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Ya sabemos que todo fin es en sí mismo un bien, del cual se predica razón de
fin en cuanto éste se encuentra al final de un acto realizado por un sujeto racional y
libre; es decir, por el hombre. Pero un bien es aquello que resulta apetecible, según
hemos estudiado antes. Las cosas se predican buenas en cuanto guardan relación
con la voluntad: el sujeto se dirige hacia ellas, porque le son necesarias. En este
sentido, toda apetencia de algo distinto de sí mismo indica una imperfección;
cuestión que por lo demás es connatural a todo ente finito, y supone una cierta
perfección en aquello en acto que constituye el objeto de nuestra apetencia. El fin
del hombre es, en consecuencia, un cierto bien, cuya exacta naturaleza es
conveniente determinar. De esta forma podremos explicarnos qué es lo bueno y qué
es lo malo para la condición humana, es decir, seremos capaces de formular un
juicio moral respecto de nuestra conducta, ya se trate de acciones u omisiones.
Es evidente que para el hombre resulta un bien la satisfacción de las
necesidades planteadas por el alma que llamamos vegetativa, puesto que dichas
funciones se encuentran presente en el ser humano. Pero ese bien vegetativo no
permite al intelecto distinguir, por su sola virtud, al hombre del vegetal, luego, ha de
haber un bien que sea más propio del hombre, respecto del cuál se predique la
exacta razón de fin, en la medida en que dicha distinción es efectivamente realizada
por el ser humano.
Lo mismo ocurre con los requerimientos del alma sensitiva. La satisfacción de
sus necesidades es un bien propio del hombre, pero no todo el bien del hombre se
agota en la tranquilidad de los apetitos concupiscible e irascible, puesto que si así
fuera no podríamos distinguir al animal bruto del animal racional; y vemos que ello
no es así, en la medida en que el ser humano realiza actos superiores a los que
puede llevar a cabo un ente que carece de inteligencia. Las dimensiones vegetativa
y sensible, por lo tanto, si bien dan razón del hombre, no agotan en su explicación
toda la realidad del ente racional, sino que más bien preparan para aquellas
condiciones específicas sobre las que recae efectivamente la naturaleza moral, que
son las específicamente humanas.
El bien propio del hombre, en consecuencia, ha de estar esencialmente
radicado en ciertas características que le pertenecen de un modo formal: sus
facultades superiores de inteligencia, voluntad y libertad. EL BIEN PROPIO DEL
Curso de Derecho Natural, 2014.
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ACTO HUMANO Y VIRTUDES, p.2
Ahora bien, “fin” no es lo mismo que el “fin último”, pues, si bien todos los fines
son bienes, no todos los bienes son fines. Hace falta, por lo tanto, inquirir todavía
acerca de si hay algún fin último al cual se ordenen todos los actos humanos, y si
este fin último puede predicarse en sentido absoluto (es decir, de todos los seres
humanos, sin ninguna distinción), o cabe de que existan múltiples fines últimos para
las distintas personas.
Esto es una pregunta metafísica; no psicológica. Es decir: lo que interesa
saber es si una naturaleza determinada tiene las mismas características esenciales
en todas sus partes subjetivas (individuos que la realizan), o es distinta en cada uno
de ellos. Planteada así, no tiene nada que ver con la diversidad de fines
psicológicos, como si yo quiero estudiar Derecho o Ingeniería; o casarme con Anita
o Pepita. Es también evidente que no todos los hombres ordenan su vida a un
mismo fin, es decir, que no ponen su felicidad en el mismo bien, de donde parece
que hubiera una contradicción entre la afirmación de una misma naturaleza humana
y la existencia de diversos fines últimos correspondientes a los diversos individuos.
La dificultad desaparece, sin embargo, cuando se considera que no es lo mismo
aquello que objetivamente constituye el último fin (perspectiva metafísica) y que,
consecuentemente, es lo único que puede otorgar verdadera felicidad y el fin último
considerado desde la subjetividad de cada individuo, que en la medida de su
naturaleza libre, puede errar en la dirección a la perfección auténticamente humana
(perspectiva psicológica).
a. Es un bien en sí mismo
c. Autosuficiencia
En tercer término, podemos decir que el bien último debe ser autosuficiente,
es decir, debe bastarse a sí mismo para ser causa de la felicidad del sujeto4. Si le
hiciera falta algo más, entonces no tendría razón de fin último, ni tendría valor en sí
mismo, ni podría causar por sí solo la bondad de los demás bienes. La necesidad
de esta autosuficiencia, de hecho, se puede deducir de la explicación que el
Aquinate hace de la unicidad del fin último cuando afirmaba que “de tal modo pues
debe llenar (el fin último o felicidad) el apetito del hombre, que fuera de él nada le
quede que desear: lo cual no puede verificarse si necesita algo extraño para su
perfección”.
d. Perfección
3 “Llamamos perfecto a lo que siempre se elige por sí mismo y nunca por otra cosa. Tal parece
ser, sobre todo, la felicidad, pues la elegimos por ella misma y nunca por otra cosa, mientras que
los honores, el placer, la inteligencia y toda virtud, los deseamos en verdad, por sí mismos
(puesto que desearíamos todas estas cosas, aunque ninguna ventaja resultara de ellas), pero
también los deseamos a causa de la felicidad, pues pensamos que gracias a ellos seremos
felices”. Ëtica a Nicómaco, lib. I, 1097 a – 1097 b
4 “Consideramos suficiente lo que por sí solo hace deseable la vida y no necesita nada, y
creemos que tal es la felicidad. Es lo más deseable de todo, sin necesidad de añadirle nada”.
Ibidem.
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e. Actividad continua
El fin del hombre debe ser ALGUNA ACTIVIDAD PROPIA DEL HOMBRE. Pero
esta acción específica del hombre no puede consistir en las actividades vitales
básicas, porque los vegetales también serían felices al modo humano, lo que no
ocurre. Tampoco pueden ser las actividades sensibles porque los animales, sin
perjuicio de que sienten placer y dolor, no son felices al modo humano, aunque
algunas veces se haga esfuerzos por “humanizarlos”. En consecuencia, el fin propio
del hombre debe consistir en alguna actividad de la inteligencia y la voluntad, que
son las facultades que lo distinguen y le son específicas. No puede ser sólo la
actividad de la voluntad, ya que ésta está ordenada a la inteligencia:
5 “El fin último es el término último del movimiento natural del deseo. Pero para que algo sea el
término último del movimiento natural se requieren dos cosas. Primero que ya posea su especie,
no que esté en camino de tenerla. Como la generación del fuego no termina en la disposición de
las formas sino en la forma misma. Pero lo que tiene la forma es perfecto, en cambio, lo que
está dispuesto hacia una forma es algo imperfecto. Por eso es preciso que el bien que es el fin
último sea un bien perfecto”. (Ultimus enim finis est ultimus terminus motus desiderii naturalis. Ad
hoc autem quod aliquid sit ultimus terminus motus naturalis, duo requiruntur. Primo quidem quod
sit habens speciem, non autem in via ad speciem habendam. Sicut generatio ignis non terminatur
ad dispositionem formae, sed ad ipsam formam. Quod autem habet formam est perfectum, quod
autem est dispositum ad formam est imperfectum. Et ideo oportet, quod bonum quod est ultimus
finis, sit bonum perfectum.) Santo Tomás, In Eth. Nic. I, 9, n. 107
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Es preciso concluir, por lo tanto, que la felicidad debe estar constituida por LA
ACTIVIDAD MÁS PERFECTA DE LA INTELIGENCIA: LA CONTEMPLACIÓN
INTELECTUAL. Ésta se produce en la medida en que la inteligencia se une a su
objeto más perfecto, e implica el consiguiente DELEITE DE LA VOLUNTAD, de
modo que no hay felicidad sin deleite, aunque no es el mismo deleite lo que
constituye a la felicidad. Lo mismo debe decirse de la RECTITUD DE LA
VOLUNTAD, ya que no se puede conseguir la contemplación intelectual del objeto
más perfecto si la voluntad no ha encaminado rectamente al sujeto hacia aquella.
2.1. Definición.
8 En Dios también existe bondad moral, mas no como la dirección de sus actos a un fin,
puesto que Dios es perfecto y en tal sentido inmóvil, sino como la infinita congruencia del
“actuar” divino con su propio ser.
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d) Ubi: ¿dónde? El lugar puede ser también muy significativo para el mérito o
demérito de una acción. Así por ejemplo, concluir un contrato de compraventa, es
de suyo bueno, pero hacerlo en un funeral, resultará impropio.
f) Quibus auxiliis: ¿por qué medios? o ¿con qué cooperación? No son tampoco
indiferentes para juzgar una acción los cómplices que han intervenido en ella.
