Corte Suprema de Justicia Justo Titulo 2 Corte Bienessent

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CORTE SUPREMA DE JUSTICIA

SALA DE CASACION CIVIL

Magistrado Ponente
CARLOS IGNACIO JARAMILLO JARAMILLO

Bogotá, D.C., ocho (08) de mayo de dos mil dos (2002)

Referencia: expediente No.6763

Se decide el recurso de casación que interpuso la


demandante contra la sentencia proferida por el Tribunal
Superior de Bogotá, Sala Civil, el 31 de marzo de 1997, en
el proceso adelantado por MERCEDES LADINO Vda de
RAMIREZ frente a JIMENEZ PANESSO E HIJOS S.C.S., y
personas indeterminadas.

ANTECEDENTES

1. Mediante demanda repartida al Juzgado Octavo Civil


del Circuito de esta ciudad, la actora convocó a su
contraparte a un proceso ordinario de pertenencia para que
se declarara que la primera adquirió el dominio absoluto de
un inmueble ubicado en Bogotá y que se ordenara la
inscripción de la sentencia en la Oficina de Registro de
Instrumentos Públicos.
2. Al fundamentar sus pretensiones, sostuvo la
demandante que entre la sociedad demandada y Pedro Nel
Ramírez Castaño-, se celebró, el 31 de marzo de 1978, un
contrato de promesa de compraventa en virtud del cual la
firma citada se obligó a vender al señor Ramírez Castaño el
inmueble reclamado en pertenencia; que en el escrito por el
que se instrumentó esa negociación se hizo constar que la
prometiente vendedora recibió la totalidad del precio
convenido y que el predio se entregó, materialmente, al
prometiente comprador.

Agregó que el señor Ramírez Castaño y ella contrajeron


matrimonio católico el 19 de julio de 1962; que su cónyuge
falleció el 29 de mayo de 1984; que desde marzo 31 de 1978
-fecha en la que se les hizo la entrega real y material del
inmueble de marras- los cónyuges, conjuntamente, lo
poseyeron en forma material, quieta y pacífica hasta que
falleció Don Pedro Nel, y a partir de entonces, la posesión
material la ha ejercido la demandante en nombre propio y sin
reconocer dominio ajeno.

Adujo que de haberse perfeccionado la promesa de


compraventa el inmueble objeto de la misma hubiera
acrecentado el haber de la sociedad conyugal que formara
con su esposo; que esa sociedad se disolvió con la muerte
del señor Ramírez Castaño, pero que "todavía" no había sido
liquidada; que la posesión ejercida por los cónyuges sobre el
predio en cuestión, excede el término de diez años

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establecido por la Ley para que opere la adquisición de
dominio por prescripción ordinaria y que el señorío por ella
aducido, ha encontrado su adecuada expresión en hechos
ostensibles tales como la realización de mejoras,
reparaciones, pago de servicios públicos y de impuesto
predial, etc.

3. Notificada de la admisión del libelo, la sociedad


demandada le dio contestación oponiéndose a todas las
pretensiones. En cuanto a los hechos aceptó unos y negó
otros, al igual que hiciera el curador designado a los
demandados indeterminados.

Posteriormente, la actora reformó la demanda pidiendo que la


declaración de prescripción adquisitiva se hiciera a favor de la
sociedad conyugal surgida entre ella y Pedro Nel Ramírez
Castaño. Esta reforma fue admitida por auto de octubre 23 de
1992, surtiéndose a los demandados la notificación y el
traslado respectivos.

4. Agotado el trámite de rigor el a quo desestimó las


pretensiones incoadas por la libelista mediante decisión de
marzo 31 de 1997 que, apelada por la actora, fue confirmada
por su superior.

LA SENTENCIA DEL TRIBUNAL

Destacó el ad quem, inicialmente, que los argumentos


expuestos por el entonces apelante, en punto tocante con la

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falta de legitimación deducida por el juzgador de primera
instancia, no tenían mayor incidencia en las resultas del
proceso, dado que “así se tenga por establecido que en la
demandante se encuentra la suficiente legitimación,
atendiendo que no actúa en nombre propio sino como
representante de la sociedad conyugal disuelta con miras a
que el inmueble regrese al patrimonio partible de la sociedad
conyugal, de todos modos la pretensión no puede obtener
buen suceso” (fl 25, cdno 4).

