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espejo?
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reflejo?
griego
tersura
dura
osas
suerte.
otro...
J.L.Borges,
“El espejo”
En la esencia del tema del doble hallamos la dualidad, y en la de ésta los opuestos. La
ciencia así lo reconoce en el universo. En el principio fue el ser y la nada, la oscuridad y la
luz. Los opuestos nacieron, fictamente, con el universo y la creación. El Viejo Testamento
dice que en el principio fue el caos y que Dios hizo la luz. Es la primera oposición, la
dualidad inicial. Más tarde, en la ambigüedad de un tiempo imaginario, Dios hizo al hombre,
y –según el Génesis- varón y hembra los creó. Suponemos que eones después puso a
prueba la fidelidad de sus criaturas, y prohibió a Adán comer del árbol del Bien y del Mal, y
a la desobediencia siguió el castigo: la expulsión del paraíso y la condena al dolor y a la
Muerte, contrapartida del placer y de la Vida, de la eternidad prometida y perdida.
Pero antes de la creación del hombre, una rebelión se había producido en el cielo, en esa
región elevada, cualquiera sea su nombre, donde siempre han habitado las deidades:
algunos ángeles se alzaron contra Dios, lo que determinó la aparición del mal primigenio y
personificado, al que se le han adjudicado innumerables nombres. Es el adversario de Dios,
éste del bien, de la sabiduría infinita y de la justicia infinita, el otro representación del mal,
de lo negativo, del dolor y la muerte.
La idea del doble no es nueva ni nació con la literatura. Por el contrario, nace con el
hombre: hombre-mujer, muerte-vida, cuerpo-alma, quizás como una elaboración
neutralizadora del temor a la muerte y como necesidad para atenuar el dolor por la
eternidad perdida. Porque no otra cosa que la sed de eternidad alienta la idea del alma y su
vocación trascendente de pervivir más allá de la muerte. Justamente es en el alma donde el
ethos religioso radica el bien y el mal, y como consecuencia el juicio y la sentencia, la
salvación o la condenación: es la duplicación al solo efecto de consumarse en la eternidad.
Sir James George Frazer cuenta en “La rama dorada” que es frecuente que el salvaje
considere su imagen en el agua o en el reflejo como su alma, o, en último término, como
parte vital de sí mismo, y por lo tanto y necesariamente como una fuente de peligros para
su supervivencia, pues de ser maltratada o dañada o herida el cuerpo resentiría el daño
como propio. En el capítulo “El alma externada y los cuentos populares”, dedicado a la
leyenda de la separación de alma y cuerpo, ya sea temporaria o definitiva, y el esquema de
la escisión o división –léase duplicación- alma/cuerpo en sus fases primitivas, dice: “Inhábil
para concebir abstractamente la vida como una posibilidad permanente de sensación, o
como un continuo ajuste de sensaciones internas con las externas, el salvaje la imagina
como algo material, concreta y de magnitud definida, capaz de verla, manejarla, guardarla
dentro de una caja o jarrón, y susceptible de ser golpeada, rota o hecha pedazos”. Si
interpretamos en sus justos términos esta definición, veremos que es un esquema primario
de lo que hoy consideramos como división o escisión de la personalidad. En el salvaje la
superstición radica en la identificación del alma con la imagen duplicada; el doble (literario,
artístico) sería la irrupción de esa superstición (convicción) en el plano de la
patología (skhizo). Pero –y como un anticipo de lo que sucederá mucho después en la
literatura- en el plano de las supersticiones el alma cobra independencia y puede
aparecerse, viajar a distancia, visitar a otros o volver de más allá de la muerte. Poco a poco
las culturas se van poblando de apariciones voluntarias o convocadas (ultrafanos);
recordemos una de las más antiguas, en el Viejo Testamento (Samuel I-28), cuando Saúl
recurre a los poderes de la pitonisa de Endor y convoca al espectro de Samuel, quien le
vaticina su muerte a manos de los filisteos. Y así hallaremos una y otra vez la aparición de
espíritus –o periespíritus, según definen los espiritistas--, que con matices vienen a
constituir primitivas alusiones al doble. Dejamos de lado la duda sobre si los textos que
recogen estas protoformas prefiguraron lo que luego vino a denominarse literatura
fantástica, tal como lo afirma Borges respecto de la Biblia.
Otro antecedente del doble –como cultural rudimentario- lo hallamos en la sombra que todo
ser humano proyecta, y que en determinadas culturas ha sido y aún es inconscientemente
sacralizada, aún cuando esta sacralización haya mutado en un simple hábito irracional,
como lo es en algunas culturas orientales el hecho de que la mujer no deba pisar la sombra
del marido. Frazer da cuenta de numerosas culturas en las que la sombra tiene todas las
características mágicas del doble, y en las que pisar la sombra, o bien la sombra deformada
o la sombra sin cabeza o mutilada, o la sombra proyectada por la luna, tiene improntas
culturales especiales, como vaticinios de muerte, desdichas, presagios.
Otra elaboración más reciente que puede interpretarse, en sentido lato, como una
duplicación del ser humano, la hallamos en el “ángel de la guarda” o “ángel custodio”, no
sabemos si aceptada o no por todas las ramas del credo cristiano luego de sus numerosos
cismas. Si bien no se trata estrictamente de un doble, dado que los ángeles son definidos
como entidades de naturaleza espiritual creados por Dios, lo cierto es que en las
representaciones iconográficas se los ve invariablemente como criaturas aladas similares al
hombre. No cabe duda de que la esperanzada creencia en una entidad benéfica encargada
de la protección de cada ser humano constituye, cualquiera sea la naturaleza que se le
atribuya, una elaboración cultural que conforma una presencia dual.
Pero hasta aquí se han expuesto las manifestaciones primarias de la duplicación del cuerpo:
alma, sombra, ángel, apariciones o ultrafanos. Es sustancialmente diferente –y pasa a
configurar ya la idea de doble como tema literario- cuando el doble es elaborado como
presencia interna, como existente en el más profundo basalto de la conciencia, terreno que
ya pertenece a la ciencia, pero en el que a su vez, dadas sus posibilidades dramáticas, ha
penetrado hondamente en las artes en general, y particularmente en la literatura. Dice
Homero que Zeus, dispensador de bienes y de males, toma un puñado de ambos y lo
adjudica a cada ser humano que viene al mundo. El “Poema de los dones”, de Borges, y su
notable metáfora sobre la ironía de Dios al donarle a la vez los libros y la noche, sería un
buen ejemplo. También Platón se refirió al sueño como el campo en el que se liberan los
aspectos negativos del hombre, su parte animal, en tanto se halla dormida la razón, su
parte pacífica, su entendimiento.
