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Pablo fue asido del mensaje de la cruz. En sus cartas, vemos cuánto valoraba la
cruz; la cruz impregnaba toda su vida y predicación.
«Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se
salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios.» 1 Corintios 1,18.
«Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste
crucificado.» 1 Corintios 2,2.
«Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y
lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se
entregó a sí mismo por mí.» Gálatas 2,20.
La Primera cruz: La cruz del Calvario. (Lucas 23,33-43) Esta es la cruz física en
la cual Jesús sufrió y murió. Por la fe en lo que Jesús hizo en esta cruz, tenemos
paz con Dios. Cristo ahora se ha convertido en nuestro sacrificio expiatorio, y
podemos recibir perdón por nuestros pecados cuando oramos por ello y nos
arrepentimos. A través del perdón somos salvos, no por nuestras obras o logros,
sino solamente por gracia
Satanás utilizó esto para acusar a las personas, porque nadie podía guardar
toda la ley, especialmente el mandamiento «No codiciarás» (Éxodo 20,17) La
codicia, o lujuria, es oculta, y la ley era impotente en controlarla, porque podía
actuar frente al pecado cuando sólo era manifiesto. (Romanos 8,3-4) Satanás
utilizaba estas leyes, o el «acta de decretos» para acusar a las personas ante
Dios y exigir que fueran entregados a Él.
Jesucristo, el Hijo de Dios, tomó sobre sí la misma carne y sangre que nosotros,
lo que significa que estuvo en la misma situación que toda la humanidad, con el
pecado en la carne que todos habían heredado de la Caída. Como ser humano,
Jesús fue tentado a deseos y pensamientos pecaminosos al igual que nosotros.
Sin embargo, la diferencia fundamental fue que aunque Jesús tenía pecado2 (1
Juan 1,8; Romanos 7,18), nunca cedió a la tentación, y por lo tanto, jamás
cometió pecado3. (Hebreos 4,15) Jesús nunca infringió la ley, ni siquiera la ley
que decía que no debemos codiciar. Al contrario, al negar estos deseos y
pasiones cada vez que se manifestaban en su carne – negándose a aceptar estas
tentaciones – llevó a la muerte4 todo el pecado en la carne. Todo el pecado en
la naturaleza humana que Jesús tomó sobre sí mismo cuando vino a la tierra,
fue vencido y conquisatado5 en su cuerpo mortal. Jesús se ofreció a sí mismo, su
propia voluntad, como un sacrificio cada vez que era tentado, permitiendo que
Dios condenara el pecado en su carne. (Romanos 8,3-4)
A través de la cruz del Calvario, los que antes eran pecadores tienen ahora la
gracia de comenzar con un borrón y cuenta nueva, sobre el camino nuevo y
vivo que Jesús nos abrió para seguirlo. A través de la sangre de Jesús, todos los
pecados que hemos cometidos, y hemos decidido no volver a hacer, han sido
perdonados por Dios. Ahora tenemos un camino de regreso a Dios por medio
de Jesucristo. ¡Ser reconciliados con Dios no es el final de la vida cristiana, sino
el comienzo de una nueva vida!
¡Lee más acerca de esta emocionante vida en el «camino de la cruz» en los
demás artículos de esta serie!
Glosario
Para llegar a una vida nueva, tenemos que sacrificar el «viejo hombre2» –
nuestra vieja vida. (Efesios 2,2-3, Efesios 4,22-24) Nuestro «viejo hombre» es
nuestra mentalidad antes de la conversión, donde permitíamos que el pecado
gobernara en nuestras vidas, donde no habíamos tomado una decisión
consciente de resistir al pecado, sino que en lugar de ello cedíamos a la
tentación. Es claro que no hay manera que podamos dejar de pecar si nuestro
«viejo hombre» sigue siendo activo en nuestras vidas. De otro modo
necesitaremos perdón por los mismos pecados que cometemos día a día. Creer
que podemos recibir victoria sobre el pecado sin sacrificar al «viejo hombre» es
un engaño. De lo contrario, es sólo una batalla para mantener una buena
apariencia en lo exterior. Si anhelamos un progreso espiritual después de
convertirnos, entonces tenemos que sacrificar o crucificar a nuestro «viejo
hombre». (Romanos 6,6)
Crucificar al «viejo hombre» es un acto de fe, una decisión que tomamos para
despojarnos de nuestra vieja mentalidad que voluntariamente cede al pecado, y
establecer al «nuevo hombre3» – una nueva mentalidad y determinación para
resistir al pecado y vivir una vida crucificada con Él. (Efesios 4,17-24) Nos
consideramos a nosotros mismos muertos al pecado – ya no servimos
conscientemente al pecado, sino que estamos vivos para Dios y su obra –
nuestros cuerpos son al contrario utilizados para servirle en obediencia.
