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El mensaje de la cruz: Introducción

La cruz es mencionada varias veces en la Biblia, pero más significativamente en


las cartas de Pablo. Mucho antes que Jesús fuera crucificado en la cruz en el
Calvario, nos exhortó a tomar nuestra cruz diariamente y seguirle, lo que es una
condición del discipulado. (Lucas 9,23) Jesús mismo tomó esta cruz diariamente;
fue el principal instrumento a través del cual destruyó la raíz del pecado y
venció el poder de la muerte y al diablo.

Pablo fue asido del mensaje de la cruz. En sus cartas, vemos cuánto valoraba la
cruz; la cruz impregnaba toda su vida y predicación.

«Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se
salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios.» 1 Corintios 1,18.

«Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste
crucificado.» 1 Corintios 2,2.

«Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y
lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se
entregó a sí mismo por mí.» Gálatas 2,20.

Estas referencias muestran claramente que la cruz es la llave crucial, el mismo


medio por el cual podemos seguir a Jesús en el camino nuevo y vivo hacia la
santificación. A través del poder de la cruz, somos capaces de ser transformados
en la imagen de Jesús, de modo que también la vida de Cristo puede
manifestarse en nuestros cuerpos. (2 Corintios 4,10-11) Por eso el mensaje de la
cruz es uno de los pilares más centrales y cruciales del evangelio.

¿Qué es la «la cruz»?


La muerte de Jesús en la cruz de madera en el Calvario permitió que todas las
personas recibieran perdón por sus pecados. Esta muerte, sin embargo, fue
realmente la culminación de Jesús llevando su cruz diaria – una cruz interna,
simbólica sobre la cual toda su propia voluntad fue sacrificada y por lo tanto
todo el pecado en la carne fue llevado a la muerte.
Mientras que la cruz en el Calvario fue el fin de la vida física de Jesús aquí en la
tierra, esta cruz (el perdón de pecados) es sólo el comienzo para un discípulo
que tiene un objetivo genuino de llegar a una vida de completa victoria sobre
todo pecado en la carne – todo el pecado que hemos heredado de la caída – tal
como lo hizo Jesús.

Las escrituras hablan en realidad de tres cruces, las cuales se explican


brevemente aquí:

 La Primera cruz: La cruz del Calvario. (Lucas 23,33-43) Esta es la cruz física en
la cual Jesús sufrió y murió. Por la fe en lo que Jesús hizo en esta cruz, tenemos
paz con Dios. Cristo ahora se ha convertido en nuestro sacrificio expiatorio, y
podemos recibir perdón por nuestros pecados cuando oramos por ello y nos
arrepentimos. A través del perdón somos salvos, no por nuestras obras o logros,
sino solamente por gracia

 La segunda cruz: Crucificar al viejo hombre y la carne con sus pasiones y


deseos. Esta es la cruz simbólica que Pablo escribe en Romanos 6,6 y Gálatas
5,24. Esta es la cruz sobre la cual nuestro «viejo hombre» – nuestro estado de
ánimo que está de acuerdo en hacer lo que sabemos es pecado – es puesto
fuera de acción, y la carne con sus pasiones y deseos pierde su poder sobre
nosotros. Por esta cruz nacemos de nuevo y nos convertimos en discípulos. Se
produce un cambio de corazón y mente, y ya no cometemos las obras
manifiestas de la carne. (Gálatas 5,19-21) Ya no somos esclavos del pecado,
para vivir según la carne. (Romanos 6, 15-23; Romanos 8,12) Recibimos vida con
Cristo, habiendo recibido a Jesús como Señor en nuestras vidas.