Acotó el Tribunal que “cuando la usucapión invocada es


ordinaria, se requiere “que la posesión sea de linaje regular,
esto es, que proceda de justo título, que se tenga buena fe
inicial y que se haya efectuado la tradición si el título es de
aquellos que la ley denomina traslaticio de dominio (artículos
764, 765, 766, 768 y 2528 del Código Civil)”, de tal suerte que
“su exteriorización requiere una posesión regular, que
solamente se da cuando media un justo título y buena fe”,
siendo necesario, además, “como en toda prescripción, el
transcurso del tiempo, que, en la modalidad estudiada, es de
10 años” (fl 25 ya citado).

Seguidamente indicó que el Código Civil no define la ‘justeza’


del título, pero que para hallar su significación, así sea
aproximada, bien podía acudirse a la idea de que es aquél
que -de haber existido el derecho en el enajenante- hubiese
tenido perfecta virtualidad para transmitirlo al adquirente.

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Añadió que si solamente puede ser justo título el constitutivo
o el traslaticio de dominio, “se notará entonces que el
contrato de promesa aportado, no puede tenerse como tal.
Desde luego que no se trata de alguno de los constitutivos, y
mucho menos tiene virtualidad para desplazar la propiedad,
como para considerársele de aquellos traslativos de dominio”
(fl 26 ib), y que si “el contrato de promesa tiene por fin la
celebración de otro contrato, el que, como en este caso,
buscaba la venta de un inmueble, puede pues deducirse que
no puede la promesa servir de cimiento para transferir
dominio. Pues que solo el contrato de venta, sería el que en
verdad puede transferirlo” (fl 27 ib).

Así, el Tribunal, invocando apoyo jurisprudencial dedujo que


la promesa de venta “no puede constituir título y mucho
menos justo, por cuanto en ella no confluyen los elementos
necesarios para predicar que con tal instrumento se transmita
la propiedad, habida cuenta que mediante ella solamente se
otorga la tenencia al comprador, y en el mejor de los casos la
posesión, más nunca el dominio que se requiere para
considerar el documento presentado como justo título” (fl 27).

LA DEMANDA DE CASACION

Un sólo cargo formuló el recurrente a la sentencia


impugnada, con fundamento en la causal primera de
casación acusándola de haber quebrantado directamente,
por interpretación errónea, los artículos 1º de la Ley 28 de
1932 y 764, 765, 766 y 1820 del Código Civil; por aplicación

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indebida, el artículo 306 del Código de Procedimiento Civil y
por falta de aplicación los artículos 407 (num. 1º) del Código
de Procedimiento Civil y 1793, 2518, 2521, 2528 y 2529 del
Código Civil.

Aseguró que la declaración de pertenencia se reclamó a favor


de la sociedad conyugal formada entre ella y su fallecido
esposo, con soporte en un contrato de promesa de
compraventa que el señor Ramírez celebró con la propietaria
del mismo, esto es, la sociedad demandada; que el ad quem
confirmó en su integridad el fallo de primer grado sin hacer
ninguna salvedad en torno a los razonamientos expuestos
por el a quo, lo que significa que hizo suyos los argumentos
de este último, incluyendo los referentes a la pretendida
‘inexistencia de legitimación en la causa de la demandante’.

Aclaró que el fallo acusado descansa sobre dos afirmaciones


jurídicas fundamentales: que la cónyuge no tiene legitimación
en la causa para demandar en nombre de la sociedad
conyugal y que el contrato de promesa no es justo título para
adquirir el dominio de las cosas por el modo de la
prescripción.

A continuación, discurrió ampliamente el censor sobre el


fenómeno de la sociedad conyugal haciendo un detallado
relato histórico del tratamiento a él dispensado por la ley y la
jurisprudencia, para concluir que, bajo el régimen actual, cada
uno de los cónyuges -mientras subsiste el matrimonio- es
dueño de los bienes que adquiera a cualquier título; que

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coexisten dos patrimonios -manejados por personas distintas-
que se confunden al disolverse la sociedad conyugal para el
sólo efecto de la liquidación, y que “mientras ésta no se
efectúe, ninguno de los cónyuges tiene un derecho individual
y concreto sobre los bienes pertenecientes a la sociedad
conyugal, bienes entre los que se encuentran la acción para
solicitar la prescripción adquisitiva de un inmueble” (fl 19,
cdno 5).