En cada ser humano habría, pues, una escisión –del griego, skhizo, yo parto, yo disocio:
esquizofrenia-, lo que es decir una partición que hace que cohabiten, ya en el nonato, el
bien y el mal, las pulsiones positivas y negativas, lo erótico y lo tanático, todo lo que en el
ser normal se sintetiza y suma y hace que en la vida de relación, en el juego social, se
internice y se logre, normalmente, reprimir lo malo y mostrar lo mejor de nosotros. Hay en
cada ser humano pulsiones negativas que reprimimos en beneficio de nuestra buena
imagen, de nuestra acomodación al juego social, que no otra cosa es el curso educativo,
nuestra adecuación a la convivencia. La vieja sentencia que aconseja no hacer a los demás
lo que no se desea para uno, e inversamente hacer a los otros lo que se desea para sí,
vendría a expresar en términos de sabiduría popular esa norma de hierro que regula la
convivencia y a la obligada represión de nuestras pulsiones negativas.
Precisamente, el problema del doble se hace tema en literatura –las dos caras de Janos-
cuando ese sustrato doble de bienes y de males rompe su equilibrio y se divide: lo malo, lo
negativo, se escinde, y el titular no reconoce esa escisión, no la admite y la ajeniza, la
extravierte, la arroja de sí y la combate porque no la concibe como propia: es como
consecuencia de esa escisión que se produce el nacimiento del doble. Inevitablemente uno
será bueno y el otro malo, uno será noble y el otro perverso, uno generoso y el otro avaro,
uno crédulo y el otro escéptico, veraz y mendaz, blanco y negro, el yin y el yan, los
opuestos: el eterno juego de enfrentamiento que hallamos ya en primitivos textos orientales
y que conforma el cauce de la literatura de todos los tiempos. Por esa razón, por ser esa la
etiología del problema, cualquiera sea la naturaleza que asuma el doble, siempre, en última
instancia, novela o cuento, doble real o imaginario, el problema se nutrirá de la relación
perturbada del hombre consigo mismo, y el desenlace será, inevitablemente, el
enfrentamiento y la muerte.
Esto no significa que el tema, en algunos casos, no dé paso a la comedia, lo que es posible
cuando se juega con el enfrentamiento casual de dos personas reales e idénticas, situación
al margen de toda formulación psicológica. Tito Maccio Plauto (254-178 AC) nos ha dejado
al respecto comedias ejemplares: “Anfitrión” y otra a él atribuida, “Los Mellizos”.
Sosia, parigual y doble. Estos términos no tienen igual peso semántico, desde que los
llamados sinónimos. Si bien tienen zonas de significación común, también poseen matices
que los diferencian. Hasta no hace mucho tiempo fue frecuente el uso del término “sosías”,
para referir al doble. El término correcto es “sosia”, sustantivo derivado de Sosia, nombre
de uno de los personajes de la comedia Anfitrión de Tito Maccio Plauto (254 a 178 A.C.,
aprox.), ya usado por Aristófanes en Las Avispas, quizás el más lejano antecedente del
tema en Occidente. Plauto -ya se ha dicho- también usó el recurso de la confusión de
identidades. En “Anfitrión” los dioses Júpiter y Mercurio se desdoblan en los personajes de
Anfitrión y Sosia, y crean una complicada situación en la que Alcmena, esposa del Anfitrión
original, resulta embarazada de gemelos, uno hijo de Júpiter y el otro de su esposo.
En “Helena”, de Eurípides, Hera duplica a Helena con sustancias etéreas y engaña a Paris
con la copia, que es la que provoca la guerra de Troya, en tanto que la verdadera Helena ha
sido encerrada en una cueva por Menelao.
En las sagas de las leyendas del Rey Arturo hallamos la falsa Ginebra, hermanastra y doble
de la reina de igual nombre y esposa de Arturo, que intenta asesinarla para suplantarla en
los favores del rey.
Poco se ganará con proseguir un inventario inagotable. Puede hallarse uno magnífico,
aunque incompleto, por supuesto, en la obra de Otto Rank,“El doble”[1],
con introducción y notas de Harry Tucker (h). Esta obra de Rank, amigo y discípulo de
Freud, nos ofrece un panorama general del tema y su análisis en diversos textos literarios,
más de veinte. En el capítulo titulado “El doble en la literatura” da especial importancia a la
obra de E.T.A. Hoffman, “El elixir del diablo”, al que llama “el creador clásico de la
proyección del doble”, tema que refiere en innumerables cuentos dentro de una producción
que abarca más de veinte volúmenes. En dicho capítulo hallamos un análisis comparativo
del tema en las obras de Andersen, Baudelaire, Poe, Dostoyevski, Goethe, Heine, Thomas
Mann, Musset, Maupassant, Stevenson etc. De él transcribimos este párrafo válido para
todo abordaje al doble: “Los modos de tratamiento de este tema que hemos considerado
hasta ahora –en los cuales resulta claro que el misterioso doble es una división
independiente y visible del yo (sombra, reflejo), son distintos de las figuras reales del doble
que se enfrentan entre sí como personas reales y físicas, de similitud externa poco común, y
cuyos senderos se cruzan” (pg. 42). Debe tenerse en cuenta esta distinción, que se
ampliará al analizar los distintos tipos de doble.
Como lo señala Rank, el doble ha sido siempre masculino, aunque con posterioridad
Cortázar introdujo en su cuento “Lejanía” un doble femenino, Alina Reyes. Puede suceder
que otros autores que desconocemos hayan quebrado definitivamente tal tradición. En las
novelas que abordaremos ambos dobles son masculinos, reales y tangibles y no entran en
la categoría que Rank define como “una división independiente y visible del yo”, perceptible
sólo para la mente esquizoide, cuyo modelo arquetípico hallamos en la novela “El doble”, de
Dostoyevski. Así, en Nabokov es nítida y visible la presencia de dos personas muy
parecidas, pero que guardan entre sí diferencias, quizás notorias para todos pero invisibles
para el protagonista, Hermann, que él sí padece la escisión de su personalidad y el
consiguiente drama interior, invisible tras de su máscara irónica y de su sonriente
perversidad. Hay un doble real, sí, pero a su vez hay una escisión interna de Hermann que
genera otro doble, y es éste el que finalmente cierra la novela.