 La tercera cruz. Tomar nuestra cruz diariamente, negándonos a nosotros


mismos como discípulos. (Mateo 16,24; Lucas 9,23) Esta también es una cruz
simbólica, la cual Jesús tomó cada día de su vida entera negándose a sí mismo –
eligiendo hacer la voluntad de Dios en lugar de su propia voluntad. Jesús dice
que nadie puede ser su discípulo sin tomar esta cruz diariamente como Él lo
hizo. Cuando lo hacemos, destruimos la raíz del pecado, recibimos victoria
mientras continuamos llevando a la muerte aquellas áreas de pecado en
nuestras vidas que el Espíritu Santo nos revela, y que anteriormente
ignorábamos. Esta es la vida oculta con Cristo en Dios. Esta es la santificación –
una profunda salvación y transformación de todo nuestro hombre interior, y
nos volvemos partícipes de la naturaleza divina. (2 Pedro 1,4) Este es el llamado
de la esposa.
La primera cruz: La cruz del calvario
La «primera cruz» es la cruz de madera del Calvario, donde Jesús sufrió su
muerte física. (Lucas 23,33-43) Es posible para todas las personas recibir perdón
por sus pecados a través de la muerte de Jesús en el Calvario.

En Colosenses 2,13-15, Pablo hace referencia al «acta de decretos». Esta fue la


ley, dada a Moisés, la cual documentaba la voluntad de Dios para con su
pueblo, estableciendo los requisitos y las recompensas para quienes guardaran
la ley, así como el castigo para quienes no lo hicieran. La conclusión es que la
paga del pecado es la muerte, (Romanos 6,23) de modo que los pecadores
tenían una sentencia de muerte – tanto una muerte física, como una muerte
espiritual mucho más seria, lo cual era una separación de Dios. Por causa que
todos habían pecado, todos estaban bajo este juicio.

Satanás utilizó esto para acusar a las personas, porque nadie podía guardar
toda la ley, especialmente el mandamiento «No codiciarás» (Éxodo 20,17) La
codicia, o lujuria, es oculta, y la ley era impotente en controlarla, porque podía
actuar frente al pecado cuando sólo era manifiesto. (Romanos 8,3-4) Satanás
utilizaba estas leyes, o el «acta de decretos» para acusar a las personas ante
Dios y exigir que fueran entregados a Él.

Se estableció una disposición mediante la cual las personas podían recibir


perdón por medio del sacrificio de un animal sin mancha, y la sangre del
sacrificio se ofrecía como prueba de que la deuda había sido pagada. Sin
embargo, estos sacrificios no podían quitar la raíz del pecado, los deseos o el
pecado en la carne1, y tenían que ser repetidos año tras año. (Hebreos 10,1-4)

Jesucristo, el Hijo de Dios, tomó sobre sí la misma carne y sangre que nosotros,
lo que significa que estuvo en la misma situación que toda la humanidad, con el
pecado en la carne que todos habían heredado de la Caída. Como ser humano,
Jesús fue tentado a deseos y pensamientos pecaminosos al igual que nosotros.
Sin embargo, la diferencia fundamental fue que aunque Jesús tenía pecado2 (1
Juan 1,8; Romanos 7,18), nunca cedió a la tentación, y por lo tanto, jamás
cometió pecado3. (Hebreos 4,15) Jesús nunca infringió la ley, ni siquiera la ley
que decía que no debemos codiciar. Al contrario, al negar estos deseos y
pasiones cada vez que se manifestaban en su carne – negándose a aceptar estas
tentaciones – llevó a la muerte4 todo el pecado en la carne. Todo el pecado en
la naturaleza humana que Jesús tomó sobre sí mismo cuando vino a la tierra,
fue vencido y conquisatado5 en su cuerpo mortal. Jesús se ofreció a sí mismo, su
propia voluntad, como un sacrificio cada vez que era tentado, permitiendo que
Dios condenara el pecado en su carne. (Romanos 8,3-4)

Falsamente acusado de herejía, fue crucificado como un criminal, a pesar que


era irreprensible. Esta muerte física fue en realidad el sacrificio final, porque
tomó sobre sí la culpa por lo pecados de todo el mundo, y pagó el precio – la
muerte.

«Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra


carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados,
anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era
contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz,» Colosenses 2,13-14.
Ahora Satanás ya no tiene más derecho sobre los que creen en Jesús. La deuda
por el pecado ha sido pagada. Él fue irreprensible, un sacrificio sin mancha, y a
través de Él nosotros, que somos todos pecadores, podemos tener nuestros
pecados perdonados. (1 Pedro 3,18) Esto no es debido a ningún mérito propio,
sino que somos salvos solamente por gracia.

Había ahora un hombre que había cumplido por completo el justo


requerimiento de la ley, demostrando que es posible para todas las personas.
(Romanos 8,1-4; Apocalipsis 12,10-11; Hechos 26,18) Debido a que Jesús venció
el pecado, la muerte no tuvo control sobre Él, y se levantó de la tumba en la
mañana de Pascua, habiendo tomado las llaves del Hades y de la Muerte de
Satanás. (Hebreos 2,14-15; Apocalipsis 1,18) El tiempo de Satanás como
acusador delante de Dios ha terminado, pero todavía recorre la tierra con gran
ira, buscando a quien devorar. (1 Pedro 5,8) Él susurra mentiras y nos acusa de
los pecados de los cuales hemos sido perdonados (Apocalipsis 12,7-12), pero
por causa que Jesús ha pagado la deuda del pecado, aquellos que creen en Él
ahora pueden resistir al diablo y sus mentiras, y Él huye de ellos. (Santiago 4,7)

A través de la cruz del Calvario, los que antes eran pecadores tienen ahora la
gracia de comenzar con un borrón y cuenta nueva, sobre el camino nuevo y
vivo que Jesús nos abrió para seguirlo. A través de la sangre de Jesús, todos los
pecados que hemos cometidos, y hemos decidido no volver a hacer, han sido
perdonados por Dios. Ahora tenemos un camino de regreso a Dios por medio
de Jesucristo. ¡Ser reconciliados con Dios no es el final de la vida cristiana, sino
el comienzo de una nueva vida!
¡Lee más acerca de esta emocionante vida en el «camino de la cruz» en los
demás artículos de esta serie!

Glosario

1. Pecado en la carne: La naturaleza humana pecaminosa que todas las


personas han heredado desde la Caída. Esto significa que como seres
humanos somos tentados naturalmente por deseos y pensamientos
pecaminosos. A menudo también se le menciona como «el pecado
original» o «el pecado que mora en el interior.»
2. Tener pecado: «Tener pecado» es lo mismo que tener «pecado en la
carne» (ver arriba). Juan dice que todos «tenemos pecado» (1 Juan 1,8), y
Pablo escribe que nada bueno habita en nuestra carne. (Romanos
7,18) Tener pecado, sin embargo, es completamente diferente
a cometer pecado.
3. Cometer pecado: Cometer pecado es hacer conscientemente algo que
sabes que va en contra de la voluntad de Dios y sus leyes. Es cuando eres
tentado a un pensamiento pecaminoso que viene por causa del pecado
en la carne, y estás de acuerdo con ese pensamiento y actúas sobre él,
sabiendo muy bien que no es agradable a Dios. (Santiago 1,14-15) Este
«acto» puede suceder en palabra, hecho o incluso en pensamientos.
4. Llevar el pecado a la muerte: Llevar el pecado a la muerte es el acto de
negar los pensamientos o la inclinación al pecado que surge de la carne y
negarme a estar de acuerdo con él. Los deseos al pecado no son
solamente suprimidos, sino en realidad llevados a la muerte. (Romanos
8,13; Colosenses 3,5)
5. Vencer el pecado/Conquistar el pecado: «Victoria sobre el pecado»
significa que no cometo ningún pecado consciente – lo que sabes que
sería pecado en el momento que eres tentado. No significa que no tienes
absolutamente ningún pecado (ver «el pecado en la carne»), pero a
medida que continúas resistiendo cada tentación para no cometer
pecado, Dios revela más del pecado que todavía vive en tu carne, para
que puedas vencerlo en un grado más profundo. (Romanos 8,37, 1
Corintios 15,57, Apocalipsis 2,7) ¡De este modo vives una vida victoriosa!
Jesús mismo mató el pecado en la carne a medida que Dios se lo
revelaba a través de su Espíritu, y así venció completamente todo el
pecado en la carne. Este proceso también es llamado «la muerte de
Jesús» que Pablo menciona que siempre debemos llevar en el cuerpo. (2
Corintios 4,10) En otras palabras, también debemos llevar a cabo este
proceso en nuestra vida.
La segunda cruz: Crucificar al viejo
hombre y la carne con sus pasiones y
deseos
Aquellos que están realmente cansados de su propio pecado y tienen un anhelo
verdadero de entrar en una vida nueva, son llevados al arrepentimiento por la
bondad de Dios. (Romanos 2,4) « Así que, arrepentíos y convertíos, para que
sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor
tiempos de refrigerio…» Hechos 3,19. El convertirse1 es una decisión sincera que
uno hace para arrepentirse de los pecados pasados y alejarse del mundo – de
vivir en los placeres pasajeros del pecado, a vivir para Dios ciento por ciento; no
un poco para el mundo y un poco para Dios. Por la misericordia de Dios,
recibimos el perdón de nuestros pecados a través de la gracia, la cual no
merecemos, y el fundamento para una nueva vida ahora es establecido. (Hechos
3,19; Hechos 26,18)

