
este modo tan directo y sin eufemismos.
Wladimiro Acosta afirma en 1932 que las “viviendas baratas” constituyen el 95% de
la edificación europea de la posguerra. La tarea doctrinaria en la que el papel pedagógico
de la revista Nuestra Arquitectura queda estipulado, está resumida en el lema: no basta con
cambiar el exterior sino que “hay que cambiar el concepto de la vivienda”. Los editoria-
les de W. Hylton Scott dan cuenta de la evolución del problema habitacional, particular-
mente en Buenos Aires, pero con permanentes referencias al alcance nacional y al encua-
dre internacional del tema. El déficit, los caminos para superarlo en medio de la crisis que
afecta a la industria de la construcción en esos años, la crítica de la acción estatal, etc. son
algunos de los puntos que recurrentemente aborda la revista.
En septiembre de 1934, el Nº 62 de Nuestra Arquitectura está dedicado al tema de
la “vivienda popular” con una compilación de diferentes artículos, entre los que se desta-
can: el de E. Vautier donde realiza una crítica del Reglamento de construcciones con re-
lación al tema, el de A. Vilar, quien aborda las dificultades de la práctica de las expropia-
ciones, y los dos de W. Acosta, en los que formula una caracterización general del
problema en el primero y una evaluación crítica de las políticas estatales sobre el tema y
de los logros alcanzados, en el segundo.
En el artículo general, Acosta desarrolla lo que considera una de las dificultades cen-
trales que ha llevado a la situación presente: el desinterés de la corporación en resolver un
problema nuevo con criterios nuevos. Da una explicación desde el materialismo históri-
co, calificando el desinterés como una “actitud clasista” del arquitecto y a la Academia en
el referente disciplinar del arte burgués:
“Los sociólogos e higienistas han sido los primeros en denunciar la gravedad de este pro-
blema, que para los arquitectos –con pocas excepciones– pasaba inadvertida. El arqui-
tecto, en su mayoría representante de la burguesía, dedicaba toda su actividad profesio-
nal a los problemas arquitectónicos de la clase rica. Muy rara vez se dignaba ocupar de
la vivienda de la clase media, y casi nunca contemplaba la situación catastrófica de la
casa obrera. A esta actitud clasista del arquitecto, se añadía la falsedad y confusionismo
(sic) “estético” de la enseñanza académica, que condujo a la arquitectura del último si-
glo a una decadencia completa. Del divorcio entre el tema y la solución, entre la fun-
ción y la forma, derivaron los esquemas muertos llamados “estilos” –tipos de disfraz his-
tórico del edificio–. La vivienda se concebía, académicamente, como una
monumentalización de su dueño. Claro está que, en estas circunstancias, la casa obrera
no era bastante pomposa como para figurar entre los temas arquitectónicos oficiales. El
arquitecto se iniciaba profesionalmente como retrógrado y conservador; estéticamente
vivía en el pasado, lo que le quitaba la clara visión de las condiciones técnicas y socia-

314
Wladimiro Acosta, “Vivienda mínima. El problema cardinal de la arquitectura contemporánea”, en Nuestra Arquitectura,
Nº 62, septiembre de 1934, p. 42.

222
Nosotros los Arquitectos

les del presente. Resistía a cualquier tentativa de reforma técnica porque veía en ella la
profanación del “arte elevado”.314
Es elocuente señalar que el autor emplea como estrategia discursiva llevar al pasado
hechos y circunstancias que son del presente, y que de otro modo no podría condenar.
Acosta destaca la acción, “a escala universal”, que se ha intentado desarrollar a partir
de los CIAM (Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna) desde 1928, para so-
lucionar el problema de la vivienda “proletaria”. Describe la tarea intensa que Europa ha-
bía desarrollado en la materia, durante la década anterior, en donde se combinaba la ac-
ción de empresas privadas, cooperativas y gobiernos municipales. Son soluciones de gran
número: “48.000 pequeños departamentos” en Viena, “10.000 viviendas baratas” en
Frankfurt, colonias de avanzada como la proyectada por Le Corbusier en Pessac - Bordeaux
o construcciones de tipo experimental como las de Berlín y Stuttgart. Dice Acosta: “Los
arquitectos acopian, de esta manera, vasta experiencia en la materia”.
Es precisamente toda esa experiencia procesada la que Acosta se propone explicar,
analizar, demostrar, difundir: superficies mínimas de las unidades de vivienda según el nú-
mero de habitantes, asoleamiento, coeficientes de eficiencia de los locales, características
del equipamiento y los servicios, agrupamiento, forma y distribución del trazado de los
conjuntos, etc. La arquitectura tiene, desde la vanguardia moderna, una función pedagó-
gica ineludible, la vivienda obrera no sólo debe permitir desarrollar la vida en su interior
sino que debe inducir una vida sana, “enseñando” a sus usuarios a disfrutar de las ventajas
del confort que antes no tenían:
“En la institución del programa de la vivienda mínima se ha tenido en cuenta la proba-
ble ignorancia del uso de la vivienda moderna y sus artefactos por las gentes que antes ha-
bitaban viejas habitaciones. Se procura modificar esta situación editando revistas especia-
les, folletos y hasta dictando cursos para los habitantes de estos núcleos de casas.” 315
La tarea pedagógica en materia de vivienda comprende, para Acosta, tanto a usuarios
como a proyectistas. Por su situación marginal respecto de las asociaciones corporativas e
instituciones académicas oficiales, este profesor de vocación encuentra una alternativa crea-
tiva que le permite enseñar lo que sabe. En 1939, un aviso en la revista “El Arquitecto
constructor” promociona un curso sobre “vivienda obrera”, que dicta W. Acosta en un
“Colegio Libre de Estudios Superiores” que él mismo dirige en Buenos Aires (recordemos
que hasta 1957 Acosta no tendrá su cátedra de diseño en la Facultad de Arquitectura de la
UBA). Es elocuente el temario que se publica, en donde se propone desarrollar aspectos
históricos, técnicos, disciplinares y sociales del problema de la vivienda obrera.316
La línea editorial de la revista Nuestra Arquitectura es redundante y coherente con la po-
sición de los articulistas, refuerza el mensaje y otorga homogeneidad a las distintas posicio-
nes de las vanguardias. Encuadra en tiempo presente el papel que debe cubrir la profesión:
“La función del arquitecto se ha extendido, se ha complicado. Ya no es más el “maitre ma-
çon” que cumple con su deber al levantar el palacio que satisfaga el gusto refinado del rey
o del príncipe; y pronto tampoco podrá limitarse a ser un profesional que tiene éxito siem-

315
Wladimiro Acosta, Ibídem, p. 47.
316
Cf. El Arquitecto constructor, Nº 572, Buenos Aires, octubre de 1939.
317
W. Hylton Scott, “Responsabilidades nuevas”, en: Nuestra Arquitectura, Nº 59, junio de 1934, p. 370. (El destacado es
nuestro).

223
Silvia Augusta Cirvini

pre que asegure renta a su cliente; los problemas de hoy son de orden general, de orden
colectivo”.317 (SC)
Enlaza los principales aspectos del problema de la vivienda (gran número, standardi-
zación, industrialización) cuando especifica los nuevos términos en los que debe resolverse:
…“no se trata de levantar algunas casas, cada una según un plan aislado, sino de levan-
tar millares de casas de acuerdo a un solo plan único; no se trata ya de amoldarse a las
deficiencias de la ciudad, sino que ha llegado la hora de corregirlas, (…) no se trata ya
de aprovechar los diversos materiales heterogéneos (…) sino de utilizar nuevos materiales
y unificar los viejos, standarizándolos, para permitir que también la construcción se in-
dustrialice y pueda abaratar el producto, en este caso la vivienda”.318 (SC)
Los editoriales de Hylton Scott también están dirigidos a evaluar la acción del Esta-
do nacional a través de la Comisión Nacional de Casas Baratas (CNCB), apuntando a de-
sarticular el discurso oficial de que el problema de la vivienda “tiene solución fácil en el
país”. Demuestra con datos contundentes que la demanda por cubrir (100.000 unidades)
con el ritmo de producción en 20 años de la Comisión (500 unidades), lleva a pensar que
“el problema quedará sin solución indefinidamente”.319
Los resultados de la esperada complementariedad entre acción privada y acción estatal
son analizados en otro artículo del número especial dedicado al tema. La iniciativa privada es
evaluada por Acosta a través de la acción de la “Cía. de Construcciones Modernas”, que ha-
bía construido en la década del ‘20 barrios enteros en Buenos Aires (Barrios Mitre, Nazca,
Bonorino, Varela, Liniers, etc.). Estas casas estaban orientadas a los ingresos y expectativas de
la clase media y no a la clase obrera, además de ser una respuesta anacrónica, plagada de erro-
res técnicos y con “pretensiones de estilo”, según la crítica de las vanguardias: crítica tipoló-
gica y funcional, falta de adecuación a la solución del problema y nula o ineficiente media-
ción profesional. Una evaluación similar recibe la labor de la CNCB, que en la práctica,
según Acosta, ha desvirtuado los fines para los que fue creada. Además del diseño y el costo
de las obras proyectadas y realizadas, se señala el error que sostiene la Comisión en su decla-
ración de principios: preferir la casa individual en propiedad a la colectiva en alquiler:
“En todo el mundo civilizado se ha establecido que las necesidades de la clase proletaria
pueden ser satisfechas únicamente mediante la edificación de grandes casas colectivas, con
máxima centralización de servicios domésticos, mediante unión de los jardines particula-
res en grandes espacios verdes públicos (…) [la casa individual con jardín]… “ha sido
completamente desechado como resultado de los estudios y experiencias realizadas (…) La
casa individual determina también la individuación de los servicios domésticos, lo que
aumenta los gastos y la pérdida de energía y el cuidado del jardín agrega un trabajo más
a la dura jornada del obrero y su familia. Además la venta de la casa en lugar de su lo-
cación implica una forzosa elevación de la cuota mensual y desde el principio la coloca
fuera del alcance del obrero”.320
Según los análisis de W. Acosta, las viviendas que construye la Comisión (pone de
ejemplo el Barrio Cafferata) cuestan, en relación con el salario obrero, tres y cuatro veces

318
W. Hylton Scott, Ibídem, (el destacado es nuestro).
319
W. Hylton Scott, “Alrededor de la CN de CB”, en: Nuestra Arquitectura, Nº 64, noviembre de 1934, p.118.
320
Wladimiro Acosta, “La vivienda obrera en Buenos Aires”, en: Nuestra Arquitectura, Nº 62, septiembre de 1934, p. 57 y ss.
321
W. Acosta, Ibídem, p.61.

224
Nosotros los Arquitectos

lo admisible según normas de otros países y mucho más de los que cualquier obrero pue-
de pagar como alquiler en Buenos Aires: “Por consiguiente, en las viviendas construidas
por la Comisión…, vive cualquier clase de habitantes, excepto obreros. Muchos inquilinos
tienen teléfono y algunos automóviles…”.321
Es elocuente comparar los discursos de Selva en 1904, referidos al desplazamiento
que consigue el higienismo de los conventillos del centro a los de la periferia, y el de Acos-
ta en 1934, acerca de la acción de la Comisión y sus efectos sobre la realidad social y ur-
bana… ¡Y han pasado treinta años!:
“En realidad, ocurre lo siguiente: se demuelen los viejos conventillos y en su lugar la Co-
misión erige casas nuevas, pero no para los obreros desalojados del conventillo, sino para
gente de nivel económico mucho más elevado. Así, el ex-habitante del conventillo demo-
lido por la Comisión no tiene otro remedio que mudarse a otro conventillo o tipo de vi-
viendas similar, más lejos del centro y que le resulta, quizá, peor aún que el primero. Del
punto de vista sociológico, la actividad de la Comisión puede sintetizarse como desplaza-
miento sistemático del proletariado urbano desde el centro hacia la periferia”.322
Con relación a la experiencia acumulada por esta entidad estatal después de 19 años
de funcionamiento continuo, Acosta afirma que es “técnicamente nula y socialmente per-
judicial”, más aún, si se toma en cuenta las ventajas en cuanto a recursos y continuidad,
respecto de cualquier otra institución similar europea. Ahora bien, cuáles son los aspectos
centrales de la crítica arquitectónica y técnica que se realiza a la labor de la Comisión:
• No se han considerado datos demográficos de la composición e ingresos de la cla-
se obrera.
• No se ha tenido en cuenta el “factor climático y la orientación”, adoptando tipo-
logías que no concuerdan, en este caso, con el clima de Buenos Aires.
• No se ha aprovechado la experiencia europea en lo relativo a la racionalización en
el uso del espacio construido, el abaratamiento de los costos, y el uso de nuevos
materiales y nuevas tecnologías.
La alternativa de casa de alquiler o casa en propiedad y la oposición entre colectiva e
individual es tratada en la prensa especializada. Mientras que la opción entre alquiler y pro-
piedad remite a cuestiones económicas, urbanas, laborales, de financiamiento, etc., la que
se plantea entre la vivienda individual o colectiva recibe un tratamiento de los aspectos téc-
nicos en la prensa: el costo de las unidades, el abaratamiento de servicios, infraestructura,
instalaciones, etc., inclinan la balanza entre los arquitectos de la vanguardia por la vivien-
da colectiva, de la cual la experiencia europea daba cuenta de su éxito para solucionar
“grandes problemas”. Sin embargo la tarea de imposición tipológica que había rubricado
la Comisión Nacional de Casas Baratas, pero que había sido iniciada por el higienismo en
el XIX, había dado sus frutos, lo cual sumado a la fuerte movilidad social de una franja im-
portante de los sectores populares y medios habían consolidado como aspiración y meta la
casa individual en propiedad. La vivienda colectiva estaba asociada en el imaginario, como

322
Ibídem.
323
Cf. Ana Lía Chiarello. “La vivienda popular del peronismo: el chalet californiano 1943-1955”, Separata del Undécimo
Congreso Nacional y Regional de Historia Argentina, Córdoba, septiembre de 2001.
225
Silvia Augusta Cirvini

representación social, a la idea de un alojamiento transitorio (tal como eran el hotel de in-
migrantes o el conventillo), hasta alcanzar la meta de la vivienda propia. También, la vi-
vienda colectiva fue hasta la década del ‘40 denostada por la ideología liberal que hegemo-
nizaba la política argentina, con el apelativo de “colmenas comunistas y socialistas”.323
Según la revista Nuestra Arquitectura, la ineficiente tarea de la CNCB, “que es la cor-
tina de humo que salva las apariencias e impide ver que no se hace nada”, torna más evi-
dente la necesidad ineludible de la participación estatal.324 Y queda clara la posición de los
técnicos de la vanguardia: que la intervención estatal no es “caridad” sino “obligación”, co-
mo lo es la educación pública por ejemplo, lo que no significa que la acción gubernamen-
tal haga competencia a la actividad privada, sino que ésta indirectamente se favorece al mo-
vilizarse la industria de la construcción; tampoco significa que el Estado se debe convertir
en constructor, sino planificar, ejecutar y financiar.325
Antonio Vilar, otro referente en la materia, evalúa en 1936 el estado del problema
con extrema claridad y una alta dosis de valentía. Denuncia, entre otras cosas, que los
conventillos más miserables son de personas “pudientes”, que existe una gran inversión en
obra pública, en armamentos (¡!), en exposiciones, monumentos, escuelas y hasta hospi-
tales, con sumas millonarias y no se atiende “la vivienda de los pobres” con mucho me-
nor gasto, cuya solución debería ser previa y permitiría ahorrar grandes sumas en asisten-
cia social. Vilar remarca el necesario cambio de mirada del problema, no ya desde el
higienismo irracional que pretende desalojar y demoler conventillos como si eso fuera so-
lución, o el altruismo de la iniciativa privada, o la simple acción orientadora de la CNCB
que esperaba ser un estímulo para particulares e instituciones, o el cooperativismo como
voluntad colectiva de grupos… Su diagnóstico es preciso y no parte de la ingenuidad ni
de la buena voluntad:
“El fracaso de la acción privada, (…) ha hecho comprender de manera terminante que
este fundamental problema de la vivienda popular (…) es una verdadera función públi-
ca. No puede ni debe ser nunca un negocio. No es un problema de emergencia o tran-
sitorio porque nuestra condición natural le sacará el cuerpo siempre que pueda. Es de un
volumen que excede las posibilidades de la acción privada”.326(SC)

3.3.3.3. 2º ETAPA: CONCLUSIONES PARCIALES

Hacia mediados de la década del ‘30, y más aún en la del ‘40, hay mayor consenso en
el debate ideológico y político del país, acerca de la necesidad de solucionar el problema ape-
lando a otras vías, no ya al altruismo y la filantropía, con un papel protagónico del Estado,
un reconocimiento del derecho social a la vivienda, lo que muestra definitivamente, los lí-
mites de las estrategias planteadas a partir del país liberal conservador, desde fines del XIX.
El problema de la vivienda económica no puede solucionarse a través de la inversión
privada prioritariamente, tal como propiciaba la Sociedad Central de Arquitectos ni como
establecía la Ley 9677, creando la CNCB, porque existe una contradicción básica, señala-

324
W. Hylton Scott, “El problema de la vivienda popular”, en: Nuestra Arquitectura, Nº 74, septiembre de 1935, p. 42 y ss.
325
W. Hylton Scott, “La vivienda del pueblo”, en: Nuestra Arquitectura, Nº 87, octubre de 1936, p. 360 y ss.
326
Antonio Vilar, “Consideraciones sobre el problema de la vivienda económica”, conferencia leída en el Rotary Club de Bue-
nos Aires el 26-08-1936 y publicada en La Habitación Popular, Nº 14, enero de 1938, pp. 16 a 22. El destacado es nuestro.

226
Nosotros los Arquitectos

da por los análisis de todos los estudios realizados sobre el tema, entre el lucro que se espe-
raba de una inversión inmobiliaria y los escasos márgenes de ganancia que podía brindar
la vivienda económica. Tanto el crédito –subsidiado por el Estado– como el del interés ra-
cional de la ganancia de los inversionistas están desplazados hacia la construcción de “ca-
sas de renta” que a lo sumo cubren la demanda de alquiler de importantes sectores de la
clase media.
En el desarrollo del debate, la prensa especializada está claramente posicionada:
• La Revista de Arquitectura, publicación oficial de la Sociedad de Arquitectos, sostie-
ne con insistencia que el problema debe resolverse por vía de la iniciativa privada,
y apoya la gestión orientadora de la CNCB. Solamente invita a sus socios, de ma-
nera bastante ambigua y amplia, a sumarse a la resolución de este problema con
propuestas que en primer lugar apelan al altruismo de los profesionales y a la filan-
tropía de los inversores, y que luego apuntan al abaratamiento de la construcción
para poder indirectamente promocionar la inversión en viviendas económicas.
• La revista El Arquitecto sostiene una posición similar a la anterior publicación, sin
embargo, es más heterodoxa en su posición editorial y sus colaboraciones, por
cuanto tiene mayor independencia al no ser órgano oficial de la corporación.
• La revista Nuestra Arquitectura desde 1931 asume el papel central de la crítica tan-
to al interior de la corporación, por el atraso en la resolución técnica y estética de
la vivienda popular, como hacia el exterior, por la gestión ineficiente del Estado a
través de la CNCB. Durante toda la década del ‘30, esta labor es intensa y pro-
ductiva como ya se ha señalado. A comienzos de la del ‘40 hay un repliegue de la
actitud de debate de la década anterior y desaparece completamente durante la dé-
cada de gobierno justicialista.327
• Las revistas de circulación entre profesionales de una segunda línea, constructores
de oficio y gremios anexos, como El Arquitecto Constructor y la Revista del CAC-
YA, apuntan a la difusión de modelos de vivienda económica individual, apuntan-
do a un público ampliado pero orientado hacia la estrategia, ya consolidada, de la
“autoconstrucción” de la vivienda propia.

3.3.4. 3º ETAPA: La vivienda popular como problema político y derecho social


3.3.4.1. ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DE LAS POSICIONES SOBRE EL TEMA

Si bien esta etapa excede los límites temporales de este trabajo y el tratamiento de la
“década justicialista” es complejo y requiere de un marco más amplio de análisis, no pode-
mos dejar de mencionar ciertos tópicos vinculados al tema vivienda, que, aludidos o elu-
didos por la prensa especializada, son indicadores elocuentes de las luchas al interior del
campo disciplinar y particularmente de su relación con el poder político.
En primer lugar no puede omitirse, a partir de la producción alcanzada, que el saldo
de este período, en toda una gama de obras de interés social incluida la vivienda popular,
fue único en la historia del país, alcanzó cifras récord de inversión y de solución de situa-

327
Ver el capítulo II sobre las Revistas, el cambio de rumbo que describe esta publicación en una clara actitud de negación
de una realidad que les resulta inadmisible e inaceptable.

227
Silvia Augusta Cirvini

ciones deficitarias. De acuerdo con las investigaciones realizadas de este período, desde la
creación de la CNCB en 1915 hasta 1945 se construyeron por iniciativa estatal cerca de
1100 unidades de vivienda, mientras que en la mencionada década justicialista se llegó a
la cifra de 500.000 viviendas construidas, directa o indirectamente con apoyo estatal, en
todo el país, lo que significaba un tercio del parque habitacional existente entonces.328 Den-
tro de esta política, el Banco Hipotecario Nacional que en 60 años (desde su creación en
1886) había otorgado créditos para la construcción de 20.000 viviendas, entre 1946 y
1950 financió 135.000 unidades; y en 1952 la inversión del Estado en vivienda alcanzó el
índice más alto de la historia del país (5,9 del PBI).329
En segundo lugar, es significativo advertir la recepción que tiene la política oficial ha-
bitacional de esta década, cómo se articula la acción de los emprendimientos del Estado,
particularmente la solución de la vivienda, con los distintos temas de interés que ocupan a
la corporación de los arquitectos y con las posiciones activas entre los ‘40 y los ‘50. Es de-
cir, cómo asumen los diferentes actores que el problema, que había sido bandera del gre-
mio durante una década, está en camino de resolución.
El campo disciplinar está definido, durante esta década, por un conjunto heterogéneo
de actores, con posiciones diferentes que han logrado coexistir, más autónomo pero menos
articulado al poder político que en épocas de auge del liberalismo conservador y con grupos
que en lo disciplinar, representan posiciones y propuestas diferentes. Por un lado está la So-
ciedad Central de Arquitectos que como veremos a continuación tuvo en el tema vivienda,
durante este período, una posición muy sesgada por el interés de sus socios. Es decir es una
posición de escasa colaboración en la práctica a la política oficial de vivienda, en particular
durante el primer período de gobierno. Sin embargo, como entidad gremial logra sostener
un equilibrio conveniente con el poder político, que le permite, por ejemplo promover la
sanción de la Ley que convierte la Escuela de Arquitectura en Facultad en 1948. Por otro
lado, están los herederos de las vanguardias de los años ‘30, una segunda generación de “mo-
dernos” que toma distintos caminos, desde el desinterés por la política oficial de vivienda y
en general por el papel planificador que asume el Estado en relación con la arquitectura pú-
blica, hasta un acercamiento selectivo, a partir de la convocatoria del gobierno a estudios de
importancia para grandes obras, como el de Mario R. Álvarez para realizar el Teatro Gene-
ral San Martín. La vieja guardia racionalista (Acosta, H. Scott, Bereterbide y hasta Vautier
y Prebisch) oscilan entre el silencio, el exilio voluntario en el extranjero, la actividad priva-
da y hasta la confrontación abierta como Bereterbide, quien sufrirá por su oposición al go-
bierno, una de las sanciones más fuertes que podría aplicarse sobre un miembro de la cor-
poración, la expulsión de la Sociedad Central de Arquitectos.330 Finalmente, están los cada
vez más numerosos arquitectos de la administración pública, compuesta por múltiples or-

328
Cf. María Isabel de Larrañaga-Alberto Petrina, “Arquitectura de masas en la Argentina (1945-1955: hacia la búsqueda de
una expresión propia”, en Anales del Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas “Mario J. Buschiazzo”, FADU,
UNBA, Nº 25, 1987, pp. 107 y ss.
329
Ibídem, pp. 108 y 109.
330
El conflicto es detalladamente explicado por Ramón Gutiérrez en AAVV, Sociedad Central de Arquitectos. 100 años de com-
promiso con el país, pp. 194/195. Sintéticamente, el hecho ocurre en 1947 cuando en una entrega de premios de un Con-
curso auspiciado por la Sociedad, Bereterbide se niega a saludar dándole la mano al presidente de la Nación, Gral. Do-
mingo Perón cuando le hizo entrega de su premio. Por esa razón fue expulsado de la Sociedad. Fue reingresado en 1955.

228
Nosotros los Arquitectos

ganismos, reparticiones y ramas, reestructurada y ampliada durante la década justicialista,


que constituirá un vasto ejército técnico, funcional al proyecto político, y desarrollará como
burocracia y aparato técnico la más vasta labor desde la esfera oficial (de dimensiones, co-
bertura y eficiencia mucho mayor que la del estado liberal del ‘80).
La oposición y resistencia a la política habitacional del peronismo tenía su origen en
años anteriores, cuando el Estado nacional ensayaba distintas medidas intervencionistas y
una planificación centralizada de aspectos clave que se vinculan al tema habitacional.
La Sociedad Central de Arquitectos había sido uno de los tantos actores que al decir
de Vilar “le habían sacado el cuerpo” al problema y si bien como institución no había he-
cho concretamente nada efectivo para hallar una solución, se embarcó en una franca acti-
tud de crítica de la acción de gobierno entre 1944 y 1946, cuando desde la Secretaría de
Estado y Previsión se intentaba cambiar el rumbo de la errática e ineficiente política esta-
tal. El organismo político técnico encargado del tema, que terminaría denominándose en
1946 “Administración Nacional de Vivienda”, fue flanco de ataques en un artículo anóni-
mo en la revista oficial de la Sociedad, en vísperas de las elecciones que llevarían a Perón a
la presidencia.331
En septiembre de ese mismo año, ante la suspensión por 90 días, de la ley de desalo-
jos en la Capital Federal, la Sociedad realiza una declaración desde una posición de defen-
sa de los derechos corporativos, que pone en evidencia la distancia con la que la institución
aborda el tema y en definitiva cómo está posicionada en el conflicto social.332 Es decir, en-
tre los desalojados y los empresarios de la construcción, los arquitectos defienden sus inte-
reses ligados a estos últimos:
“Que no se ha considerado la difícil situación de los numerosos y casi siempre modestos
empresarios e industriales de la construcción, que ven paralizar su trabajo y alterar los
compromisos contraídos con seguras pérdidas que nadie los ayudará a sobrellevar;” 333
Responsabilizan al costo de la construcción de: …“Que la iniciativa privada no pue-
de ofrecer vivienda económica…”, cuando en realidad este argumento encubre que son
otras las inversiones redituables. Finalmente, despliegan una aparente defensa de la corpo-
ración desde el espacio aséptico del conocimiento disciplinar:
“Los arquitectos argentinos, a quienes no cabe en esta emergencia ninguna respon-
sabilidad, (…) ven con pena que un problema de tanta trascendencia no sea encarado
como corresponde (…)
“La Sociedad Central de Arquitectos, segura de las graves consecuencias que a corto pla-
zo habrán de apreciarse, declara que son los Arquitectos los únicos técnicos habilita-
dos por sus conocimientos para estudiar (…) el difícil problema creado…” 334(SC)
Sin embargo, a pesar del evidente desencuentro entre los arquitectos, como colecti-
vo profesional, y la solución diseñada por el justicialismo para el problema de la vivienda,
hay varios aspectos que hacen pensar en resultados que fueron efecto del proceso histórico
habido, y obviamente, no eran conscientes para los actores en ese momento.

331
Cf. S/autor. “¿Qué hay del Plan de Vivienda Popular? A los nueve meses de creada la Administración Nacional de Vivien-
da se debate en inexplicable inercia”, en Revista de Arquitectura, Nº 301, enero de 1946, pp. 44-46.
332
Sociedad Central de Arquitectos, “Informativo Nº 100”, 23-09-1946, en Archivo de la SCA, Buenos Aires.
333
Ibídem.
334
Ibídem. El destacado es nuestro.

229
Silvia Augusta Cirvini

En primer lugar, la acción pedagógica y moralizadora que iniciara el higienismo, de-


sarrollara Selva y Fernández Poblet y Ortúzar a principios del siglo y continuara la CNCB
en torno de la tipología, orientada principalmente hacia la vivienda en propiedad, aislada,
individual y compacta en barrios jardín, termina de fructificar en la obra del primer quin-
quenio peronista (1947-1952). El predominio del “chalet californiano” es abrumador en
los numerosos barrios que se construyen 335 y se convierte en el “chalet argentino”, resulta-
do de un proceso de apropiación y simplificación de un modelo prestigiado y consagrado
por las clases medias y altas, ya arraigado de “manera indeleble al imaginario colectivo co-
mo símbolo de buena vida, de prosperidad, de modernidad”.336 También es el modelo pro-
puesto para el financiamiento de planes individuales, como el difundido Plan Eva Perón,
a través del Banco Hipotecario.
En segundo lugar, el desarrollo de unidades colectivas que permitiesen cubrir una
mayor demanda en menor tiempo y costo, estuvo supeditado a una doble condición. Por
una parte, la consolidación del ideario moderno en los ‘50 también dentro de las oficinas
de la administración pública que permitió desarrollar esta nueva tipología y por otra, la po-
sibilidad que había brindado la aprobación en las Cámaras de la ley de propiedad horizon-
tal en 1948, al poder otorgar en propiedad las unidades de los edificios de vivienda colec-
tiva construidos por el Estado.337
Finalmente, también es necesario advertir que fue en esta década cuando el tema de
la vivienda se unió definitivamente al problema urbanístico y dentro de una planificación
integral fue contemplada junto a otras necesidades y funciones comunitarias, servicios, in-
fraestructura, redes de transporte, etc.
La creación de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo sobre la base de la Escuela de Ar-
quitectura en Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires, selló un pac-
to entre corporación y poder político, donde se establecieron nuevos términos de una re-
lación difícil pero adaptada a los tiempos y a una sociedad de masas.

335
Entre los numerosos ejemplos: Parque Saavedra, Ciudad Evita, Barrio Jardín Lomas del Palomar, Albarellos, barrios de
unidades militares, barrios de gremios y sindicatos a lo largo de todo el país.
335
Cf. Ana Lía Chiarello. “La vivienda popular del peronismo: el chalet californiano 1943-1955”, Separata del Undécimo
Congreso Nacional y Regional de Historia Argentina, Córdoba, septiembre de 2001, p. 8.
335
Se construyen barrios enteros o agregan a los existentes monobloques como los de Los Perales, 17 de Octubre, General
Paz, Simón Bolívar, etc.
230
CAPÍTULO IV
Las prácticas diferenciadoras
(1901-1948)
Nosotros los Arquitectos

1. Las modalidades de la práctica profesional durante


el período 1901-1948
1.1. Introducción

Las prácticas diferenciadoras constituyen un punto de partida y de llegada en la


modelación de un habitus: un punto de partida en la medida que “hacer algo diferen-
te”, no sólo “diferencia”, sino que estructura una forma de ver la realidad; un punto de
llegada en la medida en que el habitus (como principio de visión y de división) promue-
ve prácticas regulares en los agentes de un campo. Es decir, en nuestro caso, toda prác-
tica que diferencia o distingue a los practicantes arquitectos del resto de los agentes, por
una parte, contribuye a consolidar un habitus propio y por la otra, al mismo tiempo, a
alimentar la “illusio” como valor del juego.
Como ya dijimos en otros capítulos, son numerosas las prácticas diferenciadoras
que operaban entre fines del siglo XIX y principios del XX, en el proceso de constitu-
ción del campo disciplinar de la arquitectura. Algunas están asociadas a ámbitos insti-
tucionales específicos, o a espacios concretos de desenvolvimiento de las actividades pro-
fesionales, y otras, que implican dispositivos o mecanismos vinculantes de distintos
espacios. Entre las primeras, están las prácticas del ejercicio “liberal” de la profesión,
asociadas a la vida en los “estudios de arquitectura”, las relacionadas al ejercicio profe-
sional dentro de la administración pública, las actividades docentes o gremiales, asocia-
das a la Universidad o a la Sociedad de Arquitectos. Entre las segundas, están fundamen-
talmente los Congresos específicos de la disciplina sobre los grandes temas de interés y
los Concursos, como práctica netamente diferenciadora de los arquitectos. En este se-
gundo grupo también podemos hallar toda una serie de otros espacios de confrontación
y consagración que, a veces comparten, y a veces disputan, arquitectos con otros profe-
sionales y artistas, donde es posible advertir en las modalidades de participación, los as-
pectos distintivos de los habitus de cada grupo de agentes. Estos espacios eran, por
ejemplo, la Sociedad Científica Argentina, los Salones Nacionales Anuales, las Exposi-
ciones de Bellas Artes, las exposiciones o salones de la Construcción, etc.
Restringimos el análisis sólo algunas de estas prácticas, que pueden ser abordadas
con las fuentes utilizadas y que a la vez son explicativas del proceso de constitución del
campo. Dentro de las primeras, analizaremos las prácticas en los estudios de arquitectu-
ra, asociadas al ejercicio liberal de la profesión y las vinculadas a la relación de depen-
dencia en la administración pública. Dentro del segundo grupo, optamos por el análi-
sis de la práctica de los Concursos frente a los Congresos, tema que si bien puede ser
abordado desde la prensa especializada, requiere del apoyo de las publicaciones especí-
ficas de estos eventos y tiene una amplitud que rebasa los límites de este trabajo. Sin em-
bargo, el análisis de lo que “muestra” la prensa técnica sobre el tema de los Congresos,
nos ha permitido reconocer las particularidades con que intervino cada práctica en el
desarrollo del campo disciplinar. Así, mientras los Concursos operaron como “práctica
diferenciadora” particularmente en la etapa fundacional del campo, los Congresos fue-
ron una referencia permanente que marcaba el horizonte utópico de distintos temas
centrales de la disciplina, por cuanto focalizando la crítica y esbozando la proyectiva, se
anticipaban a la realidad de la producción arquitectónica y urbanística alcanzada en ca-

233
Silvia Augusta Cirvini

da período. Por ello, más que una práctica diferenciadora, los Congresos operan en el
campo disciplinar de la arquitectura como una práctica organizadora de la “illusio” mar-
cando un nivel deseable, un horizonte utópico, una serie de metas por alcanzar en el de-
sarrollo disciplinar. Por otro lado, la participación en los Congresos era una práctica su-
mamente restringida dentro de la corporación, muy distante (y mediada a través de la
prensa especializada) del conjunto de los practicantes y de lo habitual dentro de las prác-
ticas profesionales. Son muchos menos los que participan de ellos que los que conocen,
participan y defienden los Concursos. Esta última es, como se desprende del análisis en
particular del tema, una práctica netamente diferenciadora, que contribuye a forjar, ali-
mentar y reforzar la illusio del campo.

1.2. El ejercicio liberal como componente estructural del habitus

El programa modernizador de principios del siglo XX formulaba una contraposi-


ción entre las profesiones “liberales” y las “comerciales”. La abogacía, la medicina y la
ingeniería fueron las profesiones liberales por antonomasia; tuvieron un papel central
estructurante en la formación y reproducción de la clase dirigente argentina y en el pro-
ceso de constitución del Estado moderno. La arquitectura, desprendida funcionalmen-
te de la ingeniería, quedó sometida a las mismas condiciones articulatorias con el desa-
rrollo social que sostenía esta disciplina. El desarrollo de las profesiones liberales estuvo
ligado estrechamente a la creación y consolidación de las universidades que apuntaron
a cubrir las necesidades básicas de la administración de un país extenso con un vertigi-
noso crecimiento, donde era perentorio cubrir los puestos de un gran aparato burocrá-
tico, técnico y especializado que respaldase el desarrollo de las actividades productivas,
administrativas, de servicio y comerciales.
Ahora bien, ¿Qué rasgos diferenciaban las profesiones “liberales”, de las “comer-
ciales”? Por una parte, unas y otras requerían del practicante dotes y talentos muy disí-
miles, por la otra, el medio de vida que representaba el ejercicio de cada una, estaba me-
diado por valores muy diferentes, requisitos y valores que aún conservan. Las
profesiones liberales suponen la posesión de una serie de conocimientos, generalmente
adquiridos en forma sistemática e institucional y que comprenden el dominio concep-
tual de las leyes de un campo determinado de la realidad (la biología en el caso de la me-
dicina, o la física en el caso de la ingeniería). Para alcanzar su dominio, el practicante
debe poseer, al menos, una cierta capacidad o talento que en algunos casos puede defi-
nirse como “vocación”. Todas las profesiones liberales están vinculadas al desarrollo de
un habitus “universitario”, académico o científico.
Las profesiones relacionadas con la actividad comercial requieren del practicante
menos formación especializada y una capacidad para entender y manejar las reglas de
juego del campo económico donde el “nomos” gira en torno del beneficio económico,
el lucro y la ganancia. La práctica simultánea de la actividad profesional “liberal” y de
la actividad comercial era considerada como conflictiva porque hay una oposición de
“intereses” que no es posible compatibilizar, mientras en la esfera de la actividad comer-
cial “nada es gratuito”, o parafraseando a Bourdieu, “no hay actos desinteresados”, en el
campo profesional de los arquitectos, como en todo campo universitario y artístico se

234
Nosotros los Arquitectos

premia el desinterés (económico), se apoya el altruismo y las recompensas diferidas en


el tiempo.1
Muy sucintamente veremos a continuación cómo se fueron definiendo e impo-
niendo como legítimas, las prácticas asociadas al ejercicio “liberal”, como elementos
constitutivos del habitus de los arquitectos en la etapa fundacional. También se carac-
terizará algunos aspectos del habitus vinculados a los estudios de arquitectura, como
ámbitos de desarrollo y de reproducción de prácticas específicas intra grupales, diferen-
ciadoras y aglutinantes de la identidad.

1.2.1. La actividad en los estudios de arquitectura

El ejercicio liberal de la profesión era el eje medular de la vida laboral de los ar-
quitectos y el estudio era el ámbito “natural” de desarrollo de las tareas. El arquitecto
se ubicaba como “director de orquesta” en la ejecución de su obra, de la cual era a la
vez compositor y artista. Por ello caía bajo su responsabilidad prácticamente todo. En
primer lugar, el resultado artístico del producto arquitectónico (la obra), pero también
la responsabilidad última en la formación técnica de los obreros, la capacitación y re-
conocimiento a sus principales asistentes: los dibujantes, la contribución al crecimien-
to de la “cultura artística” del público en general y finalmente, la crítica arquitectóni-
ca entre los pares para el engrandecimiento y perfeccionamiento de la disciplina.2
El ejercicio liberal de la profesión posibilitaba que, para la gran mayoría, el tra-
bajo en el estudio se prolongase en el tiempo más allá que otras actividades como la
función pública o la docencia. Pablo Hary dice, cuando se jubila como profesor de la
Escuela… “que el lápiz no se escapó de mis dedos, y que sigo creyéndome útil, por lo cual
militaré con vosotros (…) Supliré la inferioridad inherente a los años acumulados con los
recursos que trae la experiencia…”.3
Los dibujantes eran los asistentes indispensables de los arquitectos en los estu-
dios. En los primeros años del siglo XX eran en su mayoría extranjeros, con un mayor
o menor protagonismo en la vida interna de los estudios. En algunos casos eran verda-
deros arquitectos sin títulos o estudios sistemáticos demostrables, que por razones eco-
nómicas, de vínculos o de inserción en la sociedad, no podían instalarse independien-
temente y entonces se ponían al servicio de un arquitecto reconocido, como un
empleado-socio, que trabajaba a la par (o más) que el jefe y lo igualaba en responsabi-
lidades. A partir de su refundación en 1901, la Sociedad de Arquitectos habilitó una
especie de bolsa de trabajo, para publicitar en su sede, la oferta y demanda de puestos
en los estudios. Desde 1904 con la creación de la revista “Arquitectura” se daba difu-
sión a este movimiento del mercado laboral interno de los estudios, a través de la sec-
ción llamada pomposamente “Pizarrón Social”, donde se ofrecían dibujantes y arqui-

1
Esto no significa que el trabajo profesional fuera gratuito, se cobraban “honorarios”, sino que no son las reglas del campo
económico las que rigen en el campo arquitectónico. Otras son las reglas que movilizan a nuestros arquitectos y los hacen
invertir en capital simbólico, prestigio, en docencia, etc. Remitimos para ampliar estas nociones al desarrollo del Capítu-
lo V, el punto V.1. El marco conceptual y metodológico en el análisis del campo.
2
Cf. El Arquitecto, febrero de 1924.
3
Discurso de P. Hary en “Homenaje a Pablo Hary”, en Revista de Arquitectura, Nº 59, 1925, p. 398.
235
Silvia Augusta Cirvini

tectos recién llegados al país, con un detalle resumido de sus aptitudes, formación y mane-
jo de idiomas.4
Aunque no existía un sistema reconocido legalmente, el mercado laboral de los dibu-
jantes se movía con criterios de gremio medieval: de primera, de segunda y aprendices, en
una sucesión de funciones y responsabilidades. En la revista “El Arquitecto” se propone le-
gitimar y reconocer, con la obtención de un título, el proceso de aprendizaje que realiza-
ban en los estudios, a través de la aprobación de un examen de competencia en la Socie-
dad de Arquitectos.5
La relación entre el arquitecto-patrón y el dibujante-empleado era fuertemente jerár-
quica y paternalista. La gran mayoría trabajaba a sueldo, aunque las revistas comentaban
la conveniencia de otorgarles, sólo a los dibujantes de primera, un porcentaje de participa-
ción en las ganancias del estudio, de manera de conseguir involucrarlos con justicia en los
éxitos, pero también compartir con ellos las desgracias, morigerando las crisis económicas
de la falta de trabajo en los estudios.
En 1915, la Sociedad Central de Arquitectos aprueba, (en Asamblea de la institución
del 29 / 07 / 1915) el primer reglamento de ejercicio profesional, una suerte de “código de
honor” de los deberes del arquitecto, emulando el que regía a los miembros de la Sociedad
de Arquitectos de Francia desde 1895.6 Este primer código profesional había sido publica-
do ya en 1905, en Arquitectura 7 apartado de la Revista Técnica y órgano oficial de la con-
solidada Sociedad de Arquitectos, luego de su refundación. En esa ocasión el artículo se
presentaba como una reproducción del reglamento que había sido publicado en el último
Anuario de la “Sociedad Central de los Arquitectos franceses”. Diez años más tarde se
adoptaría como propio en Asamblea de la institución.
Como regla básica queda estipulado que la profesión de arquitecto es “una profesión
liberal y no comercial” y debe ser remunerada mediante honorarios por parte de su cliente,
no pudiendo recibir ningún tipo de emolumentos por parte de empresarios, proveedores,
etc. Tan fuerte y excluyente era esta regla que todo Arquitecto “que se convierte en construc-
tor o dependiente de constructor…, pierde la calidad de Arquitecto”.8 Sin embargo, el hecho
de ser empleado en un estudio de arquitectura no era motivo de pérdida de la condición
de Arquitecto.9 Estas reglas, que pautan fundamentalmente la relación laboral al interior
del grupo, tienden a consolidar las relaciones internas como síntesis de la etapa fundacio-
nal: solidaridad entre colegas, respeto mutuo, consideración con los arquitectos “mayores”
y apoyo a los jóvenes estudiantes o egresados.10
Consideramos muy importante la aparición de este documento, como declaración de
principios que regula el ejercicio profesional, fija las pautas, establece la regla, estipula el

4
Jorge Tartarini, “Capítulo 3 (1901-1915)”, en Sociedad Central de Arquitectos. 100 años de compromiso con el país, Buenos
Aires, 1994, p. 84.
5
Real de Azúa, “Dibujantes de Arquitectura”, El Arquitecto, Vol. VI, Diciembre de 1925, Nº 65, también publicado en la
Revista de Arquitectura, en enero de 1926.
6
Cf. “Código Profesional del Arquitecto”, en Revista de Arquitectura, Nº extraordinario de Octubre a Diciembre de 1915,
pp. 19 / 21.
7
Cf. “Los deberes profesionales del Arquitecto”, en Arquitectura, Nº de febrero de 1905, pp. 192 / 195.
8
Art. 21 del mencionado Código.
9
Art. 22 del mencionado Código.
10
Art. 7 y 8 del mencionado Código establecen obligaciones con los colegas, tanto de “mayor edad” como los jóvenes que
realizan “práctica profesional” en el estudio.

236
Nosotros los Arquitectos

código con el cual han de moverse los arquitectos en el futuro. En gran medida forma-
liza la estructura dentro de la cual se ha ido modelando el habitus profesional en la eta-
pa fundacional. Más allá de la vigencia legal que pueda haber tenido este reglamento, o
de lo punible que haya sido en la práctica la trasgresión a sus reglas, el código es valio-
so en tanto discurso prescriptivo del “deber ser” de la profesión y, en tanto discurso per-
formativo, porque estimulaba la emulación de prácticas específicas orientadas hacia un
perfil ideal.
En los Considerandos del documento, se hace hincapié en la necesidad de delimi-
tar claramente el concepto de la profesión del Arquitecto, en mérito a la “confusión rei-
nante”, de “disipar equívocos y malentendidos”, etc. En el capítulo que establece los
“Deberes del Arquitecto consigo mismo, con los colegas, con los clientes y con los con-
tratistas”, queda clara su ubicación como intelectual / artista, que cobra honorarios por
brindar sus conocimientos y su talento en el proyecto y dirección de las obras. Está de
este modo planteada explícitamente la oposición entre profesión liberal (arquitecto) y
profesión comercial (empresario-industrial).11
Como podrá advertirse, el predominio y la valorización dentro del campo de la
práctica liberal de la profesión se va anudando con otros temas como el cobro de hono-
rarios, dentro de un marco legal de deberes y derechos profesionales, el tema de la pro-
piedad artística sobre la obra, la definición del papel del arquitecto y sus relaciones con
otros actores en el complejo proceso de producción de las obras, etc.
En adelante, cuando la prensa técnica trata el tema de la reglamentación profesio-
nal, los artículos coinciden en que la labor del arquitecto es netamente una locación de
servicios, es decir “Constituye un contrato bilateral o consensual en que uno de los contra-
yentes, el arquitecto, se obliga a prestar un servicio, y el otro contrayente, el propietario, a pa-
gar por este servicio, un precio determinado en dinero, llamado honorario”.12
Es decir, se entiende que la sola aceptación de servicios profesionales obliga a los
comitentes a remunerar con honorarios a los arquitectos. Este aspecto, en apariencia ob-
vio, es importante porque establece la diferencia con los constructores, empresarios de
obras donde lo que se remunera es la realización de una obra, o sea, donde cabe la figu-
ra de locación de obra. Lo que la Sociedad de Arquitectos, como portavoz de la corpo-
ración sostendrá, es que la labor del Arquitecto, aquélla que lo define como tal, es la que
se vincula con el ejercicio liberal de la profesión, canalizada a través del proyecto y di-
rección de las obras, trabajos que se remuneran exclusivamente con honorarios.
En la década del ‘20, la prensa comienza a plantear la función social que cumple la
labor del arquitecto cuando aborda temas como la vivienda popular, por ejemplo, lo que
es percibido como una contradicción desde la práctica liberal con cobro de honorarios,
para una estrecha elite de usuarios. Por ello, esta tarea, ineludible desde lo social, es asu-
mida como filantropía, como un deber de “nobleza obliga”, un compromiso de honor de
aquéllos que tienen más con los que tienen menos, en aras de la armonía de la sociedad.
Para ello se propone un arancel reducido de los honorarios para los clientes de las obras
destinadas a “gentes de limitados recursos” [ya que]… “como profesión liberal que es, debe el

11
Cf. Revista de Arquitectura. Nº extraordinario de octubre, noviembre y diciembre de 1915, p. 19 y ss.
12
Alfredo Coppola, “Reglamentación profesional”, en: Revista de Arquitectura, marzo de 1926, p. 97.

237
Silvia Augusta Cirvini

arquitecto mostrar también su parte de desinterés, así como el médico reduce y hasta renuncia
a su honorario cuando asiste a pobres”.13
En 1928, se realiza un ciclo de conferencias sobre distintos temas de la disciplina y la
profesión, en sede de la Universidad, bajo auspicios del Centro de Estudiantes de Arquitec-
tura. En la sesión inaugural de este ciclo, el arquitecto Real de Azúa propone como tema la
“Iniciación profesional”.14 Con esta disertación se propone mostrar a los alumnos los posi-
bles caminos de la vida laboral por los que podrán optar al finalizar la carrera, las distintas
variantes, en definitiva del ejercicio profesional. La primera opción que señala, la más im-
portante y principal, es la que denomina: “Arquitecto propiamente dicho”, designando así la
tarea del proyecto y dirección de obras de arquitectura. Las condiciones que señala como
necesarias: inteligencia, laboriosidad y relaciones, con un desarrollo de difícil iniciación, muy
dependiente de la habilidad para las vinculaciones sociales, las “relaciones” y de “hacerse co-
nocer” por ejemplo, a través de los concursos. Las otras posibilidades que señala son:
• Empleado profesional, alternativa donde el “éxito es limitado”, y que coloca al pro-
fesional “dentro de una medianía de la que jamás sale”, pero que el autor acepta
como modo de empezar al comienzo de la carrera.
• Profesor, alternativa prestigiosa pero que se considera más bien un agregado hono-
rario a quien ha resuelto la vida laboral de algún modo.
• Empresario constructor, alternativa más aceptada por la corporación, sin la carga ne-
gativa que tenía una década atrás, y de la cual se señala es la más conveniente “pe-
cuniariamente” pero que se aclara, debe ser ejercida en forma independiente de la
de Arquitecto.15
La función de empresario de obras posee siempre, para la corporación de arquitec-
tos, una posición jerárquica inferior, asociada al constructor, al “hombre práctico”, al al-
bañil, a veces con pretensiones inadecuadas. La prensa convoca permanentemente a regu-
lar la ubicación de los lugares en el campo de la construcción de obras, donde cada uno
debe ocupar un lugar y donde el arquitecto disputa el espacio de director general, en el
vértice de la pirámide:
“Lejos, muy lejos de nosotros, la idea de despreciar a los hombres prácticos. Ellos tienen
una misión muy digna y muy propia, como colaboradores de los arquitectos y como empre-
sarios de obras bajo la dirección de los arquitectos; pero no alteremos los papeles: a cada uno
lo suyo. ¡Cosa curiosa! Los verdaderos hombres prácticos, los que valen, los que se vuel-
ven a veces indispensables, son de ordinario los que mejor conocen cuál debe ser su posi-
ción, los que se colocan en su sitio, sin pretender competencias de que carecen.” 16(SC)
Esta ubicación privilegiada de los arquitectos los obliga a asumir responsabilidades en
la formación y orientación del resto de los agentes del campo. En el segundo Congreso Pa-
namericano de Arquitectos (1923) se formularon recomendaciones para propender al me-
joramiento de la capacitación técnica de los obreros, donde a los gobiernos les cabía la res-
ponsabilidad de organizar y sostener escuelas prácticas, y a los arquitectos, a través de sus

13
Narciso del Valle (hijo), “Casas Económicas”, en: Revista de Arquitectura, abril de 1924, p. 97.
14
Artículo sobre el ciclo de conferencias publicado en: Revista de Arquitectura, noviembre de 1928, p. 527.
15
Ibídem.
16
Horacio Terra Arocena, “Reglamentación profesional”, en Revista de Arquitectura, febrero de 1924, p. 45 y ss. El destaca-
do es nuestro.

238
Nosotros los Arquitectos

respectivas asociaciones, de contribuir a la formación y capacitación de obreros y técni-


cos, por medio de la difusión de publicaciones, conferencias, charlas, etc.17
Finalmente, algunas consideraciones en torno del trabajo cotidiano del diseño en los
estudios, modelado bajo el dominio de la “actitud ecléctica”, como lo hemos señalado en
el desarrollo de los debates centrales.
El método de la copia como procedimiento heredado del academicismo tuvo una
prolongada duración en las prácticas profesionales de nuestros arquitectos. Criticado por
unos, defendido con limitaciones por otros, este procedimiento instalado en el habitus
desde el siglo XIX no fue desterrado sino hasta promediar el XX. Los libros o manuales
primero, luego también las láminas y las revistas surtían un valioso material de base para
trabajar en la resolución de proyectos.
Las enseñanzas del Arq. Pablo Hary, arquetipo del profesor académico en la Escue-
la, basadas en el conocimiento y comprensión de los estilos clásicos, apoyaban la utili-
zación de la copia como puntapié inicial de la creación, avalando la hipótesis violletia-
na de que se aprende imitando, o dicho de otro modo, la imitación es el primer paso
del aprendizaje.
Jorge Víctor Rivarola,18 quien había sido un activo integrante del Centro de Estu-
diantes de Arquitectura, publica en 1925 un artículo de neto corte humorístico donde fir-
ma como traductor de un estudiante japonés, autor de un “Manual práctico de dibujo ar-
quitectónico”. Rivarola hace decir al estudiante japonés, quien habría estudiado en
EEUU, que este Manual compendia la “standardización” de todos los planos más utiliza-
dos para todo tipo de edificios, hechos sobre la base de la “copia de planos que los mejo-
res arquitectos estadounidenses han copiado a su vez”. La promoción del “Manual” se
funda en la economía de tiempo y dinero que promete su uso, con láminas “recortables y
plegables” para poder armar, rápidamente y a bajo costo, un edificio adecuado en dimen-
siones y estilo. Este irónico artículo pone en evidencia la vigencia del método de proyec-
tación académico, en los principales estudios y en la Escuela de Arquitectura y el uso (y
abuso) de las láminas y las revistas para la tarea del diseño. Rivarola arremete contra la vie-
ja guardia académica, a la vez que banaliza el concepto de “standardización”, nada menos
que vinculándolo con un país como Estados Unidos.19
Si bien se condena la “copia servil” de láminas y fotografías, no deja de utilizarse co-
mo método en la Escuela, justificado por carecer en nuestro caso de “monumentos” al na-
tural como tenían las principales academias y escuelas europeas. Pero también es una
práctica utilizada en los estudios de arquitectura, y muy asociada al empleo de publica-
ciones de revistas y anuarios. En algunos estudios importantes, los arquitectos contaban
con suscripciones y una biblioteca básica propia; sin embargo, en la mayoría de los casos
y particularmente a partir de la incorporación al mercado laboral de los egresados de la
Escuela, se aumentó la demanda y amplió la utilización de la bien equipada biblioteca de
la Sociedad Central de Arquitectos.20

17
Remitimos al desarrollo dentro del Capítulo III, de los debates sobre “Cultura artística” y “Enseñanza de la Arquitectura”
18
En 1920 había presentado una ponencia en el I Congreso Panamericano de Arquitectos sobre “propiedad artística” junto
a Christophersen.
19
Jorge Víctor Rivarola. “Arquitectura Standard”, en: Revista de Arquitectura, Nº 58, Octubre de 1925, p. 344 a 349.
20
Ver el análisis de su contenido en el capítulo siguiente sobre el Campo disciplinar.

239
Silvia Augusta Cirvini

Esta modalidad de trabajo dentro de los estudios variará en forma significativa, recién
con la difusión de las nuevas prácticas proyectuales vinculadas a la arquitectura moderna
que alterarán radicalmente el habitus de los practicantes. La consolidación de las posiciones
disciplinares asociadas al racionalismo, al funcionalismo y en general a todas las vertientes
del Movimiento Moderno desplazarán progresivamente ciertas prácticas del diseño orna-
mental y decorativo del eclecticismo, que habían perdurado con los historicismos de la “ar-
quitectura nacional”, como la copia y el modelado.21
En 1930, Wladimiro Acosta, desde la vanguardia racionalista, apuntaba su crítica al
método proyectual inculcado en la enseñanza académica, como responsable del atraso y la
crisis en materia arquitectónica:
“Los años de aprendizaje se emplean principalmente en copiar antiguos modelos. Como re-
sultado de la idea falsa de que la arquitectura es un “arte elevado”, independiente de las
condiciones materiales de la época, los grandes monumentos del pasado son juzgados, no
como etapas de la evolución del genio humano y sus posibilidades técnicas, sino como má-
ximas y absolutas culminaciones que deben permanecer como ejemplos destinados a imita-
ción. Así sus elementos (…) se tornan cánones para siempre, no sólo impecables sino tam-
bién únicos” (…)
“El estudio de la historia se resume en decorar los “estilos” (…títulos honoríficos que los es-
tetas inventaron para clasificar los distintos «standards del pasado»)” (…)
“Como consecuencia de ello el arquitecto futuro, durante largos años de estudio, adquiere
erudición pero pierde la concepción intuitiva de la idea y de los conceptos. Y resulta como
si les hubieran torcido el pescuezo para forzarlos a mirar sólo para atrás.”.22
La arquitectura moderna también modificó los procedimientos en el proceso de dise-
ño, buscando racionalizar y sistematizar las etapas, con un control o seguimiento del proce-
so que excedía la labor artística y creativa del arquitecto en el marco del habitus académico.
El primer gran estudio “moderno” según da cuenta la prensa especializada fue el de Alejan-
dro Virasoro, organizado al modo de los grandes estudios norteamericanos.23 En este caso se
conjugaba diseño y producción de las obras, ya que el estudio era también empresa cons-
tructora, lo que evidencia que ya no operaba, de modo taxativo como en los primeros años
del siglo, la sanción sobre los que ejercían profesión liberal y profesión comercial.24 El estu-
dio funcionaba en tres pisos consecutivos de un edificio construido por el mismo Virasoro
(el de la compañía “La Equitativa del Plata”) y tenía 110 empleados (entre los que se halla-
ban 40 dibujantes) y la empresa constructora sumaba 1500 obreros de todos los gremios.

21
Tuve la suerte de conocer al Arq. Daniel Ramos Correas (1898-1992) y de sostener largas charlas con él. En sus años de
estudiante en la Escuela de la UBA había trabajado en el estudio del arquitecto francés Gastón Mallet y recordaba haber
participado en la preparación de la detallada documentación de la ornamentación del chalet “Atlántida” en Mar del Plata.
También relataba, como práctica olvidada en la profesión, la dedicación que él mismo había tenido al modelado en arci-
lla, escala 1:1, de los motivos ornamentales de sus primeras obras, como la Casa Arenas o la Compañía La Mercantil An-
dina, en Mendoza, resueltos en renacimiento español, vertiente neoplateresca. Luego del trabajo en arcilla, se realizaban los
correspondientes moldes de yeso con los cuales era posible colar por partes los magníficos remates de azoteas y aberturas
que lucen aún hoy esos edificios.
22
Wladimiro Constantinowsky (Wladimiro Acosta), “La crisis arquitectónica”, en Nuestra Arquitectura, Vol.2, Nº 15, Octu-
bre de 1930, p.591.
23
Cf. “Una organización modelo”, en Nuestra Arquitectura, Año 1, Nº IV, noviembre de 1929.
24
En 1926, sólo tres años antes de la elogiosa publicación sobre la empresa de Virasoro, Coni Molina esgrime como condi-
ción objetable el doble ejercicio profesional de ser arquitecto y empresario a la vez, por parte del controvertido y contesta-
tario Virasoro. Este hecho hay que leerlo en el contexto de disputa de posiciones dentro del campo. Cf. Debates centrales
en capítulo anterior.
240
Nosotros los Arquitectos

1.2.2. La vida social y las relaciones profesionales

Los arquitectos dedicaban, por lo general, las mañanas a las visitas de obras y las horas
del mediodía o las primeras de la tarde al estudio.25 Entre todas las tareas diarias también ha-
bía mucho tiempo dedicado a las relaciones y la vida social. Estaba pautado en el imaginario
del grupo que las posibilidades de conseguir encargos “importantes”, de clientes “importan-
tes” dependía en gran medida de las vinculaciones sociales y los contactos que podían reali-
zarse, en los diferentes ámbitos donde se movían los grupos de la elite. Conferencias, almuer-
zos, cenas, deportes, reuniones sociales de distinto tipo, eran espacios compartidos con
potenciales comitentes. Este cultivo de los vínculos sociales era tan importante que es posi-
ble identificar, en distintas trayectorias, los ámbitos de relación en los que se movían los prac-
ticantes, por el origen de los encargos profesionales. Así puede entenderse cómo algunos ar-
quitectos trabajan casi exclusivamente para determinados grupos sociales como las
colectividades extranjeras, y otros tienen más encargos oficiales a través de su relación con los
grupos de la clase política o hay quienes encuentran espacios de desarrollo profesional en la
iglesia, las fuerzas armadas, las grandes empresas de servicios y finalmente los distintos secto-
res de la industria.26
El ejercicio cotidiano de los vínculos sociales no implicaba abandonar la tarea del estu-
dio, que era el ámbito natural de desarrollo de tareas específicas, y a la vez, el espacio de en-
cuentro y comunicación con el resto de los miembros del grupo, iguales o subalternos. En
los grandes estudios, el Arquitecto jefe siempre disponía de un asistente de confianza, una
persona encargada de los dibujantes y de supervisar el desarrollo o resolución de determina-
dos elementos o aspectos de los proyectos. Existía una fuerte estructura jerárquica en las re-
laciones internas del estudio, permeable de arriba hacia abajo pero nunca a la inversa; es de-
cir, un arquitecto podía dibujar o acuarelar una perspectiva, si era oportuno, pero nunca un
dibujante de segunda podía atender a un cliente. El estudio era, también la prolongación del
taller de diseño de la Escuela, cuando un Concurso o un gran proyecto convocaba la partici-
pación de colegas y ayudantes, donde en ocasiones se daban espontáneamente charlas infor-
males, las famosas “tenidas” 27 en las que se disfrutaba de una situación de intercambio: con
el lápiz en mano, el arquitecto con experiencia, podía dar a los jóvenes aquellas enseñanzas
que la Universidad no había podido inculcar porque estaban ligadas a la práctica y a su vez,
donde los “veteranos” podían nutrirse de las preguntas y nuevas inquietudes de la juventud.28
La vida social, las relaciones cultivadas a través de la concurrencia asidua a un club, reu-
niones sociales o vinculadas con otras redes (políticas, filantrópicas, culturales, etc.) era con-
siderado un factor de ventaja, en pro del desarrollo profesional de todo buen arquitecto.
Otra práctica esencial, constitutiva del habitus profesional del arquitecto era la de los
viajes a Europa. Ya se ha hablado del viaje de recién graduado como parte del ritual de ini-

25
En las fichas de afiliación de la Sociedad quedaba registrado la dirección y el horario de atención de los estudios. Quienes
fijan un solo horario en el día, que son mayoría, lo hacen al mediodía o a la tarde, quienes fijan dos horarios lo distribu-
yen en las dos últimas horas de la mañana hasta mediodía y las primeras de la tarde, entre las las 2 y las 4 pm.
26
Remitimos a lo tratado en el Capítulo III, el punto III.3.1.2.1 respecto de los modernistas y de la selección que se hace de
la clientela.
27
“Tenidas” (del francés tenues) es un galicismo, muy usado en la prensa técnica y especializada. Según la definición de la
RAE significa “reunión de una logia masónica”.
28
Remitimos al desarrollo del debate sobre “La enseñanza de la arquitectura”, cuando Hary elogia la relación con los jóvenes.

241
Silvia Augusta Cirvini

ciación del egresado. Durante la vida profesional, dentro del marco de una trayectoria exi-
tosa, el arquitecto debía viajar periódicamente al viejo mundo, como un mecanismo que
tenía una doble función. Por una parte, al interior del grupo y para su provecho personal,
cada viaje servía para fortalecer y acrecentar su formación artística en las fuentes mismas
de la cultura de occidente. Por la otra, en relación a los grupos sociales de la elite desde
donde provenían los encargos laborales, el viaje a Europa era un modo de revalidar el ta-
lento creativo, una suerte de garantía de actualización respecto de la moda de las últimas
tendencias en el viejo continente.

1.3. El ejercicio profesional de la arquitectura desde la


administración pública
1.3.1. La función profesional en el “Estado liberal”

Durante el siglo XIX, el desarrollo de las reparticiones estatales era aún incipiente y
los profesionales dedicados a la arquitectura, tanto ingenieros como arquitectos, en su ma-
yoría extranjeros, eran contratados con cargos jerárquicos para organizar y desarrollar la
primera obra pública encarada por el Estado. Fue el caso del Ing. Pompeyo Moneta bajo
la presidencia de Sarmiento, o del Arq. Juan Antonio Buschiazzo durante la intendencia
de Torcuato de Alvear en la Intendencia de la Ciudad de Buenos Aires. Era una tarea pres-
tigiada por cuanto el profesional no era considerado un “empleado” público sino un fun-
cionario de alto rango, alguien respetado y reconocido por los más altos funcionarios po-
líticos. Es más, estos profesionales, cuando realizaban una obra de importancia eran
recompensados con importantes honorarios, es decir, en los hechos eran contratados por
el Estado, pero dentro de las condiciones que otorgaba el marco del “ejercicio liberal” de
la profesión. Una situación frecuente era que un profesional tuviera, desde una ubicación
destacada en la administración pública, la posibilidad de ser conocido y contratado por go-
biernos de otras jurisdicciones para hacer obras en el resto del país. Ese fue el caso de Car-
los Thays, quien a partir de su cargo como Director de Paseos en Buenos Aires, fue con-
tratado por las administraciones de distintas provincias argentinas para realizar parques en
todo el país, o el de Emilio Coni, cuya labor como higienista y proyectista de obras de sa-
lubridad a escala urbana cubrió las principales ciudades del país, o del Ing. Carlos Nyströ-
mer, autor del Palacio de las Aguas Corrientes en Buenos Aires, quien fue contratado para
el diseño de infraestructura sanitaria en varias ciudades del interior, o de los ingenieros hi-
dráulicos como Carlos Wauters y César Cipoletti para realizar obras de riego y regulación
del régimen de los ríos desde Tucumán a Río Negro.29
Además de la contratación de profesionales (en la mayoría de los casos extranjeros),
otra forma de participación en las grandes obras edilicias del XIX y hasta el Centenario de
Mayo, fue el sistema de Concursos. Toda la obra monumental de la ciudad de La Plata y
los más importantes edificios públicos de Buenos Aires, fueron resueltos a través de Con-
cursos Internacionales que promovieron la participación (y en algunos casos el afincamien-
to) de profesionales extranjeros en nuestro país.
Tanto la contratación como el concurso alimentaban la consolidación del “habitus”
del arquitecto como profesional liberal y estimulaban el desarrollo de todas las variantes del

242
Nosotros los Arquitectos

eclecticismo en la arquitectura pública, ya que no se imponían criterios de homogeneiza-


ción de la obra edilicia estatal ni de codificación de la demanda, entre estilos y soluciones.
A principios del siglo XX, tanto dentro de la corporación como en el ámbito social
de las elites, se tenía una visión negativa del trabajo de un profesional “liberal” como em-
pleado de la administración pública. Se consideraba ésta una salida laboral secundaria y al-
ternativa, sólo admisible cuando por algún motivo no había posibilidades de desarrollo en
la práctica profesional independiente. Esta desvalorización del ejercicio profesional en re-
lación de dependencia partía de la misma naciente corporación, consolidada en torno de
la refundación de la Sociedad de Arquitectos en 1901, y luego sería inculcada de modo no
deliberado en el habitus profesional que reproducía la Escuela. En 1904, decía Christop-
hersen, en defensa del ejercicio profesional independiente: “Existiendo, (…), una Escuela
de Arquitectura cuyo sostenimiento impone sacrificios a la Nación, es necesario evitar que los
elementos útiles que ella produzca vayan a anularse en las oficinas públicas por no hallar
campo donde aplicar los conocimientos adquiridos”.30(SC)
Sin embargo, había excepciones para la consideración del trabajo en la administra-
ción pública como práctica legítima. La Sociedad de Arquitectos, a partir de la reforma de
Estatutos de 1903, impuso como regla aceptar solamente como socios a quienes trabaja-
ban en forma independiente,31 bajo el marco del ejercicio liberal. Ahora bien, cuando un
profesional, por lo general extranjero, solicitaba su ingreso y no cumplía con este requisi-
to, podía saltar la norma si:
1) era presentado por socios de mucho peso o importancia dentro de la Sociedad;32
2) era empleado jerárquico de las empresas extranjeras de ferrocarriles;33

29
Todas estas contrataciones tuvieron facetas polémicas y fueron duramente criticadas por la prensa opositora, nacional y de las
principales ciudades del interior, por la arbitrariedad de ciertas decisiones, los montos de los honorarios en las contrataciones
o por la escasa eficacia de los resultados. Algunos casos pueden servir de referencia. Carlos Thays fue contratado por Emilio
Civit en 1896 para realizar el proyecto del Parque del Oeste en la Ciudad de Mendoza, en el árido piedemonte, obra de cos-
tos elevadísimos para una ciudad que tenía otras urgencias, con un alto índice de mortandad por causa de las pésimas con-
diciones sanitarias. El caso de los elevados honorarios de Emilio Coni y Carlos Wauters movilizaron también a la prensa opo-
sitora, como lo harán más tarde las contrataciones de los urbanistas franceses como Bouvard o Forestier en el siglo XX. En
relación con las contrataciones de profesionales en la administración de Emilio Civit como Ministro de Obras Públicas pue-
den consultarse los trabajos de Jorge R. Ponte, para el caso de Buenos Aires los de Adrián Gorelik y Jorge Tartarini, a saber:
• Jorge R. Ponte. “El Parque del Oeste”, en Centenario Parque San Martín (1896-1996), Edición oficial , Ministerio de
Ambiente y Obras Públicas, Gobierno de Mendoza, pp. 27 a 50.
• Jorge R. Ponte. La fragilidad de la memoria, Representaciones, prensa y poder…, Ediciones de la Fundación CRICYT, Men-
doza, 1999.
• Adrián Gorelik. La Grilla y el Parque. Espacio público y cultura urbana en Buenos Aires, 1887-1936, Universidad Nacio-
nal de Quilmes, 1998.
• Jorge Tartarini. “El Plan Bouvard para Buenos Aires (1907-1911)”, en Anales del Instituto de Arte Americano e Investiga-
ciones Estéticas “Mario J. Buschiazzo”, Nº 27 y 28, Buenos Aires, 1989-1991, pp. 105-113.
30
Alejandro Christophersen, “La Sociedad Central de Arquitectos”, en Arquitectura, Nº 2-3, mayo de 1904, p. 16. El desta-
cado es nuestro.
31
Remitimos al último capítulo para mayor información sobre las múltiples y cambiantes condiciones de ingreso que fue
planteando la Sociedad Central de Arquitectos y la articulación que estas condiciones tenían respecto del proceso de cons-
titución del campo disciplinar y profesional.
32
La condición de ingreso estipulaba la presentación de dos socios (como en los clubes). No era lo mismo ser presentado por
Alejandro Christophersen que por alguien de una segunda línea. También pesaban los padrinazgos políticos o de miem-
bros destacados de la elite. A partir de 1904 fueron cuestionados los ingresos propuestos por los socios ingenieros, ingre-
sados con anterioridad a la vigencia de la ley Avellaneda. Cf. Jorge Tartarini, “Una Sociedad de arquitectos patrones”, Ca-
pítulo 3 1901-1915: Sociedad Central de Arquitectos.100 años de compromiso con el país, Buenos Aires, 1993, p. 57.
33
Paul Bell Chambers, arquitecto inglés que llegará a ser presidente de la Sociedad, fue presentado en 1904 por los arquitec-
tos Sutton y Doyer. En principio se objetó su ingreso por ser empleado del FC del Sud pero ante la aclaratoria efectuada
por Doyer de que Chambers era jefe de la sección Arquitectura del mencionado Ferrocarril y que firmaba sus propios pla-
nos, fue admitido como socio. Cf. Jorge Tartarini, Ibídem, p.57.