En la novela de Saramago el doble es también real y visible, pero hay una diferencia notoria
con el doble de Nabokov: ya no se puede hablar de parecido sino de una absoluta identidad
física –no psicológica- hasta llegar a la duplicación de las huellas digitales, lo que pone a la
obra en las puertas de la literatura fantástica.
II
El vagabundo, que es músico, le pide trabajo, y a pedido de Hermann le da los datos para
poder ubicarlo. Éste regresa a su apartamento en Berlín que comparte con su esposa Lydia,
mujer simple a la que menosprecia y a quien nada le cuenta del encuentro con su
sosia ("Yo, que estaba dispuesto a inventarle millones de maravillas, parecía no atreverme a
contarle, con estos corruptos labios míos, una maravilla que era real"), secreto que tampoco
compartirá con nadie, excepto con su esposa, y obligado por su plan, en las instancias
finales de la novela. A partir del encuentro el recuerdo de Félix se instala en la vida de
Hermann y comienza a condicionar sus acciones. Determinados giros dan a entender que
desde un principio comienza a planear algo que aún no ha tomado cuerpo: "Un escritor -
dice- no muestra su primer borrador." Son constantes las referencias de Hermann a los
espejos –elemento inseparable del tema-, a la copia de imágenes (cuadros y reflejos). El
vagabundo -su parigual- le ha pedido trabajo, y él, para crear un nexo futuro que le permita
mantener contacto, se lo promete, haciéndole creer que es actor de cine, lo que sí es cierto
en el doble de la novela de Saramago.
El primo Ardalión aporta –sin saberlo- el escenario del crimen, en capítulo que es uno de los
cráteres activos -término que tomamos de Vargas Llosa- más importantes de la obra, su
clímax y peripecia. Es propietario de un terreno en las afueras de Berlín y allí concurre con
Hermann y su esposa en una primera visita de reconocimiento, y luego muchas veces en
forma furtiva para estudiar el campo de operaciones donde piensa consumar el crimen:
hacer vestir a Felix con sus ropas y documentos y endilgarle su identidad, luego matarlo y
dar a su esposa la oportunidad de cobrar un suculento seguro; más tarde se encontrarán en
el extranjero para comenzar una nueva vida. Para justificarlo ante ésta e implicarla en la
estafa no tiene otra alternativa que inventar un hermano idéntico a él, deprimido y
deteriorado, que piensa suicidarse y que desea beneficiarlo dejando que saque provecho de
la enorme semejanza que los une. El plan es llevado a cabo y fracasa. La policía descubre la
verdadera identidad del muerto por un detalle insignificante, y en consecuencia la del
asesino. Oculto en Francia, próximo a los Pirineos, Hermann es ubicado y apresado. En su
delirio final simula que la presencia de la policía que viene a buscarlo es sólo una escena de
una película en la que él es actor principal. En ese refugio, en el lapso entre su llegada y el
descubrimiento de su crimen, Hermann escribe y pone punto final a su relato, pocos
minutos antes de su apresamiento.
“El hombre duplicado” nos cuenta de Tertuliano Máximo Afonso, un profesor de historia que
por tedio o como secuela de un divorcio reciente sufre un estado depresivo. Un colega le
recomienda que se distraiga con una película en video; la alquila y la ve. Nada nota al
principio, pero se despierta en la noche con la sensación de una presencia invisible, quizás
materialización de una alteración en su identidad que lo lleva a pensar en un intruso colado
en su casa. El instinto lo induce a repasar la película y a descubrir en ella algo que le había
pasado inadvertido: un actor secundario es su doble perfecto. La película tiene cinco años
de filmada y Tertuliano busca una foto suya de igual antigüedad: entonces él también usaba
bigote como el actor: la "igualdad" queda comprobada y la posibilidad de que exista una
duplicación absoluta de su persona -un error de la naturaleza- comienza a torturarlo. Hace
ahí su aparición el sentido común, personaje que Saramago introduce como inoportuno
partenaire del protagonista, que es también la voz de su conciencia -antecedente en
"William Wilson", de Poe-, intentando evitarle sus frecuentes insensateces, entre otras la de
pintarse con un rotulador, sobre del espejo, los bigotes que luce el actor. Aparece en esta
escena el inevitable elemento inherente al tema, el espejo -esa obsesión-, que devuelve a
Tertuliano la misma imagen del actor.[2]
El secreto. Y aquí debemos señalar un primer punto en el que las novelas de dobles suelen
coincidir: ante la aparición de su doble, el original tiende instintivamente a guardar estricto
secreto. Ese pudor, ese querer guardar el secreto del descubrimiento del parigual lo expone
ya Dostoyevski en su novela “El doble”, magistral arquetipo del género. Goliadkin, oscuro
funcionario del Estado, camina hacia su domicilio en compañía de su doble imaginario. Va
por calles apartadas, evitando las principales por temor a que los vean, y cuando se
resuelve a denunciar los hechos ante el Gobernador, lo hace en forma elíptica, sesgada,
ocultando el episodio de la duplicación y clamando solamente por justicia y defensa de su
identidad, pero sin decir en ningún momento en forma directa que existe alguien que cree
es su copia. Es que, como dice Nabokov repitiendo a Pascal, dos personas idénticas vistas
por separado no llaman la atención, pero juntas provocan un escándalo.
Y será precisamente ese secreto –el temor a que se descubra ese error que lo ha duplicado-
lo que determina la peripecia.
Tertuliano sostiene que la historia debería enseñarse al revés, o sea a partir del presente y
remontarse en el tiempo, lo que por ser tema recurrente en él, es tomado un poco en solfa
por sus colegas. Hay que ver allí, en esa susceptibilidad y en los motivos de su teoría, un
rasgo de carácter que fertilizará la crisis de identidad ante la aparición del doble, a la vez
que una visión macro del problema que aqueja al protagonista: remontarse del presente al
pasado para averiguar el error, la causa de su crisis de identidad: cuál de los dos es copia
del otro, quién de los dos es el error.
