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Recop de Cuentos
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PARA C LAS E S DE
VALO R E S HU MANOS
Una vez un catamarqueño, que andaba repechando la cordillera, encontró entre las rocas de
las cumbres un extraño huevo. Era demasiado grande para ser de gallina, Además, hubiera sido
difícil que este animal llegara hasta allá para depositarlo. Y resultaba demasiado chico para ser de
avestruz.
No sabiendo lo que era, decidió llevárselo. Cuando llegó a su casa, se lo entregó a la
patrona, que justamente tenía una pava empollando una nidada de huevos recién colocados.
Viendo que más o menos era del tamaño de los otros, fue y lo colocó también a éste debajo de la
pava clueca.
Dio la casualidad que para cuando empezaron a romper los cascarones los pavitos, también
lo hizo el pichón que se empollaba traído de las cumbres. Y aunque resultó un animalito no del
todo igual, no desentonaba demasiado del resto de la nidada. Y sin embargo, se trataba de un
pichón de cóndor. Sí señor, de cóndor, como usted oye. Aunque había nacido al calor de la pava
clueca, la vida le venía de otra fuente.
Como no tenía de donde aprender otra cosa, el bichito imitó lo que veía hacer. Piaba como
los otros pavitos, y seguía a la pava grande en busca de gusanitos, semillas y desperdicios.
Escarbaba la tierra, y a los saltos trataba de arrancar las frutitas maduras del árbol. Vivía en el
gallinero, y le tenía miedo a los cuzcos lanudos que muchas veces venían a disputarle lo que la
patrona tiraba en el patio de atrás, después de las comidas. De noche se subía a las ramas del
algarrobo por miedo de las comadrejas y otras alimañas. Vivía totalmente en la pavada, haciendo
lo que veía hacer a los demás.
A veces se sentía un poco extraño. Sobretodo cuando tenía oportunidad de estar a solas. Pero
no era frecuente que lo dejaran solo. El pavo no aguanta la soledad, ni soporta que otros se
dediquen a ella. Es bicho de andar siempre en bandada, sacando pecho para impresionar, abriendo
la cola y arrastrando el ala. Cualquier cosa que los impresione, es inmediatamente respondida con
una sonora burla. Cosa muy típica de estos pajarones, que, a pesar de ser grandes, no vuelan.
Un mediodía de cielo claro y nubes blancas allá en las alturas, nuestro animalito quedó
sorprendido al ver unas extrañas aves que planeaban majestuosas, casi sin mover las alas. Sintió
como un sacudón en lo profundo de su ser. Algo así como un llamado viejo que quería despertarlo
en lo íntimo de sus fibras. Sus ojos acostumbrados a mirar siempre al suelo en busca de comida,
no lograban distinguir lo que sucedía en las alturas. Pero su corazón despertó a una nostalgia
poderosa. ¿Y él, porqué no volaba así? El corazón le latió apresurado y ansioso.
Pero en ese momento se le acercó una pava preguntándole lo que estaba haciendo. Se rió de
él cuando escuchó su confidencia. Le dijo que era un romántico, y que se dejara de tonterías. Ellos
estaban en otra cosa. Tenía que ser realista y acompañarla a un lugar donde había encontrado
mucha frutita madura y todo tipo de gusanos.
Desorientado el pobre animalito se dejó sacar de su embrujo y siguió a su compañera que lo
devolvió a la pavada. Retomó su vida normal, siempre atormentado por una profunda
insatisfacción interior que lo hacía sentir extraño.
Nunca descubrió su verdadera identidad de cóndor. Y llegado a viejo, un día murió. Sí,
lamentablemente murió en la pavada como había vivido.
¡Y pensar que había nacido para las cumbres!
Anónimo
Ella siempre usaba una flor en el pelo. Siempre. En general, me parecía que estaba fuera de
lugar. ¿Una flor a mediodía? ¿En la oficina? ¿Para ir a una reunión de profesionales? Era aspirante
a diseñadora gráfica en la empresa donde yo trabajaba. Todos los días entraba en la oficina,
decorada en un sello ultramoderno, con una flor en el pelo, que le llegaba hasta los hombros..Casi
siempre su color combinaba con el de su atuendo, por lo demás adecuado. Lucía como una
pequeña sombrilla de colores vívidos, prendida al gran telón de fondo que formaban sus ondas
morenas.
En ocasiones (cuando celebramos la Navidad, por ejemplo) esa flor añadía un toque festivo
que resultaba adecuado. Pero en el trabajo parecía fuera de lugar. Las mujeres más profesionales
de la oficina estaban prácticamente indignadas; opinaban que alguien debía llevarla aparte e
informarle cuáles eran las reglas para que te tomen en serio en el mundo de los negocios. Otras,
incluida yo misma, lo veíamos como un simple capricho personal; en la intimidad la llamábamos
la florida.
-¿La florida ya terminó el diseño preliminar del proyecto para Wal-Mart?- preguntaba una
con una sonrisita traviesa.
-Por supuesto. Hizo un trabajo estupendo. La verdad es que la muchacha está floreciente-
podía ser la respuesta, con mucho de aire de superioridad y diversión compartida.
Por entonces, esas bromas nos parecían inocentes. Que yo supiera, nadie había preguntado a
la joven por qué llevaba una flor a la oficina, día a día. En realidad, probablemente habría sido
más fácil interrogarla si algún día se hubiera presentado sin ella.
Y un día, así fue. Cuando entró a mi oficina con su proyecto, me extrañé:
-Veo que hoy no se ha puesto ninguna flor en el pelo. Estoy tan acostumbrada a vérsela que
es como si le faltara algo.
-Oh, si- respondió, en tono bastante sombrío. Eso contrastaba con su personalidad,
habitualmente alegre y animosa. La pesada pausa siguiente me instó a preguntar:
-¿Se siente bien?
Aunque esperaba que respondiera que sí, sabía intuitivamente que eso encerraba algo más
importante.
-Bueno- musitó, con las facciones abrumadas de recuerdos y dolor, -hoy es el aniversario de
la muerte de mi madre. La extraño mucho. Creo que me siento algo triste.
-Comprendo- dije. Me inspiraba compasión, pero no quería meterme en terrenos emotivos. –
Supongo que le cuesta hablar del tema.
Mi parte empresarial ansiaba que ella lo confirmara, pero en el fondo sabía que eso
entrañaba algo más.
-No, no, está bien. Sé que hoy estoy demasiado sensible. Para mí es un día de duelo,
¿comprende?
Y comenzó a contarme su caso.
-Mi madre sabía que el cáncer la estaba matando. Cuando murió yo tenía quince años.
Éramos muy unidas. Ella estaba llena de generosidad, de amor. Como sabía que iba a morir me
grabó un mensaje para cada cumpleaños, desde los dieciséis hasta los veinticinco. Hoy cumplo los
veinticinco años. Esta mañana vi el video que preparó para este día. Creo que todavía lo estoy
digiriendo. ¡Y cómo me gustaría tenerla conmigo!
-Bueno, créame que la acompaño en su sentimiento- dije, con toda sinceridad.
-Gracias por ser tan buena –replicó-. Ah, con respecto a la flor…Cuando yo era chica mamá
solía ponerme flores en el pelo. Un día, estando ella internada, le llevé una bella rosa de su jardín.
Cuando se la acerqué a la nariz para que percibiera el perfume, ella la tomó y, sin decir palabra,
me apartó la melena de la cara y me la puso en el pelo, como cuando era chiquita. Murió ese
mismo día.
Los ojos se le llenaron de lágrimas.
-Desde entonces siempre uso una flor en el pelo. Es como si ella me acompañara, aunque
sólo sea en espíritu.- Suspiró. –Pero hoy vi el video que preparó para este cumpleaños: me decía
que lamentaba no poder verme crecer y que esperaba haber sido buena madre. Y que le gustaría
recibir alguna señal indicativa de que yo podía bastarme sola. Así pensaba mi madre; así hablaba.-
Sonrió con afecto ante el recuerdo. –Era muy sabia.
Asentí con la cabeza.
-Así parece, en efecto.
- Y yo pensé: ¿cuál podría ser esa señal? Entonces me pareció que debía dejar de ponerme la
flor. Pero echo de menos lo que representaba.
Sus ojos de avellana se perdieron en recuerdos.
-Fue una gran suerte tener una madre como ella. Pero no necesito usar una flor para
recordarla. En realidad, lo sé perfectamente. Era sólo un signo exterior de mis atesorados
recuerdos. Me siguen acompañando, aunque no use la flor. Pero lo voy a extrañar…Ah, aquí está
el proyecto. Espero que le guste.
Me entregó la carpeta pulcramente preparada, firmada y con su marca distintiva: una flor
dibujada a mano bajo el nombre.