243
Silvia Augusta Cirvini

3) demostraba tener prestigio, distinción, destacado talento o fama en su desempeño


dentro del arte arquitectónico;34
4) era empleado de la administración pública en un cargo jerárquico, donde firmaba
los planos de su autoría y dirigía las obras por él proyectadas.35
La Sociedad Central de Arquitectos se constituye en la etapa fundacional, en el espa-
cio privilegiado de reconocimiento y consagración, estableciendo los límites entre quienes
están dentro y quienes fuera del campo. Al no haber aún ningún tipo de reglamentación
profesional, ni establecimientos educacionales cuya formación habilitara para el ejercicio
de la profesión, la Sociedad se convierte en el espacio de legitimación por antonomasia:
quien es aceptado por la Sociedad puede llamarse “Arquitecto”, puede considerar su acti-
vidad profesional como una práctica legítima y reconocida por los pares.
Esta limitación del ingreso sólo a los “arquitectos patrones” señala con claridad cier-
tos caracteres del período más emblemático de la etapa fundacional donde era necesario
pautar fuertemente el “nomos” del campo, imponiendo dentro del habitus la condición de
“profesión liberal”, con un ejercicio independiente (arquitectos patrones), centrado en la
tarea de diseñar y dirigir sus propias obras. La incorporación progresiva de los egresados de
la Escuela y el crecimiento del aparato técnico burocrático del Estado (nacional, provincial
y municipal) obligó a revisar los criterios de la admisión en relación con la modalidad de
inserción laboral.
Hacia 1904, algunos opinaban que el hecho de ser empleado del estudio de un cole-
ga, no implicaba perder la condición de “arquitecto”, pero otros afirmaban la necesidad de
contar con la opinión del arquitecto patrón para admitir al arquitecto empleado. En 1909,
Altgelt planteaba la necesidad de cubrir los cargos públicos de Arquitectura con arquitec-
tos y no con ingenieros, como era aún habitual en la práctica.36
Hacia 1915, las condiciones externas e internas ya han cambiado notablemente, se ha-
ce necesario el replanteo de las condiciones de admisión y de organización interna de la cor-
poración, que consigue flexibilizar los criterios e incorporar progresivamente nuevos integran-
tes al campo, desde los jóvenes alumnos de la Escuela, hasta los arquitectos que trabajan en el
resto del territorio nacional y no sólo de Buenos Aires.37 La consideración de la actividad pro-
fesional dentro de la administración pública también da un giro importante hacia 1920 y co-
mienza a ser evaluada desde una perspectiva diferente, teniendo ya en cuenta, como aspecto
importante la función social de la profesión ante las primeras señales de los nuevos problemas
urbanísticos y arquitectónicos que había generado el mismo proceso modernizador. Desde en-
tonces y en forma creciente hasta la finalización del período de estudio, el espacio laboral de
la función pública será progresivamente valorizado, como la vía adecuada a los tiempos, para
acceder a nuevos logros y desafíos de la profesión, tal como el tema de la vivienda popular o
los problemas urbanos (transportes, equipamiento, infraestructura), indicadores elocuentes de
los desajustes socio espaciales de los principales centros urbanos del país.

34
Este fue el caso de muchos extranjeros, atraídos por los concursos o las contrataciones desde el gobierno, como Víctor Mea-
no, Carlos Morra, Norberto Maillart, etc.
35
Es el caso de Carlos Morra como Arquitecto del Consejo Nacional de Educación, o de Buschiazzo en la Intendencia de
Buenos Aires.
36
Ver la posición de Altgelt en el capítulo III sobre Debates diferenciadores, en el debate Ingenieros / Arquitectos.
37
Remitimos al tratamiento del tema del desarrollo de la actividad de la Sociedad de Arquitectos en este período, en el últi-
mo capítulo.

244
Nosotros los Arquitectos

Las necesidades del proceso modernizador dentro del Estado promoverá, en las dis-
tintas jurisdicciones de la administración pública, la formación de una burocracia técnica
cada vez más compleja y eficiente para planificar y ejecutar obras en todo el territorio na-
cional. Si bien el problema de la vivienda popular fue de tardío tratamiento oficial,38 otros
ámbitos de dependencia estatal tuvieron un desarrollo autónomo y progresivo, como el Sis-
tema Penitenciario Nacional, el Ejército Argentino, el Consejo Nacional de Educación,
Correos y Telecomunicaciones, etc., con obras en todo el país.
Desde la primera década del siglo XX, la búsqueda de soluciones generalizables, en
cierto tipo de edificios como los escolares, promovió la creación de normativas o cuerpos
técnicos de proyecto que permitieron “probar”, a escala nacional, la eficacia del diseño cen-
tralizado y de la repetición de soluciones arquitectónicas en todo el país.39
Sin embargo desde el gremio de los arquitectos se sostiene, durante todo el período
una permanente defensa del sistema de Concursos frente al crecimiento de las oficinas pú-
blicas de arquitectura, que según esta posición deberían ocuparse sólo de la ejecución y el
mantenimiento de los edificios públicos y no de los proyectos. En el Segundo Congreso
Panamericano de Arquitectos (1923, Santiago de Chile) se plantea con amplitud el proble-
ma, que en vista de las ponencias presentadas, tiene alcance latinoamericano. En este en-
cuentro la tarea del arquitecto desde la administración es vista como perjudicial no sólo a
los intereses profesionales, sino a la sociedad, por cuanto afecta la calidad de la producción
e impone mayores gastos a los estados:
“Creemos que la generación de edificios públicos por órgano de las reparticiones oficiales
constituye un serio inconveniente para el desarrollo normal del arte y es económicamente
desventajosa.”
“El Arquitecto que recibe un «quantum», generalmente exiguo, para emplear un cierto
número de horas constantes en la creación de un proyecto que quedará anónimo, pues lle-
vará el sello de su oficina, común denominador de todos los trabajos, buenos y malos, im-
portantes o de poca monta, de competentes o de ineptos, pierde, poco a poco e insensible-
mente, su personalidad. Como su nombre y su responsabilidad no entran en juego, sino
en parte mínima, fallan los factores morales de estímulo, que son tan necesarios como los
de orden material”.40
Desde la prensa oficial del gremio, el núcleo más conservador continuará defendien-
do, aún después de 1930, la práctica profesional liberal por sobre la “arquitectura a sueldo
del Estado”:
“Nuestra Revista ha tratado, en diversas ocasiones un tema de interés vital para la profe-
sión al considerar la injusta monopolización del trabajo del arquitecto por las oficinas téc-

38
Remitimos al tratamiento del debate sobre vivienda en “Debates centrales”.
39
Es el caso del Consejo Nacional de Educación (CNE), que a partir de la sanción de la Ley Láinez (1905) centralizó la cons-
trucción e instalación de escuelas nacionales en todo el país. Como cuerpo técnico ensayó la eficacia de la centralización
del diseño y de supervisión técnica uniforme, con las ventajas y desventajas que este mecanismo suponía. El arquitecto ita-
liano Carlos Morra, quien devino en especialista en arquitectura escolar, estuvo a cargo de esta primera y prolífica etapa
del CNE con una importante producción en un período relativamente breve. Cf. Jorge Tartarini, recuadro sobre “Carlos
Morra”, en Sociedad Central de Arqui-tectos. 100 años de compromiso con el país, Buenos Aires, 1994, p. 84; y con re-
lación a la acción del CNE: Silvia A. Cirvini, “ESCUELAS ARGENTINAS. Sistema educativo y saber técnico (1860-
1915)”, (inédito), CRICYT-Mendoza, diciembre 2000, 40 pp. y 8 ilustraciones.
40
Raúl J. Álvarez, “Colaboración en el Tema III”, Reseña del Segundo Congreso Panamericano de Arquitectos, Documentos, Ac-
tas, Comunicaciones y Discursos, (Santiago de Chile, Septiembre 10 al 20 de 1923), publicación oficial, Santiago de Chile,
1925, pp. 220 a 223.
245
Silvia Augusta Cirvini

nicas de las reparticiones (…) Es sabido que esta usurpación no sólo perjudica a los pro-
fesionales, sino que no aporta beneficio alguno al erario público.”
“Las obras realizadas tanto por el Estado como por las municipalidades han sido siempre
más costosas, más tardías y menos adecuadas a su destino que aquéllas que han sido en-
cargadas directamente a profesionales que se dedican a la práctica privada”.41
Las razones que argumenta Christophersen son básicamente las mismas que a co-
mienzos del siglo:
“Desgraciadamente en las oficinas públicas tienen cabida, salvo las naturales excepciones,
elementos no siempre aptos que han conseguido esos puestos por el consabido juego de in-
fluencias políticas, más atentos a que pase el tiempo y vengan los sueldos que a salvar la
conciencia de su misión.”
“El porcentaje del costo de un proyecto y la dirección de una obra llevada a cabo por las
oficinas públicas resulta siempre más elevado del doble o a veces más, de los honorarios
que pudiese percibir un arquitecto privado”.42
Como puede advertirse la corporación sostiene una posición opuesta a la tendencia
de burocratización progresiva de la arquitectura pública, que ya en la década del ‘20 apa-
rece como un destino inexorable. Desde la mirada de los arquitectos (aquella que hace di-
ferente el “habitus” profesional), se asocia: el ejercicio liberal de profesión, el sistema de
Concursos, con el desarrollo del arte arquitectónico y la salvaguarda de los intereses gene-
rales, por cuanto se produce mejor arquitectura y con costos menores para el erario públi-
co. En la posición criticada aparecen relacionados: la supresión de los Concursos, la “deca-
dencia” de la arquitectura pública en razón de su “oficialización”, con la generalización y
expansión de las oficinas estatales. Esta “tendencia”, desde la mirada del gremio, en primer
término, lesiona uno de los derechos básicos de los arquitectos, el de la propiedad artísti-
ca, con lo cual se afecta uno de los pilares del ejercicio profesional. En segundo lugar, se
afirma, también se afectan los intereses de la sociedad en cuanto sostener una burocracia
técnica estatal con funciones de “proyectista” es mucho más oneroso y produce una arqui-
tectura de baja calidad. De allí que se proponga limitar las funciones de las reparticiones
estatales, restringiendo su alcance y dimensiones:
“Tales reparticiones deben tener como misión la de ser: ejecutantes de las obras, y aseso-
ras técnicas de proyectos y de construcciones por encargo de los gobiernos (…) no sólo en
obras de carácter oficial, sino también en la que pertenezcan a instituciones populares
(…); velar por el cumplimiento de los contratos (…); asegurar la conservación de los edi-
ficios, (…)”.43
El ejercicio profesional desde la administración pública pone en evidencia conflictos
latentes que provenían de comienzos de siglo y que tienen que ver con el reconocimiento
oficial de la profesión, su reglamentación, la validez del sistema de Concursos, y la impo-

41
Alejandro Christophersen, “Inconvenientes de la arquitectura a sueldo del Estado”, en Revista de Arquitectura, Nº 128, Año
XVII, agosto de 1931, p. 391.
42
Christophersen opone además la celeridad con que se resuelven los proyectos en un estudio, versus la lentitud del trabajo
en las oficinas públicas; así como también argumenta que para realizar una determinada obra, el gobierno puede contra-
tar a los “más hábiles”, especialistas en el tema o tipo de edificio, mientras que con las oficinas públicas no existe esta po-
sibilidad de elección. Cf. Alejandro Christophersen, “Inconvenientes de la arquitectura a sueldo del Estado”, en Revista de
Arquitectura, Nº 128, Año XVII, agosto de 1931, p. 391.
43
Ibídem, p. 221.

246
Nosotros los Arquitectos

sición de criterios disciplinares sobre la edilicia pública. Asimismo muestra los límites de
las posiciones más ortodoxas de la práctica “liberal” de la profesión, que no puede, o no
quiere, adaptarse a los requerimientos de un país transformado con una ampliación nota-
ble de su base social.

1.3.2. La función profesional en los gobiernos del “Estado benefactor”

En 1939, el gobierno de Agustín P. Justo introdujo importantes reformas en la admi-


nistración pública nacional que afectaron particularmente a la Dirección General de Ar-
quitectura. Las modificaciones realizadas en la organización de las reparticiones y entes es-
tatales tendieron a adaptar la estructura de la administración pública a la creciente
diversificación de las funciones y actividades del Estado, que desde su origen liberal bur-
gués, había evolucionado hacia un estado fuertemente intervencionista, paternalista, ante-
cesor del estado benefactor que cristalizará con el justicialismo. Las reformas en la Direc-
ción General de Arquitectura contaban con el apoyo de la Sociedad Central de Arquitectos
que veía en este cambio, la posibilidad de jerarquizar la profesión, “con el doble mérito de
hacer justicia a la preparación de los arquitectos argentinos y poner término a la actual or-
ganización, deficiente y anacrónica”.44
La crítica central que formula la prensa especializada a la organización de las oficinas
públicas de Arquitectura, remite por lo general a dos cuestiones principales. En primer lu-
gar, a la contradictoria situación, sostenida desde principios del siglo, de que el cargo jerár-
quico superior de esta Dirección, no era ocupado por arquitectos sino por ingenieros. En
segundo lugar, el organigrama funcional de la repartición no consideraba la índole especí-
fica del trabajo profesional, ya que, las secciones de estudio y elaboración de proyectos
donde se desempeñaban arquitectos –que según la prensa especializada debían ser el “alma
mater” de la repartición– estaban subordinadas a funcionarios sin “criterio técnico” y te-
nían en el escalafón, una jerarquía inferior a la de otras oficinas accesorias. Desde la mira-
da corporativa, el profesional arquitecto no era un empleado público más, sus funciones y
responsabilidades iban mucho más allá de lo habitual en el resto de los empleados de la ad-
ministración.
En 1944, la Sociedad Central de Arquitectos aplaude el nombramiento de un arqui-
tecto al frente de la Dirección General de Arquitectura (DGA): Enrique Quinke, así como
también las designaciones de varios importantes socios, dentro de un controvertido gobier-
no de facto. A la presidencia de Pedro P. Ramírez, le sucedió la de Edelmiro J. Farrell (1944
/ 1946) quien estaría secundado en la vicepresidencia, durante el primer año de gestión,
por Juan D. Perón.
La relación entre la corporación y el gobierno se hizo más compleja con el ingreso de
Juan D. Perón al escenario político. En 1946 se desataron los conflictos por suspensiones
y cesantías dentro de la administración pública. El criterio prevaleciente fue, en definitiva,
el de la prescindencia política de las entidades profesionales. Según Ramón Gutiérrez, es-
ta posición de cuidadoso equilibrio entre gobierno y corporación, era compartida tanto por

44
Cf. “El Arquitecto en la función pública”, en Revista de Arquitectura, julio de 1939, p. 316.

247
Silvia Augusta Cirvini

los opositores, que la consideraban una alternativa para evitar la intromisión estatal y del
poder político en la actividad de la Sociedad, como por los partidarios del justicialismo que
apoyaban la prescindencia, como modo de controlar los ataques y las críticas contra el go-
bierno.45
La Sociedad Central de Arquitectos, como ente gremial que asumía la representación
de la corporación, se ubicaba entonces “por encima de los vaivenes políticos, de las banderías
momentáneas y de las pasiones ideológicas o de intereses que pueden dividir a los hijos de esta
tierra”.46 Permanentemente se ratificará la posición de no intervenir en casos o actuaciones
personales y sí en cambio, en la defensa de los intereses generales del gremio y de la jerar-
quización profesional. El problema, desde nuestro punto de vista, es que se manejan no-
ciones diferentes acerca de la tarea del profesional en la función pública. No es solamente
una colisión de intereses entre la corporación y el gobierno, hay una perspectiva diferente
y una distancia casi insalvable entre lo que pueden ofrecer los arquitectos y lo que espera
de ellos el poder político.
Esta actitud de “prescindencia política” es ratificada por las Asambleas de la Sociedad
y sostenida por sus principales representantes. Los arquitectos perjudicados por las suspen-
siones acusan a la Sociedad de actuar con “tibieza”, mientras que otros socios afirman que
la institución se manejaba con la “prudencia y mesura” que el tema requería.47
Las reparticiones estatales habían crecido notablemente, en la Nación y las provin-
cias, durante la década del ‘30 a partir de la expansión de la obra pública. Sin embargo,
mantenían la estructura y organización inicial heredada casi de comienzos del siglo. Recién
con el peronismo y a partir de 1945 se reorganiza en forma integral la burocracia técnica
de la administración pública, que consigue funcionar en adelante como un sistema, fun-
damentalmente centralizado, pero articulado en los niveles nacional, provincial, municipal
y de los entes autárquicos.
Se crea, sobre la base de la Dirección General de Arquitectura, la Dirección Nacio-
nal de Arquitectura (DNA) que centraliza la planificación, proyecto y ejecución de la prin-
cipal obra pública del gobierno nacional y de los planes quinquenales. En cada provincia
se reorganiza la estructura de las administraciones provinciales y locales que articulan su
funcionamiento con la Nación. Los entes autárquicos y empresas del Estado como: YPF,
Ferrocarriles, OSN, las Fuerzas Armadas, etc., tienen sus propios cuerpos técnicos articu-
lados con la administración central. Hasta la “Fundación Eva Perón” tiene sus propios ar-
quitectos e ingenieros para la obra pública que realiza en todo el país.
Sin embargo, a pesar de la importancia que tendrá en adelante la burocracia técnica
del Estado, el gobierno justicialista buscará también la integración de los profesionales “li-
berales” con la contratación de proyectos a los más destacados estudios, creemos apoyado
en una doble motivación. Por una parte, las pequeñas oficinas técnicas de algunas reparti-
ciones no tenían una estructura que permitiera afrontar la inmensa tarea de los planes de
obras públicas, por la otra, este “gesto” mostraba una voluntad de negociación y de respe-
to por la opinión de la corporación, que se oponía a la generalización y extensión del em-

45
Cf. Ramón Gutiérrez, “El difícil tiempo nuevo” en: Capítulo 7 (1945-1955), Sociedad Central de Arquitectos .100 años de
compromiso con el país, Buenos Aires, 1993, p. 174 y ss.
46
Ibídem, p. 175.
47
Ibídem, p. 175.

248
Nosotros los Arquitectos

pleo público para los arquitectos y que en cambio prefería para la ejecución de obra públi-
ca, la participación de los mejores y más preparados estudios de arquitectura.48
Esta cooptación del gremio a partir de la intervención de algunos estudios garantizó
un acuerdo mínimo entre la corporación y el gobierno, en donde unos y otros, ceden y re-
claman. Los arquitectos, a través de la S C de A piden participar en la obra pública (en las
decisiones y los proyectos), que la centralización de la DNA no perjudique a los profesio-
nales que trabajen en las distintas reparticiones y que se plantee como objetivo el mejora-
miento de la producción arquitectónica oficial. Ceden a cambio parte de su autonomía y
controlan las críticas al interior del campo. El gobierno accedió a la contratación de los
principales estudios para los edificios y obras atípicas, especiales, pero centralizó a partir de
los cuerpos técnicos del Estado, el diseño de un vasto conjunto de la producción: la arqui-
tectura de asistencia social, de salud, escolar, de turismo social y los planes estatales de vi-
vienda. Había una voluntad oficial de expresar con lo arquitectónico la concreción de un
proyecto social de alcance nacional, cuya homogeneidad y coherencia garantizara la efica-
cia del mensaje.49
Esta instauración simbólica de una arquitectura del estado “peronista” fue posible y
relativamente viable desde el aparato mismo del Estado, en cambio, era imposible con la
“privatización” de los proyectos entre todos los diplomados del país, como pretendía ini-
cialmente la S C de A, en su afirmación de los derechos generales del gremio y como mo-
do de garantizar la pluralidad en la participación. Tampoco era viable sostener el sistema
de los Concursos para la obra pública porque: 1) para el gobierno significaba perder el
control del significado de la producción y entregarlo a una corporación con gran autono-
mía, con la que mantenía conflictos latentes y 2) para los arquitectos tampoco era éste un
momento propicio para el desarrollo de los Concursos por la tensión entre posiciones
dentro del campo. Mientras la prensa especializada daba cuenta de una notable consoli-
dación de las tendencias del movimiento moderno, en las oficinas del Estado, la búsque-
da de un código formal que ligara la arquitectura pública al proyecto nacional del justi-
cialismo, orientó las preferencias oficiales, en materia de arquitectura asistencial y
vivienda, hacia el californiano, el neocolonial o colonial español, como se lo denominaba
desde el gobierno:
“…En la arquitectura, la recova, el techo de tejas, los muros blancos, las líneas sobrias,
son caracteres inconfundibles que nos dejó el colonial español ya hecho criollo por adap-
tación. El arquitecto puede y debe contribuir a la perduración de esos valores artísticos.
(…) Es cuestión para los arquitectos concebir las formas, no sólo en función de su sentir
personal, que es respetable, sino del sentimiento colectivo que perdura entre todos y per-
mite reconocer lo que es de todos”.50

48
La Sociedad Central de Arquitectos elaboró la nómina de estudios que podían recibir encargos estatales, entre ellos los vein-
te que realizaron las obras en todo el país para la flamante Secretaría de Aeronáutica (1947), que envió una delegación ofi-
cial de arquitectos a los Estados Unidos para estudiar las instalaciones de aeropuertos y bases civiles. Cf. Ramón Gutiérrez,
Capítulo 7 (1945-1955), Sociedad Central de Arquitectos. 100 años de compromiso con el país, Buenos Aires, 1993, p. 186
49
Cf. María Isabel de Larrañaga-Alberto Petrina, “Arquitectura de masas en la Argentina (1945-1955: hacia la búsqueda de
una expresión propia”, en Anales del Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas “Mario J. Buschiazzo”, FADU,
UNBA, Nº 25, 1987, pp. 107 y ss.
50
Palabras del ministro de Salud Ángel Carrillo, citado por: Ana Lía Chiarello. “La vivienda popular del peronismo: el cha-
let californiano 1943-1955”, Separata del Undécimo Congreso Nacional y Regional de Historia Argentina, Córdoba, septiem-
bre de 2001, p. 9.

249
Silvia Augusta Cirvini

El ejercicio profesional en la administración pública en la década justicialista perdió


notablemente autonomía, como campo intelectual, respecto de las décadas anteriores, pe-
ro ganó en eficacia en cuanto a los resultados. No sólo había imposición en el plano sim-
bólico, respecto de lo formal y el estilo, sino en cuanto a los programas de las obras y de
las terminaciones y calidades de la construcción para usos sociales. Hay una clara subordi-
nación de la función de los técnicos al proyecto político y una firme posición oficial acer-
ca de quien tiene el poder de decisión sobre la obra pública, desde la planificación más ge-
neral hasta la definición de los detalles de terminación de las obras:
“…Los ingenieros y arquitectos de la Fundación proyectan sobre mis grandes planes (…)
pero después yo pongo en cada obra todo lo que ellos no vieron (…) sobre todo al princi-
pio me costaba hacerles entender que (…) las viviendas no debían ser lugares para dor-
mir sino para vivir alegremente”(…)
“A mí me ha tocado destruir con mi obra viejos conceptos (…) Por eso mis hogares son ge-
nerosamente ricos (…) más aún, quiero excederme en esto. Quiero que sean lujosos. Pre-
cisamente porque un siglo de asilos miserables, no se puede borrar sino con otro siglo de
hogares excesivamente lujosos. Sí. Excesivamente lujosos. No me importa que algunas vi-
sitas de compromiso se rasguen las vestiduras y aun con buenas palabras me digan: –¿por
qué tanto lujo? O me pregunten casi ingenuamente: –¿No tiene miedo que al salir de aquí
estos descamisados se conviertan en inadaptados sociales. –¿No tiene miedo que se acos-
tumbren a vivir como ricos? No, no tengo miedo. Por el contrario; yo deseo que se acos-
tumbren a vivir como ricos (…) que se sientan dignos de vivir en la mayor riqueza (…)
al fin de cuentas todos tienen derecho a ser ricos en esta tierra argentina (…) y en cual-
quier parte del mundo”.51
Para finalizar, un señalamiento vinculado con la actividad de las “mujeres arquitec-
tas” en la administración del justicialismo. El crecimiento de la matrícula femenina en la
Escuela había sido notable durante toda la década del ‘40. Fue durante los gobiernos jus-
ticialistas cuando las mujeres arquitectas comenzaron a conseguir un espacio, dentro de la
administración pública. La primera egresada de la Escuela (en 1929), Finlandia Pizzul in-
gresó en 1946 al Departamento de Arquitectura Hospitalaria del Ministerio de Obras Pú-
blicas, realizando importantes obras de arquitectura hospitalaria en el país. La segunda ar-
quitecta graduada, María Luisa García Vouillos fue autora junto a René Nery del Balneario
de Núñez en 1947.52

2. Los Concursos de Arquitectura


2.1. Acerca de los Concursos como práctica y como dispositivo

La realización de Concursos en la disciplina arquitectónica fue un procedimiento ins-


taurado con la Modernidad, desde fines del siglo XVIII, como parte del habitus profesio-
nal liberal estructurado por las Academias en Europa. Desde nuestra perspectiva nos inte-
resa analizar cómo y cuándo se inscribió esta nueva práctica dentro del proceso de
desarrollo de la disciplina y la profesión en nuestro país. Nuestra hipótesis contempla la

51
Eva Perón, La razón de mi vida, citado por: Ana Lía Chiarello, op. cit., p. 11
52
Cf. Ramón Gutiérrez, “Las primeras arquitectas”, en Capítulo 7 1945-1955: Sociedad Central de Arquitectos. 100 años de
compromiso con el país, Buenos Aires, 1993, p. 176.
250
Nosotros los Arquitectos

consideración de los Concursos como una práctica diferenciadora 53 de los arquitectos res-
pecto de otras compartidas con otros agentes de la construcción del hábitat. A la vez bus-
camos explicar de qué modo los Concursos fueron instrumentos que permitieron o esti-
mularon el ejercicio de la crítica, y si operaron como mecanismos de consagración o como
dispositivos que propiciaban el reconocimiento profesional de los arquitectos a la vez que
contribuían al establecimiento de jerarquías internas.
En términos generales, los Concursos fueron mecanismos e instrumentos que permi-
tieron alimentar una especificidad disciplinar en gestación y luego en consolidación, otor-
gándole autonomía funcional con relación a otros campos, no sólo disciplinares sino tam-
bién respecto del campo político y el económico.54 También los Concursos permitieron,
tanto en Europa como en nuestro país, legitimar ciertas posiciones –estéticas y conceptua-
les– dentro del campo disciplinar y con ello consagrar determinados estilos y tendencias y
desplazar a otros.
Para evaluar y comprender el desarrollo de esta práctica en el marco del tema de es-
tudio es necesario considerar ciertos aspectos que caracterizan este procedimiento, neta-
mente moderno y ligado a la autonomización del campo:
• Es en el interior del campo disciplinar donde se formulan las reglas básicas que
han de pautar el juego, en este caso el procedimiento de los Concursos. Las reglas
no son siempre codificaciones explícitas (reglamentos o bases de concursos), sino
también disposiciones duraderas tácitas, ligadas a las reglas de la producción del
arte arquitectónico en general y por lo tanto constituyentes del habitus. Toda re-
gla impuesta desde lo extradisciplinar es considerada como una imposición.
• Cuanto mayor autonomía alcanza el campo disciplinar, es decir cuanto más pau-
tado está por normas internas, tanto más ajustadas a la lógica práctica 55 del mis-
mo serán las reglas que produzca y tanto mayor adhesión y aceptación tendrán en-
tre los practicantes, los concursos como ejercicios de competencia.
• La práctica de los Concursos entendida como dispositivo al interior del campo per-
mite acumular poder, en términos de capital simbólico y desde el privilegio que im-
plica ocupar ciertas posiciones, se legitiman y consagran obras, propuestas y estilos.
• El procedimiento admite un margen para la crítica y el disenso al interior del cam-
po: desde algunas posiciones expuestas en las revistas, por ejemplo, se pueden dis-
cutir las “reglas del juego” y actuar de este modo regulando esta práctica, ya que
las críticas promueven modificaciones que apuntan a perfeccionar el sistema.56

53
Recordamos el sentido que le otorgamos a la noción de “práctica diferenciadora”: toda aquélla que contribuya a forjar, for-
talecer o alimentar la illusio del campo. El campo disciplinar que analizamos, como todo campo social tiende a conseguir
de quienes entran en él se interesen en el juego que allí se despliega, adhieran a la lógica y reglas de juego del campo, es
decir que tengan la relación con el campo que Bourdieu llama illusio.
54
Si en Europa en el siglo XVIII la creación de las Academias había conseguido limitar la injerencia del poder absolutista en
el arte de construir, en Argentina más de un siglo después, la práctica de los concursos permitió separar la obra pública edi-
licia como tema técnico y artístico, donde las decisiones no podían ser tomadas exclusivamente por la clase política.
55
Bourdieu sostiene que la práctica tiene una lógica que no es la de la lógica; es decir, que los agentes de un determinado
campo disciplinar se mueven no por el interés y cálculo racional sino por esquemas prácticos que promueven la acción;
que todos tienen internalizado como “sentido del juego”, se mueven por las leyes y reglas propias del campo que pueden
carecer de valor o tener un valor inverso en otro campo. Ver el tema en el siguiente capítulo.
56
Chanourdie, desde los editoriales de la revista Arquitectura, convoca a los profesionales a efectuar sugerencias para “contribuir
al perfeccionamiento del “modus operandis” en nuestros concursos de arquitectura”. Ver: Arquitectura, Nº 34, enero de 1906.

251
Silvia Augusta Cirvini

• El procedimiento manifiesta, en cambio, serias dificultades y distorsiones al some-


terse a criterios exteriores al campo disciplinar (provenientes de lo político, los co-
mitentes, lo económico o de otros técnicos o profesionales).
En nuestro país, la práctica de los Concursos no tuvo el mismo desarrollo ni los mis-
mos resultados que en Europa. En el caso de Argentina, esta práctica estuvo asociada al
proceso de constitución disciplinar de la arquitectura de fines del XIX. El particular desa-
rrollo de la modernización temprana desde mediados del siglo XIX fue condición determi-
nante en la génesis de este campo del saber, que naciera ligado a la ingeniería, sesgado por
la visión positivista, y dirigido a una formación eminentemente científica, basada en la ma-
temática y muy distante del “arquitecto artista” europeo. La arquitectura en Argentina no
presentó –según R. Gutiérrez– una modalidad académica que la ligara a las Bellas Artes
hasta fines del siglo XIX.
En la fase inicial del desarrollo del campo disciplinar (1850-1885) hubo una gran de-
pendencia con otras áreas del saber técnico, particularmente la ingeniería y el higienismo.
Cuanto más nos aproximamos a fines del XIX crece la importancia y el peso de la tenden-
cia académica dentro de la práctica arquitectónica y con ella del sesgo artístico del cam-
po. Es en ese momento cuando comienzan a adquirir importancia los concursos como
ejercicios de competencia. El procedimiento de los Concursos, muy resistido y criticado
por unos, muy defendido y elogiado por otros, dentro y fuera del campo hasta bien avan-
zado el siglo XX, fue uno de los mecanismos que coadyuvaron en la autonomización del
campo, al plantear una especificidad para lo arquitectónico que quedaba definida en el
cruce de la racionalidad eminentemente técnica de la ingeniería y de la creatividad de los
hechos artísticos.
Los Concursos de Arquitectura, de este modo, permitieron crear un espacio entre la
Ingeniería y las Bellas Artes donde era posible considerar la especificidad de lo arquitectó-
nico, contribuyendo con ello a la diferenciación, que a la vez le otorgaba a la corporación
un punto de apoyo y articulación para enfrentar la función de “educar al público”, en ma-
teria artística.57
Los grandes Concursos de fin de siglo (los edificios públicos de la ciudad de La Pla-
ta en 1882, el Congreso Nacional en 1895, la Facultad de Derecho en 1897 por ejemplo)
mostraron graves dificultades de implementación y fueron objeto de duras críticas desde
diferentes lugares. Sin embargo, constituyeron un valioso antecedente y un reconocimien-
to oficial de este nuevo procedimiento impulsado por la incipiente corporación de profe-
sionales, ya que hasta entonces la práctica habitual era la contratación directa, por lo gene-
ral de arquitectos e ingenieros extranjeros. En este sentido, los Concursos fueron un
terreno de lucha por cuanto la clase política se resistía a abandonar el método de la contra-
tación directa, que sin dudas le permitía obtener beneficios secundarios y sostener una red
de vinculaciones políticas.
En 1898, Enrique Chanourdie lanzaba, desde la Revista Técnica, una crítica sobre “la
poca seriedad con que se llevan a cabo los concursos de Arquitectura entre nosotros”, refi-
riéndose no sólo a la órbita oficial sino fundamentalmente a los concursos privados. El pro-
blema en estos casos era, en primer lugar, la composición del jurado, integrado general-

57
Ver respecto de la "educación artística" lo tratado en el debate correspondiente, en Debates fundacionales, en el capítulo anterior.

252
Nosotros los Arquitectos

mente por miembros colocados por el comitente que estaban lejos de ser especialistas en
materia arquitectónica y por ende sus criterios no eran compartidos por los integrantes del
campo disciplinar.58 Decía Chanourdie al año siguiente:
“Buenos Aires cuenta con un grupo de arquitectos por demás ingenuos, candidatos para
todos los concursos y tan dispuestos a disputarse el premio que ha de proporcionarle el co-
diciado 5% del costo de un edificio público monumental, como resueltos a contentarse con
alguna demostración platónica, de ésas que si bien nada cuestan al otorgante, le permi-
ten tener arquitecto gratis” (…) “el gremio de arquitectos necesita ponerse de acuerdo so-
bre las condiciones en que sus miembros deben concurrir a los concursos”.59
En 1895 se llamó a concurso internacional para el Palacio del Congreso –convoca-
do por el presidente Carlos Pellegrini– y se estipulaba en el Art. 6º de las bases que todos
los proyectos premiados serían de propiedad de la Comisión, la que se reservaría el dere-
cho de tomar de ellos los elementos que creyera oportuno o útil introducir en el proyec-
to que finalmente se ejecutase.60 A primera vista este punto de las cláusulas, estaría ligado
a la modalidad proyectual decimonónica que admitía la disociación entre la resolución de
las fachadas –que podían ser permutables o cambiantes de estilo– y el diseño de las plan-
tas; tanto era así que una obra podía nacer italiana y devenir francesa durante su construc-
ción sin ningún asombro. Sin embargo, una segunda lectura de la condición señalada en
esta cláusula nos muestra ciertos indicadores del estado del campo disciplinar en gesta-
ción, a saber:
a) La noción de objeto u obra arquitectónica y sus atributos como tal, se encuentra
en debate y en pugna. Al interior del campo, que no está claramente delimitado,
desde la voz de los ingenieros, que tiene mucho peso todavía, la obra de arquitec-
tura es un producto de una rama de la Ingeniería; en cambio desde el Academi-
cismo, en la voz de los arquitectos en general extranjeros, la producción arquitec-
tónica es eminentemente artística. Entre los dos extremos es posible advertir un
abanico de variantes. Desde el campo socio-cultural, la definición de lo que la
obra arquitectónica “debe ser” recibe en ese tiempo una fuerte presión de codifi-
cación con el proyecto social, económico y político de la modernización. Es decir,
es un momento clave –fines del siglo XIX, comienzos del XX– en el que se están
forjando tanto en el país como en el extranjero, las representaciones de lo que la
Argentina es (o debe ser) y la arquitectura –en particular la pública– adquiere una
valoración notable en la construcción de esa imagen.
b) Las reglas del juego están en discusión al interior del campo: fijar los límites de lo
que es lícito y lo que no lo es, de lo que es ético y lo que no lo es, de lo que es con-
veniente para los “intereses generales” y aquello que es perjudicial. La estipulación

58
El caso citado por Chanourdie es el de La Franco Andina, en el cual el jurado (un boticario, un comerciante, un financis-
ta y un industrial) no otorgó fallo sino que llamó a uno de los postulantes y le sugirió que modificase la planta y rehiciera
el frente aprovechando el material de los otros concursantes. Ver: Ramón Gutiérrez. Capítulo 2 (1886-1900). En: Socie-
dad Central de Arquitectos.100 años de compromiso con el país, Buenos Aires, 1994, p. 35.
59
Chanourdie citado por Ramón Gutiérrez, Ibídem, p. 34.
60
Anatole France diría a propósito precisamente de la obra del Congreso de la Nación, poniendo en evidencia la actitud ecléc-
tica y monumentalista en la modalidad proyectual de la época: “El palacio del Congreso es una mezcla, conteniendo ensala-
da italiana e ingredientes griegos, romanos y franceses. Se tomó la columnata del Louvre, encima le colocaron el Partenón, sobre
el Partenón lograron ubicar el Panteón y finalmente espolvorearon la torta con alegorías, estatuas, balaustradas y terrazas… Eso
recuerda la confusión en la construcción de la torre de Babel”, citado por R. Gutiérrez, Ibídem, p. 35.

253
Silvia Augusta Cirvini

de la legalidad así como la de la eticidad en la práctica profesional, atañe no sólo


a las relaciones interpersonales sino también a las del gremio con el campo social
y los múltiples agentes con los cuales se interrelacionan. Esto afecta particular-
mente al tema de los Concursos puesto que, como un ejercicio de competencia,
se desarrolla en un espacio de fricción entre los participantes, donde se plantean
cuestiones de legalidad y eticidad, además de constituir un mecanismo de legiti-
mación de la práctica profesional en relación con el campo social donde los inte-
reses puestos en juego por los arquitectos no son los mismos que movilizan a los
promotores de los concursos, lo cual convierte a esta práctica en territorio propi-
cio para el conflicto.
Esta situación hacia fines del XIX, nos lleva a considerar la práctica de los Concur-
sos dentro del proceso de diferenciación de la arquitectura, en donde se articulan los múl-
tiples aspectos de la constitución del habitus y de discusión de las reglas fundamentales del
campo, los mecanismos de consagración y legitimación de las prácticas, etc.; así como a
considerar su vinculación con la modernización y el programa político del roquismo.61
Tanto en Buenos Aires como en las principales capitales de provincia, el espacio ur-
bano se convirtió, desde 1880 y hasta 1915 aproximadamente, en objeto de múltiples pro-
yectos e intervenciones por cuanto la ciudad condensaba y sintetizaba la “cara material” del
progreso y la modernización. En ese proceso, los arquitectos buscaron un lugar propio, un
espacio diferenciado respecto de otros agentes profesionales y técnicos que participaban en
la construcción de lo arquitectónico y lo urbano. Para ello plantearán alianzas o tomarán
distancias de la elite política, avalarán proyectos o se convertirán en mordaces críticos de
las iniciativas oficiales, según los momentos, las circunstancias y los actores. Pero en todos
los casos, en este juego de tensiones con los comitentes o con el poder político, los arqui-
tectos buscarán consolidarse como corporación, organizar el campo, definir las reglas y ex-
poner en el plano social sus propuestas en un permanente afán de reconocimiento. Los
Concursos fueron en este sentido, espacios de confrontación privilegiados donde pueden
visualizarse los diferentes intereses en juego y los puntos de conflicto entre los distintos ac-
tores sociales.

2.2. La Sociedad Central de Arquitectos y los Concursos de Arquitectura


Uno de los objetivos planteados con la creación de la Sociedad de Arquitectos en
1886, como organismo societario, era la defensa de los intereses comunes y la promoción
de aquellos procedimientos y actividades que contribuyeran al desarrollo de la profesión.
También, esta sociedad se proclamaba como portavoz y representante del gremio y se pro-
ponía desde ese plural del “nosotros” ejercer la tutela de los intereses del grupo. Sin embar-
go, la fuerza relativa que tuvo en lo institucional durante las dos primeras décadas de exis-
tencia, no fue suficiente para obtener el reconocimiento necesario para imponer su criterio
en el tema de los Concursos. Las decisiones –como en general para toda la obra pública–
quedaban en muy pocas manos dentro de la clase política o de los “operadores” de los in-

61
Es precisamente la coyuntura que brinda la modernización la que favorece y obstaculiza a la vez la autonomización del cam-
po disciplinar. Saber técnico y poder político se articularon en el marco del proyecto de fines del XIX, para encarar una vasta
obra pública a nivel nacional y organizar las reparticiones estatales indispensables para llevar a cabo materialmente las obras.
254
Nosotros los Arquitectos

tereses económicos de la elite y la opinión de los técnicos era tomada en cuenta sólo si no
contradecía la de estos grupos de poder.62
Después de su virtual refundación en 1901, la Sociedad de Arquitectos estará en me-
jores condiciones para aparecer nuevamente en escena y reclamar un lugar privilegiado en
las decisiones de los grandes proyectos que prometía la creciente prosperidad económica.
La práctica de los concursos propiciaría, desde la perspectiva de sus defensores, el mejora-
miento progresivo de la calidad artística de la edilicia, en particular la pública y monumen-
tal, cumpliendo a la vez un papel pedagógico en cuanto a la cultura artística de la sociedad
en general y de la clase dirigente en particular.
En 1903, siendo Alejandro Christophersen presidente de la Sociedad, encomendó a
dos importantes socios, Carlos Nordmann y John Doyer, para elaborar la propuesta de lo
que sería el primer reglamento para los Concursos. Este fue aprobado por la Sociedad el
12 de febrero de 1904 y estuvo vigente por más de trece años –muy productivos por cier-
to– hasta 1917 que se reemplazó por otro más completo. Este primer reglamento estable-
cía clases, categorías y condiciones mínimas que debían reunir los llamados y tendía en ge-
neral a promover esta práctica, reconocida al interior del campo como productiva y
benéfica, pero a la cual había que proteger –desde la visión de los arquitectos– del abuso y
la manipulación, resultado tanto de actitudes inescrupulosas de quienes convocaban o
quienes decidían los concursos, como de la ignorancia en materia de arte arquitectónico.
Lo cierto es que el sistema de los Concursos tenía defensores y detractores, dentro y
fuera del campo, en algunos casos con argumentos equivalentes, con razones fundadas en
criterios diferentes. En primer lugar, fue necesario instalar la necesidad de los Concursos
para el caso de la edilicia pública, más tarde se verá la necesidad también de ajustar la obra
privada de cierta importancia a los mismos requerimientos que la gran obra pública. La
práctica liberal de la profesión instalaba como criterio general que así como era lícito con-
tratar al médico o al abogado en quien se tenía confianza, lo mismo sucedía con el arqui-
tecto. ¿Por qué llamar a concurso? Esta práctica era vista desde lo social como problemáti-
ca e innecesaria, y desde el campo disciplinar como beneficiosa, a pesar de los problemas
que pudiesen presentarse.
Los dos problemas centrales, desde el balance de la prensa técnica, de esos primeros
trece años de práctica reglamentada de los concursos (1904-1917) giraban en torno de la
composición de los jurados y del otorgamiento de premios.
La Sociedad Central en nombre de todos los arquitectos se confería la capacidad de
ser el organismo idóneo para decidir, con un protagonismo central dentro de los jurados,
el resultado de las convocatorias de Concursos. El procedimiento habitual apuntaba, en
primer lugar a buscar el reconocimiento de esta capacidad en el campo social y en caso de
no encontrar eco, la sanción que imponía era la crítica mordaz, la desautorización de los
jurados, la invalidación del llamado o de los resultados, todo desde la voz autorizada del
saber y en uso de la función de representar a los socios.

62
Son numerosos y variados los ejemplos que pueden darse con relación al peso que pudo tener la opinión de los técnicos
en la toma de importantes decisiones de obras públicas. Como regla general podemos afirmar que la atención dada a las
soluciones formuladas por los técnicos no dependió de la calidad de la propuesta ni de la adecuación a las necesidades so-
ciales planteadas, sino que el éxito o eficacia del discurso técnico dependió fundamentalmente de su articulación con lo
político y lo económico.

255
Silvia Augusta Cirvini

Desde las revistas se hacían frecuentes llamados de atención y advertencias en rela-


ción con los “pseudo concursos” o “concursos de índole muy sospechosa” en donde era
“burlada la buena fe de los profesionales”, o donde no se cumplían los requisitos mínimos
exigidos para esta práctica. Es más, en reiteradas ocasiones, desde las revistas se instaba a
no participar de esas convocatorias dudosas o directamente incorrectas; para ello se desple-
gaba una permanente acción docente con el comentario de éste o aquél concurso de mo-
do de ir formando criterios de evaluación en los lectores. Esta situación se prolongó hasta
la década del ‘30 cuando el sistema ya había creado sus propios anticuerpos y en algunos
casos, como el del concurso de la Facultad de Ingeniería de Montevideo, que fracasó como
convocatoria a partir de la reacción producida ante una de las cláusulas, sirvió para poner
en evidencia la vinculación que el tema tenía con el reconocimiento y legitimación de la
profesión dentro del campo social, lo cual fue capitalizado por los arquitectos uruguayos y
argentinos con grandes réditos en el plano simbólico.63
Pero, volvamos a los primeros años de práctica reglamentada. La Sociedad Central de
Arquitectos debía reclamar frecuentemente la inclusión de miembros a los jurados de Con-
cursos convocados para edificios públicos desde los organismos estatales y poderes oficia-
les. Por otra parte, cuando se incluían representantes de la Sociedad en un Jurado, nunca
eran más de dos y en la mayoría de los casos, sólo contaba con un representante. En gene-
ral, la participación de arquitectos era mínima y por lo tanto no había ningún tipo de ga-
rantías del predominio de criterios propios del campo arquitectónico. Es decir era habitual
que en los Concursos de escuelas predominaran los pedagogos e higienistas, en los edifi-
cios del ejército los militares y en los hospitales los médicos. Si a eso le sumamos los fun-
cionarios respectivos, los burócratas de estado, y algún miembro honorario, que podía o
no entender de arquitectura, a la hora de decidir el resultado de un concurso, el arquitec-
to que representara a la Sociedad, se podía sentir bastante solo.
El gobierno generalmente terminaba desconociendo los concursos que él mismo con-
vocaba y los proyectos y las obras se hacían mediante contratación directa con arquitectos
extranjeros. Este procedimiento era avalado desde lo social por la convicción instalada por
el liberalismo vigente de que, tanto el Estado como los particulares tenían la libertad y el
derecho de contratar a “los mejores” profesionales, que tenían a su vez, mayor experiencia
y prestigio y que no solían presentarse a los concursos. Sin embargo, desde la oposición po-
lítica del gobierno se afirmaba que los mecanismos de contratación no eran claros ni trans-
parentes, y estaban articulados a los intereses de los sectores dirigentes. Así es como, fre-
cuentemente queda registrado por la prensa técnica, los profesionales contratados con
importantes honorarios, no eran los “mejores” sino los “amigos” de quienes manejaban la
administración del Estado.

63
La convocatoria admitía la presentación de profesionales ingenieros con el argumento de que se trataba del edificio de la
Facultad de Ingeniería. La Sociedad de Arquitectos del Uruguay presentó su objeción en vista de la delimitación que el
mismo Consejo Universitario había realizado de las profesiones, correspondiendo esa tarea exclusivamente a los arquitec-
tos. A pesar de los dictámenes en favor de los arquitectos, la Facultad insistió en mantener la convocatoria tal como se había
planteado en un principio. Los arquitectos impugnaron entonces la convocatoria e invitaron a no presentarse a sus socios
ni tampoco a los colegas ingenieros. Se presentó sólo un anteproyecto fracasando así el Concurso. Ver: Jorge V. Rivarola.
“Un caso ejemplar de espíritu de cuerpo y de ética profesional”, Revista de Arquitectura, Junio de 1937, p. 260.

256
Nosotros los Arquitectos

Lo cierto es que, ante las dificultades que presentaba la práctica de los concursos, la
clase dirigente se aferraba a la antigua práctica del roquismo: la contratación directa con
determinados profesionales, lo cual era visto, como se ha dicho, desde lo corporativo co-
mo procedimiento arbitrario, injusto, perjudicial y oneroso para el propio Estado. Las re-
vistas plantean el problema de los Concursos ligado al tema de las contrataciones de pro-
fesionales extranjeros: el discurso enfrenta “notables” versus “desconocidos”, “extranjeros”
versus “nacionales”, “contratación directa” versus “concurso”. Los defectos que pudiera
presentar el sistema no desaniman a sus defensores para continuar bregando por su reali-
zación y perfeccionamiento. Un argumento reiterativo entre los detractores era que los
“notables”, no se presentaban a los concursos, a lo cual el discurso opuesto dice que la
“notabilidad de los notables” puede ser un obstáculo para realizar un gran proyecto en la
medida que el exceso de tareas en las que se hallan les impide dedicar el tiempo suficien-
te para estudiar un problema:
“Por lo demás, los que no toman parte en los concursos son: 1º los que siendo ya nota-
bles, temen ser derrotados; 2º los que no tiene fe en sus propias fuerzas no obstante su
notabilidad. Tampoco toman parte en ellos los que están acostumbrados a emplear la
cuña como fuerza convincente para lograr trabajos que es más difícil obtener mediante
el concurso”.64
En los concursos para la edilicia privada, los criterios eran aún más arbitrarios tan-
to en lo que respecta a la composición de los jurados como en los procedimientos a se-
guir para decidir los resultados. Si bien a principios del siglo, el liberalismo vigente hacía
imposible pensar en reglamentar los concursos de la edilicia privada, el tema continúa
siendo tratado en las revistas y hacia 1920 ya es aceptado que: a) los concursos privados
también deben ser reglamentados, b) la garantía de la eficacia de los mismos es el patro-
cinio de una sociedad profesional de “seriedad reconocida”, c) se reconoce la importancia
de los concursos privados como instrumento de selección y mejoramiento de la produc-
ción arquitectónica.
El concurso tiene una función docente en la “educación del público” y tiende a esta-
blecer un puente entre comitente y arquitecto, pero también se constituye en mecanismo
que transparenta la defensa de los derechos del gremio y lo hace desde la defensa de los “in-
tereses generales”, la buena arquitectura beneficia a todos los ciudadanos:
(el concurso)…”Es la expresión más elevada en las relaciones entre el profesional y el pú-
blico; es la cátedra; es la tribuna, y su fallo constituye el más alto título de competencia”.65
Desde las revistas se denuncian los manejos inescrupulosos de ciertos concursos y se
advierte a los arquitectos sobre los “ardides o trampas ocultas” detrás del desarrollo de cier-
tos concursos privados. Las revistas técnicas interpelan preguntándose cómo “profesiona-
les competentes pueden aceptar con su concurrencia cláusulas verdaderamente leoninas”
dentro de las bases. Más allá de los daños concretos que se ocasionan a los concursantes, la
crítica señala este estado de cosas como un indicador del desconocimiento, la desconside-
ración y la desvalorización que padece la profesión en la sociedad.66 Se invita también, a

64
Chanourdie en: Arquitectura, apartado de la Revista Técnica, Nº 32, noviembre de 1905, p. 108. El destacado figura en el
original.
65
Cf. El Arquitecto, Octubre 1925, Nº 15, p. 300.
66
Cf. El Arquitecto, Enero de 1923, Nº 30, p. 141.

257
Silvia Augusta Cirvini

instituciones representativas de la vida social y cultural a utilizar el sistema de concursos y


no la contratación directa de profesionales: “instituciones que como el Círculo de Prensa es-
tán demasiado ligadas a la vida colectiva para que sus actos no estén expuestos a la crítica”.67
Otro problema importante que planteaban los Concursos con relación a los jurados
era el de la tendencia artística a la que adhería cada uno de los miembros, cuando deter-
minaba apriorísticamente la exclusión de aquellas propuestas diferentes de las preferencias
dominantes. Esta situación tiene una articulación directa con las luchas al interior del cam-
po disciplinar por la consagración y desplazamiento de tendencias, estilos, ideas estéticas,
etc. La adscripción artística de los miembros del jurado se fue constituyendo como un obs-
táculo en los concursos, a medida que avanzaba el siglo, cuando fueron apareciendo en es-
cenario nuevas posiciones, o matices y variantes de las posiciones existentes. El tema es ad-
vertido como problema recién en 1917 en la Revista de Arquitectura. Hasta entonces,
parece que hubo un cierto acuerdo entre las posiciones dominantes: académicos, eclécti-
cos, académicos-eclécticos, en todos los matices, y no se habían hecho evidentes los con-
flictos. A partir de ese momento, a medida que en el campo disciplinar aparecen más po-
siciones, el espacio de los concursos se convierte en escenario de la pugna por los lugares
centrales, por la legitimación y el reconocimiento que cada grupo puede ir alcanzando con
cada una de estas contiendas.
Finalmente, el tema de los premios articulaba distintas problemáticas que en algunos
casos eran decisivas en cuanto a la calidad y éxito de los concursos, a saber:
• Los arquitectos consagrados tenían demasiado trabajo para asumir el riesgo de pre-
sentarse a Concursos donde los premios eran bajos. Estaban dispuestos a correr es-
te riesgo los profesionales de una segunda línea, con más tiempo, menor edad, ne-
cesidad de alcanzar prestigio y reconocimiento, y dispuestos a trabajar casi por
nada.
• La prosperidad económica vivida en los años en torno del Centenario de Mayo
fue, en cierta medida, un obstáculo para el desarrollo de los concursos: había mu-
cha demanda desde la edilicia privada lo cual desalentaba a correr riesgos habien-
do trabajo seguro.
• Una maniobra frecuente era: convocar a concurso público, declararlo desierto por-
que ningún proyecto llenaba las expectativas del jurado y luego se invitaba a los
mejores a participar de un concurso privado. De este modo, los premios queda-
ban en pocas manos.
Como la práctica de los Concursos tiene tanto que ver con la fijación de reglas al
interior del campo, con el hecho de alimentar la “illusio” o el interés en el juego, consi-
deramos de particular importancia analizar lo sucedido en las dos primeras décadas del
siglo XX porque el campo disciplinar está en proceso de constitución. Precisamente en
esos años, los Concursos serán elementos activos, como prácticas diferenciadoras en la
modelación del habitus profesional. Desde mediados de la década del ‘20 y más allá de
su eficacia, de su aceptación dentro y fuera el campo, los Concursos de Arquitectura pa-
saron a ser una práctica habitual y con el tiempo, un elemento constitutivo de la tradi-
ción disciplinar.

67
“Oportunidad de un concurso”, en: El Arquitecto, Año III, Nº 28, Noviembre de 1922, p. 90.

258
Nosotros los Arquitectos

2.3. Los Concursos Estímulo

El origen de estos concursos se remonta en nuestro país a 1904 y constituyen una


propuesta dentro de una estrategia más amplia planteada por la Sociedad de Arquitectos
para consolidar el incipiente campo disciplinar y ordenar en su interior los “lugares” dife-
renciados y jerárquicos desde una perspectiva de construcción de hegemonía. Por una par-
te, ese pequeño grupo que había logrado reorganizarse como ente corporativo en 1901,
merced a su gestión y a su influencia, consiguió concretar la creación de la Escuela de Ar-
quitectura dentro de la Facultad de Ciencias Exactas, lo cual es considerado como un lo-
gro importante para el gremio. Por otra parte, este mismo grupo padece los embates de la
ley de 1904 de nacionalización de títulos y siente como amenaza la presencia de ciertos
“parvenus” dentro del campo. Quién es quien dentro del juego es lo que la Sociedad de Ar-
quitectos se propone ir delimitando, con prácticas y actividades que promuevan la integra-
ción pero también la diferenciación, que establezcan en definitiva el “chacun à sa place”.
Los concursos estímulo estaban dirigidos a los estudiantes y a los dibujantes que tra-
bajaban en los principales estudios de Buenos Aires. Realizados desde 1906 y hasta la dé-
cada del ‘20, con el apoyo de subvenciones estatales, la Sociedad de Arquitectos se encar-
gaba de su organización y desarrollo, redactaba las bases y los programas y otorgaba los
premios que eran en dinero en efectivo.
El objetivo era doble: por una parte, extender hacia los jóvenes estudiantes la práctica
de los concursos, en una suerte de iniciación en las prácticas profesionales, por otra, se bus-
caba dar un estímulo, un reconocimiento a quienes efectuaban una tarea poco valorada so-
cialmente como era la de dibujante. Si bien la finalidad expresa de estos concursos era el “es-
tímulo” del arte arquitectónico en el conjunto de practicantes más dúctil (estudiantes y
dibujantes), el efecto buscado por sus promotores era la cohesión del campo disciplinar en
torno de las propuestas estéticas del academicismo y el eclecticismo, por ellos enarboladas,
en oposición a los nuevos estilos antiacadémicos, los que aparecen –según la voz de los prin-
cipales representantes del gremio– asociados a los advenedizos al campo disciplinar.
Los concursos estímulo tuvieron, durante los primeros años, nula o muy escasa par-
ticipación de los estudiantes. Según los miembros de la Sociedad de Arquitectos, la razón
era que a los jóvenes de la Escuela no les interesaban los premios en efectivo. ¿Dé donde
provenía esta certeza? De lo que sucedía a diario en los estudios de los más importantes ar-
quitectos. Sin dudas no era un motivo económico lo que movilizaba a un estudiante a tra-
bajar en un estudio de arquitectura; era una oportunidad para ingresar en ese mundo e in-
corporar el habitus profesional en forma gradual y práctica. Esta situación era tanto más
valorada cuanto mayor era el prestigio del arquitecto al que pertenecía el estudio. La retri-
bución en dinero era totalmente secundaria.68 De allí que resultaba lógico inferir que a los
estudiantes no les atraían los premios en efectivo. Sin embargo, consideramos que hubo
otra razón de mayor peso que alejaba a los estudiantes de estos concursos, situación que no
podía de ningún modo ser percibida por los actores y que sólo el análisis histórico puede
hoy traer a la luz. Los estudiantes no admitían la indiscriminación respecto de los dibujan-
tes: aún cuando reconocieran que en ciertos campos, como en lo artístico, los dibujantes

68
No olvidemos la extracción social de los alumnos de esa época.

259
Silvia Augusta Cirvini

sabían más que ellos, no podían considerarse iguales, porque se sentían superiores al posi-
cionarse como “futuros arquitectos”, no podían entonces participar en la misma categoría
en un concurso. La demostración de que la participación o su ausencia alude a cuestiones
simbólicas y a la distribución de lugares diferenciados en el campo disciplinar, hay que ha-
llarla en la aceptación que tuvieron otras convocatorias como los Salones Anuales, los Con-
gresos y también estos mismos concursos cuando se crea una categoría especial para estu-
diantes del último año. (Sexto concurso en 1912).
En cuanto a los dibujantes, entre los que abundaban extranjeros (arquitectos sin tí-
tulo o dibujantes de oficio) los concursos tuvieron una importante adhesión, por cuanto
les otorgaban a los ganadores una notoriedad que no alcanzaban de otro modo. Había di-
bujantes de distintas categorías o niveles: el dibujante proyectista era casi un arquitecto y
tenía formación artística y técnica como para resolver un proyecto, luego estaban los dibu-
jantes artísticos o de ornato que manejaban los repertorios y lenguajes estilísticos del eclec-
ticismo, finalmente estaban los dibujantes copistas que tenían una tarea meramente instru-
mental, más rutinaria y repetitiva.
Víctor Jaeschke señalaba, sin embargo, las contradicciones y tensiones que con rela-
ción a los dibujantes, encerraban los concursos estímulo:
“…es inexplicable como la Sociedad de Arquitectos que organiza concursos Estímulo en-
tre dibujantes y empleados de Arquitectos, les abre sus puertas para premiarlos por los tra-
bajos que hacen competencia con sus colegas y al mismo tiempo les grita Lasciate ogni
speranza, es decir: «Sois eximios dibujantes y proyectistas y podéis muy bien reemplazar-
nos en nuestras oficinas, pero por más práctica profesional que podráis adquirir, jamás se-
réis arquitectos, porque no habéis pasado por la Facultad de Buenos Aires! Talento y ca-
pacidad mil veces demostrada no os servirán de nada, si no tenéis diploma oficial, y
eternamente quedaréis dibujantes y empleados»”.69
Los temas elegidos para estos concursos ponen en evidencia el carácter elitista de la
propuesta de la Sociedad de Arquitectos y la distancia que sus preocupaciones artísticas y
disciplinares tenían respecto de la conflictiva sociedad del Centenario.70 Y cuando por fin
en 1911, se convoca al concurso con un tema de actualidad y con inserción en la proble-
mática social como era la “Edificación de casas para familias modestas”, el resultado dio un
primer premio a un proyecto de “cottages ingleses” que por supuesto eran inaccesibles a los
sectores populares.
Los Concursos estímulo fueron perdiendo fuerza en la década del ‘20 y tuvieron un re-
nacimiento a partir de 1936 con una situación y una función muy diferente a la de los pri-
meros años. En esta nueva etapa los concursos estaban destinados a los alumnos del último
curso de la Escuela de Arquitectura, que fuesen socios aspirantes de la Sociedad Central de
Arquitectos. Constituye, como otras, una práctica reproductora de un habitus ya consolida-
do. Tienen notable adhesión entre los estudiantes, que son muchos más que la década ante-
rior y de una extracción social más variada que la de 1906 cuando se iniciaron los concursos.71

69
V Jaeschke citado por J. Tartarini, Cap. 3, En: Sociedad Central de Arquitectos. 100 años de compromiso con el país, Buenos
Aires, 1994, p. 76. El destacado figura en el original.
70
Por ejemplo, entre los temas se sucedieron: Pabellón para la administración de un Parque, Restaurant en una isla de un la-
go artificial, Panteón para la ceniza de los héroes, etc.
71
En 1937 egresaron 63 arquitectos de la Universidad de Buenos Aires (60 hombres y 3 mujeres) lo cual era una cifra sor-
prendente si la comparamos con las de la década anterior.
260
Nosotros los Arquitectos

2.4. Los Concursos del “Centenario de Mayo”

Los años que precedieron al Centenario estuvieron sembrados de grandes proyectos


oficiales, algunos por contratación directa, otros convocados a través del mecanismo de
concursos, de algunos se concretaron las obras, pero otros quedaron indefinidamente pos-
tergados, tanto en Buenos Aires como en el resto del país. Pero, sin dudas, el concurso más
conflictivo, controvertido y duramente criticado de esos años fue el del Monumento a Ma-
yo. Podemos considerarlo un caso ejemplar, muy explicativo de las múltiples relaciones
contextuales que se entrelazan en su convocatoria, y los numerosos intereses en pugna que
puso en evidencia el cruce –en el centro el espacio urbano– de variables tan fuertes como
la “historia”, la “nacionalidad” y el “progreso”.
Desde 1904, la Revista Técnica y luego desde Arquitectura, las editoriales se ocuparon
del tema en forma continua. Queda explicitada la posición de los arquitectos, en absoluta
coincidencia con la clase dirigente, de apoyo para la construcción de un gran monumento
a Mayo. Indudablemente había intereses corporativos en juego, ya que el afán de exhibi-
ción y las ansias oficiales de mostrar en el espacio urbano los logros del “progreso”, se tra-
ducían en un cúmulo de proyectos, no sólo en Buenos Aires sino en todo el país, que sig-
nificaban trabajo, prestigio y reconocimiento social para el gremio.
Pero también, había una coincidencia ideológica, entre el grupo que lideraba la So-
ciedad Central de Arquitectos y el oficialismo, en el sentido de considerar a la ciudad –las
ciudades, el espacio urbano en sentido amplio– como la materialización más emblemática
del “progreso”, a la vez de constituir el mejor legado para las generaciones del futuro. Es
por ello que la gran mayoría de los profesionales y la institución gremial que los reunía,
apoyaron toda la “proyectomanía” oficial que precedió al Centenario para la construcción
de importantes edificios monumentales estatales en todo el país, así como de monumen-
tos conmemorativos que permitieran mostrar, exhibir ante el mundo la grandeza de la “na-
ción argentina”.72
En esta “inversión” de capital simbólico de la clase dirigente en el espacio urbano hay,
sin duda, mucho de construcción imaginaria en torno de los logros del proyecto moderni-
zador. Los monumentos conmemorativos, cuyo caso emblemático fue el Monumento a
Mayo, tenían además una función instrumental y pedagógica muy importante: debían
aportar el plus simbólico necesario al espacio urbano, de modo de que éste se constituye-
se en escenario de los rituales patrióticos, que el propio aparato del Estado había comen-
zado a instaurar en la escuela pública, los desfiles y los actos oficiales, etc.
Si bien se hablaba del Monumento en la Plaza de Mayo desde 1902, el Concurso fue
convocado recién en 1907 y sus resultados estuvieron expuestos en la Sociedad Rural en
mayo de 1908, dos años antes del Centenario. Se pensaba construir de inmediato para que
estuviera terminado en 1910, pero las numerosas dificultades que se fueron presentando:
críticas, objeciones, debates, postergaron indefinidamente su materialización. Fue un con-

72
Dentro de este marco de mostrar los adelantos de la joven república, la Sociedad de Arquitectos fue encargada por la Co-
misión Nacional del Centenario de organizar y llevar a cabo una gran exposición internacional donde exhibir los progre-
sos de la arquitectura y todas las bellas artes. El llamado a concurso y la construcción de un gran edificio destinado a ese
fin, de 5000 m2 ubicado en los jardines de la Plaza San Martín, demoraron el montaje de la Exposición que, a medias se
inauguró en julio de 1910 cuando ya los festejos centrales habían pasado y las delegaciones extranjeras habían regresado a
sus países.
261
Silvia Augusta Cirvini

curso internacional, al que se presentaron 74 proyectos, en su mayoría de Francia (21) y


de Italia (17). De Argentina hubo 8 proyectos, de los cuales sólo uno recibió (en la prime-
ra prueba) uno de los primeros premios, que sin embargo tuvo muy mala crítica.
El Concurso fue un certamen de dos grados o pruebas. En la primera, el jurado otor-
gó seis primeros premios, con un orden de mérito que no evitaba la segunda prueba y que
dilataba de todas maneras una resolución definitiva al respecto.73 La segunda prueba defi-
nió el concurso en favor del equipo italiano formado por el escultor L. Brizzolara y el ar-
quitecto Gaetano Moretti, otorgando el segundo premio al equipo belga del escultor J. La-
gae y el arquitecto E. Dhurcque.74
Una de las críticas más importantes que recibió el jurado 75 fue haber otorgado en la
primera prueba seis primeros premios, colocando en el primer lugar del orden de mérito
la propuesta denominada Arco de Triunfo del escultor argentino Rogelio Irurtia, lo cual
fue objeto de múltiples críticas. Según Chanourdie este proyecto no debió haber sido ad-
mitido por no ajustarse a las bases del concurso. El arquitecto Víctor J. Jaeschke fue bas-
tante más duro al desautorizar al jurado:
“…el improvisado jurado artístico (…) ha creído poder pisotear todas las reglas más ele-
mentales de la equidad y del buen sentido, a favor de un arco de triunfo, cuyo autor no
sólo se burló de todas las prescripciones reglamentarias del concurso, sino que echó en sa-
co roto todas las reglas de la estética, de la composición arquitectónica y de la proporción,
de la verdad histórica, etcétera. Representar a la Independencia Argentina por una dan-
za de caníbales o de quichuas desnudos (…) es quizás un rasgo de esprit o de buen hu-
mor, llamado tal vez a rememorar el «Ici on dance» de la derruida Bastilla, pero fran-
camente es un simbolismo decadente y nunca podría recordar al pueblo argentino época
gloriosa, ni hechos heroicos, ni acontecimientos históricos”.76
Desde la revista Arquitectura,77 una editorial de mayo de 1908 dedicada al tema su-
giere una propuesta en apariencia bastante atinada y razonable: como era imposible reali-
zar logradamente la obra para las fiestas del Centenario, Chanourdie sugiere construir el
cimiento y el basamento del proyecto seleccionado y ejecutar el resto del monumento en
material liviano, a modo de gran maqueta. Este procedimiento permitiría introducir me-
joras al monumento definitivo, al poder valorar la obra en escala real y en su entorno. El
gasto extra que este modelo de tamaño natural significaría estaba ampliamente justificado

73
Los seis primeros premios se otorgaron a:
• Arco de Triunfo-Escultor Rogelio Irurtia
• Fortes Fortuna Adjuvat-Escultor Gustavo Eberlain
• Sol-Escultor J. Lagae y Arq. E. Dhurcque
• 1810-1816-1910-Escultor Miguel Blay
• Océano-Escultor Paul Guatch y Arq. G. Chedanne
• Pro Patria et Libertate-Escultor L. Brizzolara y Arq. G. Moretti
74
En realidad, fue un empate entre ambos proyectos que decidió con un voto el presidente de la Comisión. Del monumen-
to que obtuvo el primer premio sólo se colocó la piedra fundamental, el segundo premio es el que se construyó en la Pla-
za del Congreso.
75
El jurado estaba compuesto por: Adolfo F. Orma (presidente), Emilio Mitre, Joaquín V. González, José M. Ramos Mejía,
Francisco Seguí, Adolfo P. Carranza, Ernesto de la Cárcova, Eduardo Schiaffino, Eduardo Le Monnier, Eduardo Sívori, Jo-
sé R. Semprún, Anastasio Iturbe, Julio Dormal, Ernesto Pellegrini. Como puede observarse sobre catorce miembros dos
corresponden a la Sociedad de Arquitectos (Le Monnier y Dormal).
76
Víctor Julio Jaeschke citado por Jorge Tartarini, En: Sociedad Central de Arquitectos. 100 años de compromiso con el país,
Buenos Aires, 1994, p. 70. El destacado figura en el original.
77
Enrique Chanourdie, “El Concurso del Monumento a Mayo”, Arquitectura, Nº 48, abril y mayo de 1908, pp. 117 / 118.