Precisó que “la disolución no es lo mismo que liquidación de


la sociedad conyugal como lo entendió el a quo al proferir su
fallo y el ad quem al confirmarlo, en la sentencia objeto de
impugnación” y que “Si las normas antes citadas, hubieran
sido interpretadas correctamente, fácilmente habrían
concluido los falladores de instancia que la parte demandante
tenía la suficiente legitimación para promover a nombre de la
sociedad conyugal el correspondiente proceso de
pertenencia” (fl 20 ib).

Respecto del segundo tema de su ataque, afirmó “nuestro


Código Civil no contiene definición sobre lo que debe
entenderse por la expresión “justo título” que se menciona en
los artículos 764, 765 y 766, pero de tal omisión no puede
derivarse la categórica y equivocada conclusión contenida en
la sentencia, proferida por el Tribunal de Bogotá, en el
sentido de que el contrato de promesa no es título y mucho
menos justo, cuando lo cierto es lo contrario, esto es, que tal
acto jurídico es ambas cosas” (fl 23 ib.).

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Seguidamente, el impugnante hizo varias apreciaciones
acerca de las figuras del título y el modo que el ordenamiento
patrio consagra como causas -mediata y próxima- de la
adquisición de los derechos reales, para concluir que no es
adecuada la redacción del artículo 765 del Código Civil, pues
allí no se tuvo en cuenta que el legislador nacional se apartó
del modelo francés, el cual no hace distinción alguna entre
título y modo, y en el que -a diferencia del caso colombiano-
el derecho de dominio puede transferirse a través de un
contrato de compraventa.

De igual manera, el inconforme abordó los temas alusivos a


‘la justeza’ del título y a la naturaleza del contrato de
promesa, destacando las citas jurisprudenciales que estimó
pertinentes, para sostener, que “ … un contrato como título
que es, será justo cuando cumpla con todos los requisitos
establecidos por la ley, para la validez y eficacia de todo acto
jurídico, vale decir, cuando exista capacidad y consentimiento
de los contratantes, objeto y causa lícitos y, adicionalmente,
cuando tenga además los elementos esenciales que le son
connaturales o propios” (fl 28, cdno 5), y que el juzgador de
segunda instancia “interpretó erróneamente los art. 764, 765
y 766 del Código Civil al considerar que el contrato de
promesa no es un “justo título” que sirva para usucapir de
manera ordinaria, porque no transfiere el derecho de dominio,
cuando lo cierto es que ningún contrato puede hacerlo,
bastando simplemente que el citado contrato se ajuste a las
disposiciones legales para que se le considere justo” (fl 29
ib).

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En ese orden de ideas, concluyó que el ad quem aplicó
indebidamente el artículo 306 del Código de Procedimiento
Civil por reconocer, sin haber lugar a ello, la prenotada
excepción de mérito, y que de contera, dejó de aplicar los
artículos 407 (num. 1º ib), 1793, 2518, 2521 y 2528 del
Código Civil, de los cuales sucintamente refirió su contenido,
por lo que -en su criterio- debía casar la Corte el fallo
impugnado y acoger, como juez de instancia, las
desestimadas pretensiones.

CONSIDERACIONES

1. Parte la Corte de que, como es bien sabido, la


prescripción adquisitiva -llamada también ‘usucapión’- está
disciplinada por el artículo 2518 del Código Civil como un
modo de obtener el dominio de las cosas corporales ajenas,
muebles o inmuebles, y los demás derechos reales
susceptibles de apropiación por tal medio, de donde se tiene
que “el fundamento esencial de la prescripción adquisitiva del
derecho de dominio es la posesión ejercida sobre un bien
ajeno determinado, por el tiempo y con los requisitos exigidos
por la ley” (sent. 084 de septiembre 29 de 1998) y que,
acorde con el artículo 2527 ejusdem, esa modalidad de
prescripción puede ser ordinaria, caso en el que de manera
invariable requerirá de la posesión regular extendida por el
período de tiempo que el ordenamiento prevé (art. 2529 ib.),
o extraordinaria, apoyada en la posesión irregular, también

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durante el lapso que positivamente se haya consagrado (art.
2531 ib).