Recuerdo haber oído decir, cuando era joven: “Nunca juzgues a otra persona sin haber
caminado un kilómetro con sus zapatos”. Pensé en las veces que había criticado sin ninguna
sensibilidad a esa joven de la flor en el pelo. Era trágico que lo hubiera hecho sin estar informada,
sin conocer la historia de la muchacha y la cruz que debía soportar. Si me enorgullecía de conocer
cada faceta de mi empresa, por intrincada que fuera, de saber con exactitud cómo se coordinaban
las distintas funciones, ¿no era trágico haber adoptado la idea de que la vida personal no tenía
nada que ver con la profesión? ¿Pensar que cada uno debía dejar sus cosas privadas a la puerta
cuando entraba en la oficina?
Ese día supe que la flor en el pelo simbolizaba el don de amor de esa muchacha, su manera
de mantenerse en contacto con la madre perdida cuando era tan jovencita. Al estudiar el proyecto
que me había entregado, me sentí honrada por tratar con alguien tan profundo, con tal capacidad
para sentir… de ser. Se explicaba que su trabajo fuera siempre excelente. Vivía dentro de su
corazón. Y me obligó a visitar nuevamente el mío.
Bettie B. Youngs
LA SONRISA
Hanoch McCarty
El hombre miró alrededor y dijo: -Dios, déjame verte. Y una estrella brilló en el cielo. Pero el
hombre no la vio.
Entonces el hombre comenzó a llorar y a desesperarse: -Dios, tócame y déjame saber que está
aquí conmigo…Y una mariposa se posó suavemente en su hombro
El hombre espantó la mariposa con la mano y desilusionado, continuó su camino, triste, solo y
con miedo.
Anónimo
UN VASO DE LECHE
Un día, un muchacho pobre que vendía mercancías de puerta en puerta para pagar sus estudios
universitarios, encontró que solo le quedaba una simple moneda de diez centavos, y tenía hambre.
Decidió que pediría comida en la próxima casa. Sin embargo, sus nervios lo traicionaron
cuando una mujer joven abrió la puerta. En lugar de comida pidió un vaso de agua.
Ella pensó que el joven parecía hambriento, así que le trajo un gran vaso de leche.
Él lo bebió despacio, y entonces le preguntó:
-¿Cuánto le debo?-
-No me debes nada- contestó ella. –Mi madre siempre nos ha enseñado a nunca aceptar pago
por una caridad-.
Él le dijo… -Entonces, te lo agradezco de todo corazón…! -
Cuando Francisco Quintana se fue de la casa, no solo se sintió más fuerte, si no que también su
fe en Dios y en los hombres era más fuerte. Él había estado listo a rendirse y dejar todo.
Años después esa mujer enfermó gravemente.
Los doctores locales estaban confundidos. Finalmente le mandaron a la gran ciudad.
Llamaron al Dr. Francisco Quintana para consultarle. Cuando éste oyó el nombre del pueblo de
donde venía la paciente, una extraña luz llenó sus ojos.
Inmediatamente el Dr. Quintana subió del vestíbulo del hospital a su cuarto. Vestido con su bata
de doctor entró a verla. La reconoció enseguida. Regresó al cuarto de observación determinado a
hacer lo mejor posible para salvar su vida. Desde ese día él prestó la mejor atención a este caso.
Después de una larga lucha, ella ganó la batalla…! Estaba totalmente recuperada…!
Como ya la paciente estaba sana y salva el Dr. Quintana pidió a la oficina de administración del
hospital que le enviaran la factura total de los gastos para aprobarla.
Él la revisó y firmó. Además escribió algo en el borde de la factura y la envió al cuarto de la
paciente.
La cuenta llegó al cuarto de la paciente, pero ella temía abrirla, porque sabía que le tomaría el
resto de su vida para poder pagar todos los gastos.
Finalmente la abrió, y algo llamó su atención: En el borde de la factura leyó estas palabras
Firmado: Dr. Francisco Quintana
“Pagado por completo hace muchos años con un vaso de leche”.
Anónimo
EL ELIXIR DEL AMOR
Un médico fue llamado para atender un caso inusual. Encontró a una doncella de diecisiete
años, pálida y triste reclinada en un sofá, en una lujosa pieza adornada con costosos tapices de
seda. Sus ojos entrecerrados, cabeza inclinada y pálida como una estatua de mármol. Varios
doctores fueron consultados y la examinaron, sin poder diagnosticar su condición, concluyendo
que su problema era psicosomático.
Con un simple vistazo el doctor se dio cuenta que era lo que tenía. Languidecía en su
adornada jaula, prisionera, ya que no sabía lo que era dar felicidad a los necesitados. El doctor le
pidió que se alistara a salir con él.
“Con usted?” preguntó la chica. “Adónde?”.
En tono bajo, el doctor le dijo, “Eso es un secreto. Solo puedo decirle que es para su bien”.
La niña se preparó y el doctor la llevó a un distrito en donde vivía gente muy humilde.
Llevaron consigo regalos y dinero.
En la primera casa que visitaron el doctor tuvo que ayudarla a mantenerse erguida cuando
caminaba.
En la segunda, ella se adelantó al doctor.
En la tercera, casi llegó corriendo. Cuando los niños le besaron la mano y la pobre mujer
agradeció, lloró de felicidad.
La salida le pareció demasiado corta a ella. De ahí en más, todos los días buscaba a aquellos
a quien ella podía hacer feliz.
Había vuelto a una buena salud; encontró alegría y felicidad, que no existía en su casa
palaciega pero sí en las chozas de los pobres a quienes daba el amor de su corazón generoso.
La felicidad que damos a otros, vuelve a nosotros.
Anónimo
EL CARPINTERO
Un carpintero ya entrado en años estaba listo para retirarse. Le dijo a su jefe de sus planes de
dejar el negocio de la construcción para llevar una vida más placentera con su esposa y disfrutar
de su familia.
Él iba a extrañar su cheque mensual, pero necesitaba retirarse. Ellos superarían esta etapa de
alguna manera. El jefe sentía ver que su buen empleado dejaba la compañía y le pidió que si
podría construir una sola casa más, como un favor personal. El carpinteo accedió, pero se veía
fácilmente que no estaba poniendo el corazón en su trabajo.
Utilizaba materiales de inferior calidad y el trabajo era deficiente. Era una desafortunada
manera de terminar su carrera.
Cuando el carpintero terminó su trabajo y su jefe fue a inspeccionar la casa, éste extendió al
carpintero las llaves de la puerta principal.
“Ésta es su casa”-dijo, es mi regalo para ti”.
¡Qué tragedia! ¡Qué pena! Si solamente el carpintero hubiese sabido que estaba
construyendo su propia casa, la hubiera hecho de manera totalmente diferente. Ahora tendría que
vivir en la casa que construyó “no muy bien” que digamos!
Así que está en nosotros. Construimos nuestras vidas de manera distraída, reaccionando
cuando deberíamos actuar, dispuestos a poner en ello menos que lo mejor. En puntos importantes,
no ponemos lo mejor de nosotros en nuestro trabajo. Entonces con pena vemos la situación que
hemos creado y encontramos que estamos viviendo en la casa que hemos construido. Si lo
hubiéramos sabido antes la habríamos hecho diferente.
Piensen como si fueran el carpintero. Piensen en su casa.
Cada día clavamos un clavo, levantamos una pared o edificamos un techo. Construyan con
sabiduría. Es la única vida que podrán construir. Inclusive si solo la viven por un día más, ese día
merece ser vivido con gracia y dignidad.
La placa en la pared dice: “La Vida Es Un Proyecto de Hágalo-Usted-Mismo”.
Quién podría decirlo más claramente? Su vida ahora, es el resultado de sus actitudes y
elecciones del pasado. Su vida mañana será el resultado de sus actitudes y elecciones hechas
HOY!
Anónimo.
BUSCANDO LA PAZ
Había una vez un rey que ofreció un gran premio a aquel artista que pudiera captar en una
pintura la Paz perfecta. Muchos artistas intentaron.
El rey observó y admiró todas las pinturas, pero solamente hubieron dos que a él realmente
le gustaron y tuvo que escoger entre ellas.
La primera era un lago muy tranquilo. Este lago era un espejo perfecto donde se reflejaban
unas plácidas montañas que lo rodeaban. Sobre ésta se encontraba un cielo muy azul con tenues
nubes blancas. Todos quienes miraron esta pintura pensaron que ésta reflejaba la Paz perfecta.
La segunda pintura también tenía montañas. Pero éstas eras escabrosas y descubiertas. Sobre
ellas había un cielo furioso del cual caía un impetuoso aguacero con rayos y truenos. Montaña
abajo parecía retumbar un espumoso torrente de agua. Todo esto no se revelaba para nada
pacífico.