La bondad del fin no justifica el empleo de medios ilícitos, como veremos. En tal
caso no sólo sería incorrecto el empleo de medios ilícitos, sino que la perversidad
de éstos se comunicaría al fin perseguido. La maldad de los medios no queda
atenuada por la nobleza del fin; aún más, su inmoralidad queda a menudo
agravada. Si alguien cree, por ejemplo, que puede servir a la justicia con mentiras,
comete un mal peor que si defendiera simples intereses humanos por el mismo
medio. Pero, subjetivamente, el error y la inadvertencia pueden disminuir la culpa.
g) Cur: ¿por qué se realiza el acto? Los móviles exteriores: seducción, amenaza,
violencia, etc., son importantes para determinar la responsabilidad. Los efectos
imprevistos, por su parte, no aumentan ni el mérito ni la culpabilidad del acto, a no
ser que la imprevisión obedezca a un descuido culpable. Cuando de la acción como
tal, y no únicamente a causa de una lamentable concatenación de circunstancias o
del abuso que otros hacen de ella, se produce un efecto malo previsible, no se
puede decir que no sea también querido, pues el que quiere la causa quiere
también los efectos con ella enlazados intrínseca y necesariamente.
Muchas veces, aunque un efecto malo no proceda de la acción como tal, su
verificación era, sin embargo, previsible, dadas las circunstancias, con más o menos
seguridad. Este es el caso de la llamada COOPERACION AL MAL. Por ejemplo,
una esposa sabe que su marido blasfema cada vez que ella va a la iglesia. El
ejemplo típico es el de cooperación material: lo que se hace no produce de por sí
ningún efecto malo, pero dadas las circunstancias, se sabe que el prójimo se ha de
valer de tal acción o efecto como medio para llegar a sus malos fines. Se distingue
de ésta la cooperación formal, que es una acción que se presta como contribución
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libre y voluntaria a un efecto malo, que debía evitarse. Tal cooperador es verdadera
concausa. La acción es mala aunque al cooperador le pese el mal efecto producido.
Sobre esto existen algunos principios que se deben conocer:
Es culpable el aborto, cuando, fuera de grave peligro de muerte, toma una madre un
remedio que, si bien cura su enfermedad, lleva consigo el peligro de aborto (tercer
principio). Doblemente culpable es el abortod de la criatura (primer principio).
Consecuencialismo y proporcionalismo.
esto será lo que decidirá en última instancia que nuestros actos sean buenos o
malos.
f) Como las consecuencias de cada acto no terminan con ese acto sino que
acarrean consecuencias de allí en más hasta el fin de la historia, entonces -
sostienen- mientras la historia no termine no podremos juzgar del valor ético de
cada acción. Esto es el agnosticismo ético y el nihilismo moral.
futuro que se abre como consecuencia de la acción. Esto, por ejemplo, podría llevar
a no respetar los acuerdos previos, si resulta más conveniente.
Un acto válido es el que posee fuerza para producir el efecto que se intenta,
de acuerdo con la ley. Por ejemplo, caminar es un acto válido para un hombre,
porque puede hacerlo. La fuerza obligatoria de un contrato también lo es.
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a. Elemento cognoscitivo.
b. Elemento volitivo.
11 Balmes.
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Dice Santo Tomás que “el sabio artífice induce un mal menor para evitar uno
mayor”12. Se trata de una elección preferible de males que se presenta de modo
inevitable13. El principio se enuncia afirmando que en ciertas ocasiones (cuando es
inevitable) será moralmente factible ejecutar un mal físico, con el objeto de evitar un
mal físico mayor o un mal moral. El mal que se realiza por parte del agente debe ser
un MAL FISICO (aquel que consiste en la destrucción de algo), y no un mal moral
(el que consiste en la elección consciente y voluntaria de un bien inferior)”. En
ningún caso puede EFECTUARSE un mal moral con el objeto de evitar otro mayor.
No se puede cometer el mal moral, porque las consecuencias previstas (en la
ejecución del acto) representan males menores respecto a las consecuencias
materiales penosas que sobrevienen al obrar rectamente14. Quien padece la
injusticia no es injusto; y, del mismo modo, quien permite el mal menor no es malo.
Esta es la razón por la cual es mejor sufrir los males que obrar el mal moral15. En
otros términos: cometer el mal moral es peor que sufrir las consecuencias que
pueden sobrevenir cuando se obra rectamente16.
El ejemplo clásico es que el médico elige lo menos malo para el enfermo, pero
sólo si no es posible la curación; como en el caso de la amputación de un miembro,
con objeto de salvar la vida del paciente (si la curación es posible, entonces ésta
debe ser elegida, y no el mal menor). Se realiza un mal físico puesto que no existe
otra posibilidad para conseguir salvar la vida del afectado, y siendo la vida
considerada un bien de naturaleza superior a la conservación del miembro que se
va a amputar. En otros términos: si se puede alcanzar el objetivo (en este caso,
salvar la vida del paciente) por otra vía, no será lícito realizar el mal físico.
Esta adecuada superioridad de los bienes morales sobre los bienes físicos o
materiales se ve obstaculizada por la debilidad humana, que desvía el juicio moral;
y, por tanto, es frecuente tratar de justificar el mal moral, mostrándolo como si fuera
un mal menor, por aversión a las consecuencias penosas del obrar justo17. Santo
Tomás explica que la elección justa de quien es constante comporta la elección del
mal menor (como por ejemplo, la pérdida de ciertos bienes) temiendo el mal mayor
b) El PRINCIPIO DE TOLERANCIA.
Un mal moral se puede, sin embargo, TOLERAR (es decir, no impedirlo), para
evitar un mal de mayores proporciones. Esto se denomina el “principio de la
tolerancia del mal menor”. El ejemplo clásico que se suele dar de aplicación de este
principio es la prostitución. Puede ser moralmente lícito que la autoridad civil no
cierre los burdeles, si de ello van a derivarse peores consecuencias que las
producidas por su tolerancia. Lo que no puede ocurrir es que la autoridad civil
regente, material o legislativamente, casas de prostitución, porque ello supone la
realización de un acto intrínsecamente malo (finis operae).
Se trata de un caso en que cualquier otra acción que no suponga tolerar el mal
moral es inviable, y sólo se puede proceder a realizar ésta. En este sentido, la
aplicación del principio queda restringida al tiempo que le tome al agente (el que
tolera) disponer los medios para que ya no sea necesario seguir tolerando19. La
razón de esto es que, siempre e invariablemente, lo que se tolera es un mal.
20 Tomamos como base de este análisis el artículo Alejandro Miranda, “El principio de doble
efecto y su relevancia en el razonamiento jurídico”, en Revista Chilena de Derecho, vol. 35 Nº
3(2008), pp. 485-519.
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intentionem)”21. En este texto, el Aquinate señala que para que la defensa sea lícita,
es necesario que:
conseguir la victoria23. Por esto, acciones bélicas como los incendios de ciudades y
la destrucción de fortalezas, que necesariamente acarrean la muerte de inocentes,
son lícitas cuando resultan indispensables para lograr la victoria, porque –
argumenta- el que tiene derecho al fin de la guerra, hablando per se, tiene derecho
a esos medios: pues en este caso la muerte de los inocentes no es per se
intentada, sino que se sigue per accidens, y por eso no se estima voluntaria, sino
permitida por el que hace uso de su derecho en tiempo de necesidad24. Y a
continuación generaliza el principio: “Del mismo modo, la mujer que tiene un hijo en
su útero puede usar una medicina necesaria para su vida, aun cuando sepa que de
esto se seguirá como consecuencia la muerte del hijo25. Suárez también exige,
como sus predecesores, que se cumpla la proporcionalidad entre ambos efectos.
La formulación clásica (1850) del principio del doble efecto es obra del teólogo
Jean-Pierre Gury, y aparece en la primera edición de su Compendium theologiae
moralis26:
Es lícito poner una causa dirigida a un efecto bueno, aunque de ella se siga un
efecto malo, cuando se cumplen las siguientes condiciones, a saber:
3. Que el efecto bueno se siga de la causa [al menos] con igual inmediatez
que el malo, y
23 Suárez, Commentaria in secundam secundae divi Thomae..., tr. 3, disp. 13, sec. 7, n. 15.
24 Ibid., n. 17.
25 Ibidem.
26 p. 5.
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ACTO HUMANO Y VIRTUDES, p.25
a). No debe estar disponible otra alternativa para actuar y obtener el fin que se
quiere intentar. Si se presenta alguna alternativa en que sólo se produce este
efecto –sin el malo-, entonces no se puede invocar el principio, y el agente se
encuentra moralmente obligado a elegir aquélla.
31 Ibid., p. 504.
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ACTO HUMANO Y VIRTUDES, p.28
Los actos malos (o buenos) son actos personales. Pero tenemos o podemos
tener, también, una responsabilidad en los actos malos cometidos por otros cuando
COOPERAMOS a ellos, ya sea:
32 Ibid., p. 505.
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ACTO HUMANO Y VIRTUDES, p.29
Puesto que el hombre está sujeto a su propia condición de ente finito, ninguna
de sus facultades se encuentra libre de total determinación extrínseca a ella. Esto,
como ya se sabe, no significa que estas determinaciones sean absolutas
(recuérdese lo dicho en torno a los determinismos y la negación del libre albedrío):
no eliminan la libertad, pero pueden influir en la producción de un acto libre.
