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Te adentras en los pasillos de una noche siniestra, donde la vacilación se bate en duelo con la
culpa y la venganza tiñe el cielo nocturno de un carmesí ansioso de sangre, de dolor y
desprecio. Mantienes una batalla interior retumbando en tus débiles párpados, el cuerpo y
mente ahora son un campo de batallas incesantes. El sentido pierde su tacto de la realidad
pues divaga en limitaciones mundanas de un amanecer reflexivo, la noche se diluye en
cavilaciones abriéndose paso hacia un más allá inocuo. Cierras tus ventanas y considera el
amanecer como un nuevo augurio de sensaciones, de experiencias llamativas que forjarán en
el edén de tu aliento un nuevo proceder. Alza la vista y dibuja suspiros de amor, seduce la
brisa con alabanzas de guerra porque tu lucha apenas ha comenzado. Si tu corazón es de
cristal, púlelo, si es de papel, escribe en él.
Marzo 29, al llegar a casa tengo una sensación sombría en el pecho, un vaivén de pesares me
acoge como una manta que arrulla mi conocimiento, estoy intranquilo, inquieto y calmado,
irónico ¿no?, poseer una especie de paz sumisa que alienta tu desaliento, lo que ves no es lo
que existe, desear huir a un mundo de experiencias dibujadas, añoras el futuro espiando tu
pasado, sin tener en cuenta que, lo poco que has hecho en este instante, ya se ha diluido
lentamente en el olvido, como la brisa que arrastra las cenizas de un desierto susurrante.
Tiempo, una palabra que define tus sensaciones, tiempo, aquel umbral donde lo que piensas
desaparece al instante, tiempo, aquel verdugo vertiginoso que lentamente susurra en tus
oídos el futuro, apagando con su aliento la llama del presente, extinguiendo con sus manos la
vida en el pasado. Hoy no soy más que un escultor de niebla sobre lienzos de papel quemado,
abarcando un mañana tardío, añorando un anochecer tallado en mármol.
Jhefferson Ortega.