Tímido, retraído, poco comunicativo, se cerrará sobre sí mismo ante la posibilidad horrorosa
de que su parigual sufra en su cuerpo idénticas alteraciones que el suyo propio. Cinco años
atrás ambos usaban bigote y eran más delgados. Sería inadmisible, por no decir
terrible “....la posibilidad de que cinco años después, es decir, hoy, ahora mismo, a esta
hora de la madrugada, la igualdad se mantenga, como si un cambio en mí tuviese que
ocasionar el mismo cambio en él, o, peor todavía, que uno no cambie porque el otro
cambió, sino porque sea simultáneo el cambio, eso sí sería darse con la cabeza en la
pared”. Tales suposiciones y temores justificarían plenamente el pudor y el secreto.
El “dejá vu” en ambas novelas. Otro aspecto común a varias novelas del doble es el
sentimiento del dejá vu. Es discutiendo Tertuliano con el director del instituto sobre el tema
de la enseñanza de la historia que éste hace su aparición, una anomalía de la memoria que
nos lleva a pensar que algo que experimentamos ha sido ya vivido y es recordado. La
ciencia también ha explorado el jamais vu, alteración de orden epiléptico que torna
desconocida y olvidada una experiencia reciente, y el presque vu, que es la sensación de
inminencia de un recuerdo –“lo tengo en la punta de la lengua”- que nunca llega o que llega
mucho después. Tertuliano siente que ya ha estado en el despacho del director del instituto
donde enseña y al que ha sido convocado por éste, y poco más tarde, durante el almuerzo,
su memoria se ausenta, y mientras conversa con el director en el refectorio, recorre el
pasillo, sube al piso superior, atraviesa la puerta cerrada del despacho del director, ve lo
que esperaba ver y regresa:“...pero ahora con una expresión de perplejidad inquieta, un
estremecimiento de desasosiego que rozaba el temor. Era él, era él, era él, se repetía
Tertuliano Máximo Afonso a sí mismo”, mientras continuaba su conversación con los otros
comensales.
"Siempre que entraba aquí tenía la impresión de haber visto este mismo despacho, era
como uno de esos sueños que sabemos que hemos soñado pero que no conseguimos
recordar cuando despertamos".
El enigma queda sin resolver, aunque cabe suponer que ese ritornello de la memoria hacia
un pasado inasible puede vincularse a una escisión de la personalidad que toma como ajeno
un recuerdo propio, o viceversa. Tertuliano, Hermann, William Wilson y Goliadkin viven algo
anteriormente imaginado. Otro, o el otro, ha vivido por un instante una copia presente de
algo idéntico anterior, real o imaginario. Hoy –lo decimos sin otro conocimiento que el mero
dato- la psicología se inclina porque el dejà vu obedece a una división momentánea de la
personalidad, una vivencia esquizoide y accidental de la mente.
El cotejo de los desnudos a la búsqueda de diferencias y semejanzas es otro punto que une
la novela de Saramago con la de Nabokov, y también con "El doble", de Dostoyevski -
antecedente inequívoco de otras novelas que abordaron el tema-, autor presente y
explícitamente aludido como "Dusty" en la obra de Nabokov. En dos oportunidades
Hermann hace desnudar a Felix -él no se desviste-, quien mantiene siempre una relación de
subordinación, de dependencia y acatamiento, quizás debida a la promesa de Hermann de
conseguirle trabajo. La primera vez en una pensión:"Yo lo miraba examinando con avidez
aquel hombre desnudo. Su espalda era casi tan musculosa como la mía, con un coxis más
rosado y una nalgas más feas...", e ironiza luego con detalles y pormenores, el ombligo, los
genitales, las uñas de los pies, todo dicho con humor de comedia inglesa. En ese cotejo el
parecido deja amplio margen a las diferencias.
El secreto ha sido mantenido hasta ahora por Tertuliano. Nada ha dicho a su madre ni a
María Paz; sólo ante el apremio de ésta accede a decirle que hay una situación que lo acosa,
que más tarde, luego de solucionada, se la confiará. Saramago maneja con maestría la
dualidad de conducta de Tertuliano frente a su madre y a su amante. Teñida de una
dependencia amorosa con leves biseles edípicos, la relación con la madre sigue
manteniendo algunos rasgos de solapada sumisión que lo obligan a la confesión: tiene un
doble, tan parigual que ella no sabría distinguir de entre ambos cuál es su hijo, aunque ella
lo niegue confiada en su instinto. La madre -nueva Casandra- no sabe bien dónde está el
peligro, pero lo intuye y lo previene; y también sabe que la felicidad del hijo estará junto a
María Paz. Como a un niño pequeño le aconseja e induce a que la acepte: Ojalá que cuando
despiertes, le dice, ella todavía te esté esperando. Y esas palabras de ensalmo son la
contraseña que parece estar esperando el amor para quitar la venda de los ojos del hijo,
que corre a su casa como niño contento para llamar a su amante y gritarle alborozado su
descubrimiento, su amor y la demorada proposición.
Tertuliano ve partir a Claro y a su vez ve abiertas las puertas de una segunda revancha:
sustituir a Claro y compartir la cama con Helena. Saramago interviene directamente en el
relato y –mientras Tertuliano, luego de pasar la noche con Helena espera el regreso de
Claro- ironiza el siguiente comentario: "Por increíble que nos parezca, el hombre que por
cobardía moral, por miedo a que se conociera la verdad, dejó ir a María Paz a los brazos de
Antonio Claro, es el mismo que, no sólo está preparado para soportar la mayor paliza de su
vida, sino que piensa que es su estricto deber no dejar sola a Helena en la delicada
situación de tener un marido al lado y ver entrar a otro por la puerta. El alma humana es
una caja de donde siempre puede saltar un payaso haciéndonos mofas y sacándonos la
lengua." Tertuliano se encargó de que esta segunda parte se cumpliera. Y es
también acerca de este juego de parejas cruzadas que Nabokov inserta en su novela un
breve relato concéntrico sobre el mismo tema: un cuento sobre dobles con intercambio de
parejas dentro de una novela de dobles, el relato dentro del relato, de vieja tradición
literaria.