262
Nosotros los Arquitectos

según el autor de la editorial por las múltiples ventajas que ello ofrecía, la principal: dispo-
ner de este símbolo para 1910, por un gasto insignificante con relación al costo total del
monumento. Esta propuesta de la prensa técnica no hace más que confirmar lo que decía-
mos acerca de la coincidencia de criterios y de expectativas con la clase dirigente en cuan-
to a la necesidad de mostrar y exhibir obras, además del carácter simbólico y representa-
cional que tenía la Plaza de Mayo con su monumento, que aunque de cartón piedra podía
servir como escenario de los actos patrióticos del festejo.
Este concurso, costoso e inútil a los efectos prácticos, presenta aspectos interesantes
para el análisis por cuanto al tratarse de tan importante monumento conmemorativo se en-
trecruzan en su convocatoria los variados debates, representaciones “en construcción” y
conflictos no resueltos del campo socio cultural y político.
En primer lugar el concurso no era sólo para arquitectos sino que convocaba princi-
palmente a escultores y artistas plásticos en general.78 Los participantes, casi en la totalidad
escultores, formaban equipo con arquitectos, modalidad propia de la práctica de las Aca-
demias que aún consideraban a la Arquitectura la hermana mayor de las Bellas Artes. Para
la mayoría de los arquitectos locales, el Concurso pasó sin penas ni glorias y no despertó
demasiado entusiasmo su convocatoria. El eco que tuvo el tema en la prensa técnica alude
a la búsqueda de un espacio en la crítica artística del monumento que involucrara los as-
pectos urbanísticos (problema desatendido tanto por los escultores como por la clase polí-
tica que promovía la obra), y que vinculara arte, arquitectura y estética urbana. De los ocho
proyectos argentinos presentados sólo uno fue realizado por un arquitecto, Torres Armen-
gol, quien obtuvo un tercer premio y bastante buena crítica en cuanto a la resolución del
conjunto urbanístico.
Un debate previo y no resuelto antes de la convocatoria fue si era correcto llamar a
un concurso internacional, precisamente para una obra que expresaría la nacionalidad,
donde debía quedar impreso para la historia el mensaje acerca de la Revolución de Mayo
de esa generación para con el futuro. ¿Podía un extranjero comprender los significados que
quería la elite y la dirigencia política atribuirle al Monumento? ¿Podía compatibilizarse una
convocatoria internacional del mundo artístico y una expresión “nacional” de un monu-
mento conmemorativo? 79 El arte no tiene Patria, pero sí los artistas –decía Christopher-
sen– y acordaba que con las bases adecuadas para el concurso cualquier artista del mundo
podía hacer una buena obra. Sin embargo, este será uno de los puntos débiles de esta con-
vocatoria internacional; de la que Lugones dirá en 1908: “Al azar de un vago programa, con-
sistente en cuatro datos históricos, un presupuesto y una magnitud, nadie proyecta el monumen-
to esencialmente nacional de un país que va a celebrar su centenario”.
El Monumento era, a principios de siglo, uno de los temas más rígidamente pauta-
do por las Academias, tanto en lo morfológico formal como en las alegorías de lo escultó-
rico. Como programa arquitectónico el monumento tiene la debilidad y limitación de no
tener un fin utilitario; sólo “sirve” para significar, para trasmitir un mensaje. En este pun-

78
El hecho de que se pensara en un monumento escultórico sería motivo de crítica por parte de Lugones, quien como se ve-
rá más adelante, llevará adelante la oposición más integral hacia el Concurso y proponía un monumento eminentemente
arquitectónico, por lo tanto útil como edificio.
79
Estaba aún presente el escándalo producido por el concurso internacional ganado por un escultor francés para el monu-
mento a Vittorio Emmanuel en Roma, el cual tuvo que ser anulado y vuelto concursar, ganado esta segunda vez por un
italiano.
263
Silvia Augusta Cirvini

to residió la gran dificultad del Concurso de este monumento: era necesario definir con mu-
cha claridad el mensaje –más aún al ser internacional la convocatoria– y establecer el códi-
go de lectura. El problema fue que las bases fueron confusas porque la misma Comisión en-
cargada no tenía un criterio claro y homogéneo respecto de las nociones básicas sobre la
cuales habría de concebirse esta obra conmemorativa, ni se había señalado una preferencia
por un tipo especial de monumento, ni tampoco existían instrucciones precisas acerca de
qué hacer con el entorno existente de la Plaza de Mayo ni con la antigua pirámide. Parecía
una tarea difícil la de dar respuesta al desafío: “Arcos de triunfo, templetes, columnatas, colum-
nas votivas, trajanas, rostratas, pirámides,… todas las escuelas, antiguas y modernas, todas las
formas han sido puestas a contribución por el centenar de artistas que han tratado de solucionar
tan arduo problema”.80 Las bases confundieron más que lo que aclararon, introdujeron, al de-
cir de la revista Arquitectura “cierta perplejidad en el ánimo de los artistas” a través de la pu-
blicación que entregó la Comisión, titulada “Breve reseña histórica de la Revolución Argen-
tina para los artistas extranjeros (sic) que tomen parte en el concurso del Monumento a la
Revolución de Mayo”. Pero entonces, ¿qué se conmemoraba, la Revolución de Mayo o la de-
nominada Revolución Argentina? Para un argentino podía ser claro que lo que se conme-
moraba eran los acontecimientos de mayo de 1810, pero no lo era para los 66 equipos ex-
tranjeros que se presentaron. La reseña explicaba la “Revolución Argentina” como un gran
relato, donde los hechos de Mayo del ‘10 aparecían como el momento inicial de ese proce-
so lineal y progresivo que desembocaba en ese presente de 1910, y donde se sucedían epi-
sódicamente las guerras de la independencia (incluida la declaración de la independencia en
1816), el período constitucional y finalmente el desarrollo socio económico de fin de siglo,
lo cual sirvió, en la mayoría de los casos, de cantera de argumentos, temas y motivos para
desarrollar las propuestas con una total distancia de una historia verosímil y coherente. To-
dos los bocetos premiados quedaron en poder de la Nación.81
Este Concurso sintetiza un caso ejemplar dentro de las prácticas de la época, cuyo pe-
so simbólico y las numerosas representaciones puestas en juego permiten ver la multiplici-
dad de intereses en pugna. Adrián Gorelik 82 formula un minucioso análisis en torno de la
vinculación ciudad / celebración, y de cómo el Centenario de Mayo coloca a la ciudad en
el “centro del balance”, donde reforma urbana y representación se ligan en los grandes pro-
yectos monumentales como el de la Plaza del Congreso y el de la Plaza de Mayo, a una
reorganización de los circuitos ceremoniales y recreacionales de la ciudad. Es importante
considerar que hubo una serie de debates en torno del espacio urbano que movilizó todo
un abanico de posiciones, donde probablemente el Centenario no hizo más que agudizar
y hacer estallar conflictos que provenían del siglo anterior. Con el tema del Monumento a

80
E. Chanourdie. “Resultado del Concurso del Monumento a Mayo”, en Arquitectura, Nº 49, Junio, Julio de 1908, Buenos
Aires, p. 133.
81
Uno de los segundos premios otorgado al escultor uruguayo Juan Ferrari (lema Tabaré), fue el único llevado a cabo a par-
tir de 1909 e inaugurado en 1914, como el monumento sanmartiniano más importante en la Ciudad de Mendoza, em-
plazado, tal como lo propuso el escultor sobre una roca de granito de los Andes, en el marco de la precordillera (cerro del
Pilar, actual cerro de la Gloria). Curiosamente, fue el único ejemplo dentro de los proyectos presentados donde tanto el
conjunto escultórico como la resolución del emplazamiento y el entorno escapan a la estricta normativa académica. No po-
demos decir que sea una obra vanguardista (Ferrari formado en la Academia de Roma se inscribe en un neorromanticismo
y un realismo propio de la época) sino más bien lo que sucede es que en medio de tantos proyectos anacrónicos, una obra
que exprese “su tiempo”, puede parecer revolucionaria, anticipada como producción artística.
82
Cf. Adrián Gorelik. La Grilla y el Parque. Espacio público y cultura urbana en Buenos Aires, 1887-1936, (1998) Universidad
Nacional de Quilmes, pp. 183 y ss.
264
Nosotros los Arquitectos

Mayo y en general con todos los grandes proyectos del Centenario, queda expuesta nueva-
mente la antinomia entre “progreso material” y “progreso espiritual”, que aparece en for-
ma periódica y cíclica en la prensa técnica desde fines del siglo XIX asociada al tema de la
“cultura arquitectónica y estética del público”.
Nos interesa destacar que hubo otras posturas en relación con los festejos, que alu-
den a otros proyectos de ciudad y de sociedad, que no coincidían con la propuesta oficial
como la de Roberto Payró, la de Ricardo Rojas o la de Leopoldo Lugones. Todas esas crí-
ticas que se canalizaron en propuestas cubrían un abanico amplio y a veces contradictorio,
desde posiciones antimodernas o conservadoras hasta otras vanguardistas, atravesando dis-
tintos matices del nacionalismo en germen. Payró afirmaba que “la celebración del Cente-
nario debe ser más moral que material” (…) “lo ensalzable es el 25 de mayo de 1810,…
(y) no el 25 de mayo de 1910”. Desde esta perspectiva todos los millonarios y lujosos pro-
yectos oficiales quedaban fuera de lugar y aun más, eran considerados una agresión simbó-
lica al verdadero sentido del festejo.
Con el Centenario vuelve a ponerse al día el debate planteado con la Pirámide a fi-
nes del siglo XIX. La conservación de la Pirámide comenzó a debatirse en 1883, durante
la gestión municipal de Torcuato de Alvear, en el marco de las reformas de la Plaza de Ma-
yo (apertura de la Avenida de Mayo, demolición de la antigua Recova y los restos del Fuer-
te y reformas del mutilado Cabildo).83 En una encuesta elaborada para oponerse a la de-
molición que proponía el Intendente apoyándose en las limitaciones estéticas de la
humilde obra, las opiniones apuntan desde distintos ángulos a defenderla, oponiendo pro-
greso material y progreso espiritual: la pirámide guarda “la memoria de la revolución” –di-
ce Estrada– y es precisamente su pobreza y sus imperfecciones el principal mérito; la pirá-
mide es “recuerdo y testimonio histórico de la pobreza y virtudes de nuestros padres (…)
para que comprendan bien los que después han nacido ricos” (Estévez Saguí).84 En la mis-
ma encuesta y en defensa de la pirámide, tanto Nicolás Avellaneda como Andrés Lamas se
apoyan en la distinción entre monumento artístico y monumento histórico, mientras el va-
lor del primero se apoya en la belleza, el valor del segundo remite a su autenticidad. De es-
te modo, Lamas afirma que al monumento artístico puede pedirse que acompañe “el de-
sarrollo de la riqueza y el progreso de las artes”, en cambio, los monumentos históricos “no
están sujetos a las leyes del progreso y la perfectibilidad“ y pertenecen al pasado por lo cual
son hecho consumado.85
Reiterativamente se vuelve a la idea de que la pobreza material de la revolución ha si-
do su grandeza y que la riqueza espiritual estaba en los hombres de mayo de 1810. Como
se verá hay una condensación de significados en torno de la pirámide porque era el único
monumento histórico que se conservaba casi intacto como testimonio de la “breve” histo-
ria de la joven nación argentina. Progreso material versus progreso espiritual son confron-
tados por el proyecto modernizador en el espacio urbano, el primero está asociado, a las
reformas de Alvear y más tarde a toda la “proyectomanía” 86 del programa de la “generación

83
Cf. Adrián Gorelik, op. cit, p.117
84
Citados por Adrián Gorelik, Ibídem.
85
Citado por Adrián Gorelik, op. cit., p.113.
86
Este término “proyectomanía” lo utiliza la prensa opositora mendocina en alusión a la obra de Emilio Civit, tanto en la
provincia como en la Nación (ministro de Roca), equiparando la actitud de la clase política a una patología psiquiátrica.
También se habla de “megalomanía”, por el tamaño y la envergadura de estos emprendimientos, en general truncos.
265
Silvia Augusta Cirvini

del ‘80” y el segundo es el que remite a los valores del ideario revolucionario de mayo, con-
densados tanto en el valor de la pirámide, como en lo que deben ser los festejos, sus mo-
numentos, y en el inicio de la conservación de testimonios del pasado en el patrimonio his-
tórico colonial y los museos nacionales.
La aparición de estas otras voces, diferentes de la oficial, desde la década del ‘80 y has-
ta el Centenario, si bien no consigue una modificación sustancial en las bases del proyec-
to del roquismo, logra importantes rectificaciones que dejan marcas en el espacio urbano.
De hecho la Pirámide se conservó y sólo sufrió el traslado al centro del nuevo trazado de
la plaza en 1914; es esencialmente la misma que aún se conserva, y el monumento proyec-
tado en ese sitio nunca se construyó.
La posición de Ricardo Rojas fue particularmente desarrollada dentro de este ensayo
en el análisis del debate sobre la “Arquitectura y Arte nacionales” y las vinculaciones que
su obra y su discurso tuvieron con la producción de este movimiento dentro de la cultura
arquitectónica argentina. Lo único que cabe señalar en este tema de concursos, monumen-
tos y grandes obras del Centenario, es que Rojas tenía todo un programa a seguir que abar-
caba desde la preservación patrimonial hasta la nomenclatura de las calles y la toponimia,
desde la nacionalización de la educación hasta la formación de museos:
“La historia no se enseña solamente en la lección de las aulas: el sentido histórico, sin
el cual es estéril aquélla, se forma en el espectáculo de la vida diaria, en la nomenclatu-
ra tradicional de los lugares, en los sitios que se asocian a recuerdos heroicos, en los restos
de los museos y hasta en los monumentos conmemorativos, cuya influencia sobre la ima-
ginación he denominado la pedagogía de las estatuas”.87
Para Rojas, los monumentos constituyen una red que opera sobre la ciudad otorgándo-
le significado, es el espíritu sobre la materia anómica de la mercantilizada ciudad cosmopoli-
ta. Si bien podría decirse que su posición es antimoderna, Rojas no niega el progreso material
ni centra su crítica contra el presunto efecto disolvente de la inmigración en la cultura: pro-
pone una integración, un giro en el proyecto modernizador que permita compatibilizar tra-
dición y modernidad (en el tema educación apoya y alimenta la reforma de Ramos Mejía).
Por ello, con esta reapropiación simbólica de las ciudades, que según el autor, nos son ajenas
como producto del eclecticismo extranjerizante, Rojas es también antiecléctico y antiacadé-
mico, y apoyará el surgimiento de la nueva corriente nacionalista entre los arquitectos.
Leopoldo Lugones realiza una crítica integral, desde nuestro punto de vista, vanguar-
dista respecto del Monumento a Mayo. La crisis de la estética y la lógica compositiva aca-
demicista se dejan traslucir en sus comentarios, no exentos de ironía y cierta petulancia,
que sintetizara en una conferencia dictada luego de su visita a la Sociedad Rural donde es-
taban expuestos los trabajos.88 Lugones no acordaba con diferentes tópicos referidos al mo-
numento y al proceso de su gestación:
• No está de acuerdo con el llamado a Concurso ni con las comisiones de “notables”
como la del Centenario. La práctica de los concursos tan defendida desde lo cor-
porativo era totalmente desconsiderada y vista como obstáculo tanto por la com-

87
Ricardo Rojas. La restauración nacionalista (1909), Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, Buenos Aires: Talleres Grá-
ficos de la Penitenciaría Nacional, Cap.VII, p. 357. El destacado figura en el original.
88
La conferencia fue publicada junto a otros trabajos: “El templo del Himno” y “La Cacolitia” en 1910 con el nombre de
Piedras Liminares.

266
Vista de la exposición de maquetas del Concurso del Monumento a Mayo (1908), en la Sociedad Rural (foto Archivo General de la Nación).
Caricaturas publicadas en PBT, 13 de febrero de 1909, donde en la imagen superior se señala que: “El 1810 dejó un pueblo
muy pequeño con hombres muy grandes”, mientras que la siguiente señalaba que: “Y el de 1910 va a encontrar un pueblo muy
grande con hombres muy pequeños” . (Reproducido de: Adrián Gorelik, La grilla y el parque, op. cit., p.182)
Nosotros los Arquitectos

posición de los jurados como por: “Los artistas concurrentes a este llamado, tenían
que ser mediocres como todos los escultores de concurso; y, siendo mediocres, todos sus
proyectos deben resultar insuficientes e inaceptables”.89 Lugones presenta al concurso
como “expediente salvador” utilizado por el gobierno para salvar responsabilidades,
ante la imposibilidad de esa Comisión de notables de ponerse de acuerdo en el “qué
hacer” y a quién contratar.
• No acuerda con el carácter de monumento que expresan, según su opinión, ese
conjunto de “proyectos para sepulcros” (sepulcros para militares, agrega). Se refie-
re a la incomprensión de la finalidad del monumento por parte de los proyectistas
extranjeros. Además del aspecto funerario y depresivo de las propuestas critica tam-
bién el carácter militar que adoptan todos los modelos presentados, afirmando que
la gesta de Mayo no tuvo ese carácter sino que, en cambio, fue eminentemente un
producto de la acción civil. Toda esta falsedad, esa “mentira histórica” llevaría se-
gún Lugones, a la alteración del mensaje auténtico que debería dar el monumento.
• No acuerda con un monumento artístico eminentemente escultórico sino que cree
que tiene que ser también arquitectónico, desde una perspectiva de utilidad social
del arte, la obra debería ser a la vez panteón y museo. Dice Lugones:
“…pero los intereses de los pueblos no son, naturalmente como los de un indi-
viduo que puede, siendo rico pagarse el placer estéril del arte por el arte. En la
estética del pueblo, es necesario conciliar lo útil, porque en el pueblo los pobres
son muchos más que los ricos, y por lo tanto, la necesidad es siempre superior
al placer…”.90
• En cuanto a la propuesta formal sugerida para el monumento, Lugones formula
una serie de lineamientos, vinculados algunos con el nacionalismo, otros con dis-
tintas vertientes antiacadémicas, con una impronta muy marcada de las teorías de
Taïne en cuanto al peso del clima y del ambiente, de lo que se denominaba “el es-
píritu del lugar”. Ya en “El Templo del Himno” plantea apoyarse en principios es-
téticos realmente vanguardistas como la apelación a geometrías primitivas y la uti-
lización de materiales nacionales. Con el Monumento del Centenario insiste en la
utilización del “asperón rosa de Misiones” (…) “con esculturas blancas”:
“Un monumento levantado con los materiales más valiosos del país sería tam-
bién más carne de su carne, (…) Así por lo que respecta siquiera a los mate-
riales, el monumento del centenario argentino sería una cosa argentina, con
sitio propio en el mundo del arte”.91
• Dos aspectos más referidos a la resolución estética del monumento están ligados a
debates vigentes por entonces en el mundo artístico: uno es la falta de respuesta
que presentan las soluciones académicas, más aún en el caso de los monumentos
conmemorativos, hasta el límite de convertir –parafraseando a Gorelik– la alego-
ría en parodia; 92 el otro, la presencia del debate “nacionalismo-cosmopolitismo”

89
Ibídem, p. 755.
90
Ibídem, p. 760.
91
Ibídem, pp. 761 y 762
92
“¿Pero qué demonios se han subido a hacer ahí la Patria, la Libertad y la Gloria? ¿No es eso ir a disputar absurdamente y en
solemne conciliábulo sus maulladeros de amor a los gatos de la gotera? Cf. Ibídem, p. 749.

269
Silvia Augusta Cirvini

que articula las respuestas acerca de dónde reside la esencia de la creación artísti-
ca. La fuente de inspiración de nuestras realizaciones estéticas, dice Lugones, sur-
ge de nuestra topografía: la llanura, los ríos y la cordillera, ya que, concluye pen-
sando como Taïne: “Sin duda en todo país existen montañas, aguas y llanuras, pero
no todos los países tienen la pampa, el Plata y los Andes”.93
• Sintetiza Lugones su posición: …“la conmemoración del centenario debe producirnos
un palacio que sea cosa nuestra, llevando aparejada la belleza y la utilidad, pues el ar-
te del pueblo no puede confundirse con el mero lujo sin ser ultraje profundo a sus mise-
rias tan dolorosas y respetables”.94 En el epílogo de Piedras Liminares expone con cier-
to pesar y mucha ironía las características del monumento elegido por la Comisión,
que responde “estrictamente al tipo criticado”: “Este será el monumento de la Revo-
lución libertadora. El consabido tolondrón de ladrillo enchapado erigiendo su arroba de
mazapán sobre la bandeja de la Plaza de Mayo.” 95
El monumento a Mayo sintetiza de modo ejemplar las prácticas y debates de la épo-
ca en torno de temas medulares de la cultura, a la vez que expone muchas de las dificulta-
des que presentaba el procedimiento de los concursos.
El gobierno nacional convocó en esta época a numerosos concursos en todo el país:
las escuelas del Centenario, los edificios para la Universidad y Colegio Nacional Central,
la Facultad de Ingeniería, el Hospital Centenario de Rosario, la Facultad de Derecho, etc.,
así como lo hicieron diferentes gobiernos provinciales, municipales, instituciones públicas
o privadas, lo cual sirvió para poner en práctica el sistema y permitió que aflorasen las múl-
tiples dificultades que presentaba. Lo sucedido con tantos concursos desiertos o fallidos en
esos años (1908 / 1912) ubican a los arquitectos en una lucha por el reconocimiento de
un espacio privilegiado en las convocatorias y los jurados. Generalmente, el mismo gobier-
no terminaba desconociendo los resultados de las convocatorias que él mismo hiciera y los
proyectos definitivos y las respectivas obras se terminaban contratando con arquitectos eu-
ropeos, que a veces, ni siquiera vivían en el país.96

2.5. Los Concursos en la prensa técnica

La Revista creada por el Centro de Estudiantes de Arquitectura en 1915 trataba des-


de sus inicios, este tema que circulaba como debate en ámbitos artísticos y profesionales.
La Revista Técnica primero y Arquitectura luego, habían abierto el debate respecto del te-
ma, se comentaban y publicaban resultados de Concursos importantes y se instaba a pau-
tar y perfeccionar el mecanismo, tanto de los concursos públicos como de los privados. La
Revista de Arquitectura heredó esta función de sus antecesoras y será el único foro dispo-

93
Ibídem, p. 753.
94
Ibídem, p. 766.
95
Ibídem, p. 769.
96
Fue el caso por ejemplo del Ministerio de Instrucción Pública que declaró desierto el Concurso de las Escuelas del Cente-
nario, que terminaron siendo contratadas al ingeniero francés Norberto Maillart, quien también realizó el edificio de la
Universidad y Colegio Nacional donde el arquitecto italiano Gino Aloisi (radicado en Buenos Aires) había ganado el se-
gundo premio. La crítica atacaba al Ministerio por encargar el trabajo “a un arquitecto recién importado, sin diploma nacio-
nal, y que hasta la fecha no ha dado ni aquí ni en Francia pruebas de una superioridad tal, que pueda justificar que haya des-
preciado a todos los arquitectos nacionales y extranjeros establecidos entre nosotros. ¿Y nadie alza la voz?”.
270
Nosotros los Arquitectos

nible hasta 1920 cuando aparece El Arquitecto y luego en 1929 cuando se inicia Nuestra
Arquitectura. En 1917, antes de la fusión con la publicación de la Sociedad Central, la Re-
vista de Arquitectura, dirigida sólo por el Centro de Estudiantes, transita un período pres-
tigioso, de apertura, que con la participación de importantes arquitectos y activos alumnos
busca construir consenso y adhesión en torno de su propuesta. Por ello, se ocupará de te-
mas de interés del gremio como los concursos o la reglamentación profesional.
La práctica de los Concursos fue siempre y desde distintos ámbitos defendida como
ejercicio de exposición, confrontación y aprendizaje. Este procedimiento, que ya no era
nuevo en 1917 pero sí conflictivo dentro de la práctica profesional de los arquitectos es
analizado, criticado y evaluado a la luz de las condiciones en que se desarrollaba y las ca-
racterísticas particulares de nuestro medio. Es decir, considerando que se va instituyendo
esta práctica como habitual para obras de cierta envergadura, la Revista busca regular y per-
feccionar el “modus operandis” del sistema mediante la propuesta de un nuevo Reglamen-
to de concursos de la Sociedad Central de Arquitectos.97 El artículo lleva como título “Los
Concursos” y la firma de A. Christophersen, quien había sido el promotor del primer re-
glamento y el autor de este segundo, ambos se aprobaron durantes sus dos presidencias de
la Sociedad de Arquitectos (1903-1904 y 1917-1918).
El reglamento, que ya existía de 1904, era muy sintético y no contemplaba numero-
sos aspectos surgidos de las dificultades de implementación que salieron a la luz con la
práctica concreta durante esos años. El análisis que se efectúa en este artículo permite eva-
luar ciertos puntos clave de lo sucedido durante esos trece años. Son claramente diferen-
ciables en el texto dos partes, como expresión de las dos fases en las que se considera el pro-
blema: 1) la descriptiva que analiza, critica y evalúa las situaciones que plantean los
concursos; 2) la proyectiva que propone un nuevo reglamento como solución para mejorar
este procedimiento.
La evaluación del sistema se organiza sobre diferentes ejes: la edad y características de
los participantes, los jurados, los premios, etc. La práctica de los Concursos produce un en-
frentamiento generacional entre los arquitectos jóvenes y los veteranos. Los jóvenes, según
el análisis seguido en el artículo, no tienen nada que perder, no hay reputación consolida-
da que defender y como buscan atraer las miradas hacia ellos, son partidarios de los Con-
cursos porque les facilita el camino para ser conocidos.
Los veteranos (los que Chanourdie llamaba “notables”) en cambio, se consideran con
méritos suficientes para una contratación prescindiendo del Concurso público. Por lo ge-
neral, están respaldados en una larga trayectoria, con gran reconocimiento profesional y so-
cial. No son partidarios de los Concursos porque si ganan, poco agrega a sus méritos y si
pierden sufren “un desaire y una desilusión irreparable”. También los jóvenes, al tener me-
nos volumen de trabajo –y también más energía– que los arquitectos consolidados, tienen
más tiempo disponible para presentarse en los Concursos, que significan un esfuerzo en
una presentación con plazos muy rigurosos. Es interesante señalar que muchos de los ve-
teranos que en 1917 critican el sistema, quince años atrás eran grandes defensores de los
Concursos, lo que demuestra la movilidad o el desplazamiento de los individuos y sus po-
siciones dentro del campo.

97
Alejandro Christophersen. “Los Concursos”, Revista de Arquitectura, Nº 11, Marzo de 1917, pp. 24 a 29.

271
Silvia Augusta Cirvini

Por otra parte, está el tema del jurado. Las posibilidades de triunfo de los concur-
santes –según expresa el artículo– están directamente vinculadas a la composición del ju-
rado, que en vista de la experiencia nunca es imparcial y en donde pueden pesar tenden-
cias, escuelas, estilos, que pueden o no coincidir con las de los participantes. Por ello, se
propone que el jurado, siempre designado de antemano, debe integrarse “exclusivamente
con arquitectos ecuánimes y eclécticos sin tendencias demasiado absolutas y con una marcada
serenidad y tolerancia”.98
La serie de consideraciones críticas que expone el artículo de Christophersen son ge-
nerales al sistema de Concursos: se describen sus ventajas y desventajas, manifestando una
puja al interior del campo disciplinar, donde el procedimiento, que se va instalando co-
mo práctica habitual, iguala oportunidades, en cierta forma democratiza la participación
de los profesionales diplomados, empareja las condiciones beneficiando a unos y perjudi-
cando a otros que sienten que ya tienen derechos adquiridos por una trayectoria.
El proyecto de Reglamento contempla los siguientes apartados: Concursos, Jurado,
El programa, Dibujos y demás documentos, Premios y Primas. En el primer punto ade-
más de señalarse las categorías (internacionales, nacionales, regionales o por invitación),
se describen las formas que pueden adoptar:
a) Concursos generales
b) Concursos en dos grados o pruebas
c) De ideas
Los concursos de dos pruebas (una eliminatoria de ideas generales y otra definitiva
ya con documentación completa) habían demostrado, según afirmaba la prensa, ser más
prácticos y racionales, por lo cual tendían a desplazar a los Concursos generales. Los con-
cursos de ideas eran esencialmente aquéllos donde se desarrollaba una idea general, sólo
a nivel de anteproyecto.
Los concursos de dos pruebas (à deux dégrés) fueron imponiéndose por su conve-
niencia frente a los generales con el apoyo de la prensa técnica, porque al no exigir la pri-
mera prueba, tanto esfuerzo y tiempo, estimulaba la participación, tanto de los “notables”
como de los jóvenes. Como la primera prueba se planteaba como concurso de ideas pue-
de elaborarse, según sus promotores, en ratos libres, entre el trabajo habitual, sin necesi-
dad de dedicar mucho tiempo ni gastos de dibujantes. La prensa propone una suerte de
desafío al conjunto de los arquitectos, de modo de promover su participación, al plantear
que en los concursos de dos pruebas no existen los inconvenientes de los generales en
cuanto a la incierta inversión en tiempo y recursos, sino más bien que requieren de ins-
piración y de talento creativo. Finalmente, quien supera la primera prueba no tendrá más
que beneficios:
“Si la suerte le fuese favorable y quedase entre el número de los 3 ó 4 elegidos, se enca-
minaría a la segunda prueba con la certidumbre de obtener una prima y con un 20 o
25 % de probabilidades de ganar el premio, por cuanto por lo general en estos concur-
sos de dos pruebas, los elegidos para la segunda prueba, reciben una prima o indemni-
zación por su trabajo, además de los dos o tres premios establecidos en todo concurso”.99

98
Ibídem, p.26
99
Cf. Alejandro Christophersen, “A propósito de un concurso”, en Arquitectura, Nº 40, Sep. Oct. 1906, p. 94.

272
Nosotros los Arquitectos

Hacia 1925 tanto la Sociedad Central de Arquitectos, como organizadora y porta-


voz de los intereses del gremio, así como la prensa técnica y los practicantes, que ya sea
como concursantes o jurados participan del mecanismo de los concursos, han podido eva-
luar la experiencia realizada y tienen en general una visión más realista, menos idealizada
del tema. Christophersen compara en un irónico y agudo artículo los concursos de arqui-
tectura con las olimpíadas que suelen tener finales con disturbios, excesos o exabruptos
cuando no se acepta un fallo adverso de un árbitro. Comparando con el deporte habla de
“jueces que no merecen el respeto suficiente y en sus fallos deben existir algunas fallas”.
Es decir al admitir que a veces hay injusticia, comprende que quienes se sienten perjudi-
cados no quieran aceptar el veredicto de un fallo adverso.
“Los fallos de los concursos, como el juicio de los referees, se discuten también, y como los
fallos de los jurados no pueden contentar a todos los concurrentes, éstos, imitando a los
sportmen de las Olimpiadas, se alzan contra el veredicto, lanzando sus protestas en forma
de artículos en la prensa, que tienden a desprestigiar al jurado y a la profesión misma”.100
También, el artículo desmitifica la función aglutinante y el estímulo de la “amistad,
el compañerismo y el mutuo respeto” que se esperaba en la práctica de los Concursos. Lo
cierto es que “son pocos los que saben perder con elegancia” y que “el dictamen adverso
es difícil de saberlo soportar”, dice Christophersen. La crítica apunta a mejorar la prácti-
ca y liberarla de ciertos prejuicios para “depurar los concursos de tanto desprestigio”. En
este sentido aboga por que se cumpla la entrega de premios que se promete en las bases,
ya que “se ha instalado la mala costumbre de declarar desierto el 1º premio o suprimir al-
guno de ellos”, también afirma que se debe suprimir el anonimato obligatorio de los con-
cursantes, “el secreto del anónimo es un mito”, porque de todos modos el jurado “reco-
noce al autor a través del disfraz”.101
Lo que la Sociedad Central de Arquitectos consiguió durante la segunda y tercera
década del siglo fue constituirse en referente a nivel nacional, como ente fiscalizador de
los grandes concursos de la edilicia pública. Así, las delegaciones de la asociación profe-
sional en cada provincia permiten establecer el vínculo con la Sociedad Central en Bue-
nos Aires y fortalece una red de profesionales del interior y de la Capital Federal –una eli-
te dentro del campo– que participa como concursante o como jurado de las grandes
obras de la época.102
En 1929, la Sociedad Central aprueba en Asamblea extraordinaria otro nuevo Re-
glamento de Concursos que se compone de 49 artículos (resumiendo y completando to-
das las experiencias anteriores de reglamentos) donde se incorpora la figura del Arquitec-
to Asesor y se formulan precisiones acerca de la propiedad artística de los proyectos. Este
reglamento, que tuvo una extendida vigencia, fue publicado en 1930 junto a los Estatu-
tos, el Reglamento interno de la S C de A y el Arancel de Honorarios propuesto por la
institución, en lo que se denominó “El Manual del Arquitecto”, una publicación propia
y de circulación entre sus socios.

100
Cf. Alejandro Christophersen, “Los concursos de arquitectura y su analogía con las Olimpiadas y otros certámenes”, en
Revista de Arquitectura, Nº 52, Año XI, Abril de 1925, p. 130. El destacado figura en el original.
101
Ibídem, p.131.
102
Un caso representativo lo constituye el concurso para la Casa de Gobierno en Mendoza en 1926 donde resulta ganador el
proyecto de Pater y Morea y para constituir el jurado viaja a la ciudad nada menos que el mismo Christophersen.

273
Silvia Augusta Cirvini

Lo que nos interesa destacar es que, el procedimiento de los Concursos pondrá en


marcha mecanismos de acción típicamente modernos tanto con relación al campo social:
la igualdad de condiciones, el carácter público de las convocatorias, como al interior del
campo disciplinar donde debe regular y pautar prácticas que hasta ese momento quedaban
marcadas por criterios individuales. Esta visión sobre el carácter benéfico de los concursos
en la práctica profesional se prolonga hasta la década del ‘30:
“En efecto, los concursos cuando son organizados y juzgados con probidad y competencia
constituyen, pese a sus detractores un hecho democrático integral que, frente a la falsifica-
ción de las jerarquías y valores consolidados en la sociedad humana por el mundo de los
intereses creados (…) Ellos constituyen justas sin «handicaps» –sin ventajas– basadas en
el valor y el esfuerzo personal, una puerta grande abierta a la juventud dinámica de hoy
(…) Pero además de ese valor ético de los concursos, existe el otro que interesa a la colec-
tividad en forma práctica y es el que se refiere (…) a la obtención de las mejores solucio-
nes arquitectónicas, funcionales, económicas y estéticas de los problemas que la «habita-
ción» en sus diversas formas plantea al individuo o a la sociedad”.103
Sin embargo, a pesar de la prédica incansable del gremio en la defensa del sistema,
también hacia la década del ‘30 aparecen dos importantes focos de crítica al sistema, uno
desde el aparato técnico de la burocracia del estado, el otro al interior mismo del campo
arquitectónico, una parte de la vanguardia que adhiere a la arquitectura del funcionalismo
y el movimiento moderno.
La primera de las oposiciones se explica del siguiente modo: hacia la década del ‘30 la
burocracia técnica del aparato del estado moderno se ha completado y constituye una fuer-
te estructura que mostrará durante esa década y particularmente en la siguiente, la eficacia
para encarar una vastísima obra pública en todo el territorio nacional, que capitalizaría el
justicialismo para el tema vivienda, salud, comunicaciones, turismo, etc. Toda la adminis-
tración central, tanto en el plano nacional como provincial y las empresas y reparticiones es-
tatales descentralizadas (Obras Sanitarias, o YPF) tendrán ya sus oficinas técnicas de proyec-
to y realización de obras. Muchos jóvenes profesionales aspiraban ingresar en este aparato
burocrático del estado donde permanecerían probablemente toda su vida.104 La modalidad
de ejecución de las obras públicas cambió notablemente en la década que transcurrió entre
1925 y 1935. Todo este numeroso conjunto de profesionales incorporado al Estado verá co-
mo una amenaza la práctica de los concursos (ellos trabajan por un sueldo y en los concur-
sos se juegan premios y honorarios muy superiores a sus ingresos).
La otra oposición proviene de la vanguardia moderna en general y responde a un par-
ticular entrecruzamiento de condiciones, que se manifiesta como un rechazo o más bien la
instauración de una distancia hacia esta práctica, durante las décadas del ‘30 y del ‘40. Lo
que sucede, desde nuestro análisis, está vinculado a la ubicación periférica que esta posi-
ción ocupaba en el campo disciplinar. Tanto el funcionalismo como el movimiento mo-
derno (como categoría más amplia) dieron en un primer momento –muy extendido por
cierto, entre mediados de la década del ‘20 hasta 1940– una batalla teórica contra el eclec-
ticismo y el academicismo de modo de ir ganando posiciones más centrales en el campo

103
Cf. Lavarello, Victorio. “Los Concursos públicos”, en Revista de Arquitectura, Nº 162, Año XX, Junio de 1934, p. 230.
104
El tema de los arquitectos en la función pública es tratado de modo particular en este mismo capítulo y está vinculado
con la modificación del habitus del arquitecto como práctica liberal.
274
Nosotros los Arquitectos

disciplinar. En esta pugna, los grupos de vanguardia consideraron a los concursos una prác-
tica asociada al academicismo y al eclecticismo, vinculada a los vicios del liberalismo a ul-
tranza con el que ya los más jóvenes no simpatizaban.
Sin embargo consideramos que lo que está por debajo de este rechazo es que no com-
parten el “nomos” (como principio de visión y de división entre lo que es la arquitectura y
lo que no lo es) con los “jueces” académicos que aún hegemonizan la práctica dentro del
campo. Es decir, que no dan batalla porque la saben perdida, no es un problema con el
procedimiento de los concursos sino de confianza en los criterios ecuánimes de los jurados.
De este modo, recién cuando las diferentes vertientes del Movimiento Moderno se
difunden y legitiman, cuando, hacia los años ‘60 consolidan posiciones centrales en el
campo, los concursos son nuevamente admitidos como una práctica democrática, justa y
apropiada. Y es la misma, en esencia, que había sido desprestigiada por “demodée” y fue-
ra de época sólo dos décadas antes.
Sintetizando, la crisis del sistema de Concursos hacia fines del período de estudio,
alude precisamente a la importancia que este procedimiento tuvo en el proceso de consti-
tución del campo: una práctica nacida en el momento fundacional y ligada al tratamiento
del conflicto con los adversarios dentro del campo y con el poder político en cuanto al re-
conocimiento social. El conflicto profesional y el Estado se han transformado. En 1940 la
tensión no es contra otros técnicos por la delimitación del campo, sino que se da en un
campo constituido que ha alcanzado gran autonomía, por la lucha entre las posiciones que
disputan la supremacía. Tal vez, Concursos y Eclecticismo, Concursos y fundadores estu-
vieron demasiado estrechamente relacionados por lo cual la crisis de su hegemonía tam-
bién lo fue de los Concursos.

275
CAPÍTULO V
El campo disciplinar y
profesional de la Arquitectura
(1901-1948)
Nosotros los Arquitectos

1. El marco conceptual y metodológico en el análisis del “campo”


1.1. Nociones conceptuales básicas: campo, habitus, autonomía, illusio

La lectura sistemática de las más importantes obras de Pierre Bourdieu 1 vinculadas


al tema, nos ha permitido evaluar la aptitud y eficacia para el análisis de la constitución
del campo disciplinar de la arquitectura, del aparato crítico desarrollado por este impor-
tante y ya clásico autor de la sociología francesa. En este sentido advertimos la capacidad
explicativa que ofrecían los desarrollos de este autor en torno de la noción de “habitus”,
de “campo disciplinar” y de “illusio”. Bourdieu empezó sus estudios sobre la teoría de los
“campos”, con el análisis del campo filosófico, intelectual y académico, luego derivó su
interés al campo artístico, fundamentalmente el literario. Las nociones desarrolladas en
“Las reglas del arte”, o en “Razones prácticas” son aplicables también tanto al campo cien-
tífico como al campo académico o universitario. Se trata de campos análogos u homólo-
gos en cuanto a su lógica de funcionamiento, lógica práctica y ligada a la acción y no al
interés racional.
El trabajo de investigación que realizamos, cuyos resultados sintetiza el presente ensayo,
articula el análisis de cuatro procesos, a veces de desarrollo sincrónico, a veces de desarro-
llo sucesivo o coordinado:
1. El de la diferenciación del habitus del arquitecto, con establecimiento del “prin-
cipio de visión y de división”, que lo separa de otros agentes.
2. El de la constitución del campo disciplinar y profesional, con la definición de la
“illusio”.
3. El de la consolidación del campo, con el acrecentamiento de la “autonomía” y el
establecimiento de reglas y posiciones.
4. El de la transformación tanto del “habitus” como de la “illusio” en el marco del
desarrollo de la modernización.
Utilizamos la noción de “habitus” como categoría analítica, a la vez, su caracteriza-
ción forma parte de nuestra hipótesis general, en la medida que el campo disciplinar y el
habitus mantuvieron una relación de mutua determinación y constitución en la etapa
fundacional del campo. Los habitus son principios generadores de prácticas distintas y dis-
tintivas pero también son esquemas clasificatorios, principios de clasificación, “de visión
y de división” del mundo, que promueven prácticas e ideologías diferentes. Según Bour-
dieu el habitus cumple una función que, en otra filosofía, se confía a la conciencia tras-
cendente, “es un cuerpo socializado, un cuerpo estructurado, un cuerpo que se ha incor-
porado a las estructuras inmanentes de un mundo o de un sector particular de este
mundo, de un campo, y que estructura la percepción de este mundo y también la acción
en este mundo”.2

1
Pierre Bourdieu, Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción. Anagrama, Colección Argumentos, Barcelona, 1997.
--------------------, Cosas dichas. Gedisa editorial, Barcelona, España, 1996.
--------------------, Campo del poder y campo intelectual. Folios Ediciones, Buenos Aires, 1983.
--------------------, El sentido práctico. Taurus Humanidades, Madrid, 1991.
--------------------, ¿Qué significa hablar? Anagrama, Barcelona, 1995.
--------------------, Las reglas del arte. Génesis y estructura del campo literario, Anagrama, Barcelona, 1995.
--------------------, La distinction. Critique sociale du jugement, Editions de Minuit, Paris, 1979.
2
Cf. Pierre Bourdieu, Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción, op. cit., p. 145 y ss.

279
Silvia Augusta Cirvini

El desarrollo de este trabajo nos ha permitido corroborar que, el campo disciplinar


que analizamos, como todo campo social tiende a conseguir que, quienes entran en él se
interesen en el juego que allí se despliega, adhieran a la lógica y reglas de juego, es decir
que tengan la relación con el campo que Bourdieu llama illusio.3 El habitus permite incor-
porar el sentido del juego que hace que quienes participan en él se interesen en los desa-
fíos que se plantean, se sientan participantes, tengan una adhesión no consciente y un in-
terés no racional por lo que en el campo sucede. La “illusio” como sentido del juego es el
fundamento de la regularidad de las conductas: los agentes que están dotados del mismo
habitus se comportarán de una cierta manera en ciertas circunstancias. De allí la importan-
cia de caracterizar el habitus de los arquitectos y diferenciarlo del de los ingenieros y del de
los artistas y de reconstruir, al menos en su momento inicial o fundacional la “illusio” del
campo que implicaba una lógica de funcionamiento particular.
La constitución de un campo disciplinar tiene que ver con el establecimiento de leyes
propias, con la definición del mismo como mundo autónomo. Cada uno de los universos
sociales regidos por una ley fundamental, un nomos independiente del de los demás univer-
sos (es decir que son auto-nomos) valoran lo que en ellos se hace, los desafíos que en ellos
hay en juego, según unos principios y criterios irreductibles a los de los demás universos.
Procuramos explicar el proceso de diferenciación y de autonomización del campo
disciplinar de la arquitectura, a través de diferentes caminos:
a) la dilucidación de la lógica de funcionamiento a través de sus “leyes”, implícitas o
explícitas,
b) la caracterización del habitus como sistema de “visión y división”,
c) y la construcción de la illusio, como creencia del valor de lo que está en juego en
el campo.
Estos tres ejes, que están estrechamente vinculados y articulados en las formas parti-
culares de interés, por los cuales pasa primero la constitución y luego la autonomización
del campo disciplinar, fueron analizados a partir de lo que definimos como debates dife-
renciadores o grandes temas y de la evaluación de ciertas prácticas que reconocemos como
diferenciadoras.
La teoría de la acción supone que entre los agentes que han incorporado el habitus y
el mundo social se da una relación no conciente y no racional, donde no necesitan plantear
como fines los objetivos de sus prácticas.4 En otros términos, la incorporación del sentido
del juego, a través de un sinfín de esquemas prácticos de percepción y de valoración que fun-
cionan en tanto instrumentos de construcción de la realidad, lleva a los agentes a moverse
dentro del campo no por un interés racional sino por una lógica ligada a la acción.
La etapa fundacional de un campo disciplinar aparece claramente como un campo
de fuerzas donde un grupo movilizado por y para la defensa de sus intereses, sólo puede
llegar a existir merced a una labor colectiva de construcción de la propia identidad. Dice
Bourdieu que: “la labor simbólica de constitución o de consagración que es necesaria para
crear un grupo unido tiene tantas más posibilidades de alcanzar el éxito cuanto que los
agentes sociales sobre los que se ejerce estén más propensos, debido a su proximidad en el

3
Cf. Ibídem, p. 143. Además de la noción de interés utiliza la de illusio (del latín ludus juego) en el sentido de estar meti-
do en el juego, tomárselo en serio, creer que el juego vale la pena.
4
Cf. Pierre Bourdieu. El sentido práctico. Taurus Humanidades, Madrid, 1991, Cap. 5: La lógica de la práctica.
280
Nosotros los Arquitectos

espacio de las posiciones sociales y también de las disposiciones y de los intereses asociados
a estas posiciones, a reconocerse mutuamente y a reconocerse en un mismo proyecto”.5 Fue
precisamente la adecuación de esta noción a la situación del campo disciplinar de la arqui-
tectura, en su etapa fundacional, la que orientó la utilización de las categorías analíticas
centrales de la propuesta del sociólogo francés.
Como las posiciones de las que son producto, los habitus se diferencian; pero asimis-
mo son diferenciantes y permiten llevar a cabo distinciones: ponen en marcha principios
de diferenciación diferentes o utilizan de forma diferente los principios de diferenciación
comunes. Lo que “ven” arquitectos e ingenieros no es lo mismo, o lo que unos “ven”, los
otros “no pueden verlo”. Esta situación es diferente a la divergencia u oposición que pue-
de haber en las miradas desde distintas posiciones dentro del campo (como la que puede
haber entre académicos y modernos) porque hay una base común compartida, los jugado-
res, de uno y otro “bando”, tienen el sentido del juego.
Los habitus son principios generadores de prácticas distintas y distintivas pero tam-
bién son esquemas clasificatorios, principios de clasificación, principios de visión y de di-
visión, aficiones diferentes. Establecen diferencias entre lo que es bueno y lo que es malo,
entre lo que está bien y lo que está mal, entre lo que es distinguido y lo que es vulgar, etc.,
pero no son las mismas diferencias para unos y otros.6

1.2. Acerca de la teoría de la acción

La “teoría de la acción” vincula las nociones de campo, habitus, interés e illusio. Bour-
dieu se pregunta sobre el interés que los agentes pueden tener en hacer lo que hacen en un
determinado campo. No se puede hacer sociología, dice, sin aceptar lo que los filósofos clá-
sicos llamaban “principio de razón suficiente” y sin suponer, entre otras cosas, que los agen-
tes sociales no hacen cualquier cosa, que no están “locos”, que no actúan “sin razón”. Lo
que no significa que se suponga que son racionales, que tienen razón al actuar cómo ac-
túan o incluso, más sencillamente, que tienen razones para actuar, que se trata de razones
que dirigen, o guían, u orientan sus acciones. Así pues la sociología sostiene que, en la ac-
tuación de los agentes, hay una razón que se trata de encontrar, y que permite dar razón,
transformar una serie de comportamientos aparentemente incoherente, arbitraria, en serie
coherente, en algo que quepa comprender a partir de un principio único o de un conjun-
to coherente de principios. En este sentido, este enfoque de la sociología postula que los
agentes sociales no llevan a cabo actos gratuitos.
El término gratuito remite por un lado a la idea de inmotivado, de arbitrario: un ac-
to gratuito es un acto del que no se puede dar razón, un acto insensato, absurdo, insignifi-
cante, según expone Bourdieu. Este primer sentido del término oculta otro, que es más co-
mún: lo que es gratuito es lo que no vale nada, lo que no se paga, lo que no cuesta nada,
lo que no es lucrativo. Vinculando ambos sentidos, se identifica la búsqueda de la razón de
ser de un comportamiento con la explicación de este comportamiento mediante la perse-
cución de fines económicos. Sin embargo la teoría de la acción desbarata toda visión “uti-

5
Pierre Bourdieu. Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción. Anagrama, Colección Argumentos, Barcelona, 1997, p. 49
6
Pierre Bourdieu. Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción. Anagrama, Colección Argumentos, Barcelona, 1997, p. 19,
20 y 21.
281
Silvia Augusta Cirvini

litarista” de la relación entre agentes y campo, como puede advertirse en el Capítulo III:
“Debates diferenciadores”.
Además de la noción de interés, como ya dijimos, Bourdieu utiliza la de illusio (del
latín ludus juego) como sinónimo de adhesión al juego, “estar metido en el juego, tomár-
selo en serio, creer que el juego vale la pena”. Ambos conceptos: interés e illusio están es-
trechamente vinculados, es decir el hecho de considerar importante el “juego”, que lo que
ocurre en él importa a quienes están dentro (o quieren entrar), a quienes participan (o
quieren participar), es resultado del interés de los agentes y de la illusio del campo, que a
su vez es condición o fundamento del juego y resultado del mismo. Bourdieu afirma que
Interesse significa “formar parte”, participar, reconocer que el juego merece ser jugado y que
los envites que se engendran en y por el hecho de jugarlo merecen seguirse; significa reco-
nocer el juego y reconocer los envites.
La noción de interés se opone a la de desinterés, pero también a la de indiferencia.
El indiferente “no ve a que juegan”, le da lo mismo porque careciendo de los principios de
visión y de división necesarios para establecer las diferencias, lo encuentra todo igual, no es-
tá motivado ni movilizado anímicamente por lo que sucede.7
Es a partir de estas nociones que puede decirse que todo campo social, sea el campo
científico, el campo artístico, el campo burocrático o el campo político, tiende a conseguir
de quienes entran en él que tengan esta relación con el campo que Bourdieu denomina
illusio. Así quienes participan en el “juego”, pueden querer trastocar las relaciones de fuer-
za de ese campo, pero, precisamente por ello, otorgan reconocimiento a los envites, no son
indiferentes. Querer “hacer la revolución” en un campo significa admitir o acordar en lo
esencial de lo exigido en ese campo, que lo que en él se juega es suficientemente importan-
te como para que se tengan ganas de hacer la revolución en él. También se desprende de
esta teoría, que entre personas que ocupan posiciones opuestas y que parecen radicalmen-
te opuestas en todo, existe un acuerdo oculto y tácito sobre el hecho de que vale la pena
luchar por cosas que están en juego en el campo.8
La teoría de la acción se apoya en la crítica formulada por Bourdieu contra el utili-
tarismo como explicación simplificada o reduccionista de la relación entre los agentes y el
campo. Es decir los agentes no se mueven por razones conscientes, ni plantean conciente-
mente los fines de su acción y tampoco actúan habitualmente para conseguir la máxima
eficacia al menor coste. Tampoco es válido reducir toda motivación de los agentes al inte-
rés económico, a un beneficio en dinero.
Lo que se vive como evidencia en la illusio se presenta como ilusión para quien no
participa en esta evidencia porque no participa del juego, como los buenos jugadores de
tenis, dice Bourdieu, uno se encuentra situado no donde está la pelota sino donde va a caer;
uno se coloca e invierte no donde está el beneficio sino donde estará.
Si entre los agentes y el mundo social se da una relación de complicidad infra-conscien-
te, infra-lingüística e inscriben constantemente en su práctica tesis que no se plantean como

7
Tanto en el análisis de los debates diferenciadores (Capítulo III) como de las prácticas diferenciadoras (Capítulo IV) pue-
den hallarse numerosas confirmaciones de la posibilidad o imposibilidad de ver, de “estar interesado”, o “ser indiferente”
al juego, por estar dotados o no de un habitus determinado.
8
Pierre Bourdieu. Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción. Anagrama, Colección Argumentos, Barcelona, 1997, p. 143.
Respecto de este tema remitimos al duelo entre vanguardia y tradición en el capítulo sobre “Debates centrales”…

282
Nosotros los Arquitectos

tales es porque tienen el sentido del juego, han incorporado el habitus. Dice Bourdieu que los
agentes no son sujetos frente a un objeto (o, menos aún frente a un problema) que estaría
constituido como tal por un acto intelectual de conocimiento; están, como se dice, metidos de
lleno en su quehacer están presentes en lo por venir, en lo por hacer. El quehacer (pragma en
griego), correlato inmediato de la práctica no se plantea como objeto de pensamiento, como
posible meta a alcanzar en un proyecto, sino que está inscripto en el presente del juego.9
También es significativo advertir que en el sujeto participante del juego en un determi-
nado campo percibe de acuerdo al habitus, que es propio de los agentes de ese campo. De es-
te modo las anticipaciones pre-perceptivas, que Bourdieu define como “especies de induccio-
nes prácticas basadas en la experiencia anterior”, pertenecen al habitus como sentido del juego.
Tener el sentido del juego es tener el juego metido en la piel; es dominar en estado práctico el
futuro del juego; y también es tener el sentido de la historia del juego. Así como el mal juga-
dor siempre va a destiempo, siempre demasiado pronto o demasiado tarde, el buen jugador
es el que anticipa, el que se adelanta al juego. ¿Por qué puede adelantarse al curso del juego?
Porque lleva las tendencias inmanentes del juego en el cuerpo, en estado incorporado: forma
cuerpo con el juego.10
Para ejemplificar utiliza el deporte y dice: “Aquel que manda una pelota a contrapié ac-
túa en el presente con referencia a un por venir que es cuasi presente, que está inscrito en la
fisonomía misma del presente, del adversario corriendo hacia la derecha”.11 Según la teoría de
la acción el agente no inscribe ese futuro en un proyecto: “puedo ir a la derecha o puedo no
ir”, sino que coloca la pelota en la izquierda porque su adversario va a la derecha, porque en
cierto modo ya está en la derecha. Es decir para Bourdieu el “hacer” del agente “se determina
en función de un cuasi presente inscrito en el presente”.
Esta posición es la contraria a la que identifica los comportamientos de los agentes en
una conciencia calculadora absolutamente racional, desde una perspectiva utilitarista. Para la
teoría de la acción, los agentes que se pelean por los fines considerados importantes pueden
estar “poseídos” por esos fines. Pueden estar dispuestos a morir por esos fines, independiente-
mente de toda consideración de beneficios específicos, lucrativos, de carrera, o de otro tipo.
Tampoco es válido reducir los fines de la acción a los fines económicos. En el funda-
mento de la teoría de los campos –dice Bourdieu– está la constatación de que el mundo so-
cial es el lugar de un proceso de diferenciación progresiva. En las sociedades arcaicas y aún hoy
en muchas sociedades precapitalistas, universos sociales que están diferenciados entre noso-
tros, permanecen indiferenciados, de modo que se observa una polisemia y una multifuncio-
nalidad en las conductas humanas que pueden interpretarse a la vez como religiosas, como
económicas, como estéticas, etc.
Los campos no son sino universos diferenciados, con leyes propias, mundos autóno-
mos, producto de la evolución de las sociedades.12 Las sociedades modernas contienen uni-

9
Pierre Bourdieu. Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción. Anagrama, Colección Argumentos, Barcelona, 1997, p. 145.
Remitimos al desarrollo de las trayectorias ejemplares donde los actores son jugadores con las reglas de juego incorporadas.
10
Remitimos al desarrollo de la reproducción del habitus en la formación universitaria en las prácticas profesionales para
comprender esta incorporación gradual, naturalizada e infra-consciente de los componentes del habitus.
11
Ibídem.
12
Estas leyes fundamentales, dice Bourdieu, son a menudo tautologías: la del campo económico, que ha sido elaborada por
los filósofos utilitaristas: los negocios son los negocios; la del campo artístico, que ha sido planteada explícitamente por la lla-
mada escuela del arte por el arte: el arte no tiene más fin que el arte.

283
Silvia Augusta Cirvini

versos sociales (campos según Bourdieu) regidos, cada uno, por una ley fundamental, un
nomos independiente del de los demás universos, son auto-nomos, valoran lo que en ellos
se hace, los desafíos que están en juego, según unos principios y criterios diferentes e irre-
ductibles a los de los demás universos. Estas “leyes fundamentales” son el lugar de formas
particulares de interés: lo que hace que las personas se movilicen en el campo científico no
es lo mismo que lo que las hace movilizar en el campo económico. El ejemplo más llama-
tivo es, para Bourdieu, el del campo artístico que se constituye como mundo autónomo en
el siglo XIX y se atribuye como ley fundamental la negación de la del campo económico.
De este modo puede comprenderse que, al tener leyes fundamentales diferentes, ca-
da campo produce una illusio propia: hay tantas formas de “interés” como campos. Cada
campo, produciéndose, produce una forma de interés que, desde el punto de vista de otro
campo, puede presentarse como desinterés (o como absurdo, falta de realismo, locura, etc.)
En esta forma de interés, que se puede describir como interés en el desinterés o, como una
disposición desinteresada o generosa, es donde Bourdieu hace intervenir todo lo que se re-
fiere a lo simbólico: bienes y capital simbólico, beneficio simbólico, etc.13
Los habitus desinteresados, antieconómicos, dispuestos a rechazar beneficios econó-
micos, son habituales según Bourdieu en sociedades aristocráticas, precapitalistas, “de ho-
nor”, y muy especialmente en las relaciones domésticas. En todas estas situaciones puede
haber habitus dispuestos a rechazar beneficios económicos y la relación habitus-campo es
tal que, ya sea sobre la base de la espontaneidad o de la pasión, o sobre la base del precep-
to “es superior a mí”, se llevan a cabo actos desinteresados.14
Ahora bien, si el desinterés es posible sólo puede deberse, dice Bourdieu a la coinci-
dencia entre unos habitus predispuestos al desinterés y unos universos en los que el desin-
terés está recompensado. En el mundo moderno, entre estos universos, los más típicos son,
junto con la familia y toda la economía de intercambios domésticos, los diferentes campos
de producción cultural, campo literario, campo artístico, campo científico, etc., microcos-
mos que se constituyen sobre la base de una inversión de la ley fundamental del mundo
económico, y en los que la ley del interés económico queda en suspenso.15 Se da en ellos la
mayor parte de las características de la economía precapitalista. En primer lugar la nega-
ción de lo económico: la génesis de un campo artístico o de un campo literario significa la
emergencia progresiva de un mundo económico invertido, donde las sanciones positivas
del mercado son indiferentes o incluso negativas.16 Esta visión del arte (que cada día va per-
diendo terreno a medida que los campos de producción cultural pierden autonomía) se fue
constituyendo gradualmente, con la idea del artista puro, sin más fines que el arte, indife-
rente a las sanciones del mercado, al reconocimiento oficial, al éxito, a medida que se ins-
tituía un espacio social absolutamente particular, “un islote dentro del océano del interés”,
donde el fracaso económico podía asociarse a una forma de éxito, o, en cualquier caso, no
aparecer indefectiblemente como un fracaso irremediable. Es decir, un mundo al revés,
donde las sanciones negativas pueden convertirse en sanciones positivas. El capital del ar-

13
Pierre Bourdieu, Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción. Anagrama, Colección Argumentos, Barcelona, 1997, p. 151.
14
Alude al refrán Nobleza obliga: el habitus obliga al noble a actuar con nobleza.
15
Pierre Bourdieu, Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción. Anagrama, Colección Argumentos, Barcelona, 1997, p. 155.
16
Un ejemplo indicativo de la inversión de las reglas del mundo económico en el arte arquitectónico está dado por el mo-
dernismo (en particular el floréale italiano) cuya difusión con clientes de importantes recursos económicos no revirtió su
descrédito para el núcleo más duro del campo.
284
Nosotros los Arquitectos

tista es un capital simbólico, dice Bourdieu, y nada se parece más a las luchas de honor de
las sociedades primitivas que las luchas intelectuales.17

1.2.1. Sobre el Habitus

Si bien la noción de habitus fue objeto de usos anteriores a Bourdieu, él la retoma


dentro de la teoría de la acción, buscando acentuar la “primacía de la razón práctica” y ex-
plicitar ciertas categorías específicas de esta razón. Con el uso de la noción de habitus, di-
ce Bourdieu “quería insistir sobre las capacidades generatrices de las disposiciones, quedando en-
tendido que se trata de disposiciones adquiridas, socialmente constituidas.” (…) “quería
recordar que esta capacidad «creadora», activa, inventiva, no era la de un sujeto trascendental
en la tradición idealista, sino la de un agente actuante”.18
El habitus como sentido del juego es el juego social incorporado, vuelto naturaleza.
El habitus permite producir la infinidad de los actos de juego que están contenidos en el
propio juego en estado de posibilidades y de exigencias objetivas. De este modo las coer-
ciones y las exigencias del juego, por más que no estén expresadas en un código de reglas,
se imponen solamente a aquellos que, porque tienen el sentido del juego, están preparados
para percibirlas y cumplirlas.19
Sin embargo, y de allí la potencialidad explicativa de los conceptos desarrollados por
Bourdieu: los agentes no siempre obedecen las reglas, en ocasiones, para alimentar, cons-
truir o modificar la illusio del campo es conveniente desobedecerlas. Precisamente las no-
ciones de habitus e illusio y en general la teoría de la acción parten de la hipótesis de que
al lado de la norma expresa y explícita o del cálculo racional, hay otros principios genera-
dores de las prácticas. De este modo Bourdieu reacciona frente al predominio absoluto de
la regla y citando a Weber dice: “Los agentes sociales obedecen a la regla cuando el interés
en obedecerla la coloca por encima del interés en desobedecerla”.20
El habitus, como sistema de disposiciones para la práctica, es un fundamento objeti-
vo de conductas regulares, o dicho de otro modo de la regularidad de las conductas. Si en
un determinado campo se pueden prever las prácticas es porque el habitus hace que los
agentes que están dotados de él se comporten de una cierta manera en ciertas circunstan-
cias. Sin embargo, las conductas engendradas por el habitus no presentan la homogénea
regularidad de las conductas derivadas de una regla o ley explícita: el habitus tiene parte li-
gada con lo impreciso y lo vago. Las conductas provenientes del habitus son espontáneas, re-
sultado de la permanente confrontación improvisada con situaciones siempre renovadas,
obedecen a una lógica práctica, la de lo impreciso, del más o menos, que define la relación
ordinaria con el mundo.
Es decir que el análisis del sentido práctico va mucho más allá de las sociedades sin es-
critura. En la mayor parte de las conductas ordinarias, somos guiados por esquemas prác-
ticos, es decir por “principios que imponen orden a la acción”, por esquemas informaciona-
les. En suma, todo lo que permite a cada uno de nosotros distinguir las cosas que otros

17
Ibídem, p. 183.
18
Pierre Bourdieu. Cosas dichas. Gedisa editorial, Barcelona, España, 1996, p. 25
19
Pierre Bourdieu. Cosas dichas. Gedisa editorial, Barcelona, España, 1996, p. 71
20
“La Codificación” (Comunicación publicada en Actes de la Recherche en Sciencies Sociales, 64, septiembre de 1986).

285
Silvia Augusta Cirvini

confunden, operar una diacrisis, un juicio que separa, son los principios de clasificación,
los principios de jerarquización, los principios de división que son también principios de
visión. La percepción es profundamente diacrítica; distingue la forma del fondo, lo que es
importante de lo que no lo es, lo que es central de lo que es secundario, lo que es actual
de lo que es inactual.21

1.2.2. El Nomos o ley fundamental del campo

Las primeras reglas dentro de un determinado campo son aquéllas que definen las
condiciones de pertenencia al campo, en nuestro caso, quienes son arquitectos y quienes no
lo son, es decir cual es la condición de inclusión en el campo. Esto remite a las competen-
cias, a las propiedades que tiene que satisfacer el agente “x” para pertenecer al campo “A”.22
Aquéllos que poseen el punto de vista legítimo sobre el campo, “la ley fundamental,
el principio de visión y de división (nomos) que define el campo…”, imponen de algún
modo el punto de vista fundador a través del cual el campo se constituye como tal, esto es,
“define el derecho de entrada en el campo: «que nadie entre aquí» si no cuenta con un pun-
to de vista que concuerde o coincida con el punto de vista fundador del campo”.23
Otra de las apuestas centrales es el “monopolio de la legitimidad” dentro del campo,
es decir, quién está autorizado para decir quién está y quién no está dentro del campo y
qué autoridad tiene para decirlo, es decir quién tiene lo que Bourdieu denomina el “mo-
nopolio de la consagración de los productores y los productos”.24
No es el artista sino el campo de producción el que le asigna valor a la obra, la cual
existe sólo si es conocida y reconocida, es decir “si está socialmente instituida como obra
de arte por unos espectadores dotados de la disposición y de la competencia estéticas para
conocerla y reconocerla como tal”.25 Interesa ver, para todo tipo de producción artística y
cultural, cómo se construye esa “creencia en el valor de la obra”, en nuestro caso conside-
rando por un lado los agentes que participan en su formulación y por otro al conjunto de
organismos: políticos, administrativos, científicos, técnicos competentes en materia arqui-
tectónica. En el caso de la arquitectura, la “creencia en el valor de la obra”, involucra un
campo de producción mucho más amplio que el campo disciplinar y profesional de los ar-
quitectos, y que incluye también a otros practicantes de la arquitectura (ingenieros, cons-
tructores), a los comitentes, los funcionarios públicos, los empresarios vinculados al comer-
cio e industria de la construcción y el mercado de tierras, y todos los agentes de instancias
institucionales de control, crítica y consagración como son las Academias, Salones, Con-
cursos, Escuelas, Comisiones Municipales, etc.
La creencia colectiva en el juego, que Bourdieu llama illusio, y el valor que se asigna
a sus desafíos es “a la vez condición y producto del funcionamiento del juego”. El mante-
nimiento del juego es una labor colectiva, que supone una serie de permanentes “actos de
crédito” circulando entre los agentes (arquitectos / artistas) y de ellos con los clientes, co-

21
Pierre Bourdieu. Cosas dichas. Gedisa editorial, Barcelona, España, 1996, pp. 84/85
22
Remitimos al desarrollo del debate “Ingenieros / Arquitectos”, y “Arte y Ciencia”.
23
Pierre Bourdieu, Las reglas del arte, Génesis y estructura del campo literario, Anagrama, Barcelona, 1995, p. 331
24
Remitimos al tratamiento de la función de ciertas instituciones como la Sociedad Central de Arquitectos en el proceso de
constitución del campo (Capítulo V: Campo disciplinar).
25
Pierre Bourdieu, Las reglas del arte, op. cit., p. 339
286
Nosotros los Arquitectos

mitentes, críticos, etc. Todos estos actos de crédito tienen una suerte de “banco central” que
respalda con el “nomos”, como principio de visión y de división legítimos lo que hay que
consagrar como arte o arquitectura y lo que debe ser excluido, que determina, en definiti-
va, los que están dentro y los que están fuera del campo. Desde la crisis del Academicismo,
tanto en el arte como en la arquitectura, son distintas instituciones las que van disputando
la competencia por la legitimidad artística, situación que convirtió en imposible la posibili-
dad de un juicio en “ultima instancia”, para dirimir toda situación de consagración.
Para alcanzar autonomía como campo, el arte moderno debió enfrentarse a la Acade-
mia, y en este sentido, puede decirse que el campo artístico pasó de ser un organismo je-
rarquizado y controlado, a ser un campo de luchas de competencia por el monopolio de la
legitimidad artística (donde nadie tiene el “nomos”).26 Bourdieu utiliza el ejemplo de la
pintura y el caso de Manet para exponer su teoría, acerca de la autonomización del campo
artístico, a fines del siglo XIX, que desbarata todo absolutismo en el arte e instaura la plu-
ralidad de puntos de vista.27
Dice Bourdieu que otro de los envites frecuentes en el campo artístico es la lucha de
definición de fronteras (por ejemplo entre géneros, o modos de producción dentro del mis-
mo género). Definir fronteras es controlar las entradas y defender el orden establecido en
el campo que puede ser alterado cuando el volumen de practicantes (o productores) au-
menta e introducen cambios externos que afectan las relaciones de fuerza dentro del cam-
po. Recordemos la resistencia del núcleo fundacional hacia los extranjeros sin título, las
controversias que plantearon las reválidas y exámenes de competencia y el papel de las so-
ciedades corporativas en el control de los ingresos.
Bourdieu recuerda que el hecho de generar reacciones de resistencia o de exclusión,
ya implica existir en un campo.28 De este modo, la denuncia, la crítica, la condena o la
exclusión de posiciones y temas dentro de las revistas implican formas de reconocimien-
to. La definición de fronteras y la elasticidad de los límites de un campo están determi-
nadas por factores externos e internos, entre los cuales Bourdieu señala el grado de co-
dificación del ingreso: 29
“Una de las propiedades más características de un campo es el grado en que sus límites di-
námicos, que se extienden tan lejos como alcanza el poder de sus efectos, son convertidos
en frontera jurídica, protegida por un derecho de entrada explícitamente codificado, co-
mo la posesión de títulos académicos, el haber aprobado una oposición, o por medidas de
exclusión y de discriminación tales como las leyes que tratan de garantizar un numerus

26
Remitimos al desarrollo de las “Etapas en la constitución del campo” para comprender la instauración del “nomos funda-
cional” y los desplazamientos de la illusio en el período.
27
Dice Bourdieu:“La revolución simbólica cuyo iniciador es Manet abole la posibilidad misma de la referencia de una autoridad
postrera, de un tribunal de última instancia, capaz de zanjar todos los litigios en materia de arte: el monoteísmo del nomoteta
central (encarnado durante mucho tiempo por la Academia) da paso a la competencia de muchos dioses inciertos. El poner en te-
la de juicio la Academia reanuda la historia aparentemente concluida de una producción artística encerrada en el mundo estan-
co de posibles predeterminados y permite explorar un universo infinito de posibles. Manet invalida los fundamentos sociales del
punto de vista fijo y absoluto del absolutismo artístico (como invalida la idea de un lugar privilegiado de la luz, a partir de en-
tonces presente por doquier en la superficie de las cosas): instaura la pluralidad de los puntos de vista, que está inscrita en la exis-
tencia misma de un campo…” Cf.: Pierre Bourdieu, Las reglas del arte, Génesis y estructura del campo literario, Anagrama,
Barcelona, 1995, p. 202.
28
Ibídem, p. 334
29
En el caso del campo disciplinar de la arquitectura el grado de codificación fue muy débil hasta la Ley 4416 de 1904. En
la etapa fundacional, con un “nomos” muy explícito (eclecticismo), el campo limita sus ingresos.

287
Silvia Augusta Cirvini

clausus. Un alto grado de codificación de ingreso en el juego va parejo con la existencia


de una regla del juego explícita y de consenso mínimo sobre esta regla; por el contrario,
a un grado de codificación débil corresponden unos estados de los campos donde la regla
de juego está en juego dentro del juego”.30
De este modo ha quedado planteado el marco conceptual que ha servido como he-
rramienta para el análisis del proceso de constitución del campo disciplinar de la arqui-
tectura en la Argentina durante las primeras décadas del siglo XX. Las nociones de
Bourdieu nos han sido útiles para comprender y especificar la instauración de reglas bá-
sicas del campo: a) el “nomos” del período fundacional como una serie de normas que
fijan los principios de “visión y de división” del habitus, b) cómo se ingresa (formación,
leyes, títulos, prestigio, etc.) y c) cómo se establece la diferencia entre quién pertenece
al campo y quién no. Las reglas remiten a las competencias, a las propiedades que tiene
que satisfacer todo agente para pertenecer al campo, situación que será variable en el
tiempo a lo largo del período y que analizamos particularmente en la etapa fundacional.
También ha sido considerado en el análisis el grado de autonomía que el campo pudo
alcanzar en distintos momentos claves de su desarrollo y quiénes estuvieron habilitados
para convertir en válidas las reglas, quiénes tuvieron autoridad para otorgar reconoci-
miento (de pertenencia / inclusión o exclusión) y para establecer la legitimidad de las
prácticas profesionales.