Estas causas se pueden dividir -como tradicionalmente se ha hecho- en dos
grupos: causas remotas y causas próximas. Sobre ellas hablaremos a continuación.
b. Causas próximas.
Son tales aquellas que se refieren directamente a las potencias que generan
un acto libre: inteligencia y voluntad. Son las siguientes:
b.2.1. Los hábitos. Sabemos que un hábito es una cualidad de una potencia
que hace que ésta desarrolle su acción propia de manera pronta, fácil y deleitable.
Pues bien: la voluntad tenderá a elegir la acción a la cual está más habituada, y a
rechazar aquella para la cual no tiene hábito alguno. Esta inclinación, como puede
verse, modifica la voluntad (pero en ningún caso es determinante; condiciona pero
no elimina la libertad).
(valga la redundancia para explicar mejor) actúe sin voluntad, al modo de un bruto;
sino que ésta se ve alterada en la elección del bien mayor por razón del apetito
sensible que el bien inferior despierta. Por ejemplo: el alcohólico elige beber, realiza
un acto de voluntad (y, por lo tanto, humano); lo que ocurre es que el objeto del
deseo se vuelve tiránico respecto de ella. Se dice entonces que un agente se
encuentra sujeto a una pasión cuando ese objeto se convierte en algo
preponderante, despótico en la jerarquía de bienes de su estructura psicológica.
Sobre esto cabe, desde luego, responsabilidad del sujeto que actúa. El agente es
responsable:
-El propio organismo del agente, que es interior al sujeto, pero exterior
a las facultades superiores. En virtud de él, se es más proclive a
determinadas sensaciones placenteras, predisponiendo al alma
respecto de tal o cual pasión. Sin ir más lejos, una enfermedad puede
originar pasiones. por ejemplo, tristeza o ira.
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ACTO HUMANO Y VIRTUDES, p.36
b.2.3.3. Relación entre las pasiones, y de las pasiones con las facultades
superiores del hombre.
2.2. La conciencia.
Tratándose de un ser racional, como el hombre, las sensaciones que éste tiene
sí son reflexivas, pero no por virtud de tal sensación, sino porque ella redunda en un
núcleo ontológico de un sujeto en el que las facultades superiores conviven con las
35 Javier Zubiri, Inteligencia sentiente, Alianza Editorial, Madrid, 1980, pp. 52-3.
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ACTO HUMANO Y VIRTUDES, p.38
2. La conciencia moral.
37 Aurelio Fernández, Teología moral. I. Moral fundamental. Burgos, 1999, pp. 592 ss.
38 Fredrich Nietzsche, Aurora. Reflexiones sobre los prejuicios morales, II, 967-8.
39 Fernández, ob. cit., vol. I, p. 592 ss.
40 Martín Heidegger, Ser y tiempo, p. 310 de la edición mexicana de 1951.
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ACTO HUMANO Y VIRTUDES, p.40
como cuando yo digo que el mundo no existe porque parto de la base de que mis
sentidos me engañan, pero no puedo evitar interactuar con ese mundo “inexistente”
desde el punto de vista de mi realidad cotidiana.
estos dos tipos de conciencia la realiza Santo Tomás al definir la syndéresis –según
sabemos- como el hábito de los primeros principios del orden práctico (una
disposición innata que actúa como habitus), y la “conciencia” como un juicio práctico
a partir de los primeros principios que le ofrece la syndéresis. Santo Tomás
considera que la syndéresis no se puede equivocar, porque estima que “su oficio es
protestar contra el mal e inclinar hacia el bien”50. Ambas –syndéresis y conciencia-
se combinan para realizar el juicio moral; la syndéresis formula la proposición
mayor: “no se debe hacer el mal moral”. A continuación la conciencia analiza si tal
acto en particular, por ejemplo, el adulterio, es o no una acción mala. Y de allí surge
la conclusión: “este adulterio debe ser evitado, pertenece a la conciencia y es
indiferente que sea en el presente, en el pasado o en el futuro”51.
Como dice García de Haro, la conciencia moral no es una potencia ni un hábito,
sino un ACTO DEL ENTENDIMIENTO PRACTICO; el juicio por el que aplica la luz
de los primeros principios morales a cada uno de nuestros actos, juzgando de su
maldad o de su malicia moral52. La conciencia moral puede, entonces, ser definida
como el juicio del intelecto práctico que, a partir de la ley natural (o ley moral),
dictamina acerca de la bondad o maldad de un acto concreto. También se la puede
explicar diciendo que es la autocomprensión del ser humano, en la que éste se
sabe sometido a la exigencia (incondicional) de hacer el bien53. Su movimiento es
opuesto al de la acción moral, que se orienta hacia las cosas o hacia los demás
hombres; la conciencia es un regreso sobre sí mismo en la interioridad del yo.
Analicemos lo dicho anteriormente. Se dice que es el dictamen o juicio del
intelecto práctico54. La conciencia no es una potencia (como la misma inteligencia)
ni un hábito (como la ciencia), sino UN ACTO del entendimiento a través del hábito
de la prudencia. Ese acto consiste en aplicar los principios generales de la ley
natural, los principios de la ciencia, a un acto concreto que se ha realizado, se está
realizando o se realizará.
La necesidad de la conciencia se funda en la dimensión concreta de los actos
humanos. Como veremos, el contenido de la ley natural se formula en un conjunto
de principios abstractos y generales tales como “no matar”, “no robar” o, en sentido
positivo, “hacer el bien”. Estos principios deben ser aplicados al caso particular,
mediante una función del intelecto que se denomina “razón práctica”, y sobre la cual
ya hablamos en su momento. El intelecto, al encontrarse frente a una situación
particular cuya bondad o malicia debe resolver, delibera. La voluntad detiene esta
b. Clasificación.
¿Cuál es el valor del juicio moral que hace una conciencia errónea? Hay una
polémica sobre este punto entre Abelardo y San Bernardo de Claraval. San
Bernardo considera que si la conciencia se engañase sin culpa propia, y efectuara
un acto moralmente malo, se podría imputar como un mal moral. Ello porque la
ignorancia es imposible (es decir: toda ignorancia es culpable, al menos en su
origen); pero, si existiera, no podría excusarse de pecado. En consecuencia, la
conciencia errónea sería también sujeto de pecado.
Abelardo responde que, en realidad, la ignorancia es muy sutil, ya que tiene
orígenes muy diversos, y en consecuencia una conciencia que desconociera la
maldad de un acto no podría ser acusada de culpa. No distingue, sin embargo, tipos
de ignorancia, sino que la considera en general capaz de excusar el mal moral que
proviene de la conciencia errónea.
Santo Tomás, al terciar en esta polémica, empieza preguntándose cómo es
posible que “la voz de Dios” (nombre con el que era conocida la conciencia) pueda
equivocarse. El Aquinate considera que la syndéresis (o conciencia habitual) no se
equivoca jamás; el error proviene de la constientia (conciencia actual), al efectuar
ese juicio de valor respecto de una acción concreta: “en las obras humanas, con el
fin de que haya en ellas un principio de rectitud, es necesario que haya un principio
permanente, el cual ha de tener una rectitud inmutable, bajo el cual se puedan
examinar todas las acciones. Este principio permanente resistirá a todo mal y
asentirá a todo bien. Este principio es la syndéresis, cuyo oficio consiste en
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ACTO HUMANO Y VIRTUDES, p.45
protestar contra el mal e inclinar al bien. Así, concluimos que en ella no puede haber
pecado”55. El error, pues, se produce cuando el principio que la conciencia aplica al
acto concreto es una premisa falsa; o bien, siendo verdadera, lo aplica mal. Si la
razón propone una proposición falsa, si ello se lleva a la práctica, el resultado es
una acción en sí misma mala, pero que no constituye un mal moral para el agente, a
causa de la conciencia errónea con que éste actúa. Es el mismo caso al revés:
proposiciones en sí mismas buenas que la conciencia o la razón juzgan malas. En
este caso, si la acción se realizase, aunque fuera intrínsecamente buena, sería
mala para el agente, pues hubiera actuado de un modo que consideraba
inadecuado.
De acuerdo con esto, la conciencia invenciblemente errónea actúa como
verdadera, y debe ser seguida. Si no es seguida, se produce un mal moral. Toda
voluntad en desacuerdo con la razón es mala, sea la razón recta o errónea56. Es
decir, el individuo que actúa contra lo que estima correcto, efectúa un mal moral,
aunque lo que cree bueno sea en realidad malo. Ahora bien, si considera bueno lo
malo por razón culpable, aún así sería malo que lo contraviniese, sin perjuicio de la
responsabilidad final que le cabe por haberse puesto en posición de creer buena
una cosa mala. Así pues, la conciencia no es culpable cuando actúa con ignorancia
invencible, pero se puede obscurecer si no se ocupa de buscar la verdad y el bien.