Los desenlaces de ambas novelas no sorprenden, son previsibles: el fin ya está en los
medios. El crimen de Hermann es descubierto por un bastón con el nombre de Felix que
quedó abandonado en el automóvil, detalle que a Hermann pasó desapercibido. El engaño
de Claro es descubierto por María Paz, luego de una noche de amor, al descubrir en el
anular del usurpador la marca dejada por el cintillo de bodas, ahora en el dedo anular de
Tertuliano. María Paz sabe que Tertuliano no tiene esa marca. He aquí, milenios después,
nuevamente el anillo como vehículo de anagnórisis, topos de presencia frecuente en la
literatura de todos los tiempos, ya que lo encontramos en Oriente, en Kalidasa, en “El
reconocimiento de Sakuntala”, en Las Mil y una Noches, en las sagas medievales y en el
teatro de los Siglos de Oro. Igual papel desempeña en Nabokov el bastón de Felix. El
pañuelo de Desdémona, en Otelo, como señuelo de engaño, sería otro entre infinitos
ejemplos.
No hay crimen perfecto, como no hay, dice Hermann, dos personas exactamente iguales.
Hay un aspecto a examinar: la calidad de los sentimientos de Tertuliano hacia María Paz, si
no similares, emparentados con los de Hermann hacia Lydia, su mujer. Ambos usan y se
valen de sus mujeres: en Nabokov, para implicarla en un crimen; en Saramago, para gozar
el placer de la venganza.
Los epílogos de ambas novelas son desconcertantes. “Desesperación” finaliza con una
delirante arenga de Hermann a los pobladores de un pequeño pueblo en los Pirineos,
anunciándoles que su inmediato apresamiento será sólo la escena de una película en rodaje,
con lo que el tema del cine se perpetúa hasta el final.” El hombre duplicado” tiene un final
tan abierto como enigmático. Tertuliano, ya instalado en lo de Claro y ocupando su lugar,
recibe una llamada telefónica de otro doble, ya anunciado elípticamente al principio del
relato. El tiempo circular, el eterno retorno, hace que todo comience de nuevo. Pero hay un
detalle significativo que no sabemos si es la pieza final que Saramago guardaba para
terminar de armar el puzzle. Tertuliano acuerda una cita con el nuevo doble y concurre
armado. A diferencia de Claro, que concurrió al encuentro con el arma descargada, el
profesor de Historia lleva el arma con una bala en la recámara. Esa bala -puede suponerse
que es propósito consciente- pondrá fin a la vida del nuevo parigual. Esto plantea otro final
doblemente enigmático: el muerto –de identidad desconocida-, será ahora Antonio Claro, y
Tertuliano se liberará así de su torturante impostura; pese a que esté legalmente muerto
reasumirá su perdida identidad. Pero también, paradójicamente, quizás Tertuliano Máximo
Afonso prefiera asumir la identidad de Antonio Claro, esposo de Helena, ahora apasionado
por la historia y su enseñanza e ignorante del cine y su farándula.
En Poe, William Wilson alumbra a su parigual dormido con una lámpara: la reacción es
instantánea: “Lo miré y sentí que mi cuerpo se helaba, que un embotamiento me envolvía.
Palpitaba mi corazón mientras mi espíritu se sentía presa de un horror sin sentido...” La
reacción es explicable: es la ajenización del ser, la pérdida de la identidad, la extraversión
objetivada en los sentidos. Durante el sueño el rostro permanece impasible, no hace gestos
y el parecido –lo mismo que en la muerte- se acrecienta: “Espantado, temblando más y
más, apagué la lámpara, salí en silencio del dormitorio y escapé sin perder un momento”.
"Es conveniente señalar que la identidad y alteridad son construcciones intelectuales que se
conforman en su carácter relacional; se afirman en la singularidad y la diferencia. La
singularidad reclama necesariamente un exterior de confrontación que mida la identidad en
cuanto construcción que inaugura el campo de lo humanamente posible. La diferencia,
presencia fantasmagórica de la singularidad, necesita poseer un 'locus' que también habilite
y permita su existencia." La cita es de un artículo tomado de Internet
(www.henciclopedia.org.uy/autores/VSilvaEcheto/BorgesHawthorne.htm), titulado "La
compleja relación entre identidad y la alteridad en Borges y Hawthorne”.
La crisis de identidad no es otra cosa que la oposición de ese par de opuestos. Identidad
deriva de idem, el mismo, lo mismo, y alteridad dealter, otro, el otro, lo otro. Son dos
conceptos tan opuestos como ancilares: uno no se concibe sin el otro, uno engendra al otro
En los autores que hemos mencionado y que han abordado el tema de la duplicación, el
tratamiento de este conflicto es disímil, aunque su naturaleza sea única.
Pero en realidad no llegó muy lejos en sus prácticas disociatorias, sólo hasta la consola del
vestíbulo, desde donde sólo podía ver la imagen de su propia unión con Lydia cortada por el
marco de la puerta, a menos que abriera el guardarropa para contemplarla a través del
espejo (objeto indisociable del tema). Esta grieta o disociación en la personalidad de
Hermann -que duplica su imagen en observador y observado- no es conflictiva como lo es
su relación con Felix, que es la que formula el conflicto identidad-alteridad del personaje. Un
seguimiento minucioso de los pasos que lo llevan a dar muerte a Felix, crimen en el que
implica a Ardalión, el presunto amante de su mujer, y a ésta misma, revelan una ajenidad
en el relato que lo disocia de todo juicio moral, que a su vez ajeniza la narración y que la
ampara de toda condena, como obra maestra -la que no puede pintar Ardalion- y que al
fracasar lo conduce, como a Goliadkin en Dostoyevsi, a la locura final, al asumir la
personalidad de un actor de cine, tal como había mentido a Félix al conocerlo. Pero en
ningún momento la crisis disociativa -que lo lleva a ver su doble en Félix y que quizás por
eso, inconscientemente, lo mata- alcanza rasgos dramáticos, sino más bien pausados
momento de perplejidad que se resuelven con ironía y buen humor : "Cuando por fin
regresé a mi cuarto del hotel, encontré allí, entre sombras azogadas y enmarcado en rizado
bronce, a Felix, que me esperaba. Se me aproximó pálido y solemne. Ahora estaba
perfectamente afeitado; su cabello estaba suavemente cepillado hacia atrás, llevaba un
traje gris paloma con una corbata lila. Saqué mi pañuelo, él también sacó el suyo. Tregua,
parlamentar." Frente al espejo, él asume como propia la imagen de Félix. El conflicto, la
crisis, ha nacido. Y más adelante hace consideraciones sobre el encuentro con
Felix:"...recuerdo que las pequeñas señales de existencia consciente, tales como el polvo de
mi nariz, la suciedad negra entre el taco y la suela de un zapato, el hambre, y después, en
el comedor, el gusto áspero a carne asada, mezclada con limón, de una gran e insípida
costilla de ternera, absorbieron mi atención en forma extraña, como si yo estuviera
averiguando y descubriendo (e inclusive hasta dudando un poco) que yo era yo, y que este
yo (un hombre de negocios de segunda clase, con algunos proyectos) estaba en realidad en
un hotel, que cenaba y que meditaba acerca de asuntos de negocios y que no tenía nada en
común con cierto vagabundo quien, en ese momento, se recostaba bajo un arbusto. Luego,
nuevamente, la emoción de esa maravilla suspendió un latido de mi corazón." La crisis
asoma y con ella un plan ya predeterminado para acabar con ella: el precio es la muerte del
doble. La misma ecuación subyace en todo el discurso de “El hombre duplicado”.