2. El habitus y la formación universitaria (1878-1948)


2.1. La carrera de arquitecto en la Universidad del siglo XIX

En 1878, el Consejo Académico, de la que era por entonces Facultad de Ciencias


Físico-Matemáticas, aprobó un nuevo plan de estudios para la carrera de ingeniero civil,
dentro de cuyas incumbencias figuraba la arquitectura y la agrimensura.31 Este nuevo pro-
grama, que tendía en general a lograr una mayor especialización en las distintas ramas de
la ingeniería, incorporó un año a la carrera con un total de veintitrés materias. Hacia
1891, la Facultad pasó a denominarse de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, la carrera
de Ingeniería contaba ya con un plantel docente consolidado, en su mayoría compuesto
por profesionales argentinos.32 La carrera de arquitecto, en cambio, no tenía currícula pro-
pia y quedaba incluida, como una especialización de rango inferior, dentro de la de inge-
niería. Desde 1877 se otorgaba también el título habilitante de arquitecto a través de la
reválida de títulos extranjeros. Podían rendir tesis quienes hubiesen residido dos años en
el país y realizado trabajos de envergadura o que hubiesen sido contratados por el gobier-
no para obras públicas. Mientras, entre 1870 y 1900 se graduaron en el país un total de
doscientos cincuenta ingenieros,33 entre 1877 y 1900 se graduaron en Ciencias Exactas de

30
Pierre Bourdieu, Las reglas del arte, Génesis y estructura del campo literario, Anagrama, Barcelona, 1995, p. 335. El destaca-
do figura en el original.
31
Remitimos al Capítulo I “Modernidad y saber técnico” y al Capítulo III “Debates diferenciadores” para una explicación
del desarrollo de la enseñanza de la ingeniería y la arquitectura en el país, así como al Capítulo 1: “Antecedentes” del tra-
bajo: Ramón Gutiérrez y otros, 100 años de la Sociedad Central de Arquitectos, Buenos Aires, 1994.
32
Este cambio de denominación responde a una reforma que realiza el Poder Ejecutivo, aprobada en julio de 1891, donde
se reforman los estatutos y se reorganizan las carreras dentro de la Facultad, entre las que figura la de Arquitectura.
33
Este cómputo contempla los egresados de la Universidad de Buenos Aires (desde1870), de la Escuela de Ingenieros de Mi-
nas de San Juan (desde 1871), de la Universidad de Córdoba (desde 1879) y de la Universidad de la Plata (desde 1897).
288
Nosotros los Arquitectos

la UBA (única institución que estaba habilitada para otorgar el título de Arquitecto) un
total de diez arquitectos, casi todos con reválidas.34
Es decir, es casi evidente que para ser arquitecto en el siglo XIX, el camino más efi-
caz, la formación más adecuada y completa, y un título que abriese puertas en una carrera
profesional, no se hallaban en la propuesta curricular de la Facultad de Ciencias Exactas de
la Universidad de Buenos Aires. En 1896, la carrera de arquitectura registraba sólo dos
alumnos inscriptos y en 1898 once. Los itinerarios elegidos dependían de la posición de
los estudiantes / practicantes, y eran sintéticamente:
1. Para los extranjeros que poseían estudios en Europa, la reválida era una instancia
conveniente (no indispensable) si se aspiraba a realizar obras públicas o a ser con-
tratado por el gobierno. No era necesaria para el ejercicio particular, en la cons-
trucción de obras privadas.
2. Para los argentinos que deseaban formarse en el país, el camino más conveniente
era estudiar Ingeniería Civil en la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA y lue-
go realizar estudios artísticos en Europa.
3. Finalmente, había una alternativa para pocos: realizar los estudios completos en
Europa y luego regresar a ejercer en el país.
Para los argentinos, la opción más conveniente era la segunda, ya que el título de in-
geniero civil permitía la práctica profesional de la arquitectura en el país sin ningún tipo
de reválida, y los estudios artísticos en Europa convertían en legítimas las prácticas de un
ingeniero desde la mirada de la corporación de arquitectos. La enseñanza de la Arquitec-
tura en Ciencias Exactas adolecía de defectos y carencias, propias de los límites que mar-
caba la estructura educativa de la institución (sesgada hacia el conocimiento científico) y
del plantel docente disponible.
La primera cátedra de Arquitectura, dentro de la carrera de ingeniería de la Facultad
de Ciencias Exactas, estuvo a cargo del ingeniero Emilio Rosetti con un programa basado
en un Curso de dibujo netamente académico y apoyado en una bibliografía también, den-
tro de una línea academicista.35 Lo siguieron en el dictado de esta materia, Juan Martín
Burgos y Joaquín Belgrano, quienes fueron incorporando nuevos aspectos funcionalistas e
higienistas y de estética urbana. En 1898, el joven y ya prestigioso arquitecto Alejandro
Christophersen tomaba la cátedra de Arquitectura. Según su propio relato, varios años más
tarde diría que, a pedido del decano Ing. Luis Huergo, con quien lo había unido una pro-

34
El primer grupo que obtuvo el título estuvo compuesto por: Raimundo Batlle (1877, Tesis), en 1878 Ernesto Bunge
(reválida), Juan Antonio Buschiazzo (reválida) y Juan Martín Burgos (Tesis). En 1879 revalidaron el título Enrique
Aberg (Tesis) y Juan Bautista Arnaldi, en 1880 Ramón Giner y en 1881 Joaquín Belgrano (Tesis). Finalmente, obtuvie-
ron su diploma aprobando los cursos regulares, José María Iturrigarro y Miguel Salvador Estrada. Desde 1889, la revá-
lida con presentación de Tesis fue suprimida y reemplazada por un sistema de Proyectos, realizándose entre 1900 y 1919
un total de noventa y cuatro reválidas con este procedimiento. Cf. respecto de las reválidas y las tesis en arquitectura los
siguientes trabajos:
• Ramón Gutiérrez, “La Tesis de Arquitectura”, en Ramón Gutiérrez y otros, 100 años de la Sociedad Central de Arquitec-
tos, Buenos Aires, 1994, p. 30.
• Marcial R. Candiotti, “Bibliografía doctoral de la UBA y el catálogo cronológico de las tesis”, Revista de la Universidad
de Buenos Aires, Tomo XLIV, Buenos Aires, 1920.
• María Parra de Pérez Allen, “Estadística de Arquitectos diplomados y revalidados en la Facultad de ciencias Exactas, Fí-
sicas y Naturales y en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires, desde 1878 hasta
1968”, citado por Ramón Gutiérrez y otros, 100 años de la Sociedad Central de Arquitectos, Buenos Aires, 1994, p. 28.
35
Cf. Ramón Gutiérrez caracteriza estos primeros profesores de Arquitectura en Ciencias Exactas en Ramón Gutiérrez y otros.
“Capítulo 1 Antecedentes “, Sociedad Central de Arquitectos. 100 años de compromiso con el país, Buenos Aires, 1994, p. 26.

289
Silvia Augusta Cirvini

funda amistad, se encargó de la preparación del Plan de estudios para crear, en el ámbito
de la Facultad, una Escuela autónoma de Arquitectura.36
Este primer plan contemplaba el funcionamiento de talleres, modalidad que fue su-
primida en esta etapa inicial, por ser considerada un cambio muy brusco en la currícula vi-
gente. El proyecto de plan presentado, avalado por consejeros de la Facultad y docentes,
fue aprobado de inmediato y se arbitraron los medios para crear la Escuela. Quince años
más tarde fue indispensable incorporar los talleres a través de una reforma. La experiencia
de los primeros años de funcionamiento de la Escuela, había demostrado las dificultades
de modelar un habitus “artístico” sin el trabajo de taller, que era mucho más que un pro-
cedimiento de enseñanza dentro de la disciplina, por cuanto era el ámbito “natural” de re-
producción de las prácticas y por lo tanto de inculcación del habitus en los jóvenes, así co-
mo de la labor colectiva de alimentación de la “illusio” del campo en formación.37
En marzo de 1901 se creó entonces la Escuela de Arquitectura dependiente de la Fa-
cultad de Ciencias Exactas, a partir del plan del joven Christophersen (avalado por el respe-
tado profesor Arq. Joaquín Belgrano), dirigida a desarrollar una orientación “artística”, en
contraposición con la formación eminentemente técnica y científica que podía recibir de la
institución madre, ya consolidada. Se integraba el plantel docente de las materias artísticas
con el propio Christophersen, Pablo Hary y Eduardo Lanús en las específicas de la discipli-
na y en las materias de apoyo al diseño se incorporaba a Torcuato Tasso en Modelado, Er-
nesto de la Cárcova en Dibujo de figuras, y finalmente Carmignani que dictaba Ornato.38

2.2. La diferenciación del habitus: El plan académico de la Escuela


de Arquitectura (1901)

Si comparamos los planes de estudios vigentes en la Facultad de Ciencias Exactas (pa-


ra las carreras de Ingeniero y Arquitecto), antes de la creación de la Escuela, la carrera de
arquitecto era una versión simplificada de la de ingeniero civil, donde casi no había dife-
rencias en las materias artísticas y sí era mucho menos completa la formación científico-
técnica.39 Estaba claro, para los promotores de la creación de la Escuela, que un plan para
formar arquitectos no debía tener más o menos materias que las del plan de Ingeniería, si-
no “otras” materias, las artísticas.

36
Cf. Marta Parra, “Breve Reseña de la Carrera de Arquitectura…”, en: Sociedad Central de Arquitectos. 100 años de compromiso
con el país, Buenos Aires, 1994, p. 307. Otra versión de los hechos es la de P. Hary quien afirmaba en 1925 haber sido el au-
tor del primer Plan de Estudios. Consideramos probable que haya sido ésta una tarea compartida, en la que Christophersen
recibió el encargo de Huergo y pidió apoyo a Hary (recién llegado de sus estudios en Europa) y a otros docentes de Ciencias
Exactas.
37
Remitimos al desarrollo del debate fundacional: “La enseñanza de la arquitectura” para ampliar el tema de la importancia
del trabajo de taller.
38
Cf. Marta Parra, “Breve Reseña de la Carrera de Arquitectura…”, en Sociedad Central de Arquitectos. 100 años de compro-
miso con el país, Buenos Aires, 1994, p. 307.
39
El plan vigente en 1895 estipulaba los siguientes programas y cargas horarias para la carrera de Arquitectura y los prime-
ros cuatro años de Ingeniería:
• Arquitectura: Cuatro años con dieciocho materias, cuya carga horaria acumulada es de 81 hs.
• Ingeniería Civil: Cuatro años con veinte materias, cuya carga horaria acumulada es de 107 hs.
Si bien Ingeniería tiene sólo dos materias más que Arquitectura, la carga horaria es de un 25% más, a lo que debe sumar-
se un año más de cursado, el quinto.
Cf. la publicación del plan en: Enrique Chanourdie, “Arquitectura y arquitectos”, Revista Técnica, Año I, Nº 9, Diciem-
bre de 1895, p.136.

290
Nosotros los Arquitectos

El primer plan de estudios buscaba compensar el desequilibrio en la formación artís-


tica, pero ni el plantel docente, ni el medio podían garantizar aún una buena alternativa
de formación local. La carga horaria de este primer plan propio de la Escuela era mucho
mayor que la que había estado vigente hasta entonces en Ciencias Exactas, en particular en
las horas de dedicación al dibujo arquitectónico y artístico.
Para formar arquitectos en el país, “lo que es imposible en Buenos Aires”, –afirmaba
Víctor Jaeschke– era necesario formarlos artísticamente enviándolos a Europa por dos o
tres años. También se proponía, desde la prensa especializada, la contratación de profeso-
res extranjeros, que en ciclos de varios años, pudieran formar generaciones de arquitectos
argentinos, emulando la experiencia llevada a cabo en el siglo XIX con la Ingeniería.

PLAN DE ESTUDIOS
de la
ESCUELA DE ARQUITECTURA (1901) 40

Primer Año
Arquitectura, primer curso. Dibujo al tiralíneas: tomando como modelo los órdenes romanos
según Vignola. Estudios de ventanas, puertas, arcadas, etc. Levantamiento de detalles según
el natural, primero en forma de croquis y luego a la escala, 16 horas semanales.
Complementos de aritmética y álgebra: 5 horas semanales
Ídem de Geometría y Trigonometría: 5 horas semanales
Geometría descriptiva. Aplicada a las necesidades de la arquitectura: 4 horas semanales
Dibujo de ornato. Según el yeso y el natural. Detalles arquitectónicos, hojas decorativas, etc.,
6 horas semanales.
Total de horas semanales en el 1er. año: 36

Segundo año
Arquitectura, 2do. Curso. Dibujo y lavado. Estudio prolijo de los monumentos clásicos, en
conjunto y en detalle. Estudio perfecto del griego y de los mejores ejemplares romanos y del
Renacimiento (Italiano, Luis XIV y Luis XVI principalmente). En este curso empezarán los
alumnos a familiarizarse con las dificultades artísticas del rendue: 20 horas semanales.
Construcciones de arquitectura, 1er curso. Charpente 41 y Menuiserie,42 para el uso de los arqui-
tectos y con los ejercicios prácticos que requiere la profesión. Estudio de los materiales de
construcción y su ensayo. 6 horas semanales.
Modelado. Copia del yeso y del natural. 4 horas semanales
Composición decorativa, 1er. curso. Aplicación de los elementos del 1er. curso de dibujo de or-
nato. 3 horas semanales.
Estática gráfica y resistencia de materiales. Nociones para los arquitectos. 3 horas semanales.
Total de horas semanales en el 2º año: 36

40
Publicado en: Enrique Chanourdie, “La Escuela de Arquitectura”, Revista Técnica, Vol. VI, Nº 124, p. 405.
41
Charpente: carpintería estructural de obra, maderaje, viguería, estructuras de madera, armazones, etc.
42
Menuiserie: carpintería de obra de puertas y ventanas, marquetería, decoración.
291
Silvia Augusta Cirvini

Tercer año
Arquitectura, composición, 1er curso. Renacimiento italiano, Luis XIV y Luis XVI; para empe-
zar 20 horas.
Construcciones de arquitectura, 2º curso. Mampostería. Ensayos de materiales. Aplicaciones,
6 horas.
Higiene. Calefacción, higiene, ventilación y alumbrado, 1 hora.
Historia de la arquitectura y arquitectura comparada. Egipto, Asiria, Fenicia, Hebrea, Grecia,
Roma y Bizancio, 3 horas.
Dibujo de ornato. Figura, 6 horas.
Total de horas semanales en el 3º año: 36

Cuarto año
Arquitectura 4º curso. Gran composición (monumental, decorativa y de carácter). Proyectos
importantes donde ya se deje manifestar con toda libertad la personalidad artística del alum-
no, 20 horas.
Jurisprudencia. Presupuestos y pliegos de condiciones, 1 hora.
Historia, 2º curso. Estilos románico, gótico, renacimiento y moderno. Nociones de estética.
Historia del arte. 3 horas.
Construcciones de arquitectura, 3º curso. Hierro, ensayo de materiales y aplicaciones, 6 horas.
Total de horas semanales en el 4º año: 36

El Arq. Eduardo Le Monnier proponía en 1915, instalar una Escuela-Taller anexa a


la Facultad para complementar el aprendizaje con el trabajo de taller en la enseñanza de las
técnicas de dibujo y la composición arquitectónica. El fundamento de la utilidad de este
emprendimiento privado, de sostén a la enseñanza oficial, lo encuentra su autor en la difi-
cultad de trasponer la prueba eliminatoria que la reforma de fines del ‘14 (vigente desde el
ciclo académico de 1915) había impuesto como condición para acceder a la promoción en-
tre 1º y 2º año. Esta prueba-valla que el alumno debía necesariamente superar para poder
continuar la carrera constaba de una parte “artística”: dibujo de arquitectura y dibujo de or-
nato y una parte “científica” con las asignaturas de matemáticas del primer año. En la regla-
mentación se estipulan de este modo, las características de la parte artística de la prueba:
“Art. 2º: La primera parte es previa y eliminatoria y se rendirá después de la aprobación
en todos los exámenes parciales del primer año; ella consistirá en: 1º en una composición
arquitectónica con elementos del Vignola (sin tener el libro por delante), delineada con
sus sombras, debiendo cada trabajo constar de vistas, sección y plantas, y ejecutarse en un
encierro que podrá durar hasta ocho horas; y 2º en una prueba de dibujo de ornato que
podrá durar hasta cuatro horas, consistiendo ella en una copia de yeso…” 43
La enseñanza académica se apoyaba en el dominio del “dibujo”, y en un profundo
conocimiento de los estilos históricos. El concepto de “adaptación” de los estilos del pasa-
do a las necesidades presentes, era mucho más rico, amplio y completo que la mera “co-

43
Eduardo Le Monnier, “Proyecto de Escuela-Taller y sus derivados”, Arquitectura, Año IX, Nº 97, marzo, abril de 1915,
p. 14. La Escuela no se instaló y Le Monnier ese mismo año renunció a la cátedra que tenía en Ciencias Exactas. Cf. Eli-
sa Radovanovic, “Actuación institucional de Le Monnier”, en: LE MONNIER, Arquitectura Francesa en la Argentina, Ce-
dodal, Buenos Aires, 2001, pp.79 a 82.

292
Nosotros los Arquitectos

pia”. Christophersen advierte en 1917, que la crisis de “decadencia” que atraviesa la arqui-
tectura (tanto en Argentina como en Europa), no es producto de la “falta de preparación
de los profesionales”, sino muy por el contrario, afirma que: “En ninguna época fueron tan
eruditos y preparados los arquitectos”. Es decir, la disponibilidad de información (viajes,
conferencias, fotografías y hasta el cine) por un lado y el dominio del dibujo, en el cual ha-
cía hincapié la formación de las Academias, por el otro, parecía haber operado en contra
de un desarrollo creativo del arte arquitectónico. Decía Christophersen:
“Yo atribuyo al exceso de documentación una parte del fracaso en el progreso arquitectóni-
co; así también creo que la habilidad convertida en virtuosidad es una cualidad negativa
eminentemente peligrosa, como lo es también la falsa originalidad sin discernimiento”.44
“El dibujo es el medio de expresión del arquitecto, pero el dibujo es sólo un medio, no es
una finalidad. La obra del arquitecto será juzgada por el monumento y no por los dibu-
jos que sirvieron para establecer a priori sus proporciones y sus medidas”…45
Así como no duda en denostar la habilidad para el dibujo, como una trampa de la
que se debe huir, señala el proceso de diseño de la obra de arquitectura como un camino
arduo, de trabajo permanente, donde la “perfección” y la simplicidad son resultado del “ta-
miz intelectual”, “obra del trabajo y de la lucha constante”. Entre frases célebres y refranes
en español o en francés, Christophersen aconseja a los alumnos:
“El calco es el tamiz del arquitecto. Procediendo como se opera con el tamiz llegamos a
purificar nuestra idea como se tamiza la arena empezando por el grano grueso hasta lle-
gar con la última y definitiva operación, el polvo de fineza impalpable”.
“Así llegamos a la obra completa que después de terminada parece que hubiera nacido es-
pontáneamente, porque a fuerza de labor hemos borrado las huellas de nuestras penurias
y desvelos”.46
Asimismo, Christophersen pone una distancia que es preciso reconocer, entre arte y
oficio, entre creación y habilidad,47 y el inútil empeño de “ser originales”, ya que quienes
lo fueron nunca se lo propusieron. Como resultado de su decantada formación y experien-
cia y sin planteárselo, define con precisión cómo opera el habitus en la tarea del diseño, al
decir: “El arte empieza cuando se olvida la parte oficio que a fuerza de saberlo parece ha-
berse olvidado”. El modelo sigue siendo el Renacimiento como la expresión más pura del
arte clásico:
“Esos artistas no eran ni virtuosos ni hábiles, en la forma que comprendemos esos térmi-
nos. No eran dibujantes de banalidades, aquello no era dibujo…era médula, era talen-
to…era genio y el más refinado y elegante gusto”.48
El habitus académico reafirma la “tradición” adaptada a las “imposiciones modernas”,
pero siempre como resultado de la evolución y no de la revolución. Christophersen, para-

44
Alejandro Christophersen, “El Balance de un siglo de Arquitectura”, Revista de Arquitectura, Año III, Nº 13, Setiembre /
Octubre de 1917, p. 7.
45
Ibídem. El destacado figura en el original
46
Alejandro Christophersen, “El Balance de un siglo de Arquitectura”, Revista de Arquitectura, Año III, Nº 13, Setiembre /
Octubre de 1917, p. 9.
47
…“La habilidad es el peor enemigo del arte. Es el charlatanerismo que emplea el mal artífice para enmascarar su ignorancia.
Entre el hábil y el ingenuo prefiero el último. El primero no podrá progresar porque sabe demasiado, aunque lo sepa mal, mien-
tras que el ingenuo, a pesar de su torpeza de procedimientos, podrá adquirir los medios de expresarse con un poco de paciencia si
tiene una preparación sólida”. Cf. Alejandro Christophersen, Ibídem.
48
Ibídem.

293
Silvia Augusta Cirvini

fraseando a Pascal dice: …“sobre las espaldas de nuestros antepasados veremos más lejos que
ellos. Subidos sobre la inmensa plataforma de los triunfos del pasado, (…) se ensancha nuestra
visión y el horizonte se explaya vislumbrando nuevos triunfos y nuevas glorias. De los mismos
escombros y ruinas podemos sacar provecho, (…) Nuestra misión es saber escoger del pasado sus
experiencias y aprovecharlas, nuestra misión no es destruir el pasado, sino mejorar lo que él nos
ha legado”.49
Otro de los “fundadores” del campo, Carlos Altgelt, recordaba en una colaboración
para la Revista de Arquitectura, las palabras de su maestro en la Escuela de Bellas Artes
de Berlín:
“…según veo por sus dibujos que me muestra, tiene disposición natural para ello, dibu-
jar, dibujar, dibujar. Empezará Ud. por copiar modelos de ornamentos ejecutados en ye-
so, piedra, madera, hierro, etc. Y más tarde Ud. debe dibujar el cuerpo humano del mo-
delo vivo. Deberá Ud. siempre llevar en el bolsillo un libro de croquis, y dibujar en su
totalidad o parcialmente cualquier detalle decorativo y técnico de arquitectura que llame
su atención. Así también fachadas parciales y totales. De las materias basadas en mate-
máticas sólo necesita Ud. la geometría descriptiva, la geodesia y la estática gráfica. Y aún
éstas exigen la habilidad de dibujante”.50
Altgelt insiste en la diferenciación respecto de la Ingeniería, acentúa la importancia
de la formación artística en la currícula del Arquitecto y hace decir a su maestro aquello de
lo que él está convencido profundamente: la formación científica (homologada a la mate-
mática, al saber de los ingenieros, a Ciencias Exactas) es la que fácilmente se aprende estu-
diando, mientras que la formación artística, cuyo pilar central es el dibujo, es fruto del tra-
bajo continuo y del talento creativo innato del arquitecto.51

2.3. Las modificaciones del habitus académico en la


enseñanza universitaria

Las modificaciones más importantes a este plan fueron las que entraron en vigencia
en 1915 que estuvieron dirigidas, por una parte, a perfeccionar la inculcación del habitus
académico con la instalación de los talleres y por la otra, a reforzar la formación artística
con la exigencia de la prueba-valla entre el 1º y el 2º año. También se incorporó en esta re-
forma el 5º año del plan de estudios.
El movimiento de la reforma universitaria del ‘18 no impactó directamente sobre el
funcionamiento de la Escuela, que se encontraba disfrutando de los beneficios aportados
por la incorporación de los talleres, del enriquecimiento del plantel docente con nuevos pro-
fesores como Kronfuss y Le Monnier, y de una importante autonomía conseguida respecto
de la carrera de Ingeniería. Son varios los indicadores que remiten a una situación equilibra-
da, de escasos conflictos (o de conflictos controlados), de sana y productiva convivencia
dentro de la comunidad educativa de la Escuela, en definitiva, condiciones favorables para
el desarrollo de búsquedas disciplinares sustantivas (nacionalismo ≠ cosmopolitismo, por
ejemplo) en franca vinculación con otros campos de la cultura. Estos indicadores son:

49
Ibídem, p.13.
50
Carlos Altgelt, “Reflexiones”, Revista de Arquitectura, Año XXII, Nº 184, Abril de 1936, p.186.
51
Ibídem.
294
Nosotros los Arquitectos

• La fusión de las revistas del Centro de Estudiantes y de la Sociedad Central de Ar-


quitectos, constituye un hito en la constitución del campo, sellando un compromi-
so de establecimiento de reglas compartidas.52
• La participación de los estudiantes en actividades extra curriculares, ya sea solos o
asociados con profesores, como es el caso de los viajes de estudios al interior del país,
realizados junto a Kronfuss y Hary para el relevamiento de monumentos coloniales.
• La realización conjunta de actividades del Centro de Estudiantes con la Sociedad
Central, como la encuesta publicada en 1918 y la adhesión a los Concursos Estímu-
lo para estudiantes.
• La aparición en la Revista de Arquitectura de artículos (locales o extranjeros) acerca
de “temas doctrinales”.
El clima de ideas previo y los efectos libertarios del movimiento reformista de 1918,
en la “joven“ Escuela de Arquitectura, pueden leerse en la difusión del “arielismo”, a tra-
vés del movimiento juvenilista, que impulsa toda la actividad del Centro de Estudiantes
(CEA) desde su creación en 1910. Esta posición acentúa la crítica, por un lado, al positi-
vismo que aparece homologado al saber científico-técnico, lo cual resulta útil a los estu-
diantes de arquitectura, porque opera como mecanismo de distinción respecto de los de
ingeniería. Por otro lado, esta influencia del arielismo promovió el desarrollo de un senti-
miento americanista, en la búsqueda de una “cultura propia” también en lo arquitectóni-
co, con la reivindicación de las producciones hispanocoloniales, y la consideración de la
“historia” y la “geografía”, como coordenadas de base para la producción cultural. La crí-
tica al “utilitarismo anglosajón”, que revistas literarias juveniles desarrollaban desde media-
dos de la década del ‘10, coincide con la del CEA, con sus dinámicas publicaciones que
promueven el desarrollo del saber artístico y la cultura artística, no sólo entre los especia-
listas sino en el público en general, que indagan y buscan en el pasado propio, nacional y
americano una “edad dorada” de la cual asirse para construir una identidad propia.53 Otro
de los efectos a largo plazo que pueden advertirse en el movimiento estudiantil de esos
años, fue el interés progresivo, durante la década del ‘20 sobre los temas sociales, como era
el caso de la vivienda popular.54
Volviendo al tema de la currícula de la carrera, en 1921 comienzan a insinuarse al-
gunas propuestas de reformas a este plan académico de 1901, completado y “perfecciona-
do” en 1915 con los talleres. El Arq. Alberto Coni Molina (quien había sido consejero en
la Facultad de Ciencias Exactas y sería más tarde presidente de la Sociedad Central) pro-
pone una modificación del Plan de Estudios que consiste esencialmente, por una parte, en
establecer una nueva organización, dándole un nuevo orden a las materias para mejorar los
resultados del proceso de aprendizaje y por la otra, agregar un par de materias en los últi-
mos años para incorporar los estudios urbanísticos al plan vigente.55

52
Remitimos al Capítulo II sobre “Las revistas”, para ampliar el tema de la fusión de las publicaciones, que más allá del in-
tercambio de “capital simbólico” que el hecho implicó, señala una situación particular de la Escuela respecto de la Facul-
tad de Ciencias Exactas.
53
Con relación al peso del arielismo en la Universidad, recomendamos el siguiente trabajo: Gustavo Vallejo, “El culto de lo
bello”, en Hugo Biagini (compilador), La Universidad de La Plata y el movimiento estudiantil, desde sus orígenes hasta 1930,
Editorial de la UNLP, 1999, pp. 113 a 152.
54
Cf. La vinculación del CEA con el ideario de la Reforma universitaria en el punto siguiente sobre las “Organizaciones cor-
porativas… Centro de Estudiantes”.
55
Cf. Alberto Coni Molina, “Nuevo Plan de Estudios”, El Arquitecto, Vol. II, Nº 17, diciembre de 1921, pp. 352 / 356.
295
Silvia Augusta Cirvini

En 1928 se aprobó una nueva reforma que empezó a regir en 1929.56 Las reformas abar-
caron: modificación del plan de estudios, con un incremento de carga horaria y la incorpo-
ración de nuevas materias como “Urbanismo”, reglamentación de exámenes y de control, ti-
po, cantidad y fechas fijas para las entregas de trabajos prácticos de todas las materias
artísticas. También se estableció la correlación de asignaturas y se endurecieron las condicio-
nes para los exámenes de los alumnos libres, en franca contradicción con el Estatuto Univer-
sitario consagrado por la Reforma del ‘18.57
La ordenanza que reglamenta los exámenes muestra numerosos indicios de la consoli-
dación del habitus académico, de la “naturalización” de los ejercicios de aplicación del Vig-
nola en la composición arquitectónica o la copia de modelos, como técnica antigua de las
Academias. Pocos documentos permiten observar con tanta claridad, cómo la Escuela repro-
duce aquello consolidado en el campo, lo admitido, lo probado, no hay lugar para la inno-
vación del habitus desde la enseñanza.
El fin de la década del ‘20 es un punto de inflexión y de contrastes, de aparentes con-
tradicciones. Simultáneamente a la naturalización del habitus académico con la puesta en vi-
gencia de la reforma en 1929, Le Corbusier visita Buenos Aires. Hay señales que indican que
la arquitectura moderna y el urbanismo interesan a muchos jóvenes, quienes se mueven en
circuitos externos a los oficiales de la corporación y, cuando tienen la posibilidad de viajar a
Europa, toman contacto con los sitios y los protagonistas de las posiciones de vanguardia. Sin
embargo hay muchos indicios de que el país no es el mismo de una década atrás, menor par-
ticipación estudiantil, virtual retroceso en logros democráticos en el gobierno de la Universi-
dad, alcanzados con la Reforma del ‘18, en fin, síntomas del inicio de una década difícil:
“El Presidente de nuestro Centro sostuvo la opinión del estudiantado en los diferentes pun-
tos en desacuerdo, tarea ardua que cumplió en forma brillante, y al respecto nos es grato se-
ñalar el hecho de que hacía mucho tiempo que un estudiante de nuestra Escuela no toma-
ba la representación estudiantil ante el H. Consejo Directivo”. (…)
“En definitiva, el nuevo plan, como ya se ha dicho, fue aprobado, y a estas horas ya ha en-
trado en vigor, con sus partes fundamentales en absoluta disconformidad con la opinión es-
tudiantil, (…)” 58
Lejos quedaban las reivindicaciones reformistas de asistencia libre y participación estu-
diantil en los Consejos Académicos. La voz de los estudiantes tendrá en adelante cada vez me-
nos peso, proceso que se acelerará con la llegada del justicialismo al poder.

2.4. La crisis del habitus académico en la Universidad

Si bien el método de proyectación académico, como eje estructurante de la “actitud


ecléctica” había comenzado a manifestar una crisis de adecuación a la época en torno del

56
La Revista de Arquitectura publica en marzo del ‘29, el nuevo Plan, y en diciembre de ese año la ordenanza reglamentaria
de exámenes y promociones. Cf. “El nuevo plan de estudios de la Escuela de Arquitectura”, Revista de Arquitectura, Mar-
zo de 1929, pp. 222 / 224; y “Ordenanza sobre contralor y ejercicio de las materias artísticas en la Escuela de Arquitectu-
ra”, Revista de Arquitectura, Diciembre de 1929, pp. 676 / 678.
57
Cf. Comisión ad-hoc del C. E. de Arquitectura “Al margen del nuevo plan de estudios para la Escuela de Arquitectura”,
Revista de Arquitectura, Abril de 1929, pp. 269 / 270.
58
Comisión ad-hoc del C. E. de Arquitectura “Al margen del nuevo plan de estudios para la Escuela de Arquitectura”, en:
Revista de Arquitectura, Abril de 1929, pp. 269 / 270.

296
Nosotros los Arquitectos

Centenario de Mayo,59 fue recién con la aparición de las vanguardias cuando las críticas
se dirigieron al proceso de inculcación del habitus en la Universidad.
El racionalismo, a partir de 1930, cuestionó la base conceptual y metodológica en
la enseñanza de la arquitectura. Desde esta posición, el desarrollo de la nueva arquitec-
tura convertía en indispensable, el cambio radical del sistema de proyectación ecléctico
académico, que los modernos caracterizaban, en términos generales, como aquel que ad-
mitía el método de la copia, el uso de los estilos del pasado, y donde se desatendían los
aspectos funcionales en el diseño de los edificios y se manifestaba una falta de dominio
(tanto estético como técnico) en el uso de los nuevos materiales. Esta crítica volvió a po-
ner en circulación debates fundacionales como el de ingenieros ≠ arquitectos y el de ar-
te ≠ ciencia. Decía Acosta en 1930:
“Los temas de los proyectos académicos son, en su mayor parte, muy grandiosos, porque
el papel está siempre dispuesto a aceptarlo todo”.
“El alumno, teórica y prácticamente, no alcanza los temas y, por fuerza, las soluciones
se reducen a dibujos de planos y fachadas que no representan otro valor que el gráfico.
Resultado de estos prolongados ejercicios: el arquitecto se convierte en dibujante
más o menos brillante de planos y fachadas. Una vez colocado ante la necesidad de
resolver un problema práctico (…) el poseedor del “arte elevada” casi siempre revela una
incapacidad completa”.60(SC)
El Movimiento Moderno presenta a la arquitectura como un tema de “interés ge-
neral”, porque sus producciones afectan directamente la vida de los hombres. Así, lo
nuevo, el futuro, la arquitectura del mañana está más cerca de los ingenieros que de los
arquitectos:
“Los conocimientos incompletos del arquitecto en cuestiones de técnica e higiene, su in-
diferencia en saber «cómo» vive el hombre, la incapacidad de organizar racionalmen-
te sus procesos vitales, su trabajo y su descanso, todo eso actúa sobre el habitante de la
casa. Así la crisis arquitectónica interesa no sólo a los arquitectos, sino a todo el mun-
do. El arquitecto por cuanto es un artista y no un organizador de nuevas formas de vi-
da, munido de todas las armas que le ofrecen hoy la ciencia y la industria, es un factor
socialmente y culturalmente perjudicial”.61
Según Acosta, para vencer “el hábito y la pereza mental” de la tradición académi-
ca, para sacar la arquitectura del “punto muerto” en que se hallaba, era necesario, “de-
jando de lado tradiciones estéticas y preconceptos históricos”, encontrar “nuevas formas
para la habitación del hombre”, apelar a la “experimentación” y a la “exploración teóri-
ca”, aplicando asimismo la racionalización de los procesos de diseño, del empleo de ma-
teriales y sistemas constructivos. La estética es un resultado, nunca un punto de partida.
No es extraño que sea un ingeniero, Antonio Vilar, quien puntualiza algunos as-
pectos medulares de la crítica de la vanguardia a la arquitectura que se produce hacia
1931. Si los autores de las obras “clásicas”, revivieran entre nosotros, decía Vilar, estarían

59
Remitimos al desarrollo de los “Debates centrales”, dentro de los “Debates fundacionales”.
60
Wladimiro Constantinowsky (Wladimiro Acosta), “La crisis arquitectónica”, en Nuestra Arquitectura, Vol. 2, Nº 15, Oc-
tubre de 1930, p. 591. El destacado es nuestro.
61
Ibídem, p. 562.

297
Silvia Augusta Cirvini

“enloquecidos frente a las maravillas de nuestro siglo” (…), y “con el mismo criterio que apli-
caron, encararían nuestros problemas «sacándoles el jugo» a nuestras estupendas conquistas”…62
El tema vivienda constituye el espacio privilegiado de experimentación para la van-
guardia. Los métodos propuestos por Acosta son difundidos por un sector de la prensa téc-
nica y en los cursos que dirige más tarde, en el Colegio Libre de Estudios Superiores. Bá-
sicamente consisten en el reprocesamiento de las experiencias del racionalismo alemán
cuyos métodos gráficos (Adler, Klein) alcanzaron gran difusión en la reconstrucción de la
primera posguerra.63
En Julio de 1934, la Revista de Arquitectura publica un artículo significativo en mate-
ria de enseñanza de la disciplina. Se trata de la propuesta pedagógica de un profesor vienés,
contratado por la Facultad de Arquitectura de Montevideo.64 El método tiende a desarrollar
en el alumno una formación que podríamos calificar de más integral o completa, apuntan-
do a otras habilidades aparte del dibujo y al desplazamiento del núcleo proyectual consoli-
dado con los procedimientos académicos. El copete que encabeza el artículo señala:
“El presente artículo del profesor Steinhof, resume el método empleado por su autor en la
enseñanza de la arquitectura. Se trata, como podrá verse, de una concepción didáctica en-
teramente opuesta al estéril método de la copia o adaptación de estilos históricos, ya que,
contrariamente a aquél, propicia y estimula en el alumno el desarrollo del sentido natu-
ral y espontáneo de la forma objetiva. Este método está dando resultados de una sorpren-
dente eficiencia…” 65
La propuesta, claramente racionalista, incorpora un aspecto del diseño que es inno-
vador para la enseñanza en la Escuela de Buenos Aires en ese momento: la atención pri-
mordial sobre la funcionalidad de los edificios, con todo un nuevo arsenal de técnicas y
procedimientos para desarrollar, en primer lugar, la observación y discusión acerca del uso
y forma del espacio, en segundo término aprender a considerar nuevas necesidades, final-
mente, poder responder con la elaboración del proyecto.
Otra crítica que aparece en la prensa especializada a la formación profesional que
brindaba la Escuela, es que se preparaba al alumno para ser un “dibujante proyectista”, pe-
ro no un Arquitecto, que es “antes que nada un Director de Obras”.66 En este caso, el de-
sajuste del habitus académico que se señala se concentra en la faceta más operativa de la la-
bor profesional, vinculada al conocimiento técnico y a la formación práctica de obra. Estos
aspectos habían sido descuidados en la formación académica, por considerar que el joven
egresado debía aprender iniciándose en la práctica profesional, ya fuera en un estudio con-
solidado o participando en equipos con los arquitectos de mayor experiencia.
Sintetizando, el habitus académico había entrado en crisis mucho antes de que las
distintas expresiones de las vanguardias hicieran visibles sus problemas y anacronismos en
la prensa especializada. El propio Christophersen, decano del academicismo, había critica-
do y contribuido a reformular, durante tres décadas, los métodos, la noción de tradición,
el valor de los clásicos, etc. Las posibilidades de modificación del habitus estuvieron vin-

62
Antonio Vilar, “Arquitectura Contemporánea”, Nuestra Arquitectura, Vol. 3, Nº XXV, Agosto de 1931, p. 18 y 19
63
Wladimiro Acosta, “El método gráfico aplicado al análisis de la planta de la vivienda”, Nuestra Arquitectura, Vol. 6, Nº 64,
Noviembre de 1934, p. 137 / 142.
64
Eugenio G. Steinhof, “El nuevo camino en la enseñanza de la arquitectura”, Revista de Arquitectura, Julio de 1934, pp. 295 / 297.
65
Ibídem, copete.
66
Carlos F. Krag (h), “Somos y debemos ser”, Revista de Arquitectura, julio de 1940, p. 445.
298
Nosotros los Arquitectos

culadas no sólo a la crítica interna que los practicantes desde distintas posiciones podían
ejercer, sino a las condiciones del campo, así como también al desarrollo de ciertos proce-
sos externos, por ejemplo, la creación de la Facultad en el marco del programa justicialis-
ta para la Universidad. Es decir, la “illusio” del campo disciplinar de la arquitectura, forja-
da en tiempos fundacionales sobre un habitus académico, pudo ser reelaborada o
modificada cuando hubo garantías de estabilidad de un conjunto de practicantes, impor-
tante en cuanto a su magnitud y al reconocimiento y la legitimidad alcanzados en lo so-
cial. La enseñanza universitaria fue el primer foco de las críticas al academicismo / eclecti-
cismo que prevaleció como posición dominante durante décadas y el último de los ámbitos
donde llegaron las transformaciones del habitus. El tránsito hacia una hegemonía de los
procedimientos y métodos de diseño modernos en la enseñanza, se vio facilitado primero,
por la transformación producida con la creación de las Facultades de Arquitectura y Urba-
nismo en todo el país, con una adecuación programática y funcional a una sociedad de ma-
sas, luego, por los sucesivos impactos que el proceso político imprimió sobre la vida uni-
versitaria. Lo cierto es que, a partir de la década justicialista (1945-1955) nada fue igual en
el país, particularmente en el campo disciplinar de la arquitectura.

2.5. La creación de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo

En julio de 1947 se aprobó la ley 13.031 que apuntaba a una reorganización de la


Universidad para adaptarla a los requerimientos del proyecto político del peronismo. Des-
de la perspectiva oficial, la vida universitaria argentina transcurría por carriles demasiado
autónomos y lejanos de los intereses de la Nación, lo que la posicionaba enfrentada a los
“anhelos populares”, de los cuales el gobierno se proclamaba “el verdadero intérprete” por
haber sido democráticamente elegido. Esto justificaba el nombramiento de las autoridades
universitarias por el Poder Ejecutivo, en un intento de armonizar universidad y gobierno,
de superar los supuestos problemas que provenían de la Reforma del ‘18 y en definitiva de
evitar, en adelante, que la Universidad se posicionara “de espaldas al pueblo”.67
Investigaciones recientes acerca del papel de la Universidad en el primer justicialismo
(1946-1955) apuntan a explicar cómo el peronismo articuló la política universitaria y el
funcionamiento institucional y científico de las universidades, con los objetivos e intereses
del proyecto político desarrollado.68 En esta reorganización del sistema universitario se
crearon nuevas Facultades (entre ellas la de Arquitectura en la UBA) atendiendo a lo que
se consideraba eran las necesidades del país. Este programa de ampliación de la oferta edu-
cativa universitaria tenía una gran cuota de “gesto de reparación histórica” con los sectores
populares, permitiendo el ingreso de los hijos de la familia obrera en la Universidad, un te-
rreno hasta entonces vedado para importantes sectores sociales.69 En el caso de Arquitectu-

67
Cf. el comentario de la ley que hace Marcela Pronko, “La universidad en el Parlamento peronista: reflexiones en torno al
debate de la ley 13.031”, en Héctor Rubén Cucuzza (comp.), Estudios de historia de la educación durante el primer pero-
nismo. 1943-1955, Universidad Nacional de Luján, Buenos Aires, 1997, pp. 229-265, p. 241, citada por: Ernesto Garzón,
El velo de la ilusión, Sudamericana, Buenos Aires, 2000, p. 58 y 59.
68
Osvaldo F. Graciano, “La universidad argentina durante los primeros gobiernos peronistas, 1945-1955”, en Separata del
Undécimo Congreso Nacional y Regional de Historia Argentina, ANH, Córdoba, septiembre de 2001.
69
Recordemos que durante el primer justicialismo se suprimió el arancel y el examen de ingreso en todas las Universidades
estatales.

299
Silvia Augusta Cirvini

ra, se darán todas las condiciones favorables para la transformación de la Escuela en Facul-
tad, feliz coincidencia entre el viejo anhelo de la corporación y el nuevo interés oficial por
renovar claustros y estudiantado, abrir la matrícula a sectores medios y populares y a las
mujeres que, en forma creciente, accederán a la enseñanza universitaria.
En 1940, en el aniversario de la Revista de Arquitectura, una editorial de los estu-
diantes recuerda que entre los objetivos iniciales figuraba el de alcanzar la reglamentación
del ejercicio profesional, aún no logrado. El artículo muestra claramente cómo esta fecha
tan significativa para el grupo líder del momento, promueve la identificación con aquella
generación fundadora del Centro de Estudiantes, que había conseguido con ese hecho ins-
titucionalizar la autonomía alcanzada con la creación de la Escuela. No sólo eso, sino que
los moviliza a preguntarse: “¿Por qué nosotros, que somos tan jóvenes y pujantes como ellos, no
abordamos y tratamos de solucionar ese deseo, esa inquietud, ese ideal que se concreta en la in-
dependización absoluta de nuestra escuela y la creación de la Facultad de Arquitectura?” 70 Sin
embargo, a pesar de las sanas y nobles inquietudes expresadas por los integrantes del Cen-
tro de Estudiantes, poco es lo que pueden hacer en la realidad: la creciente falta de parti-
cipación de los jóvenes en la vida interna de la Escuela, los conflictos estudiantiles por el
cercenamiento de la autonomía, las intervenciones a partir de la ley universitaria del ‘47 y
finalmente, la disputa con la Sociedad de Arquitectos por la edición de la Revista de Ar-
quitectura, marginaron a los estudiantes de las grandes decisiones de esos años.
En 1944, el Arq. Carlos Mendioroz, quien se desempeñaba como delegado interven-
tor de la Facultad de Ciencias Exactas, fue el autor del primer proyecto institucional de
reestructuración que contemplaba la creación de una nueva Facultad: la de Arquitectura.
Mendioroz creó durante su gestión el “Instituto de Urbanismo”, lo que constituye un he-
cho significativo en la estrategia de incluir este importante y naciente campo disciplinar en
el radio de acción de los arquitectos. El cuerpo docente de la Escuela de Arquitectura ma-
nifestó expresamente su apoyo al proyecto de creación de la Facultad.71 En 1946 asumió el
Arq. Julio Otaola como delegado interventor, quien continuó las gestiones de su antecesor
ante la Universidad para la creación de la Facultad.
Sin embargo, fue una acción conjunta de varias instituciones con la mediación de va-
rias personas por la que se consiguió aprobar la ley que creó la Facultad de Arquitectura y
Urbanismo, sobre la base de la Escuela de Arquitectura de la Facultad de Ciencias Exactas,
Físicas y Naturales de la Universidad Nacional de Buenos Aires. Esta ley (Nº 13045/1947)
fue aprobada en la Cámara de Diputados el 24 de setiembre de 1947, luego de un caluro-
so y agitado debate, y tres días más tarde el 27 de setiembre se aprobó en Senadores. Fue
promulgada por decreto Nº 30930 del 4 de octubre de 1947. La Facultad comenzó a fun-
cionar en el ciclo lectivo de 1948.
El proyecto, en cuya elaboración habían participado la Sociedad Central de Arqui-
tectos, los claustros universitarios a través del plantel docente de la Escuela, y el flamante
Consejo Profesional, fue presentado por los diputados Ricardo Guardo y José Luis More-

70
Cf. CEA (Centro de Estudiantes de Arquitectura) “¿Recuerdan?”, Revista de Arquitectura, Julio de 1940, pp. 439 / 440.
71
Entre los profesores que hicieron expreso el apoyo al proyecto de Mendioroz estaban: Karman, Christensen, Álvarez (Raúl
J.), Real de Azúa, Pibernat, Rivarola, Estrada (Adolfo), Vautier, Ugarte, De Lorenzi, Villalonga, Leiva, Montagna, Noël y
Buschiazzo (Mario). Cf. Ramón Gutiérrez “Capítulo VII: 1946-1955”, en Sociedad Central de Arquitectos. 100 años de com-
promiso con el país, Buenos Aires, 1994, p. 188.

300
Nosotros los Arquitectos

no (peronistas) y estaba apoyado desde las más altas esferas del Poder ejecutivo. El debate,
detalladamente descripto y analizado por Ramón Gutiérrez,72 pone en evidencia la ciega
oposición que sostienen conservadores y radicales, sin atender los apoyos, fundamentos
que presentaba el proyecto y el hecho de contar con tantos patrocinantes y con el aval de
las principales instituciones involucradas. Cada uno de quienes apoyaba el proyecto tenía
sus razones, a veces no coincidentes pero que convergían en la necesidad de la creación de
la Facultad, objetivo que se alcanzó por el apoyo político con que contaba. El tratamiento
del proyecto de ley en Diputados puso en evidencia, por un lado, el carácter elitista que
había conservado hasta entonces la Escuela de Arquitectura, por el otro, la virulencia de la
lucha simbólica entablada entre los intelectuales y el justicialismo.
La creación de la Facultad en la UBA, así como las que siguieron en el resto del país,73
contribuyó en gran medida a modificar la enseñanza universitaria, incorporando el campo
del Urbanismo y nuevos problemas, enfoques, métodos de enseñanza en una búsqueda de
adecuación con la realidad que transitaba el país. Estas inmensas transformaciones del
campo disciplinar escapan del período analizado y pueden ser, sin dudas objeto de nuevas
y renovadas investigaciones en torno de la historia reciente cuyos efectos aún percibimos.

3. Las organizaciones corporativas en la constitución del campo


3.1. Introducción

Las organizaciones corporativas vinculadas con la constitución del campo disciplinar


fueron dos: la Sociedad Central de Arquitectos (1886) y el Centro de Estudiantes de Ar-
quitectura (1910). La primera tuvo, en tiempos de emergencia del campo, una función
aglutinadora y forjadora de la identidad grupal, antes del específico papel gremial que de-
sarrolló más tarde, cuando los acuerdos fundacionales se hubieron fijado. La segunda, co-
rresponde a la primera organización estudiantil vinculada con la disciplina y la profesión,
cuya actividad tuvo una notable incidencia en la construcción de un “nosotros”, articula-
da a la labor de la Sociedad de Arquitectos, partícipe de la modelación del habitus, en la
formación universitaria de la Escuela, y en la génesis de la prensa corporativa específica pa-
ra arquitectos.
En general, los Centros de Estudiantes fueron el primer espacio de desarrollo para fu-
turos dirigentes, quienes luego aparecerán actuando en las Asociaciones profesionales, cien-
tíficas, los Congresos, foros artísticos y aun en el ámbito político, aunque esta última op-
ción, habitual para los abogados, era muy poco probable entre los arquitectos y los
ingenieros.
Las asociaciones profesionales y científicas fueron ámbitos de relevancia dentro del
proyector modernizador de fines del siglo XIX. La Sociedad Científica Argentina fue fun-
dada en 1872 con el fin de fomentar el estudio de las ciencias matemáticas, físicas y natu-

72
Cf. El recuadro “Estoy de acuerdo pero me opongo…”, en Sociedad Central de Arquitectos. 100 años de compromiso con el
país, Buenos Aires, 1994, p. 184.
73
Las Facultades de Arquitectura, creadas como consecuencia de la reorganización universitaria de la década justicialista fue-
ron: la de la Universidad Nacional de Tucumán (1946), la de la Universidad Nacional de Cuyo en San Juan (1951), la de
la Universidad Nacional de Córdoba (1954).

301
Silvia Augusta Cirvini

rales y con el objetivo explícito de integrar sus resultados a la solución de las numerosas ne-
cesidades del país. Se planteaba promover en forma sistemática la producción de conoci-
mientos científicos y técnicos y su aplicación en el desarrollo de la industria, inventos, tec-
nología, etc., de modo de apoyar el proyecto modernizador del ‘80. En 1876 inició la
publicación de sus célebres Anales, que tuvieron gran continuidad en el tiempo y reunie-
ron los primeros trabajos científicos desarrollados en el país. Hasta fines del siglo constitu-
yó el único espacio para el desarrollo del saber científico técnico y también fue hasta en-
tonces, la depositaria de la más importante y completa biblioteca especializada del país.
Estas asociaciones científicas y profesionales, que tuvieron un gran peso y prestigio
en la época, eran reclutadoras de los mejores recursos humanos en cuanto al saber técnico.
Como constituían la instancia de ligazón entre el ámbito universitario y la sociedad civil,
desarrollaron una amplia labor vinculada a la satisfacción de necesidades en el país, lo cual
les otorgó legitimidad como grupo depositario del saber, como voz inobjetable de lo me-
jor de la ciencia y la técnica de la época.

3.2. La Sociedad Central de Arquitectos


3.2.1. El carácter fundador de la institución: identidad y diferencia

Las “modernas” Sociedades de Arquitectos, tanto entre nosotros como en Europa,


nacidas en el siglo XIX, eran, de alguna manera, herederas de los antiguos gremios medie-
vales. Como corporación (de la antigua Roma “Corpora oficium” o “collegia”) estas “socie-
dades” se ocuparon, particularmente en sus orígenes, tanto del establecimiento de las jerar-
quías y las normas que regían a sus miembros, como de los deberes, las responsabilidades
y los derechos que los asistían. La Edad Media era considerada, en el imaginario decimo-
nónico, el tiempo ideal, la “edad de oro” en relación con el funcionamiento corporativo,
cuando era la misma corporación la que retenía el contralor de las prácticas:
“La perfección de las obras de la Edad Media, y la habilidad de los obreros que en ellas
han trabajado, se debe en gran parte a estas corporaciones, pues obligándolos al aprendi-
zaje antes de ejercer un oficio, cerraba las puertas a los ignorantes que querían profesar
un arte o un oficio que les era desconocido”.74
Sin embargo, en tiempos modernos, la función y el funcionamiento de estas organi-
zaciones se tornaron más complejos. Si bien la fiscalización de las prácticas legítimas den-
tro de las profesiones corresponderá desde entonces al Estado, la acción gremial de estas
asociaciones extendió su alcance, con mayor o menor peso, según los períodos, establecien-
do nexos con los poderes gubernamentales, con las instituciones de enseñanza y con la so-
ciedad en general.
En nuestro caso, el discurso que reproduce la prensa técnica especializada, apela per-
manentemente a la homologación de los diferentes ámbitos de desenvolvimiento de ese co-
lectivo imaginario que es la “corporación”: la Sociedad Central de Arquitectos, la Escuela
de Arquitectura, el campo disciplinar y profesional son coincidentes, las mismas personas,
la misma orientación.

74
Raúl E. Fitte, “Responsabilidad profesional del arquitecto”, Revista de Arquitectura, mayo de 1922, p. 58.

302
Nosotros los Arquitectos

En Francia había sucedido algo similar a lo que pasaba entre nosotros: Charles Garnier, fue
Secretario de la Academia de Bellas Artes de París y también presidente de la Sociedad Cen-
tral de Arquitectos de Francia. En nuestro caso, Christophersen fue el principal responsa-
ble de la refundación de la Sociedad de Arquitectos, co-fundador de la Escuela de Arqui-
tectura y portavoz durante décadas del gremio en la prensa corporativa.
El periodismo corporativo tuvo un papel aglutinador e identificatorio, estructural en
los primeros años de organización del gremio.75 Arquitectura y la Revista de Arquitectura tu-
vieron, como órganos oficiales de la institución gremial, un papel importante en la etapa
fundacional del campo, con un tono inicial decididamente combativo y en clara defensa
de los derechos y atribuciones de la profesión. Cuando el campo se consolida (1915-1918),
la Sociedad extiende sus horizontes y el gremio está más seguro de poder mantener un “lu-
gar social” adecuado para todos los practicantes que atiendan las reglas fundamentales es-
tablecidas, las publicaciones “oficiales” amplían sus contenidos informativos, incorporan al
debate temas doctrinales, con artículos técnicos, históricos y artísticos.
Desarrollaremos sintéticamente a continuación el papel desempeñado por la Socie-
dad Central de Arquitectos como organismo depositario del “nomos”, que retiene a lo lar-
go de todo el período el monopolio de la autoridad dentro del campo.
Desde la Sociedad de Arquitectos y más concretamente a través de las páginas de la
prensa que actúa como órgano oficial de la institución, se elabora la primera historia del
campo, cuyo autor es Christophersen. Este relato aparece por primera vez en 1904, en Ar-
quitectura, luego se retoma en 1917 en la efímera primera revista de la Sociedad y se reite-
ra luego ampliado sucesivamente en Revista de Arquitectura, en 1927, 1929, 1936, 1940,
1942, etc.76
Los fundadores, en marzo de 1886, fueron diez, encabezados por Ernesto Bunge, pri-
mer presidente y co-fundador de la Facultad de Ingeniería en Ciencias Exactas. El estable-
cimiento de las “Bases y Reglamento General de la Sociedad de Arquitectos”, queda sus-
cripto por los socios fundadores: cinco argentinos (Bunge, Büttner, Altgelt, Burgos y
Belgrano), dos belgas (Dormal y Joostens), un italiano (Buschiazzo) y dos alemanes (Von
Arnim y Moog).77 A pesar del apoyo que tuvo de otros grupos ya consolidados, como la
Sociedad Científica Argentina y los ingenieros civiles dedicados a la arquitectura, la Socie-
dad de Arquitectos pudo concretar sólo un funcionamiento débil y efímero, no alcanzó a
consolidar una presencia y una acción institucional de importancia que le permitiera sor-
tear con éxito la crisis económica de 1890.
Christophersen narraba, en una carta al Arq. Pasman, quien era presidente en 1942,
lo difícil que había resultado en lo personal trasponer la crisis del ‘90, y que en lo institu-
cional había significado la virtual disolución de la Sociedad, de la cual era tesorero. La asis-
tencia de sus miembros a las reuniones había comenzado a mermar desde 1889 y luego, el
fallecimiento (Von Armin, Joostens), enfermedad (Bunge) o viaje (Burgos) de los socios

75
Remitimos al Capítulo II: “Las Revistas…” para el desarrollo de la función de la prensa técnica en la constitución del campo.
76
Cf. “La Sociedad Central de Arquitectos”, en Revista de Arquitectura, julio de 1927, pp. 307 y ss.
77
Si consideramos que de los cinco argentinos, los tres de ascendencia alemana estudiaron Arquitectura en diferentes insti-
tutos de Alemania y los otros dos lo hicieron en París, puede decirse, sin dudas, que la “nacionalidad artística” del núcleo
fundacional era europea, con predominio de profesionales formados en Alemania. Ya en la primera década del siglo XX,
consolidada la refundación de la Sociedad, los nuevos estatutos reconocerán como socios fundadores a todos aquéllos que
pertenecieron a la Sociedad antes de 1901.

303
Silvia Augusta Cirvini

fundadores terminó por convencer a Juan Antonio Buschiazzo y a Christophersen, de


suprimir el funcionamiento de la institución hasta que mejorasen las condiciones.78
El relato reconoce finalmente un segundo grupo, compuesto por Christophersen,
Buschiazzo y Dormal que, a partir de 1901, consigue superar las dificultades y encarri-
lar la organización institucional, realizando una convocatoria entre los más prestigiosos
profesionales para reiniciar las actividades societarias. El 26 de junio de 1901, en sede de
la Sociedad Científica Argentina, se concretó la reunión que rubricó la refundación de
la institución con la asistencia de una veintena de los más prestigiosos profesionales de
la época. La primera comisión de esta segunda y definitiva etapa de funcionamiento efec-
tivo fue la presidida por Juan Antonio Buschiazzo, con Christophersen en la vicepresi-
dencia, y con un ingeniero, Pedro J. Coni como Secretario.79
En sus inicios en el siglo XIX, la Sociedad de Arquitectos, formada principalmen-
te por extranjeros, no exigía para la admisión de socios, títulos ni estudios específicos.
Lo que contaba era la idoneidad demostrada en la práctica y probablemente los antece-
dentes vinculados con los estudios, la formación o la práctica en Europa. Recordemos
que fue recién en el siglo XX cuando se desató el conflicto acerca del título obligatorio,
el cual movilizó la reforma de estatutos con la restricción del ingreso y agudizó el proce-
so de diferenciación respecto de la ingeniería.
En un polémico artículo de 1909, Víctor Jaeschke recupera para la memoria del
grupo la controversia planteada un lustro atrás, respecto de los “criterios de competen-
cia” que empleaba la Sociedad para admitir o rechazar el ingreso. Precisamente, el autor
apela a la condición de la Sociedad como la institución fundadora del campo, como tri-
bunal máximo para dirimir asuntos profesionales, para afirmar que nunca debió ceder
ante la presión de la ley 4416 (1904), modificando los estatutos para no aceptar a quie-
nes no hubieran obtenido título de competencia:
“Opino, que el día que la Sociedad adoptó esta desgraciada reforma, abdicó inconscien-
temente de su independencia o soberanía, rebajándose hasta declararse inapta para
apreciar si un profesional es digno por su competencia de entrar o no a formar parte de
la Sociedad como miembro activo”.
“No otra cosa significa el someterse ciegamente al juicio de la Facultad de Ciencias
Exactas, que al fin y al cabo cuenta en su seno apenas á 3 ó 4 arquitectos dignos de
ese nombre, los que también pertenecen á la S C de A, fuera de los 60 miembros res-
tantes.” (…)
“Declarar, que no se puede ser arquitecto ni miembro de la Sociedad, sin la aprobación
de la Facultad, equivale a establecer que talento y capacidades públicamente demostra-
dos no tienen ningún valor, si no llevan el «visto bueno» de cierto número de caballe-
ros que tienen el privilegio de haber sido nombrados por el Gobierno profesores de ma-

78
Cf. Ramón Gutiérrez, “Capítulo 2 (1886-1900) “, en 100 años de la Sociedad Central de Arquitectos, Buenos Aires, 1994,
pp. 47 y 48.
79
Esta reunión contó con la presencia de: Carlos Nordman, Arturo Inglis, Pedro J. Coni, Mariano Cardoso, Roberto H. Lo-
mas, Carlos Morra, Emilio Hugé, Eduardo Le Monnier, Jacques Dunant, Pablo Hary, Charles E. Medhurst Thomas, José
Arnavat, Víctor J. Jaeschke, y Horacio Pereyra, además de los tres arquitectos que convocaban la reunión. Cf. Jorge Tarta-
rini, “La Segunda fundación”, en 100 años de la Sociedad Central de Arquitectos, Buenos Aires, 1994, p. 54.
Progresivamente, en las reuniones siguientes, se fueron incorporando como nuevos socios, a destacados profesionales: Wal-
ter Basset Smith, Gaspar Bornhauser, John Doyer, Carlos Agote, Augusto Plou, Rafael Aranda, A. Palacios, Ángel Silva,
Gustavo Duparc, Raúl Lavacher, Emilio Agrelo y Domingo Selva.
304
Nosotros los Arquitectos

terias, en las que alguna vez ellos mismos no rindieron examen, y que seguramente nun-
ca aprendieron a enseñar!”.80
Jaeschke, como Altgelt, eran partidarios del ejercicio libre de la profesión, sin que
operasen trabas regulatorias del Estado o las universidades. En cuanto a la Sociedad de Ar-
quitectos, Jaeschke le otorgaba el papel de árbitro máximo en asuntos de la profesión y en
el reconocimiento de la competencia, pero advertía los peligros de una posición excesiva-
mente restrictiva y excluyente:
“…una buena y hábil política consistiría en atraer a su seno á todos aquellos elementos
sanos y vigorosos, sin mezquinos sentimientos de rivalidad de oficio, antes que estos se im-
pongan por la fuerza de las cosas, o vayan a constituir una sociedad rival, que muy bien
podría llegar á ser más poderosa que la nuestra”.81
La Sociedad nació como un ente eminentemente gremial, cuyos objetivos estaban
centrados en el establecimiento de reglas básicas del ejercicio profesional de los arquitec-
tos, tanto al interior del incipiente campo en proceso de emergencia, como en las relacio-
nes con el resto de los actores sociales vinculados con la construcción de obras: comiten-
tes, empresarios, artesanos, obreros, técnicos, etc.
Uno de los temas que se buscaba solucionar con la creación de la Sociedad era el del
“arancel de honorarios”, es decir establecer una regla que garantizara igualdad de oportuni-
dades (cobrar lo mismo por el mismo trabajo) y el sostenimiento de la honorabilidad del
grupo (no trabajar gratis, defender la propiedad intelectual, no participar de concursos que
no garantizaran respeto por el trabajo profesional).
La Sociedad de Arquitectos actuaba como portavoz del gremio ante los poderes ofi-
ciales, ya que era una entidad reconocida, con estatutos aprobados para su funcionamien-
to institucional. Por ejemplo, en 1917, la S C de A propone la derogación de las patentes
municipales (para la ciudad de Buenos Aires), porque constituyen una evidente injusticia
ya que imponen a los arquitectos un pago que duplica el de los ingenieros. Por otra parte,
la institución señala que la Municipalidad otorga la patente “pródigamente” a cualquier
persona que la solicita, sin exigir la presentación del título.82
El nombramiento de socios honorarios es un indicador elocuente de los distintos
momentos por los que fue atravesando la institución. En 1889, con un funcionamiento
débil y limitado a un grupo muy reducido, con escasos vínculos oficiales, la Sociedad nom-
braba como Socios Honorarios a: Charles Garnier, César Daly, el célebre Camilo Boito, y
otros varios acreditados arquitectos europeos, vinculados (por haber ganado concursos o
realizado proyectos) o no con el Río de la Plata. Es evidente la intención de la institución
de prestigiar su nacimiento, vinculándose y buscando aliados consagrados en las principa-
les ciudades de Europa y EEUU. Más tarde, en plena consolidación de la etapa fundacio-
nal definitiva de la institución, serán otros los criterios para la nominación de esta catego-
ría de socios: se apuntará a establecer lazos de reconocimiento y reciprocidad con actores
sociales locales, vinculados con el campo. En 1904, son nombrados honorarios: Carlos
Thays, por su importante obra paisajista en la ciudad de Buenos Aires, el ing. Eduardo
Aguirre, decano de Ciencias Exactas, el artista Ernesto de la Cárcova, quien como comi-

80
Víctor Julio Jaeschke, “Nuestra Sociedad de Arquitectos”, en Arquitectura, agosto / setiembre de 1909, p. 110.
81
Ibídem, p. 112. El destacado figura en el original.
82
Cf. J. Taverne, “Las patentes profesionales”, en Revista de la SCA, febrero de 1917, p. 31.
305
Silvia Augusta Cirvini

sionado municipal fue el autor del proyecto de Premio Municipal a las mejores fachadas, a
los ingenieros Luis Huergo y Manuel Bahía, por ser los artífices de la fundación de la Es-
cuela de Arquitectura.83
En 1927, el relato de Christophersen da múltiples indicios de la consolidación del
campo a través de los progresos efectuados por la Sociedad, “gracias (…) a la perseverancia
y firmeza de sus socios”, logrando superar diferentes obstáculos:
“Actualmente la Sociedad Central de Arquitectos tiene enrolados en sus filas a la gran ma-
yoría de los arquitectos diplomados en el país, –sus socios activos y aspirantes llegan a 250–
y los profesionales de mayor prestigio en el mundo entero son sus corresponsales y están en
continua comunicación respecto a los asuntos edilicios de nuestro país y del extranjero”.84
La Sociedad se impone, en el imaginario social,85 como el núcleo central del campo, en
el sitio mejor posicionado jerárquicamente: es una institución reconocida oficialmente, sus
socios son diplomados, los mejores profesionales, los partidarios de los concursos, los que
formulan y respetan reglamentos justos, los que defienden la “honorabilidad” del ejercicio
profesional, los que mantienen una fuerte cohesión y “espíritu de cuerpo” del gremio, en fin,
los que siempre están donde deben estar, “anticipándose al juego”, en palabras de Bourdieu.
El nombramiento de socios honorarios es, como ya dijimos, uno de los mecanismos que
transparenta la estrategia de intercambio de capital simbólico que la Sociedad de Arquitec-
tos establece con distintos referentes (individuos o instituciones), tanto del ámbito discipli-
nar como del campo social. En 1927, ganada la batalla de reconocimiento profesional entre
los pares de países significativos en el intercambio, es importante para la institución, expan-
dir los vínculos en dos direcciones, hacia el campo político y hacia el académico:
“El presidente de la República, doctor Marcelo T. de Alvear, ocupa la presidencia honora-
ria de la Sociedad, y encabeza la nómina de socios honorarios en la cual figuran el ex-pre-
sidente de Chile, doctor Alessandri; el ex-presidente del Uruguay, doctor Brum; el ex-rec-
tor de la Universidad de Buenos Aires; …” 86
En 1936, la S C de A era ya una institución consolidada y reconocida, con seiscientos
socios, entre activos, corresponsales y aspirantes. Además de la revista, la institución extendía
su acción propagandística para el público en general, con emisiones radiales de programas de
difusión cultural acerca de la arquitectura y la función de los arquitectos en la sociedad.
A pesar de la visión lineal, monolítica y coherente que pueda inferirse a través de la
prensa corporativa, desde la versión que el grupo fundador brinda de sí mismo y de la ac-
ción de la Sociedad, hay varios indicios que señalan otras voces. A partir de la refundación
en 1901, los conflictos y las disidencias no tardaron en aflorar en el seno de la institución.87
Hubo renuncias, idas y vueltas de socios, como consecuencia de los desacuerdos producidos
por la sanción de la ley de título obligatorio primero y luego en torno de la modificación de
estatutos para restringir la admisión de socios. La Sociedad transita los primeros años des-

83
Cf. Jorge Tartarini, “Capítulo 3”, en: 100 años de la Sociedad Central de Arquitectos, Buenos Aires, 1994, p. 82.
84
Cf. “La Sociedad Central de Arquitectos”, Revista de Arquitectura, julio de 1927, p. 309.
85
Esta tarea de imposición imaginaria es facilitada por la prédica constante de la prensa arquitectónica pero también está co-
rroborada por las prácticas de los socios, por las conductas regulares frente a ciertas situaciones, por la instauración del “es-
píritu de cuerpo” en el grupo y por el reconocimiento de los sectores dirigentes, a través de los gobiernos, los comitentes
y los otros profesionales liberales (abogados, médicos, ingenieros).
86
Cf. Alejandro Christophersen, “La Sociedad Central de Arquitectos”, en Revista de Arquitectura, julio de 1927, p. 309.
Desde entonces, todos los presidentes fueron nombrados socios honorarios de la Sociedad.
87
Remitimos al desarrollo de la “Etapa fundacional”, dentro de este mismo capítulo acerca de los primeros acuerdos.
306
Nosotros los Arquitectos

pués de su reorganización con una modalidad predominantemente cerrada, elitista, casi co-
mo un club de alta exigencia, para elegidos, con muy poca permeabilidad de las fronteras.
En 1916 se creaba el Centro de Arquitectos Nacionales (CAN) en respuesta al ma-
nejo hermético y elitista de la Sociedad, que excluía a una buena parte de los practicantes.
Las medidas para una apertura se concretan con la modificación de estatutos, lo que per-
mite una integración de los socios aspirantes (alumnos de la Escuela) y en 1918 de los di-
sidentes. Es Christophersen, nuevamente, quien une la corporación en un proyecto supe-
rador, integra a los disidentes y unifica los objetivos. Una de las estrategias más efectivas
para esta integración fue la fusión de las revistas de la Sociedad con la Revista de Arquitec-
tura, que publicaba el Centro de Estudiantes.88
Los Congresos Panamericanos, de los cuales la S C de A era partícipe y en ocasiones
co-organizadora, permitieron establecer lazos con arquitectos de toda América, nombran-
do socios honorarios o corresponsales en los distintos países. En el cincuentenario de la ins-
titución (1936), sus autoridades pueden jactarse de que la buena reputación, el respeto y
la estima con que se considera a sus socios en todo el continente. La búsqueda de la con-
solidación de prestigio en el exterior no es sino un recurso para alcanzar mayor reconoci-
miento dentro de los límites internos del país, en donde aún se bregaba por una ley que
reglamentara las profesiones de ingeniero, arquitecto y agrimensor.89

3.2.2. Reglamentación profesional

Un aspecto sumamente explicativo cuando se analizan prácticas, en este caso profe-


sionales, tiene que ver con la codificación y sanción de reglamentos y leyes que regulan esas
prácticas al interior de un determinado campo disciplinar. En este sentido, la homologa-
ción de los títulos y las profesiones, el reconocimiento oficial y social de la profesión de “ar-
quitecto”, apuntan al doble objetivo de proteger los intereses generales de la sociedad y los
derechos de la corporación. Asimismo tiene que ver con el establecimiento de fronteras y
límites del campo, en la estipulación taxativa de quién está adentro y quién fuera. La So-
ciedad de Arquitectos tuvo un papel central, casi excluyente respecto de cualquier otra ins-
titución, en todo lo referente al establecimiento de normas, reglamentos, códigos y a la
función de mediación para obtener reconocimiento, para oficializar las prácticas legítimas
o para establecer sanciones y exclusiones.
Ahora bien, la reglamentación profesional tiene dos caras diferentes. Por una parte,
la codificación tiene que ver con cuestiones específicas de la disciplina y con la normaliza-
ción de las prácticas al interior de un campo, por la otra, está vinculada con la “regimen-
tación” de las prácticas profesionales respecto del espacio social.
La codificación, dice Bourdieu, es una operación de puesta en orden simbólica, o
de mantenimiento del orden simbólico, que incumbe a menudo a las grandes burocra-
cias del Estado. La codificación apunta a minimizar el equívoco y la imprecisión, en par-
ticular en las interacciones y se muestra particularmente indispensable y eficaz en las si-
tuaciones donde los riesgos de colisión, de conflicto, son particularmente importantes,

88
Remitimos al desarrollo de la fusión de las revistas en el Capítulo II: Las Revistas.
89
Alberto Coni Molina, “Proyecciones internas y externas de la acción de la Sociedad Central de Arquitectos”, en Revista de
Arquitectura, Abril de 1936, pp. 190 / 191.
307
Silvia Augusta Cirvini

como el encuentro entre personas de grupos muy alejados entre sí (en el espacio social,
en el habitus, en los intereses).
La codificación, desde esta perspectiva permite oficializar o formalizar aspectos fun-
damentales de la relación entre la corporación y la sociedad: la legitimidad de las prácticas
profesionales, el reconocimiento social de los practicantes, el establecimiento de fronteras
claras respecto de las incumbencias de cada profesión. Codificar es terminar con lo impre-
ciso, lo vago, las fronteras mal trazadas y las divisiones aproximativas al producir clases cla-
ras, al operar cortes netos, al establecer fronteras tajantes y precisas. Bourdieu señala que
no todos los miembros de una sociedad se ponen de acuerdo para acordar el mismo senti-
do al mismo nombre de una profesión y para dar el mismo nombre a las mismas prácticas
profesionales, por lo cual, una parte de las luchas sociales se debe al hecho de que, precisa-
mente, todo no está homologado y que, si hay homologación, ella no pone fin a la discu-
sión, a la negociación y hasta a la controversia acerca de quiénes están dentro y quiénes
afuera.90 La lucha encarada por el gremio, durante más de cuarenta años, para la sanción
de una reglamentación precisa y clara respecto del ejercicio profesional de la arquitectura
en el país, da cuenta de las dificultades y los conflictos que encierra la aparentemente sim-
ple iniciativa de reglamentar una práctica.

