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La infiltración de la mafia en los

caballos de paso fino





La infiltración de la mafia en los caballos


de paso fino
La periodista Martha Elvira Soto lanza en la Feria su nuevo libro 'Los caballos de la
cocaína'.

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Por: MARTHA ELVIRA SOTO


28 de abril de 2014, 01:16 am
El primero de mayo, en el tercer día de la Feria Internacional del Libro de Bogotá,
Intermedio Editores lanza 'Los caballos de la cocaína'. Se trata del nuevo libro de la
periodista Martha Elvira Soto Franco, editora de la unidad investigativa de EL TIEMPO, en
el que revela una investigación sobre la infiltración de la mafia en el mundo de los caballos
de paso fino colombiano.

Soto revela nombres de criaderos y caballistas reconocidos que hoy hacen parte de
expedientes judiciales por narcotráfico y lavado de activos en Estados Unidos y
Colombia.

Con documentos inéditos de agencias antimafia de Estados Unidos y una hábil narrativa,
demuestra cómo la gran mafia infiltró este sector desde los 80, no obstante la resistencia de
un grupo de respetables empresarios y directivos de gremios. De hecho, caballos
campeones están en manos o han pasado por criaderos de mafiosos.

EL TIEMPO publica apartes del primer capítulo de este libro, cuya presentación en la Feria
estará a cargo de Darío Restrepo, editor multimedia de EL TIEMPO Casa Editorial.

****

La cola de Tupac Júnior, campeón trochador colombiano declarado fuera de concurso,


empezó a oler a podrido a mediados de 1985. Cuando Adolfo Gómez, su montador, fue a
revisar al ejemplar, hijo del famoso Tupac Amarú y de la yegua Rosarito, se quedó con algo
de pus y con la cola completamente necrosada (muerta) entre sus manos. De inmediato, el
montador le avisó lo sucedido a Luis Camilo Zapata Vásquez, el entonces dueño del
animal, quien ordenó localizar y matar a un reputado cirujano de perros que había viajado
desde México exclusivamente a arreglarle el pelo a Tupac Júnior para una exhibición.

Pero esa no era la primera vez que Zapata, finquero de Campamento (Antioquia),
daba la orden de asesinar. Ya había mandado matar al reconocido caballista y juez
Jaime Mejía Escobar luego de que, en una exposición equina en Agroexpo, este cogió del
cabestro a Marinero, uno de sus ejemplares favoritos, y lo eliminó tras verificar que no
daba la alzada reglamentaria. A Marinero, hijo de Veneno y nieto del gran campeón Don
Danilo, le faltaban tan solo dos centímetros de estatura.

El juez Mejía se salvó milagrosamente de que los sicarios cumplieran la orden de Zapata y,
poco después del incidente, decidió viajar a Estados Unidos con su familia y diez de sus
mejores caballos. Sin embargo, su atentado fue la notificación oficial de que la mafia se
había tomado el exclusivo mundo de los caballos colombianos, para lavar sus ganancias
ilícitas, camuflarse en un selecto sector de la sociedad y expandir su oscuro poder.

En expedientes judiciales, en poder de la justicia de Estados Unidos y de Colombia,


está la evidencia de cómo sanguinarios capos del narcotráfico y del paramilitarismo le
han inyectado plata de la mafia a esta actividad. En esa lista figuran desde Gonzalo
Rodríguez Gacha, Leonidas Vargas, Juan Carlos Ramírez Abadía, alias ‘Chupeta’; el clan
Ochoa Vásquez, Diego Montoya, alias ‘don Diego’, y Carlos Mario Jiménez, alias
‘Macaco’; hasta Hernando Gómez, alias ‘Rasguño’; Alejandro Bernal, alias ‘Juvenal’; el
clan Urdinola Grajales; Pedro Pineda Camargo, alias ‘Pispi’; Daniel el ‘Loco’ Barrera,
Andrés Arroyave, alias la ‘Maquinita’; los hermanos Álvarez Meyendorff y algunos socios
del gran capo de México, Joaquín el ‘Chapo’ Guzmán.