Pero cuando el rey observó cuidadosamente, él miró tras la cascada un delicado arbusto
creciendo en una grieta de la roca. En este arbusto se encontraba un nido. Allí, en medio del rugir
de la violente caída de agua, estaba sentado plácidamente un pajarito en el medio de su nido…
Paz perfecta…? Cuál crees que fue la pintura ganadora?
El rey escogió la segunda. Sabes porqué?
Anónimo.
EL TESORO ESCONDIDO
Una noche le fue ordenado en sueños al rabino Isaac que acudiera a la lejana Praga y que, una
vez allí, desenterrara un tesoro escondido debajo de un puente que conducía al palacio real. Isaac
no se tomó el sueño en serio, pero, al repetirse cuatro o cinco veces, acabó por decidirse a ir en
busca del tesoro.
Cuando llegó al puente, descubrió consternado que estaba fuertemente vigilado, día y noche,
por los soldados. Todo lo que podía hacer era contemplar el puente a una cierta distancia. Pero,
como acudía allí todas las mañanas, un día el capitán de la guardia se le acercó para averiguar el
motivo. El rabino Isaac, a pesar de lo violente que le resultaba confiar su sueño a otra persona, le
dijo toda la verdad al capitán, porque lo agradó el buen carácter de aquel cristiano. El capitán
soltó una enorme carcajada y le dijo:
“¡Cielos! ¿Es usted un rabino y se toma los sueños tan en serio? ¿Si yo fuera tan estúpido
como para hacer caso a mis sueños, ahora estaría dando vueltas por Polonia! Le contaré un sueño
que tuve hace varias noches y que se ha repetido unas cuantas veces: una voz me dijo que fuera a
Cracovia y buscara un tesoro en el rincón de la cocina de un tal Isaac, hijo de Ezequiel. ¿No cree
usted que sería la mayor estupidez del mundo buscar en Cracovia a un hombre llamado Isaac y a
otro llamado Ezequiel, cuando probablemente, la mitad de la población masculina de Cracovia
responde al nombre de Isaac y la otra mitad al de Ezequiel?”
El rabino estaba atónito. Le dio las gracias por su consejo al capitán, regresó
apresuradamente a su casa, cavó en el rincón de su cocina y encontró un tesoro tan abundante que
le permitió vivir espléndidamente durante el resto de sus días.
La búsqueda espiritual es un viaje en el que no hay distancias.
De donde estás en este momento, vas adonde has estado siempre.
Pasas de la ignorancia al conocimiento, porque lo único que haces es ver por primera vez lo
que siempre has estado mirando.
Anónimo.
LA RIQUEZA DEL REY
Una vez el Rey Bhartruhari realizó un gran sacrificio. Abrió el tesoro y regaló todas las
gemas, las joyas, el oro y los diamantes que tenía.
Los eruditos y los necesitados regresaron felices, bendiciendo en todas las formas posibles al
rey. Cuando el sacerdote principal reclamó su parte, el rey se desprendió de todas sus pertenencias
personales. Conservando sólo una manta para cubrir su cuerpo, se dispuso a abandonar el palacio.
Con cierta deliberada intención, el sacerdote principal dijo: “Ahora eres pobre, oh!, rey. No
te queda nada para mantener a tu familia. ¿Quieres que yo te dé algo para que puedas empezar de
nuevo?”
Mientras su rostro irradiaba un brillo divino, el rey respondió con gran humildad: “Venerado
Maestro, yo no he perdido nada. No soy pobre, las joyas y riquezas nunca fueron mías y ahora han
sido devueltas a quienes les pertenecen. Lo que era mío sigue siendo mío: mi salud y mi
capacidad; mi intelecto y mi sabiduría; mis virtudes y mi destino. De hecho, he ganado mucho: la
bendición del pueblo y la gracia de Dios.
Anónimo
UNA LEYENDA ARABE
Dice una leyenda árabe que dos amigos viajaban por el desierto y que en un determinado
punto del viaje discutieron, y uno de ellos abofeteó al otro. Éste, ofendido, sin nada que decir,
escribió en la arena, “HOY, MI MEJOR AMIGO ME PEGÓ UNA BOFETADA EN EL
ROSTRO”. Siguieron adelante y llegaron a un oasis donde resolvieron bañarse. El que había sido
abofeteado y lastimado comenzó a ahogarse, siendo salvado por el amigo.
Al recuperarse tomó un estilete y escribió en una piedra: “HOY, MI MEJOR AMIGO ME
SALVÓ LA VIDA”.
Intrigado, el amigo preguntó: ¿Por qué después que te lastimé, escribiste en la arena y ahora
escribes en una piedra?
Sonriendo, el amigo respondió: “Cuando un gran amigo nos ofende, debemos escribir en la
arena donde el viento del olvido y del perdón se encargarán de borrarlo y apagarlo; por otro lado,
cuando nos pase algo grandioso, deberemos grabarlo en la piedra de la memoria del corazón
donde viento ninguno en todo el mundo podrá borrarlo”.
Anónimo
LA MAESTRA DE HELEN KELLER
Los niños más afortunados son los que tienen a un héroe por maestro.
Helen Keller no era como la mayoría de las niñas. No podía ver los capullos que crecían en
su jardín ni las mariposas que volaban de flor en flor ni las blancas nubes que surcaban el cielo
azul. No podía oír los trinos de los pájaros que se veían en las copas de los árboles desde su
ventana ni las canciones y las risas de los niños cuando jugaban. La pequeña Helen era sorda y
ciega.
Además, como no podía oír conversar a la gente, no había aprendido a hablar. Podía
agarrarse al vestido de su madre y seguirla por toda la casa, pero no sabía cómo decir: “Te
quiero”. Podía subirse al regazo de su padre, pero no podía preguntarle: “¿Me lees un cuento?”
Vivía en un mundo oscuro y silencioso en el que se sentía completamente sola.
Una tarde, cuando tenía casi siete años, Helen se encontraba en el porche de su casa. Notaba
un agradable calor en la cara, pero no sabía que procedía del sol. Olía la fragancia madreselva que
crecía al lado de su casa, pero no sabía qué era.
De pronto, sintió que alguien la rodeaba con los brazos y la estrechaba contra sí. Supo de
inmediato que no se trataba ni de su madre ni de su padre. Al principio dio patadas, arañazos y
golpes en un intento por quitarse de encima a aquella persona desconocida, pero entonces empezó
a preguntarse quién podía ser. Estiró los brazos y palpó la cara de la persona desconocida, luego el
vestido y por último la gran maleta que llevaba.
¿Cómo iba a saber Helen que aquella joven era Annie Sullivan, que había venido a vivir con
ella y a ser su maestra?
Annie le había comprado un regalo. Dio a Helen una muñeca y a continuación puso los
dedos sobre las manos de la niña e hizo unas señales de forma que Helen pudiera percibirlas.
Annie deletreó lentamente M-U-Ñ-E-C-A con los dedos. Helen notó que los dedos de Annie se
movían, pero no sabía qué estaba intentando comunicarle aquella mujer. No comprendía que cada
una de aquellas señales dactilares era una letra y que las letras formaban la palabra “muñeca”. Por
lo tanto, apartó a Annie de un empujón.
La nueva maestra no se dio por vencida. Entregó a Helen un trozo de tarta y le deletreó la
palabra T-A-R-T-A en la mano. Helen hizo las señales con sus propios dedos, pero seguía sin
comprender qué significaban.
Durante las semanas siguientes, Annie puso muchas cosas en las manos de Helen y le
deletreó las palabras. Trató de enseñarle palabras como “alfiler”, “gorro” y “taza”. A Helen todo
aquello le parecía muy extraño. Le cansaba que aquella mujer desconocida le tomara siempre la
mano. A veces se enfadaba con Annie y empezaba a soltar golpes en la oscuridad que la rodeaba.
Daba patadas y arañazos. Gritaba y refunfuñaba. Rompía platos y lámparas.
En ocasiones Annie se preguntaba si sería capaz de ayudar a la pequeña Helen a salir de su
solitario mundo de oscuridad y silencio, pero al instante se prometía a sí misma que no se daría
por vencida.
Una mañana Helen y Annie estaban paseando cuando pasaron por delante de un viejo pozo.
Annie le tomo la mano a Helen y se la puso debajo del caño mientras ella bombeaba. Cuando
surtió el chorro de agua fría, Annie le deletreó A-G-U-A en la mano.