3.2.2.1. LAS REGLAS AL INTERIOR DEL CAMPO

En 1915 la Revista de Arquitectura publicaba una declaración de los deberes del ar-
quitecto, documento que había sido aprobado, en asamblea de la Sociedad el día 29 de ju-
lio de ese año.91 La aparición de este documento es muy importante, como declaración de
principios que regula el ejercicio profesional, fija las pautas, establece la regla, estipula el
código con el cual han de moverse en el futuro los arquitectos. En gran medida, formali-
za la estructura dentro de la cual se ha ido modelando el habitus profesional en la etapa
fundacional. Más allá de la vigencia legal que pueda haber tenido este reglamento, o de lo
punible que era en la práctica la trasgresión a sus reglas, el código es valioso en tanto dis-
curso prescriptivo del “deber ser” de la profesión y, en tanto discurso performativo, porque
estimulaba la emulación de prácticas específicas orientadas hacia un perfil ideal.
El Capítulo I establece los “Deberes del Arquitecto consigo mismo y con los colegas”.
El arquitecto es un intelectual que cobra honorarios por brindar sus conocimientos y su ar-
te, lo que define, dentro del ámbito de la construcción, la oposición entre profesión libe-
ral (arquitecto) y profesión comercial (empresario-industrial):
“1. Arquitecto es el profesional diplomado que proyecta edificios y monumentos o sus deri-
vados, determinando sus proporciones, distribución y decoraciones, (…) Es a la vez un téc-
nico, un artista y un práctico. Sus funciones consisten en concebir y estudiar la compo-
sición de un edificio, dirigir y vigilar su ejecución y liquidar los gastos correspondientes.”
“2. Ejercita una profesión liberal y no comercial. Esa profesión es incompatible con la de
empresario, contratista, industrial o proveedor de materiales u objetos empleados en la
construcción. Es retribuido únicamente con honorarios (…)” 92

90
Pierre Bourdieu. Cosas dichas. Gedisa editorial, Barcelona, España, 1996, p. 89
91
Cf. “Código Profesional del Arquitecto”, en Revista de Arquitectura, Número extraordinario de oct. a dic. de 1915, pp. 19 / 21.
92
Ibídem, p. 20. El destacado figura en el original.
308
Nosotros los Arquitectos

A los arquitectos les está vedada toda actividad comercial o industrial vinculada con
el campo de la construcción. Se pauta aquello que debe hacer y lo que no debe hacer en
relación con sus colegas y todas las consideraciones para con los pares exigidas por la con-
fraternidad.93
Este reglamento tiende a prestigiar el ejercicio de la profesión al separarlo de las prác-
ticas de constructor, a la vez que deja establecido que hay incompatibilidad entre la activi-
dad profesional liberal y la empresaria, asimismo permite la relación laboral intragrupal, de
arquitectos en relación de dependencia de otros arquitectos.
Otra de las reglamentaciones internas a las que estaban sujetos los socios dentro de
la institución eran los Estatutos. En ellos se especificaban los fines y objetivos que giraban
en torno del “engrandecimiento” del arte arquitectónico, la promoción de la educación ar-
tística y la dignificación de la profesión, se estipulaban las categorías de socios, y todo lo
relativo al funcionamiento de entidad: admisión de socios, asambleas, etc. Con la refunda-
ción en 1901, se aprobaron oficialmente nuevos estatutos que periódicamente fueron re-
formados en uno u otro artículo o inciso, marcando períodos de apertura y clausura, de
mayor permeabilidad y expansión o de hermetismo y aislamiento. Es claro también que en
estos movimientos de las reglas internas de la institución pesan los acontecimientos exter-
nos, tanto del campo disciplinar, como eran la acción del Centro de Estudiantes o el fun-
cionamiento de la Escuela de Arquitectura, como del proceso sociocultural del país: nue-
vas necesidades, políticas públicas cambiantes vinculadas a lo arquitectónico y urbanístico,
alteración de la demanda, mayor o menor regulación estatal, etc.
En 1940 se reforman nuevamente los Estatutos, para darle un carácter nacional a la
institución, creando las “Divisiones” provinciales en las principales ciudades del interior.
Se amplía el número de miembros de la comisión directiva, se crea el Jurado de Ética y se
sanciona el primer Código de Ética Profesional.94

3.2.2.2. REGLAMENTACIÓN OFICIAL DE LA PROFESIÓN

La reglamentación de la profesión como mecanismo de exclusión de los “advenedi-


zos”, “intrusos”, “aventureros”, fue una de las metas fijadas hacia los primeros años del siglo
XX, tanto desde la Sociedad, que representaba la voz de los profesionales, como más tarde
desde el Centro de Estudiantes, cuyos integrantes se interesaban en el tema como modo de
garantizar la existencia de un mercado laboral favorable cuando egresaran. Como ya hemos
señalado, este tema se convirtió, a lo largo del período, en el “leiv motiv” de la prensa, el ob-
jetivo primero de la acción gremial, y el eje de la acción conjunta de los practicantes de la
arquitectura con otras profesiones relacionadas.
En 1925, el Arq. Alfredo Coppola relata el periplo, que hasta entonces habían segui-
do las iniciativas de reglamentación de la profesión. El primer proyecto ingresado en Dipu-
tados era de 1914, el que más tarde retomará la Comisión de Instrucción Pública. En 1921
hubo una intensa campaña pro reglamentación, que generó muchas resistencias entre los no
diplomados. Eran muchos los que llegados al país después de la Ley 4416 (1904) no tenían

93
Ibídem, p. 20.
94
Cf. la editorial titulada: “Una nueva etapa en la S C de A”, Revista de Arquitectura, Octubre de 1940, p. 561.

309
Silvia Augusta Cirvini

título pero argumentaban que contaban con una labor continua y exitosa de muchos años
en la profesión y que habían hecho obras muy importantes por montos elevados. Esta ley
había servido para incorporar (otorgándoles un título de competencia) a numerosos extran-
jeros llegados en los primeros años del siglo, sin embargo, no modificaba para nada la rea-
lidad de la práctica concreta de la profesión hacia los años ‘20, donde no había trabas lega-
les de ningún tipo para que cualquiera (con título o sin él, ingeniero, arquitecto o
constructor, argentino o extranjero) pudiera ejercer la arquitectura. Si bien esta liberalidad
de criterios en la regulación del Estado sobre el ejercicio de la profesión, era vista como con-
veniente a principios del siglo, cuando los arquitectos afincados en el país eran pocos y no
existían instituciones locales de formación profesional, veinte años más tarde es vivida co-
mo un agravio para los egresados de la Escuela.
Cíclicamente aparecen en la prensa iniciativas y proyectos para la reglamentación de
la profesión y críticas a la indiferencia oficial respecto del tema:
En 1922 se publicaba:
“Llama la atención que existiendo entidades oficiales, creadas especialmente con el fin de
la enseñanza de esta profesión, con programas y profesores cuidadosamente seleccionados, a
objeto que esa enseñanza que se da y que los diplomas que se expiden, constituyan la ofi-
cial garantía de idoneidad y suficiencia para que los arquitectos que de la Facultad egre-
san merezcan la fe pública y legal; persisten tolerados por las autoridades y por el público
ingenuo e ignorante, simples mediacucharas o dibujantes y aun audaces mistificadores, que
se titulan arquitectos, exhibiendo placas y letreros, y lo que es peor, usurpando con éxito el
trabajo que únicamente corresponde ser desempeñado por arquitectos, que tras largos estu-
dios, se encuentran al finalizar su carrera desalentados y trabados en el ejercicio de su pro-
fesión, con semejante estado de cosas”.95
En 1925 se afirmaba:
“Existe un justo anhelo entre los arquitectos y particularmente entre los egresados de nues-
tra Facultad, de que de una vez se reglamente nuestra profesión. Tratándose de una carre-
ra universitaria, como es la del arquitecto, es de lamentar que las autoridades no se preo-
cupen de poner una valla para que personas extrañas a dicha carrera puedan ejercer la
profesión en detrimento de aquellos que han cursado sus estudios en las Facultades del país,
a cuyo efecto el gobierno gasta ingentes sumas para el mantenimiento de estos institutos de
enseñanza especial”.96
Al año siguiente otro arquitecto afirmaba:
“Uno de los más caros deseos, quizá el más caro de todos, es, para los arquitectos la ansiada
reglamentación profesional. ¿Por qué no tener nosotros también una reglamentación legal,
concorde a la responsabilidad profesional, si otras profesiones liberales, regimentadas univer-
sitariamente, la tienen? Recordemos que nuestro título es la garantía de nuestra competen-
cia y responsabilidad. Nada más noble y justo, entonces, que defendernos. Deseamos una va-
lla bien definida que nos separe del «practicón», rutinario y sin principios científicos”.97

95
Huberto Honoré, “Reglamentación de la profesión de Arquitectos”, Revista de Arquitectura, mayo de 1922, p. 7.
96
Alejandro Christophersen, “Algunas reflexiones sobre la reglamentación de la profesión de Arquitecto”, Revista de Arqui-
tectura, Año XI, Nº 54, junio de 1925, p. 209.
97
Alfredo E. Coppola, “Reglamentación profesional”, El Arquitecto, Vol. VI, enero de 1926, Nº 66, p. 545. El artículo apa-
reció publicado simultáneamente en la Revista de Arquitectura.

310
Nosotros los Arquitectos

En 1938 se decía:
“Es inconcebible que un Estado bien organizado exija una preparación previa que, desde
la escuela primaria hasta la Universidad significa 18 años de estudios continuos, para que
una vez vencidas todas las pruebas de competencia y los esfuerzos indispensables para al-
canzar la calidad universitaria de arquitecto, sea equiparable a este advenedizo incontro-
lado y audaz o a aquellos que solo hayan recibido conocimientos elementales de dibujo o
de teoría constructiva. El Estado que admite esa dualidad de origen en el profesional nie-
ga la necesidad de su propia acción cultural y desacredita sus resultados”.98
Es más, este artículo hace hincapié en que cualquier otra profesión y hasta los oficios
vinculados con la construcción están sujetos a pruebas de idoneidad que la profesión de ar-
quitecto no posee, lo que la deja “librada a la incursión de los ignorantes, los incontrola-
dos y los audaces”.
Ese mismo año, un artículo de la Revista de Arquitectura daba publicidad al último
proyecto de reglamentación del diputado Víctor Juan Guillot, de las profesiones de agri-
mensor, ingeniero y arquitecto. El proyecto de 14 artículos, basado según el autor en pro-
yectos anteriores, contaba con el aval y la participación de las instituciones profesionales,
Centro Nacional de Ingenieros y Sociedad Central de Arquitectos.
El proyecto que finalmente se convirtió en la primera ley de reglamentación profe-
sional era similar, aunque bastante más completo, que el mencionado en el párrafo ante-
rior. El Decreto ley 17946 / 1944 (ver en Apéndice) que reglamentaba el ejercicio de las
profesiones de agrimensor, arquitecto e ingeniero, establecía la condición excluyente de po-
sesión de título universitario para poder ejercer cada una de las profesiones. También crea-
ba los Consejos Profesionales que en adelante velarían y controlarían el ejercicio profesio-
nal. Dos años más tarde, el Decreto 8036 / 1946 modificaba el anterior para incorporar a
los profesionales que, careciendo de título o de reválida, hubieran ejercido relevantemente
durante más de 10 años la profesión. Esta fue una disposición transitoria ya que determi-
naba el levantamiento de un registro, por única vez, para no lesionar derechos adquiridos
por numerosos profesionales sin títulos.
Sintetizando, la reglamentación será, a lo largo de todo el siglo XX un objetivo de co-
hesión del gremio, que actuará al interior del campo como meta deseada de “control de in-
gresos” y, hacia afuera como una condición para jerarquizar la profesión, contribuir a la
cultura artística de la sociedad no permitiendo el ejercicio profesional a “ineptos” o “inca-
paces”. La prensa corporativa da cuenta, reiteradamente del tratamiento de este tema, des-
de principios del siglo hasta la sanción del decreto ley de 1944, que impone la obligatorie-
dad generalizada del título, dispone que las respectivas Facultades deben establecer
detalladamente las incumbencias de cada profesión universitaria y finalmente crea los Con-
sejos profesionales que absorben y reúnen las funciones de control y regulación del ejerci-
cio profesional. Se produce un desplazamiento, merced a la transformación de la forma y
función del Estado, que implica el triunfo de las fuerzas de control estatal por sobre el po-
der de las instituciones corporativas, que como la Sociedad de Arquitectos se convierte en
un espacio periférico perdiendo el manejo de aspectos centrales del ejercicio profesional.

98
Cf. “Responsabilidad y reglamentación de la profesión de arquitecto”, Revista de Arquitectura, Nº 211, Año XXIV, julio de
1938, p. 283.

311
Silvia Augusta Cirvini

3.3. El Centro de Estudiantes de Arquitectura (CEA)


3.3.1. La actividad estudiantil universitaria

La estructura universitaria argentina, con la Universidad de Buenos Aires como ins-


titución pionera, se organizó sobre la base de las necesidades que planteaba el proyecto mo-
dernizador, con tres facultades: Derecho, Medicina y Ciencias Exactas. En esta última se
organizó la carrera de Ingeniería, de la cual dependería desde 1901 la Escuela de Arquitec-
tura. El Centro de Estudiantes de Arquitectura se creaba recién en 1910, como un acto de
diferenciación y de afirmación de identidad respecto de los estudiantes de Ingeniería. Pe-
ro lo cierto es que en los primeros nueve años de la Escuela, la actividad estudiantil estu-
vo canalizada a través de un único centro, el de Ingeniería.
El desarrollo de la Facultad de Ciencias Exactas tuvo una estrecha vinculación con
otra institución, germen del desarrollo científico y tecnológico del país: la Sociedad Cien-
tífica Argentina (1872).99 Más tarde se fundaron las asociaciones profesionales específicas:
Sociedad de Arquitectos y Centro Nacional de Ingenieros, con claros objetivos gremiales
pero que contemplaban la inserción institucional de las prácticas de estas disciplinas en el
marco global del proyecto modernizador. Ahora bien, en el ámbito universitario, el entre-
namiento de la actividad gremial y profesional comenzaba por los Centros de Estudiantes.
En 1894 se fundó el primer Centro en Ciencias Exactas: la “Asociación Ax+By+C=0
La Línea Recta”, que en 1904 pasó a denominarse “Centro de Estudiantes de Ingeniería”
y en 1953, “Centro de Estudiantes de Ingeniería La Línea Recta”. Este Centro nació co-
mo una organización estudiantil para desarrollar una labor de apoyo a la actividad docen-
te (apuntes, libros, horarios), en forma creciente fue agregando una serie de actividades cul-
turales, deportivas, de vinculación con otras facultades, etc.100 En pocos años era una
importante asociación estudiantil que imprimía gran parte del material y textos utilizados
para el cursado, también había organizado, bajo su dirección, una biblioteca técnica y des-
de 1900 editó “La Revista Politécnica”, luego “Revista del CEI” y finalmente “Ciencia y
Técnica”, con importantes colaboraciones de profesionales del país y del extranjero.101 Mu-
chos de los que pasaron por la Comisión directiva del CEI (Centro de Estudiantes de In-
geniería) se sumarían luego, una vez egresados, a las filas de la Sociedad Científica o de las
Asociaciones profesionales. También tuvo en sus inicios el CEI una estrecha vinculación
con la Unión Universitaria (1890-1893) que más tarde se refundaría con el nombre de Fe-
deración Universitaria Argentina.102

99
La Sociedad Científica Argentina nació en el seno de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la Universi-
dad de Buenos Aires, en 1872, por iniciativa de un grupo de profesores entre los que se hallaba el Ing. Emilio Rosetti, pro-
fesor de la Facultad y un grupo de entusiastas alumnos entre los que estaba Estanislao Zeballos. El primer presidente fue
el Ing. Huergo y el mismo Zeballos con 18 años el primer secretario. Editaba sus Anales desde 1876 y en pocos años era
una reconocida y prestigiosa institución: en 1897, al cumplir los primeros 25 años tiene ya una historia para relatar, pre-
sidida por el Ing. Ángel Gallardo contaba con 4 socios honorarios, 9 corresponsales y 552 socios activos. Cf. “Sociedad
Científica Argentina”, en: Revista Técnica, Año III, Nº 44, Agosto de 1897.
100
“Centenario del Centro de Estudiantes de Ingeniería «La Línea Recta»” (editorial) en: Boletín Informativo, Sociedad Cien-
tífica Argentina, Nº 87, septiembre-diciembre de 1994, p. 2.
101
Ibídem. “Ciencia y Técnica” tuvo como publicación una prolongada vida en el siglo XX.
102
Un caso ejemplifica la vinculación entre todas estas instituciones: Ángel Gallardo fue presidente de la Unión Universita-
ria en 1890, la cual se disuelve en 1893 y es probable que este mismo grupo de Ciencias Exactas, formara el núcleo ini-
cial del primer Centro de Estudiantes “La línea recta”. Luego, en 1898, Ángel Gallardo ocupa la presidencia de la Socie-
dad Científica Argentina.

312
CARICATURAS DE LA REVISTA DEL CEA
(CENTRO DE ESTUDIANTES DE ARQUITECTURA)
Nosotros los Arquitectos

En Córdoba había sucedido algo similar con Ciencias Exactas, en cuanto su génesis
estuvo estrechamente vinculada a instituciones científicas. En 1876, Sarmiento había crea-
do la Academia Nacional de Ciencias (Ley Nº 322/1869), encomendando a Herman Bur-
meister contratar en Alemania siete profesores para poner en marcha la Academia y una
Facultad de Ciencias físico-matemáticas.103 Este fue el origen de la Facultad de Ingeniería
de esta Universidad, nacida al abrigo de la voluntad política de cuño liberal, que estimuló
el desarrollo de la Ciencia en la mediterránea, cerrada y docta ciudad de Córdoba.104

3.3.2. El recorrido del CEA: de la diferenciación a la reproducción del habitus

El primer objetivo del Centro de Estudiantes de Arquitectura (CEA), creado, como


dijimos en 1910, fue librar una batalla interna de reconocimiento en el seno de la Facul-
tad de Ciencias Exactas donde ya existía el CEI.105 Su función, con relación al proceso de
constitución del campo, estuvo vinculada con la acentuación de la “diferencia” respecto de
los ingenieros, en el ámbito universitario, como sitio privilegiado de la formación especia-
lizada e inculcación del habitus profesional.
La edición de la revista propia, la organización de actividades y el desarrollo de prác-
ticas “diferenciantes” encarados por el CEA, contribuyeron en la etapa fundacional (del
campo y de la Escuela), a forjar la “illusio”, en tanto le daban forma y contenido a un mo-
do de operar que era distintivo respecto de los estudiantes de ingeniería. Si el CEI represen-
taba una posición cientificista y profesionalista, el CEA apuntaba a desarrollar un perfil hu-
manista y artístico, ligando el saber técnico, al arte, la historia y la cultura. Este objetivo fue
acentuado por el aporte del grupo docente de la Escuela que desde 1915 apoyará las inicia-
tivas de los jóvenes en torno de la formulación de una “arquitectura nacional”.
Asimismo tuvo, entre los estudiantes de la “joven” Escuela de Arquitectura, un im-
pacto considerable el discurso arielista, que alcanzaría gran difusión la década siguiente, a
través de la acción de Pedro Henríquez en la Universidad Nacional de La Plata. El despla-
zamiento de la mirada que consiguen materializar nuestros estudiantes, anticipándose en
una década a una posición que fructificó en el campo disciplinar en los años ‘20 y ‘30, se
alimentó de distintas fuentes. Por una parte, como quedó planteado en otro capítulo de es-
te trabajo, Ricardo Rojas y Leopoldo Lugones estaban presentes entre los referentes del
movimiento estudiantil gestado en la Escuela hacia 1915.106 Por otra, se había afianzado
una interpretación arielista de la realidad, que asociaba la valoración de la juventud como
pilar de transformación de la sociedad con la crítica a los efectos de la guerra y al desarro-
llo de un materialismo impío:

103
Ernesto Garzón, Reseña histórica de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, Córdoba, Imprenta de la Universi-
dad, 1951, p. 7 y ss.
104
Sarmiento promovió en Córdoba el desarrollo de otras instituciones científicas de magnitud como el Observatorio Nacio-
nal, para cuya organización contrató a un astrónomo norteamericano: Benjamín Gould, Todas estas iniciativas encontra-
ron resistencia en los núcleos más tradicionales de la sociedad cordobesa, que veían en la ciencia peligros potenciales y
efectos disolventes de la asentada cultura hispánica de la cual eran portadores. Cf. Ernesto Garzón, El velo de la ilusión,
Sudamericana, Buenos Aires, 2000, p. 15 y ss.
105
Remitimos al Capítulo II “Las Revistas”, donde se explica el conflicto desatado entre ambos Centros, que aparece publi-
cado en la Revista del CEA.
106
Remitimos al desarrollo del debate: “Arte y Arquitectura nacionales”, en el Capítulo III: Debates diferenciadores.

315
Silvia Augusta Cirvini

“La crisis de la civilización moderna, que se inicia en 1914 y se agrava día por día, ha
dejado huérfana, espiritualmente a nuestra América. La está obligando a buscar en sí
misma sus normas. Hasta ayer, Europa había sido la maestra; a ella le pedíamos su doc-
trina y la moda, el método y la máquina. Los Estados Unidos se iban convirtiendo en la
maestra auxiliar” (…)
“Europa ha fracasado; ante los ojos de la discípula crédula, la maestra ha perdido la
autoridad porque ha perdido el decoro. De Europa sólo permanecen intactas, para no-
sotros, las grandes cosas del pasado; el presente es error y mal, vanidad y tiranía”. (…)
Y fracasada Europa, hemos descubierto que los Estados Unidos tienen muy poco de su-
yo que enseñar”.
(…) “Sólo concordamos con los rebeldes de las nuevas generaciones, cuya prédica se en-
contraba, ya en síntesis, en el Ariel de Rodó”.107
El contacto con el ideario de la reforma del ‘18 significó para el Centro de Estudian-
tes, de algún modo, un acercamiento –aunque tangencial– a la realidad social, del país y
del mundo que aún no salía del asombro de la potencia destructiva de la guerra. Esto mo-
vilizará a los jóvenes a preguntarse sobre la “función social” de la universidad y la prepara-
ción que allí recibían:
“… ¿Acaso desde la escuela primaria se inculcan ideas de humanidad y de valor en el pen-
sar a los futuros ciudadanos? ¿La universidad acaso cumple una función social?” (…)
“La universidad no educa. Apenas si enseña a ganarse la vida. Es una ciencia fría, nues-
tra ciencia. El egoísmo individual triunfó sobre el interés colectivo. Normas fijas, rutas he-
chas; inquietudes pocas, vida nada. Nuestras universidades deben también preparar hom-
bres para la vida. Es el universitario quien debe poseer al par que un exacto sentido de
las necesidades colectivas, un alto concepto ético, al par que una amplia preparación pro-
fesional. Destinado como está a ponerse en contacto con los hombres todos, en los distin-
tos planos en que se encuentren, debe siempre estar armado de las mejores armas si es que
desea que su existencia tenga un objetivo un poco más noble, un poco más grande que el
de adquirir un automóvil”.108
Las inquietudes sociales asociadas al ideario reformista (particularmente vinculadas al
tema de la vivienda económica y popular) no pudieron ser canalizadas a través de la acti-
vidad del Centro de Estudiantes, que fue perdiendo, a lo largo de la década del ‘20, poder
de decisión en la Revista de Arquitectura, e iniciativa respecto de la década anterior, aun
en las actividades conjuntas con la Sociedad o articuladas a otros ámbitos culturales. En los
años ‘30 hay un aletargamiento absoluto de la actividad estudiantil, probablemente pro-
ducto de una situación contextual de la Universidad después de la revolución que derroca
a Irigoyen. Nunca más, después de esa “gloriosa” primera década (1910-1920), el Centro
de Estudiantes alcanzaría una actividad tan intensa, una presencia tan notoria y una acción
tan directa en el campo disciplinar. Sus intereses se focalizaron cada vez más en torno de
los aspectos gremiales o de estricta dependencia con el funcionamiento de la Escuela: cur-
sado, materias, fechas exámenes, etc.

107
Cf. Pedro Henríquez Ureña, citado por Gustavo Vallejo, “El culto de lo bello”, en Hugo Biagini (compilador), La Univer-
sidad de La Plata y el movimiento estudiantil, desde sus orígenes hasta 1930, Editorial de la UNLP, Buenos Aires, 1999, p. 127.
108
José Belbey (presidente del Centro de Estudiantes de Medicina), citado por el CEA, en “Crónica de la Escuela de Arqui-
tectura”, en: Revista de Arquitectura, Nº 29, mayo, junio de 1921, p. 18.

316
Nosotros los Arquitectos

En 1923, el CEA integraba el conjunto de instituciones que reclamaban por una re-
glamentación del ejercicio profesional. Existe un evidente interés de parte de los estudian-
tes de defender y definir la validez del título que buscan alcanzar, y con ello garantizar un
espacio en el mercado laboral. En una contundente nota al decano de Ciencias Exactas lo
conminan a resolver un tema pendiente desde 1904 con el tratamiento de la ley Avellane-
da - Varela Ortiz: el de la delimitación de las incumbencias, atribución que según la ley
universitaria vigente, correspondía determinar a cada facultad sobre los títulos que expe-
día. Es importante señalar que son los estudiantes quienes formalizan en la prensa la de-
nuncia por la permanente usurpación de títulos profesionales y señalan que aquéllos que
se abrogan derechos que no les corresponden, de títulos que no poseen, no son sanciona-
dos porque no está legalmente estipulado el alcance de los mismos.109
La apertura de la matrícula universitaria, que se produce con Irigoyen en la presi-
dencia hacia una porción de la clase media, despertaría algunos conflictos entre quienes
no podían costear todos los gastos de la carrera. El CEA bregaba por el otorgamiento de
becas a los alumnos egresados con medalla de oro, para poder concretar el clásico viaje de
estudios a Europa, el cual fundamentan como parte esencial de la formación que debe
brindarles la Escuela:
“…con objeto de visitar los ejemplos tradicionales, conocer los progresos de los siempre re-
novados procedimientos de construcción y de la teoría de la Arquitectura. Tenemos en las
materias esenciales buenos profesores y entusiasmo, nos falta el complemento necesario de
esos dos factores: buenos ejemplos. Es cierto que las fotografías dan una idea parcial o frag-
mentaria de la realidad, y que los libros, la prensa, llegan después que todos en el extran-
jero digirieron los conocimientos que tratamos. Esta es una cuestión que como todas está
reglamentada, [por la Facultad] pero que por una inexplicable economía no se aplica, si
es que se pueden llamar economías las que se hacen en la instrucción universitaria por-
que no son tales para los intereses generales del país”.110
Las características de la carrera (cursado intensivo, entregas periódicas de proyectos,
esquicios y exámenes prolongados, alto costo de los materiales para dibujo) restringían las
posibilidades de expansión de la matrícula hacia las clases medias. Se requería tanto del
talento y la vocación, como de recursos económicos para sostener a un estudiante de ar-
quitectura. Una de las pocas alumnas que tenía la Escuela hacia principios de la década
del ‘40 nos decía:
“Había que ser un poco fuera de serie para estudiar Arquitectura entonces, y tener una
familia que sostuviera ese estilo de vida. La mía me pasaba semanalmente $100 para gas-
tos, 400 al mes, que era el sueldo que, con Perón en el ‘43, tenía el gerente del Banco de
la Nación. Gastábamos mucho en materiales, además, nos juntábamos todos los días des-
pués de clase, en «El Querandí», en calle Perú, era famoso su sándwich de pavita…” 111
Desde 1945 se sucedieron, en consonancia con la política nacional, una serie de
acontecimientos que desencadenaron una situación crítica entre el CEA y la Sociedad Cen-
tral de Arquitectos. En Ciencias Exactas, se vivía un clima de conflicto derivado de la in-
tervención nacional a las universidades, las cesantías y renuncias de docentes, generando

109
Cf. “Crónica de la Escuela de Arquitectura”, en: Revista de Arquitectura, octubre de 1923, pp. 87 y 88.
110
“Crónica de la Escuela de Arquitectura”, en: Revista de Arquitectura, Nº 29, mayo, junio de 1921, p. 17.
111
Entrevista personal realizada a Colette Boccara, julio de 2001, Mendoza. (Ver trayectoria en Apéndice).
317
Silvia Augusta Cirvini

en el estudiantado una actitud de franca oposición. En junio de 1946, el Centro de Estu-


diantes recibió, de la dirección de la Revista de Arquitectura, el rechazo de publicación de
un artículo que habían preparado sobre “La Universidad intervenida”. Los argumentos es-
grimidos por la Sociedad de Arquitectos giraban en torno del necesario sostenimiento de
la prescindencia política, motivo por el cual se consideraba “un deber ineludible extirpar de
sus páginas todo aquello que no se refiera exclusivamente a los problemas profesionales y al pro-
greso de la arquitectura nacional esperando con ello contribuir a fortalecer la unidad y la ar-
monía entre los profesionales y estudiantes, quienes tienen oportunidad y lugar más adecuado
en otros círculos para defender sus convicciones políticas”.112
Ante esta respuesta, el CEA apeló a su condición de fundador y co-propietario de la
publicación, reivindicando sus derechos sobre la misma: “resultando intolerable que una
de las partes se adjudique atribuciones de censura y arbitraje”.113 El conflicto se resolvió en
favor de la Sociedad, que representaba, en ese momento la institución con más fuerza re-
lativa dentro de la corporación y que acumulaba capital simbólico a través de las negocia-
ciones con los poderes oficiales, en la estrategia planteada para la creación de la Facultad.
La Revista se convirtió en órgano oficial sólo de la Sociedad, quedando el CEA sin publi-
cación propia por muchos años.
La década justicialista (1945-1955) fue de tránsito difícil para los estudiantes no só-
lo por efectos de la política universitaria y por las rígidas relaciones con la S C de A, sino
porque significó un período de transición y de grandes cambios en la enseñanza de la ar-
quitectura. En 1946 se jubilaba como profesor en la Escuela René Karman, y fallecía en
Buenos Aires Alejandro Christophersen, ambos referentes del eclecticismo y del habitus
académico de tiempos fundacionales. La transformación de Escuela a Facultad promovió
el recambio en programas y del plantel docente, que junto a la departamentalización, la
conducción colegiada de los talleres y la consolidación de los Institutos, marcaron el nue-
vo período. La enseñanza de la arquitectura daba acuse de recibo a las transformaciones
que venían experimentando el país y la disciplina en las dos décadas anteriores.

4. Estructura y Agentes. Los practicantes


4.1. Caracterización del campo disciplinar de la Arquitectura
En nuestro trabajo, como quedó ya planteado en otro capítulo, el saber histórico
constituye el marco contextual de referencia en la tarea de comprensión de los textos uti-
lizados como fuente primaria, así como el principal soporte en la elaboración de las hi-
pótesis de trabajo acerca de cómo fue el proceso de constitución del campo disciplinar y
cómo se desarrollaron los cambios en su interior. Desde los inicios del trabajo adverti-
mos la importancia de profundizar el estudio histórico del período de manera de enri-
quecer el soporte interpretativo de los textos. Para ello recurrimos al procesamiento de
fuentes primarias y al reprocesamiento de los datos secundarios disponibles, tanto de ar-
chivos y trabajos propios, como de las múltiples investigaciones realizadas en la última
década en torno de las trayectorias y la producción de los arquitectos que actuaron en-

112
Carta de Federico de Achával, director de la Revista (futuro presidente de la S C de A) al CEA, citado por Ramón Gutiérrez, “Cap.
VII (1946-1956)” en Sociedad Central de Arquitectos. 100 años de compromiso con el país, Buenos Aires, 1994, pp. 187 / 188.
113
Ibídem, p. 188.
318
Nosotros los Arquitectos

tre 1880 y 1940. En este punto proponemos sintetizar los resultados del análisis efectua-
do sobre la composición del campo disciplinar, a partir de la información documental
histórica disponible sobre los practicantes en el período de estudio. El procedimiento se-
guido para el reprocesamiento de los datos secundarios sobre los practicantes del perío-
do ha sido el siguiente:
En primer lugar definimos un conjunto de agentes, lo más extenso posible a partir
de la documentación disponible y las fuentes secundarias sobre los “productores” que ha-
bíamos ubicado en nuestro período. Sobre esta base se recogió la información más sig-
nificativa referida a estos agentes, que fuera pertinente con relación al proceso de cons-
titución del campo. Esta información, condensada en siete datos básicos,114 posibilitaría
la caracterización del campo a lo largo del período. Se redefinió el conjunto inicial dese-
chando los casos en que no podían aportarse al menos cuatro de los datos requeridos,
quedando cerca de trescientos individuos registrados.
Si bien, es claro, se trata de una muestra y no del universo completo de los arqui-
tectos que actuaron en el período, sí podemos afirmar que se trata de un conjunto alta-
mente representativo ya sea porque sus integrantes tuvieron en su tiempo reconocimien-
to y su producción alcanzó difusión, o porque luego, la historiografía arquitectónica se
ha ocupado de ellos: de sus obras y sus trayectorias. Es decir, consideramos que este con-
junto de agentes se corresponde con los referentes más significativos de la historia del
campo: son aquéllos cuya producción trascendió por su importancia y originalidad, por
su posición con relación al campo del poder, porque polemizaron, porque en su tiempo
escribieron en la prensa especializada o publicaron sus obras o más tarde otros escribie-
ron sobre ellos.115
La información procesada sobre este conjunto definido de casi trescientos agentes,
nos permitió evaluar ciertos aspectos básicos, generales pero muy concretos del conjun-
to de los practicantes del campo como: cuántos eran, de qué nacionalidad, dónde estu-
diaron, qué títulos tenían y si obtuvieron reválida, cuáles eran sus vinculaciones, cuál era
la modalidad de trabajo predominante y que tipo de producción tuvieron. Este procesa-
miento de datos orientó la formulación de hipótesis acerca de la periodización de distin-
tos estados del campo y sugirió explicaciones que vinculaban las posiciones con los dife-
rentes momentos en la constitución del campo. Así se definieron seis posiciones
principales para ubicar a los practicantes:

1. Académicos precursores
2. Eclécticos académicos
3. Modernistas eclécticos
4. Nacionalistas / Americanistas
5. Modernos
6. Urbanistas

114
Estos datos son: título, nacionalidad, lugar de egreso, posición predominante, fecha de nacimiento, fecha de fallecimien-
to, modalidad de trabajo predominante.
115
Consideramos que las ausencias en la información se corresponden con posiciones marginales –por distintos motivos–
dentro del campo disciplinar y profesional, de las cuales no hubo registro perdurable en las fuentes principales (las revis-
tas especializadas) que manejamos, y que buscamos reconocer a través del discurso referido y a través del conocimiento
histórico de la producción del período.
319
Silvia Augusta Cirvini

Hemos incorporado también en el análisis del campo disciplinar, los datos aporta-
dos por un valioso conjunto de documentos hallados en la Sociedad Central de Arquitec-
tos. Por una parte se trata de fichas de afiliación, que permiten completar un conjunto
significativo de los casos de socios entre principios de siglo y 1930, lapso que constituye
el núcleo del período analizado y la etapa fundacional en relación al campo disciplinar.
Por otra parte hemos procesado la información del primer relevamiento de la Biblioteca
de la Sociedad Central hacia 1929 (actual Biblioteca “Alejandro Christophersen), lo que
nos permitió, a partir de la consideración de variables referidas a los instrumentos de los
cuales disponían, evaluar el estado del campo en cuanto al soporte operativo del ejercicio
de la profesión.

4.2. Procesamiento de los datos obtenidos

El procesamiento de los datos referidos al conjunto de los practicantes contribuye a


hacer inteligibles las variaciones en el proceso de constitución del campo disciplinar y pro-
fesional y a explicar las lógicas de transformaciones del mismo. Es decir, permite advertir
en aspectos puntuales o detalles la urdimbre de las relaciones y articulaciones entre lo sin-
crónico y lo diacrónico, entre la estructura y los agentes, terminando de anudar la inter-
pretación en la corroboración de las hipótesis planteadas. Lejos de ser una información adi-
cional o suplementaria, el procesamiento de estos datos sirve para confirmar, refrendar y
dar sustento a lo dicho en capítulos anteriores.

GRÁFICO Nº 2:
Practicantes (1870-1945) según nacionalidad

320
Nosotros los Arquitectos

GRÁFICO Nº 3:
Practicantes (1870-1945) según procedencia título

Si tomamos como variable de análisis la nacionalidad de los arquitectos en el perío-


do, así como la procedencia de los títulos, puede corroborarse que:
• Un poco más de la mitad de los practicantes del período son argentinos (55%) y
las nacionalidades extranjeras más habituales eran: italiana (12%), francesa (9%) e
inglesa (7%).
• El 80% de los argentinos era egresado de la UBA, Escuela de Arquitectura y Cien-
cias Exactas.
• El 85 % de los franceses era egresado de instituciones del país de origen (particu-
larmente la Escuela de Bellas Artes de París), mientras que sólo el 50% de los ita-
lianos e ingleses traían títulos de sus respectivos países. Esto pone en evidencia el
peso de las instituciones artísticas francesas.
• Existe un alto porcentaje de practicantes (16%) de los que no hemos podido ob-
tener datos relativos a títulos o estudios. Es probable que tuvieran estudios no sis-
temáticos, o formación técnica práctica y artística libre, ya que corresponden en su
mayoría a extranjeros (70%) y a la posición 1 y 2, cuyo desarrollo se corresponde
con las dos primeras etapas de constitución del campo.

321
Silvia Augusta Cirvini

GRÁFICO Nº 4:
Practicantes (1870-1945) según posiciones

Si además a las variables consideradas, agregamos la o las posiciones predominan-


tes tenemos que:
• En la posición 1: “Académicos precursores”, hallamos 1/3 de argentinos y 2/3 de
extranjeros, con predominio de italianos, alemanes e ingleses. Alemania es el país
de donde provienen la mayoría de los títulos y estudios realizados por los practi-
cantes de esta posición.
• En la posición 2: “Eclécticos académicos”, el 50% son argentinos y el otro 50%
extranjeros, con predominio de italianos y franceses. Si bien un 45% de los prac-
ticantes realizaron estudios en la UBA, el resto declara tener estudios en Europa,
con un claro predominio de las instituciones francesas e italianas.
• En la posición 3: “Modernistas eclécticos”, se mantienen las proporciones de la
posición 2.
• En la posición 4: “Nacionalistas / Americanistas”, el 98% son argentinos y el 80%
son egresados de la Escuela de Arquitectura.
• En la posición 5: “Modernos”, el 83% son argentinos y el 77% egresados de la Es-
cuela de Arquitectura de la UBA.
• En la posición 6: “Urbanistas”, el 85% son argentinos y el 70% egresados de la Es-
cuela de Arquitectura de la UBA.

322
GRÁFICO Nº 5:
Egresados de la Universidad de Buenos Aires 1878 - 1968
Clasificación por sexos
Silvia Augusta Cirvini

El gráfico que reproducimos en la hoja anterior, describe la matrícula de egresados de


la Universidad de Buenos Aires en el período 1878-1968, lo cual incluye los arquitectos
diplomados en la Facultad de Matemáticas, luego Ciencias Exactas (desde 1878), en la Es-
cuela de Arquitectura (desde 1901) y finalmente en la Facultad de Arquitectura y Urbanis-
mo (desde 1948). El análisis del gráfico sugiere los siguientes comentarios:
• La línea que representa el total de egresados coincide hasta 1929 con la de los
hombres, porque hasta entonces no hubo mujeres egresadas.
• Las curvas de la matrícula: hombres, mujeres y total, revelan en su desarrollo el
cambio de condiciones en la formación universitaria y en el ejercicio profesional.
• Las principales observaciones que suscita el análisis de la línea que suma el total
de egresados, son:
- Entre 1878 y 1901 la curva es casi inexistente, con muy pocos egresados en años
discontinuos (Ciencias Exactas y reválidas)
- Entre 1901 y 1915 la Escuela de Arquitectura induce un incremento gradual de
la matrícula al ritmo de la consolidación de la institución.
- El pico de 1905 se explica en la concentración del número de títulos otorgado en
la Universidad, como consecuencia de los exámenes de competencia estipulados
por la Ley Nº 4416 de 1904.
- El pico de 1916 se explica por el éxito de la reforma implementada en 1915 con
la incorporación de los talleres y de nuevos docentes.
- La caída de la matrícula de 1918 puede adjudicarse a los efectos del movimiento
reformista que involucró a los alumnos de los cursos avanzados.
- Entre 1915 y 1930 la matrícula manifiesta un desarrollo sostenido pero leve.
- Entre 1930 y 1944 la curva incrementa su crecimiento con relación a los dos pri-
meros períodos. En esta etapa el aporte de la matrícula femenina es aún mínimo.
- Entre 1944 y 1956 hay un importante crecimiento de la matrícula, tanto la feme-
nina como la masculina, sin dudas favorecido por la política universitaria de aper-
tura que encara el justicialismo, que incluye la creación de la Facultad sobre la ba-
se de la Escuela.
- Entre 1956 y 1966 el crecimiento se desacelera y hay una cierta estabilidad de la
matrícula que mantiene los valores durante el decenio.
- Después de 1966 hay un incremento vertiginoso de la matrícula, evidencia de un
cambio sustantivo en las condiciones internas y externas de reproducción del ha-
bitus en el ámbito universitario. Esta etapa coincide con la consolidación del idea-
rio moderno dentro de la disciplina y particularmente en la enseñanza en la Facul-
tad que se convierte en una institución abierta a una sociedad de masas. En cuanto
a las condiciones externas, el período que se inicia comprende en primer lugar el
traslado definitivo de la Facultad a la sede de la Ciudad Universitaria en Núñez,
la apertura del ingreso con una acentuada feminización de la matrícula y la poli-
tización de la vida universitaria, ligada a procesos y movimientos de liberación de
escala latinoamericana.
Finalmente, a través de los gráficos 6 y 7, vamos a comparar el desarrollo diacrónico
de cada una de las posiciones. Utilizando un programa computacional pudimos procesar
los datos construidos, lo cual nos permitió evaluar en distintos cortes temporales dentro

324
GRÁFICO Nº 6:
Posiciones desarrolladas entre 1850 y 1950 c.
GRÁFICO Nº 7:
Comparativo de las posiciones (1850 - 1950 c.)
Nosotros los Arquitectos

del período de estudio, el volumen de practicantes en cada una de las posiciones. Es muy
importante señalar dos aspectos con relación a los resultados obtenidos. En primer lugar, los
mismos indican tendencias, son orientadores y relacionales entre posiciones pero no impli-
can valores taxativos de las respectivas cantidades de practicantes. En segundo lugar, los da-
tos procesados tienen validez dentro del período de estudio, y no la tienen después de 1950
c. Esto es así por cuanto la base de datos fue cargada solamente con practicantes que hubie-
ran nacido antes de 1925, de modo que hubieran podido tener una labor profesional acti-
va dentro de nuestro período de estudio. Esta situación hace que la curva de tendencia de
las posiciones Nº 5 y 6 no coincida para nada con la real desde 1950 en adelante, puesto
que es evidente por el fuerte crecimiento de la matrícula que, a partir de esa fecha, ha sido
ascendente, pero a expensas de las generaciones posteriores a 1925. Por ello hemos indica-
do con línea punteada la porción de la curva que supera 1950. Diferente es la situación de
las posiciones Nº 1, 2 y 3 que tienen un desarrollo dentro del período, con una curva típi-
ca en forma de campana de Gauss, con un crecimiento, pico máximo y decrecimiento.
Las principales observaciones que pueden señalarse son:
• La posición Nº 1 (precursores) tiene su pico máximo hacia 1880/1884, mientras la
Nº 2 (académicos-eclécticos) y la Nº 3 (eclécticos modernistas) concentran su nú-
mero máximo de practicantes hacia 1918/1920. Esta última posición tiene un de-
sarrollo cuya curva está incluida en la predominante (Nº 2) del eclecticismo acadé-
mico, lo cual confirma su consideración como una variante y no como una
posición independiente.
• La posición Nº 4 (nacionalistas) tiene una curva en forma de meseta, con valores
constantes entre 1920 y 1960.
• Las posiciones Nº 5 (modernos) y Nº 6 (urbanistas) deben ser evaluadas con las
precauciones señaladas. Sus respectivos desarrollos se desplazan hacia el final del pe-
ríodo, cuando registran los valores máximos.
Desde el punto de vista del volumen de agentes en cada una de ellas es evidente que
la posición Nº 2 es abrumadoramente mayoritaria en el período de estudio. Luego le sigue
la posición Nº 5, con una cuarta parte de los practicantes de la Nº 2, es la posición de ma-
yor peso después de la predominante. La Nº 1, Nº 3, y Nº 4 tienen algo más de una sexta
parte de los practicantes de la Nº 2. Por otro lado, como la posición Nº 1 puede conside-
rarse antecesora de la Nº 2 y la Nº 3, una variante de ésta, se corrobora aún más, el Eclec-
ticismo académico como posición dominante en el período.
Otro de los indicadores que hemos utilizado para analizar y caracterizar el campo dis-
ciplinar ha sido el material de lectura y consulta que tenían nuestros profesionales, en la bi-
blioteca técnica más importante que contaba la corporación.
El análisis del contenido de la Biblioteca de la Sociedad Central de Arquitectos hacia
1929, el cual es posible merced al minucioso relevamiento realizado por el Arq. Víctor
Jaeschke,116 permite evaluar diferentes aspectos del desarrollo del “arte arquitectónico” de la
época, a partir del indicador del material para la lectura que tenían disponible los socios y
que habitualmente actuaban como soporte de la actividad profesional.

116
Este inventario está publicado en una publicación oficial de la Sociedad Central de Arquitectos del año 1930, junto a los
Estatutos, el Arancel de Honorarios, el Reglamento de concursos, etc.: Manual del Arquitecto de la S C de A, Buenos Ai-
res, 1930, pp. 43 a 61.
327
Silvia Augusta Cirvini

GRÁFICO Nº 8
Biblioteca de la S C de A. Buenos Aires
(Relevamiento 1929, V. Jaeschke)

A. Clasificación del contenido


según tipo de publicación

B. Clasificación de las revistas


según país de procedencia

En el Gráfico Nº 8. A. están representados los diferentes tipos de publicaciones con


que contaba la biblioteca, en porcentuales, lo cual suscita las siguientes aclaraciones y re-
flexiones. Las categorías señaladas comprenden:

328
Nosotros los Arquitectos

a) Libros: ejemplares de diversa índole: técnica, histórica, de homenaje, oficiales, así


como diccionarios, tratados, etc.
b) Revistas: colecciones de revistas, completas o incompletas.
c) Láminas: todo tipo de reproducciones gráficas de edificios o partes de edificios
que, desde la tradición académica, constituía una herramienta muy utilizada en el
proceso del proyecto.
d) Otros: abarca una serie variada de publicaciones no comprendidas en las catego-
rías anteriores como álbumes de fotografías, catálogos comerciales o técnicos, fo-
lletos, etc.
Como puede advertirse, si bien los libros ocupan el porcentaje más elevado, las revis-
tas y las láminas constituyen el mayor volumen editorial por cuanto cada título no corres-
ponde a un solo volumen, como es en general para los libros, sino a varios en el caso de las
revistas, es decir colecciones que comprenden una serie de ejemplares, habitualmente en-
cuadernados por años. Es decir, es posible inferir que nuestros arquitectos tenían disponi-
ble para la consulta especialmente revistas y láminas.
En el Gráfico Nº 8. B. puede advertirse la importancia que tienen las revistas france-
sas y norteamericanas dentro del conjunto, lo cual alude a la tensión entre el peso de la ten-
dencia dominante (eclecticismo / academicismo francés) y la emergencia de nuevos refe-
rentes asociados a la modernización (cultura arquitectónica de los EEUU).

GRÁFICO Nº 9
Biblioteca de la Sociedad Central de Arquitectos. Buenos Aires
(Relevamiento 1929, V. Jaeschke)

A. Clasificación de las publicaciones


según país de procedencia

329
Silvia Augusta Cirvini

B. Comparación entre las


publicaciones francesas y argentinas

Publicación Francesa Publicación Argentina

El Gráfico Nº 9. A. permite evaluar el marcado peso que tienen las publicaciones es-
pecializadas de origen francés, por cuanto representan casi la tercera parte de todos los tí-
tulos inventariados. Como volumen total representan una porción muy superior a este
porcentaje porque abarcan un importante número de colecciones de revistas y láminas
(donde cada título inventariado corresponde a una colección, en la mayoría de los casos
con varios ejemplares).
En el Gráfico Nº 9. B. se aprecia la importancia de las revistas y más aún de las lá-
minas de origen francés, lo cual se explica en la importancia que tenía la tradición Beaux
Arts en la utilización de modelos y la aceptación de la copia como práctica dentro del pro-
ceso proyectual. En cuanto a las publicaciones argentinas, el crecimiento de los rubros “Li-
bros” y “Otros”, se debe, en el primer caso a la presencia de numerosas publicaciones ofi-
ciales y en el segundo caso a la disponibilidad de folletos, catálogos técnicos y una serie de
publicaciones breves referidas a normas o reglamentaciones técnicas de vigencia nacional.
Es pertinente señalar dos aspectos que vinculan el habitus con el material de lectura de
nuestros arquitectos. Por una parte la importancia y características de esta hemeroteca ha-
cen suponer la presencia de una comunidad políglota que utiliza las publicaciones como
soporte de la tarea de diseño. Por otra parte, si bien el material de procedencia francesa es
en volumen y variedad numéricamente mayor que el resto, lo cual indica la consolidación
y naturalización del habitus ecléctico académico, en 1930 cuando se publica este Inventa-
rio de la Biblioteca ya puede advertirse una importante variación en esta tendencia. ¿Por
qué afirmamos esto? Porque en la misma publicación aparece la nómina de revistas a las
que la Sociedad está suscripta en ese momento, o que recibe en forma periódica y pone a
disposición de los socios. En esta lista han crecido notablemente las publicaciones argenti-
nas y entre las extranjeras las revistas norteamericanas son mayoría: siete títulos, frente a
dos títulos provenientes de Francia. En 1930 ya es indudable el giro de la mirada hacia los
EEUU, como referente modélico y el consiguiente desplazamiento de Europa del lugar
central en la cultura material, en este caso la arquitectónica.

330
Nosotros los Arquitectos

5. Etapas en el proceso de constitución del campo


La evolución del arte arquitectónico, por una parte, y las particulares condiciones
de desarrollo del ejercicio profesional de la arquitectura, por otra,117 permiten afirmar
que fue en las últimas décadas del siglo XIX, cuando aparecen los indicadores de la emer-
gencia de esta nueva disciplina dentro del proceso modernizador argentino. Durante la
primera mitad del siglo XX, este novel campo disciplinar y profesional se consolidó y de-
sarrolló, al ritmo del crecimiento del país, pero también al compás de sus conflictos y
crisis. A continuación, desarrollaremos sintéticamente la caracterización de las etapas del
proceso de constitución del campo 118 para luego poder establecer una vinculación expli-
cativa con las trayectorias seleccionadas como itinerarios ejemplares. Las etapas son:

1. Etapa crítica de emergencia (1886-1901)


2. Etapa fundacional (1901-1910)
3. Etapa de consolidación (1910-1930)
4. Etapa de expansión y crisis (1930-1948)

5.1. Etapa crítica de emergencia del campo (1886-1901)

El período que transcurre entre 1870 y 1900 corresponde, en cuanto al posiciona-


miento de los técnicos en el programa del proceso modernizador, al desarrollo de la In-
geniería nacional. Se fundan las Facultades de Ciencias Exactas (en las que se crearán las
carreras de Ingeniería y Arquitectura) y se organiza la enseñanza científica en las Univer-
sidades de Buenos Aires, Córdoba y la Escuela de Minas de San Juan y ya, desde fines
del siglo XIX también en la flamante ciudad de La Plata.
En esta etapa, las principales obras públicas estuvieron dirigidas a cubrir ciertos ru-
bros de la infraestructura básica del territorio: FFCC, caminos, puertos, irrigación, sa-
neamiento urbano. Se construyó gran parte de la red ferroviaria nacional (se tendieron
12.000 Km. de vías antes de finalizar el siglo) con una activa participación de ingenie-
ros nacionales, obras de salubridad en los principales centros urbanos (afectados por el
impacto demográfico de la urbanización), las obras hidráulicas y de riego (tendientes a
apoyar el desarrollo de economías regionales), se construyeron los puertos con una gran
participación de ingenieros extranjeros y finalmente la gran proeza urbanística es la ciu-
dad de La Plata, cuyos edificios fueron en su mayoría objeto de Concursos internacio-
nales y contratados a arquitectos extranjeros.119

117
Remitimos al desarrollo del debate central “Estado del arte arquitectónico”. Es pertinente señalar que nos ocupamos de la
arquitectura como campo disciplinar “moderno”, ligado a la racionalización, sistematización y producción de saberes téc-
nicos y artísticos especializados. De allí que nuestras “etapas” comiencen a fines del siglo XIX, cuando los efectos del pro-
ceso modernizador alcanzan a la producción arquitectónica.
118
Todos los temas tratados a lo largo de los capítulos anteriores se articulan con el desarrollo de estas cuatro etapas. En este
punto ensayamos una síntesis de los rasgos principales de cada una de ellas, de modo de comprender su articulación con
las trayectorias ejemplares, desarrolladas en el punto siguiente. Tanto en la caracterización de las etapas como en la des-
cripción de las trayectorias hemos acentuado la atención sobre las dos primeras, en tanto remiten a la emergencia y fun-
dación del campo disciplinar.
119
Alberto Lucchini, Historia de la Ingeniería Argentina. Centro Argentino de Ingenieros, Bs. As., Optimus, 1981, pp. 171 / 172.

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Silvia Augusta Cirvini

Los indicadores más significativos de la emergencia del campo en esta etapa fueron:
• Creación de la Sociedad Central de Arquitectos en 1886.
• Desarrollo de los Concursos de la Ciudad de La Plata.
• La acción de los “precursores”: los primeros arquitectos académicos extranjeros o
formados en Europa.
• La convivencia y progresiva diferenciación respecto de la Ingeniería
• La aparición de las revistas técnicas de ingeniería.
• La implantación de la enseñanza de la arquitectura en la Universidad de Bue-
nos Aires.
La Arquitectura, junto a la Ingeniería, considerada como una rama de esta discipli-
na, buscó primero su legitimidad como práctica ligada a un saber técnico. A partir de este
primer logro aspirará al reconocimiento de la diferencia sobre el eje de lo artístico. Por ello,
la primera gran batalla en la lucha por el reconocimiento profesional la librará la ingenie-
ría en nombre de todos los “técnicos”.
En 1898 se crea el Ministerio de Obras Públicas de la Nación (presidencia de Julio
A. Roca) y se designa al frente al mendocino Emilio Civit. La estructura funcional del fla-
mante ministerio, que venía a reemplazar al Departamento de Ingenieros Civiles, abarca-
ba cuatro grandes Direcciones, dependiendo las obras de arquitectura de una de ellas.120
Un editorial de Chanourdie en octubre de 1898 puntualizaba una serie de aspectos
medulares del conflicto entre los técnicos y el poder político. El discurso estaba dirigido a
Civit pero el destinatario final eran los poderes públicos. El primer problema que seña-
la es la poca incidencia que habían tenido, hasta entonces, en el desarrollo de las obras
públicas la opinión de los técnicos, a quien sólo responsabilizaba de:
“…su falta de iniciativa y cierta timidez de acción que era debida, sobre todo, a la mis-
ma falta de consideraciones para con los técnicos, de que los poderes públicos han hecho
frecuentemente gala. No necesitamos recordar cuantas veces ha sido vejado el departa-
mento de ingenieros civiles y la autoridad de su consejo de obras públicas, por resolu-
ciones superiores completamente inexplicables!”.121
Chanourdie desarrolla una crítica al procedimiento y mecanismo con que se mane-
jaba la obra pública en el país, con problemas que si bien venían del pasado, se actualiza-
ron con la creación del Ministerio y con la designación de un funcionario como Civit,
quien desde la mirada de los técnicos era un fiel representante del “doctorismo”,122 que
afectaba a la política y cultura argentinas. Esto será el comienzo, registrado por la prensa
especializada, de una serie de interpelaciones que harán los técnicos al campo político y que
en ocasiones ponen de manifiesto las cisuras dentro de los sectores dirigentes. Esta ofensi-
va que lanza la prensa técnica es un elocuente indicador de la batalla de reconocimiento
social que se libra, buscando definir un lugar para los técnicos en el proyecto moderniza-

120
La creación del MOPN fue posible a partir de la reforma constitucional que permitió ampliar el número de ministerios.
Las Direcciones que componían la flamante repartición fueron:
1. Dirección General de Vías de Comunicación y Arquitectura.
2. Dirección General de Obras de Salubridad.
3. Dirección General de Contabilidad.
4. Dirección General de Hidráulica.
121
Enrique Chanourdie. “Ministerio de Obras Públicas”, en Revista Técnica, Año IV Nº 71, octubre de 1898, pp. 247 / 48.
122
Emilio Civit había estudiado derecho pero nunca habría obtenido su diploma de Abogado. Era habitual, sin embargo, que
utilizara el apelativo de Dr., así lo reconoce la prensa como la historiografía más tarde.
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ESQUEMA N° 3: El proceso de constitución del campo disciplinar
Silvia Augusta Cirvini

dor, donde la política no puede (o no debe) ignorar la voz de quienes “saben”, de aquéllos
que dominan el conocimiento científico técnico en campos específicos.123 Esta batalla reú-
ne Ingenieros y Arquitectos bajo las mismas banderas, pero en esta etapa, es librada exclu-
sivamente por los practicantes de la Ingeniería, que poseían ya una organización gremial
más sólida, un prestigio consolidado en un par de décadas y la suficiente vinculación con
la burocracia técnica del Estado para poder intervenir eficientemente.
Chanourdie, como portavoz de los técnicos, insiste y remarca la importancia de la
idoneidad y la experiencia que deben tener los profesionales a cargo de reparticiones o en
cargos jerárquicos en la obra pública. Es un síntoma de la puja entre los mecanismos de la
política y los que pretenden instaurar los técnicos para un campo que consideran propio.
El discurso técnico se legitima apoyándose en el saber, y se ubica en defensa de los “inte-
reses generales”, por sobre los parciales intereses de la política: las funciones y los cargos
–dicen– no son políticos sino técnicos, deben cubrirlos ingenieros y no abogados.
“Para poder dar una opinión fundada sobre cualquier cosa, es necesario haberla hecho o
haberla visto hacer por lo menos, y para tener derecho a criticar los que dirigen la construc-
ción de edificios, puentes, canales o puertos, es también indispensable haber contribuido
durante diez, quince o veinte años a la ejecución de tales obras.”
“En ninguna de las administraciones europeas que tienen a su cargo la dirección de las
obras públicas alcanza generalmente un ingeniero el grado de inspector general o miembro
del consejo de obras públicas antes de los cuarenta y cinco a cincuenta años de edad. Aquí
hemos tenido miembros del consejo que apenas habían transpuesto el umbral de la Facul-
tad; otros que jamás habían dirigido la construcción de un muro de ladrillo siquiera”.124
La crítica a la centralización del aparato técnico estatal en Buenos Aires también re-
fuerza la primacía otorgada al saber técnico frente al poder político. El discurso del porta-
voz del gremio opone Provincias –donde las obras se harían de acuerdo con las reales nece-
sidades y condiciones– versus Capital Federal –donde la distancia impone “un velo
insalvable” para actuar en forma acertada–. Por otra parte, vincula estrechamente los hábi-
tos del roquismo con el manejo político de las obras públicas, cuando insiste: el tema de-
be ser resuelto por técnicos.125
Como propuesta Chanourdie esboza un verdadero programa en pro de la valoriza-
ción y reconocimiento de la función de los técnicos, que podríamos resumir en el si-
guiente punteo:
1. Abrir una campaña dentro del ámbito de los poderes del Estado, para hacer res-
petar la opinión de los técnicos.
2. Dar jerarquía al Consejo de Obras Públicas, considerándolo el tribunal supremo
en esta materia en el país.

123
“¡Menos abogados y más ingenieros!” decía Pablo Mantegazza, en un elogio hacia esa “profesión positiva”, “la fé de erra-
tas de la geografía y de la geología”, que promueve el equilibrio saludable de la combinación del trabajo intelectual y el fí-
sico. Cf. Pablo Mantegazza, “El Ingeniero”, en Revista Técnica, Vol. V, Nº 94, noviembre de 1899, pp. 260 / 261.
124
Enrique Chanourdie. “Ministerio de Obras Públicas”, en Revista Técnica, Año IV Nº 71, octubre de 1898, p. 248
125
Dice Chanourdie: …“Pero, también es cierto –y esto debe tenerlo muy presente el Dr. Civit para poner coto al abuso– que de
cien estudios que se hacen, noventa no se ejecutan, porque una buena parte de ellos no responde a otra necesidad que la perso-
nal de tal o cual senador o diputado que quiere dar un golpe en vísperas de elecciones con un telegrama más o menos de este te-
nor: Al señor… Mañana sale comisión de ingenieros que va hacer estudios obra Río Verde. Año próximo estará ter-
minada esta obra tan indispensable para fomento de esa rica región. Presidente y Ministro Interior me han
prometido todo su apoyo. Saludo amigos. - X.” Ibídem, p. 249. El destacado figura en el original.

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Nosotros los Arquitectos

3. Acabar con “las cuñas y el favoritismo”, en la obtención de cargos públicos técni-


cos, los cuales deben ser ganados sobre la base de los méritos y la experiencia.
4. Dar participación en el Consejo de Obras Públicas a los profesionales autores de
los proyectos, cuando se traten temas vinculados a ellos.
5. Descentralizar la obra pública creando secciones en las provincias, brindándoles
los medios necesarios para trabajar eficientemente.
Otro de los aspectos ríspidos que tuvo esta primera gran batalla de reconocimiento
que libraba la ingeniería a fines del siglo XIX, estaba vinculado a la contratación de profe-
sionales extranjeros. Chanourdie, Tapia, Dassen, Ferrari, Bahía, confluyen con un discur-
so homogéneo en una campaña integral y amplia de reconocimiento de la ingeniería na-
cional, apoyando sus méritos, morigerando sus problemas o falencias. En todos los
artículos analizados, por más duros y críticos que puedan parecer respecto del gobierno, se
recuperan como acciones positivas las que contribuyen a alimentar la “illusio” del campo:
se reivindica la contratación de ingenieros nacionales 126 y se los ubica en la generación fun-
dacional (Candiani, Moneta, Giagnoni, Rosetti), como formadores de las primeras cama-
das de ingenieros en el país.
La contratación de ingenieros extranjeros para estudiar las obras de irrigación que el
flamante ministerio había previsto realizar en el país, produjo la inmediata reacción de la
prensa técnica:
“Y bien, yo pregunto ahora ¿Cuál de los ingenieros argentinos, con excepción de Huergo
que tuvo la dirección de las obras del Puerto en el Riachuelo (…) ha tenido la dirección
de alguna de las grandes obras públicas realizadas en la República? ¿Cuál?: cubrámonos
el rostro de vergüenza. ¡Ninguno!” (…) 127
El autor enumera una serie de importantes obras que se llevan a cabo en todo el país
sin la participación de “ingenieros argentinos”; entonces se pregunta:
“Y si no hemos de reaccionar, es preferible suprimir de la enseñanza pública la Facultad
de Matemáticas, a la cual concurre una parte de la poderosa savia de la sociedad buscan-
do el robustecimiento de este cuerpo llamado Nación Argentina”.128
Y encuentra una explicación a la falta de reconocimiento social de la profesión:
“Con razón la sociedad argentina no nos dispensa confianza, y cómo ha de tenerla si el
gobierno que nos forma y que es quien debe estar en condiciones de conocer nuestras ap-
titudes no la tiene?”.129
Tal como fue planteada la formación profesional de la Ingeniería en el país, esta dis-
ciplina tuvo que librar una batalla de diferenciación e independencia de la matemática. No
necesitamos sabios sino ingenieros prácticos, se afirma desde la Revista Técnica.130 La fre-
cuente homologación de ingeniero y matemático es combatida desde la prensa técnica, que
aboga por una formación más práctica (con programas con menos matemática y química
y más física experimental), lo que no significa, sin embargo, caer en un empirismo, sino
cubrir las funciones que requiere el proyecto modernizador. Los artículos publicados en la

126
La designación de “ingenieros nacionales” no alude solamente a que fueran argentinos sino a que estuvieran afincados en
el país. Es el caso de todos los italianos organizadores del aparato estatal y universitario en el país.
127
Pastor Tapia, “El Gobierno Argentino y los Ingenieros del país”, en Revista Técnica, Vol. IV, Nº 76, enero de 1899, p. 342 / 343.
128
Ibídem.
129
Ibídem.
130
Manuel B. Bahía, “Ingenieros prácticos”, en Revista Técnica, Año IV, Nº 63, junio de 1898, pp. 115 / 116.
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Revista Técnica proponen mejorar la formación de la ingeniería en el país para adaptarla a


las necesidades del mismo, y para obtener un reconocimiento por parte del gobierno que
debería, en adelante, suprimir la contratación de extranjeros, si invierte recursos en formar
ingenieros en instituciones propias.
Este movimiento de progresiva diferenciación de los saberes técnicos que impulsaba el
desarrollo de la modernidad no hace sino confirmar la teoría de los campos, que hemos apli-
cado al campo disciplinar de la arquitectura. Las luchas por el reconocimiento del saber téc-
nico por parte de los poderes públicos, la oposición entre extranjeros y argentinos y la dispu-
ta de un espacio propio dentro del programa modernizador, son los grandes ejes del proceso
de constitución de los campos específicos, que en el siglo XIX transitan juntos ingenieros y
arquitectos y en el XX continúan en forma independiente y autónoma cada disciplina.

5.2. Etapa fundacional (1901-1910)

El período trascurrido entre 1901 y 1910 corresponde a la que hemos denominado


“etapa fundacional” del campo disciplinar de la Arquitectura, donde el núcleo inicial del
siglo anterior se amplía y consolida con una identidad y estabilidad propias de un grupo
particular. Ingenieros y arquitectos diferencian paulatinamente sus prácticas, sobre un ha-
bitus cada vez más específico, con una enseñanza universitaria también progresivamente
independiente para cada carrera. Se debate y establece, en esta etapa, lo que denominamos
el “nomos” fundacional, o ley fundamental del campo, que puede sintetizarse en la idea de
que la arquitectura es un arte y el arquitecto por ende un artista, pero que a la vez debe te-
ner formación técnica y científica para poder llevar a cabo sus obras, en el contexto de un
mundo “moderno”.
En esta primera década del siglo cristalizó la “Argentina europea”, apoyada por el flu-
jo inmigratorio, la actitud eurocéntrica de los sectores dirigentes y el vertiginoso crecimien-
to económico verificado en torno del Centenario de Mayo. El acelerado proceso de urba-
nización de Buenos Aires y de las principales ciudades del país, coincidía con la aparición
de los primeros grandes desajustes del modelo socio cultural y espacial, instaurado desde
1880. La red ferroviaria se expandió hacia todos los rincones del país, apoyando la especia-
lización en la producción de las economías regionales y acentuando una dependencia por-
tuaria para la exportación con el Litoral. En lo arquitectónico, el período corresponde al
desarrollo de un variado eclecticismo, tanto en la obra privada como en la pública, cuya
dependencia de Buenos Aires permite ensayar y difundir tipologías y estilos novedosos has-
ta puntos lejanos de la geografía nacional.
La caracterización de esta etapa como fundacional del campo, se apoya en la presen-
cia de varios indicadores, a saber:
• La refundación de la Sociedad Central de Arquitectos en 1901 y el reconocimien-
to oficial de la institución.
• La creación de la Escuela de Arquitectura en la Facultad de Ciencias Exactas, Fí-
sicas y Naturales, también en 1901.
• La aparición de las revistas técnicas de arquitectura.
• El desarrollo de la práctica de los Concursos como netamente artística y diferen-
ciadora dentro del incipiente campo.

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Nosotros los Arquitectos

• La diferenciación del habitus de arquitectos e ingenieros.


• La legitimación oficial de las prácticas diferenciadas de los arquitectos a partir de
la sanción de la ley de diploma obligatorio (1904) que marca el inicio de las lu-
chas por la reglamentación profesional.
Es frecuente, en esta etapa fundacional, homologar: campo disciplinar y profesional
con Escuela de Arquitectura, Sociedad Central de Arquitectos y prensa técnica arquitectó-
nica. Esto se apoya en datos objetivos: el grupo que promueve la creación de la Escuela per-
tenecía al núcleo que en 1901 refunda la Sociedad de Arquitectos; el mismo que apoyó en
1904 la publicación “Arquitectura”, suplemento de la “Revista Técnica” como órgano ofi-
cial del gremio y que estableció por primera vez vínculos orgánicos como portavoz de la
corporación ante los poderes públicos, ya sea con motivo de la ley Avellaneda o por distin-
tos aspectos vinculados con el ejercicio profesional. Es indudable la inversión en capital
simbólico que hacen los actores en la tarea de construcción de la propia identidad, desafío
que no es personal sino grupal y que promueve la equiparación entre la creación de la Es-
cuela, la refundación de la Sociedad y la constitución del campo disciplinar.
Christophersen formula por primera vez, desde la voz de los arquitectos, hacia 1904
la historia de los orígenes de la corporación. Establece una interpretación de los hechos
que habría de regir las interpretaciones futuras, construida sobre los puntos más signifi-
cativos que unían al grupo. En ella esboza el primer objetivo que se habían propuesto con
la fundación de la Sociedad de Arquitectos en 1886:
“Durante ese período, al que llamaremos período de formación de nuestra sociedad,
además de contribuir el reducido círculo de sus asociados a desarrollar en el país el res-
peto de las gentes para nuestro Arte, se trató de implantar un arancel que debía ser
uno de los primeros pasos para fijar el debido valer de la obra del arquitecto, además de
deslindar la distancia que entre él y el ejecutor de sus concepciones debe me-
diar”.131(SC)
Los logros alcanzados en la etapa ya lejana del siglo XIX fueron escasos, según el au-
tor, por la adversidad que el medio presentaba para el desarrollo del arte arquitectónico y
las dificultades que impuso la crisis del ‘90. De allí que se posicione en 1904, en medio
de un nuevo período, donde ya se ha concretado el momento fundacional al haber alcan-
zado los objetivos básicos del grupo, organización interna y reconocimiento externo:
“…puesto que nos hemos organizado sobre bases sólidas y definitivas, adquiriendo perso-
nería legal; que tenemos pruebas de que se extiende la convicción de la conveniencia de que
intervengamos como corporación en los asuntos relacionados con nuestro Arte y que hemos
establecido una forma equitativa de remuneración de los trabajos profesionales”.132
No es casual que esta editorial se publique en el segundo número de la primera Re-
vista que tiene la corporación,133 en medio del debate acalorado de la ley Avellaneda - Va-
rela Ortiz por la diplomación obligatoria. Una vez alcanzado el reconocimiento institu-
cional de la Sociedad de Arquitectos, es posible acentuar la diferenciación (con los
ingenieros) y expulsar a los advenedizos (albañiles, constructores).

131
Alejandro Christophersen, “La Sociedad Central de Arquitectos”, en Arquitectura, Nº 2-3, mayo de 1904, p. 13. El des-
tacado es nuestro para indicar los puntos claves de este primer objetivo gremial que busca alcanzar la Sociedad.
132
Ibídem, p. 14.
133
Se trata de Arquitectura, primera publicación que se edita como órgano de la Sociedad Central de Arquitectos.