Igual símil hallamos en dos oportunidades en Dostoyekski, he aquí una de ellas: "El señor
Goliadkin sentíase terriblemente a disgusto. Miró también de soslayo y distinguió...un
huésped muy extraño. En la puerta, que nuestro héroe tomara hasta entonces por un
espejo, como ya otra vez le había ocurrido...dejóse ver, ya os figuráis a quien: el conocido
amigo del señor Goliadkin", su doble.
Si Schopenhawer hubiese leído estos pasajes y opinado sobre el tema, habría dicho que,
dando a éste una lectura filosófica, el doble es en todos los casos la representación objetiva
del duplicado, contra la que avanza y combate para -destruyéndola- reconquistar y
subjetivizar nuevamente su propia imagen extro-vertida, extraviada en el mundo de la
representación. La alienación (ajenización) de quien se ve duplicado tiene mucho de
"voluntad" ciega, sin otro destino que exterminar aquello que ve como una mutilación y una
pérdida: en los hechos, el que es duplicado es conducido -al verse "fuera de sí" y con una
confrontación de por medio- a un alucinado solipsismo. Aún en el caso del doble real, sin
escisión esquizoide, la confrontación y la crisis se da con igual intensidad y su final es
inevitablemente trágico.
Este último aspecto -el hecho antinatural de ver extrovertida la identidad- alcanza, a
nuestro juicio, su acmé dramático en Dostoyevski. Ese pobre oficinista de ministerio,
Goliadkin (Goli en ruso significa pobretón, pobrecito) que ha visto entrar a su oficina a su
doble y que se ha sentado frente a él -se llama igual que él y tiene su mismo rostro, su
mismo cuerpo y su misma ropa- es un personaje conmovedor, tierno y dramático que va
arrastrando a lo largo de la novela su creciente esquizofrenia y que lo conducirá al
manicomio. De nada vale su bondad, su infinita paciencia, su debilidad conmovedora, su
desquiciado optimismo de que "pronto todo se solucionará". Una y otra vez su doble teje
una urdimbre de intrigas que terminará por perderlo. En un desesperado intento por
salvarse, Goliadkin recurre al ministro, a su Excelencia, efigie burocrática y autoridad
máxima ante la que todos se prosternan. Es ante él que quiere ir Goliadkin; bastará un
magnánimo gesto de autoridad para verse liberado de la fina red de infamias que amenaza
terminar con su vida y con su honra. Y es en esa imploración –y también deploración-, que
planea y que luego no puede llevar a cabo, pero que imagina, donde aflora con
desgarradora elocuencia la crisis de identidad:"¡Me voy hacia él, me echo a sus pies y si es
preciso le imploro! En sus manos pongo mi suerte, en manos de la autoridad; Excelencia,
ampáreme y tenga piedad de mí. Sería un hecho ilegal, no me hunda, Excelencia, se lo
suplico; como a padre le ruego no me abandone...Salve mi honor, mi nombre, mi
familia...Sálveme de la perversidad, de la corrupción de los hombres...El es otro hombre, y
también yo, Excelencia, soy otro hombre. ¡El es él y yo soy yo; verdaderamente, yo soy
enteramente yo, Excelencia; yo soy algo por completo mío! ¡Así mismo, Excelencia! ¡Es
decir, que yo no puedo ser él! Cambie su Excelencia este hecho, mande que lo cambien y
que acabe de una vez para siempre esta duplicidad..." El discurso no puede ser más
explícito. El drama de Goliadkin -ya a esta altura del relato, casi a su final, envuelto en una
serie de indignidades tramadas por su doble esquizoide, su trasfondo oscuro- no es el
peligro de su cargo y de su empleo, de su situación y estima social -y si lo es se sitúa en un
segundo orden-, sino la sola existencia de su doble, su crisis de alteridad, la extraversión de
su identidad:"Yo soy algo por completo mío", y nadie puede robarme ese "yo soy" que me
pertenece: he ahí el problema, variante peor que el dilema de Hamlet: ser yo o dejar de
serlo por usurpación ajena, lo que es peor que morir.
E.T.A. Hoffmann y su novela “Los elixires del diablo” es un clásico en el tema, pese a que el
autor lo abordó también en otros relatos. Su nombre es Ernst Theodor Wilhelm, aunque
sustituyó este último por Amadeus, en homenaje a Mozart. Vivió apenas cuarenta y seis
años, de 1776 a 1822, y en tan breve tiempo fue abogado, juez, criminólogo, dibujante,
ejecutante y compositor de música y escritor. Si despejamos la trama, bajo los“Los elixires
del diablo” subyace un extenso tratado sobre los sustentos de la identidad y sus crisis. En el
basalto del complejo argumento, puede descubrirse un alegato contra el determinismo
metafísico. No es de extrañarlo, ya que Hoffmann sabe volcar en una estructura gótica y
prerromántica un fuerte alegato racionalista contra el catolicismo. Hoffmann murió al año
siguiente del nacimiento de Dostoyevski. No hay dudas de que éste conoció su obra y
son muchos los biseles que emparentan a Raskollnikov con Medardo, personaje de la
novela de Hoffmann. El ruso hizo de Goliadkin el personaje de su novela “El doble”, perfecto
paradigma del tema.