Helen permaneció quieta. En una mano notaba la fría agua que caía a borbotones; en la otra,
los dedos de Annie, que le hacía las señales una y otra vez. De pronto, la esperanza y la alegría
embargaron su pequeño corazón. Había comprendido que A-G-U-A equivalía a aquella cosa fría y
maravillosa que corría por su mano. Por fin había comprendido lo que Annie llevaba semanas
intentando mostrarle. Se había dado cuenta de que todo tenía nombre y de que podía deletrearlo
con los dedos.
Helen Keller corrió hasta la casa llorando de alegría y arrastrando a Annie consigo. Tocó
todas las cosas que tenía al alcance de la mano al tiempo que iba preguntando sus nombres:
“silla”, “mesa”, “puerta”, “madre”, “padre”, “niño” y muchas otras más. ¡Había tantas palabras
maravillosas que aprender! Pero ninguna era tan maravillosa como la que Helen aprendió cuando
tocó a Annie para preguntarle cómo se llamaba y ella deletreó: M-A-E-S-T-R-A.
Helen Keller nunca dejó de aprender. Aprendió a leer con los dedos, a escribir e incluso a
hablar. Fue a la escuela y a la universidad y Annie la acompañó para ayudarla en su aprendizaje.
Helen y Annie se convirtieron en amigas para siempre.
Cuando se hizo mayor, Helen Keller fue una gran mujer. Dedicó su vida a ayudar a la gente
que no podía ver ni oír. Trabajó de firme, escribió libros y viajó allende los mares.
En todos los lugares a donde iba transmitía a la gente ánimo y esperanza. Una infancia que
había comenzado marcada por la oscuridad y la soledad se había convertido en una vida llena de
luz y alegría.
“El día más importante de mi vida fue el día en que conocí a mi maestra”, decía Helen.
Anónimo
EL CIRCO
Una vez cuando era un adolescente, mi padre y yo estábamos en la fila para comprar las
entradas para el circo. Finalmente solo había una familia entre nosotros y la taquilla. Esta familia
me causó una gran impresión.
Había ocho niños, todos probablemente menores de doce años.
Se podría decir que no tenían mucho dinero. Sus ropas no eran costosas, pero estaban
limpias. Los niños se comportaban bien y estaban tranquilos en la fila, de dos en dos cogidos de la
mano detrás de sus padres. Hablaban con excitación acerca de los payasos, elefantes y otros actos
que verían esa noche…
Se podía pensar que nunca antes habían estado en el circo. Prometía ser una chispa de luz
en sus jóvenes vidas. El padre y la madre estaban a la cabeza del grupo tan orgullosos como
podían estar. La madre cogía la mano del marido, y le miraba con una expresión que parecía decir
“Tú eres mi caballero de brillante armadura”. Él estaba tomando el sol sonriente y orgulloso
parecía responderle “eso es correcto”.
La señora de la taquilla, preguntó al padre cuantas entradas quería. Él respondió orgulloso,
“8 para niños y 2 para adultos, así que puedo llevar a mi familia al circo”. La señora de la taquilla
le dijo el precio.
La señora soltó la mano de su marido y bajó la cabeza. El labio del hombre comenzó a
temblar, se inclinó un poco más cerca y preguntó “¿Cuánto dijo?”. La señora de la taquilla repitió
otra vez el precio. El hombre no tenía suficiente dinero. ¿Cómo les iba a decir a sus 8 niños que
no tenía suficiente dinero para llevarlos al circo?.
Al ver lo que pasaba, mi padre sacó 20 dólares del bolsillo y los dejó caer al suelo
(Nosotros no éramos ricos en ningún sentido de la palabra). Mi padre se agachó y recogió el
dinero y golpeó ligeramente al hombre en el hombro y le dijo: “Discúlpeme señor, esto cayó de su
bolsillo”. El hombre sabía lo que ocurría. Él no pedía una ayuda, pero ciertamente apreciaba la
que le brindaran en una situación desesperada, desgarradora, embarazosa.
Él miró a los ojos de mi padre directamente, le cogió las manos entre las suyas oprimiendo
firmemente el billete de 20 dólares, y con su labio temblando y una lágrima corriendo por su
mejilla, contestó “Gracias, Señor, se lo agradezco, esto realmente significa mucho para mí y para
mi familia”.
Mi padre y yo regresamos a nuestro coche y volvimos a casa. Nosotros no fuimos al circo
esa noche, pero no nos fuimos sin nada.-
DAN CLARK
CUENTO
- ¡Espera!- lo interrumpió el filósofo- ¿ya hiciste pasar por las tres rejas lo que vas a
contarme?
- Sí. La primera es la verdad. ¿Estás seguro de que lo que quieres decirme es absolu-
tamente cierto?
- Al menos lo habrás hecho pasar por la segunda reja, que es la bondad. Eso que
deseas decirme, ¿es bueno para alguien?
- ¡Ah vaya! La última reja es la necesidad. ¿Es necesario hacerme saber eso que tanto te
inquieta?
Anónimo
LA MIRADA
Nunca me gustaron demasiado los animales. Por esa razón, el día que mi padre me
regaló a Manchita –un lindo gato pardo con un lunar blanco cerca de los ojos- no demostré mucho
entusiasmo.
A pesar de mi indiferencia, Manchita se encariñó conmigo. El gato seguía mis pasos y
andanzas por toda la casa. Como su presencia no me molestaba, lo dejaba acompañarme.
Una tarde lluviosa y, por lo tanto, bastante aburrida, decidí ponerme a jugar con una
pelota dentro de la casa. Actividad expresamente prohibida por mi madre. Empecé a hacer
“jueguitos”. Pasaba el balón de la cabeza a los pies con suma habilidad. Pero, en un momento,
calculé mal y la pelota se estrelló contra un jarrón que se hizo añicos. Manchita observaba todo
desde un rincón del comedor.
Cuando mi madre observó los pedazos de loza, preguntó que había sucedido.
Consciente de mi falta, temeroso de un castigo decidí buscar una treta. “La culpa fue de Manchita.
Por los truenos, se escondió debajo de la mesa y tiró el jarrón”. Mi madre dijo: “Qué raro un gato
tan miedoso” y luego me pidió que la ayudara a juntar los trozos. Pero la historia no terminó allí.
A la noche fui a dormir y Manchita me acompañó al dormitorio. Pero cuando se
apagaron las luces, “sentí” que el gato me observaba. Cerraba los ojos, daba vueltas en la cama
intentando conciliar el sueño. Imposible aun en la oscuridad, su mirada me seguía. Esos ojos
inocentes sabían quién era el verdadero culpable. Recuerdo que esa noche soñé con gatos, pelotas
y jarrones.
A la mañana siguiente, desperté sobresaltado, Manchita seguía allí. Sin sacarme el
pijama, corrí al encuentro de mi madre. Llorando, le conté mi falta “el jarrón lo rompí yo, no el
gato. Él lo sabe y no deja de mirarme”. Mamá se compadeció de mi angustia. Me explicó que los
ojos de los gatos siempre brillan en la oscuridad. Como nuestra conciencia que brilla como un
faro y nos señala el camino cuando obramos mal. Comprendí que la mirada que “sentía” no era la
de mi mascota, sino la de mi propia conciencia.
Aunque seguí siendo un niño muy travieso, jamás volví a culpar a otro de mis
“diabluras”.
Una vez Dios vino a los sueños de un niño y le dijo: “Te quiero mostrar qué es el
infierno y qué es el cielo. Ven conmigo”
Juntos entraron en una habitación con una larga mesa y mucha gente sentada
alrededor. En el centro de la mesa había una olla con un guiso delicioso. El niño se deleitó con
solo sentir su aroma. Sin embargo, toda la gente sentada a la mesa estaba padeciendo hambre. Se
los veía grises y desesperados. Entonces el niño vio cuál era el problema. Las cucharas para
servirse el guiso eran tan largas, que no les alcanzaba el largo del brazo para llevárselas a la boca,
y cada vez que intentaban comer, se les caía todo el guiso al suelo. Esto realmente es el infierno,
pensó el niño para sí.
Dios lo llevó entonces a otra habitación, exactamente igual a la primera: la misma
mesa, el mismo guiso, las mismas cucharas. Pero aquí la gente estaba muy feliz y sonriente. Todos
estaban también muy bien alimentados.
El niño miró a Dios sin entender porqué estaban todos tan contentos en esta habitación.
Entonces, Dios le dijo:
- “Mi niño, esta habitación es el cielo, porque aquí las personas aprendieron a darse de
comer unos a otros.”
Anónimo
LA CUERDA DE LA VIDA
Anónimo.
UNA HISTORIA PARA PENSAR
Un experto asesor de empresas en Gestión del Tiempo quiso sorprender a los asistentes a su
conferencia. Sacó de debajo del escritorio un frasco grande de boca ancha. Lo colocó sobre la
mesa, junto a una bandeja con piedras del tamaño de un puño y preguntó:
Anónimo.