Crucificar al «viejo hombre» (Romanos 6,6; Efesios 4,17-24)

Para llegar a una vida nueva, tenemos que sacrificar el «viejo hombre2» –
nuestra vieja vida. (Efesios 2,2-3, Efesios 4,22-24) Nuestro «viejo hombre» es
nuestra mentalidad antes de la conversión, donde permitíamos que el pecado
gobernara en nuestras vidas, donde no habíamos tomado una decisión
consciente de resistir al pecado, sino que en lugar de ello cedíamos a la
tentación. Es claro que no hay manera que podamos dejar de pecar si nuestro
«viejo hombre» sigue siendo activo en nuestras vidas. De otro modo
necesitaremos perdón por los mismos pecados que cometemos día a día. Creer
que podemos recibir victoria sobre el pecado sin sacrificar al «viejo hombre» es
un engaño. De lo contrario, es sólo una batalla para mantener una buena
apariencia en lo exterior. Si anhelamos un progreso espiritual después de
convertirnos, entonces tenemos que sacrificar o crucificar a nuestro «viejo
hombre». (Romanos 6,6)

Crucificar al «viejo hombre» es un acto de fe, una decisión que tomamos para
despojarnos de nuestra vieja mentalidad que voluntariamente cede al pecado, y
establecer al «nuevo hombre3» – una nueva mentalidad y determinación para
resistir al pecado y vivir una vida crucificada con Él. (Efesios 4,17-24) Nos
consideramos a nosotros mismos muertos al pecado – ya no servimos
conscientemente al pecado, sino que estamos vivos para Dios y su obra –
nuestros cuerpos son al contrario utilizados para servirle en obediencia.
(Romanos 6,11-14) Podemos tomar este decisivo compromiso de sacrificar a
nuestro «viejo hombre» y comenzar una nueva vida sin importar donde estemos
– ¡Es una decisión que tomamos por fe!

Sacrificar al «viejo hombre» no significa que no tenemos pecado en la carne4 y


que no seremos más tentados al ser atraídos y seducidos por nuestros propios
deseos. (Santiago 1,14-15) Significa, sin embargo, que ya no vivo de acuerdo al
pecado. Esta es la nueva mente3. Nuestra nueva mente ya no sirve al pecado,
sino que al contrario declara un rotundo «¡No!» cuando somos tentados. Esta es
una poderosa decisión de fe, la cual tiene lugar en nuestra mente.

