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Simultáneamente formó parte del gabinete del alcalde de Chicago Richard M. Daley y
colaboró en el Centro Médico de la Universidad de Chicago.
Incluso, Michelle, conoce de cerca esa historia de opresión dado que entre sus
ascendientes se cuenta un esclavo, Jim Robinson.
Cabe destacarse que Michelle fue una notable abogada que llegó a integrar el
ranking de las diez mejores letradas del país.
Crítica
Letras
Memorias
Fíjense en que escribe “los últimos diez años”, no los últimos dos. En sus memorias, Obama se
revela como una primera dama que creía en su marido, pero no se hacía ilusiones de que
el lodo del partidismo y el racismo fuese a disolverse sólo por los optimistas eslóganes de
cambio. Un mes después de que comenzase el primer mandato de Obama en 2009, Michelle
estaba en la tribuna durante un pleno del Congreso. Desde allí vio a unos republicanos
frunciendo el ceño mientras su marido pronunciaba su discurso. “Comprendí que iban a
oponerse a todo lo que hiciese Barack, independientemente de que fuese o no bueno para el
país”. Y prosigue: “Parecía que lo único que querían era que fracasase”.
Sus palabras podrían sonar a perspicacia a posteriori si no fuesen coherentes con la mujer que
ya entonces había demostrado ser: Michelle, una mujer realista, irónica y organizada frente al
intelectual e idealista Barack, que en la campaña electoral de 2008 bromeaba sobre lo
descuidado que era su marido. En aquella época también hablaba con franqueza sobre los
sentimientos que despertaba en ella el entusiasmo de la gente por él y por su mensaje en un país
en el que la posibilidad de tener un presidente negro le había parecido inverosímil incluso a
ella. “Por primera vez en mi vida adulta”, declaró, “me siento verdaderamente orgullosa de mi
país”.
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Hija de una familia trabajadora de Chicago, había accedido a las universidades más
prestigiosas del país, y ya entonces se comportaba como una “fanática del control” que se
tomó su pertenencia a una minoría dentro de Princeton como un “decreto para ser la mejor”. La
política, sin embargo, resultó ser una extraña mezcla de pretensiones elitistas y acoso.
El libro se divide en tres capítulos –“Mi historia”, “Nuestra historia” y “La historia continúa”–
que suenan a rollo insulso de libro de autoayuda, lo cual no significa que haya que subestimar
la utilidad del empoderamiento. Obama hace hincapié en la importancia de los modelos, en
especial para las chicas de color en una cultura que no cambia con la suficiente rapidez. El
libro, sin embargo, no es todo unicornios y arcoíris.
Mi historia da a conocer algunos detalles de los que los Obama no habían hablado antes, como
los tratamientos de fertilidad a los que recurrieron para concebir a Malia y a Sasha; el aborto
que provocó en ella “una punzada de nostalgia seguida por una dolorosa sensación de
ineptitud”; la terapia de pareja que salvó su matrimonio cuando a ella le parecía que la carrera
política de su marido “iba a acabar arrollando nuestras necesidades”. Obama explica la
enorme presión que sentía por ser la única primera dama afroestadounidense en una
cultura adicta a la imagen. No podía faltar tampoco alguna mención a sus logros en la Casa
Blanca, como sus iniciativas contra la obesidad infantil y en apoyo a los excombatientes.
Con todo, los pasajes en los que la autora intenta entender lo que está presenciando ahora en su
país son algunos de los más emotivos, aunque solo sea por el esfuerzo que hace para conciliar
el lúcido realismo de su educación con la sofisticada vida que lleva hoy en día. El tiempo que
pasó en la Casa Blanca, relata, lo vivió “siendo consciente de que nosotros mismos ya
éramos una provocación”. Califica abiertamente al presidente Trump de “matón” y
“misógino”, y ve cómo hace todo lo posible para dar marcha atrás al legado de su marido y
sustituir “unas políticas compasivas” por lo que parece una crueldad descarada.
“Mi abuelo vivió con el poso amargo de sus sueños frustrados”, rememora. Al igual que
muchos afroestadounidenses de su generación, sus aspiraciones malogradas le dejaron “un
fondo de resentimiento y desconfianza”. La vida de la ex primera dama ha sido diferente, llena
de posibilidades, riqueza y logros. Obama insiste en enumerar las mejoras del país en los ocho
años anteriores a 2016, aunque fuesen graduales. “El progreso es lento”, dice a los jóvenes.
Según ella, la juventud tiene que apoyarse en “su perseverancia, su independencia y su
capacidad de superación”.
A pesar de los intentos de los conservadores hace una década por pintarla como una radical,
Obama parece ser en el fondo una centrista moderada y metódica. Como dice en Mi historia,
hace tiempo que aprendió a reconocer el “reto universal de armonizar quién eres con de dónde
vienes y a dónde quieres ir”.
© The New York Times Book Review