Valor: AMOR-nobleza-lealtad
Edad Sugerida: 7en adelante
Lunes por la tarde. Yo estaba solo en la oficina cuando un joven de unos 18 o 20 años
llamó a la puerta. Lo invité a pasar, pero no respondió. Se lo veía parado en el medio del umbral,
con la cabeza inclinada hacia adelante. Me acerqué y reiteré la invitación. El joven comenzó a
caminar despaciosamente y se ubicó frente a mi escritorio. Por mi parte tomé una silla y la ubiqué
junto a él, que continuaba de pie. Pensé que traería algún problema y prefería manifestarle mi
cercanía.
- Me sentaré aquí para escucharte, le dije.
No respondió nada, ni una palabra, ni un gesto. Nada. Continuó con la vista fija en el piso.
- ¿En qué puedo servirte? ¿Te pasa algo? ¿Necesitas alguna cosa?
El silencio fue su única respuesta. Sin embargo, no puedo decir qué había un clima tenso. No.
Había, eso sí, un “algo” de misterio, que me exigía mucho respeto. Los minutos pasaban y sólo se
movían las cortinas de la ventana por una suave brisa. Todo estaba como detenido en el silencio.
De pronto el joven gira sobre sí mismo y se dirige a la puerta con aparente ánimo de irse. Le puse
la mano sobre el hombro y le pregunté:
- ¿Cómo te llamas?
Cuando le había puesto la mano sobre el hombro se había detenido, levantando la cabeza, y
con un tono de voz audible, respondió:
- Orlando.
Y se fue. Esa misma tarde, después de la celebración de Misa, otro joven me pidió que rezara
por un amigo suyo que estaba sufriendo. Sólo le pregunté si podía decirme su nombre para
encomendarlo al Amor de Dios.
- Se llama Orlando y está solo en el mundo: en un accidente acaban de morir sus padres y
sus tres hermanos.
Comprendí que se trataba del mismo muchacho que había estado conmigo. Sólo me quedaba
rezar. Al día siguiente y casi a la misma hora Orlando volvió. Todo fue semejante al día anterior,
pero esta vez mantuve la mano sobre su hombro y le dije:
- No necesito que me digas nada. Te comprendo y quiero unirme a tu sufrimiento. Te quiero
a ti y te respeto. Estoy a tu disposición.
Nos quedamos sentados durante un largo rato. Esto se repitió, con mínimas variantes durante
cinco días. El sábado no vino. El domingo lo vi en Misa, con la cabeza baja, sin mirar a nadir. El
lunes volvió, fijó sus grandes ojos en los míos, intentó una sonrisa, se sentó y comenzó a hablar:
- Vengo porque encontré en usted un corazón que escuchó lo que dije a través de mi
silencio, ese silencio que fue un intenso grito de dolor.
Y se explayó largamente.
Yo comprendí, por primera vez en mi larga vida, que no es hablando mucho cómo se entiende
y se ama a los demás. Comprendí la riqueza del tiempo usado a favor del silencio.
Comprendí la grandeza, la nobleza y la lealtad de aquellos corazones que saben escuchar más allá
de las palabras.
EL SABIO Y EL NIÑO
Anónimo
EL VIEJO JEEP
Valor: solidaridad-gratitud-alegría
Edad sugerida: 5 años a más
Anónimo.
UN EXTRAÑO COMPORTAMIENTO
Valor: AMOR-gratitud-reconocimiento
Edad sugerida: 6 años en adelante
Leo y Ana eran una pareja común. Vivían en una casa común en una calle común. Como
cualquier otra pareja común, luchaban por llegar a fin de mes y hacer lo mejor posible para sus hijos.
Eran comunes también en otro sentido: tenían sus peleas. Y cada cual le echaba la culpa al
otro de sus desavenencias matrimoniales.
Un día, se produjo un hecho extraordinario. Leo le dijo a Ana:
- Quiero darte las gracias por haber llenado todos estos años la cómoda, con ropa interior
limpia y planchada.
Ana miró a su marido muy extrañada.
- ¿Qué quieres, Leo?
- Nada, contestó. Sólo quiero que sepas que lo aprecio.
Ana olvidó el incidente hasta algunos días más tarde, cuando Leo le dijo:
Ana, gracias por anotar los números de los cheques en el libro de este mes. Pusiste las
cifras correctas en quince de los dieciséis montos. Es un récord.
Sin creer lo que oía, Ana levantó la vista de la costura y comentó:
- Leo, siempre te quejas de que anoto mal los números de los cheques. ¿Qué pasa ahora?
- Sólo quería que supieras que valoro el esfuerzo que estás haciendo, manifestó Leo.
Ana no entendía lo que pasaba. No obstante, al día siguiente cuando Ana hizo el cheque en el
almacén, miró su chequera para confirmar que había escrito correctamente el número de cheque y
pensó: ¿porqué diablos ahora me preocupo tanto por esos tontos números de cheques?
Trató de minimizar el incidente, pero la extraña conducta de Leo se intensificó.
Y así una noche dijo: -Ana, fue una comida excelente. Aprecio sinceramente todo tu esfuerzo.
En los últimos 15 años, apuesto a que preparaste más de 14 mil comidas para mí y los chicos.
Al día siguiente expresó: -Qué bueno, Ana, la casa está espléndida. Realmente has trabajado
mucho para tenerla así.
Y en otra oportunidad manifestó: -Gracias, Ana, por ser como eres. Realmente me encanta tu
compañía.
Ana estaba cada vez más preocupada. -¿Dónde quedó el sarcasmo y la crítica? Se preguntaba.
Sus temores de que algo raro le ocurría a su marido fueron confirmados por Celia, su hija de
dieciséis años que dijo:
-Papá se volvió loco, mamá. Acaba de decirme que estoy linda. Con todo este maquillaje y
esta ropa desaliñada, lo dijo igual. Ese no es papá. ¿Qué le pasa?
Fuere lo que fuere, Leo no lo superaba.
Al cabo de varias semanas, Ana se acostumbró más al comportamiento inusual de su marido y
ocasionalmente le respondía con un rencoroso “gracias”. Hasta que un día ocurrió algo tan
peculiar que la descolocó del todo.
- Quiero que te tomes un descanso, dijo Leo. Yo cocinaré y lavaré los platos.
Después de una pausa, Ana atinó a contestar: -Gracias. Muchas gracias, Leo.
La auto-confianza de Ana comenzó a afirmarse y cada tanto incluso tarareaba mientras hacía
las cosas de la casa. Ya no se ponía de mal humor tan seguido. –Me gusta la nueva actitud de Leo,
pensaba.
Ese sería el fin de la historia si no fuera porque un día ocurrió otro hecho extraordinario. Esta
vez la que habló fue Ana: -Leo, quiero darte las gracias por trabajar y por habernos mantenido
todos estos años. Creo que nunca te dije lo mucho que lo valoro.
Leo nunca reveló el motivo de su rotundo cambio de comportamiento y tal vez siga siendo
uno de los misterios de la vida.
Testimonio anónimo.
FABRICANDO UN PADRE
Autor desconocido.
LA CARPINTERÍA
Valor: autoconocimiento-confianza-unidad
Edad sugerida: 6 años en adelante
Asamblea en la carpintería.
Cuentan que en la carpintería hubo una vez una extraña asamblea. Fue una reunión de
herramientas para arreglar sus diferencias. El martillo ejerció la presidencia, pero la asamblea le
notificó que tenía que renunciar. ¿La causa? ¡Hacía demasiado ruido! Y, además, se pasaba el
tiempo golpeando.
El martillo aceptó su culpa, pero pidió que también fuera expulsado el tornillo; dijo que
había que darles muchas vueltas para que sirviera de algo.
Ante el ataque, el tornillo aceptó también, pero a su vez pidió la expulsión de la lija. Hizo
ver que era muy áspera, siempre tenía fricciones con los demás.
Y la lija estuvo de acuerdo, a condición de que fuera expulsado el metro que siempre se la
pasaba midiendo a los demás.
En eso entro el carpintero, se puso el delantal e inició su trabajo.
Utilizó el martillo, la lija, el metro y el tornillo. Finalmente la tosca madera inicial se
convirtió en un hermoso mueble.
Cuando la carpintería quedó nuevamente sola, la asamblea reanudó la deliberación. Fue
entonces cuando tomó la palabra el serrucho, y dijo:
“Señores, ha quedado demostrado que tenemos defectos, pero el carpintero trabaja con
nuestras cualidades. Eso es lo que nos hace valiosos. Así que no pensemos ya en nuestros puntos
malos y concentrémonos en la utilidad de nuestros puntos buenos”.