Todos, sin excepción, compraron criaderos o campeones (directamente o a través de


terceros) y terminaron en fiestas y ferias equinas a las que asistían expresidentes de la
República como Álvaro Uribe Vélez, exministros de Estado como Andrés Uriel Gallego y
senadores como Aurelio Iragorri y Jorge Hernández Restrepo. Este último (q. e. p. d.),
fundador de la Asociación de Criadores de Caballos Criollos Colombianos de Silla
(Asdesilla) y la Asociación Colombiana de Criadores de Caballos Árabes (Asoárabes).

La mejor evidencia de la infiltración del narcotráfico en este sector está en el reciente


top 20 de los criaderos más importantes del país en la última década, elaborado y
publicado en mayo del 2013 por una reputada asociación equina. Siete de las empresas
que aparecen punteando tanto el top nacional como los regionales figuran en
investigaciones judiciales por narcotráfico, lavado de activos, enriquecimiento ilícito o por
receptación. También, por camuflar entre sus propietarios a individuos que fueron
extraditados, condenados o están siendo monitoreados por Estados Unidos y por la Policía,
con el señalamiento de traficar cocaína e incluso de asesinar a informantes de la DEA.

La Leyenda, La Cantaleta, La Luisa, Villa Concha y Providencia hacen parte de ese grupo
que, de manera paralela, ha logrado meter en sus corrales a los grandes campeones
colombianos de paso fino y de trocha, gracias a lo cual se han llevado consigo premios
nacionales e internacionales.

De hecho, el seguimiento a varios ejemplares se ha convertido en una estrategia de


agencias extranjeras antimafia para ubicar narcotraficantes colombianos, mexicanos
y venezolanos que lavan sus fortunas coleccionando campeones. Los investigadores
también saben que los caballos (al igual que reinas, modelos y carros de alta gama) son
usados por los mafiosos para hacer alarde de su poder y para figurar socialmente en un
gremio en donde, a diferencia de algunos clubes, nadie hace muchas preguntas.

Informes de inteligencia de la DEA y de la Policía colombiana señalan que ‘Puntilla’, el


actual capo de capos del narcotráfico en Colombia, es un expalafrenero que saltó de pronto
a respetable caballista. Hoy vive en una extensa hacienda de Tabio (Cundinamarca),
participa en todas las ferias equinas y concursos, cabalgando al lado de un poderoso
exfuncionario público de dudosa reputación, que también tiene caballos.

Hasta principios de los ochenta, el negocio lícito estaba en manos de viejos y prestantes
caballistas, como Horacio Zuluaga, Martín Vargas, Arturo Blanco, Ricardo Boger y
Alfredo Hasche Koppel, de nacionalidad alemana.

Algunos conocedores del tema también le suman al listado de grandes caballistas


colombianos a Alberto Uribe Sierra, padre del expresidente Álvaro Uribe y del ganadero
Santiago Uribe, quienes le heredaron esa pasión. Juez equino, gran chalán, bohemio y
criador, Uribe Sierra se inició como discípulo de Fabio Ochoa Restrepo en la Pesebrera
Ayacucho (detrás de la Feria Vieja de la Calle Colombia, en Medellín). Luego fundó La
Clarita, su propio criadero, por donde pasaron animales como Castalia, Petrarca, Dulcinea y
La Medusa, declarada fuera de concurso en 1978. De allí también salió La Consigna, madre
del legendario caballo Tayrona.

Fabio Ochoa Restrepo contaba que Uribe Sierra era un gran declamador, negociante
y honrado trabajador, víctima de muchos altibajos económicos, de los problemas del
agro y, finalmente, de la guerrilla de las Farc, que lo asesinó. Meses antes de morir,
Uribe Sierra viajó a México y, según Ochoa, volvió a Medellín con un helicóptero y siete
caballos de rejoneo que él mismo montaba en memorables corridas de toros en La
Macarena de Medellín.

Para ese entonces, tan solo unos cuantos capos habían logrado colarse en las rutas y pistas
de exposición, entre ellos Alberto Bravo Agudelo, el segundo esposo de la poderosa
narcotraficante Griselda Blanco, la ‘Viuda Negra’; los hermanos Galeano y Jorge
González, gatillero de Pablo Escobar conocido con el alias del ‘Demente’.

Bravo y su hermano Bruno, señoritos paisas egresados del Colegio San Ignacio,
organizaron varias ferias para exhibir a sus ejemplares, entre ellos a Sucesor, Napoleón,
Majestad, La Lámina, Filósofo y a sus dos favoritos campeones: Pompeyo y La Mazurca,
esta última catalogada como una de las yeguas más finas que ha tenido el país.