La distinción teórica entre syndéresis y conciencia (es decir, aquello realizado
por el entendimiento especulativo, y aquello realizado por el entendimiento práctico)
se hace problemática al descender al caso concreto, o sea, cuando es necesario
juzgar las acciones de un individuo específico. El propio Santo Tomás reconoce
esta dificultad cuando afirma que “en las cosas prácticas se encuentra mucha
incertidumbre porque versan sobre acciones singulares y contingentes, tan inciertas
por su variabilidad”57. Como dice Aurelio Fernández58, parece incluso que admite
que la conciencia se puede corromper (sin perjuicio del carácter indeleble de la ley
natural): “corrompida la razón, ya no es razón, lo mismo que un falso silogismo no
es un silogismo. En consecuencia, la regla de los actos humanos no es cualquier
razón, sino la razón recta”59.
¿Es respetable la conciencia errónea? En otros términos: ¿debe aceptarse que
un individuo actúe contra la ley natural (en lo que se refiere a su propio bien) porque
está convencido de que eso es lo correcto –es decir, esa acción en particular? Por
derechos ajenos, y sus deberes para con los demás y para el bien común. Por la
aplicación de este principio, la conciencia errónea puede ser respetada en su fuero
interno, pero en el fuero externo se encuentra limitada por el orden público, la moral
y las buenas costumbres, de acuerdo con la ley natural. Se trata de una materia
relativa a los derechos de terceros. Así pues, un sujeto, convencido erróneamente
de que es moralmente bueno consumir substancias estupefacientes, no puede ser
obligado a dejar de pensar de tal modo, pero sí a no difundir este error, o bien a no
avasallar las conciencias ajenas con él.
a) En el caso de que exista una duda seria práctica positiva (en otros términos,
si en el momento mismo del acto no se sabe si se trata de un bien o un mal moral),
no se puede actuar. La razón de la culpa consiste en correr conscientemente el
riesgo de realizar un mal moral (y, desde el punto de vista teológico, ofender a
Dios).
b.5. Por razón del modo habitual de juzgar los propios actos.
66 “En el alma –dice Santo Tomás- hay algo que es la perpetua rectitud, a saber la syndéresis”,
De Veritate, q.17, a.1 ad 1.
67 In II Sent., q.2 a.4.
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ACTO HUMANO Y VIRTUDES, p.53
5) En ningún caso es lícito actuar con conciencia dudosa positiva práctica sobre
la licitud moral de una acción.
10) La conciencia que padece un error invencible debe ser obedecida en lo que
manda o prohibe.
La virtud de la veracidad.
1. Veracidad y mendacidad.
Quien ama la verdad no sólo alcanza la libertad, sino que se sentirá libre, pues
está en disposición de medir la veracidad de tanta información que se acumula
sobre él. Por el contrario, el hombre de nuestro tiempo, ante tal abundancia de
noticias, corren el riesgo de trivializarlas, pues se siente incapaz de medir el grado
de veracidad de cada una en singular. En especial, cuando la verdad está sometida
a la manipulación publicitaria, entonces o no se cree nada o, a la inversa, se cree
todo. Y esto que puede acontecer al individuo se multiplica cuando se aplica al
conjunto de la sociedad. Es así como la verdad manipulada o trivializada ni es para
el hombre el camino de la libertad ni favorece la convivencia justa69.
La palabra es el signo más visible de la racionalidad. El hombre piensa, pero
también articula sonidos, de forma que emite palabras que son portadoras de sus
ideas. Por la palabra, la persona expresa su pensar y su querer, incluso las
emociones repercuten en el tono de voz con que emite la palabra. "Ser hombre de
palabra" es asegurar que ofrece garantía de hombría de bien y de fidelidad, puesto
que es capaz de llevar a término el compromiso hecho. Mediante la palabra, el
hombre puede alabar a Dios, pero también blasfemar su nombre. De modo
semejante, con la palabra cabe amar y ensalzar al otro o insultarle y despreciarle.
En efecto, la palabra puede ser vehículo del bien y del mal que el hombre
encierra en su corazón. Como enseña el Apóstol Santiago: "La lengua, con ser un
miembro pequeño, se gloría de grandes cosas. Ved que un poco de fuego basta
para quemar todo un gran bosque. También la lengua es un fuego, un mundo de
iniquidad. Colocada entre nuestros miembros, la lengua contamina todo el cuerpo, e
inflamada por el infierno, inflama a su vez toda nuestra vida. Todo género de fieras,
69 Para lo que sigue, cf. Aurelio Fernández, Moral especial, RIALP, Madrid, 2002.
Curso de Derecho Natural, 2014.
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ACTO HUMANO Y VIRTUDES, p.55
La formula del Éxodo sobre el contenido moral del octavo mandamiento es más
limitada. Dice así: "No darás falso testimonio contra tu prójimo"71. Esta misma
expresión se repite, literalmente, en el Deuteronomio72. Pero en el Levítico se
enuncia así: "No mentiréis, ni os engañaréis unos a otros"73. De este modo, la
mentira se unió a la calumnia, pues ambas van con frecuencia unidas. Así lo
sentencia el Eclesiástico: "No trames calumnias contra tu hermano ni lo hagas
tampoco con tu amigo. Proponte no decir mentira alguna, porque acostumbrarse a
ellas no es para bien"74. Y es que la gravedad de la mentira no consiste tanto en
ocultar la verdad con el fin de engañar, cuanto en usarla como arma para dañar al
prójimo. Es lo que denuncia Jesucristo cuando perfeccionó este mandamiento: "Se
dijo a los antepasados: No perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus
juramentos"75. En efecto, quien se habitúa a la mentira casi siempre la usará para
defenderse frente al prójimo, lo cual lleva a la calumnia. Más aún, puede conducir al
70 Sant, 3, 5-10.
71 Ex., 20, 16.
72 Dt., 5, 20.
73 Lev., 19, 11.
74 Ecl., 7, 11-12.
75 Mt., 5, 33.
Curso de Derecho Natural, 2014.
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ACTO HUMANO Y VIRTUDES, p.56
76 Catecismo, 2483.
77 Ibid., 2508.
78 Met., I, 1, 980b.
79 In., 17, 17.
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ACTO HUMANO Y VIRTUDES, p.57
fuente de toda verdad"80. Por su parte, el libro de Samuel constata: "Tú eres Dios y
tus palabras son verdad"81. Y el Salmista confiesa que él ha "elegido el camino de la
verdad"82, pues "todos los mandamientos divinos son verdad"83, y la razón es que "la
ley de Dios es la verdad"84.
Esa vocación del hombre a la verdad es, teológicamente, sellada por Cristo con
un mandato imperativo a sus discípulos, con el que completa el octavo precepto:
"Sea vuestro sí, sí; sea vuestro no, no"85. En otras palabras, dado que "Dios es
verdad" y Jesús afirmó de sí "Yo soy la verdad", sus discípulos deben vivir la verdad
en sus vidas. Es lo que se denomina veracidad, y que el Catecismo de la Iglesia
Católica define en los siguientes términos: "La verdad como rectitud de la acción y
de la palabra humana, tiene por nombre veracidad, sinceridad o franqueza. La
verdad o veracidad es la virtud que consiste en mostrarse veraz en los propios
actos y en decir verdad en sus palabras, evitando la duplicidad, la simulación y la
hipocresía"86.
1.2. Pensar la verdad. La veracidad es una cualidad moral por la que el hombre
se encuentra verdadero en todo cuanto hace, y dice verdad en todo cuanto habla.
Santo Tomás afirma que la veracidad es la verdad por la que cada cual se muestra
en sus palabras y en sus obras tal como es, ni más ni menos.
La veracidad se origina en el pensamiento. Pensar la verdad significa que ésta
habite en el entendimiento, y de allí se derrame en acciones y dichos. Luego,
pensar la verdad es el primer deber que impone la virtud de la veracidad. De allí que
uno de los mayores males del hombre sea la ignorancia de la verdad, la falta de
doctrina. Pensar la verdad significa pensar el fundamento.
80 Prov., 8,7
81 Sam., 7, 28
82 Sal., 119, 30.
83 Ibid., 119, 86.
84 Ibid., 119, 42.
85 Mt., 5, 37.
86 Catecismo, 2468.
Curso de Derecho Natural, 2014.
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ACTO HUMANO Y VIRTUDES, p.58
San Agustín explica que no se está inmune de falta aunque no mienta, si es que
cree lo que no debería creer, o juzga que conoce lo que efectivamente ignora.