La asamblea encontró entonces que el martillo era fuerte, el tornillo unía y daba fuerza, la
lija era especial para afinar y limar asperezas y observaron que el metro era preciso y exacto.
Se sintieron entonces un equipo capaz de producir muebles de calidad y orgullosos de sus
fortalezas y de trabajar juntos.
Ocurre lo mismo con los seres humanos. Observen y lo comprobarán. Cuando en una
empresa el personal busca a menudo defectos en los demás, la situación se vuelve tensa y
negativa. En cambio, al tratar con sinceridad de percibir los puntos fuertes de los demás, es
cuando florecen los mejores logros humanos.
Es fácil encontrar defectos, cualquier tonto puede hacerlo, pero encontrar cualidades, eso
es para los espíritus superiores que son capaces de inspirar todos los éxitos humanos.
Anónimo.
Valor: Amor-paciencia-perseverancia
Edad sugerida: 8 años a más
Durante el transcurso de una conferencia, un Obispo se refería a un maestro de una escuela
Dominical, quien empezó sus clase en una villa miseria. Con la mejor de las intenciones, juntó a
todos los niños pobres, les habló del amor de Dios y los inspiró a vivir una vida hermosa.
Encontrando sus ropas sucias, rotosas y desgarradas, les dijo: “Yo les conseguiré ropa
nueva. Deberán usarlas todos los Domingos por la mañana cuando vengan a clase”.
Cada niño recibió una hermosa vestimenta.
El domingo siguiente, encontró que uno de los niños faltaba.
Hizo algunas averiguaciones y se les dijo que este niño era un jugador. Que seguramente
habría vendido la ropa para conseguir dinero para el juego.
El maestro Dominical fue en busca del niño, lo encontró y le entregó otro juego de ropas. El
niño atendido las clases Dominicales por unas dos o tres semanas, desapareciendo otra vez.
El maestro encontró que el niño había vendido nuevamente su ropa y había perdido el
dinero en el juego.
Otra vez, fue al niño, y con amor lo encontró, hablándole con ternura.
Le dijo, “Olvida lo ocurrido. Toma esta ropa nueva, y trata de ser regular en tu asistencia a
las clases Dominicales”.
Esto se repitió como trece veces. Por lo menos doce veces el niño vendió la ropa, pero la
paciencia del maestro no se había agotado. Su amor no tenía fronteras, incuestionable,
incondicional, no demandaba ninguna explicación; no necesitaba ninguna disculpa. Una
transformación fue labrada. El niño dio vuelta la hoja a una página nueva.
El amor del maestro transformó al niño y lo hizo nuevo.
El Obispo concluyó su conferencia con las palabras, “Yo sé que esto es cierto, porque yo
era ese niño!”.
Es el amor que reclama. Es el amor que transforma. Sermones o conferencias no llegan al
corazón de la gente, el poder del amor sí.
Anónimo
BUSCANDO A BUDA
Valor: devoción, fe
Edad sugerida: 7 años en adelante
BUDA peregrinaba por el mundo para encontrarse con aquellos se decían sus discípulos y
hablarles acerca de la Verdad.
A su paso, la gente que creía en sus decires venía por cientos para escuchar su palabra, tocarlo
o verlo, seguramente por única vez en sus vidas.
Cuatro monjes que se enteraron de que Buda estaría en la ciudad de Vaalí, cargaron sus cosas
en sus mulas y emprendieron el viaje que llevaría, si todo iba bien, varias semanas.
Uno de ellos conocía menos la ruta a Valí y seguía a los otros en el camino.
Después de tres días de marcha, una gran tormenta los sorprendió. Los monjes apuraron el
paso y llegaron al pueblo donde buscaron refugio hasta que pasara la tormenta.
Pero el último no llegó al poblado y debió pedir refugio en casa de un pastor, en las afueras.
El pastor le dio abrigo y techo y comida para pasar la noche.
A la mañana siguiente, cuando el monje estaba dispuesto a partir fue a despedirse del pastor.
Al acercarse al corral, vio que la tormenta había espantado las ovejas del pasto y que éste trataba
de reunirlas.
El monje pensó que sus cofrades estarían dejando el pueblo y si no salía pronto, los demás se
alejarían. Pero él no podía seguir su camino, dejando a su suerte al pastor que lo había cobijado.
Por ello decidió quedarse con él hasta juntar el ganado.
Así pasaron tres días, tras los cuales se puso en camino a paso redoblado, para tratar de
alcanzar a sus compañeros.
Siguiendo la huella de los demás, paró en una granja a reponer su provisión de agua.
Una mujer le indicó donde estaba el pozo y se disculpó por no ayudarlo, pero debía seguir
con la cosecha. Mientras el monje abrevaba sus mulas y cargaba sus odres con agua, la mujer le
contó que tras la muerte de su marido, era difícil para ella y sus pequeños hijos llegar a recoger la
cosecha antes de que se pudriera.
El hombre se dio cuenta de que la mujer nunca llegaría a recoger la cosecha a tiempo, pero
también supo que se quedaba, perdería el rastro y no podría estar en Vaalí cuando Buda arribara a
la ciudad.
Lo veré algunos días después, pensó, sabiendo que Buda se quedaría unas semanas en Vaalí.
La cosecha llevó tres semanas y apenas terminó la tarea, el monje retomó su marcha…
En el camino se enteró que Buda ya no estaba en Vaalí. Había partido hacia otro pueblo más
al norte.
El monje cambió su rumbo y se dirigió hacia el nuevo poblado.
Podría haber llegado aunque más no fuera para verlo, pero en el camino tuvo que salvar a
una pareja de ancianos que eran arrastrados corriente abajo y no hubieran podido escapar de una
muerte segura. Solo cuando los ancianos estuvieron recuperados, se animó a continuar su marcha
sabiendo que Buda seguía su camino.
…Veinte años pasaron con el monje siguiendo el camino de Buda…y cada vez que se
acercaba, algo sucedía que retrasaba su andar. Siempre alguien que necesitaba de él, evitaba, sin
saberlo, que el monje llegara a tiempo.
Finalmente se enteró que Buda había decidido ir a morir a su ciudad natal.
Esta vez, dijo para sí, es la última oportunidad. Si no quiero morirme sin haber visto a Buda,
no puedo distraer mi camino. Nada es más importante ahora que ver a Buda antes de que muera.
Ya habrá tiempo para ayudar a los demás, después.
Y con su última mula y sus pocas provisiones, retomó el camino.
La noche antes de llegar al pueblo, casi tropezó con un ciervo herido en medio del camino.
Lo auxilió, le dio de beber y cubrió sus heridas con barro fresco. El ciervo boqueaba tratando de
tragar el aire, que cada vez le faltaba más.
Alguien debía quedarse con él, pensó, para que yo pueda seguir mi camino.
Pero no había nadie a la vista.
Con mucha ternura acomodó al animal contra unas rocas para seguir su marcha, le dejó agua
y comida al alcance del hocico y se levantó para irse.
Solo llegó a hacer dos pasos. Inmediatamente se dio cuenta de que no podría presentarse
ante Buda, sabiendo en lo profundo de su corazón que había dejado solo a un indefenso
moribundo.
Así que descargó su mula y se quedó a cuidar al animalito. Durante toda la noche veló sus
sueños como si cuidara a un hijo. Le dio de beber en la boca y cambió paños sobre su frente.
Hacia el amanecer, el ciervo se había recuperado.
El monje se levantó, se sentó en un lugar apartado y lloró…Finalmente, había perdido
también su última oportunidad.
- Ya nunca podré encontrarte – dijo en voz alta.
- No sigas buscándome- le dijo una voz que venía desde sus espaldas- porque ya me has
encontrado.
El monje giró y vio como el ciervo se llenaba de luz y tomaba la redondeada forma de Buda.
- Me hubieras perdido si me dejabas morir esta noche para ir a mi encuentro en el pueblo…
y respecto a mi muerte, no te inquietes, el Buda no puede morir mientras hayan algunos
como tú, que son capaces de seguir mi camino por años, sacrificando sus deseos por las
necesidades de otros. Eso es Buda y Buda está en ti.
Jorge Bucay
EN EL ANDÉN DE LA VIDA
Anónimo.
Autor desconocido.
MILAGROS
Valor: comprensión-reconocimiento-fe
Edad sugerida: 7 años en adelante
Tres personas iban caminando por una vereda de un bosque; un sabio con fama de hacer
milagros, un poderoso terrateniente del lugar y, un poco atrás de ellos y escuchando la
conversación, iba un joven estudiante alumno del sabio.
Terrateniente: “Me han dicho en el pueblo que eres una persona muy poderosa y que inclusive
puedes hacer milagros.”