Los dos hermanos aparecen en registros, como caballistas prestigiosos, en la misma época
en la que la justicia de Estados Unidos les abría un indictment por narcotráfico.

Bruno, amante de los caballos finos y de los perros dóberman, fue asesinado en 1980 y, un
año después, la propia Griselda acribilló en un parqueadero de Medellín a Alberto Bravo
por diferencias en varios envíos de cocaína. En ese momento, todos sus caballos fueron
repartidos en silencio entre varios criaderos, donde los recibieron sin preocuparse por
averiguar el origen del dinero de los señoritos Bravo.

El narcotraficante Jorge González, sicario de Pablo Escobar y socio de Griselda


Blanco, también era considerado uno de los suyos por el gremio de caballistas
colombianos. El joven asesino, nacido en La Estrella (Antioquia), se dio el lujo de comprar
de contado la reputada pesebrera del caballista Fabio Acosta y en menos de dos meses la
llenó de campeones, entre ellos Resorte de San Juan y el famoso Judas IV.

Este último nació en Pescadero, el criadero que los narcos Mario y Fernando Galeano
Berrío tenían en el municipio de Valparaíso (Antioquia).

La carrera delincuencial de los Galeano está mejor documentada que su actividad como
caballistas, de la cual apenas se conocen los nombres de algunos ejemplares, como
Hechicero y el gran Tornillo de Pescadero.

También está documentado que el gran Judas IV, hijo de Don Pepe, nació sin un testículo y
que así pasó a manos de Jorge González, quien insistía en ponerlo a competir a pesar de su
defecto genético. Para subsanar sus carencias, que por reglamento lo dejaban fuera de las
pistas de competencia, el sicario le mandó implantar una prótesis de silicona traída de
Estados Unidos, en donde, por lo demás, él tenía un proceso abierto por narcotráfico.

Con el implante en su lugar y emparejado con su color bayo, Judas IV empezó a ganarse
todos los concursos equinos.

Pero su buena racha se frenó cuando el espigado y hábil juez Eduardo Mesa Múnera,
médico de profesión, descubrió que era un ciclán (animal con un solo testículo) y fue a
denunciarlo a la sede de Asdesilla para que quedara descalificado.

Su veredicto enfureció tanto a los Galeano y al Demente, que ese mismo día mandaron
matar a Mesa. El juez fue baleado cuando salía de la sede principal de Asdesilla.

Este crimen es uno de los secretos mejor guardados del gremio de los caballistas, quienes
siempre se han opuesto a que se les vincule con el narcotráfico, pero se sienten
avergonzados por la suerte que corrió el distinguido juez Mesa.

Meses después, al Demente lo asesinaron en una de sus grandes haciendas, ubicada en las
goteras de Medellín. Los Galeano tuvieron un final muy similar. Con su muerte, la de
González y la de los hermanos Bravo, algunos caballistas creyeron que la infiltración
mafiosa había cesado, pero este fue tan solo el principio de un fenómeno que se ha
mantenido intacto y que tiene a muchos caballistas huyendo o negociando con la justicia de
Estados Unidos, y a ejemplares del paso fino colombiano en el listado de narcobienes
decomisados a la mafia o en la mira de autoridades nacionales y extranjeras.

Camilo Zapata, el dueño de Tupac Júnior, entró al selecto gremio de los caballistas de la
mano de Julio Roberto Silva Castellanos y de Gonzalo Rodríguez Gacha, quienes se
presentaron en ese entonces como prósperos esmeralderos nacidos en Pacho
(Cundinamarca).

De hecho, los viejos caballistas que acceden a hablar del lado oscuro de su gremio –
por años cuidado con celo por respetadas y tradicionales familias– admiten que
fueron los dueños de las minas de esmeraldas más productivas del país los que les
infiltraron a varios capos, entre ellos al sanguinario Gonzalo Rodríguez Gacha, alias el
‘Mexicano’.

MARTHA ELVIRA SOTO*

* Lleva 20 años en EL TIEMPO cubriendo temas de narcotráfico, corrupción y


paramilitares. Ha ganado varios premios. Además de periodista es magíster en Ciencia
Política
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