“Cuando me quedé solo empecé a ensayar la manera de andar ante el gran espejo que
colgaba en la habitación. El pequeño peluquero me había dado un consejo acertado. A los
monjes les es propia una cierta cadencia premiosa y desmañada en el andar, causada por el
largo hábito que entorpece el caminar y por el deseo de moverse con rapidez, como lo exige
el culto. Asimismo se aprecia algo tan característico en el cuerpo inclinado hacia atrás, en la
postura de los brazos, que nunca cuelgan, ya que los monjes, cuando no doblan las manos
las guardan en las amplias mangas del hábito, que no puede pasar fácilmente
desapercibido. Intenté desembarazarme de todas estas actitudes para borrar toda huella de
mi estado” (...) “Ahora entraba en un nuevo ser, como si un principio espiritual se
apoderase de la nueva figura y sentía que el recuerdo de mi existencia precedente,
tornándose más y más débil, terminaría por desaparecer completamente”. Esto significa que
Medardo anhela asumir la personalidad de Victorino, lo que es decir, “ser el otro”. Esta
actitud lo diferencia radicalmente de Hermann y de Tertuliano, los personajes de Nabokov y
de Saramago, que buscan ultimar a sus dobles, el primero para aprovechar el parecido con
fines de lucro, y el segundo porque no tolera que su identidad sea vulnerada.
En Medardo, la crisis lo lleva a querer ser otro y abandonar, como si mudara de piel, su
identidad monacal. Pero no es tan fácil, ya que siente que un espíritu aislado –el monje
franciscano- vaga aún por la tierra sin destino. “Pensaba cómo antaño todos saludaban
amigables y respetuosos al famoso predicador, cómo buscaban ansiosos su conversación,
incluso sólo un par de palabras; entonces me asalta una amarga desazón”. Aunque de
inmediato agrega, para consolarse: “Pero aquel predicador era el monje Medardo, que yace
muerto y enterrado en el abismo de la montañas. Yo ya no lo soy, pues vivo”. Ahora él es
Victorino. Pero la asunción plena y definitiva no se consumará nunca, y ese conflicto será el
hilo conductor de la novela: Medardo y Victorino lucharán en el plano de la conciencia, y
alternativamente, uno y otro vencerán una y otra vez hasta la peripecia y el previsible
desenlace.
Un detalle a señalar, que diferencia esta novela de las otras que bordan sobre el mismo
tema, es que se dan en ella todos los tratamientos posibles a la duplicidad, hasta llegar, en
un caso a la triplicidad: la visión de una dama misteriosa que confiesa su amor a Medardo,
que luego resulta ser idéntica a Aurelia, y que finalmente es Aurelia, y a su vez ésta idéntica
a la imagen de Santa Rosalía. El doble por parecido –caso de Nabokov-, lo hallamos en
Medardo y Victorino; el doble absoluto –caso de la novela de Saramago- en los sueños de
Medardo que se ve en hábito de Franciscano, y también el doble por herencia genética,
como lo son el padre de Medardo, Fernando, y su hijo.
En algún caso la historia del doble se hace concéntrica, -narración dentro de la narración-,
ya que lo medular de la novela es relatado por un personaje en presencia del propio
Medardo, lo que hace que éste escuche en boca de otro su propia historia. Una y otra vez el
argumento gira sobre sí mismo en diferentes versiones, despista al lector, y Hoffmann, a la
vez que engaña a un personaje, también engaña al lector, que recién en las últimas
páginas, y a través de un argumento que gira sobre sí mismo y que se pierde en infinitos
meandros, llegará a la verdad definitiva.
También Nabokov recurre a ese procedimiento, e incluye en
“Desesperación”, concéntricamente, un cuento-espejo de la propia novela.
“La biografía como trasfondo de la literatura”. Este es el título que Otto Rank dio al
tercer capítulo de su obra sobre el doble, en el que declara que pretende demostrar “que
una sección transversal de determinada capa (de la constitución psíquica del escritor) podría
revelar las coherencias complejas de ciertos rasgos característicos, de los cuales resultan
reacciones psíquicas idénticas”. La característica que comparten los escritores que han
tratado el tema del doble, dice Rank, “resulta bastante evidente: ellos, al igual que otros de
naturaleza similar, eran personalidades decididamente patológicas, que en más de un
sentido desbordaban inclusivo el límite de la conducta neurótica en otros aspectos permitida
al artista. Sufrían –y de manera evidente-, de perturbaciones psíquicas o de dolencias
neurológicas y mentales, y durante su vida demostraron una notable excentricidad de
conducta, ya sea en el uso del alcohol, de narcóticos, o en las relaciones sexuales, con un
acento especial, en este último caso, en lo anormal”. Y analiza a continuación los
padecimientos psíquicos sufridos por Hoffmann y también por el inspirador de muchos de
sus relatos, Jean Paul Friedrich Richter, Maupassant, Poe y Dostoyevski. Todos ellos, de
una u otra manera, sufrieron trastornos psíquicos y de personalidad de diferente índole,
pero que tuvieron en común, de un modo o de otro, una falla o escisión en el fondo de su
conciencia. “Tan clara es la relación psicológica entre las personalidades literarias que
hemos esbozado, que al recapitular sólo necesitamos llamar la atención en especial a su
estructura fundamental. La disposición patológica hacia la perturbaciones psicológicas está
condicionada en gran medida por la división de la personalidad, con un acento especial en el
complejo del yo, al cual corresponde un interés anormalmente fuerte por la propia persona,
sus estados psíquicos y su destino. Este punto lleva a la relación característica (...) con el
mundo, con la vida, y en especial con el objeto del amor, con el cual no se encuentra
ninguna relación armoniosa”.