Sabio: “Soy una persona vieja y cansada… ¿cómo crees que yo podría hacer milagros?”.
Terrateniente: “Pero me han dicho que sanas a los enfermos, haces ver a los ciegos y vuelves
cuerdos a los locos… esos milagros solo los puede hacer alguien muy poderoso”.
Sabio: “¿Te referías a eso?... Tú lo has dicho, esos milagros dolo los puede hacer alguien muy
poderoso… no un viejo como yo. Esos milagros los hace Dios, yo solo pido se conceda un favor
para el enfermo, o para el ciego, y todo el que tenga la fe suficiente en Dios puede hacer lo
mismo”.
Terrateniente: “Yo quiero tener la misma fe para poder realizar los milagros que tú haces…
muéstrame un milagro para poder creer en tu Dios”.
Sabio: “¿Esta mañana volvió a salir el sol?”.
Terrateniente: “Sí, claro que sí!!”.
Sabio: “Pues ahí tienes un milagro… el milagro de la luz”.
Terrateniente: “No, yo quiero ver un verdadero milagro, oculta el sol, saca agua a una piedra…
mira, hay un conejo herido junto a la vereda, tócalo y sana sus heridas”.
Sabio: “¿Quieres un verdadero milagro? No es verdad que tu esposa acaba de dar a luz hace
algunos días?”.
Terrateniente: “Sí!! Fue varón y es mi primogénito”.
Sabio: “Ahí tienes el segundo milagro… el milagro de la vida”.
Terrateniente: “Sabio, tú no me entiendes, quiero ver un verdadero milagro…”
Sabio: “¿Acaso no estamos en época de cosecha?, no hay trigo y sorgo donde hace unos meses
sólo había tierra?”.
Terrateniente: “Sí, igual que todos los años”.
Sabio: “Pues ahí tienes el tercer milagro… “
Terrateniente: “Creo que no me he explicado. Lo que yo quiero…” (el sabio lo interrumpe)
Sabio: Te has explicado bien, yo ya hice todo lo que podía hacer por ti… Si lo que encontraste no
es lo que buscabas, lamento desilusionarte, yo he hecho todo lo que podía hacer”.
Dicho esto, el poderoso terrateniente se retiró muy desilusionado por no haber encontrado
lo que buscaba. El sabio y su alumno se quedaron parados en la vereda. Cuando el poderoso
terrateniente iba muy lejos como para ver lo que hacían el sabio y su alumno, el sabio se dirigió a
la orilla de la vereda, tomó al conejo, sopló sobre él y sus heridas quedaron curadas; el joven
estaba algo desconcertado…
Joven: “Maestro te he visto hacer milagros como éste casi todos los días, ¿Por qué te negaste a
mostrarle uno al caballero?, ¿Por qué lo haces ahora que no puede verlo?”.
Sabio: “Lo que el buscaba no era un milagro, sino un espectáculo. Le mostré 3 milagros y no
pudo verlos. Para ser rey primero hay que ser príncipe, para ser maestro primero hay que ser
alumno… no puedes pedir grandes milagros si no has aprendido a valorar los pequeños milagros
que se te muestran día a día. El día que aprendas a reconocer a Dios en todas las pequeñas cosas
que ocurren en tu vida, ese día comprenderás que no necesitas más milagros que los que Dios te
da todos los días sin que tú se los hayas pedido”.
Anónimo.
Valor: No violencia-hermandad-respeto
Edad sugerida: 9 años en adelante
De Humberto Ecco.
LA PARÁBOLA DEL SEMBRADOR
Ese día Jesús salió de casa y fue a sentarse a orillas del lago. Pero la gente vino a él en tal cantidad,
que subió a su barca y se sentó en ella, mientras toda la gente se quedó en la orilla. Jesús le habló de
muchas cosas, usando comparaciones o parábolas.
Les decía: “El sembrador salió a sembrar. Y mientras sembraba, unos granos cayeron a lo largo del
camino: vinieron las aves y se lo comieron. Otros cayeron en terreno pedregoso, con muy poca tierra,
y brotaron enseguida, pues no había profundidad. Pero, apenas salió el sol, los quemó y por falta de
raíces, se secaron. Otros cayeron en medio de los cardos: éstos crecieron y los ahogaron. Otros granos,
finalmente, cayeron en buena tierra y produjeron cosecha, unos el ciento, otros el sesenta y otros el
treinta por uno. El que tenga oídos, que escuche”.
Extraída de la Biblia
LA EXPOSICIÓN
Valor: sinceridad, sacrificio, lealtad
Edad sugerida: 8 años en adelante
EN EL HOSPITAL
EPILOGO: Hay una felicidad inmensa en hacer felices a los otros a despecho de las propias
preocupaciones. Las alegrías compartidas son doble gozo y la pena compartida es medio dolor. Si
quieres sentirte rico no tienes más que contar todas aquellas cosas que posees y que el dinero no puede
comprar. El hoy es un regalo, por eso se llama “presente”.
Anónimo
Marion Doolan.
Una vez, un padre de una familia acaudalada lleva a su hijo a un viaje por el campo con el firme
propósito de que su hijo viera cuan pobres eran las gentes del campo. Estuvieron por espacio de un día y
una noche completa en una granja de una familia campesina muy humilde.
Al concluir el viaje y de regreso a casa el padre le pregunta a su hijo:
¿Qué te pareció el viaje?
Muy bonito, Papi.
¿Viste que tan pobre puede ser la gente?
Sí
¿Y qué aprendiste?
Vi que nosotros tenemos un perro en casa, ellos tienen cuatro. Nosotros tenemos una piscina que
llega de una pared a la mitad del jardín, ellos tienen un riachuelo que no tiene fin. Nosotros tenemos unas
lámparas importadas en el patio, ellos tienen estrellas. El patio llega hasta la pared de la casa del vecino,
ellos tienen todo el horizonte de patio. Ellos tienen tiempo para conversar y estar en familia; tú y mamá
tienen que trabajar todo el tiempo y casi nunca los veo.
Al terminar el relato, el padre quedó mudo… y su hijo agregó:
¡Gracias Papi, por enseñarme lo rico que podemos llegar a ser!!!
Anónimo
EL GALLO
Valor: compasión, perdón, respeto a la vida
Edad sugerida: 5 años en adelante
El correr del tiempo nos retrotrae a la memoria figuras y hechos que están adormecidos en
nuestro subconsciente, con tal nitidez como si lo hubiésemos vivido ayer. En nuestro transcurrir en el
mundo caben todos los sueños y el candor. Es como la presentación del ángel en el alma de un niño.
En el afán de mimar a nuestro hijo Bichín, entonces de dos añitos, mi madre lo instruía en todo
lo que a monerías o gracias se refería. En la calma de las vivencias cotidianas, aquellas picardías eran
ampliamente festejadas. Así, por ejemplo, saludar al gallo al pasar a su lado.
Vivíamos en la provincia de Buenos Aires, en una modesta casa pero eso sí: con un amplio
terreno. Mi madre tenía un espacio donde se encerraban todos los misterios, se plantaban las verduras y
también se percibía el paso del tiempo en los naranjos y en la flor de los durazneros.
En aquel tiempo mi hijo se acercaba al cerco lindero con la vecina e introduciendo la mano por
un hueco del tejido de alambre, llamaba a doña María: -Acá vuelvo, María-, le decía a gritos, mientras
ella venía presurosa y depositaba un huevo casero en su manito.
Bichín regresaba con su pequeña carga, no sin antes solicitar permiso al gallo, para luego hacer
el breve tramo.
-Emiso, coró-coró-, saludo que pronunciaba en su balbuceante lenguaje.
Pero una mañana el gallo, que tenía la misma estatura que mi hijo, amaneció de mal talante, vaya
uno a saber qué discusión había tenido con las gallinas del patio. Lo cierto es que, cuando Bichín se
detuvo para saludar al rey de la madrugada, éste por toda respuesta le dio un picotazo abriéndole una
herida en la mejilla.
El chico huyó despavorido dejando caer su huevito y, tremendamente asustado, se puso a llorar
en mis brazos, mientras que la sangre manaba como si se le hubiera abierto una canilla. De inmediato le
hicimos una pequeña compresa y luego hubo de colocársele tres puntitos.
Cuando el padre regresó, casi mata al gallo corriéndolo por el patio para darle su merecido.
Cansado de perseguirlo, sentenció por último:
-Este gallo está condenado a muerte, no lo quiero ver nunca más por aquí!
Por supuesto la orden era contundente y mi compañero, con una enorme rama en las manos,
manifestó que no lo mataba ya, porque prefería que lo hiciera mi madre que en definitiva era la dueña
del ave.