A la falta de doctrina sigue la ligereza en el decir y opinar. [141] La verdad
excluye la malicia, pero exige pensar con probidad. Por eso son inexcusables la
ignorancia y la ligereza. Primero que nada es menester adquirir la ciencia precisa.
a. Oficiosa. Aquella que se profiere por un motivo de utilidad propia o ajena, sin
causar con ello perjuicio a nadie. Son, en general, las mentiras de excusa
(como Petunia).
b. Jocosa. Aquella que se dice de ordinario con un fin de diversión o
pasatiempo. Puede consistir en exageración de hechos reales.
c. Dañosa. Aunque todas las mentiras causan un cierto daño, el carácter de
“dañosa” se reserva para aquellas que producen en terceras personas un
perjuicio o daño específico.
Estos y otros males que ocasiona la mentira explica por qué, mientras el origen
de la verdad se sitúa en Dios, la mentira se atribuye al demonio. El origen diabólico
de la mentira es mencionado por Jesús: "Vuestro padre es el diablo... porque no hay
verdad en él; cuando dice la mentira, dice lo que le sale de dentro, porque es
mentiroso y padre de la mentira"88.
El Catecismo de la Iglesia Católica pone de relieve ese cúmulo de males que
conlleva la mentira, tanto para el individuo como para la colectividad. "La mentira,
por ser una violación de la virtud de la veracidad, es una verdadera violencia hecha
a los demás. Atenta contra ellos en su capacidad de conocer, que es la condición
de todo juicio y de toda decisión. Contiene un germen de división de los espíritus y
todos los males que ésta suscita. La mentira es funesta para toda la sociedad:
socava la confianza entre los hombres y rompe el tejido de las relaciones
sociales"89.
Toda mentira es intrínsecamente mala (esto no quiere decir que sea siempre
grave) y nunca debe decirse. En el lenguaje corriente se utilizan expresiones
hiperbólicas que no son mentiras. Sin embargo la mentira en sí misma es pecado
venial. De ordinario, no es pecado la mentira "jocosa". Es pecado venial casi
siempre la "oficiosa". Sin embargo, la mentira "dañosa" es pecado mortal cuando se
lesiona gravemente la caridad o la justicia. Esto se deduce por las circunstancias
que concurren. Por ejemplo, es pecado mortal, si con la mentira, se tiene la
intención de ocasionar un mal grave al prójimo o cuando una persona constituida en
autoridad miente a los súbditos en cuestiones que atañen gravemente a sus
intereses. También es pecado mortal en caso de que, mintiendo, se lesiona
gravemente la fama del prójimo. Asimismo, se peca mortalmente si con la mentira al
juez se conculcan los derechos ajenos en la administración de la justicia, etc. O
como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: "La gravedad de la mentira se
mide según la naturaleza de la verdad que deforma, según las circunstancias, las
intenciones del que la comete, y los daños padecidos por los que resultan
perjudicados"90.
Los moralistas admiten con razón –lo dice el sentido común y también es el
proceder de personas rectas- que, en algunos casos, es lícito no sólo ocultar la
verdad, sino incluso dar contestaciones que induzcan al error a quien pregunta, si
éste interroga injustamente. La explicación teórica de la licitud de este tipo de
comportamiento se fundamenta en la llamada restricción latamente mental. Por
ejemplo, no sería mentira decir: "el señor no está en casa", cuando, atendidas las
circunstancias, quien escucha podría saber que esa contestación puede tener un
sentido diverso por una restricción mental. Puede ser el medio, por ejemplo, de
guardar un secreto o de evitar un compromiso. Por el contrario, la llamada
"restricción puramente mental", que tiene lugar cuando la expresión utilizada hace
88 In., 8, 44.
89 Catecismo, 2486.
90 Ibid., 2484.
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ACTO HUMANO Y VIRTUDES, p.61
imposible descubrir el sentido verdadero, no es lícita. Por ejemplo, decir "he visto
París", pensando interiormente "en fotografía", es una mentira.
2. El secreto.
Secreto es, pues, el conocimiento de una verdad que debe mantenerse oculta.
Es un género específico de verdad. En efecto, se puede llegar a alcanzar ciertos
conocimientos que ni pueden ni deben ser comunicados a terceras personas.
Algunos secretos pueden ser ocasionales, o sea, se han adquirido, bien por
comunicación íntima del interesado o por medio de otra persona distinta, o bien
porque se ha sido testigo ocasional de hecho. Otros secretos tienen origen en el
ejercicio del ministerio o cargo. Tal es el secreto médico, jurídico o del sacerdote,
los cuales han llegado a adquirir conocimiento de hechos a través el desempeño de
sus respectivos cargos.
También se puede pecar si se usa el secreto para provecho propio o ajeno. El
caso puede repetirse en el ámbito de la compraventa, de la industria e incluso en el
campo intelectual o de la investigación.
En ocasiones se puede revelar el secreto y en otras puede ser un deber
revelarlo. Es lícito revelar un secreto si se sigue un daño grave e irreparable para un
tercero. Puede ser el caso de dar a conocer a la novia una enfermedad grave de un
novio por el daño que puede ocasionarle. Asimismo, se debe manifestar un secreto
si se sigue un daño grave para sí mismo o para un tercero. También se ha de
considerar el bien común de la sociedad, que en ocasiones sufre un grave
quebranto si no se da a conocer el secreto confiado. En todo caso, se deben tener
en cuenta las circunstancias que concurren. A este respecto, la casuística puede
ser muy variada. Por eso basta enunciar los principios generales, tal como los
expone el Catecismo de la Iglesia Católica: "Los secretos profesionales –que
obligan, por ejemplo, a políticos, militares, médicos, juristas- o las confidencias
hechas bajo secreto deben ser guardados, salvo los casos excepcionales en los
que el no revelarlos podría causar al que los ha confiado, al que los ha recibido o a
un tercer daños muy graves y evitables únicamente mediante la divulgación de la
verdad. Las informaciones privadas perjudiciales al prójimo, aunque no hayan sido
confiadas bajo secreto, no deben ser divulgadas sin una razón grave y
proporcionada"92.
Para obrar rectamente y con el fin de aplicar estos principios a los circunstancias
tan variadas que puedan darse, se exige la recta formación de la conciencia. Pero
en ocasiones, también es conveniente buscar el consejo prudente que garantice
una decisión moralmente correcta. En todo caso, la revelación del secreto debe
hacerse como último recurso y ante circunstancias excepcionales, puesto que es
preciso velar por la valoración social del secreto. De lo contrario, se resiente la
seriedad que merecen las profesiones, cuyo ejercicio lleva anexo la obligación de
guardar secreto de los asuntos que confidencialmente se han tratado.
a. La fe.
que por El ha sido revelado, no por la intrínseca verdad de las cosas percibida por
la ley natural de la razón, sino por la autoridad del mismo Dios que revela, el cual no
puede engañarse ni engañarnos"94.
Expliquemos esta definición.
-Aquella que versa sobre materias que exceden a toda facultad intelectual
humana, como la circunstancia de que Dios es Uno y Trino. Este
conocimiento, por hallarse más allá de la capacidad propia de la naturaleza
humana, se denomina SOBRENATURAL.
-Aquellas verdades que pueden ser alcanzadas por las fuerzas de la razón
natural, y que pueden ser alcanzadas por vía de demostración. Este es el
conocimiento NATURAL de Dios.
Ahora bien, dentro del conocimiento que se puede lograr de las verdades
divinas a través de la razón, hay cosas que superan también completamente la
inteligencia humana. Ello porque las cosas se entienden según su substancia, y al
modo en que es entendida la substancia, se entienden todas las demás cosas que
de ella se conocen. Pero como el conocimiento del hombre comienza con los
sentidos, las cosas que no caen bajo los sentidos no pueden ser captadas sino en
cuanto su conocimiento es inferido a partir de los sentidos. Esto es lo que ocurre
con Dios, que es conocido a partir de sus efectos y se aprehende formalmente en
nuestro entendimiento al modo en que nuestro intelecto puede aprehender.
Sujetos de la fe.
Esta expresión puede tener dos sentidos:
-Sentido remoto. Se refiere a las personas que tienen o pueden tener el hábito
de la fe. Desde este punto de vista, son sujetos de fe:
-Todos los justos del mundo, es decir, todos los que poseen gracia
santificante (con o sin bautismo), puesto que ella va siempre unida a la fe
teologal.
Propiedades de la fe.
En cuanto virtud infusa, posee tres propiedades:
-El culto falso. El que expresa una falsedad en las cosas o las personas (por
ejemplo, celebrar misa sin ser sacerdote).