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Otro factor que contribuyó en la acentuación de la diferencia con la Ingeniería fue


la creación de la Escuela de Arquitectura en 1901, y la ineludible obligación en la que
se colocó a las correspondientes autoridades para definir el alcance e incumbencia de
cada carrera:
“Aún cuando de reciente creación, nuestra Escuela de Arquitectura no puede tardar mu-
cho en dar sus frutos y en darlos buenos, desde que se implantaron en ella los métodos más
modernos y se confiaron sus cátedras a profesionales entre los cuales los hay de reconocido
mérito y talento, por lo que el progreso es real y en breve egresarán alumnos dignos de fi-
gurar a la par de los procedentes de cualquier escuela extranjera. Las autoridades deben,
pues, velar por los intereses de esos alumnos y prepararles el campo donde en lo futuro pue-
dan ejercer su profesión (…)”
…“es hora que las autoridades facultativas fijen debidamente el radio de acción de cada
una de las carreras que se siguen en la Facultad, estableciendo las distinciones que corres-
ponden entre los nuevos arquitectos que egresen de ella y los ingenieros, a quienes, se-
gún los planes vigentes, no se les enseña la suficiente arquitectura para que puedan desco-
llar en ese Arte; es decir que se fije la línea divisoria que indique hasta donde pueden
los últimos ejercer su profesión sin entrar en el dominio del arquitecto”.134(SC)
En 1904, Christophersen es presidente de la Sociedad de Arquitectos, profesor fun-
dador de la Escuela, prestigioso y reconocido profesional. Desde esa posición propone se-
llar la fundación del campo sobre la base de una alianza entre ingenieros y arquitectos, en-
tre nacionales y extranjeros, entre viejos maestros y jóvenes estudiantes:
“Creemos que entre los ingenieros del antiguo plan, cuyo título autoriza a ejercer como
arquitectos, los nuevos arquitectos y los [extranjeros] ya establecidos en el país, se podría,
al amparo de la ley Avellaneda, formar una corporación que tendría benéficas proyeccio-
nes, ya sea mejorando las condiciones de los profesionales y, sobre todo, dando un nuevo y
serio impulso a la construcción y a la estética de la edificación en Buenos Aires”.135
Christophersen apela, en este momento fundacional, a una convocatoria para la “re-
generación artística”, que no es otra cosa que una legitimación del eclecticismo, y como ca-
mino propone acentuar el desarrollo de la faz artística de la profesión:
“Uniéndonos para ello, haciendo el arte por el arte, quizá entonces, como en los bue-
nos tiempos del Renacimiento, surja entre nosotros una corriente artística que deje un re-
cuerdo glorioso…” 136(SC)
Muchos años más tarde, en 1927, Christophersen hará una recorrida retrospectiva
sobre la arquitectura de Buenos Aires y al preguntarse sobre el “estilo propio” afirma que
sí lo tiene, que es el “estilo del cosmopolitismo”, con ello reconoce al eclecticismo como
posición legítima, apoyada en la composición étnica del país, la exacerbación de la liber-
tad individual y la falta de espíritu colectivo. Sin embargo, esta naturalización del “caos
ecléctico” de la arquitectura porteña, es vista como parte de una historia lineal, en ascen-
so progresivo, de crecimiento: el tránsito desde la “casa andaluza” de la colonia hasta la
casa de rentas de los años ‘20 muestra el camino recorrido, los sucesivos pasos de la cul-
tura arquitectónica.

134
Ibídem, p. 16. El destacado es nuestro.
135
Ibídem, p. 16.
136
Ibídem, p. 17. El destacado es nuestro.
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Nosotros los Arquitectos

Al igual que otros miembros del grupo inicial se autorreconoce como “fundador”, y
al arte académico francés como posición hegemónica de la arquitectura “culta”:
“Fuimos imponiendo lentamente nuestras tendencias arquitectónicas a un público ávido
de mejoramiento y cooperamos a la transformación de las tendencias culturales del país.”
“Son legión las obras que durante un período de treinta años se ejecutaron en Buenos Ai-
res; (…) pero toda esta obra respondió aun mismo ideal estético, a una misma tendencia
arquitectónica y predominó el arte francés y sus enseñanzas, tanto en la distribución de
sus plantas como en el decorado interno, recordando éste las épocas gloriosas de la arqui-
tectura de Francia”.137
En este relato coherente y lineal hay posiciones y practicantes integrados (desde los je-
suitas de la época colonial a los “italianos”, “germanos” y “belgas” del siglo XIX) y hay ex-
cluidos (el art nouveau del siglo XX). Sin embargo, ni siquiera menciona la arquitectura
moderna 138 quizás porque se reconoce imposibilitado de comprender su nueva estética, pe-
ro avizora la inminencia de un cambio radical:
“Vivimos por el momento en el predominio de la cantidad numérica sobre la selección, el
número dicta las leyes y las masas imponen su dictadura sobre la superioridad y el talento”
“Este cambio de valores y esta nivelación aplanadora que caracteriza la brusca transición
social, tendrá que romper con el pasado y con la tradición que le estorba en sus aspiracio-
nes de rebeldía…”
“Quizás entonces nazca una nueva estética, insospechada por nosotros, que modifique los
cánones y leyes sobre las cuales están basadas las emociones artísticas del presente”.139
Otros practicantes del campo coinciden con este relato de corte fundacional de los
primeros treinta años. Pablo Hary sintetiza en su trayectoria desde los tiempos de estu-
diante en Ciencias Exactas a profesor en la Escuela de Arquitectura, la evolución del cam-
po. Asimismo homologa las situaciones de desarrollo de la Escuela, la disciplina y la mo-
dernización del país:
“La suerte propicia quiso que, primero como alumno y luego como profesor, haya interve-
nido activamente en la metamorfosis capital de nuestra Facultad. Cuando ingresé, era un
templo apacible donde se rendía culto a lo abstracto en materia científica, pero los maes-
tros eminentes, los hábitos severos de contracción al trabajo, la gimnasia intelectual muy
amplia, nos permitieron luego asimilar rápidamente y desempeñarnos útilmente en la
evolución colosal que hemos realizado en estas alturas, tres décadas; evolución durante la
cual nuestra Facultad metamorfoseó sus tradiciones coloniales hasta convertirse en un po-
litécnico adaptado a las exigencias vitales de la Nación”.140
Hary recoge en su relato, en primer lugar, a los precursores: Belgrano, Christopher-
sen y Pereyra (profesores en Ciencias Exactas), luego los protagonistas del momento fun-
dacional, entre los que se incluye, además de Christophersen, Lanús, Le Monnier, Dormal

137
Alejandro Christophersen, “Las diversas influencias arquitectónicas en la edificación de Buenos Aires”, en Revista de Ar-
quitectura, Nº 79, julio de 1927, pp. 291 / 298.
138
Consideremos que ya se habían verificado los célebres enfrentamientos en la prensa, en 1926, entre Virasoro y Coni Mo-
lina y al año siguiente el de Prebisch - Christophersen.
139
Alejandro Christophersen, “Las diversas influencias arquitectónicas en la edificación de Buenos Aires”, en Revista de Ar-
quitectura, Nº 79, julio de 1927, p. 298.
140
El fragmento pertenece al discurso de Pablo Hary publicado dentro del artículo: “El Homenaje al Arquitecto Pablo Hary”,
Revista Arquitectura, octubre de 1925, pp. 396.

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y por último Karman. También queda expreso el reconocimiento a los ingenieros que des-
de el Consejo de la Facultad o como parte del primer cuerpo docente apoyaron la creación
de la Escuela (Huergo, Bahía, Selva, Tasso). La formación académica que brindaba la Es-
cuela de Arquitectura era de un excelente nivel, equiparable a las mejores europeas, en par-
ticular desde la contratación de Karman para los talleres.
En esta etapa fundacional la oposición entre profesionales extranjeros y nacionales es re-
suelta a partir de una alianza entre los “mejores”, no importaba la nacionalidad que tuvieran.
Muchos de los “fundadores” eran extranjeros, participaron de las principales instituciones y se
integraron a la vida en el país. La resistencia se manifestaba, no contra los que se instalaban
sino contra aquéllos que eran “ave de paso”. La prensa señala que el gremio excluye a quienes
son los contratados para hacer trabajos que pueden realizar los arquitectos afincados en el país.
Es el mismo planteo que los ingenieros hacían al Ministro Civit en 1898; el interés de la cor-
poración está en revertir esta situación que implica una falta de reconocimiento oficial a la la-
bor profesional de los arquitectos locales y a la formación que brinda la Escuela.

5.3. Etapa de consolidación (1910-1930)

Esta etapa se inicia con el gran acontecimiento del Centenario de Mayo y finaliza con
el año clave de 1930 que marca cambios notables en el país, en lo político, lo social y lo
económico, cambios que señalarán el tránsito de un estado liberal conservador a un esta-
do intervencionista, antecesor del estado benefactor. Los concursos de este período favore-
cieron la consolidación del gremio y el auge económico estimuló la construcción y permi-
tió atraer profesionales extranjeros y desarrollar una serie de industrias subsidiarias, de
importaciones de materiales, etc. Podemos afirmar que hubo, en estos veinte años, un im-
portante fortalecimiento institucional del gremio, a través de la acción de la Sociedad de
Arquitectos, la Escuela, la actividad profesional liberal y en la notable difusión que alcan-
zan los temas arquitectónicos, tanto por la prensa, común y especializada como por la rea-
lización de Congresos, Exposiciones, Salones artísticos, etc.
El Centro de Estudiantes de Arquitectura, fundado al comenzar esta etapa, adquirió
una importancia creciente hasta principios de la década del ‘20 y tuvo un papel central en
la prensa arquitectónica a través de la cual contribuyó a modelar y forjar la “illusio” del cam-
po. La Sociedad Central consolidada y reconocida en el país y el continente, amplía nota-
blemente el número de miembros, como consecuencia de la flexibilización de los mecanis-
mos de ingreso, la apertura hacia los estudiantes y la cooptación de grupos disidentes.141
La caracterización de esta etapa como de “consolidación del campo”, se apoya en la
presencia de elocuentes indicadores:
• La aparición de diferentes posiciones respecto a cuestiones sustantivas de la disci-
plina (estilos, arte arquitectónico, nacionalismo ≠ cosmopolitismo).
• La flexibilización de las condiciones de ingreso a la Sociedad Central de Arquitectos.
• La especificación de las reglas internas del campo: arancel de honorarios, estatutos,
deberes profesionales, sanciones.

141
Nos referimos a los integrantes del Centro de Arquitectos Nacionales (CAN) fundado en 1916 y disuelto en 1918 cuan-
do sus miembros se integran a la Sociedad de Arquitectos que flexibiliza sus reglas de ingreso.

340
Nosotros los Arquitectos

• Se acentúa la preocupación por la reglamentación profesional y por el reconoci-


miento oficial de la labor del arquitecto.
• La naturalización del habitus académico, con las particularidades impresas por el
eclecticismo y el historicismo en Argentina.
• Los primeros síntomas de la aparición de las vanguardias estéticas.
• Las luchas por la consagración y el reconocimiento de distintas posiciones dentro
del campo.
• La función social del arquitecto con la ampliación del espectro de sus incumben-
cias. Aparecen temas nuevos como la vivienda y el urbanismo.
Esta etapa es probablemente la más rica en cuanto al desarrollo que presentan los “de-
bates centrales”, dentro de un campo ya definido y reconocido, donde había mucho traba-
jo y mucha demanda. La corporación de arquitectos trabajaba para una elite fuerte y po-
derosa en recursos económicos y la industria de la construcción alcanzó umbrales nunca
vistos antes ni después. El academicismo instalado en la Escuela como ámbito de inculca-
ción del habitus y el eclecticismo en la demanda de los sectores dirigentes favorecían la sen-
sación de que se había alcanzado una estabilidad y una continuidad que permitían conso-
lidar una “tradición” dentro del campo, que era respetada y valorada aun por los
integrantes de las vanguardias.142
Los conflictos principales del período remiten a las luchas por el reconocimiento so-
cial de la profesión, la legitimación de la disciplina ante los poderes públicos y el acrecen-
tamiento de la cultura artística, tanto de los arquitectos como del “público”. La corpora-
ción propicia en esta etapa numerosas iniciativas para una reglamentación profesional, así
como también colabora en la formulación de legislación municipal (reglamentos, ordenan-
zas, premios a las mejores fachadas), de manera de impedir por esta vía la proliferación de
mala arquitectura y de contribuir a la educación estética general.
Hay temas que provienen de etapas anteriores, como la preferencia oficial por la con-
tratación de técnicos extranjeros, en desmedro de las posibilidades de desarrollo de los pro-
fesionales nacionales. En 1911, los arquitectos Jaeschke y Altgelt se oponían a la contrata-
ción del paisajista francés Bouvard, apareciendo una serie de artículos en la prensa. Al año
siguiente, los miembros del Centro de Estudiantes fueron quienes pusieron de nuevo el te-
ma en discusión. Un debate publicado en la Revista del CEA, acerca de la contratación del
arquitecto austriaco Chaussemiche,143 pone en evidencia la vinculación de este tema con
otros del ejercicio profesional. En primer lugar, se reinstala el antiguo tema de la “compe-
tencia de los arquitectos nacionales” y de la necesidad de contratación en el extranjero, tal
como se había hecho con el arquitecto francés Bouvard un año antes. La nueva contrata-
ción estaba dirigida a realizar el diseño y construcción del palacio municipal y poner un
profesional idóneo frente a una nueva oficina para el “ornato y arte público”.144

142
E. Vautier y A. Prebisch, en 1922 realizaron su viaje de estudios a Europa, apenas recibidos en la Escuela de Arquitectu-
ra en la UBA. Su primer destino fue L’Ecole de Beaux Arts en París, de la cual se dice, afirmaban no tener nada que apren-
der más que lo que ya sabían, de la formación académica recibida en Buenos Aires; esto los llevó a buscar orientación en
las enseñanzas de las vanguardias, como era entonces Tony Garnier. Cf. Ramón Gutiérrez, Alberto Prebisch. Una vanguar-
dia con tradición, Cedodal, Buenos Aires, 1999, p. 11.
143
Cf. RCEA, Año II, Nº 6, Buenos Aires, septiembre de 1912, pp. 253-266.
144
El ofrecimiento a Chaussemiche consistía en una locación de servicios por seis años, de $60.000 francos al año y viaje de
ida y regreso. Cf. Ibídem.

341
Silvia Augusta Cirvini

Este conflicto, como el de Bouvard el año anterior, muestra los problemas “activos”
entre la corporación y la clase política, en un período de mucha actividad de la edilicia y
el ornato públicos. La prensa técnica da sobrada cuenta de estas “escandalosas” contrata-
ciones, que exceden el espacio de la ciudad de Buenos Aires, para tomar también Monte-
video, o algunas capitales de provincia. Se plantean así, distintos tópicos que van apare-
ciendo en el debate en forma encadenada:
- Superposición de funciones de los profesionales contratados con las asignadas a
las oficinas municipales existentes.
- Desconocimiento de la realidad local por parte de los técnicos extranjeros.
- La desigualdad en el trato: El monto de las contrataciones es muy superior a lo
que ganan los profesionales argentinos.
- La disponibilidad de recursos para construir obras y solventar esas costosas con-
trataciones.
- La competencia de los arquitectos locales y la formación que brinda la Escuela de
Arquitectura.
En la década del ‘20, el tema continúa activo pero la corporación es bastante más
sólida, con una institución de enseñanza consolidada como es la Escuela, con un progre-
sivo crecimiento de su matrícula, como ámbito de reproducción de las prácticas. Recor-
demos que en el debate sobre “arquitectura nacional”, que es propio de esta etapa, hay
quienes desde una visión práctica, opinaban que el nacionalismo en arquitectura debía co-
menzar por emplear recursos propios del país, tanto materiales como humanos y técni-
cos. La prensa dirige la crítica hacia los poderes públicos por su posición perjudicial para
los intereses generales, en cuanto dilapida recursos económicos en la contratación de ex-
tranjeros, que no conocen nuestras necesidades.145 Esta actitud, dice la prensa, “nos hace
aparecer a los ojos del mundo como un pueblo de rastacueros”,146 a diferencia de Francia
quien siempre “les hace preferir siempre y por sobre todo, lo propio, lo nativo, lo francés,
a cualquier creación importada”. Puede identificarse en este discurso un crecimiento de la
conciencia “nacional”, por una parte, y de la identidad y capacidad como grupo, que se
pone en igualdad de condiciones con cualquier técnico extranjero:
“Lo repetimos, somos contrarios decididos a la contratación de técnicos «golondrinas»,
por dignidad, por patriotismo y hasta por conveniencia. El único resultado benéfico que
podía resultar de su empleo, es que el gobierno francés, como acto de reciprocidad, con-
tratara técnicos argentinos para que lo asesorasen sobre el cultivo de la yerba mate en el
Bois de Boulogne, y esto nos parece algo difícil”.147
Merece atención considerar que quienes escriben (y dirigen las publicaciones), en
estos años, son en su mayoría de la generación siguiente a la fundacional, egresados de
la Escuela de Arquitectura y argentinos (es el caso de Coni Molina, Croce Mujica o
Squirru).

145
Se menciona concretamente la contratación de M. Forestier: “Desconocedor de nuestra flora, de nuestra tierra, de nuestra
idiosincrasia y sobre todo de nuestras finanzas comunales, abordará el problema desde el punto de vista puramente lírico… (…)
Ya sabemos que nos dirá que es necesario abrir avenidas, construir parques, comprar alguna docena de estatuas –a escultores fran-
ceses, naturalmente– arrancar todos los sauces y plantar en su lugar «Pterocarpus indicus»…” Cf. “Temas edilicios: El Técni-
co «golondrina»”, en El Arquitecto, Vol. IV, noviembre de 1923, Nº 40, p. 128.
146
Rastacuero es un galicismo de uso habitual en la época como sinónimo de vividor y advenedizo. (RAE)
147
Cf. “Temas edilicios: El Técnico «golondrina»”, en El Arquitecto, Vol. IV, Noviembre de 1923, Nº 40, p. 128.

342
Nosotros los Arquitectos

5.4. Etapa de expansión y crisis (1930-1948)

Esta etapa corresponde a un campo consolidado, con una historia propia, con una
“galería de precursores”, una “guardia vieja”,148 que actúa de respaldo de legitimidad del
grupo. El gremio de los arquitectos es reconocido socialmente, los agentes que tienen con-
ciencia de su participación activa en la concreción de la cara material de la modernización,
ahora disputan el control del campo, desde posiciones diferentes planteando distintos ca-
minos para superar las dificultades crecientes (déficit habitacional, problemas urbanos,
concursos, reglamentación profesional y de la construcción).
Si bien la tradición ecléctico-académica sigue dominando en el campo, las vanguar-
dias del Movimiento Moderno consiguen consolidar posiciones entre los más jóvenes y en
algunas publicaciones. Sin embargo, en la producción del período la arquitectura moder-
na no es en proporción significativa. El desarrollo y la aceptación del neocolonial (en dis-
tintas vertientes, escalas y temas), tanto para la arquitectura doméstica como para una par-
te importante de la obra pública, es una realidad que no reproducen las revistas
corporativas, pero sí las revistas de llegada a los amplios sectores medios y el cine.
Durante este período se cuestiona el habitus académico y se diversifica el espectro
ocupacional del arquitecto, incorporando –y disputando a los agrónomos– el campo del
urbanismo. Queda atrás el arquitecto artista que trabaja sólo para una elite dentro de la eli-
te y comienzan a aparecer nuevas preocupaciones en torno de la vida urbana de una socie-
dad de masas.
Los indicadores más significativos de la notable expansión, por una parte y de las
transformaciones que enfrenta el campo disciplinar, por otra, son:
• La presencia de las mujeres arquitectas en la universidad y en la práctica profesional.
• El crecimiento de la práctica profesional desde la función pública, en las adminis-
traciones del naciente Estado benefactor, luego Estado justicialista.
• La disputa que sostienen los practicantes arquitectos con otros profesionales como
los ingenieros agrónomos por los temas urbanísticos y paisajísticos.
• El impacto de la Arquitectura Moderna, tanto sobre el habitus académico como
en la reformulación de la illusio del campo.
• La resolución del tema reglamentación profesional por el Decreto Ley de 1944.
• La creación de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo en la UBA, sobre la base
de la Escuela.
• La creación de numerosas “Divisiones” en el interior del país, de la Sociedad Cen-
tral de Arquitectos, estableciendo por primera vez para la entidad gremial, un pro-
grama que excede los límites de Buenos Aires.
Cuando se funda la Escuela (1901) la posibilidad de las mujeres de estudiar era aún
remota. En 1905 un artículo de Chanourdie presenta el tema como una novedad que
acontece en Europa pero no entre nosotros “una mujer arquitecto, lo que parece ser la úl-
tima expresión del feminismo”. Se admite entonces que la mujer tiene posibilidades de de-
sarrollo en el ámbito de la “arquitectura privada”, pero excepcionalmente en la “arquitec-

148
Estas son las denominaciones que recoge la prensa especializada para designar a los fundadores del campo, a cuya memo-
ria se apela en fechas o acontecimientos significativos.

343
Silvia Augusta Cirvini

tura monumental”, partiendo del supuesto de que “tendrán mayor competencia sobre
muchos asuntos referentes al hogar que sus colegas del sexo fuerte”.149 En esta etapa se in-
crementa notablemente la matrícula femenina de la Escuela, y también las mujeres co-
mienzan a ocupar cargos públicos dentro de la primera administración justicialista. Es-
te es uno más de los síntomas que indican los grandes cambios que empiezan a afectar
la arquitectura y la enseñanza en la Escuela hacia la década del ‘30. De todas maneras,
la posibilidad de desarrollo de las mujeres dentro de la profesión, estaba muy relaciona-
da a la posición social de la familia y a los vínculos con el mundo artístico, factores que
debían darse asociados a un temperamento, en ocasiones atípico para la época, respecto
de lo que se esperaba de una “mujer”.150
Otro de los síntomas de cambio fue el cuestionamiento al habitus académico, que
se dejaba filtrar en el comentario de los actores: “En el taller de Karman, los dos prime-
ros años, nada más que estilos… ¡sólo en los concursos podía uno liberarse de hacer colum-
nas!!” 151
Las más importantes transformaciones que afectan al campo disciplinar en esta eta-
pa están vinculadas, en lo interno, con el progresivo desplazamiento de las prácticas del
habitus académico por las derivadas del racionalismo y el Movimiento Moderno; y en lo
externo, con las nuevas condiciones que impuso el proyecto político sobre el ejercicio
profesional. En este último aspecto quedan incluidas: a) el cambio en la forma y moda-
lidad del Estado, que logra avanzar sobre las corporaciones consiguiendo el control y re-
gulación del ejercicio profesional, b) la magnitud y cobertura de la obra pública, realiza-
da, en gran medida desde las oficinas técnicas de la administración pública, c) la política
universitaria que desde 1943 apuntará a articular el funcionamiento de la Universidad
con el proyecto político, con distintas iniciativas y medidas que abarcaron desde la crea-
ción de nuevas Facultades, la apertura de la matrícula con la supresión del examen de in-
greso y el arancel, la construcción de “ciudades universitarias”, etc.; d) la política habi-
tacional estatal que obligará a los arquitectos a revisar criterios y a renovar el enfoque del
tema;152 e) la sanción de la ley de propiedad horizontal, que inducirá un cambio cualita-
tivo en el tratamiento del tema vivienda en los centros urbanos.
El campo disciplinar en esta etapa gana extensión y complejidad, incluye a más
practicantes, abarca nuevos espacios como el urbanismo, la vivienda popular, la conser-
vación de monumentos, admite más posiciones, logra alcanzar la reglamentación de la
arquitectura y profesiones vinculadas, pero también se hacen notorios nuevos conflictos.
La cohesión del campo no es la misma que hasta fines de la década del ‘20, hay un cues-
tionamiento del habitus académico que socava el papel aglutinante de la “tradición dis-

149
Enrique Chanourdie, “Una mujer arquitecto”, en Arquitectura, noviembre de 1905, p. 114. El destacado figura en el original.
150
Sin dudas que la incorporación de la mujer al campo de la arquitectura es un tema que requiere desarrollo independien-
te y que por el período considerado excede los límites de este trabajo. Las mujeres que hallamos en el período son sin du-
das mujeres excepcionales, no responden a la regla y su inclusión al ámbito universitario responde, más allá de las condi-
ciones favorables de la ampliación de la base de matriculados, a condiciones especiales. Con relación al tema hemos
consultado dos artículos:
• Monique David-Menard, Geneviève Fraisse y Michel Tort. “El ejercicio del saber y la diferencia de los sexos”, en AAVV,
El ejercicio del saber y la diferencia de los sexos, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1993, pp. 23 y ss.
• Geneviève Fraisse, “La diferencia de los sexos, una diferencia histórica”, en Ibídem, pp. 31 y ss.
151
Entrevista a Colette Boccara, Mendoza, julio de 2001. Ver trayectoria en Apéndice.
152
Remitimos al desarrollo del debate sobre la vivienda en el Capítulo III sobre los Debates diferenciadores.

344
Nosotros los Arquitectos

ciplinar”. El nomos y la illusio fundacionales dejan de mostrarse eficaces a la hora de


mantener la cohesión, la unidad, el “espíritu de cuerpo”, principalmente entre las nue-
vas camadas. Hay una revisión y cuestionamiento de la ley fundamental (nomos), la cual
quedará ambigua, en suspenso, hasta fines de la década del ‘50, principios de los ‘60,
cuando precipitan las significaciones derivadas del ideario moderno, que alcanza para
entonces su maduración y hegemonía, ofreciendo una nueva interpretación de lo que es
y “debe ser” la arquitectura y la función de los arquitectos en la sociedad.

6. El campo disciplinar a través de cuatro trayectorias ejemplares


La noción de trayectoria está estrechamente relacionada al marco conceptual que
hemos empleado en el desarrollo del trabajo. Esta unidad de análisis es útil y explicativa
para vincular los agentes singulares y las fuerzas que operan en el campo disciplinar. A
diferencia de las biografías corrientes, la trayectoria describe la serie de posiciones suce-
sivamente ocupadas por el mismo agente en los estados sucesivos de un determinado
campo. De este modo, la trayectoria da cuenta de la estructura de un campo, porque
considera relacionalmente la actividad de los agentes en las posiciones sucesivas o simul-
táneas, que ponen de manifiesto su producción, ya sea arquitectónica, a través de obras
o proyectos, como discursiva en revistas, congresos, conferencias.153
Es oportuno aclarar que no se trata de analizar historias de vida, o biografías de su-
jetos representativos de etapas, posiciones o grupos, que probablemente sí lo fueron, to-
dos y cada uno de los cuatro casos seleccionados. De lo que se trata aquí, atendiendo a
los objetivos de este ensayo, es de, por una parte, explicar a través de estos itinerarios
ciertas marcas estructurales del campo o la modelación de aspectos constitutivos del ha-
bitus. Por la otra, buscamos vincular función y posición (condensadas de modo particu-
lar en cada trayectoria) respecto del proceso de constitución del campo.
Hemos definido dentro del conjunto de los practicantes del período, cuatro trayec-
torias que denominamos ejemplares, en la medida que se anudan de diferente modo con
el proceso de constitución del campo. Los casos seleccionados son: Domingo Selva, Ale-
jandro Christophersen, Martín Noël y Alberto Prebisch. Estos itinerarios “ejemplares” se
correlacionan, respectivamente, con las cuatro etapas identificadas en el proceso de cons-
titución del campo, a saber: 1) etapa de emergencia, 2) etapa fundacional, 3) etapa de
consolidación y 4) etapa de expansión y crisis.154
En cada una de las cuatro trayectorias, se señalarán sucintamente las “marcas es-
tructurales”, que tienen una doble inscripción, por una parte responden al itinerario sin-
gular del sujeto, por lo tanto son idiosincrásicas y excepcionales, por la otra, se ligan al
estado y las tensiones que operan en el campo.

153
Cf. Pierre Bourdieu, Razones prácticas, Sobre la teoría de la acción. Anagrama, Colección Argumentos, Barcelona, 1997.
154
Esto significa que cada caso es explicativo, o se articula, con una de las etapas, lo que no supone que la trayectoria no atra-
viese otras etapas. Es decir, si bien Selva y Christophersen fueron contemporáneos y sus respectivas vidas biológicas atra-
vesaron todo el período de estudio, las posiciones ocupadas por el primero están vinculadas al desarrollo de la emergencia
del campo, mientras que la trayectoria del segundo condensa las marcas estructurales del período fundacional.

345
Silvia Augusta Cirvini

6.1. Domingo Selva 155

En su autobiografía, publicada en ocasión de cumplir cincuenta años en la profe-


sión, en 1938,156 él mismo sintetizaba su trayectoria como una vida dedicada a la voca-
ción de servir a partir del ejercicio de su profesión, en la cual abarcaba la de “Ingeniero,
Arquitecto y Agrimensor, en todo el país, y en todos los ramos de cada carrera”. En es-
te relato, el ingeniero Selva traza un cuadro de deudas y reciprocidades con relación a
diferentes miembros de la clase dirigente de su época, a la vez que caracteriza de modo
elocuente la inserción y función de los técnicos e intelectuales dentro del proyecto mo-
dernizador.157
Selva condensa, de manera ejemplar, la identidad del “técnico”. Cree en la pala-
bra escrita: conferencias publicadas, trabajos técnicos, ensayos de corte sociológico. Sel-
va representa el “saber técnico” frente al “doctorismo” de la Universidad. Si bien no per-
tenece a las primeras camadas (egresa en 1896) forma parte de una generación que libra
una batalla de reconocimiento frente al poder político. Selva se erige como portador de
un saber técnico de vanguardia en el período de emergencia del campo de la arquitec-
tura, ocupándose de temas como vivienda obrera (el cual retomaría la corporación de
arquitectos un par de décadas más tarde), el uso del cemento armado en todo tipo de

155
DOMINGO SELVA (1870-1944) De padres italianos de Lombardía, nació en Buenos Aires el 16 de mayo de 1870, en
una zona de conventillos próxima a la Plaza de Mayo. Su padre era constructor de obras y siendo niño aún se trasladó a
Tucumán con su familia, donde realizó el bachillerato en el Colegio Nacional. En 1896 se graduó de Ingeniero Civil en
la Universidad de Buenos Aires con diploma de honor por su tesis “Un barrio obrero”. En 1909 obtuvo también el títu-
lo de Profesor de Matemática. Selva presenta un caso arquetípico de una trayectoria profesional ascendiente, que alcanza
una ubicación privilegiada en el pináculo social. Hijo de inmigrantes, huérfano de padre en su juventud, trabajó desde
que era estudiante secundario. Ya en Buenos Aires y cursando la universidad inició su carrera técnica como dibujante de
Ferrocarriles, luego trabajó en la Dirección del puerto de Buenos Aires, iniciando una carrera exitosa de permanente as-
censo. Ejerció la docencia en el Colegio Nacional Domingo F. Sarmiento, en las Facultades de Ciencias Exactas, en la Es-
cuela de Arquitectura, en la Facultad de Agronomía y Veterinaria y en la Facultad de Ciencias Físicas, Matemáticas y As-
tronomía de la Universidad de la Plata y el Colegio Militar de la Nación.
Una especial predisposición para el estudio y la investigación experimental, sumada a una natural aptitud para la Mate-
mática y la Física, lo llevaron a ampliar el campo del conocimiento en el cálculo de estructuras, en particular dentro de
un novedoso campo temático: el uso del hormigón armado. Fue profesor de Resistencia y Teoría de la elasticidad en dife-
rentes facultades y en distintos períodos, propulsor de institutos de Investigaciones Técnicas, autor de trabajos, proyectos,
ponencias, presentados en numerosos encuentros científicos en el país y en el extranjero. Puede considerarse a Selva como
el primer especialista con base científica en estructuras de hormigón armado y de edificación sismorresistente que hubo
en el país. Miembro activo de la Sociedad Científica Argentina y de varias asociaciones profesionales, dictaba en sus sedes
conferencias sobre temas de interés de su tiempo tales como: la vivienda obrera, el papel del ingeniero en la sociedad, el
uso del cemento armado, etc. Realizó numerosas publicaciones sobre temas técnicos, científicos, sociales y económicos.
Obtuvo premios por sus trabajos teóricos (por sus trabajos en hormigón armado, Exposición Internacional de Milán,
1906) y por su obra sismorresistente (en 1915 en la Exposición Internacional de San Francisco-USA, por la obra de la
Constructora Andina, de hormigón armado en Mendoza, Argentina).
Entre sus obras más importantes, en Buenos Aires se encuentran: la Colonia Nacional de Alienados (Luján), el Teatro “Ca-
sino”, la Facultad de Agronomía y Veterinaria de la UBA, obras varias para el Ministerio de Guerra, Pabellones varios en
el Zoológico de Buenos Aires, el puente del jardín japonés en el Rosedal de Palermo, varias sucursales del Banco Hipote-
cario Nacional, la bodega de Domingo Tomba en la Paternal, la Cárcel de Encauzados de la Plata, el Colegio Militar de
la Nación, etc., además de numerosas residencias particulares, casas de renta y obras industriales. Realizó importantes obras
en las provincias de San Juan (Escuela Normal de Maestras), Tucumán (Casa de Gobierno), Salta, Entre Ríos y Córdoba
con obras para el Ministerio de Guerra, Santa Fe y por supuesto Mendoza, cuya prolífica obra está íntimamente vincula-
da a la empresa “La Constructora Andina”, en donde trabajó asociado al ingeniero Ludovico Ivanissevich. Ocupó diver-
sos cargos en la administración pública nacional desde su juventud en la Dirección General de Ferrocarriles (Ministerio
de Obras Públicas de la Nación), la Municipalidad de Buenos Aires, el Ministerio de Guerra, el Banco Hipotecario Na-
cional, y ya en sus últimos años de actividad fue Director General de Obras Sanitarias de la Nación.
156
Ingeniero Domingo Selva, “Su ficha personal”, en Las Ciencias, Librería y Casa Editora de A. Guido Buffarini, Buenos
Aires, 1938.
157
Cf. Ingeniero D. Selva, “Su ficha personal”, Ibídem.

346
Nosotros los Arquitectos

obras de ingeniería y arquitectura, y finalmente su pionero desarrollo sobre construc-


ciones sismorresistentes.
Su producción intelectual fue muy importante, tanto en las revistas técnicas co-
mo en las sociedades científicas, los congresos, las asociaciones profesionales, lo cual po-
sibilita disponer de un nutrido corpus de análisis. Cuando Selva escribe lo hace para la
Historia, para el futuro. En sus textos condensa de modo paradigmático el proceso de
constitución de una identidad profesional a comienzos de siglo y más tarde con su Au-
tobiografía realiza una prolija operación de construcción de una “tradición”.158 Es decir,
es posible advertir cómo construye una explicación coherente de su vida profesional, de
una trayectoria exitosa, seleccionando ciertos significados y prácticas del pasado y del
presente, y rechazando o excluyendo otras.
El valor de los textos de Selva se liga a la posibilidad de contar con escritos en los
cuales el autor va estableciendo un conjunto de significaciones en torno de su propia
práctica. No es que Selva haya sido el más importante representante de su profesión, ni
su producción más relevante que la de los otros ingenieros o arquitectos de la época, si-
no que es un practicante de la profesión que puso en discurso aquello que él y los otros
hacían y pensaban respecto al “hacer”.
Uno de sus escritos El Ingeniero (1907), es un texto central para comprender la
función de la ingeniería en el proyecto modernizador y las representaciones imaginarias
asociadas. En primer lugar, es significativo señalar que se trata de una conferencia leí-
da en ocasión del XXXV aniversario de la Sociedad Científica Argentina y publicada en
los Anales de la institución.159
En este texto, Selva da cuenta de su privilegio, en cuanto técnico en el marco de la
constitución de un proyecto civilizatorio en marcha desde el siglo XIX. Los FFCC, los
caminos, la electricidad, la obra civil, la higiene, etc., son algunos de los campos en los
que se señala el aporte imprescindible de la ingeniería al desarrollo y bienestar del país.
Su caracterización de la profesión liga saber científico a saber técnico. La ingeniería, en
cuanto fundada en un conocimiento propio de especialistas, constituye “… la manifes-
tación más compleja de la actividad técnica del hombre”.160 El saber permite no sólo el co-
nocimiento, el develamiento de los secretos de la naturaleza, sino el ejercicio de su do-
minio y su transformación. A la manera de un enorme engranaje de la historia, el
desarrollo del conocimiento científico y técnico se presenta como el proceso inexorable
de avance en la “brillante ruta del progreso”, parafraseando a Selva.
Selva condensa en este trabajo, significaciones imaginarias de la época con rela-
ción a la función de la ingeniería y sus practicantes, a la vez indica el prestigio alcanza-
do por la profesión, que ya puede exhibir una historia y honrar una camada de precur-

158
Raymond Williams define el proceso de la construcción de una tradición sobre “una versión intencionalmente selectiva de un
pasado configurativo y de un presente preconfigurado, que resulta entonces poderosamente operativo dentro del proceso de definición
e identificación cultural y social” (…) “Es una versión del pasado que se pretende conectar con el presente y ratificar. En la prácti-
ca, lo que ofrece la tradición es un sentido de predispuesta continuidad” (…) “…a un nivel más profundo, el sentido hegemó-
nico de la tradición es siempre más activo: un proceso deliberadamente selectivo y conectivo que ofrece una ratificación cultural e his-
tórica de un orden contemporáneo”. Cf. Raymond Williams, Marxismo y Literatura, Península, Barcelona, 1980, p. 137.
159
La conferencia tuvo como escenario el Teatro Politeama, donde se hizo el festejo del aniversario de la institución y fue ti-
tulada “Mi profesión”. El texto, fue publicado bajo el título de “El Ingeniero” en: Anales de la Sociedad Científica Argen-
tina, Buenos Aires, 1907, Tomo LXIV, pp. 263 y ss.
160
Ibídem.

347
Silvia Augusta Cirvini

sores. Las nociones centrales sobre las cuales se organiza esta suerte de apología de la In-
geniería, como el eje troncal y sostén de las transformaciones “positivas” y benéficas del
mundo moderno, son: ciencia-técnica-progreso-civilización. Dentro de este marco con-
tenedor, no interesan tanto los errores y los costos; el progreso, inexorable, se constru-
ye aun sobre el despojo de los técnicos. Sólo sobre la aceptación del mandato de saber
para prever y prever para transformar y dominar la naturaleza, es inteligible la autoper-
cepción del técnico como portador de un saber que lo impulsa y lo sobrepasa, de un sa-
ber cuya verdad revelará finalmente el “juez imparcial de la historia”, proyectado hacia
un futuro siempre pensado como luminoso.
De allí que Selva formule una crítica a los poderes públicos (políticos-gobiernos,
etc.), por la falta de reconocimiento de la labor del ingeniero, por la carencia de legis-
lación y control del ejercicio profesional. Y lo hace desde una posición –la del saber–
que está por sobre los intereses particulares. El ejercicio de esta profesión impone en sus
practicantes la instauración de un modo particular de ser, la vida de los ingenieros no
sólo marcha al compás de la civilización, sino que implica también la modificación de
un particular carácter marcado por el altruismo, el sacrificio y la abnegación. Selva tie-
ne plena conciencia de su papel de fundador, ubica en un lugar privilegiado al técnico
del cual él se erige en representante y portavoz. Todo lo que dice, lo que escribe, lo que
hace, respalda y alimenta esa identidad.
Las marcas estructurales de la trayectoria de Selva, que se articulan con el proce-
so de constitución del campo de la arquitectura, son:
• De doble nacionalidad (italiana y argentina), hijo de inmigrantes, formado en
Ciencias Exactas de la UBA en la última década del siglo XIX.
• Pertenece al grupo fundacional, como Ingeniero Civil que practica la arquitectura.
• Como ingeniero plantea la complementariedad de las profesiones.
• Participa en la fundación de la Escuela y como ingeniero asume la conducción
de las materias técnicas y científicas del primer programa de estudio
• La progresiva autonomización del campo disciplinar de la arquitectura, lo ubi-
ca a veces como adversario. Por ejemplo, con el tema del diploma, termina
abandonando la Sociedad de Arquitectos de la cual era socio.
• Apoya el desarrollo de la Escuela de Arquitectura en sus primeros años hasta su
consolidación.
• A medida que avanza el siglo XX, Selva dirige su labor profesional hacia activi-
dades propias de la ingeniería y aunque no abandona la construcción de edifi-
cios, se dedica a obras dentro del Ejército, empresas estatales como Obras Sa-
nitarias o industriales y de servicios como FFCC, consideradas de tipo
utilitario y deja de producir arquitectura monumental urbana.
• Selva reconoce las especificidades disciplinares pero sostiene sus privilegios de
fundador, de ejercer legítimamente la arquitectura.161
• En lo personal, Selva representa al “self made man”, en una trayectoria exitosa;
es un ejemplo del ascenso social y de la permeabilidad de las fronteras entre cla-

161
Selva se apoya en el reconocimiento que la misma Facultad hace de los títulos, habilitando a los ingenieros civiles a ejercer
como constructores, arquitectos, agrimensores e ingenieros.

348
Nosotros los Arquitectos

ses que hacía posible el programa modernizador argentino y un indicador de la


importancia que tenía la formación universitaria en la reproducción de los sec-
tores dirigentes.

6.2. Alejandro Christophersen 162

Christophersen sintetiza el arquitecto académico ecléctico, extranjero, con una


vasta cultura arquitectónica forjada en Europa. Era también un reconocido pintor. Tie-
ne el perfil del arquitecto artista, sociable, de nutridas relaciones con los más selectos
núcleos de la elite porteña. Conferencista habitual de los Salones de Bellas Artes, cola-
borador asiduo del Diario La Nación, miembro de numerosas asociaciones e institucio-
nes vinculadas a la arquitectura, al arte y la cultura oficial.
Fue promotor de la creación de la Escuela de Arquitectura, Socio fundador de la
Sociedad Central de Arquitectos, y responsable central de su refundación en 1901.
Christophersen fue el primer arquitecto que trazó un esbozo de la historia del
campo, ya que quienes lo hicieron antes que él, como Chanourdie y Selva, eran inge-
nieros y por lo tanto poseían una mirada diferente. Es muy evidente, en este caso, la
voluntad de elaborar una tradición selectiva en el sentido de R. Williams, donde se to-
man algunos elementos del pasado y se omiten otros, cuyo resultado es “entonces pode-
rosamente operativo dentro del proceso de definición e identificación cultural y social”.163
Christophersen tiene, como Selva en el caso de la ingeniería, una clara conciencia
de ser fundador, es más, se adjudica la responsabilidad casi exclusiva de haber sido el
iniciador, promotor, autor, etc., de los hechos más significativos que afectaron a la dis-
ciplina y la profesión. En este sentido construye la matriz base de la historia del cam-
po.164 Establece las fases, etapas, periodizaciones, señala los hitos o momentos clave, que
tuvo el proceso. Asimismo nomina los protagonistas, incluye a unos, excluye a otros,
acentúa la importancia de ciertas posiciones y relativiza o desmerece el impacto de otras
sobre el campo. Establece las genealogías evolutivas de los movimientos y las posicio-

162
CHRISTOPHERSEN, Alejandro (1866-1946): Decano de los arquitectos académicos. Era hijo del cónsul noruego en
Cádiz - España, donde nació en 1866. Medalla de oro de L’Ecole des Beaux Arts de Paris, también estudió en la Acade-
mia Royale des Beaux Arts de Amberes. Llegó con 21 años a la Argentina donde se afincó por el resto de su vida. Funda-
dor de la Escuela de Arquitectura, presidente y miembro activo de la Sociedad Central de Arquitectos, fue un defensor y
promotor de los Concursos de arquitectura y miembro de numerosos jurados. Pintor y escultor reunía todos los atributos
del arquitecto artista. Diseñó más de un centenar de obras, donde a pesar del variado eclecticismo tienen predominio los
estilos franceses. Entre las principales obras pueden señalarse: el Palacio Anchorena (1905), actual Palacio San Martín, se-
de del Ministerio de Relaciones Exteriores, el edificio de la Bolsa de Comercio y la Iglesia Santa Rosa de Lima. Su emble-
mática trayectoria dejó una indeleble marca en la historia del campo disciplinar. Murió en 1946 en Buenos Aires. Cf. “Dic-
cionario Enciclopédico”, en Ramón Gutiérrez (coordinador), Arquitectura latinoamericana en el siglo XX, Cedodal,
Barcelona, 1998, p. 296 / 297. Con respecto a los trabajos específicos sobre Alejandro Christophersen se recomienda:
• ORTIZ, Federico, “Alejandro Christophersen y la cultura arquitectónica de su tiempo”, en Revista de la Sociedad Cen-
tral de Arquitectos, Nº 128, Buenos Aires, 1984.
• CRIPIANI, Alejandro, Alejandro Christophersen: historicismo y la búsqueda de un estilo nuevo, Serie Crítica, Instituto de
Arte Americano (UBA), Buenos Aires, 1993.
• GREMENTIERI, Fabio, “Alejandro Christophersen y el Clasicismo internacional 1900”, en Revista del Consejo Profe-
sional de Arquitectura y Urbanismo, Nº 2, Buenos Aires, 1993.
• GUTIERREZ, Ramón y otros. Sociedad Central de Arquitectos. 100 años de compromiso con el país 1886-1986, SCA,
Buenos Aires, 1993.
163
Cf. Raymond Williams, op.cit., en la nota Nº 158 en este mismo capítulo.
164
Alejandro Christophersen, “Las diversas influencias arquitectónicas en la edificación de Buenos Aires”, en Revista de Ar-
quitectura, Nº 79, julio de 1927, pp. 291 / 298.

349
Silvia Augusta Cirvini

nes y pondera jerárquicamente, califica, en este proceso cada estilo, o vertiente, colo-
cándose siempre en defensa de los “intereses generales” del arte, del gremio, de la so-
ciedad. Cuando elogia, menciona nombres, cuando el discurso es detractor generaliza,
ignora, elude, menciona al pasar, como con el “art nouveau” que en Europa pudo ser,
aun con errores, un “vendaval revolucionario” pero entre nosotros fue sólo un “corto
desvarío”. Christophersen es un caballero, un “gentleman”, un artista, un hombre de
mundo, que aconseja e ironiza en francés,165 que puede batirse a duelo con quien esté
dispuesto a seguir las reglas, a no cometer deslealtades y traiciones. No tiene excesos
ni exabruptos, es siempre conciliador y proclive a reunir posiciones encontradas, bus-
ca siempre construir un discurso hegemónico. En síntesis, es, sin dudas, el más cons-
picuo representante de la corporación entre sus contemporáneos, con un altísimo pres-
tigio apoyado en la acumulación progresiva de capital simbólico a lo largo de 50 años
de carrera.
La trayectoria de Christophersen presenta las siguientes marcas estructurales coin-
cidentes con las del período fundacional del proceso de constitución del campo, a saber:
• Su nacionalidad y formación europeas, con títulos de las instituciones europeas
más prestigiosas.
• Representaba el arquetipo del arquitecto académico, artista, vinculado con los
más acreditados espacios europeos y los más selectos espacios del país.
• Tenía plena conciencia de su papel de fundador y relataba la historia desde la
primera persona, del singular o del plural, pero donde siempre le correspondía
un lugar privilegiado.
• Su predisposición para la obra de difusión y publicidad de la tarea de los arqui-
tectos, la Sociedad de Arquitectos y la Escuela contribuyeron a consolidar al
grupo fundacional, a extender su acción y a ganar prestigio y reconocimiento
en el país y el extranjero.
• Su vida profesional coincidió plenamente con el desarrollo del academicismo /
eclecticismo del cual fue paradigmático representante.
• Políglota, sociable, colaborador de La Nación y conferencista de los mejores sa-
lones porteños, jerarquizó la práctica de la profesión y sintetizó el perfil del ar-
quitecto artista.
• Abre la polémica con la vanguardia moderna, dándole con ello jerarquía de in-
terlocutor a la incipiente posición, a fines de la década del ‘20.
Tanto la trayectoria de Selva como la de Christophersen, así como sus respectivos
discursos, se corresponden con itinerarios fundacionales, de pioneros, de tipo heroico,
altruistas y plenamente burgueses, vinculados al desarrollo de las dos primeras etapas
del campo y dentro del proceso histórico, asociados con la cara más luminosa del pro-
yecto modernizador.

165
El hecho de hacer bromas o mencionar refranes en otro idioma como es en este caso el francés, demuestra, que más allá
del dominio de la lengua, existe una familiaridad que sólo da la lengua materna o una permanencia o contacto prolonga-
do. Christophersen era un ciudadano del mundo: se jactaba de ser noruego, nacido en España y tener “nacionalidad ar-
tística” de Francia.

350
Nosotros los Arquitectos

6.3. Martín Noël 166

Tenía trece años, cuando se creaba la Escuela de Arquitectura en Ciencias Exac-


tas (1901); sin embargo estudió su carrera completa en L’Ecole Spéciale d’Architectu-
re de Paris, graduándose de arquitecto en 1913.
Hijo de inmigrantes españoles, que habían conseguido una posición económica
destacada en Buenos Aires con la industria y el comercio (dulces y chocolates), Mar-
tín Noël tenía reservado un espacio privilegiado en la sociedad porteña. Vuelve al país
a los 25 años, no directamente, sino a través de un prolongado y paulatino viaje por
el altiplano peruano –boliviano, luego el noroeste argentino, Córdoba, y recién Bue-
nos Aires; en un itinerario que asemejaba al que hicieron los colonizadores españoles
cuatro siglos antes. La elite de Buenos Aires lo recibe como a un hijo que regresa a ca-
sa, y le abre las puertas de los más prestigiosos espacios: salones para conferencias, el
diario “La Nación”, la prensa especializada, tanto Arquitectura como Revista de Arqui-
tectura, órganos de la Sociedad de Arquitectos y del Centro de Estudiantes, respecti-
vamente.
Desarrolla dentro del movimiento neocolonial, la línea hispanista 167 y le da difu-
sión a este ideario nacionalista a través de las numerosas publicaciones a lo largo de to-
do período, tanto de libros como de artículos, en diarios y revistas, de conferencias y
hasta emisiones radiales, en Argentina y el exterior (particularmente España).
En su propuesta programática de la “arquitectura nacional”, aparecen ligados es-
trechamente dos aspectos: el diseño de las obras actuales y el reconocimiento de los va-
lores de la arquitectura americana del pasado colonial; la arquitectura y la historia, no
se puede abordar una sin considerar la otra. Hay una fuerte marca del pensamiento
taineano de la teoría del “milieu” y de la noción de carácter, en la posición elaborada
por Noël.168 Es decir, apoya y promueve la búsqueda de un nuevo estilo, ligado a la

166
MARTÍN S. NOËL (1888-1963) Nació en Buenos Aires en 1888, en el seno de una familia de adinerados inmigrantes
españoles. Estudió en París, donde se graduó de arquitecto en 1913. Noël fue uno de los más importantes diseñadores y
difusores de la arquitectura neocolonial, de la cual desarrolló particularmente una vertiente hispanista. También fue pio-
nera su labor como historiógrafo de la arquitectura americana. Su fecunda producción abarca tanto el proyecto y cons-
trucción de obras (cultivando una amplia gama de programas y tipos) la teoría, la historia, el urbanismo, la difusión y la
gestión cultural. Entre sus obras arquitectónicas más importantes figuran: el Palacio Noël, 1922 (actual Museo Fernández
Blanco); la estancia El Acelain, 1924, en Tandil; la casa en el Parque Forestal, 1926, en Santiago de Chile; el Pabellón Ar-
gentino para la Exposición Iberoamericana de Sevilla en 1929; la Embajada Argentina en Lima, 1928, el Teatro Centena-
rio (Potosí Bolivia) y la Casa Radical en Buenos Aires, 1938. Fue diputado nacional, director de la Revista Síntesis y di-
rector de la Academia Nacional de Bellas Artes. Cf. “Diccionario Enciclopédico”, en Ramón Gutiérrez (coordinador),
Arquitectura latinoamericana en el siglo XX, Cedodal, Barcelona, 1998, p. 177. Con respecto a los trabajos específicos so-
bre Martín Noël y su obra véase:
• CACCIATORE, Julio. “Tapa homenaje a Martín Noël”, Revista Summa, nº 198, Buenos Aires, abril de 1984.
• LÓPEZ, Celina. “Martín Noël”, Revista DANA, Nº 19, Resistencia, Argentina, 1985.
• GUTMAN, Margarita, “Noël, ese desconocido”, en Anales del Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas Ma-
rio Buschiazzo, Nº 25, Buenos Aires, 1987, pp. 48 / 58.
• GUTIÉRREZ, R.-GUTMAN, M.-PEREZ ESCOLANO, V., El arquitecto Martín Noël. Su tiempo y su obra, Junta de
Andalucía, Conserjería de Cultura, 1995.
167
Remitimos al desarrollo del debate “Arte y arquitectura nacionales”, en el Capítulo III, sobre Los debates diferenciadores.
168
“El carácter, el contorno particular de una cosa, resulta ser la sustancia distintiva que revela, al propio tiempo, el alma y la for-
ma exterior; lo anímico y lo dinámico que hospedan en cada uno de nosotros”. Cf. Noël citado por Pancho Liernur, “Arquitec-
tura del imperio español o arquitectura criolla? Notas sobre las representaciones neocoloniales de la arquitectura producida
durante la dominación española en América”, en Anales del Instituto de Arte Americano “Mario Buschiazzo”, Nº 27 y 28, FA-
DU, UBA, Buenos Aires, 1992, p. 141. El autor señala que la definición de Noël es casi una paráfrasis de la de Taïne.
351
Silvia Augusta Cirvini

“tradición”, como modo de neutralizar el “cosmopolitismo extranjerizante”, pero el


punto de partida ineludible que considera, gira en torno de las necesidades contempo-
ráneas. Nunca deja de ser académico, es precisamente la búsqueda de rigor académico
la que lo conduce, con el apoyo del marco conceptual mencionado, a convertir defec-
to en mérito: la simplicidad de la arquitectura colonial argentina queda transformada
en “pureza”.
Con relación a las otras posiciones en el campo, Noël:
1. Coincide con Christophersen en el énfasis que pone en la enseñanza de los “clá-
sicos”, como paso ineludible en la formación de los alumnos en la Escuela. Di-
siente con él en la consideración de la arquitectura propia, que para Noël abar-
ca también las producciones del cono sur latinoamericano.
2. Acuerda con Guido, en el planteo ideológico del nacionalismo cultural, que los
acerca a ambos al ideario desarrollado por Ricardo Rojas, y que en lo arquitec-
tónico se traduce en la formulación de una teoría de la fusión y en la oposición
a las categorías europeas para considerar la arquitectura americana. Se distan-
cia de Guido en el camino propuesto y en el sesgo que toman cada uno: Noël
es esencialmente historiógrafo, Guido es eminentemente teórico.
3. Finalmente, recibe la crítica de la vanguardia a través del periódico Martín Fie-
rro, que concentra en él su oposición al neocolonial, al hispanismo y a la ges-
tión municipal de la Intendencia de su hermano Carlos.
Noël fue director de la Revista Síntesis, nacida de la confluencia de un grupo li-
gado al nacionalismo democrático del radicalismo y una corriente hispanista amplia de
los años ‘20. Si bien la publicación comienza a editarse a mediados de 1927, dirigida
por el poeta español Xavier Bóveda, en pocos meses queda bajo la dirección de Martín
Noël, quien había sido desde los inicios, parte de su consejo directivo junto a: Corio-
lano Alberini, Emilio Ravignani, Carlos Ibarguren, J. Rey Pastor, Arturo Capdevila y
Jorge Luis Borges.169 Los propósitos de la publicación fueron así expuestos:
“Aspiramos a resumir a través de nuestras columnas, y en una forma sintética, toda ma-
nifestación artística, intelectual o científica, de los pueblos de habla castellana. Postu-
lamos la existencia de una cultura hispanoamericana y aspiramos a su difusión…” 170
La primera etapa de su obra, hasta la década del ‘30 es sólo en neocolonial. Mar-
garita Gutman señala que precisamente las obras que se apartan de ese código explican
una faceta poco conocida de Noël, que incluso él negó, puesto que jamás habló ni es-
cribió sobre ellas.171
Políticamente, Noël se ubicaba, junto a Rojas y Guido en una posición democrá-
tica del nacionalismo, ligada al radicalismo, alejada de las facciones oligárquicas y au-
toritarias. Noël militaba en el radicalismo antipersonalista desde la década del ‘20,
mientras que Rojas y Guido lo hicieron después de la muerte de Irigoyen. En 1926 fue
designado como representante argentino frente a la Exposición Hispanoamericana de

169
María Silvia Ospital, “Vocación hispanista y tradición política radical. La revista Síntesis 1927-1930”, en Quatrocchi-
Woisson y Girbal Blacha, Cuando opinar es actuar, Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, 1999, p. 131 / 149.
170
Propósitos en el primer ejemplar de la revista, citado por M. S. Ospital, op. cit, p. 137.
171
Entre las obras de arquitectura moderna de Noël figuran su intervención en el equipo del Hospital militar Churruca y la
sede de la Casa Radical. Cf. Margarita Gutman, “Noël, ese desconocido”, en Anales del Instituto de Arte Americano e In-
vestigaciones Estéticas Mario Buschiazzo, Nº 25, Buenos Aires, 1988, pp. 53 / 55.
352
Nosotros los Arquitectos

Sevilla a realizarse en 1929. Realizó en neocolonial el Pabellón Argentino en esta exposi-


ción. Durante esos tres años alternó su residencia en España y Buenos Aires. Con el golpe
del ‘30, la revista Síntesis que dirigía Noël dejó de salir.172
Fue director de la Academia Nacional de Bellas Artes y miembro de número de la
Academia Nacional de la Historia. Mantuvo una estrecha relación con Vicente Lampérez,
académico español, partidario del desarrollo de una “arquitectura nacional” en España, es-
tudioso de los monumentos del pasado y de las teorías y técnicas de su restauración.173
En cuanto a sus vínculos con sus contemporáneos en Buenos Aires: con Emilio Ra-
vignani lo unía la vocación prohispanista, revisionista en lo histórico, radicales en lo polí-
tico. Por Ricardo Rojas, sentía admiración y respeto, la revista Síntesis da cuenta de la di-
fusión de numerosos artículos de quien era Rector de la UBA. También estaban entre sus
vínculos prohispanistas: Arturo Capdevila y Enrique Larreta.
La trayectoria de Noël presenta las siguientes marcas estructurales, articuladas con el
proceso de constitución del campo disciplinar de la arquitectura:
• Su pertenencia social, hijo de inmigrantes prósperos que tenían un fluido contac-
to con España.
• Estudió en las más prestigiosas instituciones europeas, abreviando camino entre
sus contemporáneos.
• Regresa al país por el norte, el altiplano peruano boliviano, otorgando entidad
simbólica a las creaciones estéticas americanas.
• Es un gran difusor de la arquitectura neocolonial para su utilización en las cons-
trucciones contemporáneas, y del conocimiento de las obras del pasado, para pre-
servarlas, conocerlas y aprender de ellas.
• Vinculado políticamente al radicalismo y en el campo intelectual, con el naciona-
lismo cultural, construyó y conservó a lo largo de su trayectoria un altísimo pres-
tigio y un gran reconocimiento por parte de los sectores dirigentes. Tuvo a su dis-
posición los más selectos espacios culturales y artísticos.
• Si bien era académico y “moderno”, su posición netamente historicista lo convir-
tió tanto en rival de Christophersen como de las vanguardias. Respecto de su ubi-
cación en el campo, Noël es definidamente académico ecléctico, con una acentua-
da posición historicista, sobre modelos peninsulares y americanos.
Tanto la trayectoria de Noël como la de Prebisch, se corresponden con estados del
campo constituido, por lo tanto, en primer lugar no desarrollan discursos fundacionales
(ya hay una “tradición”) y en segundo lugar no expresan una vocación hegemónica, sino
que están posicionados, en lo ideológico y en lo disciplinar. Por ello es pertinente estable-
cer, en la medida que esto sea posible, las relaciones y las tensiones que operan entre sus
respectivas posiciones y las otras con las que comparten el espacio disciplinar, así como
también enunciar los vínculos con otros campos intelectuales: Noël con el nacionalismo y
el radicalismo y Prebisch con las vanguardias y los grupos de intelectuales católicos.

172
La revista dejó de salir en octubre de 1930, con el Nº 41, que cerraba diciendo: “Debido a la situación del país, que re-
quiere el sacrificio de todos para la obra de reconstrucción institucional, Síntesis suspende su aparición periódica después
de más de tres años de ininterrumpida labor…”. Cf. M. S. Ospital, op. cit, p. 148.
173
Cf. Ángel Isac. Eclecticismo y pensamiento arquitectónico en España. Discurso, revistas, Congresos, Diputación Provincial de
Granada, 1987, p. 230.

353
Silvia Augusta Cirvini

6.4. Alberto Prebisch 174

Alberto Horacio Prebisch nació en Tucumán en 1899, e ingresaba en la Escuela


de Arquitectura de Ciencias Exactas en un momento de gran expansión de la institu-
ción, luego de la reforma de 1915 con la incorporación de los talleres y consolidado el
habitus académico con la llegada de René Karman como profesor. Tuvo actividad en el
Centro de Estudiantes, del cual fue su presidente en 1920. Participó como estudiante
de los viajes para relevar edificios coloniales del interior del país; la cúpula de la cate-
dral de Córdoba lo movilizó a escribir un artículo en la Revista de Arquitectura, carga-
do de melancolía, donde planteaba la tensión entre las nociones de tradición e innova-
ción.175 Egresaba como arquitecto en 1921 y al año siguiente viajaba a Europa con su
amigo y compañero de estudios, Ernesto Vautier. En esta experiencia, los marcará no-
tablemente el contacto que tienen con Tony Garnier y su propuesta de la Cité Indus-
trielle. Elaboraron en Europa el proyecto de la Ciudad Azucarera en Tucumán, que lue-
go presentaron y publicaron en Buenos Aires, en la Revista de Arquitectura.176 La
reciente y completa obra colectiva, coordinada por Ramón Gutiérrez y Patricia Mén-
dez, editada por el Cedodal en 1999, presenta un detallado recorrido de la trayectoria
de Prebisch.177

174
ALBERTO H. PREBISCH (1899-1970) Nació en Tucumán en 1899 y falleció en Buenos Aires en 1970. A los 22 años
se graduaba de arquitecto en la Escuela de la UBA. Luego viaja a Europa, junto a Ernesto Vautier, donde toman contac-
to con las propuestas de la arquitectura y el urbanismo de vanguardia. En 1924 reciben ambos un premio por el proyec-
to de la “Ciudad Azucarera”, en el Salón de Bellas Artes. En 1925 se integra al consejo directivo de la Revista Martín Fie-
rro, vocero de las nuevas corrientes del arte. En 1926 vuelven a ser premiados con Vautier en un Concurso sobre Viviendas
Obreras en el Barrio de Chacarita. En 1933 viaja becado a los EEUU. En 1936 proyecta el obelisco, monumento conme-
morativo de la primera fundación de la ciudad, que con el tiempo devino en símbolo emblemático de la ciudad. En 1937
realiza el Cine Teatro Gran Rex, sobre calle Corrientes, obra que tuvo una amplia repercusión en el mundo por la calidad
de diseño. Prebisch fue un cultor polémico de la vanguardia pero también un respetuoso custodio de la “tradición”. Su
vasta producción en el país, Uruguay y Paraguay, cubren un período de más de 40 años y más de medio centenar de obras.
Fue miembro de Jurados y de instituciones académicas del país y el extranjero. Entre 1962-1963 fue Intendente de la Ciu-
dad de Buenos Aires y dos veces decano interventor de la Facultad de Arquitectura de la UBA. Cf. “Diccionario Enciclo-
pédico”, en Ramón Gutiérrez (coordinador), Arquitectura latinoamericana en el siglo XX, Cedodal, Barcelona, 1998, p.
392. Con respecto a los trabajos específicos sobre Alberto Prebisch y su obra se recomienda consultar:
• NOVICK, Alicia, “Alberto Prebisch. La vanguardia clásica”, en Cuadernos de Historia, Instituto de Arte Americano e
Investigaciones Estéticas Mario Buschiazzo, Nº 9, Buenos Aires, 1998.
• GUTIERREZ, Ramón y otros. Sociedad Central de Arquitectos. 100 años de compromiso con el país 1886-1986, SCA,
Buenos Aires, 1993.
• AAVV. Alberto Prebisch. Una vanguardia con tradición, Cedodal, Buenos Aires, 1999.
175
Alberto Prebisch, “La Cúpula”, en Revista de Arquitectura, julio de 1920.
176
Remitimos al Capítulo III, en el punto referido al desarrollo de las vanguardias, donde se trata este proyecto.
177
Esta publicación, a la cual remitimos, nos exime de detenernos en caracterizar el particular y significativo itinerario, desa-
rrollado por este arquitecto que atravesó el siglo. Esta obra contiene los siguientes artículos:
• GUTIERREZ, Ramón y otros. “Alberto Prebisch. Una vanguardia con tradición”,
• CACCIATORE, Julio. “La arquitectura de la primera modernidad racionalista en tiempos del arquitecto Prebisch”,
• NOVICK, Alicia: “La Cité azucarera de 1924”
• NICOLINI, Alberto, “Obras de Prebisch en Tucumán y Salta”.
• GUTIÉRREZ, Rodrigo, “Alberto Prebisch y las Artes Plásticas…”.
• MOLINA Y VEDIA, Juan, “Prebisch y el racionalismo posible”
• VIÑUALES, Graciela, “El pensamiento católico y la cultura en la trayectoria de Alberto Prebisch”.
• ORTIZ, Federico, “Un pensamiento sobre Prebisch”
• TARTARINI, Jorge, “El Obelisco”
• AYERZA, Magdalena, “El Obelisco y sus polémicas”
• CARIDE, H.-DE PAULA, A., “Alberto Prebisch, Intendente”,
• BEITÍA, Pablo, “Alberto Prebisch cerca del milenio”.

354
Nosotros los Arquitectos

Prebisch no estaba vinculado al futurismo, como pretendiera encasillarlo Christop-


hersen en 1927,178 tampoco al materialismo histórico como otros integrantes de las van-
guardias (Acosta y Bereterbide). Con motivo de la visita de F.T. Marinetti a Buenos Aires,
Prebisch escribe en Martín Fierro y desestima toda vigencia del manifiesto que años atrás
tanto revuelo había causado entre los intelectuales. Dice Prebisch:
“…pocas palabras salieron de su boca que conmovieran por su imprevista novedad al
oyente entendido. Y es que la ideología marinettiana sabe ya a vino pasado, según el pa-
ladar de los buenos catadores” (…)
“Y es entonces que la fiebre teórica aparece para compensar esta pobreza creativa. El cre-
do artístico de Marinetti tiene todo el sabor de aquella época de exacerbada furia dialéc-
tica. Cualquier teoría encierra, dentro de su propia fuerza el peligro de la degeneración
dogmática, cuando no es sometida, de tiempo en tiempo, a una rigurosa confrontación
con la realidad”. (…)
“El futurismo marinettiano ha sido ampliamente superado”. (…) 179
El periódico Martín Fierro primero y la prensa especializada luego, recogen un aspec-
to significativo del desarrollo de las vanguardias: nuestros modernos estuvieron más cerca de
Loos que de Marinetti.180 Prebisch entiende la noción de tradición en una clave gaudiana,
diferente a la académica o la americanista: “La verdadera tradición –dice– consiste no en imi-
tar la obra de épocas pasadas, sino seguir el mismo proceso creativo que las produjo”. De allí su
oposición a la “arquitectura mentirosa” que, en nombre de la tradición, surge de la aplica-
ción de la “trasnochada utilería” de los estilos del pasado: “Yo confieso modestamente no ha-
ber llegado jamás a entender tales sutilezas. Para mí la arquitectura ha estado siempre al mar-
gen del ornamento. La arquitectura es ante todo un fenómeno de orden funcional” (…) …“era
preciso arrancar la arquitectura de las manos impuras y falsamente rituales de la academia”.181
Sus vínculos en el mundo intelectual no estaban limitados al grupo martinfierrista,
en las artes plásticas figuran también Horacio Butler, Héctor Basaldúa, Curatella Manes,
Alberto Lagos y en el campo literario Atilio Dell’Oro Maini, cuya amistad lo llevó a par-
ticipar con continuidad de las actividades de los intelectuales católicos, en revistas y cur-
sos, y también a través del cual le fue encargado, a mediados de los años ‘30, el monumen-
to a la fundación de la ciudad de Buenos Aires (el obelisco).182
Todos quienes han estudiado la trayectoria y la obra de Prebisch remarcan la ductili-
dad, la destreza y solvencia con que se manejó en ámbitos tan aparentemente distantes. Fue
un polémico vanguardista, pero también reconoció los efectos nefastos de cierta manipu-
lación especulativa de la arquitectura moderna sobre la ciudad histórica,183 o padeció como

178
Remitimos al tratamiento del debate entre Prebisch y Christophersen, en el Capítulo III, en el punto Estado del arte ar-
quitectónico, Otras Posiciones.
179
Alberto Prebisch, “Marinetti en los <Amigos del Arte>” o “Visita de Marinetti a Buenos Aires” en, Martín Fierro, 8 de ju-
lio de 1926, 2da época, Año III, Nº 30-31, pp. 219 / 221 (Edición consultada: Edición facsimilar con Estudio prelimi-
nar de H. Salas, Fondo Nacional de las Artes, Buenos Aires, 1995.
180
Nos referimos a la obra –manifiesto de Adolf Loos “El ornamento es delito” (1910) y el “Manifiesto Futurista” de R. Ma-
riani (1909).
181
Prebisch citado por R. Gutiérrez, “Alberto Prebisch. Una vanguardia con tradición”, en AAVV. Alberto Prebisch. Una van-
guardia con tradición, Cedodal, Buenos Aires, 1999, p. 15.
182
Cf. Graciela, Viñuales, “El pensamiento católico y la cultura en la trayectoria de Alberto Prebisch”, AAVV. Alberto Pre-
bisch. Una vanguardia con tradición, Cedodal, Buenos Aires, 1999, p. 101 y ss.
183
Cf. Ramón Gutiérrez, “Alberto Prebisch. Una vanguardia con tradición”, en Ibídem, p. 29.
355
Silvia Augusta Cirvini

absurda la imposición del neocolonial en Salta.184 Coincidimos con R. Gutiérrez en que la


síntesis alcanzada por Prebisch no es reductible a esquemas rígidos de una “historiografía
compulsivamente simplificante”.
A partir de la mencionada compilación (Cedodal, 1999) y de los textos de Prebisch,
algunos de los cuales ya han sido analizados en otros capítulos de este trabajo, señalaremos
algunas marcas estructurales en su trayectoria, asociadas a la constitución del campo disci-
plinar de la arquitectura, a saber:
• Prebisch era argentino, alumno de la Escuela de Arquitectura, integrante activo
del Centro de Estudiantes en tiempos de la reforma universitaria.
• Realizó el iniciático viaje a Europa, recién egresado, experiencia que le permitió,
por una parte, comprobar la excelente formación académica adquirida en Buenos
Aires, y por otra, despertar el interés en las nuevas estéticas de vanguardia.
• A su regreso al país en 1924 comenzó a desarrollar una pionera difusión de las van-
guardias desde un periódico quincenal de arte y cultura, Martín Fierro, de cuya
conducción participaba. Fue desde entonces un activo difusor de las nuevas estéti-
cas vinculadas al racionalismo y el funcionalismo, pero con una manifiesta ductili-
dad en el diseño y una respetuosa consideración hacia la arquitectura tradicional.
• Alcanzó su madurez, hacia la década del ‘30, dentro del diseño moderno, con
obras de altísima calidad espacial y constructiva como fue el Cine Gran Rex, o con
obras de gran contenido simbólico como el Obelisco de Buenos Aires.
• Estuvo vinculado a distintos grupos de intelectuales de su época, desde el martin-
fierrista hasta los de “Cursos de Cultura Católica”, con una importante participa-
ción editorial.
• Fue dos veces decano interventor de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de
la UBA (en 1955 y 1970)
• Fue Intendente de la Ciudad de Buenos Aires (1962-63)
Su dilatada trayectoria profesional, que atraviesa gran parte del siglo, se articula con
nudos centrales del proceso de constitución del campo: desde la excelente formación aca-
démica de la Escuela hacia 1920, hasta la “moderna” Facultad de los años ‘70, que contri-
buyó a reformular como decano, desde el proyecto realizado como alumno, “Tumba para
un gran general”, del más ajustado academicismo, hasta el Obelisco como síntesis y sím-
bolo de la modernidad.

184
Decía Prebisch “La ciudad de Salta nos somete a un ejemplo de las aberraciones a que puede conducir tal desvarío. Hemos vis-
to allí demoler edificios de auténtica cepa colonial para ser sustituidos desaprensivamente… por otros que constituyen una falsi-
ficación torpe e incomprensiva de lo que es la arquitectura colonial, como expresión viviente de una época y una cultura. Tras
esos anacrónicos telones se esconden por lo común interiores de distribución advenediza, totalmente ajenos a los modos de vivir
de la gente de provincia.” Prebisch citado por R. Gutiérrez, en Ibídem, pp. 30 / 31.