Como mi progenitora estaba encariñada con el gallo, contrató a mi hermano Goyo, que era una
persona cargada de bondad.
-No me animo a matarlo…
-Y entonces, ¿qué hacemos?, porque está sentenciado a muerte, alegó mi madre. Lo cierto es
que ambos cavilaron un instante, mientras veían pasar por el frente a un vagabundo, que se quedó
parado para observar.
Al verlo, mi hermano Goyo, tuvo la solución definitiva que no crearía complejos de culpa e
incluso permitía un espacio de rescate, ante la tamaña decisión de mi marido.
-No querés?, te regalamos un gallo, es el que tengo en esta bolsa.
-Sí, pero, ¿cuánto cuesta?, preguntó el hombre.
-Nada, simplemente la señora te regala para que lo comas o lo vendas. El hombre tomó
ceremoniosamente la bolsa y se fue caminando muy despacio, mientras decía:
-Estos son locos de la guerra, yo ya no entiendo más nada…
Lo que nunca supo el vagabundo era que el gallo estaba sentenciado a muerte y que justo con
él, había llegado el indulto, no se sabe si por la mano de Dios, o de los duendes que protegen a los
animales de la tierra.
Andrea G. de Mestas Núñez.
LA BELLEZA Y LA FEALDAD
Valor: autenticidad, auto-confianza, coherencia
Edad sugerida: 8 años en adelante
Cierto día se encontraron a la orilla del mar la Belleza y la Fealdad. Decididas a darse un baño,
se quitaron sus ropajes y se sumergieron en las aguas del mar.
Después de un rato, la Fealdad salió del agua, se vistió con la ropa de la Belleza y siguió su
camino. Cuando salió la Belleza, no pudiendo encontrar sus ropajes y siendo muy tímida para caminar
desnuda, se vistió con los de la Fealdad y continuó también su camino.
Desde aquel momento los seres humanos las confunden y mezclan una con otra. Sin embargo,
hay personas que han contemplado la cara de la Belleza y la reconocen sin importarles los ropajes que
lleve puestos. Y hay quienes reconocen la cara de la Fealdad sin dejarse engañar por los ropajes que
lleve.
K. Gibran.
EL JUEZ ABRAZADOR
¿Qué harían si quisieran cambiar el mundo, dejar una marca o hacer un depósito para un pasaje al
cielo? ¿Pensarían a lo grande u elegirían al acto más llamativo y grandioso? ¿O perseverarían en silencio
cada día, haciendo un acto personal por vez?
Michel Christiano, un oficial de justicia de Nueva York, se levanta todos los días a las 4 de la
mañana, con buen o mal tiempo, sea día laborable o no, y entra en su fábrica de sándwiches. No, no es el
dueño de una casa de comidas, en realidad es su cocina personal. En ella están los rellenos de sus
famosos sándwiches, famosos sólo para aquellos que los necesitan con desesperación para mantener a
raya el hambre del día. A las 5:50 está haciendo la ronda por los refugios improvisados de personas sin
techo de las calles Centre y Lafayette, cerca de la Municipalidad de Nueva York. En poco tiempo, entrega
como puede doscientos sándwiches a otras tantas personas sin techo, antes de comenzar su jornada de
trabajo en el tribunal.
Empezó hace veinte años, con una taza de café y una rosquilla para un hombre sin techo llamado
John. Día tras día, Michael le llevaba sándwiches, té, ropas y, cuando hacía realmente frío, un lugar
donde refugiarse en su auto mientras él trabajaba. Al principio, Michael sólo quería hacer una buena
obra.
Pero un día, una voz en su cabeza lo obligó a hacer más. Esa fría mañana de invierno, le preguntó a
John si le gustaría lavarse. Era una oferta en vacío, porque Michael estaba seguro de que John se negaría.
Inesperadamente, John dijo:
-¿Vas a bañarme?
Michael oyó su voz interior que le decía: “Pon tu dinero donde está tu boca”. Al mirar a ese pobre
hombre cubierto con ropas en jirones y malolientes, descuidado, barbudo y con aspecto salvaje, Michael
tuvo miedo. Pero también sabía que estaba enfrentando la mayor prueba de su compromiso. De manera
que ayudo a John a que subiera al vestuario del tribunal para empezar el trabajo.
El cuerpo de John era una masa de cortes y lastimaduras, resultado de años de dolor y descuido. Le
habían amputado la mano derecha y Michael se sobrepuso a sus propios miedos y su repulsión. Ayudó a
John a lavarse, le cortó el pelo, lo afeitó y compartió con él su desayuno.
-En ese momento- recuerda Michael-, supe que tenía una vocación y creí que estaba en mí hacer
algo.
Cuando le surgió la idea de los sándwiches, Michael respondió a su vocación. No recibe apoyo
empresarial, cosa que explica diciendo:
-No me propongo hacer una obra de caridad que quede registrada o reciba atención de los medios
masivos de comunicación. Sólo quiero hacer el bien, día a día, a mi pequeña manera. A veces el dinero
sale de mi bolsillo, a veces tengo ayuda. Pero esto es algo que puedo hacer, un día y una persona por vez.
“Hay días en que nieva –dice- y me cuesta dejar mi cama caliente y la calidez de mi familia para ir al
centro de los sándwiches. Pero entonces esa voz interior empieza a charlar y puedo hacerlo”.
Y lo hace. Michael ha hecho doscientos sándwiches todos los días durante los últimos veinte años.
-Cuando entrego los sándwiches- explica-, no los dejo simplemente en una mesa para que ellos los
tomen. Miro a cada uno a los ojos, le estrecho la mano y le deseo un buen día. Cada persona es
importante para mí. No los veo como “los sin techo”, sino como gente que necesita comida, una sonrisa
de aliento y algún contacto humano positivo.
“Un día apareció el intendente Koch, para hacer la ronda conmigo. No invitó a los medios de
comunicación, sólo él y yo- dice Michael. Pero de todos sus recuerdos, trabajar codo a codo con el
intendente no es tan importante como haber trabajado junto a otra persona…
Un hombre había desaparecido de las filas de los que recibían sándwiches, y Michael pensaba en él
de tanto en tanto. Esperaba que el hombre hubiera accedido a mejores circunstancias. Un día, el hombre
apareció, transformado, y saludó a Michael limpio, bien vestido, afeitado, y llevando sándwiches hechos
por él para entregar a los necesitados. La dosis cotidiana de comida fresca de Michael, sus cálidos
apretones de mano, sus miradas y buenos deseos le habían dado a este hombre la esperanza y el estímulo
que necesitaba de manera tan desesperada. Que cada día lo vieran como a una persona, no como a una
categoría, había dado a su vida un giro de 180 grados.
La situación no necesitó de palabras. Los dos hombres trabajaron en silencio, lado a lado,
entregando sus sándwiches. Fue un día más en las calles de Nueva York, pero un día con un poco más de
esperanza.
Meladee McCarty
RESENTIMIENTO Y PERDÓN
Valor: auto-conocimiento, aceptación
Edad sugerida: 6 años en adelante
El tema del día era resentimiento y perdón y el maestro nos había pedido que lleváramos papas y una
bolsa de plástico. Ya en clase elegimos una papa por cada persona que guardáramos resentimiento;
escribimos su nombre en ella y la pusimos dentro de la bolsa. Como es de imaginar, algunas eran
realmente pesadas.
El ejercicio consistía en que durante una semana lleváramos con nosotros a todos lados esa bolsa de
papas.
Naturalmente la condición de las papas se iba deteriorando con el tiempo.
El fastidio de acarrear esa bolsa en todo momento me mostró el peso espiritual que cargaba a diario y
cómo, mientras ponía mi atención en ella para no olvidarla en ningún lado, desatendía cosas que eran
más importantes para mí.
Todos tenemos papas pudriéndose en nuestra mochila.
Este ejercicio fue una gran metáfora del precio que pagaba a diario por mantenerme en el dolor, la
bronca y la negatividad.
Me di cuenta que cuando hacía importantes los temas incompletos o las promesas no cumplidas, me
llenaba de resentimiento, aumentaba mi estrés, no dormía bien y mi atención se dispersaba.
Perdonar y dejarlas ir me llenó de paz y calma alimentando mi espíritu de poder personal.
La falta de perdón es como un veneno que tomamos a diario a gotas, pero que finalmente nos
termina envenenando.
Muchas veces pensamos que el perdón es un regalo para el otro, sin darnos cuenta de que los únicos
beneficiados somos nosotros mismos.
“No es necesario que sepas cómo perdonar, sólo alcanza con estar dispuesto a hacerlo, de todo lo
demás se ocupará el Universo”.
Louise L. Hay
Enrique Mariscal
Anónimo.