Crucificar la carne con sus pasiones y deseos (Gálatas 5,24)

Con esta nueva mente, nuestra carne con sus pasiones y deseos puede ser
crucificada con Cristo. (Gálatas 5,24) La carne es la parte de nuestro cuerpo de
pecado, de la cual somos conscientes. Naturalmente, no podemos crucificar lo
que no hemos reconocido como pecado hasta el momento. Sin embargo, tan
pronto recibimos luz que algo es pecado, tenemos que crucificarlo – llevarlo a la
muerte. (Colosenses 3,5) Cuando estas pasiones y deseos surgen de nuestra
carne, deben ser crucificados – jamás permitirlos en nuestro corazón y mente –
y padecer hasta que mueran. Esto produce padecimientos en nuestra carne, ya
que nuestras pasiones y deseos pecaminosos que moran allí no están siendo
satisfechos. Estos deseos finalmente mueren cuando son continuamente
negados hasta llegar a la muerte.

Nuestra mente, nuestra conciencia, que antes estaba en obras malignas ha sido
sometida a la voluntad de Dios por la fe. Debemos considerarnos a nosotros
mismos muertos al pecado, pero vivos para Dios. (Romanos 6,11) Cuando una
persona continúa viviendo en pecado consciente, es porque el «viejo hombre»
todavía está vivo, y no tiene la mente para resistir el pecado – son esclavos del
pecado. Por lo tanto, sacrificar al «viejo hombre» abre la posibilidad de una vida
en victoria total sobre el pecado consciente hasta allí donde tenemos luz –
nuestros cuerpos ya no son más esclavos del pecado. «Así que, hermanos,
deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne.»
Romanos 8,12. Las inclinaciones malignas en nuestra carne ya no gobernarán
sobre nosotros.
Esta cruz es para todos los que hemos pecado y tenemos hábitos pecaminosos,
pero que se han arrepentido y han decidido comenzar una nueva vida.

Glosario

1. Conversión/Ser convertidos: Ser convertidos es tomar la decisión de apartarse


del pecado y de las tinieblas, del poder del diablo al Dios vivo. Nos
arrepentimos de nuestros pecados pasados, desechamos nuestra vieja vida –
una vida que disfrutaba de vivir en los placeres pasajeros del pecado, y nos
apoderamos de una nueva mente – una mentalidad que está decidida a resistir
el pecado (decir «¡No!» en la tentación). También es importante, después de la
conversión, no volver al entorno que tenía una influencia negativa sobre uno
antes de la conversión, de lo contrario las cosas pueden ir mal otra vez. (Hechos
3,19, Hechos 26,18, 1 Pedro 2,1-2)
2. El «viejo hombre»: Nuestro «viejo hombre» es nuestra mentalidad donde no
hemos tomado una decisión consciente de resistir el pecado. Con esta
mentalidad, cuando somos tentados a pecar, conscientemente aceptamos estas
tentaciones en nuestra mente, permitiendo que estos pensamientos se
manifiesten en pensamientos, palabras y hechos pecaminosos. (Romanos 6,1-6,
Efesios 4,22-24, Colosenses 3,9-10)
3. El «nuevo hombre»/«Nueva mente»: El «nuevo hombre» es la nueva
mentalidad, la nueva determinación que hemos puesto después de sacrificar al
«viejo hombre». Es una decisión de luchar contra el pecado, de decir «¡No!»
cada vez que somos tentados a pecar, para vivir en justicia y santidad. (Efesios
4,22-24)
4. El pecado en la carne: La naturaleza humana pecaminosa que todas las
personas han heredado desde la Caída. Esto significa que como ser humanos
somos naturalmente tentados por deseos y pensamientos pecaminosos.
También se le menciona a menudo mencionado como el «pecado original» o
«el pecado que mora en el interior».

¿Cuál es el resultado de tomar nuestra


cruz?
«Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación
a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego.» Romanos
1,16.

«Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se
salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios.» 1 Corintios 1,18.
Libertad del Pecado

Esta palabra, o evangelio, ahora está disponible para todos los discípulos de
Jesús – aquellos que quieren ser liberados del pecado. Porque «si el Hijo os
libertare, seréis verdaderamente libres.» dijo Jesús mismo. (Juan 8,36) La
verdadera libertad se haya en la cruz. Experimentamos libertad cuando somos
crucificados juntamente con Él, padecemos juntamente con Él, y nos volvemos
semejantes a Él en su muerte. El diablo no puede hacer nada cuando los deseos
han sido crucificados, porque esto es la misma fuente de poder.