-La adivinación. Designa aquella superstición que intenta averiguar las cosas
futuras u ocultas por medios indebidos o desproporcionados. Se trata de
materias relativas únicamente al conocimiento de Dios: los futuros
contingentes o aquello que naturalmente permanece oculto para la inteligencia
del hombre. Puesto que el auxilio angélico no puede prestarse para un vicio,
sólo puede llegarse a ello por el recurso formal o virtual a los demonios.
e-La herejía. Designa la actitud del que elige o selecciona algunas verdades
de fe, rechazando las demás. Es el error voluntario y pertinaz de un bautizado
contra alguna verdad de fe.
f-La duda. No existe causa justa, entre los bautizados, para cambiar o poner
en duda una verdad de fe.99
g-La ignorancia. Existe obligación grave de aprender las cosas relativas a la fe;
y particularmente, las necesarias para llevar una vida moralmente recta y para el
adecuado desempeño de los deberes de estado.
I. TERTULIANO (s. II-III): con su afirmación Credo quia absurdum est, creo
porque es absurdo, subordina de modo absoluto la razón a la fe. No hay más
sabiduría que la revelación evangélica, y ésta contradice toda filosofía y
supera a la razón. Considera que el mundo de la fe es incomprensible
racionalmente, pero ha de predominar, pues considera que el filósofo es el
amigo del error, al contrario que el cristiano, que es su enemigo, y tiene fe en
la Verdad revelada por Dios, por absurda que sea en ocasiones a la luz de la
mera razón. Ej.: que Jesús, hijo de Dios, murió y resucitó es absurdo desde
la perspectiva racional, pero es verdad, una verdad accesible desde la fe, el
único camino válido.
II. SAN AGUSTIN (s. IV-V): Se pregunta cómo llega el ser humano a las
verdades más profundas. Reconoce que razón y fe pertenecen a ámbitos
diferentes, pero ambas contribuyen a alcanzar el gran objetivo del ser
humano: la Verdad. Con la máxima Intellige ut credas, crede ut intelligas
(entiende para creer, cree para entender), pone de manifiesto como fe y
razón, aún perteneciendo a ámbitos diferentes, contribuyen a alcanzar la
verdad. Sin embargo, la fe es más segura, por tanto, orienta y guía a la
razón. La mente humana sólo con el auxilio de la fe puede acceder a la
III. SAN ANSELMO (S. XI): Fides quarens intelectum, la fe necesita ahora del
intelecto. El hombre comienza a recuperar la confianza en sus dotes
naturales, la razón. Fue el primero de los pensadores creyentes que sintió la
necesidad de demostrar racionalmente la existencia de Dios. Se opone a una
fe irracional. Parte de la fe, pero de una fe que busca comprender. San
Anselmo a través del argumento ontológico quiere mostrar al incrédulo que
cuando afirma que Dios es “el ser mayor que puede ser pensado” pero niega
su existencia, se contradice. Lo más grande pensable, el ser más perfecto,
además de existir en el pensamiento, tiene que existir realmente; si le falta la
perfección de la existencia, su grandeza ya no es completa, ya que no es lo
más grande que podemos pensar. Por tanto, Dios, el ser más grande que
puede ser pensado, debe poseer todas las perfecciones y, por tanto, también
la existencia. Pensar lo contrario es incurrir en contradicción. San Anselmo
parte del concepto de Dios y extrae deductivamente las consecuencias
lógicas con el fin de concluir como evidente su existencia real.
Santo Tomás estima que, aunque no hay más verdad que la verdad revelada
por Dios a los hombres, los contenidos de la misma pueden ser de dos tipos:
NATURALES Y SOBRENATURALES. A los primeros tienen acceso la fe y la razón;
los segundos sólo pueden ser conocidos por medio de la Revelación.
-Honestidad. Esta cualidad fue negada por Calvino, al afirmar que cualquier
acto de virtud realizado por la esperanza es egoísta, y en consecuencia,
inmoral. Ello se refuta del siguiente modo: Es diferente desear algo para
nosotros de hacerlo por nosotros. El primer caso ocurre cuando lo que apetece
es una cosa inferior, como el alimento. En tal situación, deseamos por y para
(nobis et propter nos). Muy distinto es el caso del deseo respecto de un bien
infinito, que se desea POR EL MISMO (nobis, sed non propter nos). Dios no es
objeto de la esperanza como un medio respecto del fin, sino como lo perfecto
para lo perfectible.
“Como ya hemos expuesto (I-II q.55 a.4), la virtud va ordenada al bien. Pues
bien, el bien principal es el fin, ya que los medios son considerados como buenos
en orden al fin. Mas dado que hay un doble fin, último y próximo, hay asimismo un
doble bien: uno último, y otro próximo y particular. El fin último y principal del
hombre es, ciertamente, gozar de Dios, a tenor de las palabras de la Escritura: Para
mí es bueno unirme a Dios (Sal 72,28), y a ello está ordenado el hombre por la
caridad. El bien secundario, y en cierta manera particular, puede ser doble: uno que
es en realidad verdadero bien, por ser de suyo ordenable al bien principal, el último
fin; y otro no verdadero, sino aparente, porque aparta del bien final.
Resulta, pues, evidente que es absolutamente virtud verdadera la que ordena
al fin principal del hombre, como afirma el Filósofo diciendo en VII Physic. que es
virtud la disposición de lo perfecto hacia lo mejor. No puede, por lo tanto, haber
virtud sin caridad. Pero si se toma la virtud por decir orden a un bien particular,
puede haber virtud verdadera sin caridad, en cuanto que se ordena a un bien
particular. Pero si ese bien particular no es verdadero, sino aparente, la virtud
relacionada con él no será verdadera, sino apariencia de virtud, como dice San
Agustín en IV lib. Contra lulian.: No es verdadera virtud la prudencia del avaro, con
la que se procura diferentes géneros de lucro; ni su justicia, por la que desprecia los
bienes ajenos por el temor de grandes dispendios; ni su templanza, que refrena el
apetito lujurioso por ser derrochador; ni su fortaleza, de la que dice Horacio que
rehuye la pobreza arriesgándose por mar, montes y fuego. Mas si el bien particular
es verdadero, por ejemplo, la conservación de la ciudad o cosas semejantes, habrá
verdadera, aunque imperfecta virtud, a no ser que vaya referida al bien final y
perfecto. En conclusión, pues, de suyo no puede haber virtud verdadera sin
caridad”102.
Se las llama de este modo porque ellas marcan y dirigen el horizonte moral del
hombre, al modo en que los puntos cardinales ordenan y clarifican el mapa
geográfico. Es importante tener en cuenta que entre ellas se da lo que se denomina
LEY DE CONEXION DE LAS VIRTUDES: cada virtud depende, para su formación,
de las restantes, puesto que puede ser impedida en sus actos en razón de los
desórdenes que se producen en las materias propias de las demás. Esta mutua
influencia impide, además, la separación perfecta entre operaciones y pasiones de
los apetitos sensibles.
Lo propio de las virtudes cardinales es un cierto medio de equilibrio y
moderación. El concepto de medio o rectitud equidistante entre dos extremos
viciosos es esencial. La virtud descansa en el bien moral, que es su objeto
propio105. Sin embargo, todo bien moral se constituye por una relación de medida y
adecuación a la regla de la razón. Esta igualdad es un medio entre un exceso y un
defecto, de tal modo que la conformidad con la medida o razón radica en no
excederla ni en adolecer de defecto. En este sentido, y puesto que la razón es la
medida de los actos morales, el medio virtuoso debe ser entendido como
IGUALDAD POR ORDEN Y PROPORCION al dictamen de la razón, es decir, como
un MEDIO RACIONAL (medium rationis).
Hay que tener en cuenta que las virtudes que moderan al hombre en sus
pasiones (fortaleza y templanza), ordenan al sujeto respecto de sí mismo; y por lo
tanto la rectitud moral no se fija de un modo objetivo, sino por relación al sujeto y de
acuerdo con sus condiciones y circunstancias particulares. El caso de la justicia,
como veremos más adelante, es diferente, puesto que su medio virtuoso es objetivo
y está dado por la cosa debida.
1-La Prudencia.
1.1-Concepto.
1.2-Funciones.
Se distinguen tres actos o funciones de la virtud de la prudencia. Son los
siguientes:
a-El consejo. Mediante él, la inteligencia consulta, delibera o indaga los medios
y las circunstancias para actuar rectamente.
b-El juicio. Se llama también "conclusión" sobre los medis hallados. A través
de él, la inteligencia, auxiliada por la prudencia, dictamina cuáles de estos
medios deben emplearse u omitirse aquí y en este momento.
1.3-División.
Existe, en primer lugar, una denominada "prudencia falsa", que tiene por
objeto bienes inferiores y se manifiesta en la habilidad para hallar los medios más
adecuados para satisfacer la concupiscencia o irascibilidad desordenadas. En el
fondo, es realmente una manifestación de la imprudencia, puesto que no lleva a los
fines y bienes honestos.
La prudencia rectamente entendida, puede dividirse en los siguientes tipos:
Curso de Derecho Natural, 2014.
Profesor: Raúl Madrid.
ACTO HUMANO Y VIRTUDES, p.80
1.4-Partes.