356
CAPÍTULO VI
Epílogo
Nosotros los Arquitectos

A modo de conclusión
Este epílogo pretende ser, en primer lugar, una suerte de llave que cierre provisoria-
mente –como lo es siempre toda respuesta desde lo histórico– el trabajo realizado, una mi-
rada final que contribuya a anudar lo desatado, revisar el itinerario realizado, vincular, en
fin, las partes del recorrido del texto central en una rápida visión integradora. En segundo
lugar, el epílogo debería condensar las claves principales de las respuestas obtenidas a las
preguntas fundamentales que nos planteamos al inicio de la tarea. Buscaremos, sintética-
mente dar respuesta a ambos requerimientos, con la advertencia de que, en el desarrollo de
los temas se han podido concretar conclusiones parciales a las cuales remitimos.
A continuación organizaremos la exposición sobre tres ejes temáticos, a saber: a) Sa-
ber técnico y modernización, b) Campo disciplinar: nomos, illusio, habitus y c) Proceso de
constitución del campo: lo diacrónico.

a) Saber técnico y modernización

El movimiento de progresiva diferenciación de los saberes técnicos que impulsó el de-


sarrollo del proyecto modernizador permite ver en funcionamiento la teoría de los campos,
para el caso del campo disciplinar de la arquitectura. Las luchas por el reconocimiento del
saber técnico ante los poderes públicos, la oposición entre “extranjeros” y “nacionales” y la
disputa por un espacio propio dentro del programa modernizador, fueron los grandes ejes
del proceso de constitución de los campos, que en el siglo XIX transitaron juntos ingenie-
ros y arquitectos.
A fines del siglo XIX, en el marco del proceso modernizador argentino, se define una
lucha por la legitimación de las profesiones técnicas que libran los Ingenieros, como por-
tavoces de los técnicos, ante la importancia y prestigio de otras profesiones liberales. La Ar-
quitectura heredará los resultados de esta primera gran batalla por el reconocimiento de la
cual no participó frontalmente. Hacia fines del XIX, el proceso seguido en diversos espa-
cios disciplinares muestra una progresiva especialización y una búsqueda de especificación
el habitus. Los discursos producidos por los que hemos llamados los “técnicos” estarían
marcados, por una parte, por el sometimiento a las reglas específicas de los saberes disci-
plinares y por la otra por su compleja relación con el poder político. El hecho de proceder
de un espacio separado respecto del poder político produjo dificultades para una efectiva
materialización de obras en la práctica.
El desarrollo de la relación entre saber y política, o dicho en otros términos entre el
discurso técnico y el proyecto modernizador, habría de marcar no sólo la línea divisoria en-
tre lo posible y lo imposible, a la hora de las concreciones de los proyectos, sino que brindó
el marco de contención del crecimiento y expansión disciplinar. Esto es, la Ingeniería nacio-
nal se desarrolló en el siglo XIX en un momento en que el programa político de edificación
de la nueva nación le dio empuje, apoyo e impulso. La Arquitectura, ligada en sus primeros
pasos a la Ingeniería, puede recién fundarse como un campo autónomo a principios del si-
glo XX, a partir de la demanda de consumo de bienes simbólicos y artísticos. Los conflictos
suscitados entre los portadores del saber técnico y los representantes del poder político fue-
ron una constante desde la última década del siglo XIX. El juego de tensiones se verificaba

359
Silvia Augusta Cirvini

en torno de ciertos nudos como el peso y reconocimiento de la opinión de los técnicos en


la toma de grandes decisiones; el poder y la participación de los técnicos en la obra pública;
la transparencia en el sistema de Concursos, la contratación de profesionales, etc.
Son precisamente los técnicos, quienes hacen posible revisar los alcances del proyec-
to modernizador, quienes muestran a la clase política los límites de los problemas que la
realidad presenta, así como el camino de las posibles soluciones.
Esto es, a principios del siglo XX una matriz de discursos técnicos de distinta proce-
dencia, permite revisar el diagnóstico del país, que había comenzado a mostrar sus conflic-
tos, un país en el cual el proyecto político cultural había sido estructurado sobre los ejes
axiológicos de las categorías de “Civilización y Barbarie” y construido materialmente sobre
el lema positivista de “Orden y progreso”. Selva, y sus contemporáneos: Bialet Massé, Mu-
ratgia, Súnico,1 coinciden en el diagnóstico de una situación más conflictiva que la que ha-
bían visto los intelectuales del siglo XIX. Era el país real, el que pudo conformarse con los
límites impuestos por el proyecto modernizador. Todos estos técnicos contribuyen al desa-
rrollo de la ingeniería social, superadora de la mirada higienista. Hay un cambio en la for-
ma articulatoria de la ideología de estos intelectuales, que son positivistas pero que se han
desplazado de la metáfora organicista, hacia la metáfora del engranaje, de la máquina. Si
para el higienismo el problema era la enfermedad y el objetivo era la salud, la solución era
curar (lo cual comprendía desde prevenir hasta “vigilar y castigar”) para la ingeniería social
el problema está en la ineficacia, en los desajustes de la maquinaria social, que llevan al con-
flicto. El objetivo estará orientado a alcanzar la mayor eficacia, para llegar, por vía de la re-
forma, a la armonía social, y la solución será entonces racionalizar (ordenar, distribuir). Fi-
nalmente, las soluciones técnicas que se produjeron en relación con distintos campos del
saber, y sus efectos sobre lo social no fueron homogéneos ni sincrónicos. La cobertura y efi-
cacia del programa educativo planteado a principios del siglo XX (ley Láinez, reformas de
Ramos Mejía), como continuación y modificación del proyecto sarmientino, no tiene co-
rrelato con el retraso de ciertas soluciones técnicas al problema de la vivienda obrera, o de
las obras de salubridad en los principales centros urbanos. Es decir, la imposibilidad de
concretar las políticas diseñadas sobre la base de propuestas técnicamente inobjetables con-
duce a los propios portadores de ese saber a advertir los límites entre saber y política.
En el desarrollo del trabajo el tema de la relación entre el saber técnico y proyecto
modernizador ha sido tratado en el Capítulo I: Modernidad y saber técnico, en el Capítu-
lo III: Debates diferenciadores (particularmente en el debate Ingenieros/ Arquitectos y Ar-
quitectura nacional) y en el Capítulo IV: Prácticas diferenciadoras, en los puntos referidos
a la práctica profesional desde la administración pública y los Concursos de Arquitectura.

b) Campo disciplinar: nomos, illusio, habitus

El “nomos” fundacional del campo disciplinar y profesional de la arquitectura está


vinculado al desarrollo del eclecticismo y a un “habitus” que articula el arte a la búsqueda
de satisfacción de las necesidades de un mundo moderno en un acelerado proceso de cam-

1
Bialet Massé, realiza su conocido Informe sobre las condiciones de vida de la clase obrera en todo el país, Selva, como se
ha visto, estudia a fondo el problema de la vivienda obrera, Muratgia programa el sistema penitenciario nacional, y Súni-
co realiza un pormenorizado diagnóstico de las construcciones y el sistema escolar en todo el territorio nacional.
360
Nosotros los Arquitectos

bio. Esta ley fundamental podría enunciarse así: “La arquitectura es un arte que requiere
del manejo de la técnica y del conocimiento científico para resolver los proyectos y cons-
truir las obras acordes a las necesidades y requerimientos del mundo actual”, y como coro-
lario “El arquitecto es un artista, y también un técnico”.
En cuanto nomos, esta ley opera como el principio de visión y de división que orga-
niza las prácticas y la enseñanza de la arquitectura, diferencia a los arquitectos de los inge-
nieros, estructura el “habitus”, centrado en la concepción académica de la arquitectura co-
mo una de las bellas artes. De allí que toda transformación estructural, ya sea del nomos o
de la illusio, vuelva a poner en circulación los debates fundacionales, remita al tratamien-
to de ciertos puntos nodales dentro del campo, lleve a reactualizar las primeras preguntas
vinculadas a la identidad del grupo, en el campo social y en lo profesional, como intelec-
tuales y como técnicos, en lo simbólico y en lo material.
La Sociedad Central de Arquitectos y el Centro de Estudiantes de Arquitectura fue-
ron, en tanto organizaciones corporativas, los ámbitos institucionales desde donde se con-
centraron, articularon, administraron las diferencias referentes de la identidad grupal en la
modelación del habitus. Entre ambas instituciones, portavoces de los dos sectores más ac-
tivos de la corporación, podían articular y concentrar la acción decisoria del campo, abar-
cando la vida profesional (ejercicio liberal y en la función de la administración pública), la
Escuela, el gremio, los arquitectos “mayores”, los jóvenes, los alumnos, los profesores, etc.
Los fundadores del campo acentuarán la faceta artística: el habitus académico está es-
tructurado sobre la formación artística cuyo pilar central es el dibujo, que sólo se alcanza
por el trabajo continuo y el talento creativo innato del arquitecto. De allí la importancia
de la formación artística en la currícula del Arquitecto. Christophersen señala cómo opera
el habitus en la tarea del diseño, al decir: “El arte empieza cuando se olvida la parte oficio
que a fuerza de saberlo parece haberse olvidado”.
El habitus académico hizo crisis como efecto de una serie de factores concurrentes
mucho antes de que las vanguardias hicieran visibles sus problemas y anacronismos. Las
posibilidades de modificación estuvieron vinculadas no sólo a la crítica interna que los
practicantes podían ejercer desde distintas posiciones, sino a las condiciones del campo. La
enseñanza universitaria fue el primer foco de las críticas al academicismo que prevaleció co-
mo posición dominante durante décadas y sin embargo el último de los ámbitos donde lle-
garon las transformaciones del habitus. Es decir: la “illusio” del campo disciplinar de la ar-
quitectura, forjada en tiempos fundacionales sobre un habitus académico, pudo ser
modificada solamente cuando un conjunto de practicantes, importante en cuanto a su
magnitud, reconocimiento y legitimidad social lo habían dotado de estabilidad.
Los desarrollos de los temas-debates (fundacionales o centrales) contribuyeron a la
modelación y diferenciación del habitus, alimentaron la illusio y especificaron la lógica
propia y autónoma del campo. Remitimos para el tratamiento detallado de los mismos al
Capítulo III: Los debates… Los principales aspectos se sintetizan a continuación:

• Acerca de los debates

Los debates desarrollados a lo largo del período constituyen una urdimbre de temas
de interés que circulan dentro de la corporación, en cuyo desarrollo o tratamiento se en-

361
Silvia Augusta Cirvini

trelazan y vinculan, se apoyan y alimentan recíprocamente en pos de un objetivo: la con-


solidación del habitus y del campo disciplinar de la Arquitectura
En el desarrollo del Capítulo III hemos analizado cómo estos debates diferenciadores
articularon y organizaron un campo de interés propio, y constituyen los ejes por los que
pasa el proceso de diferenciación o de autonomización del campo disciplinar, particular-
mente en su etapa fundacional. Tanto los debates como las prácticas diferenciadoras des-
piertan el interés de quienes forman parte del campo y tienen la función de constatar, co-
rroborar o alimentar la “illusio”.
En los debates, particularmente en la etapa fundacional, la relación de tensión entre
el “nosotros” y los “otros” se organiza en torno de tres objetivos principales: a) convencer a
los paradestinatarios (clientes, políticos, autoridades), b) expulsar a los adversarios (intru-
sos sin formación artística) y c) educar al público en general. De esta manera, la relación
entre el “nosotros” y los demás actores del campo social oscilará desde la acción persuasiva
hasta la pedagógica, desde la cooperación y la complementación hasta la confrontación
abierta, desde la apelación a los “intereses generales” de la sociedad hasta la defensa corpo-
rativa de los derechos profesionales.
Hubo debates que adquirieron una ubicación privilegiada en la etapa fundacional,
como Ingenieros y Arquitectos, Arte y Ciencia y la Enseñanza de la Arquitectura, porque cons-
tituyeron el marco de desarrollo del habitus diferenciado de los arquitectos. Otros debates
como: Vivienda obrera, Arquitectura nacional adquirieron trascendencia entre los arquitec-
tos recién cuando el campo estuvo constituido y era posible entonces la aparición de dife-
rentes posiciones con relación a un tema.
El debate Ingenieros y Arquitectos pierde fuerza en la década del ‘20, cuando ya había
cumplido su función diferenciadora y aglutinadora en un “nosotros” para los arquitectos.
Este fue uno de los debates más importantes de la etapa fundacional, momento en el cual
resolver el proceso de diferenciación entre los habitus de ambas profesiones era un objeti-
vo central. El desarrollo de este tema marcó la relación con la Ingeniería, de cuya tutela no
podrá la Arquitectura desprenderse hasta la creación de la Facultad en 1948.
Este debate, como el de la enseñanza de la arquitectura, está vinculado con un tema
crucial: el diploma como regla de admisión y el reconocimiento, legitimidad y validez de
los títulos. En la propuesta de tiempos fundacionales, el control de la legitimidad de las
prácticas quedaba en manos de la corporación, donde la Sociedad de Arquitectos jugaba
un papel decisivo al estrechar filas y garantizar sólo la admisión de “iguales”, no por la po-
sesión de un título sino por el reconocimiento de la idoneidad. En el tema de la Enseñan-
za de la Arquitectura, pudimos advertir que el núcleo de la transmisión del habitus se or-
ganizaba, por una parte, en torno de los estudios sistemáticos en la Escuela de Arquitectura
y por la otra, en otros circuitos con prácticas más libres pero no por ello menos pautadas.
En síntesis, el tema de la enseñanza entre nosotros está articulado con los debates vincula-
dos al momento fundacional del campo, hay coincidencia entre fundar el campo y fundar
la Escuela, ámbito específico de la diferenciación de habitus y prácticas respecto de los in-
genieros por una parte, y ámbito de reproducción de los practicantes de la Arquitectura.

362
Nosotros los Arquitectos

• El debate sobre la “Arquitectura nacional”

El debate por la arquitectura nacional se inscribe en el proceso de modernización, a


la vez que está profundamente ligado a las polémicas existentes en el campo literario, los
movimientos estudiantiles y las artes plásticas a propósito de ambos Centenarios (1910 y
1916). Es en este período cuando el debate cumple una importante función aglutinadora
de la identidad de los arquitectos, colaborando en la consolidación del incipiente campo
disciplinar. El debate sobre la “arquitectura nacional” contribuyó a alimentar la base ecléc-
tica, a fortalecer el habitus del arquitecto, diferenciándolo definitivamente de la ingeniería.
Es decir, amplió el horizonte ecléctico incorporando el arte y la arquitectura americanas al
repertorio disponible en el diseño de obras. El desarrollo continental del movimiento, así
como la vinculación con otras disciplinas: la Historia, la Arqueología, las artes aplicadas,
tuvo como efectos a mediano plazo la incorporación a la cultura universal del arte ameri-
cano, el desarrollo de la historiografía arquitectónica y acciones de salvaguarda del patri-
monio monumental americano.

• El debate sobre “La vivienda popular”

A principios del siglo XX, este tema es asumido por la naciente corporación de inge-
nieros-arquitectos, que apuntan a desarrollar soluciones superadoras del problema desde
una perspectiva más integral que la del higienismo de fines del XIX. Advierten por una par-
te, la importancia de esta “variable” dentro de la cuestión social y por otra, cómo el pro-
blema de la vivienda obrera está directamente articulado con el uso y función de las ciuda-
des, con lo cual, vivienda se liga a urbanismo, planeamiento de las ciudades, emergente
campo de conocimiento también en creciente desarrollo. En tiempos fundacionales, el tra-
tamiento del tema registra los vaivenes de la diferenciación respecto de la ingeniería. Se tra-
ta además de un tema lateral para los académicos, subordinado a otras preocupaciones cen-
trales. Sin embargo, es durante la primera década del siglo que se estructuran, dentro de la
corporación, los ejes sobre los cuales se desarrollarían las discusiones de allí en adelante. En
una segunda etapa, (1925-1945) el asunto estuvo ligado a las posiciones sostenidas por las
vanguardias modernas en confrontación con la arquitectura tradicional que hegemonizaba
el campo. Pero es sólo en la tercera etapa (1945-1955) cuando se produjo un salto cualita-
tivo notable a partir de una enérgica acción desde el Estado. El tratamiento detallado de
este debate (Capítulo III) permite analizar la situación del campo disciplinar en las distin-
tas etapas y los movimientos de las posiciones con relación al tema, la conducta corporati-
va, la función profesional desde el Estado, etc.

c) Proceso de constitución del campo: lo diacrónico.

Las prácticas diferenciadoras constituyen un punto de partida y de llegada en la mo-


delación del habitus: un punto de partida en la medida que “hacer algo diferente”, no só-
lo “diferencia”, sino que estructura una forma de ver la realidad; un punto de llegada en la
medida en que el habitus (como principio de visión y de división) promueve prácticas re-
gulares en los agentes del campo.

363
Silvia Augusta Cirvini

En el Cap. IV analizamos: las prácticas asociadas al ejercicio liberal de la profesión,


las realizadas en el ámbito de la administración pública, y la práctica de los Concursos. La
atención puesta en el análisis de los Concursos se debe a su función como “práctica dife-
renciadora” particularmente activa en la etapa fundacional del campo. Los Congresos en
cambio fueron una referencia permanente que marcaba el horizonte utópico de distintos
temas centrales en la disciplina, por cuanto focalizando la crítica y esbozando la proyecti-
va, se anticipaban a la realidad de la producción arquitectónica y urbanística alcanzada en
cada período. Por ello, más que una práctica diferenciadora, los Congresos operaron en el
campo disciplinar como una práctica organizadora de la “illusio” marcando un nivel de-
seable, un horizonte utópico, una serie de metas por alcanzar en el desarrollo disciplinar.

• Profesión liberal versus relación de dependencia

El ejercicio liberal de la profesión era el eje medular de la vida laboral de los arqui-
tectos y el estudio era el ámbito “natural” de desarrollo de las tareas. Como regla básica
queda estipulado que la profesión de arquitecto es “una profesión liberal y no comercial” y
debe ser remunerada mediante honorarios por parte de su cliente, no pudiendo recibir nin-
gún tipo de emolumentos por parte de empresarios, proveedores, etc. El predominio y la
valorización dentro del campo de la práctica liberal de la profesión anudan con otros te-
mas como el cobro de honorarios, la regulación de deberes y derechos profesionales, la pro-
piedad artística sobre la obra, la definición del papel del arquitecto en las relaciones con
otros actores, etc.
Asimismo la limitación del ingreso a la Sociedad de Arquitectos, sólo a los “arquitec-
tos patrones”, señala con claridad ciertos caracteres del período más emblemático de la eta-
pa fundacional donde era necesario pautar fuertemente el “nomos” del campo, imponien-
do la condición de “profesión liberal”, con un ejercicio independiente centrado en la tarea
de diseñar y dirigir las propias obras. La incorporación progresiva de los egresados de la Es-
cuela y el crecimiento del aparato técnico burocrático del Estado obligó a revisar los crite-
rios de la admisión en relación con la modalidad de inserción laboral.
El proceso modernizador dentro del Estado promoverá, en las distintas jurisdiccio-
nes de la administración pública, la formación de una burocracia técnica cada vez más
compleja y eficiente para planificar y ejecutar obras en todo el territorio nacional. Sin em-
bargo desde el gremio de los arquitectos se sostiene, durante todo el período una perma-
nente defensa del sistema de Concursos frente al crecimiento de las oficinas públicas de ar-
quitectura, que según esta posición deben ocuparse sólo de la ejecución y el
mantenimiento de los edificios públicos y no de los proyectos y construcción de obras. Co-
mo puede advertirse, la corporación sostiene una posición opuesta a la tendencia de buro-
cratización progresiva de la arquitectura pública, que ya en la década del ‘20 aparece como
un destino inexorable

• Concursos de arquitectura

Los Concursos de Arquitectura permitieron crear un espacio entre la Ingeniería y las


Bellas Artes donde era posible considerar la especificidad de lo arquitectónico, contribu-

364
Nosotros los Arquitectos

yendo con ello a la diferenciación. La corporación obtenía de este modo un punto de apo-
yo y articulación para enfrentar la función de “educar al público”, en materia artística. Es
importante destacar que el procedimiento de los Concursos pondrá en marcha mecanis-
mos de acción típicamente modernos con relación al campo social (la igualdad de condi-
ciones y el carácter público de las convocatorias) y al campo disciplinar, que en adelante
debe regular y pautar prácticas que hasta ese momento estaban orientadas por criterios in-
dividuales.
La crisis del sistema de Concursos hacia fines del período de estudio, alude precisa-
mente a la importancia que este procedimiento tuvo en el proceso de constitución del cam-
po: una práctica nacida en el momento fundacional y ligada al tratamiento del doble con-
flicto con los adversarios y “advenedizos” hacia dentro del campo y con el poder político
hacia afuera. En 1940 el conflicto profesional y el Estado se han transformado: la tensión
no es contra otros técnicos por la delimitación, sino que se da en un campo constituido
que ha alcanzado gran autonomía, como lucha entre las posiciones que disputan la supre-
macía.

• El momento fundacional del campo

El período trascurrido entre 1901 y 1910 corresponde a la que hemos denomina-


do “etapa fundacional” del campo disciplinar de la Arquitectura, donde el núcleo inicial,
que mantiene algunos de los precursores del siglo anterior se amplía y consolida con una
identidad y estabilidad propias de un grupo diferenciado. Ingenieros y arquitectos dife-
rencian paulatinamente sus prácticas, sobre un habitus cada vez más específico, con una
enseñanza universitaria también progresivamente independiente para cada carrera. Se de-
bate y establece, en esta etapa, lo que denominamos el “nomos” fundacional, o ley fun-
damental del campo.
Los arquitectos exitosos de esta etapa fundacional son en su mayoría extranjeros o ar-
gentinos que han estudiado en Europa, están integrados a la elite dirigente, se sienten par-
te de lo mejor de la sociedad y su privilegio procede de su pertenencia al culto y civilizado
mundo europeo. En general, todos los miembros del grupo académico fundacional poseen
una distinción no otorgada por la cuna ni el dinero. La pertenencia al campo artístico es
el salvoconducto que bendice la entrada de un arquitecto a los más refinados espacios de
Buenos Aires, la ciudad más cosmopolita de Sudamérica. La prensa especializada da cuen-
ta de este sentimiento de superioridad intelectual por parte de los practicantes del campo,
de esta aspiración al reconocimiento social máximo, aunque por lo general llevaran una vi-
da material austera.
En los últimos años de su vida Christophersen narra una serie de acontecimientos,
recogiendo los principales hitos en el proceso de constitución del campo: la fundación de
la Sociedad, los primeros intentos de organización gremial, cómo sortearon las crisis, la
creación de la Escuela de Arquitectura que hizo posible en pocos años formar arquitectos
en el país, la modificación de la cultura artística por la acción benéfica del gremio. Chris-
tophersen fue el portavoz del núcleo fundacional y logró articular, en su propia trayecto-
ria, los tres ámbitos básicos en la constitución del campo: el estudio como lugar de desa-
rrollo de la profesión liberal donde se modela el habitus, la Sociedad de Arquitectos, donde

365
Silvia Augusta Cirvini

se regula y legitima la práctica profesional y la Escuela de Arquitectura, donde se inculca


la formación que reproduce el habitus. Apeló a una alianza que resultó altamente efectiva
para alcanzar fuerza y consenso para la fundación, como acto primero e ineludible de di-
ferenciación. Esta se apoyó en un grupo mínimo que se vinculaba con los precursores, apo-
yados por los principales practicantes extranjeros y por unos pocos ingenieros civiles. Esta
alianza es personal y no genérica, lo cual le permitió a la Sociedad de Arquitectos, que re-
tenía el monopolio de la legitimidad y la consagración, estrechar filas en poco tiempo y de-
jar progresivamente fuera del núcleo legitimado y reconocido, a los nuevos “advenedizos”:
los ingenieros civiles que seguían egresando y los nuevos profesionales extranjeros que con-
tinuaban llegando.

• El eclecticismo, mucho más que una posición

El eclecticismo, en Argentina, estructuró las prácticas en la etapa fundacional del


campo, a tal punto arraigó dentro del habitus profesional que afectó todas las tendencias
y estilos, tanto en la producción más culta y refinada de las elites, como en las heterodo-
xas versiones populares de las clases medias. Tanto para los modernismos del siglo XX co-
mo para todos los historicismos registrados desde el XIX, podemos corroborar el predo-
minio de la actitud ecléctica o proyectación ecléctica, como organizadora de las prácticas
de los arquitectos, el eje estructurante del habitus profesional (como modus operandis), y
el principio orientador de la mirada para los integrantes del campo arquitectónico.
El eclecticismo en Argentina tuvo numerosas tendencias y vertientes, académicas e
historicistas pero también antiacadémicas y hasta modernistas. Es cierto también que no
todo eclecticismo gozó del mismo prestigio; que algunas tendencias tuvieron una posi-
ción central, fueron valoradas y destinadas para la arquitectura pública o la más impor-
tante arquitectura privada de las elites, mientras que otras, como el arte nuevo, alcanza-
ron una difusión restringida a ciertos grupos sociales o a la arquitectura recreativa o
pasajera de los pabellones de las Exposiciones. Es claro que no hubo un eclecticismo si-
no muchos; todos con una base común: el hecho de ser una posición cargada de tensio-
nes y contradicciones, como ha sido tratada en la historiografía más reciente. Pero tam-
bién, desde nuestro enfoque, es productivo considerar el eclecticismo como una actitud
frente al diseño, un procedimiento de composición arquitectónica fuertemente enraiza-
do en el habitus profesional y en la demanda de los comitentes, que tuvo una prolonga-
da permanencia durante todo el período de estudio. El eclecticismo como método de
transición había legitimado la recuperación de “todos los estilos” del pasado, pero no la
copia, que debía quedar limitada a ser una guía auxiliar en la labor del arquitecto y la pri-
mera fase del aprendizaje en el conocimiento de los géneros históricos; conocer para
aprender del pasado pero no para copiar, era la regla que se buscaba imponer, en particu-
lar a través de las revistas técnicas.
Entre 1880 y 1910 –tanto en Europa como en el Plata– era frecuente la equivalen-
cia entre Eclecticismo y Cosmopolitismo, tanto que la prensa arquitectónica, adjudicaba
a la misma una acepción positiva, según la cual la arquitectura es el fiel reflejo de una so-
ciedad heterogénea, con toda la complejidad y riqueza que esto supone y una negativa
donde lo artístico de la arquitectura aparece como el resultado más nefasto del mercanti-

366
Nosotros los Arquitectos

lismo desplegado en las ciudades, asociado al caos, la confusión y la proliferación del “mal
gusto”. Es decir, esta doble cara del Eclecticismo, necesario y criticado, defendido y vili-
pendiado, aparecerá durante todo el período, mostrará al mismo tiempo el peso y la fuer-
za que tuvo como posición dominante y central, pero también las debilidades y fisuras in-
ternas que manifestó aun desde los inicios.

• Otras etapas en la constitución del campo

La consolidación del campo disciplinar define una etapa que se desarrolla entre
1910 y 1930, año clave que marca cambios notables en el país, en lo político, lo social y
lo económico, cambios que señalarán el tránsito de un estado liberal conservador a un es-
tado intervencionista, antecesor del estado benefactor. Los concursos de este período fa-
vorecieron la consolidación del gremio y el auge económico estimuló la construcción y
permitió atraer profesionales extranjeros y desarrollar una serie de industrias subsidiarias,
de importaciones de materiales, etc. Podemos afirmar que hubo, en estos años, un impor-
tante fortalecimiento institucional del gremio, a través de la acción de la Sociedad de Ar-
quitectos, la Escuela, la actividad profesional liberal y en la notable difusión que alcanzan
los temas arquitectónicos, tanto por la prensa, común y especializada como por la reali-
zación de Congresos, Exposiciones, Salones artísticos, etc.
El Centro de Estudiantes de Arquitectura, fundado al comenzar esta etapa, adqui-
rió una importancia creciente hasta principios de la década del ‘20 y tuvo un papel cen-
tral en la prensa arquitectónica a través de la cual contribuyó a modelar y forjar la “illu-
sio” del campo. La Sociedad Central consolidada y reconocida en el país y el continente,
amplía notablemente el número de miembros, como consecuencia de la flexibilización
de los mecanismos de ingreso, la apertura hacia los estudiantes y la cooptación de gru-
pos disidentes. El fin de la década del ‘20 es un punto de inflexión y de contrastes, de
aparentes contradicciones. Simultáneamente a la naturalización del habitus académico
con la puesta en vigencia de la reforma al plan de estudios en 1929, Le Corbusier visita
Buenos Aires.
Entre 1930 y 1948 se desarrolla la etapa que denominamos de “expansión y crisis”.
Corresponde a un campo consolidado, con una historia propia: una “guardia vieja”, que
actúa de respaldo de la legitimidad del grupo. El gremio de los arquitectos es reconocido
socialmente, los agentes que tienen conciencia de su participación activa en la concreción
de la cara material de la modernización, ahora disputan el control del campo desde posi-
ciones diferentes planteando distintos caminos para superar las dificultades crecientes (dé-
ficit habitacional, problemas urbanos, concursos, reglamentación profesional y de la cons-
trucción). Si bien la tradición ecléctico-académica mantiene el dominio del campo, las
vanguardias del Movimiento Moderno consiguen consolidar posiciones entre los más jó-
venes y en algunas publicaciones. Durante el período se cuestiona el habitus académico y
se diversifica el espectro ocupacional, incorporando –y disputando a los agrónomos– el
campo del paisajismo y el urbanismo. Queda atrás el arquitecto artista que trabaja sólo
para una elite dentro de la elite y comienzan a aparecer nuevas preocupaciones en torno
de la vida urbana de una sociedad de masas.

367
Silvia Augusta Cirvini

La creación de la Facultad de Arquitectura en la UBA en 1948, sobre la base de la


Escuela existente indica claramente una bisagra de un antes y un después en la situación
del campo disciplinar, en lo referente a la reproducción del “habitus” profesional a partir
de la enseñanza. En el marco de la lucha por las posiciones al interior del campo, el he-
cho puede ser considerado un logro del Movimiento Moderno en la puja por desplazar
definitivamente al Academicismo de la formación universitaria. Este giro en la enseñanza
habría de alcanzar a las otras Escuelas-Facultades (Tucumán-Córdoba-Santa Fe) que exis-
tían desde la tercera década del siglo y es la base de las nuevas que se crean a partir de una
segunda camada moderna, en San Juan y en Mendoza.
El campo disciplinar en esta etapa gana extensión y complejidad, incluye a más prac-
ticantes, abarca nuevos espacios como el urbanismo, la vivienda popular, la conservación
de monumentos, admite más posiciones, logra alcanzar la reglamentación de la arquitec-
tura y profesiones vinculadas, pero también se hacen notorios nuevos conflictos. La cohe-
sión del campo no es la misma que hasta fines de la década del ‘20, hay un cuestionamien-
to del habitus académico que socava el papel aglutinante de la “tradición disciplinar”; el
nomos y la illusio fundacionales dejan de mostrarse eficaces a la hora de mantener la uni-
dad, el “espíritu de cuerpo”, principalmente entre las nuevas camadas. Hay una revisión y
cuestionamiento de la ley fundamental (nomos), la cual vuelve a ponerse en discusión,
queda ambigua, en suspenso, hasta fines de la década del ‘50, principios de los ‘60, cuan-
do precipitan las significaciones derivadas del ideario moderno, que alcanza su maduración
y hegemonía, ofreciendo una nueva interpretación de lo que es y debe ser la arquitectura
y la función de los arquitectos en la sociedad.

Mendoza, julio de 2003.

368
CAPÍTULO VII
Apéndice
Nosotros los Arquitectos

1. Síntesis biográfica de arquitectos y profesionales del período *

ABERG, Enrique. Sueco, arquitecto, graduado de la Academia Real de Bellas Artes de Estocolmo, revalida su
título en el país en 1879. Entre sus obras se destacan la Capitanía General del Puerto (1874-76), la Iglesia de
Domselaar en San Vicente, Buenos Aires entre 1874 y 1876, la Aduana de Rosario en 1876, oficinas de go-
bierno que luego se integran a la actual Casa Rosada en 1882, en 1876 la Escuela de Agronomía de Mendoza,
en 1887 el Museo de La Plata. En colaboración con el arquitecto Haynemann realizó la restauración de la Ca-
tedral Anglicana de Buenos Aires. Actuó en el Departamento de Ingenieros Civiles entre 1874 y 1883.
ACOSTA, Wladimiro (1900-1967). Nació en Odessa, Ucrania, Rusia, en 1900. Se laureó de arquitecto en
Roma en 1922 y realizó estudios de perfeccionamiento en urbanismo y tecnología del hormigón armado en
Alemania entre 1922 y 1927. En 1928 llega a Buenos Aires y se vincula con la vanguardia moderna que apo-
ya la difusión del racionalismo en la prensa arquitectónica, en particular la revista “Nuestra Arquitectura”. In-
tegró el grupo de los CIAM en Argentina, después de la visita de Le Corbusier a Buenos Aires en 1929. Tra-
bajó en Brasil y tuvo a su cargo en los años 30 y 40 un instituto de enseñanza de estudios arquitectónicos en
Buenos Aires donde canalizaba su profunda vocación docente. Escasa obra construida y enorme producción
teórica. Se radicó entre 1954 y 1957 en los EEUU donde dictaba cursos y conferencias en distintas universi-
dades. Desde 1957 y hasta su fallecimiento en 1967 se desempeñó como profesor titular de un taller vertical
de diseño en la Facultad de Arquitectura, dedicándose de pleno a la tarea docente, a través de la cual buscaba
la vinculación entre arquitectura, urbanismo y sociedad.
AGOTE, Carlos (1866-1950). Nació en Buenos Aires en 1866 y era arquitecto, graduado en la Escuela de
Artes y Manufacturas de París. Realizó numerosas obras en diferentes ciudades del país, ya sea individualmen-
te o en sociedad con Alberto de Gainza, con quien compartía un estudio en Buenos Aires. Dentro de su vasta
producción se destacan los edificios bancarios. En 1905, construyó la Casa Central del Banco Español del Río
de la Plata (Reconquista y Cangallo, Bs. As.) y varias sucursales del mismo banco en el interior del país, entre
ellas la de Mendoza. También realizó el proyecto para el monumental edificio del Banco de la Provincia de
Mendoza que se construyó entre 1914 y 1918, toda una innovación tecnológica en el uso del hormigón arma-
do de grandes estructuras (cúpula de 30m de luz). Son también obras suyas el Club del Progreso (Bs. As.), los
edificios del diario “La Prensa” en Buenos Aires, en Mar del Plaza fue el autor de la célebre Rambla Nueva,
también demolida y del enorme edificio del Club Mar del Plata, que se incendió totalmente en 1961, el Pala-
cio de Invierno de Empedrado (Corrientes), un Hotel en Córdoba y numerosas residencias particulares. Tam-
bién con Gainza intervino el actual Círculo Militar, en su momento la residencia de Ezequiel Paz y su familia.
En Córdoba se levantó sobre la base de sus planos el llamado palacio Ferreira, ya desaparecido. En toda su pro-
ducción se evidencia su formación en el clasicismo francés. Este porteño formado en París fue un representan-
te emblemático de la tendencia llamada “Beaux Arts” en la que se combinaban todos los estilos clásicos, uni-
dos y reformulados al gusto ecléctico de la época.
AGRELO, Emilio (1856-1933). Arquitecto, realizó el Edificio Le Bon Marché, actual Galerías Pacífico, en
colaboración con Raúl Levacher y el edificio de Viamonte 444, sede actual de la Universidad de Buenos Aires.
Interviene como director de obras en el Jockey Club de Buenos Aires, sobre proyecto del arquitecto M. A. Tur-
ner. Colaborador asiduo de las revistas de arquitectura y miembro activo de la Sociedad de Arquitectos.
ALOISI, Gino (1864-1924). Italiano, de Pesaro. Estudió en el Instituto Industrial de Fermo. Viene al país en
1885 e ingresa en el estudio de Tamburini y Meano, donde colabora hasta 1896. Realiza la Facultad de Medi-
cina y Morgue, la Escuela de Profesores Normal Nº 1. Obtiene el 2º premio en el Concurso para el Edificio
de la Universidad y Colegio Nacional Central en 1907. Realizó el proyecto del Sanatorio Popular de Tubercu-
losis, 1916 y varias residencias particulares. Obtiene grandes premios en la Exposición del Centenario en Bue-
nos Aires en 1910 y en la de Turín en 1911. Muere en Alta Gracia, Córdoba.
ALTGELT Carlos (1855-1937). Nació en Buenos Aires en 1855 y era arquitecto (“No ingeniero”, como acos-
tumbraba aclarar) de la Real Academia de Arquitectura de Berlín. Revalidó su título entre 1872 y 1878 en la
UBA. Asiduo colaborador de las revistas técnicas especializadas, hizo una permanente defensa de la especifici-
dad disciplinar de la arquitectura frente a la ingeniería. Se opuso con pasión y tenacidad al Plan Bouvard para

*
El listado no pretende ser exhaustivo. Se incluyeron sólo los profesionales mencionados en el texto de los cuales se disponía
de datos biográficos.

371
Silvia Augusta Cirvini

Buenos Aires, de lo cual da cuenta la prensa. Realizó obra privada solo o asociado con su primo Hans Altgelt
y una vasta obra pública en arquitectura escolar (más de 80 escuelas). En los años ’20 se radicó en Alemania
donde vivió hasta su muerte en 1937.
ALVAREZ, Mario Roberto (1913). Argentino. Se graduó en arquitectura en Buenos Aires en 1936 con me-
dalla de oro. Durante más de seis décadas ha producido una arquitectura de tendencia internacional de mode-
lo miesiano, con una acentuada claridad funcional, imagen geométricamente sobria y cuidadosa ejecución en los
detalles. Miembro de la Academia Nacional de Bellas Artes. Entre sus obras se destacan el Teatro Municipal y el
Centro Cultural Gral. San Martín, edificio para oficinas Somisa y el túnel subfluvial Santa Fe-Entre Ríos.
Continúa en actividad.
ALVAREZ, Raúl J. Nació en Mendoza, pero cursó sus estudios en Buenos Aires, ciudad donde residió la ma-
yor parte de su vida. Fue hijo del escritor, historiador y político mendocino Agustín Álvarez. Obtuvo el título
de Arquitecto en la Universidad de Buenos Aires el 20 de enero de 1917, convirtiéndose así en el primer men-
docino que se graduó de arquitecto. A lo largo de su vida profesional tuvo una estrecha vinculación con la “Re-
vista de Arquitectura”, que ya en su segundo número, y mientras Álvarez era todavía alumno, publicó una po-
lémica “Capilla para una estancia en estilo colonial”. Fue este arquitecto, uno de aquellos alumnos que,
incentivados por Kronfuss, se abocaron al relevamiento de los edificios coloniales que aún perduraban. En Bue-
nos Aires trabajó asociado con el arquitecto Raúl R. Rivera, con quien realizó en 1918 el proyecto que mereció
el primer premio del Concurso de planimetrías y Tipos de Casas adoptadas por la Comisión Nacional de Casas
Baratas. Con el mismo socio realizó el Buenos Aires Lawn Tenis Club en 1923. En 1925 obtuvo el 3º premio
del Concurso de Anteproyectos para el Palacio de Justicia de Córdoba. Realizó el proyecto de la Escuela de Me-
cánica de la Armada en 1928. Ocupó en Mendoza, bajo la administración de José N. Lencinas, el cargo de Je-
fe de la Sección Arquitectura e, interinamente, el de Director de Obras Públicas de la Provincia. Fruto de esta
gestión en 1919, realizó la “Rosaleda” del Parque General San Martín. En 1918, proyectó reformas a la Legisla-
tura de la Provincia que se llevaría a cabo recién en 1923. Construyó el “Hospital Español” de Mendoza en
1924; las “Jefaturas de Policía” de Godoy Cruz y Maipú, el Hospital Lencinas y varias escuelas modelo. Partici-
pó en el “Concurso de Anteproyectos para el Palacio de Gobierno de Mendoza” obteniendo el 2º premio en
1927. Proyectó también numerosas viviendas urbanas y rurales. Fue profesor en la Escuela de Arquitectura de
la UBA.
ANCELL, Carlos (1896-1963). Nació en 1896 en Buenos Aires y fue alumno de la Escuela de Arquitectura
de la UBA, de la cual egresó con el título de Arquitecto en 1919. Participó activamente de la actividad estu-
diantil desde la presidencia del activo Centro de Estudiantes de esos años y adhirió a los postulados de la Re-
forma Universitaria. Sin ser partidario de las vanguardias estéticas, fue pionero entre los jóvenes de su genera-
ción en el interés sobre la vivienda popular, tema de varios artículos y un libro (“Abaratar la vivienda”-1920).
Promotor y asiduo colaborador de la prensa técnica y especializada. Fue Ministro de Obras Públicas de la Pro-
vincia de Buenos Aires en 1946, durante la gobernación del Gral. Mercante. Murió en Buenos Aires en 1963.
ARANDA, Fernando. Arquitecto. Realiza el edificio de la Embajada de España y otros en la Av. Libertador.
Proyecta el Teatro Cervantes en colaboración con el arq. Repetto y el edificio de la Casa Cuna en la Avenida
Montes de Oca.
ARNALDI, Juan Bautista. Arquitecto italiano. Construye el Teatro de la Victoria, hoy demolido, el Teatro de
la Comedia y el Teatro Marconi. El volumen significativo de su obra la realiza en el interior: la Catedral del
Rosario (comenzada por Timoteo Guillén), la de Paraná, la de La Rioja, Santo Domingo y la Catedral y el
Consejo de Educación en Santa Fe, en 1896 y 1893 respectivamente.
ASLAN, José (1909-1981). Nació en Buenos Aires, egresó como arquitecto de la Escuela de Ciencias Exac-
tas en 1931. Se asoció con Héctor Ezcurra, iniciando una sociedad que duró toda la vida. Dedicó gran parte
de su tiempo al estudio del tema de la vivienda económica, la racionalización de la construcción y los proble-
mas urbanos. Fue presidente y miembro activo de la Sociedad de Arquitectos y delegado del Consejo Profesio-
nal de Arquitectura.
BECKER, Carlos (1891-…). Nació en Buenos Aires, se graduó de Arquitecto en la Escuela de Arquitectura de
la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA en 1916. Miembro activo del Centro de Estudiantes, participó en la
redacción de la Revista de Arquitectura y fue presidente de la Sociedad de Arquitectos en 1920-1921. Probable-
mente fue uno de los gestores de la fusión de las revistas. Fue defensor y propulsor del sistema de Concursos,
docente de la Escuela de Arquitectura. En la actividad privada fue colaborador de Alberto Coni Molina.
BELGRANO, Joaquín (1854-1901). Nació en Uruguay en 1854, se graduó de Arquitecto en la Escuela de

372
Nosotros los Arquitectos

Bellas Artes de Paris. Arquitecto Académico vinculado a las obras públicas de fin del siglo XIX. Fue docente
de la Facultad de Ciencias Exactas. Participó en la fundación de la Sociedad Central de Arquitectos y en la Es-
cuela de Arquitectura en 1901. Falleció en París en 1901.
BENOIT, Pedro (1836-1897). Arquitecto argentino, hijo de Pierre Benoit. Colaboró con su padre en el De-
partamento Topográfico donde se le concedió su título en 1861. Dirigió la confección del registro gráfico del
Plano de Buenos Aires entre 1860 y 1867. Fue vicepresidente del departamento de Ingenieros en 1886. Ocu-
pó el cargo de intendente de La Plata en 1893. Fue miembro del Directorio del Banco Hipotecario Nacional.
Su obra urbanística comprendió: el trazado urbano de La Plata en 1882, así como los de Quilmes, Mercedes,
San Francisco y San Pedro. Realizó la Catedral, el Cementerio y el Observatorio Astronómico de La Plata, par-
ticipó en las obras de los Ministerios de Gobierno y Hacienda del Cuartel de Policía y la Cárcel, de la Usina,
del Asilo y del Correccional. En Buenos Aires realizó el edificio para la Facultad de Derecho en Moreno, hoy
Museo Etnográfico. Son obras suyas las Iglesias de Barracas, Merlo, Azul, Juárez, Ensenada, el frente y las to-
rres de la Iglesia de San Telmo. Levantó escuelas públicas, municipalidades, hospitales, la penitenciaría de San
Telmo y el proyecto de Cárcel Provincial. Encaró mensuras del Cementerio de Chacarita y el trazado de otros
Cementerios del interior de la provincia de Buenos Aires. Construyó varios puentes y actuó como Ingeniero
Militar en 1852 y 1880. Realizó diversos trabajos de geodesia y relevamientos de pueblos. Murió en Mar del
Plata mientras trabajaba en las obras de la Catedral.
BERETERBIDE, Fermín Hilario (1899-1979). Nació en Buenos Aires en 1899 y egresó de la Escuela de Ar-
quitectura de la UBA en 1918. Realizó en los años ’20 las primeras obras dentro de la vanguardia moderna de
vivienda popular, un barrio en Flores (1921) y el barrio Los Andes en Chacarita (1928). Fue pionero en diseño
urbanístico moderno, participó de proyectos de gran importancia como la Avenida Norte-sur (9 de julio) y la
Avda. Gral. Paz. Ganó el Concurso del Plan Regulador de la Ciudad de Mendoza, junto a Cravotto, Scasso y
Belgrano Blanco, en 1940. Fue funcionario de la Comisión de Estética Edilicia de la Municipalidad de la Ciu-
dad de Buenos Aires y un activo colaborador en revistas especializadas y en Congresos. Dejó la función pública
en lo profesional a partir de un conflicto durante el gobierno peronista. En los años ’50 proyectó junto a W.
Acosta el edificio del Hogar Obrero, que resume el ideario moderno en todos los aspectos urbanísticos y arqui-
tectónicos, acerca de la racionalidad constructiva y todo lo producido teóricamente por ambos respecto de la vi-
vienda mínima. Su pragmatismo lo marginó en un medio profesional donde fue tardíamente reconocido.
BOCCARA, Colette (1921). Nació en París y vino de niña a la Argentina. De la camada inaugural del Liceo
Francés de Buenos Aires ingresa en la Escuela de Arquitectura de Ciencias Exactas en 1938, en la cual obtiene
el título en 1945. Son socios, junto a su marido César Janello, de Amancio Williams, siendo Colette el motor
del estudio. A principios de los ’50 se instalan en Mendoza con una fábrica de gres y de cerámica. En los ‘70
alcanza renombre la cerámica Colbo, de su diseño. Se dedica también a las artes plásticas, visuales y la escultu-
ra. Vive en la ciudad de Mendoza.
BOITO, Camilo. Arquitecto italiano. Urbanista, culturalista, desarrolló una corriente teórica que apoyaba la
diferenciación regional de la producción arquitectónica. Es una personalidad clave en la renovación moderna
de la arquitectura italiana de fines del siglo XIX. Hermano de Arrigo Boito, el libretista de Verdi, Camilo se
destacó como novelista, teórico y proyectista. Discípulo de Viollet-Le-Duc, bregaba por la construcción de un
estilo nacional propio para Italia, asentado en las tradiciones medievales del norte.
BROGGI, Luis A. Arquitecto italiano nacido en Lombardía. Es uno de los arquitectos de producción más des-
tacada del período, tanto por el volumen como por la calidad. Obtiene el concurso para la realización del edi-
ficio de la Inmobiliaria de Heinlein y Cía. en 1902. Recibe una mención en el concurso de fachadas de 1903
y la residencia que realiza en Esmeralda 1058 obtiene el premio municipal en el mismo año. Realiza la Iglesia
de San Agustín en 1910, el Instituto Frenopático en 1905, el Círculo Italiano en Florida y Corrientes en 1914,
el Ambulatorio Policlínico del Hospital Italiano. Adquieren también relevancia varias residencias particulares
en Buenos Aires y Santa Fe. Fue un difusor en Buenos Aires del estilo floréale italiano, vertiente modernista
del norte lombardo.
BOUVARD, Joseph Antoine (1840-1920). Urbanista francés, colaborador de Alphand, contribuyó eficaz-
mente a difundir el pensamiento Beaux Arts en América. Fue contratado en 1907 para desarrollar el plan ur-
bano de Buenos Aires. Regresó nuevamente a Argentina en 1910. Realizó también planes para Rosario y Sao
Paulo, en ellos se perciben su experiencia escenográfica (hizo los pabellones municipales de París en las expo-
siciones de 1878 y 1889) y su preocupación por la vialidad en la abundancia de avenidas diagonales y monu-
mentos de “estética edilicia”. Su gestión en Buenos Aires fue duramente criticada en la prensa técnica especia-

373
Silvia Augusta Cirvini

lizada ( Jaeschke y Altgelt).


BUNGE, Ernesto (1839-1902). Nació en Buenos Aires en 1839 y cursó estudios de Arquitectura en Europa:
Escuela Real de Krafeld y en la Real Academia de Berlín. En 1878 obtuvo una de las primeras reválidas en la
Universidad de Buenos Aires. Socio fundador de la Sociedad Central de Arquitectos, fue su primer presidente
en 1886. Participó en 1875 en la organización de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales. Formado en Ale-
mania, fue autor de importantes obras públicas: la Penitenciaría Nacional, las de Dolores y San Nicolás, Es-
cuelas, Asilos, el Hospital de Niños y numerosas residencias privadas.
BURGOS, Juan Martín Arquitecto académico argentino, obtuvo la primera reválida en la UBA. Miembro de
la Sociedad Científica Argentina, participó activamente del trazado y la construcción de la ciudad de La Plata.
Socio fundador de la Sociedad Central de Arquitectos en 1886.
BUSCHIAZZO, Juan Antonio (1845-1917). Nació en Italia en 1845 y falleció en Buenos Aires en 1917. Ha-
bía llegado a los 5 años al país y alcanzó su formación profesional en el estudio de los Arquitectos Canale. Per-
teneció a la camada de arquitectos extranjeros arribados al país en la segunda mitad del XIX, su obra se encua-
dra dentro de la tendencia académica, neorrenacentista. Trabajó intensamente en obra pública de la ciudad de
Buenos Aires desde la Intendencia de Torcuato de Alvear, proyectó el primer barrio obrero de Buenos Aires. Fue
presidente de la Sociedad Central de Arquitectos, la que contribuyó a refundar junto a Christophersen en 1901.
BUSCHIAZZO, Juan Carlos (…-1937). Arquitecto argentino. Hijo de Juan Antonio, colabora con su padre
y a su muerte continúa al frente del estudio. (Ver Buschiazzo, Juan Antonio)
BUSCHIAZZO, Mario José (1902-1970). Graduado en Arquitectura en la Universidad de Buenos Aires en
1927. Historiador en Arquitectura, pionero en el campo de la preservación, docencia e investigación del patri-
monio argentino y americano. En 1928 ingresó en la Dirección Nacional de Arquitectura; entre 1938 y 1946
fue nombrado arquitecto asesor de la Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos. En
1947 fundó el Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas que hoy lleva su nombre. En 1968 al-
canzó la jerarquía de profesor emérito de la UBA. Sostuvo una controversia de por vida con Noël por discre-
pancias en el rigor de los métodos historiográficos.
BUSTILLO, Alejandro (1889-1982). Argentino, nacido en Buenos Aires, arquitecto neoclásico, representan-
te casi oficial de la burguesía entre 1920 y 1955. Realizó obras públicas de envergadura como el edificio del
Banco de la Nación Argentina en Buenos Aires, el Hotel Llao-Llao, en Bariloche y el Hotel Provincial en Mar
del Plata, contribuyendo con las dos últimas a la consolidación de un pintoresquismo regional basado en los
materiales y la tecnología del lugar. Su arquitectura es versátil, en su capacidad de adaptación al perfil requeri-
do por el programa y ecléctica en la resolución estilística que le imprime, recurriendo a todos los estilos sin que
ello signifique un compromiso con el origen.
BÜTTNER, Adolfo (1849-1912). Fue uno de los doce “apóstoles”, primeros egresados ingenieros en 1870.
Estudió arquitectura en Alemania y apoyó la fundación de la Sociedad de Arquitectos en 1886. Realizó entre
otras obras el Palacio de Justicia y Cárcel de La Plata en 1885, la Cárcel de Mercedes, el Asilo Marín, el Ban-
co Popular Argentino en 1898, la Iglesia de Chacabuco con Van Arnim, la Casa Drable, el Castillo de Rafael
Obligado, varios chalets en Ramos Mejía, la casa de Saavedra Lemos, numerosas residencias en el apenas con-
solidado barrio norte porteño.
CANALE, José (1833-1883). Arquitecto genovés hijo de Nicolás Canale. Con su padre realiza un importan-
te volumen de obras, el proyecto de la Iglesia de Lomas de Zamora en 1855, la quinta de los leones de Este-
ban Adrogué en 1858, la Iglesia de la Inmaculada Concepción de Belgrano en 1865, un proyecto de Munici-
palidad para Lomas de Zamora hacia 1872. Obtuvo el 1º premio de la exposición continental de Buenos Aires
en 1882 por el trazado urbano del pueblo de Alte. Brown (hoy Adrogué). Levantó diversos edificios públicos
en Adrogué entre ellos la Iglesia (concluida por Buschiazzo), la Municipalidad y la Escuela. Son dignos de men-
ción los Palacios Miró (hoy demolido), Fuseni, Gorostiaga, Lagos García, etc. y las confiterías del Águila, del
Gas y la Quinta Ovando en Adrogué.
CARRASCO, Benito (1877-1958). Ingeniero agrónomo argentino, fue Director de Paseos de la Ciudad de
Buenos Aires entre 1914 y 1918, autor de números parques públicos y privados en el país. Promotor del estu-
dio del paisajismo en la Universidad de Buenos Aires. Fue un urbanista apasionado (planes para Mendoza, Cór-
doba y Concordia), teórico de la arquitectura paisajística, fundador de “Amigos de la ciudad” y militante po-
lítico. Propugnó el uso social de los espacios verdes y defendió a los profesionales locales ante las contrataciones

374
Nosotros los Arquitectos

de especialistas extranjeros.
CHAMBERS, Paul Bell (1868-1930). Nació en Bowdon (Inglaterra) en 1868 y estudió en la School of Ar-
chitectural Museum (Londres). Revalidó su título de Arquitecto en el país en 1905, merced a la ley 4416. Lle-
gó a la Argentina vinculado con el Ferrocarril del Sud, realizó también numerosas obras para empresas e insti-
tuciones inglesas: Harrods, Bancos, Cervecería Pilsen, Colegios y Sanatorios de la colectividad. Trabajó solo y
también asociado a Louis Newbery Thomas. Se integró plenamente a la sociedad porteña de principios del si-
glo XX. Fue profesor de la Escuela de Arquitectura, Secretario de la Sociedad Central de Arquitectos en el pe-
ríodo 1908/1909. Fue vicepresidente de la Comisión organizadora de la Exposición Artística del Centenario
de Mayo. Dentro del campo disciplinar adscribió, como en general todos los arquitectos de esa nacionalidad,
a la tradición funcional inglesa para la arquitectura utilitaria como la ferroviaria y al eclecticismo historicista
para los edificios urbanos. Representó varias veces a la Sociedad Central de Arquitectos en importantes Con-
cursos de la época y en los Concursos Municipales de Fachada. Redactó las bases y reglamento del Concurso
del Monumento levantado por la comunidad británica de Buenos Aires en adhesión al Centenario, destinado
a arquitectos ingleses. Murió en Londres en 1930.
CHANOURDIE, Enrique (1864-…). Nació en Buenos Aires en 1864, y se gradúo de Ingeniero Civil en la
Universidad de Buenos Aires. En 1882, siendo aún estudiante se incorporó al Departamento de Ingenieros de
la Nación, donde actuó hasta 1884, en la construcción de diques, puentes y caminos. Ya graduado trabajó en
las obras del Riachuelo y el puerto de la Capital. Actuó en el Ferrocarril Santa Fe –de capitales franceses– y en
la Dirección Nacional de Vialidad. En 1895 fundó la Revista Técnica de Ingeniería, que dirigió hasta 1918 y
que desde 1904 publicaba el suplemento Arquitectura. Era también arquitecto. Trabajó asociado a Eduardo Le
Monnier en proyectos y concursos. Se interesó en el problema de la vivienda obrera en los primeros años del
siglo, y le dio al tema un importante espacio en la revista Arquitectura.
CHRISTOPHERSEN, Alejandro (1866-1946). Decano de los arquitectos académicos. Era hijo del cónsul
noruego en Cádiz, España, donde nació en 1866. Medalla de oro de L´ Ecole des Beaux Arts de Paris, tam-
bién estudió en la Academia Royale des Beaux Arts de Amberes. Llegó con 21 años a la Argentina donde se
afincó por el resto de su vida. Fundador de la Escuela de Arquitectura, presidente y miembro activo de la So-
ciedad Central de Arquitectos, fue un defensor y promotor de los Concursos de arquitectura y miembro de nu-
merosos jurados. Pintor y escultor reunía todos los atributos del arquitecto artista. Murió en 1946 en Buenos
Aires. (ver trayectoria)
CIVIT, Arturo (1903-1975). Arquitecto de una tradicional familia mendocina, nacido en Buenos Aires y gra-
duado en la UBA en 1928. En 1932 se instala en Mendoza donde desarrolla junto a su hermano Manuel, una
intensa labor profesional tanto en forma particular como desde la función pública. Entre 1932 y 1942 ocupó
alternativamente con Manuel los cargos de director y vicedirector de la Dirección de Arquitectura del Minis-
terio de Industria y Obras Públicas. Es autor del primer “rascacielos” mendocino, el Edificio Gómez, en 1954.
Mantuvo una controversia de por vida con Daniel Ramos Correas. (ver Civit, Manuel).
CIVIT, Manuel (1901-1978). Arquitecto de una tradicional familia mendocina, nacido en Buenos Aires y
graduado en la UBA en 1926. Viaja por Europa, con su hermano Arturo, donde toman contacto con las nue-
vas tendencias del racionalismo alemán. En 1932 se instala en Mendoza donde desarrolla junto a su hermano
Arturo, una intensa labor profesional en la que se destaca el vanguardismo con que conciben el producto ar-
quitectónico y su adhesión al Movimiento Moderno. Sus obras se encuadraron en un planteo social de avan-
zada. Promovieron y realizaron el Primer barrio Obrero de la provincia en 1937, el Hospital Central, el Bal-
neario Playas Serranas y numerosas construcciones sanitarias, hospitalarias, educativas y asistenciales. En
vivienda son autores de la única producción racionalista de la década del ’30 en la región. Sin embargo duran-
te su trayectoria profesional los Civit pasaron de la más ortodoxa postura racionalista a un pintoresquismo do-
méstico, generalmente californiano, que empieza a aparecer en su producción hacia 1938.
COLOMBO, Virginio (1888-1927). Arquitecto milanés graduado en la Academia de Brera. Discípulo de
Sommaruga y Boito. Es contratado por el gobierno para realizar las decoraciones del Palacio de Justicia. Actúa
como director del estudio de los Ingenieros Maupas y Jáuregui. Obtiene medalla de oro en la Exposición del
Centenario. Predominan en su obra las residencias particulares como la Villa Raquel de 1908. Realiza los edi-
ficios de la Farmacia del Capitolio y la Sede Social Unione Operari Italiani. Cultor del modernismo italiano,
trabajó particularmente para los connacionales afincados en Buenos Aires.

CONDER, Eustace Lauriston (1863-1935). Integrante del Estudio de los ingleses Conder-Follet & Farmer:
Eustace Lauriston Conder había nacido en Leeds (Inglaterra) y estudió en el University College y en la Royal

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Silvia Augusta Cirvini

Academy de Londres. Vino al país en 1888 radicándose en Rosario hasta 1898, año en que marchó a Buenos
Aires a trabajar como arquitecto del Ferrocarril Central Argentino. Conder realizó más de cuarenta estaciones
de este Ferrocarril, incluida la Central de Retiro (actual Mitre) e importantes edificios en Buenos Aires y Ro-
sario, tales como: hospitales, frigoríficos, cervecerías, etc. Sidney Follet era un arquitecto inglés, que antes de
radicarse en Argentina trabajó en dos importantes estudios en Edimburgo y Londres. En nuestro país estuvo
asociado a Conder y Farmer. Del tercer socio, Farmer, no tenemos noticias de su trayectoria. En general, el es-
tudio Conder-Follet & Farmer estuvo vinculado a obras arquitectónicas de sociedades o empresas de capital
inglés. Así proyectaron lo edificios para Gath & Chaves en Cangallo y Florida (Bs. As.) y sus sucursales en Ro-
sario, Paraná, Concordia y Santa Fe. En arquitectura bancaria realizaron el Banco de Londres y América del
Sur en Buenos Aires, la sucursal del mismo en Rosario y el edificio del Banco Anglo Sud Americano en la ciu-
dad de Mendoza (1918), más tarde convertido en Banco de Londres. Realizaron también los edificios de va-
rias compañías aseguradoras inglesas.

CONI MOLINA, Alberto. Arquitecto argentino egresado en 1904 en la primera camada de la Escuela de Ar-
quitectura de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA. Compartió la posición académico-ecléctica de sus
maestros, en particular de Alejandro Christophersen, oponiéndose en forma activa a los modernismos y las
vanguardias. Dedicó gran parte de su tiempo a la actividad gremial: fue seis veces presidente de la Sociedad
Central de Arquitectos, organizador de los tres primeros Congresos Panamericanos de Arquitectos y propulsor
de reglamentación de la actividad profesional. Fue profesor de la Escuela de Arquitectura desde 1907 y en 1930
fue vicedecano. Trabajó asociado con Jacques Dunant (Bolsa de Comercio de Rosario) y con A. Christopher-
sen (proyecto Ciencias Exactas). Fue jurado de numerosos Concursos y gran defensor del sistema. Desde la So-
ciedad de Arquitectos tuvo participación en la redacción de la Revista de Arquitectura.

CONI, Pedro (1856-1915). Ingeniero argentino nacido en Buenos Aires. Trabajó en el Ferrocarril Oeste des-
de 1880 y llegó a ser gerente del mismo. Proyectó el Seminario Eclesiástico de Villa Devoto en 1896. En co-
laboración con Christophersen realizó un proyecto para la Facultad de Ciencias Exactas. Formó parte de los
ingenieros que apoyaron a los primeros arquitectos del país para organizar la Escuela de Arquitectura en Cien-
cias Exactas y para fundar una Sociedad propia.

COURTOIS, Ulrico (1843-1914). Ingeniero-arquitecto, nacido en Aviñón, Francia. Estudió en el Colegio Luis
el Grande de París y en la Escuela de Minas donde se graduó en 1865. En 1870 llegó al país para trabajar contra-
tado por la provincia de Buenos Aires. Fue profesor de la Escuela de Minas de San Juan. En Buenos Aires trabajó
como arquitecto en las obras del Colegio Lacordaire y proyectó la Basílica de Morón junto a Moreau. Obtuvo el
2º premio en el concurso del Jockey Club. Fue profesor de la Escuela Naval Militar. Murió en Niza, Francia.

CRAVOTTO, Antonio Mauricio (1893-1962). Arquitecto uruguayo, se graduó en la Universidad de la Re-


pública, en 1917. Se interesó tempranamente por temas urbanos y por la defensa del patrimonio arquitectó-
nico. Durante tres años recorrió América, Estados Unidos y Europa, realizando cursos en la Ecole des Beaux
Arts de París. Fue docente de proyectos y de urbanismo en la Facultad de Montevideo. Director y fundador
del Instituto de Urbanismo (1936-1952) y decano interino de la facultad en varias oportunidades. Algunos de
sus proyectos y obras fueron: Palacio Municipal de Montevideo, el Montevideo Rowing Club, el Plan regula-
dor de Montevideo, y junto a otros profesionales, el Plan Regulador de Mendoza. Mantuvo un intenso con-
tacto con la República Argentina. Su excepcional trayectoria como docente, diseñador y urbanista, lo convier-
ten en una de las personalidades más fuertes de la transición hacia la modernidad, entendida en clave universal,
pero a la vez, asumida desde las circunstancias regionales.

CROCE MUJICA, Ángel. Arquitecto argentino, egresado de la Escuela de Arquitectura. Fue socio de Squi-
rru con quien fundó en 1919 la revista “El Arquitecto”, que le diera particular difusión al neocolonial de toda
América hispana.

DELLA PAOLERA, Carlos M. (1890-1960). Graduado como ingeniero en la Universidad de Buenos Aires
en 1912, se especializa en el Instituto de Urbanismo de París. Regresa a Buenos Aires en 1927. Propone la crea-
ción de cátedras de urbanismo y junto a Ángel Guido realiza un plan para Rosario en 1929. En 1932 queda a
cargo de la gestión urbana dentro de la Oficina Municipal de Buenos Aires. Hizo también planes de desarro-
llo urbano para Mar del Plata y Tucumán y en 1948 creó el Curso Superior de Urbanismo en la Universidad
de Buenos Aires.

DORMAL, Julio (1846-1924). Arquitecto belga. Estudia ingeniería en la Universidad de Lieja y arquitectu-

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Nosotros los Arquitectos

ra en la Escuela Especial de Arquitectura de París. Viene al país en 1868 para realizar una fábrica en Puerto
Ruiz, Gualeguay; se radica en Buenos Aires. Realiza innumerables obras entre las que se destacan: la Casa de
Gobierno de La Plata, 1884; el Teatro de la Opera (hoy demolido); el trazado del Parque Tres de Febrero en
1872, el monumento a San Martín en la Catedral de Buenos Aires. Le pertenecen varias residencias particula-
res como el Palacio Ortiz Basualdo, la residencia de Julio Peña (actual Sociedad Rural), etc. Concluye el Tea-
tro Colón. Fue profesor de la Escuela de Arquitectura y concejal del municipio de Buenos Aires.

DOYER, John J. (1862-1939). Nació en Livolle, Holanda en 1862 y murió en Buenos Aires en 1939. Estu-
dió arquitectura en las Academias de Livolle y de Ámsterdam. Fue miembro de la Sociedad Central de Arqui-
tectos desde 1901 y en el período 1906/1907 fue su presidente. Estuvo muy vinculado a la construcción de los
Ferrocarriles ingleses. Doyer fue el promotor de los Concursos Estímulo para alumnos y dibujantes y partici-
pó como jurado, representando a la S C de A en numerosos concursos de su época.

DUNANT, Jacques (1858-1939). Arquitecto suizo, Graduado en la Escuela de Bellas Artes de París, llega a
Buenos Aires en 1889. Entre sus numerosas obras se destacan: la Catedral de San Isidro, 1905; el Hotel de Sie-
rra Ventana, en colaboración con el arq. Mallet; el Instituto de Bacteriología, el Teatro Ateneo y varias residen-
cias particulares. En Francia había realizado una destacada labor: el plano de la Exposición de París de 1889 y
el Edificio de la Sorbona, entre otros. Muere en Niza.

FAURE DUJARRIC, Louis. Arquitecto francés asociado con Roberto Prentice. De entre sus obras cabe seña-
lar: los pabellones del Hipódromo Argentino, la Estación Retiro del FC Central de Córdoba en 1914, el Asi-
lo de Mar del Plata, una Capilla en Huetuel y otros varios edificios.

FERRARI HARDOY, Jorge. (Ver Grupo Austral).

FITTE, Raúl E. (1892-1945). Arquitecto nacido en Buenos Aires, egresado de la Facultad de Ciencias Exac-
tas en 1913. Fue profesor universitario desde 1918. Entre sus múltiples obras cabe señalar las del Club Uni-
versitario de Buenos Aires, el Teatro Ateneo, el pueblo del Ingenio San Martín en Tabacal (Salta) y gran canti-
dad de residencias y casas de renta, en sociedad con el arquitecto Togneri. Participante y organizador de los
Congresos Panamericanos de Arquitectos y presidente de la Sociedad de Arquitectos. Recorre en Europa los
Sanatorios en altura y elabora un estudio que sintetiza el diseño de estos edificios, el cual se publica en 1935.
Fallece en Buenos Aires.

FOLLET, Sidney G. (Ver Estudio Conder-Follet & Farmer en CONDER, Eustace L.).

FORESTIER, Jean Claude (1861-1930). Formado en las premisas estéticas del academicismo beaux arts, fue
un prestigioso ingeniero francés dedicado sobre todo al diseño de jardines. Realizó proyectos para Barcelona,
Sevilla y las Exposiciones de París (1925) e Iberoamericana (1929). En 1923 llegó a Buenos Aires para aseso-
rar a la Comisión de Estética Edilicia, creada en el seno de la municipalidad, sobre las mejoras que se habrían
de introducir en la ciudad. Los informes de Forestier se publicaron en el Proyecto Orgánico para la Urbaniza-
ción del Municipio (1925). Intervino también en los diseños urbanos para La Habana (Cuba).

GAINZA, Alberto D. Arquitecto argentino. Actúa en sociedad con Carlos Agote. Miembro de la Comisión
Inspectora de Obras del Ministerio de Justicia e Instrucción pública en 1890. (Ver Agote, Carlos)

GARCÍA NUÑEZ, Julián Jaime (1875-1944). Arquitecto argentino, estudió en la Escuela Superior de Ar-
quitectura de Barcelona, graduándose en 1900. Regresó a Buenos Aires en 1903 donde realizó numerosas obras
dentro del modernismo catalán y la Secession vienesa como el Hospital Español de Buenos Aires en 1906. Es
considerado el más importante representante de la renovación estilística modernista en Argentina. Sus diseños
constituyen la mejor expresión del modernismo catalán fuera de Cataluña.

GARCIA VOUILLOS, María Luisa. Segunda arquitecta graduada en la Argentina. Autora junto a René Nery
del Balneario de Nuñez en 1947.

GIANOTTI, Francisco (1881-1967). Arquitecto italiano nacido cerca de Turín, estudió en Milán con el ar-
quitecto Alfredo Melani y en Bruselas. Vino al país en 1909, como representante de firmas de materiales im-
portados. Realizó obras de importancia y calidad, de creación modernista, dentro de la tendencia del floréale
italiano. Se destacan: la Confitería del Molino y el Pasaje Güemes, entre otros. Realiza varias residencias parti-

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Silvia Augusta Cirvini

culares, el Banco di Napoli y el Museo de Ciencias Naturales de Salta. Fundó una publicación en Buenos Ai-
res. Mantuvo vínculos con la colectividad italiana y con su país de origen.
GIRE, J. Arquitecto francés, asociado con el Ing. Juan Molina Civit, desarrollaron una intensa actividad pro-
fesional. Realizaron varias obras públicas como las Escuelas del Centenario en Paraná y Santiago del Estero en
1909, el Kindergarten en Mendoza. Efectuaron la ampliación del Plaza Hotel en Buenos Aires (1913) y la se-
de del Jockey Club (1914-1918) de Mendoza. Construyeron numerosas residencias privadas.