(Romanos 6,11-14) Podemos tomar este decisivo compromiso de sacrificar a
nuestro «viejo hombre» y comenzar una nueva vida sin importar donde estemos
– ¡Es una decisión que tomamos por fe!
Con esta nueva mente, nuestra carne con sus pasiones y deseos puede ser
crucificada con Cristo. (Gálatas 5,24) La carne es la parte de nuestro cuerpo de
pecado, de la cual somos conscientes. Naturalmente, no podemos crucificar lo
que no hemos reconocido como pecado hasta el momento. Sin embargo, tan
pronto recibimos luz que algo es pecado, tenemos que crucificarlo – llevarlo a la
muerte. (Colosenses 3,5) Cuando estas pasiones y deseos surgen de nuestra
carne, deben ser crucificados – jamás permitirlos en nuestro corazón y mente –
y padecer hasta que mueran. Esto produce padecimientos en nuestra carne, ya
que nuestras pasiones y deseos pecaminosos que moran allí no están siendo
satisfechos. Estos deseos finalmente mueren cuando son continuamente
negados hasta llegar a la muerte.
Nuestra mente, nuestra conciencia, que antes estaba en obras malignas ha sido
sometida a la voluntad de Dios por la fe. Debemos considerarnos a nosotros
mismos muertos al pecado, pero vivos para Dios. (Romanos 6,11) Cuando una
persona continúa viviendo en pecado consciente, es porque el «viejo hombre»
todavía está vivo, y no tiene la mente para resistir el pecado – son esclavos del
pecado. Por lo tanto, sacrificar al «viejo hombre» abre la posibilidad de una vida
en victoria total sobre el pecado consciente hasta allí donde tenemos luz –
nuestros cuerpos ya no son más esclavos del pecado. «Así que, hermanos,
deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne.»
Romanos 8,12. Las inclinaciones malignas en nuestra carne ya no gobernarán
sobre nosotros.
Esta cruz es para todos los que hemos pecado y tenemos hábitos pecaminosos,
pero que se han arrepentido y han decidido comenzar una nueva vida.
Glosario
«Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se
salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios.» 1 Corintios 1,18.
Libertad del Pecado
Esta palabra, o evangelio, ahora está disponible para todos los discípulos de
Jesús – aquellos que quieren ser liberados del pecado. Porque «si el Hijo os
libertare, seréis verdaderamente libres.» dijo Jesús mismo. (Juan 8,36) La
verdadera libertad se haya en la cruz. Experimentamos libertad cuando somos
crucificados juntamente con Él, padecemos juntamente con Él, y nos volvemos
semejantes a Él en su muerte. El diablo no puede hacer nada cuando los deseos
han sido crucificados, porque esto es la misma fuente de poder.
El poder que nos ha sido dado a través de la palabra de la cruz es un poder con
el cual podemos poner todas las cosas en orden según la sabiduría de Dios.
Poco a poco, a medida que el tiempo pasa y caminamos en la luz que Dios nos
da, llevamos a la muerte el pecado en nuestra carne que nos es revelado,
empezamos a notar que la vida de Jesús se manifiesta en nuestros cuerpos. (2
Corintios 4,10-12) Donde éramos amargados y exigentes, somos una bendición.
Donde teníamos ansiedad y desánimo, estamos llenos de fe y poder para la
acción. Donde una vez fuimos críticos y llenos de rencor, aprendemos a
perdonar y edificar. En lugar de provocar discusiones y peleas cuando nuestros
sentimientos son heridos o nuestras opiniones desafiadas, nos convertimos en
ejemplos de apacibilidad, amabilidad y paciencia. A medida que nuestros
propios deseos son negados, adquirimos las virtudes de Cristo.
¡Qué increíble poder se manifestó a través de la vida que Pablo vivió! Pablo fue
asido del mensaje de la cruz, y las posibilidades que una «vida crucificada» le
daban, siguiendo a Jesús que fue perfeccionado a través de los padecimientos.
Ahora podemos ser partícipes exactamente del mismo poder y de la misma
abundancia de vida. El evangelio no limita lo que podemos recibir de la vida de
Dios. Si amamos la palabra de la cruz, llegaremos a «conocerle, y el poder de su
resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a
él en su muerte» Filipenses 3,10. «Porque si fuimos plantados juntamente con él
en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su
resurrección.» Romanos 6,5.
En la cruz podemos tener comunión unos con otros, y con todos los que
también están en la cruz. La iglesia verdadera es una iglesia en la cruz, donde la
enemistad es llevada a la muerte, y somos unidos en un nuevo cuerpo, llamado
el «Cuerpo de Cristo» (Efesios 2,14-16)