La prudencia, en tanto virtud cardinal, consta de tres partes, que son las que a
continuación exponemos:
a-Partes integrales. Son los distintos elementos que integran o ayudan a una
virtud para su correcto funcionamiento. Deben ser tenidas en cuenta todas ellas
para que exista juicio prudente. En el caso de la prudencia, son 8:
a.6-Providencia. La voz española proviene del latín procul videre, es decir, ver
desde lejos. Como parte integral de la prudencia, consiste en fijarse bien en el
fin lejano que se intenta, para ordenar a él los medios oportunos y prever las
b.1-Prudencia personal o monástica. Aquella que tiene como base dirigir los
actos individuales del sujeto que ejerce la prudencia. En ella se distinguen los
ocho elementos integrales ya descritos.
c-Partes potenciales.
Se denominan "partes potenciales" a las virtudes derivadas de una virtud
cardinal, que se parecen a ella en algunos aspectos parciales o recaen sobre
ciertos actos secundarios, preparatorios o menos difíciles. En el caso de la
prudencia, son tres:
c.1-Buen consejo (eubulia). Inclina al hombre para encontrar los medios más
aptos, adecuados y oportunos para lograr el fin que se pretende. Es una virtud
distinta de la prudencia porque su acto propio es aconsejar, y lo propio de la
prudencia es discernir e imperar, como ya se ha visto.
b.2-La astucia. Es la habilidad para obtener un fin, bueno o malo, por vías
falsas, simuladas o aparentes. Aunque el fin objeto del acto sea bueno, la
astucia sigue siendo un vicio, puesto que los medios no pueden tener una
calidad moral distinta de la del fin. Tiene dos subespecies:
2-La justicia.
2.1-Definición.
La palabra griega que primero designó la justicia fue diké, cuyo signifficado
primitivo apuntaba tanto a la acción judicial o el proceso, como a la sentencia del
juez, para luego pasar a indicar el derecho y la virtud. La voz diké fue utilizada por
los primeros cosmólogos griegos para señalar el orden cósmico, del universo109 .
Desde allí derivó hacie el orden social (de la pólis). Con esto, la noción adquirió un
sentido objetivo, relacionado con las ideas de orden y de armonía110.
La virtud del hombre justo, propiamente tal, se denominó dikaiosyne, y esta
voz tuvo, antes de Aristóteles, dos sentidos entremezclados:
-Por una parte, la justicia como virtud particular (hombre justo, gobernante
justo, etc).
-Por otra, la justicia como virtud total. Es decir, un sentido por completo
omnicomprensivo: la justicia como la suma de las virtudes humanas, de tal
modo que la expresión "hombre justo" equivalía a "hombre lleno de virtudes".
Según Hervada, este traspaso de "justicia" a "virtud en general" se explica
porque ser justo siempre ha equivalido a cumplir las leyes, y la virtud no es
otra cosa que el cumplimiento de las leyes morales.
109 Anaximandro.
110 Hervada, J., Lecciones de filosofía del derecho, EUNSA, Pamplona, 1989, p. 107 ss.
111 Platón, República, I, 6, 331e.
Curso de Derecho Natural, 2014.
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ACTO HUMANO Y VIRTUDES, p.85
a-La justicia es virtud, es decir, una cualidad que consiste en una disposición o
hábito. En este sentido, es la disposición o hábito de practicar lo justo112.
b-La justicia versa propiamente sobre ciertas cosas que se refieren a otro
(como lo demostraremos luego), y por ello está bien expresado en la definición de
Ulpiano que "da a cada uno su derecho".
2.3-Características.
-LA IGUALDAD. Lo que se debe es tanto como el otro tiene derecho a exigir.
De este modo, la igualdad se verifica cuando se da exactamente lo que se
debe y se puede exigir. Como veremos más adelante, esta igualdad puede ser
aritmética o proporcional, según el tipo de justicia del cual se trate.
Por defecto de este requisito, no se constituye la justicia perfecta. Es lo que se
denomina el debitum excellentiae: deberes estrictos y aún más altos que los
propios de la justicia humana, pero que no pueden ser pagados con estricta
igualdad. Este es el caso de la virtud de la religión respecto de Dios, o de la
piedad con los padres (como veremos, la piedad es una de las partes
potenciales de la justicia). Ni a Dios ni a los padres se les puede satisfacer en
todo cuanto se les debe, y la justicia no es suficiente para regular este tipo de
relaciones, que se rigen más directamente por la reverencia y el amor.
-Entre padres e hijos. Los hijos son distintos de los padres y viceversa, pero
no son completamente ajenos, pues como afirma Aristóteles, el hijo es algo
del padre. Son independientes substancialmente -y en este sentido se dice
que media entre ellos un derecho perfecto-; pero su distinción es imperfecta,
puesto que, en la medida en que el padre es causa eficiente del hijo, el hijo
es en cierto modo la causa. Sus relaciones son regidas por la virtud de la
piedad.
por consiguiente, del objeto de la justicia, el derecho (lo suyo de cada uno).
Está constituido formalmente por lo que se denomina EL DERECHO
SUBJETIVO, es decir, la facultad de exigir que el otro tiene para que lo suyo le
sea dado. Suárez define el derecho subjetivo del siguiente modo: "Aquella
facultad moral que alguien tiene respecto de la cosa suya, o a la cosa que le
es debida"120 .
Por defecto del requisito de exigibilidad, se constituye un derecho o débito
imperfecto, propio de las virtudes que se sitúan fuera del ámbito estrictamente
jurídico. Es lo que se denomina el debitum moral, propio de las virtudes como
la gratitud y la fidelidad. Sus actos no son debidos a otros por un estricto
derecho, sino por la honestidad y dignidad de la misma virtud.
-Objeto formal quo. La razón de debido a otro en estricta igualdad. Este objeto
se constituye formalmente a través del derecho subjetivo.
-Este objeto, como dice Aristóteles, está constituido por las operaciones
exteriores (materia próxima), tales como contratar, restituir, distribuir, etc; y las
cosas externas sobre las que dichas operaciones versan (materia remota).
-En este sentido, la justicia no versa sobre las pasiones, ni ellas constituyen su
objeto material121. Esto se prueba en base a los siguientes argumentos:
b-La materia real de la justicia son las acciones que se relacionan con otros,
y éstas no son las pasiones de los apetitos inferiores (concupiscible e
2.4-División de la justicia122 .
a-Justicia LEGAL o GENERAL (iustum legale. Ordo partis ad totum). Este tipo
de justicia se denomina "legal" en virtud de su objeto (aquel que concuerda con las
leyes que dirigen al bien común), y para distinguirlo de lo "justo igual", propio de la
justicia conmutativa. No se debe confundir, sin embargo, con la justicia puramente
positiva (de la ley escrita), puesto que la epiquéia es la parte más noble de este tipo
de justicia, en la medida en que refleja las normas de derecho natural.
También se la denomina "general", en la medida en que de algún modo
comprende todas las otras virtudes: se extiende a los actos de todas las virtudes,
ordenándolos al bien común.
De acuerdo con ello, se la ha definido como la virtud que inclina y mueve a los
miembros del cuerpo social, en cuanto tales, a dar a la sociedad todo aquello que
es debido en orden a procurar el bien común123. Es decir, regula las relaciones
jurídicas de los miembros de la comunidad con su fin último.
El objeto formal de la justicia legal es el bien común en cuanto debido; es
decir, en cuanto es exigido a los particulares; mientras que su objeto material son
los actos exteriores de todas las virtudes en cuanto son necesarios o convenientes,
o bien han sido impuestos por la ley positiva para obtener el bien común. Aquí se vé
claramente su carácter general, en cuanto referida a las restantes virtudes.
Junto a esta materia común, hay también una materia propia o especial. Se
trata de un conjunto de actos de suyo indiferentes, que se hacen virtuosos por el
hecho de estar impuestos a través de la justicia legal. En particular, las actividades
relativas a la vida económica y social. Y dentro de ello, específicamente todo lo
referido a la legislación tributaria, es decir, los aportes económicos debidos al
Estado, la legislación social y los deberes derivados de la función social de la
propiedad.
Ahora bien, puesto que la justicia legal no sólo es un aspecto interno del sujeto
(en cuanto inclinación virtuosa a obras justas), sino posee también una dimensión
exterior, se dice que tiene un ASPECTO NORMATIVO, que indica el orden jurídico
de las normas que determinan las acciones justas. En este sentido, es obligatoria:
los hombres están obligados a utilizar sus fuerzas para obtener el bien común, no
sólo su bien propio y egoísta.
Desde el punto de vista del tipo de obligación que contiene la justicia legal, se
la puede dividir en dos tipos (en realidad, es una misma justicia, no dos especies
distintas, puesto que todas las normas de derecho natural son, potencialmente,
derecho positivo):
escrita de cara a los principios de derecho natural. Volveremos sobre esto más
adelante.
2.6-La injusticia.
2.6.1-Definición.
ejemplo, un pobre en extrema necesidad puede tomar de otro lo que necesite para
su sustento, y el dueño de los bienes no puede oponerse razonablemente a ello.