Esto es lo que es tan bueno, que cuando estamos cansados de


nosotros mismos, sabemos que estamos «vendidos al pecado» – estamos en
bancarrota – así que nos acercamos a Él, nos dejamos crucificar, y
experimentamos que su muerte comienza a obrar en nosotros sobre todos
estos deseos y pasiones. (Mateo 11,28-30)

El poder que nos ha sido dado a través de la palabra de la cruz es un poder con
el cual podemos poner todas las cosas en orden según la sabiduría de Dios.
Poco a poco, a medida que el tiempo pasa y caminamos en la luz que Dios nos
da, llevamos a la muerte el pecado en nuestra carne que nos es revelado,
empezamos a notar que la vida de Jesús se manifiesta en nuestros cuerpos. (2
Corintios 4,10-12) Donde éramos amargados y exigentes, somos una bendición.
Donde teníamos ansiedad y desánimo, estamos llenos de fe y poder para la
acción. Donde una vez fuimos críticos y llenos de rencor, aprendemos a
perdonar y edificar. En lugar de provocar discusiones y peleas cuando nuestros
sentimientos son heridos o nuestras opiniones desafiadas, nos convertimos en
ejemplos de apacibilidad, amabilidad y paciencia. A medida que nuestros
propios deseos son negados, adquirimos las virtudes de Cristo.

Anhelamos más de lo que es bueno; nuestros pensamientos ya no son los


mismos que antes. Tal vez el egoísmo nos había tenido atados anteriormente,
pero cuando nos humillamos negando nuestra propia voluntad, sentimos que
sucede una muerte sobre el pecado – una liberación del pecado. Esta es la
muerte de Cristo – la «muerte de Jesús» de la que Pablo escribe en 2 Corintios
4,10. Donde antes había malestar y estrés, ahora hay reposo y paz. La vida se
vuelve pacífica; somos liberados de la «preocupación» de recibir honor y la
grandeza de este mundo y de toda la aflicción mundana, que viene de los
deseos de la carne.
«Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea
de Dios, y no de nosotros, que estamos atribulados en todo, mas no angustiados;
en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados,
pero no destruidos; llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de
Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos.» 2
Corintios 4,7-10.

¡Qué increíble poder se manifestó a través de la vida que Pablo vivió! Pablo fue
asido del mensaje de la cruz, y las posibilidades que una «vida crucificada» le
daban, siguiendo a Jesús que fue perfeccionado a través de los padecimientos.
Ahora podemos ser partícipes exactamente del mismo poder y de la misma
abundancia de vida. El evangelio no limita lo que podemos recibir de la vida de
Dios. Si amamos la palabra de la cruz, llegaremos a «conocerle, y el poder de su
resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a
él en su muerte» Filipenses 3,10. «Porque si fuimos plantados juntamente con él
en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su
resurrección.» Romanos 6,5.

Un miembro del cuerpo de Cristo

En la cruz podemos tener comunión unos con otros, y con todos los que
también están en la cruz. La iglesia verdadera es una iglesia en la cruz, donde la
enemistad es llevada a la muerte, y somos unidos en un nuevo cuerpo, llamado
el «Cuerpo de Cristo» (Efesios 2,14-16)

Sólo a través de la cruz podemos llevar a la muerte la enemistad, y todos


pueden ser unidos en amor y bondad. En esta gloriosa cruz, nos vestimos de
algo nuevo, que es «de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de
mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a
otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así
también hacedlo vosotros.» Colosenses 3,12-13.

Cuando la palabra de la cruz es activa en nuestra vidas personales, entonces


vivimos una «vida crucificada», experimentamos una vida bendecida en cada
circunstancia, un futuro glorioso me espera, y experimentamos comunión con
Jesucristo y con todos los demás discípulos que viven una vida activa y
crucificada.

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