GOLEJEWSKY DE VAN PEBORGH, Sonia (1912-…). Nacida en Londres en 1912, se gradúa en 1934 en
la Escuela Superior de París. Revalida su título en Argentina en 1949.
GRESLEBIN, Héctor (1893-1971). Arquitecto graduado en la Escuela de Arquitectura de la UBA. Fue uno
de los fundadores de la Revista del Centro de Estudiantes en 1911 y de la Revista de Arquitectura en 1915.
Profesor de Historia de la Arquitectura, fue propulsor del Renacimiento Colonial. Su formación tuvo un no-
table sesgo hacia la Arqueología. Realizó numerosos trabajos pioneros en el país en esta disciplina. Propició la
incorporación de formas pre-hispánicas en la arquitectura. Apoyó la preservación del patrimonio histórico y
monumental. Su obra testimonia la pasión americanista de esta primera generación de arquitectos, vinculados
al movimiento de la “arquitectura nacional”.
GRUPO AUSTRAL. Formado en 1938, se constituyó en Buenos Aires como el núcleo de opinión de la ar-
quitectura moderna. Su origen puede vincularse al intento de crear el grupo CIAM en Argentina, cuando Jor-
ge Ferrari Hardoy y Juan Kurchan trabajaron con Le Corbusier para formular el Plan Director de Buenos Ai-
res. Además de Antonio Bonet se incorporarán al grupo Simón Ungar, Hilario Zalba, Itala Fulvia Villa, Abel
López Chas, Vera Barros, José Alberto Le Pera y Sánchez Bustamante. El grupo Austral fundó la revista Tecné,
en la que Conrado Sondereguer y Simón Ungar tuvieron un papel preponderante. El Grupo Austral no pudo
consolidar su actividad y desapareció en 1941.
GUIDO, Ángel (1896-1960). Nacido en Rosario, egresó como ingeniero civil en Córdoba. Vinculado al mo-
vimiento nacionalista iniciado por Ricardo Rojas, ejerció su profesión fundamentándola en la “forma moder-
na de la arquitectura colonial”, especialmente la peruana y la boliviana. Sus obras principales son su casa pro-
pia en Rosario (1926) y la de Ricardo Rojas en Buenos Aires (1927). Su mayor aporte a la cultura
arquitectónica americana fue la teoría de la fusión y la génesis de las formas en donde buscaba ligar lo europeo
hispano con lo indígena americano. Se dedicó al Urbanismo, proponiendo una “argentinización del paisaje” y
la confección de varios planes reguladores.
HARY, Pablo (1875-1956). Ingeniero civil y arquitecto. Nació en París y se graduó en Buenos Aires en 1898,
realizando estudios posteriores en la Academia Real de Bellas Artes de Bruselas. Fue profesor universitario de
Arquitectura e Historia de la Arquitectura en la Escuela de la Facultad de Ciencias Exactas, entre 1901 y 1925.
Trabajó asociado al Arq. E. M. Lanús. Ganó varios concursos de escuelas y realizó numerosas residencias par-
ticulares. Fue presidente de la Sociedad Central de Arquitectos y Director del Banco de la Nación.
HUGE, Emilio (1863-…). Francés. Arquitecto graduado en la Escuela de Bellas Artes de París. Actuó en Bue-
nos Aires desde 1898, asociado con el arquitecto Vicente Colmegna. Entre sus obras se pueden mencionar: di-
versas sucursales del Banco Francés del Río de la Plata, el Hotel Savoy, el Teatro Odeón y el Casino en Tucu-
mán y varias residencias particulares.
INGLIS, Hebert Arthur. Arquitecto inglés realiza obras de significación como: la Iglesia Escocesa de Barracas
(1888), el Asilo de Huérfanos Irlandeses junto al arq. Thomas, la Victoria Sailor’s Home y el Palacio Bullrich.
Formó parte del grupo de arquitectos extranjeros que apoyó la refundación de la S.C. de A. en 1901.
JAESCHKE, Víctor Julio (…-1937). Nacido en Buenos Aires, estudió Arquitectura e Ingeniería en la Escue-
la Técnica Superior de Munich, revalidando su título en la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA . Fue pio-
nero en los estudios de urbanismo del país. Se opuso al proyecto de las diagonales realizado por el francés Bou-
vard. Fundador de la Sociedad Central de Arquitectos. Organizó la biblioteca de la institución. La residencia
privada realizada para Ernesto Castelhum en Av. Callao, obtuvo el premio municipal 1908-1909.
JOOSTENS Enrique (1841-1893). Nació en Amberes, Bélgica en 1841 y falleció en Buenos Aires en 1893.
Realizó sus estudios de Arquitectura en la Escuela de Bellas Artes de Bruselas, obteniendo un premio en 1861.
Llegó a la Argentina en 1866 y luego de un prolongado viaje por todo el territorio nacional, se instaló en Bue-
nos Aires. Construyó la primera cervecería instalada por Emilio Bieckert en Buenos Aires, numerosas residen-
cias y casas de renta. También construyó la iglesia del Sagrado Corazón en Caballito y la de San Antonio de
Areco. Formó parte de la denominada “guardia vieja” de la Sociedad de Arquitectos de la cual fue uno de los

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Nosotros los Arquitectos

fundadores en 1886. Su muerte prematura truncó muchos de los proyectos realizados por este académico bel-
ga que imprimió una corriente renovadora en el eclecticismo finisecular.
KÁLNAY, Andrés (1893-1982). Arquitecto austrohúngaro, estudió en Budapest y desarrolló una importante
labor en la construcción de viviendas. Emigra a la Argentina en 1920. Trabaja junto a su hermano Jorge y lue-
go asociado al arquitecto Meincke. Entre sus obras figuran: Cervecería Munich, dos restaurantes en la Costa-
nera sur, clubes, el Casino de Mar del Plata, etc. Fallece en Buenos Aires.
KARMAN, René (1875-1951). Arquitecto francés, egresado de la Ecole des Beaux Arts en 1902. Vino a la
Argentina en 1913 revalidando su título en la UBA. Fue profesor de la Escuela de Arquitectura entre 1913 y
1946. Fue un ferviente difusor y maestro del academicismo en la Escuela, donde tuvo durante décadas a car-
go uno de los talleres. Fue premiado en el Concurso para el Palacio Municipal de Montevideo y el de la Caja
Nacional de Ahorro Postal de Buenos Aires.
KRONFUSS, Juan (1872-1944). Arquitecto húngaro nacido en Budapest, graduado de ingeniero y de arqui-
tecto en la Real Academia de Ciencias Técnicas de Munich en 1897. Formado en el academicismo germano y
en las corrientes culturalistas centroeuropeas. Llegó a la Argentina en 1910, luego de ganar el Concurso Inter-
nacional para la Facultad de Ingeniería de Buenos Aires. Considerado una de las figuras clave del movimiento
nacionalista en arquitectura, desarrolló una intensa labor de estudio de la arquitectura colonial argentina, que
registró a través de innumerables relevamientos gráficos. Fue profesor de Arquitectura en la Escuela de la UBA
y luego en Córdoba. Su obra ‘’Arquitectura colonial argentina’’, que contiene dibujos de gran calidad expresi-
va, tiene un alto valor documental.
LANÚS, Eduardo María. Arquitecto argentino, egresó con diploma de honor en 1898, completando sus es-
tudios en la Ecole des Beaux Arts de París. En 1902, formó sociedad con Pablo Hary, desarrollando una vas-
tísima obra en Buenos Aires, donde se destaca la Aduana de Buenos Aires (1909-1911) y varias residencias
particulares.
LE MONNIER, Eduardo (1873-1931). Graduado en la Ecole des Beaux Arts de París, se estableció inicial-
mente en Brasil, donde trabajó en las obras de la ciudad de Belo Horizonte. En 1896 se trasladó a la Argenti-
na donde proyectó obras académicas como la Sede del Jockey Club y la Bola de Nieve en Rosario. Realizó tam-
bién algunas obras racionalistas como el Yacht Club de Buenos Aires y residencias de corte académico que
demuestran su talento y vigor compositivo.
MAILLART, Norbert August. Francés, ingeniero. Proyecta el edificio de Correos y Telégrafos, sobre la base
del diseño de la Central de Correos de Nueva York, el Palacio de Justicia y el Colegio Nacional de Buenos Ai-
res. Elabora un anteproyecto para la Casa de Gobierno de Córdoba.
MALLET, Gastón Luis (1875-1964). Arquitecto francés. Realiza numerosas obras en Buenos Aires y en Mar
del Plata. Realiza el edificio de Centro Naval en 1914 y varias residencias particulares. Trabajó en colaboración
con el arq. Flores Pirán y con Dunant en Buenos Aires.
MASSINI, Carlos. Ingeniero argentino. Colaborador en la etapa fundacional del campo arquitectónico. Fue
Jefe de la Dirección General de Arquitectura del MOP, en los años previos al Centenario de Mayo. Fue miem-
bro de la Sociedad Central de Arquitectos, durante los primeros años, luego de su refundación en 1901.
MASSÜE, Alfredo (1860-1923). Arquitecto francés, de orientación modernista, que realiza numerosas
obras de original concepción art nouveau en Buenos Aires. Se destacan las residencias particulares. Murió en
Barcelona.
MEANO, Vittorio (1860-1904). Graduado en Turín, trabajó con su hermano el ingeniero Cesare Meano. Se
instaló en Argentina en 1884, iniciando sus tareas con Francisco Tamburini a quien sucedió en obras como el
Palacio de Gobierno, la Jefatura de Policía y el Teatro Colón. Fue ganador de los concursos internacionales pa-
ra los Palacios Legislativos de Argentina y Uruguay. Era un eximio dibujante y un proyectista ecléctico que ma-
nejaba con soltura las escalas monumentales. Falleció trágicamente asesinado en Buenos Aires.
MEDHURST THOMAS, Charles Evans. Inglés, se graduó en el King’s College. Trabajó individualmente o
en sociedad. Con el arq. Inglis ganó en 1897 el premio por el Asilo de Huérfanos Irlandeses; con el ing. Ochoa
realizó obras como la Catedral de Azul en 1898. Obtuvo un premio por su proyecto del Hospital Durand. Rea-
lizó numerosas residencias particulares.

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Silvia Augusta Cirvini

MOLINA CIVIT, Juan. Argentino, ingeniero civil. Actúa en sociedad con J. Gire. Director de Puentes y Ca-
minos. Trabajó desde el Ministerio de Obras Públicas de la Nación en numerosas obras realizadas en las pro-
vincias para el Centenario. En Mendoza y San Juan desarrolló una importante obra pública, con el uso de es-
tructuras en cemento armado, resistentes a los sismos: Colegio Nacional de Mendoza, Bancos de la Nación de
Mendoza y San Juan, Jardín de Infantes, etc.
MOOG, Fernando (1837-1909). Arquitecto alemán. Vino a la Argentina en 1863, graduándose de agrimen-
sor en 1868. Entre los trabajos que realizó en Alemania puede destacarse el puente sobre el río Rhin en Co-
blenz (1861). Fue técnico del Departamento Topográfico y realizó vastísima obra arquitectónica: la línea del
ferrocarril del Sur, depósitos de Aduana, el teatro Odeón en 1893, el Banco Trasatlántico, varias sucursales del
Banco Nación, etc. Socio fundador de la S.C. de Arquitectos.
MORETTI, Gaetano (1860-1938). Arquitecto, restaurador y docente de la Academia de Brera y el Politéc-
nico de Milán. En su país ganó importantes concursos como el de la fachada del Duomo de Milán o el Parla-
mento Nacional en Roma. En América Latina ganó el del Museo de Lima y el del Parlamento en Montevideo.
En Buenos Aires, con el escultor Brizzolara, ganó el Concurso del Monumento a Mayo que nunca se concre-
tó. Participó de la construcción del Pabellón Italiano en la Exposición del Centenario en 1910 y construyó el
Club de Canottiere Italiani en El Tigre. Su obra resulta insoslayable en toda referencia a la arquitectura mo-
derna italiana.
MORRA, Carlos (1854-1926). Italiano. Arquitecto. Estudia en la Real Academia de Turín y en la Escuela de
Aplicación de Artillería e Ingeniería de Italia. Viene al país en 1881. Fue arquitecto del Consejo Nacional de
Educación y director de Construcciones Militares en 1887; director de Obras Municipales de La Plata; direc-
tor de la Oficina Técnica del Ministerio de Obras Públicas de la Nación y presidente de la Sociedad Central
de Arquitectos. Colabora en publicaciones, escribe sobre la edificación escolar, una escuela de guerra modelo,
etc. Realiza escuelas, el Tiro Federal Argentino, el Asilo de la Misericordia, etc.
NOËL, Martín (1888-1963). Graduado en París en 1913, fue uno de los más destacados diseñadores y difu-
sores de la arquitectura neocolonial en Argentina y un precursor de la historiografía de la arquitectura argen-
tina. Su trabajo estuvo orientado a la creación y difusión de una arquitectura de inspiración nacionalista, esté-
ticamente asociada, a la historia, la tradición y la cultura americanas, y a la vez que respondiera a las necesidades
de su presente. Su vasta producción arquitectónica abarcó programas diversos, como estaciones de ferrocarril,
iglesias, fábricas, residencias unifamiliares urbanas, casas de renta, casas para obreros, estancias, museos, cole-
gios y stands para exposiciones. (ver trayectoria)
NORDMANN, Carlos (1858-1918). Nació en Hannover, Prusia, en 1858 y murió en Buenos Aires en 1918.
Había egresado como arquitecto de la Escuela Técnica de Hannover y en 1879 obtuvo la reválida del título en
Argentina. Fue socio fundador, tesorero y vocal de la Sociedad Central de Arquitectos. Gran defensor de los
Concursos en varias ocasiones instó a los socios a no presentarse porque no se podía asegurar la transparencia de
la convocatoria. Trabajó en el Departamento de Ingenieros de la Nación entre 1883 y 1886 desde donde hizo
importante obra pública. Trabajó en el estudio de Juan Buschiazzo hasta 1890 cuando instaló su propio estudio.
NYSTRÖMER, Carlos (1858-1918). Alemán, de Hannover. Arquitecto graduado en la Escuela Técnica,
concretando sus primeras obras en su ciudad natal. Viene al país en 1881 y se incorpora al estudio del Arq.
Juan Buschiazzo, donde actúa hasta 1890. Desarrolla una amplia labor independiente. Cabe mencionar: el Co-
liseo Argentino en 1905 en colaboración con Meyer, el palacio Tornquist en Sierra de la Ventana, el Club Ale-
mán, el Palacio de las Aguas Corrientes. Dirige las obras del Palacio Paz, levanta numerosas residencias priva-
das y casas de rentas. Construye el teatro de Variedades y los edificios del actual Colegio La Asunción.
PALANTI, Mario (1885-1979). Arquitecto, italiano. Estudió en la Academia de Brera y vino a la Argentina
como ayudante de Gaetano Moretti en 1910. En 1917 hizo en Milán una exposición de sus proyectos ameri-
canos y en 1924 regresó a Italia. En Buenos Aires realizó importante edificios entre los que se destaca el Pasa-
je Barolo. Inventó un sistema de prefabricación de bloques de cemento y fundó el Sindicato de Arquitectos
Fascistas en el Exterior. Su obra de vertiente ecléctica, se caracteriza por alardes tecnológicos y por un lengua-
je expresionista. Radicado en Argentina participó de los Concursos para Le Mole Littoria, el teatro de Milán;
después de la guerra, residiendo ya en Italia, hizo varios mega-proyectos de monumentos a la Paz Universal.
PASCUAL, Ángel. Arquitecto argentino, graduado en 1916. Activo integrante del Centro de Estudiantes. Elabo-
ró obras sobre una teoría estilística, influida por formas y motivos decorativos aztecas. Adhirió a las búsquedas na-
cionalistas de su generación. Realizó un proyecto para el Teatro Colón de Mar del Plata y numerosas residencias.

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Nosotros los Arquitectos

PASMAN, Raúl Guillermo (1887-1973). Arquitecto argentino. Se graduó en la Escuela de Arquitectura en


1908. Trabajó en la Dirección General de Arquitectura entre 1902 y 1920; desde 1921 fue arquitecto jefe de la
Comisión Nacional de Casas Baratas. Actuó asociado con el ingeniero Enrique Marcó del Pont en 1910. Realiza-
ron el proyecto del Instituto Oceanográfico Argentino a construirse en Mar del Plata en 1916 y el Yacht Club Ar-
gentino, entre otras obras. Construye varias residencias y casas de rentas. Fue presidente de la S.C.de Arquitectos.
PASSERON, Fortunato A. (1888-…). Arquitecto; funcionario del Banco Hipotecario Nacional y director
técnico de la Comisión Nacional de Casas Baratas.
PATER, Pablo (1881-1966). Arquitecto francés. Trabajó individualmente y asociado con Dubois. Realizó nu-
merosas obras de importancia: la Embajada de Francia, el Grand Hotel Royal y varios edificios para las com-
pañías La Esmeralda y La Continental. Construyó varias residencias.
PIZZUL, Finlandia. Primera egresada de la Escuela de Arquitectura de la UBA. Actuó en la Sociedad Cen-
tral de Arquitectos en 1929. Ingresó con el peronismo al Departamento de Arquitectura Hospitalaria del Mi-
nisterio de Obras Públicas, realizó los Hospitales 17 de Octubre en Río Cuarto y el de Alienados en Rosario
del Tala, Entre Ríos. Pizzul fue además la primer piloto civil mujer egresada de los cursos de la Dirección de
Aeronáutica Civil en 1928.
PREBISCH, Alberto (1899-1971). Graduado en la Escuela de Arquitectura de Buenos Aires en 1921, reali-
zó luego estudios en Europa y Estados Unidos. Desde 1925 se integra a la revista vanguardista Martín Fierro.
En 1931 realiza una residencia moderna en Buenos Aires. En 1936 diseña el Obelisco, símbolo actual de la
ciudad de Buenos Aires y un año más tarde proyecta el Cine Gran Rex. Integró numerosos jurados y partici-
pó en diversos congresos. Fue decano interventor de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, intendente de
la ciudad de Buenos Aires y académico de Bellas Artes. Su producción profesional abarca más de cuarenta años
(1924-1966) y comprende medio centenar de obras. (ver trayectoria)
PRINS, Arturo (1877-1939). Graduado de ingeniero en Buenos Aires y de arquitecto en Italia, nacido en
Uruguay. Fue profesor de Teoría de la Arquitectura, perito asesor de la Municipalidad de Buenos Aires. Traba-
jó junto al arq. Ranzenhofer. Realizó proyectos para el Banco República en Montevideo y para la Universidad
de Uruguay. Obtuvo varios primeros premios en Concursos. Realizó obras de importancia como la Facultad
de Derecho, el Jockey Club, etc. Concretó muchas residencias particulares.
RAMOS CORREAS, Daniel (1898-1992). Nace en Talcahuano, Chile; siendo niño se radica en Mendoza
donde vive hasta su muerte. En 1924 es arquitecto egresado de la UBA. Entre 1938 y 1943 actúa como Di-
rector de Parques, Calles y Paseos de la Provincia de Mendoza. En 1944 es contratado por el gobierno bolivia-
no para el estudio del Plan de Urbanización, Ampliación y Verdes de Santa Cruz de la Sierra, y en 1957 por
el Comité de reconstrucción de San Juan para efectuar trabajos de paisajismo urbano. Organiza la Sociedad de
Arquitectos, División Mendoza. Recibe en 1951 el Premio “Ayuntamiento de Madrid” en la Exposición Bie-
nal Hispanoamericana de Arte (España), debido a sus notables realizaciones paisajísticas en Mendoza. Presi-
dente de la Comisión Especial para el Planeamiento Urbano y Código de Edificación de la Ciudad de Men-
doza (1959/ 1961), actúa interinamente como intendente municipal de dicha ciudad en 1963. Ha sido
profesor y vicedecano de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Mendoza. En 1965 recibe en Was-
hington la distinción de honorary fellow del American Institute of Architects.
RANZENHOFER, Oscar. Trabaja en forma individual o asociado con el arq. Prins. Realiza varios chalets en
Mar del Plata.
REAL DE AZUA, Ezequiel (1885-…). Arquitecto argentino, se graduó en Buenos Aires en 1917. Fue tam-
bién marino. Trabajo asociado con el arquitecto Madero. En 1918 obtuvieron el 1º premio en el concurso del
edificio del Rowing Club y en 1929, otro sobre viviendas colectivas. Fue profesor universitario, realizó diver-
sas residencias.
REPPETO, Bartolomé (1904-1981). Nació en 1904 y egresó en 1928 con medalla de oro de la Escuela de
Arquitectura de la UBA. Fue presidente del Centro de Estudiantes, donde le cupo una importante labor en la
reforma de los planes de estudios. Luego, en su vida profesional, desarrolló numerosas tareas vinculadas a la je-
rarquización, reglamentación y ejercicio de la profesión. Bregó por la transformación de la Escuela en Facul-
tad y se desempeñó en distintas comisiones y organismos dedicados a la obra pública.
RIVAROLA, Jorge Víctor (1892-1981). Arquitecto argentino, egresado de la Escuela de Arquitectura de la
UBA en 1915. Desarrolló su actividad profesional, en forma paralela a la docencia, durante su prolongada vi-
da. Se especializó en Dirección de Obras y Arquitectura Legal, temas sobre los cuales tiene una prolífica pro-

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Silvia Augusta Cirvini

ducción de obras editadas, sobre las cuales han estudiado generaciones de arquitectos. Miembro de numerosas
sociedades académicas y profesionales, tuvo una destacada participación en la S C de A de Buenos Aires.
RIVERA, Raúl. Arquitecto; actuó en Buenos Aires y Rosario. Trabajó en el Banco de la Nación Argentina, rea-
lizando el proyecto de la sucursal de Rosario. Proyectó los edificios de la Bolsa de Comercio de Rosario, Cór-
doba y Corrientes. Trabajó asociado a Raúl J. Álvarez (ver Raúl J. Álvarez)
ROCA, Jaime (1899-1970). Argentino, egresado de la Universidad de Michigan (USA), inicia su actividad
en 1927 con la restauración y ampliación del Colegio Monserrat en Córdoba y la Caja Popular de Ahorro en
1929 en estilo neo-plateresco. Diseñador, docente y decano de la Facultad de Arquitectura. Su contribución
más importante fue la introducción en Córdoba del Movimiento Moderno. Incursiona en el art decó y un cla-
sicismo modernizado, además del neocolonial y el racionalismo.
SACRISTE, Eduardo (1905-1999). Se gradúa en la Universidad de Buenos Aires en 1932. Entre 1945 y
1960 actúa como director del Instituto de Arquitectura, como profesor de Composición arquitectónica, Teo-
ría e Historia de la arquitectura y, finalmente, como decano de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la
Universidad Nacional de Tucumán. Durante esos años la Escuela de Tucumán se convierte en centro de refe-
rencia a nivel sudamericano para la enseñanza de la arquitectura moderna. Miembro de la Academia Nacional
de Bellas Artes desde 1976; en 1984 recibe el Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes. Falleció en Tucu-
mán.
SANCHEZ, LAGOS y DE LA TORRE. Estudio de arquitectura integrado en 1920 por Gregorio Sánchez
(Uruguay 1881-Argentina 1941), Ernesto Lagos (Argentina 1890-1977) y Luis María de la Torre (Argentina
1890-1975). Expresaron cabalmente la actividad ecléctica de esos arquitectos que desarrollan con solvencia las
“arquitecturas paralelas” y que ven en la arquitectura moderna un estilo más. Entre sus obras se encuentra el
edificio Kavanagh (1934) en Buenos Aires que testimonia un manejo compositivo con lenguaje racionalista.
Antes y después de esta obra, el estudio realizó otros diseños de tendencia clásica sin que ello significase, por
ese entonces, contradicción alguna.
SANMARTINO, José. Arquitecto; actúa en Rosario. Profesor de la Facultad de Ciencias Matemáticas. Reali-
za el Hospital de Niños de Rosario, se le atribuye el Hospital de la Caridad.
SCHMITT, Hans (…-1909). Arquitecto alemán, viene al país en 1883. Trabaja con Ernesto Bunge. Realiza
el Palacio del Club Alemán en Córdoba. Construye numerosas residencias particulares.
SELVA, Domingo (1870-1944). Nació en Buenos Aires en 1870, hijo de padres italianos. Se graduó en 1896
de Ingeniero Civil en la Universidad de Buenos Aires y en 1909, de Profesor de Matemáticas. Ejerció la do-
cencia y desarrolló importantes trabajos de investigación teórica y experimental. Realizó numerosas e impor-
tantes obras en Buenos Aires, Tucumán, San Juan y Mendoza. La participación de Selva en la región de Cuyo
fue particularmente relevante, por los efectos producidos, respecto de dos temáticas: 1) la construcción de edi-
ficación sismorresistente y 2) la aplicación del hormigón armado para la construcción de piletas de vino, lo cual
aumentó la capacidad de la vasija vinaria. Sus principales obras fueron: en Buenos Aires : un pabellón en el
Hospicio de las Mercedes (1900), el Teatro Casino (1905), la ampliación de la Catedral de Lomas de Zamora
(1898-1902), diversos pabellones del Jardín Zoológico, el Mercado Municipal de las Flores, la Colonia de na-
cional de alienados de Luján, la Escuela Superior de Guerra, los cuarteles de artillería e ingeniería de Campo
de Mayo, la Facultad de Agronomía y Veterinaria; en Tucumán: la Casa de Gobierno; en San Juan: la Escuela
Normal (1908) y en Mendoza su obra se desarrolla desde la empresa “La Constructora Andina”, especializada
en “edificación contra temblores” que en la ciudad realizó una gran cantidad de viviendas (tipo “petit hotel”),
el entubamiento subterráneo del Canal Tajamar y piletas de vino de hormigón armado. (ver trayectoria)

SQUIRRU, Francisco (1894-1969). Nació en La Plata y estudió arquitectura en Pensylvania y Filadelfia


(USA) En 1917 vuelve al país y revalida su título en la UBA. Socio de CROCE MUJICA, con quien fundó la
Revista “El Arquitecto”. En 1924 ganan el proyecto de la Caja Nacional de Ahorro Postal y en 1929 el Sana-
torio de la Compañía de Seguros la Primera, ambos en neocolonial. Construyeron numerosas viviendas parti-
culares. Participó en Congresos, Concursos y ocupó la presidencia de la Sociedad Central de Arquitectos.

TAMBURINI, Francisco (…-1891). Italiano. Arquitecto, profesor de Ornato en la Real Academia de Nápo-
les. Viene al país en 1881 y en los diez años que desempeña su profesión realiza obras de gran valor y enverga-
dura. Fue Inspector General de Arquitectura de la Municipalidad entre 1883 y 1891. Integra numerosas co-
misiones asesoras municipales. Realiza el proyecto del Palacio de Justicia, del teatro Colón. Concreta la Escuela
Superior de Medicina y el Asilo de Maternidad, la ampliación de la Casa de Gobierno, la Jefatura de Policía,

382
Nosotros los Arquitectos

el Hospital Militar, la Escuela Normal de profesores. Tiene obras en Córdoba y Santiago del Estero y proyec-
tos en distintas provincias.

TEDESCHI, Enrico (1910-1978). Arquitecto italiano. Estudió en Milán y Roma y fue co-fundador de ME-
TRon. Desde 1948, ya en Argentina, desempeño un papel decisivo en la educación, la cultura y la investiga-
ción arquitectónicas. En 1960, creó la Facultad de Arquitectura de Mendoza, en la que unió enseñanza e in-
vestigación, culminando en la creación del IADIZA (Instituto Argentino de Zonas Áridas) y estudio de la
energía solar. Fue asesor de planificación en Mendoza y Córdoba. Sus pocas obras construidas tendieron a sen-
tar principios de diseño. Su teoría arquitectónica, histórica, crítica, orgánica, condensada en libros, creó una
escuela de pensamiento que todavía perdura. Alguna de sus obras principales: Plan director para la Ciudad
Universitaria de Tucumán, la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Mendoza, siete casas en Tucumán,
Hotel y casas en San Luis.
THAYS, Carlos (1849-1934). Paisajista francés de destacada actuación en Argentina, país al que llegó en
1889. Sintetizó en su obra, de manera notable las tendencias francesa e inglesa en paisajismo del siglo XIX. Fue
director de Paseos de la Ciudad de Buenos Aires, así como el autor de la mayoría de los parques y plazas de la
ciudad. En el interior realizó unas sesenta obras públicas y casi un centenar de parques públicos y privados. Su
tarea se extendió a propuestas urbanas en Buenos Aires, Montevideo y Santiago de Chile. Su labor permitió
difundir el verde urbano en las ciudades argentinas. También realizó numerosos parques privados.
THOMAS, Louis Newbery (1878-1961). Arquitecto nacido en Nueva York, vino a la Argentina en 1887 y
volvió a EEUU en 1892 para graduarse en el Pratt Institute de Brooklyn en 1897. Regresa a nuestro país en
1905, revalida su título y se asocia a Paul Bell Chambers con quien realizó una gran cantidad de obras entre
las que caben señalar: varias estaciones de FFCC, el Colegio St. Georges, la Fábrica de Bieckert, el Sanatorio
Buenos Aires, el Banco de Comercio, el Consulado Británico, la Ford Motor´s Co., etc.
VAUTIER, Ernesto (1899-…). Nació en 1899 en Buenos Aires y se recibió en 1921 en la Escuela de Arqui-
tectura de la UBA. Viajó junto a Prebisch durante cuatro años por Europa, y particularmente en Francia (Lyon
donde conoció a Tony Garnier y su “cité industrielle”) se perfeccionó en temas de planeamiento urbano y vi-
vienda, rural y urbana. Vinculado a las vanguardias estéticas y al periódico Martín Fierro donde publicó junto
a Alberto Prebisch, con quien también en1924 obtiene el Premio Estímulo en el Salón de Bellas Artes, Sección
Arquitectura, con el proyecto de la Ciudad Azucarera de Tucumán. Fue arquitecto de la Dirección Nacional de
Vialidad y participó en el proyecto de la Avda. Gral Paz. Dirigió la Comisión de Urbanismo de la SCde A du-
rante los años ’30 con un gran protagonismo en la opinión sobre temas urbanos en los medios periodísticos. Fue
profesor de la Escuela, luego Facultad, entre 1937 y 1953. Este último año fue contratado por la OEA para dic-
tar cursos sobre vivienda rural en distintos países americanos, entre ellos Colombia donde estuvo radicado. De-
dicó la mayor parte de su trayectoria laboral al estudio, la planificación y la ejecución de vivienda rural.
VILAR, Antonio Ubaldo (1887-1966). Nació en 1887 en La Plata y se graduó como ingeniero civil en la Fa-
cultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires, en 1914. Tuvo una destacada y dilatada carrera
profesional. Propulsor de las propuestas del funcionalismo y el racionalismo. Entre sus obras merece destacar-
se el conjunto de Estaciones de Servicio del Automóvil Club Argentino en todo el país (52 en total), que tie-
nen unidad y homogeneidad en el diseño y la expresión estética, las obras de empresas y bancos también en
lenguaje racionalista y el Hospital Churruca en colaboración con Noël, Carlos Vilar, y Fernández Saralegui).
Tuvo una permanente preocupación por la vivienda social o económica, colaborador asiduo del tema en la
prensa especializada.
VILAR, Carlos (1891-1986). Nació en La Plata en 1891 y se graduó de arquitecto en la Escuela de Arquitec-
tura de la UBA en 1918. Como otros integrantes de su generación adhirió en una primera etapa al eclecticis-
mo académico, luego en la década del ’30 al racionalismo del Movimiento Moderno, junto a su hermano An-
tonio con quien realizó varias obras entre ellas el Banco Popular Argentino y el Hospital Policial Churruca.
VILLALONGA, Raúl. Arquitecto. Realiza una vasta tarea: el proyecto del Museo Histórico en 1915, obtiene
el primer premio en el concurso para viviendas individuales de la Unión Popular Católica Argentina, el segun-
do premio en el Concurso para el Club Gimnasia y Esgrima, el tercer premio en el concurso para la Caja de
Ahorro Postal con Milberg y Frers. Realiza individualmente y con Alfredo Villalonga residencias y casas de ren-
ta. Fue profesor de la Escuela de Arquitectura.
VILLEMINOT, René (1878-1928). Arquitecto académico francés. Cursa estudios y ejerce la profesión en Fran-

383
Silvia Augusta Cirvini

cia, obteniendo varias distinciones. Viene al país en 1913. Fue jefe de proyectos de la Dirección Gral. de Arquitec-
tura del Ministerio de Obras Públicas, profesor de la Escuela de Arquitectura y Consejero de la Facultad de Cien-
cias Exactas. Proyecta el Centro Balístico y un observatorio y estación científica. Realiza varias importantes obras.
VIRASORO, Alejandro. Arquitecto argentino, iniciador de una estética de vanguardia ligada al funcionalismo
y al art decó. Tenía asimismo una importante empresa constructora. Polemizó en 1926, con los principales re-
presentantes de la tradición académica en la principal revista de la corporación. Construyó edificios en altura.
VITERBO, Nina Livia (1902-…). Nació en Trieste en 1902, se recibió en la Escuela Superior de Roma en
1926. En 1930 trabaja en Milán. En 1938 la revista Domus publica los chalets que construye en Cortina
D´Ampezzo. Trabajó en Brasil. En Buenos Aires realiza los Laboratorios Atanor en Munro. Construye casas
desmontables en Córdoba.
VIVANCO, Jorge (1912-1987). Graduado en la Facultad de Buenos Aires, fue un arquitecto ligado a las pro-
puestas de los CIAM y en especial a las de Le Corbusier. Brillante proyectista, estuvo ligado al Grupo Austral.
En 1950 formó parte del equipo principal del Plan de Buenos Aires junto a Ferrari Hardoy y Kurcham, entre
otros. Participó del congreso del CIAM en Europa en 1947. Trabajó en múltiples planes reguladores, entre ellos
los de Jujuy y Palpalá, Salta, Necochea, Trelew, Río Hondo, Mar del Plata, Santiago del Estero y Posadas. En
Cuba realizó planes para la ciudad de Santiago de Cuba. Trabajó también en Argelia.
VON ARMIN, Otto (1824-1889). Arquitecto alemán, llegó al país en 1850. Trabajó en las empresas de
FFCC, realizando numerosos edificios y también en obras de ingeniería de puentes y peritajes de obras públi-
cas. Fue uno de los socios fundadores de la Sociedad Central en 1886.
WAISMAN, Marina (1920-1997). Arquitecta Universidad Nacional de Córdoba en 1945, su constante labor
se ha centralizado en la historiografía y la crítica arquitectónica, con especial atención en la defensa de la ar-
quitectura latinoamericana. Docente, investigadora y conferencista, fue miembro fundador del Instituto Ar-
gentino de Investigaciones de Historia de la Arquitectura y el Urbanismo en 1978. Fue directora de la serie
Summarios; de Summa historia y directora del Instituto de Historia y Preservación del Patrimonio de la Facul-
tad de Arquitectura de la Universidad Católica de Córdoba; profesora emérita en la misma facultad a cargo del
taller de crítica para docentes; directora de la serie Cuadernos editada por Escala (Colombia) y miembro de la
Academia Nacional de Bellas Artes de la Argentina.
WILLIAMS, Amancio (1913-1989). Destacado diseñador e investigador argentino del hábitat, tanto en la
arquitectura de la ciudad como en el equipamiento en general. Tiene pocas obras realizadas, la más importan-
te es la casa del Puente en Mar del Plata, pero varias han sido planteadas en otros países como Hong Kong y
el aeropuerto de Osaka, Japón. Colaboró con Le Corbusier en el proyecto de la Casa Curuchet. Ha sido reco-
nocido internacionalmente por su creatividad.
ZUCKER, Alfredo (1852-1913). Alemán. Arquitecto, graduado en la Academia Técnica de Berlín. Ejerció la
profesión en EEUU desde 1874 hasta 1904, adquiriendo prestigio por las importantes obras realizadas: varios edi-
ficios en altura, para vivienda y comerciales, la Catedral de San Patricio, etc. Llegó al país en 1904. Se presentó en
el Concurso del Colegio Militar en 1904; realizó el Plaza Hotel, el Avenida Palace Hotel, el Parque Japonés, etc.

2. Fuentes primarias
Abreviaturas Publicaciones:

RT: Revista Técnica


A: Arquitectura
RCEA: Revista del Centro de Estudiantes de Arquitectura
RA-CEA: Revista de Arquitectura del Centro de Estudiantes
RSCA: Revista de la Sociedad Central de Arquitectos
RA: Revista de Arquitectura
EA: El Arquitecto
NA: Nuestra Arquitectura
MF: Martín Fierro

384
Nosotros los Arquitectos

LHP: La Habitación Popular

2.1. Textos seleccionados como corpus de análisis


2.1.1. Artículos de revistas ordenados por autor y por orden cronológico
A. F. L., Exposición Internacional de Arquitectura en Leipzig (Alemania), RCEA, I, 4, Julio, 1912, pp. 159
AAVV, Ecos del 1º Congreso Panamericano 1º parte, EA, I, 5, Abril, 1920, pp. 85 a 94
- Ecos del 1º Congreso Panamericano 3º parte, EA, I, 7, Junio, 1920, pp. 123 a 130
Acosta, Wladimiro, La crisis arquitectónica, NA, 2, XV, Octubre, 1930, pp. 592 a 593
- Problemas de la vivienda, NA, 3, XXVIII, Noviembre, 1931, pp. 148
- Nueva Arquitectura, NA, 3, 33, Abril, 1932, pp. 359 a 361
- Vivienda mínima. El problema cardinal de la…, NA, 6, 62, Septiembre, 1934, pp. 41 a 47
- La vivienda obrera en Buenos Aires, NA, 6, 62, Septiembre, 1934, pp. 57 a 62
- El método gráfico aplicado al análisis de la planta de una vivienda, NA, 6, 64, Noviembre, 1934,
pp. 137 a 142
Agorio, Leopoldo C., La Habitación Obrera en Buenos Aires, A, Octubre-Noviembre, 1916, pp. 112
Agrelo, Emilio, Hablando de arquitectura, EA, II, 21, Abril, 1922, pp. 448 a 459
- La arquitectura del porvenir, EA, VI, 67, Febrero, 1926, pp. 594 a 600
Altgelt, Carlos, Necesidad de deslindar, A, V, 59, Noviembre, 1909, pp. 145 a 153
- El Derecho profesional, RSCA, Marzo, 1917, pp. 61
- Reflexiones, RA, XXII, 184, Abril, 1936, pp. 186 a 187
- El Arquitecto entre los artistas plásticos, RA, Agosto, 1937, pp. 385
Álvarez, Mario R., La arquitectura en la vivienda popular, RA, Marzo, 1940, pp. 134
- El problema de la vivienda popular, RA, Marzo, 1940, pp. 223
Álvarez, Raúl J., Las Bóvedas de Uspallata, RA 32, Agosto, 1923, pp. 8 a 9
- Hospital Español de Mendoza, RA, X, 43, Julio, 1924, pp. 184 a 196
- La utilidad de los concursos, RA, Septiembre, 1932, pp. 398
- La Reglamentación profesional, RA, Mayo, 1933, pp. 185
- 20 años, RA, Enero, 1934, pp. 3
Ancell, Carlos, Orientación profesional, RA-CEA, Marzo-Abril, 1917, pp. 8
- Problemas del Urbanismo, RA, Setiembre, 1923, pp. 185
Aymar, Embury, El Arquitecto y el Ingeniero, RA, Agosto, 1939, pp. 395
Bahía, Manuel, Ingenieros prácticos, RT, IV, 63, Junio, 1989, pp. 115 a 116
Barabino, Santiago E., El “campanile” de Venecia, RCEA, I, 5, Agosto, 1912, pp. 176 a 189
Baroffio, Eugenio, El escultor Juan M. Ferrari, A, XII, 109, Diciembre, 1916, pp. 131 a 133
Bassedoga, Joaquín, El Cemento Armado en Arquitectura, RSCA, Febrero, 1917, pp. 61 a 63
- El Cemento Armado en Arquitectura, RSCA, Marzo, 1917, pp. 80 a 84
Becker, Carlos, El día de los estudiantes - Paseo al Tigre, RCEA, I, 2, Octubre, 1911, pp. 67 a 68
- Nuestro Programa, RCEA, I, 3, Junio, 1912, pp. 77 a 78
- Página universitaria, RCEA, I, 5, Agosto, 1912, pp. 171 a 175
- La función social de la arquitectura, RA, XXII, 184, Abril, 1936, pp. 192 a 194
Bécquer, Gustavo Adolfo, La arquitectura árabe en Toledo, RCEA, I, 3, Junio, 1912, pp. 82 a 87
Berçaitz, Juan A., Decálogo del arquitecto, RA, Abril, 1936, pp. 200
Berçaitz - Palomir, Casas económicas para obreros, RA, X, 45, Septiembre, 1924, pp. 261 a 265
Bereterbide, Fermín, Casas económicas para obreros, EA, II, 15, Octubre, 1921, pp. 297
Bereterbide, Vautier, Urbanismo, RA, Enero, 1933, pp. 52
Broggi, Luis A., Epidermis arquitectónica bonaerense, RA-CEA, II Octubre, 1916, pp. 29
Bufano, Alfredo, Arquitectura Colonial, EA, IV, 39 , Octubre, 1923, pp. 74 a 84
Bunge, Alejandro, La Edificación en la Argentina, RA 32, Agosto, 1923, pp. 10 a 11
Buschiazzo, Mario, La Destrucción de nuestros Monumentos históricos, RA, Febrero, 1940, pp. 65
Bustillo, Alejandro, La verdadera originalidad, RA, Agosto, 1926, pp. 29.
Butty, E., Bibliografía: La estética del HºAº, A, V, 59, Noviembre, 1909, pp. 166 a 168
C.E.A., Congreso Nacional de Ingeniería, RA-CEA, Agosto, 1916, pp. 34
- La Adhesión del CEA, RA, XXII, 184, Abril, 1936, pp. 211
Carranza, Carlos M., Arquitectura megalítica, RCEA, I, 1, Agosto y setiembre, 1911, pp. 12 a 16

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Silvia Augusta Cirvini

Chanourdie, Enrique, Nuestros Propósitos, RT, I, 1, Abril, 1895, pp. 5 a 6


- Arquitectura y arquitectos, RT, I, 9, Diciembre, 1895, pp. 135 a 137
- Sociedad Científica Argentina, RT, III, 44, Agosto, 1897, pp. 137 a 141
- Ingeniería nacional, RT, IV, 77, Enero, 1899, pp. 353 a 354
- Arquitectos y constructores, RT, V, 83, Mayo, 1899, pp. 37 a 38
- Notas, RT, V, 86, Julio, 1899, pp. 81
- El Dique de Mendoza, RT, V, 98, Febrero, 1900, pp. 347 a 351
- El Dique de Mendoza II, RT, V, 100, Marzo, 1900, pp. 382
- La Escuela de Arquitectura, RT, VI, 124, Marzo, 1901, pp. 403 a 405
- Ernesto Bunge, A, I, 1, Abril, 1904, pp. 9 a 10
- De Actualidad, A, I, 8 y 9, Agosto, 1904, pp. 65
- De la propiedad artística en Arquitectura, A, I, 8 y 9, Agosto, 1904, pp. 71 a 72
- De Actualidad, A, I, 13 y 14, Noviembre, 1904, pp. 115 a 116
- Los Monumentos del Gran Centenario, A, I, 15 y 16, Diciembre, 1904, pp. 129 a 130
- El hormigón armado y sus múltiples aplicaciones, A, Noviembre, 1904, pp. 119
- Nuestro concursos de arquitectura en 1904, A, I, 17 y 18, Enero, 1905, pp. 147 a 157
- Una idea peregrina, A, I, 19 y 20, Febrero, 1905, pp. 172 a 173
- Academia Nacional de Bellas Artes, A, I, 21 y 22, Marzo, 1905, pp. 177 a 178
- Edificación Obrera, A, Mayo, 1905, pp. 10
- Habitaciones Económicas e Higiénicas, A, Mayo, 1905, pp. 20
- Saneamiento y Salubridad de la Habitación, A, Junio/Julio, 1905, pp. 53
- Saneamiento y Salubridad de la Habitación, cont., A, Agosto, 1905, pp. 70
- Títulos de Competencia en Arquitectura, A, Octubre, 1905, pp. 99
- De Actualidad, A, II, 32, Noviembre, 1905, pp. 105 a 108
- ¿Una mujer Arquitecto?, A, Noviembre, 1905, pp. 114
- Uno de tantos concursos, A, II, 34, Enero, 1906, pp. 137 a 138
- Viviendas económicas e higiénicas para obreros, A, Febrero, 1906, pp. 153
- De Actualidad, A, IV, 44, Abril/Mayo, 1907, pp. 9 a 12
- El Concurso del Monumento a Mayo, A, IV, 48, Abril/Mayo, 1908, pp. 117 a 118
- Resultado del Concurso del Monumento a Mayo, A, IV, 49, Junio/Julio, 1908, pp. 133 a 159
- El Cemento Armado en Arquitectura, A, V, 54, Marzo, 1909, pp. 52 a 54
- De Actualidad, A, V, 54, Marzo, 1909, pp. 41 a 42
- Por la moral profesional, A, IX, 87, Julio, 1913, pp. 101 a 102
- Concursos de Arquitectura, A, X , 93, Junio, 1914, pp. 37 a 38
- Ministerio de Obras Públicas, RT, IV , 71, Octubre, 1989, pp. 247 a 249
Christensen, Uno de tantos, RCEA, I, 5, Agosto, 1912, pp. sin foliar.
- Varias - El dichoso affiche, RCEA, I, 5, Agosto, 1912, pp. 215 a 216
Christophersen, Alejandro, La Sociedad Central de Arquitectos, A, Mayo, 1904, pp. 13
- De Actualidad, A, III, 40, Septiembre/Octubre, 1906, pp. 93 a 95
- A propósito de un concurso, A, 40, Septiembre/ Octubre, 1906, pp. 94
- Rumbos nuevos, RA-CEA, I, 1, Julio, 1915, pp. 3
- Los Concursos, RA 11, Marzo, 1917, pp. 24 a 29
- El Balance de un siglo de Arquitectura, RA 13, Septiembre/Octubre, 1917, pp. 3 a 13
- A propósito de las críticas de arte, RA-CEA, III, 12, Julio /Agosto, 1917, pp. 30
- A propósito del arte colonial, RA, IV, 15, 1918, pp. 31
- Los Arquitectos y el Salón Anual, RA, IV, 17, 1918, pp. 24 a 25
- Encuesta de la SCA y de CEA, RA, IV, 18, 1918, pp.4
- Fundamentos de la Arquitectura Colonial, RA 51, Mayo, 1925, pp. 79 a 81
- Los concursos de Arquitectura y su analogía…, RA, XI, 52, Abril, 1925, pp. 129 a 131
- Algunas reflexiones sobre la reglamentación…, RA, XI, 54, Junio, 1925, pp. 209 a 210
- Las nuevas tendencias arquitectónicas, RA, 67, Julio, 1926, pp. 249 a 252
- Un rato de charla con un futurista, RA, 77, Mayo, 1927, s/p
- Las diversas influencias arquitectónicas…, RA 79, Julio, 1927, pp. 291 a 298
- Sobre Concursos de planos, RA, XIII, 77, Mayo, 1927, pp. 173
- Nuevas orientaciones de la Arquitectura, RA, XIV, 96, Diciembre, 1928, pp. 575
- Hacia un lógico renacimiento arquitectónico, RA, XV, 100, Abril, 1929, pp. 239 a 241
- Origen de nuestra SCA, RA, XV, 105, Septiembre, 1929, pp. 498 a

386
Nosotros los Arquitectos

- Apuntes para una lógica orientación de la enseñanza, RA, XVII, 123, Marzo, 1931, pp. 111 a 112
- La publicidad arquitectónica y la necesidad, RA, XVII, 124, Abril, 1931, pp. 169 a 171
- Sobre la provisión de una cátedra, RA, XVII, 126, Junio, 1931, pp. 305
- Inconvenientes de la arquitectura a sueldo del Estado, RA, XVII, 128, Agosto, 1931, pp. 391
- La Guardia Vieja, RA, XVII, 128, Agosto, 1931, pp. 403 a 404
- Nuestra profesión frente a las exigencias de la actualidad, RA, XVIII, 140, Agosto, 1932, pp. 367 a 368
- Algunas indicaciones sobre la modernización, RA, XIX, 148, Abril, 1933, pp. 153
- Las casas económicas, RA, XIX, 150, Junio, 1933, pp. 254
- Visión de Buenos Aires a vuelo de pájaro, RA, XIX, 154, Octubre, 1933, pp. 444
- Tres cosas viejas en el Arte Nuevo, RA, XIX, 156, Diciembre, 1933, pp. 536
- La Arquitectura en el siglo XIX, RA, Abril, 1935, pp. 162
- Hojas sueltas. Recuerdos de un…, RA, XXII, 184, Abril, 1936, pp. 188 a 189
Cipolletti, César, Informe Cipolletti, RT, V, 100, Marzo, 1900, pp. 383 a 387
Coni Molina, Alberto, Nuevo plan de estudios, EA, II, 17, Diciembre, 1921, pp. 352 a 356
- El Museo Sobremonte - Córdoba, RA 55, Julio, 1925, pp. 235 a 236
- Carta abierta al Sr. A. Virasoro, RA 67, Julio, 1926, pp. 245 a 248
- Definiendo posiciones, RA, Agosto, 1929, pp. 467
- Al margen del nuevo plan de Estudios de la Escuela de Arquitectura, RA, Abril, 1929, pp. 269
- Ordenanza sobre contralor y ejercicio de las materias artísticas en la Escuela de Arquitectura, RA,
Diciembre, 1929, pp. 676
- El nuevo plan de estudios de la Escuela de Arquitectura, RA, Marzo, 1929, pp. 222
- Nota sobre títulos que expide la Facultad, RA, Octubre, 1930, pp. 638
- Opiniones que nos afectan, RA, Septiembre, 1930, pp. 556
- Proyecciones internas y externas, RA, XXII, 184, Abril, 1936, pp. 190 a 191
Coppola, Alfredo, Palacio de Justicia, RCEA, I, 2, Octubre, 1911, pp. 60 a 64
- El sueño de la casa propia, RA 62, Febrero, 1926, pp. 65 a 62
- Reglamentación profesional, RA, Enero, 1926, pp. 25
- Reglamentación profesional - Respons. Legal del Arquitecto, RA, Marzo, 1926, pp. 97
- Reglamentación profesional, EA, VI, 66, Enero, 1926, pp. 545 a 546
Correa Luna, Carlos, Renacimiento arquitectónico hispanoamericano, EA, II, 23, Junio, 1922, pp. 512 a 520
Cravotto, Mauricio, Meditaciones sobre la formación del Arquitecto, RA, Mayo, 1939, pp. 209
- Las Escuelas de Arquitectura, RA, Marzo, 1940, pp. 146
Daireaux, Godofredo, Escuela de Artes Industriales, A, V, 61, Enero/Febrero, 1910, pp. 17 a 18
Dassen, Claro, Ingeniería nacional, RT, IV, 78, Febrero, 1899, pp. 375
De Adentro, Juan (seudónimo), Varios - El himno de los estudiantes - Parodia, RCEA, I, 3, Junio, 1912,
pp. 99 a 101
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Nosotros los Arquitectos

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- Efecto de los temblores 3º parte, RT, IV, 64, Junio, 1898, pp. 140 a 141
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Pascual, Ángel, Mansión Neo-azteca, RA, Mayo, 1922, pp. 25 a 27
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Silvia Augusta Cirvini

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- Las construcciones y el terremoto, A, I, 40, Septiembre/Octubre, 1904, pp. 114 a 115
- Ecos Técnicos, A, V, 60, Diciembre, 1909, pp. 189 a 190
- El pensamiento colectivo y nuestros propósitos, RCEA, I, 1, Agosto y setiembre, 1911, pp. 1 a 5
- Reglamentación de la profesión del Arquitecto, RCEA, I, 1, Agosto y setiembre, 1911, pp. 10 a 11
- Varias - Distintivos Estudiantiles, RCEA, I, 1, Agosto y setiembre, 1911, pp. 23 a 24
- Las Avenidas, RCEA, I, 2, Octubre, 1911, pp. 37 a 38
- Sexto concurso de la Sociedad Central de Arquitectos, RCEA, I, 3, Junio, 1912, pp. 104
- Arquitectura legal, RCEA, I, 3, Junio, 1912, pp. 105 a 106
- Las láminas del presente número, RCEA, I, 3, Junio, 1912, pp. 107
- Bibliografía, RCEA, I, 3, Junio, 1912, pp. 111
- Sección Oficial - Actas del Centro, RCEA, I, 3, Junio, 1912, pp. 113 a 116
- Socios protectores - Socios activos, RCEA, I, 3, Junio, 1912, pp. 119 a 120
- Centro de Estudiantes de Arquitectura, RCEA, I, 3, Junio, 1912, pp.
- Centro de Estudiantes de Arquitectura, RCEA, I, 4, Julio, 1912, pp.
- Legislación, RCEA, I, 4, Julio, 1912, pp. 153 a 157
- Invitación para la Exposición Nacional de Arte, RCEA, I, 4, Julio, 1912, pp. 160
- Bibliografía, RCEA, I, 4, Julio, 1912, pp. 161
- Sección Oficial - Actas del Centro, RCEA, I, 4, Julio, 1912, pp. 163 a 166
- Socios protectores - Socios activos, RCEA, I, 4, Julio, 1912, pp. 167 a 168
- El banquete a los egresados, RCEA, I, 4, Julio, 1912, pp. 158
- Esculturas de la 1ª Exposición de Arte Alemán, RCEA, I, 5, Agosto, 1912, pp. sin foliar
- Ecos del Congreso Estudiantil de Lima, RCEA, I, 5, Agosto, 1912, pp. sin foliar
- Distribución de aulas y patios en la escuela, RCEA, I, 5, Agosto, 1912, pp. 198 a 200
- Arquitectura legal, RCEA, I, 5, Agosto, 1912, pp. 217 a 222
- Bibliografía , RCEA, I, 5, Agosto, 1912, pp.
- Sección Oficial - Actas del Centro, RCEA, I, 5, Agosto, 1912, pp.
- Notas recibidas por el Centro, RCEA, I, 5, Agosto, 1912, pp. 230
- Socios protectores - Socios activos, RCEA, I, 5, Agosto, 1912, pp. 231 a 232
- Página Universitaria, RCEA, II, 5, Agosto, 1912, pp. 173.
- La contratación del arquitecto Chaussemiche, RCEA, II, 6, Setiembre, 1912, pp. 253 a 266

390
Nosotros los Arquitectos

- Arquitectura legal, RCEA, II, 6, Setiembre, 1912, pp. 267 a 272


- Necrológica Arq. Paul Wallot, RCEA, II, 6, Setiembre, 1912, pp. 273
- Bibliografía, RCEA, II, 6, Setiembre, 1912, pp. 274
- Sección Oficial - Actas del Centro, RCEA, II, 6, Setiembre, 1912, pp. 275 a 277
- Algo sobre Construcción, RCEA, II, 6, Setiembre, 1912, pp. 246 a 247
- Código profesional aprobado 29/7/15 SCA, A, Julio/Agosto, 1915, pp. 52
- Propósitos, RA-CEA, 1, 1915, pp. 2.
- Nuestros Propósitos, RSCA, 110, Enero, 1917, pp. 3.
- Las Casas baratas, RA, IV, 14, 1918, pp. 28
- Encuesta de la SCA y del CEA Parte 1, RA, IV, 17, 1918, pp. 3 a 6
- Encuesta de la SCA y del CEA Parte 2, RA, IV, 18 1918, pp. 3 a 11
- Propósitos, EA, I, 1, Diciembre, 1919, pp. 3
- Ecos del 1º Congreso Panamericano (conclusión), EA, I, 8, Julio, 1920, pp. 148 a 150
- Construcciones de tierras apisonadas, RA 28, Enero-Febrero, 1921, pp. 3 a 14
- Crónica de la Escuela de Arquitectura, RA 29, Mayo-Junio, 1921, pp. 16 a 19
- Industria de la Construcción, RA 29, Mayo-Junio, 1921, pp. 22 a 23
- Sociedad Central de Arquitectos, EA, II, 15, Octubre, 1921, pp. 295 a 298
- Necrológica Arq. Raffo, EA, II, 15, Octubre, 1921, pp. 300
- Los concursos privados, EA, II, 15, Octubre, 1921, pp. 300 a 301
- Láminas Escuelas en Neocolonial, RA, Mayo, 1922, pp. 75 a 77
- El valor de una revista, EA, III, 28, Noviembre, 1922, pp. 85 a 86
- Oportunidad de un concurso, EA, III, 28, Noviembre, 1922, pp. 86 a 90
- 2º Congreso Panamericano, EA, III, 29, Diciembre, 1922, pp. 113 a 114
- Los Concursos, EA, III, 30, Enero, 1923, pp. 141 a 142
- La edificación y los profesionales, EA, III, 31, Febrero, 1923, pp. 169 a 172
- Nuevo Reglamento de Concursos en Montevideo, EA, III, 32, Marzo, 1923, pp. 218 a 224
- 2º Congreso Panamericano, EA, IV, 40, Noviembre, 1923, pp. 97 a 106
- Temas Edilicios: El técnico golondrina, EA, IV, 40, Noviembre, 1923, pp. 128
- La Enseñanza de la Arquitectura, EA, IV, 41, Diciembre, 1923, pp. 142 a 148
- Barrio Obrero, RA, X, 41, Mayo, 1924, pp. 140
- Universidad de Córdoba. Nueva Escuela de Arquitectura, EA, IV, 43, Febrero, 1924, pp. 196
- El arte será estimulado…, EA, IV, 48, Julio, 1924, pp. 381 a 383
- Recorriendo la ciudad, RA 56, Agosto, 1925, pp. 261 a 277
- Se proyecta en Francia la reglamentación…, EA, V, 59, Junio, 1925, pp. 332
- La Enseñanza de la Arquitectura, EA, VI, 60, Julio, 1925, pp. 353 a 357
- Sabrosos escritos de Sarmiento, RA 79, Julio, 1927, pp. 283 a 290
- La arquitectura viviente, NA, 1, III, Octubre, 1929, pp. 3
- Una Organización modelo, NA, 1, IV, Noviembre, 1929, pp. sin firma
- Arquitectura contemporánea, NA, 3, XXVI, Septiembre, 1931, pp. 51
- La industria de la construcción y la crisis, NA, 3, XXXII, Marzo, 1932, pp. 293 a 294
- El camino de la prosperidad, NA, 3, 36, Julio, 1932, pp. 445 a 446
- Viaje de estudios, RA, Mayo, 1936, pp. 267
- En el Cincuentenario, RA, XXII, 184, Abril, 1936, pp. 144 a 145
- Galería de fundadores, RA, XXII, 184, Abril, 1936, pp. 147 a 156
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- La Habitación higiénica para el Obrero, Continuac., A, Julio, 1904, pp. 53
- La Habitación higiénica para el Obrero, Continuac., A, Setiembre, 1904, pp. 90
- La Habitación higiénica para el Obrero, Continuac., A, Octubre, 1904, pp. 105

391
Silvia Augusta Cirvini

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- Edificación Obrera, A, Marzo-Abril, 1910, pp. 51
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- Edificación Obrera, continuación, A, Setiembre-Octubre, 1910, pp. 104
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- A propósito de un juicio periodístico que afecta nuestra profesión - Plan de estudios de la carrera de
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Villeminot, René, Algunas críticas sobre el Pasaje Güemes, RA, Octubre, 1916, pp. 33
Virasoro, Alejandro, Tropiezos y dificultadas al progreso de las artes nuevas, RA 65, Mayo, 1926, pp. 179 a 184
Voysey, C. F. A., Casa de campo - Estilo Inglés, RCEA, I, 5, Agosto, 1912, pp. sin foliar
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2.1.2. Libros / Publicaciones Varias


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te, Vol. 3, Bs. As., 1914.

2.2. Archivos de la Sociedad Central de Arquitectos


2.2.1. Publicaciones
Sociedad de Arquitectos, Arancel de Honorarios, Imprenta de M. Biedma, Buenos Aires, 1886.
Sociedad de Arquitectos, Bases y Reglamentos de la Sociedad, Stiller y Laas, Buenos Aires, 1886.
Sociedad Central de Arquitectos, Manual del Arquitecto, Buenos Aires, 1930.

2.2.2. Documentación inédita


Libro de Actas de la Sociedad Central de Arquitectos
Boletín Informativo, Archivo de la Sociedad Central de Arquitectos
Libros de Actas de Sesiones de la Comisión Directiva (1888 a 1918)
Archivo de Correspondencia
Registro de Asociados (1904-1923)
Carpetas de legajos personales de socios y correspondencia diversa
Memorias de la Sociedad Central de Arquitectos.
Actas de Asambleas Extraordinarias

3. Bibliografía
3.1. Diccionarios
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3.2. Bibliografía general


General

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399
Silvia Augusta Cirvini

4. El poema de Alejandro Christophersen sobre la


Arquitectura Neocolonial *

El Arte Colonial… en oda

I VI XI
Alguien preguntaba un día Greslebin que bien sabía Perros hay en la jauría,
Si por casualidad no habría Que un tesoro en Salta había Cuyos nombres callaría
Quien hiciera Colonial Cateó con suerte tal Que hacen algo fatal
Aunque lo hiciera mal. Que halló algo Colonial. En el Arte Colonial.
¡Y eso está mal, réquete mal! ¡Qué no está mal, nada de mal! ¡Y lo hacen mal, réquete mal!

II VII XII
Consultar quiso a Dormal Luego lo escudriñaría, Si alguno preguntaría
Pero el pobre no vivía Lo husmearía, lo observaría ¡Y de toda esa algarabía
Recordó que Noël existía Con un lente colosal Existe algo formal
El padre del Colonial. Y nos dio su Colonial. Hay un Arte Colonial!
¡Y no está mal, nada de mal! ¡Qué no está mal, nada de mal! ¡Que no esté mal, nada de mal!

III VIII XIII


Noël aquel escribía Rojas de su tribuna decía: “Pues yo una receta querría
Esa larga letanía “Hay un arte Nacional “Un medio con que podría
En castellano ancestral “Quien busca lo encontraría “Sin arte arquitectural
Aunque nadie lo entendía “En el Viejo Colonial “Hacer algo Colonial.
¡Y no está mal, nada de mal! ¡Qué no está mal, nada de mal! ¡Aunque esté mal, y eso está mal!

IV IX XIV
Kronfuss su jerga vertía Escritor de gran valía “A la moda me pondría,
Con ingenuidad virginal Con su tipo original, “Y de tal suerte sabría
En un tomo Colonial Yo su chambergo pondría “Hacer Arte Colonial
Que a treinta pesos vendía. Por símbolo del Colonial. “Aunque lo hiciera mal.
¡Y no está mal, nada de mal! ¡No le queda mal, nada de mal! ¡Y eso está mal, punto final!

V X
Eso si que serviría Nombres hay que agregaría, Encontré este himno junto
Cualquiera allí plagiaría Que la lista alargaría Con el cráneo de un difunto
Para el Arte Nacional Y que hacen Colonial En un tacho calchaquí
¡Es la biblia Colonial! Que no es banal. En idioma guaraní.
¡Y no está mal, nada de mal! ¡Y no está mal, nada de mal!
Por la traducción A.C.
(Alejandro Christophersen)

*
Publicado por Ramón Gutierrez y otros. Sociedad Central de Arquitectos. Cien años de compromiso con el país, Buenos Ai-
res, SCA, 1993, p. 95.

400
Nosotros los Arquitectos

5. Textos de decretos y leyes nacionales referidas a la


obligatoriedad del diploma y a la reglamentación profesional
LEY 1597 (1010) - Estatuto de las Universidades nacionales (R. N. 1885/86, p. 71)
Art. 1º. El Poder Ejecutivo ordenará que los Consejos superiores de las Universidades de Córdoba y Buenos
Aires, dicten sus estatutos en cada una de estas Universidades, subordinándose a las reglas siguientes.
(…)
4ª Cada Facultad ejercerá la jurisdicción policial y disciplinaria dentro de sus institutos respectivos. Proyecta-
rá los planes de estudio y dará los certificados de exámenes en virtud de los cuales la Universidad expedirá, ex-
clusivamente, los diplomas de las respectivas carreras científicas. Aprobará o reformará los programas de estu-
dio presentado por los profesores. Dispondrá de los fondos universitarios que le hayan sido designados para sus
gastos, rindiendo una cuenta anual al Consejo Superior. Y fijará las condiciones de admisibilidad para los es-
tudiantes que ingresen en sus aulas.
(…)
Sanción: 25 junio 1885.
Promulgación: 3 de julio 1885.

LEY 4416 (532) - Revalidación de diplomas de médicos e ingenieros (R. N. 1904)


Art. 1º. Para la revalidación de diplomas de médicos e ingenieros expedidos a los argentinos en las Universida-
des europeas, que determinen los consejos superiores universitarios, se exigirá un solo exámenes con las prue-
bas prácticas indispensables, o un trabajo científico, aparte de los demás requisitos de autenticidad de título.
Art. 2º. Las Facultades de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, podrán acordar también, y en le término de
un año de la vigencia de esta ley, títulos de competencia en los ramos de arquitectura, agricultura y de quími-
ca, a los que, aun sin poseer título universitario, hubiesen acreditado su idoneidad en la práctica profesional.
Art.3º. Las personas contratadas por el P.E. nacional o por las autoridades directivas de las universidades na-
cionales para desempeñar funciones relacionadas con la enseñanza, podrán ejercer libremente su profesión, si
tienen diploma de universidades extranjeras.
Art. 4º. Comuníquese, etcétera.
Sanción: 24 setiembre 1904.
Promulgación: 30 de setiembre 1904.

LEY 4560 - Reglamentación del ejercicio de las profesiones de ingenieros, arquitectos, químicos, tec.
(R. N. 1905, t. II, p.595).
Art. 1º. Desde la promulgación de esta ley, el P. E. Y los tribunales de la Nación no conferirán cargo, empleo
o comisión en los ramos de ingeniería civil, mecánica, arquitectura, química, agronomía y agrimensura, sino a
los diplomados por las universidades y escuelas especiales de la Nación, o a los que revaliden su título extran-
jero de acuerdo a las disposiciones vigentes.
Art. 2º. Exceptúanse de lo dispuesto en el artículo anterior:
Las personas que se encuentren actualmente desempeñando cargos, empleos o comisiones nacionales, de la ín-
dole de los referidos en el art. 1º;
Quedan también exceptuadas de los dispuesto en el artículo anterior, las personas que posean conocimientos
técnicos, a quienes el P. E. Necesite encomendarles trabajos especiales que no puedan efectuarse con elemen-
tos del país;
Los profesionales indicados en el art. 1º, que tengan títulos expedidos por universidades, escuelas y tribunales
provinciales hasta el 1º de enero de 1904, o que se encuentren hasta la misma fecha matriculados o reconoci-
dos en alguna repartición nacional o municipal de la Capital;
Los idóneos en las provincias o territorios nacionales, donde no hubiere diplomado, ejerzan las profesiones an-
tes enumeradas, con sujeción a los reglamentos que se dicten.
Art. 3º. Comuníquese, etcétera.
Sanción: 16 de junio 1905.
Promulgación: 26 de junio 1905.

DECRETO Nº 17.946, de julio 7 de 1944 (A. De M.) - Reglamenta el ejercicio de las profesiones de

401
Silvia Augusta Cirvini

agrimensor, arquitecto e ingeniero en la Capital federal y territorios nacionales (Bol. Of. 20/7/944)
Art. 1º. El ejercicio de la agrimensura, arquitectura e ingeniería en la Capital de la República y territorios na-
cionales, queda sujeta a lo que prescribe el presente decreto ley y a las disposiciones reglamentarias que se dic-
taren en lo sucesivo.
Art. 2º. A los efectos de este decreto, será considerado ejercicio de las citadas profesiones todo acto que supon-
ga, requiera o comprometa la aplicación de los conocimientos propios de las personas con diploma de los com-
prendidos en el art. 3º y especialmente si consisten en:
El ofrecimiento y realización de servicios y obras;
el desempeño de cargos, funciones, comisiones o empleo por designación de autoridades públicas, incluso
nombramientos judiciales de oficio o a propuesta de parte;
La emisión, evacuación, expedición, presentación de: laudo, consulta estudio, consejos, informes, dictámenes,
compulsas, pericias, mensuras, tasaciones escritos, cuentas, análisis, certificados, proyectos, etc., destinados a
autoridades públicas o particulares.
Art. 3º. Solamente podrá ejercer la respectiva profesión la persona titular de alguno de los siguientes diplomas:
1º. Los que hayan sido expedidos por una Universidad nacional que acredite los conocimientos necesarios en
las siguientes ramas:
Agrimensor, ingeniero geógrafo;
Arquitecto, ingeniero arquitecto;
Ingeniero civil, ingeniero químico, ingeniero industrial, ingeniero hidráulico, ingeniero mecánico y electricis-
ta, ingeniero electricista, ingeniero electro-mecánico y aeronáutico, ingeniero naval.
2º. Los que en adelante expidiere una Universidad nacional de los `precedentemente enumerados o que corres-
pondan a nuevas profesiones conexas con las que comprende el presente decreto, con tal que su otorgamiento
requiera de estudios completos de la enseñanza media previos a los de carácter universitario y que estos acre-
diten conocimientos superiores en las respectivas disciplinas.
3º. Los expedidos por Universidades extranjeras que hayan sido reconocidos o revalidados por una Universi-
dad nacional o que lo fuere en lo sucesivo de conformidad a las disposiciones de los arts. 4º, 5º y 6º.
Art. 4. Para los efectos de este decreto, el reconocimiento o reválida requerirán en todos los casos la concurren-
cia de los siguientes requisitos:
Que el diploma extranjero haya sido otorgado previo un ciclo completo de enseñanza media, y que acredite
conocimientos equivalentes o superiores a los impartidos en las respectivas universidades nacionales.
Que el titular del diploma haya aprobado en forma personal y directa, en el país de origen del diploma, las
pruebas teóricas y prácticas exigidas por el establecimiento que lo haya expedido.
(…)
Art. 9º. La Universidades nacionales determinarán las funciones a que habilite cada título expedido o revalida-
do por ellas.
(…)
Art. 13. A los efectos del presente decreto, créanse los consejos profesionales de agrimensores, arquitectos e in-
genieros, constituidos por especialidad e independientes entre sí, a los que corresponderá:

• Velar por el cumplimiento del presente decreto y demás disposiciones atinentes al ejercicio profesional.
• Someter al Poder ejecutivo los estatutos y reglamento necesarios para la aplicación de este decreto.
• Dictar las instrucciones generales que exija el cumplimiento de este decreto, sus estatutos y reglamentos.
• Formular los códigos de ética profesional.
• Proponer al Poder Ejecutivo los aranceles de cada profesión.
• Organizar y llevar la matrícula de cada profesión.
• Aplicar las correcciones disciplinarias por violación a los estatutos, reglamentos, códigos de ética profe-
sional y aranceles.
• Acusar o querellar en los casos del art. 12º del presente decreto.
• Ejercer la representación en juicio a los efectos previstos en los arts. 15 y 16 de este decreto.
• Proponer al Poder Ejecutivo los derechos a abonar a los efectos del art. 19.
• Administrar el fondo creado por el art. 19 y designar el personal que requieran para el ejercicio de sus fun-
ciones.
• Proponer a los poderes públicos las medidas y disposiciones de todo orden que estimen necesarias o con-
venientes para el mejor ejercicio de la profesión respectiva.
• Designar los delegados que representen en los territorios nacionales.

402
Nosotros los Arquitectos

6. Nómina de gráficos e ilustraciones


Esquema N° 1: Objetivo, enfoque, abordaje ......................................................................................... 22
Portadas de Revistas Europeas ............................................................................................................ 52
Portadas de Revistas Argentinas .......................................................................................................... 53
Gráfico N° 1: Revistas de Arquitectura Argentinas (1895-1962) ........................................................... 62
Esquema N° 2: Diferenciación a través de los debates y prácticas ......................................................... 81
Vista exposición maquetas del Concurso Monumento a Mayo (1908) ............................................... 265
Caricaturas 1810-1910 ........................................................................................................................ 266
Caricaturas del Centro de Estudiantes de Arquitectura ..................................................................... 311
Gráfico N° 2: Practicantes (1870-1945) según nacionalidad ................................................................. 318
Gráfico N° 3: Practicantes (1870-1945) según procedencia título ......................................................... 319
Gráfico N° 4: Practicantes (1870-1945) según posiciones ..................................................................... 320
Gráfico N° 5: Egresados de la Universidad de Buenos Aires .................................................................. 321
Gráfico N° 6: Posiciones desarrolladas en el período 1850-1950 c. ....................................................... 323
Gráfico N° 7: Comparativo de las posiciones del período 1850-1950 c. ............................................... 324
Gráfico N° 8: Contenido Biblioteca de la S C de A, Buenos Aires ........................................................ 326
Gráfico N° 9: Contenido Biblioteca de la S C de A, Buenos Aires ........................................................ 327
Esquema N° 3: El proceso de constitución del campo disciplinar ............................................................ 331

403
Este libro se terminó de imprimir
en los talleres gráficos de Zeta Editores,
Ituzaingó 1422, Mendoza, Argentina,
en el mes de junio de 2004.

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