2.6.2-Especies de injusticia.
-En relación con los tributos debidos al Fisco. Las leyes de impuestos, cuando
son excesivamente gravosas, ¿obligan en conciencia? Surge aquí la cuestion de las
llamadas LEYES MERAMENTE PENALES: aquellas que no obligan en conciencia,
sino sólo a sufrir la pena. Este sería el caso de los impuestos demasiado gravosos.
Esto supone que las leyes que prescriben tributos justos, obligan rectamente en
conciencia.
Por último, debe tenerse en cuenta que la falta propia en contra de la justicia
distributiva es la llamada ACEPCION DE PERSONAS. Ella engloba todas las
injusticias opuestas contra la especie de justicia a la que se refiere. Se la puede
definir como el vicio por el cual el hombre público dispensa y confiere los bienes,
oficios o cargas comunes, NO ATENDIENDO A LA CAUSA POR LA CUAL LOS
INDIVIDUOS SON DIGNOS de tales funciones o dones, sino a las personas o
condiciones de las mismas, ajenas al caso128 . Se trata, pues, de una preferencia
injusta en razón de las personas.
La acepción de personas tiene lugar sólo en la distribución de los bienes
debidos EN JUSTICIA, no respecto de aquellos cuya razón o causa de distribución
radica en la caridad, liberalidad o donación.
Raíces de la restitución.
Se denomina de este modo a las causas, fuentes o títulos de los que surge la
obligación inmediata de restituir. Son dos (que pueden ir unidas):
a-La injusta retención de lo ajeno con lucro propio. Hay aquí un principio
general: el dueño de una cosa es el único que tiene derecho a poseerla. Para ello,
hay que tener presente los siguientes axiomas jurídicos:
-La cosa clama a su dueño.
-La cosa fructifica para su dueño.
-La cosa se pierde para su dueño.
-Nadie puede enriquecerse injustamente con lo ajeno.
-Donde el dueño encuentra lo suyo, allí puede recuperarlo.
b-La injusta damnificación del prójimo sin lucro propio. Se diferencia del caso
anterior en la ausencia del lucro propio. La damnificación injusta es vicio contra la
justicia (grave o leve, según el caso), y acarrea la obligación de restituir cuando la
acción u omisión que ha producido el daño ha sido verdadera, eficaz y formalmente
injusta.
Estos tres últimos requisitos son las condiciones para que la damnificación
obligue a restituir. Los analizaremos por separado.
a-Virtud de la religión.
Se trata de una virtud moral que inclina al hombre a dar a Dios el culto debido
como primer principio de todas las cosas.
El culto divino es el objeto material de la virtud. Este culto puede ser interno o
externo. El objeto formal o motivo de la virtud es el carácter divino de primer
principio de todas las cosas. Este motivo la sitúa, como virtud, en cuarto lugar,
después de las teologales; y se dice que es una parte potencial de la justicia ya que
establece en nosotros una obligación que se parece a la justicia respecto de Dios:
tributarle el culto debido. Se parece a la justicia porque no realiza las tres
condiciones que, estrictamente, ésta requiere: existencia de un debitum, la alteridad
y la igualdad.
Como toda virtud moral, consiste también en el medio entre el exceso y el
defecto. Aunque no cabe propiamente el exceso en el culto a Dios, si procede en el
modo en el que se realiza; por ejemplo, ofrecerlo cuando no se debe, o de modo
distinto al debido.
Se le oponen tres vicios: uno por defecto (el temor o cobardía) y dos por
exceso (la impasibilidad y la audacia). Vamos a analizarlos por separado.
3.3-Partes de la fortaleza.
a-Magnanimidad.
Es aquella virtud que inclina a intentar grandes obras, espléndidas y dignas de
honor en todo género y tipo de virtudes. Desde este punto de vista, es lo contrario
de la mediocridad. En la medida en que supone el ejercicio de todas las otras
virtudes, la magnanimidad es muy rara entre los seres humanos.
Sus vicios opuestos son:
b-La magnificencia.
Es aquella virtud que inclina a emprender obras espléndidas y difíciles de
ejecutar, sin detenerse ante la magnitud del trabajo o de los grandes gastos que sea
necesario invertir.
La diferencia con la magnanimidad reside en que ésta se ordena a lo grande
en cualquier virtud o materia, mientras que la magnificencia se refiere sólo a
Curso de Derecho Natural, 2014.
Profesor: Raúl Madrid.
ACTO HUMANO Y VIRTUDES, p.103
c-La paciencia.
Es aquella virtud que inclina a soportar sin tristeza de espíritu ni abatimiento de
corazón los padecimientos físicos y morales. Es, como puede verse, una de las
virtudes más necesarias para la vida del hombre, particularmente en su dimensión
cotidiana.
Sus vicios opuestos son:
d-La longanimidad.
Se denomina de este modo a aquella virtud que nos da el ánimo para tender
hacia un bien que se encuentra muy distante, y que su obtención se hará esperar
por mucho tiempo. Se parece a la magnanimidad en cuanto a su objeto; pero se
parece más a la paciencia porque la lejanía del bien causa tristeza y dolor, y la
longanimidad nos inclina a soportarlo.
Su vicio opuesto es la estrechez o poquedad de ánimo, que impulsa a desistir
de emprender una acción virtuosa y larga por la lejanía del resultado.
e-La perseverancia.
Es aquella virtud que inclina al hombre a persistir en el ejercicio del bien, a
pesar de la molestia e incordio que su prolongación en el tiempo nos ocasione.
Se distingue de la longanimidad en que ésta se refiere más al comienzo de la
obra virtuosa; mientras que la perseverancia mira más a su continuación.
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ACTO HUMANO Y VIRTUDES, p.104
f-La constancia.
El objeto de esta virtud es robustecer la voluntad para que no abandone el
camino virtuoso que se ha emprendido por los obstáculos e impedimentos
exteriores sobrevinientes.
Mientras que la perseverancia fortalece la voluntad para enfrentar las
dificultades que provienen de la prolongación de la vida virtuosa considerada en sí
misma, la constancia la fortalece contra los impedimentos exteriores. En razón de
ello, la perseverancia es una parte más principal de la virtud de la fortaleza que la
constancia.
4.2-Partes de la templanza.
a-Partes integrales.
Son dos:
a.1-Vergüenza. No es propiamente una virtud, sino cierta pasión que nos hace
temer el oprobio y confusión que se sigue de un pecado torpe. En particular,
se siente más vergüenza ante las personas sabias y prudentes (por la rectitud
de su juicio) que ante los que carecen de dicho juicio.
b-Partes subjetivas.
Son las siguientes:
b.2-La sobriedad. Es aquella virtud que tiene por objeto moderar, de acuerdo
con la razón, el uso de las bebidas embriagantes.
Obviamente, el vicio opuesto es la embriaguez, que se define como el exceso
voluntario en la bebida embriagante (por extensión, cabe aquí el consumo de
alucinógenos) por mero placer, hasta la privación del uso de la razón. Si la privación
de razón es total, se denomina embriaguez perfecta; e imperfecta si sólo es parcial.
c-Partes potenciales.
Aquellas que corresponden a la templanza son las siguientes:
c.1-La continencia. Es aquella virtud que fortalece la voluntad para resistir las
concupiscencias desordenadas y muy vehementes. Se la llama “virtud imperfecta”,
puesto que no lleva a efectuar ninguna obra positiva, sino que se limita a impedir el
mal moral.
Su vicio opuesto es la incontinencia, que consiste en la privación de la
continencia en el apetito racional.
c.2-La mansedumbre. Es aquella virtud que tiene por objeto moderar la ira
según los dictados de la racta razón. Se trata de que el apetito irascible se levante
sólo cuando sea necesario, y sólo en esa medida.
El vicio opuesto se denomina iracundia, del cual, en su carácter de vicio
capital, da origen a otros muchos, entre los que se cuentan:
-La indignación.
-La blasfemia.
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ACTO HUMANO Y VIRTUDES, p.107
-La injuria.
-La riña.
-Considerar que los hemos recibido por nuestros propios méritos y talentos.
-Jactarse de bienes que no se poseen en absoluto, o que se tienen en grado
inferior.
-Desear exclusivamente el propio brillo, con desprecio de los demás.
En cuanto vicio capital, raíz y madre de todos los desórdenes, derivan de ella
otros muchos vicios, como los siguientes:
-El propio egoísmo.
-La satisfacción irracional de los caprichos.
-La presunción ante Dios.
-El desprecio de los otros.
-La jactancia y la vanagloria.
c.4.4-La eutrapelia. Aquella virtud que tiene por objeto regular, de acuerdo a
las reglas de la razón, los juegos y las diversiones.
c.4.5-La modestia en el ornato. Aquella virtud que tiene por objeto guardar el
orden de la razón en el arreglo del cuerpo, del vestido y en las cosas exteriores.