Sobre el tema del doble. Quizás el tema del doble sea de los pocos abordados por la
literatura que tengan raíces antropológicas tan profundas. Esa tesis se desprende del
capítulo de la obra de Rank destinado al doble y la antropología (IV). Quizás para hallar su
origen en las manifestaciones culturales haya que buscarlo en los primeros tanteos
metafísicos del pensamiento mágico. Rank señala el culto de la sombra y del reflejo como
su primera manifestación, conservado hasta el día de hoy en costumbres aún vivas en la
tradición familiar de países occidentales, como la de cubrir los espejos en caso de duelo,
para evitar que el espíritu del difunto permanezca en la casa, el no pisar la sombra en
determinadas circunstancias y la muerte como castigo.
Dentro de los grandes géneros literarios, épica, lírica y drama, y sus correspondientes
subgéneros, canción, elegía, sátira, etc., para el primero, novela, cuento, leyenda, etc. en el
segundo, y tragedia, entremés, farsa, ópera, etc., en el tercero, veremos que cada uno de
ellos ha abordado infinitos núcleos temáticos de los que podríamos hacer un inventario
interminable. Pero quizás podamos arriesgar la hipótesis de que pocos temas vinculan al
autor con territorio tan sensible y dramático como el de la identidad. No podemos afirmar
que esa sea la razón de lo afirmado por Rank respecto de los autores que han tocado el
tema, casi todos ellos con trastornos y padecimientos profundos en su personalidad.
R.L. Stevenson, en su relato “Dr. Jekyll y Mr. Hyde”, que ubicamos en el género fantástico,
explora el problema de la dualidad. Dice el Dr. Jekyll que la naturaleza de sus estudios
científicos, orientados hacia lo religioso y trascendental, iluminaron esa zona de lucha de su
conciencia en la que se enfrentaban de continuo el bien y el mal, y que al cabo de muchos
estudios descubrió el ser dual que habita en cada ser humano: “Fue en mi lado moral y en
mi propia persona que aprendí a reconocer la absoluta y primitiva dualidad del hombre; vi
que, de las dos naturalezas que contendían en el campo de mi conciencia, aunque pudiera
decir correctamente que era cualquiera de los dos, eso se debía sólo a que era radicalmente
ambas”. Eso lo llevó a estudiar su posible disociación física, y al descubrimiento de la
drogan -su elixir diabólico- que desencadenaría su horrible peripecia.
No creemos que sea de esencia la clasificación de los diferentes tipos de doble que pueden
rastrearse en los textos, pero quizás ayude a dilucidar, o al menos a acotar la afirmación de
Rank, una clasificación de los dobles según su naturaleza.
El doble esquizofrénico o patológico (Poe, Dostoyevski) sería el que más se aviene a
confirmar la tesis de Rank. No así el caso de los gemelos, que ha dado origen a comedias y
sátiras (Plauto). El doble por simple parecido (Nabokov) puede adaptarse a cualquier
género, aunque en el caso de “Desesperación” se da junto con la escisión patológica del
protagonista. Stevenson ha seguido las huellas de Hoffman y ambos han tratado el doble
real fantástico, ya que en ambos autores la disociación es alcanzada por medio de un elixir.
En Saramago, en cambio, el doble aparece y se presenta como un ser real de naturaleza
fantástica, ya que se trata de dos personas con iguales huellas digitales e idénticas
cicatrices, lo que sólo cabría en esa rama de la literatura, tomando lo fantástico, en este
caso, en su sentido restringido, según clasificación de Lauro Marauda[7]. No negamos que
esta inclusión del doble de Saramago en el mundo de la fantasía ofrece puntos vulnerables:
entre ellos el pequeño margen de duda acerca de la posibilidad de que dos personas tengan
huellas digitales coincidentes, y de que, causalmente, también tengan las mismas cicatrices.
Finalmente señalaríamos el caso del clon, la posible duplicación científica de un ser humano,
lo que ya se ha hecho con animales. No sabemos si este tema ha sido ya abordado en la
narrativa.
Borges y el doble. El soneto del acápite alude al espejo, cifra y símbolo del tema. El
espejo, y también el doble que en él se refleja, son en Borges elementos retóricos. Ha
hecho de su nombre una figura, una catacresis para aludir su obra y su fama como alter
ego, personaje del que él es decepcionado espectador y fiel servidor. Hay un ciego un poco
cínico que ama y que sufre y que ríe –y que también oculta sus lágrimas entre líneas y
metáforas y símbolos y tropos-, que se refiere a cierto escritor mítico llamado J.L.B., al que
suceden cosas y del que sobrevivirán sólo algunas páginas memorables. El doble ha sido
para Borges –“Borges y yo”- una modalidad soslayada y lúdica de aludirse. Sobre este
punto muchos han hablado extensa y también, en algunos casos, innecesariamente, por lo
que no lo incluimos como autor de referencia en el tema: su doble, genial tanto como
retórico, no integra ninguna de las categorías apuntadas.
Notas:
[1] Orión, Buenos Aires, l976. Rank fue discípulo de Freud y dedicó años a un exhaustivo
estudio del tema, lo que llevó a cabo en esta obra imprescindible. Su primera versión es de
1914.
[2] En su visita a Montevideo para la presentación de la novela, Saramago dijo a un cronista
que la idea del doble como argumento le fue sugerida por su propia imagen en el momento
de afeitarse ante el espejo.
[5] Saramago hace referencia al tema en carta que nos remitiera el 2 de julio de l999: "O
'simple' facto de estarnos no mundo desenvolve, logo desde o nascimento, un proceso
expansivo de relaçoes que, con o correr dos anos, pode atingir uma complexidade tal que
nos causaria vertigem si consiguessemos abarcá-la em toda a sua dimensäo", dice al
referirse al cementerio de su libro "Todos los nombres", aludido por un crítico -a su vez
matemático- como ejemplo literario de geometría fractal.
[6] En la literatura uruguaya, Leonardo Rosiello, en dos de sus cuentos: El duelo y Cambio
de guardia, inspirados ambos en “William Wilson”, de Poe (Banda Oriental, 1993).
[7] Marauda, Lauro, Hacia una nueva definición de fantasía. Ponencia presentada en
Congreso de APLU (Asociación de Profesores de Literatura del Uruguay), 2005. http://letras-
uruguay.espaciolatino.com/marauda_lauro/para_una_nueva_definicion.htm
Jaime Monestier
monest99@adinet.com.uy