Recuérdase, además, que por posesión regular se entiende


aquella “que procede de justo título y ha sido adquirida de
buena fe, aunque la buena fe no subsista después de
adquirida la posesión” (art. 764 C.C.), de donde se deduce
que para su estructuración, la prescripción adquisitiva
ordinaria exige -de manera concurrente- la presencia de tres
requisitos: a) en primer lugar, que se trate de una posesión
material, esto es, de la tenencia con ánimo de señor y dueño
sobre la cosa que se pretende usucapir (art. 762 C.C.); b) que
exista justo título, constitutivo o traslaticio de dominio (art.
765, incs.1º y 2º ib.), y c) que haya buena fe en el poseedor
en el momento de la adquisición constitutiva o traslaticia (art.
768, inc. 2º del C. C.), o como en otras palabras lo
puntualizara la Sala, la posesión regular “se configura, de una
parte, con la existencia de la posesión; y de la otra, con que
su adquisición sea regular, esto es, surgida con buena fe
inicial y con justo título” (sent. de marzo 07 de 1989).

En estos términos, se impone precisar el concepto y alcance


de la figura del justo título, consagrado como requisito sine
que non de la declaración de pertenencia cuando el
demandante invoca prescripción adquisitiva ordinaria de
dominio. En desarrollo de ese laborío conviene recordar que,
ciertamente, el legislador colombiano no se ha ocupado en
definir -expressis verbis- el concepto en mención, como si lo
ha hecho frente a los títulos a los que niega esa connotación
(art. 766 ib), pero que jurisprudencialmente se ha establecido
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que serán justos títulos aquellos que estén previstos en la ley
como tales, y que “en amplia acepción, por justo título se
entiende la causa que conforme a derecho permite integrar la
adquisición del dominio, de manera originaria o derivativa”
(XCVIII, pág. 52), lo que en otras palabras refiere directa e
inexorablemente al "acto o contrato que sirve de antecedente
a su posesión, el cual debe corresponder a la categoría de
los llamados justos títulos … '...porque siendo por su
naturaleza translaticios de propiedad, dan un justo motivo a
los que adquieren la posesión de una cosa a estos títulos, de
creerse propietarios, no habiendo podido conjeturar que la
persona de quien ellos han adquirido la cosa y que veían en
posesión de esta cosa, no fuese propietario' (Pothier, De la
possession, no. 6 ; De la prescripcion, no. 57)" (sent. de
agosto 12 de 1997, exp. 5119, CCXLIX, pág. 309).

Así las cosas, cumple acotar que, acorde con el texto del
artículo 765 del Código Civil, el justo título de adquisición del
derecho de dominio, puede ser constitutivo, como en el
caso de la ocupación, la accesión y la prescripción, o
traslaticio, como en el de la venta, la permuta y la donación
entre vivos. Sin embargo, el texto de este precepto ha
merecido serios reparos de parte de la dogmática jurídica,
pues como es bien sabido, la ocupación, la accesión y la
prescripción, no constituyen propiamente títulos que, de
manera mediata, lleven a la consecución del derecho de
dominio, sino verdaderos modos que, recta vía, conducen a
él, como en forma más apropiada lo consagra el artículo 673
de la citada codificación.

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Ha de tenerse presente, además, que stricto sensu, tampoco
la venta, la permuta y la donación entre vivos son títulos
traslaticios del derecho real de dominio, porque en Colombia,
estos negocios jurídicos, in concreto, apenas tienen
idoneidad para generar la obligación de transferir la cosa,
más no conllevan directamente su transferencia, como sí
ocurre en el derecho francés, en virtud del artículo 711 de su
Código Civil, entre otras normas concordantes. Esta
circunstancia, ex profeso, fue tenida en cuenta por Don
Andrés Bello al momento de estructurar el contenido del
artículo 703 del Código Civil chileno, cuyo texto fue
reproducido en el prenotado artículo 765 del código
vernáculo, lo que explica la diferencia reinante entre los
anunciados regímenes.

Por tal razón, un sector de la doctrina nacional ha destacado,


en lo pertinente, que al disponer el artículo 765 del Código
Civil que hay títulos constitutivos y traslaticios, la norma
“contraría sus propias bases en punto a obligaciones y
confunde la noción de título con la noción de modo. Los
títulos ni son traslaticios, ni son constitutivos: son
simplemente títulos, es decir, fuentes de obligaciones o de
facultades; si el título es ejecutado y se trata de dar, se
transfiere el dominio, pero ello no será obra del título sino del
modo; si se trata de facultades, como cuando pesco en
corriente de uso público, también la adquisición procede del
modo […]. El título no tiene el atributo de transferir el derecho

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real: basta considerar que si el obligado no ejecuta la
prestación, no hay derecho real”1.

También, como consecuencia de estas vicisitudes normativas,


la misma doctrina patria ha sostenido, en forma sintética, pero
no por ello menos elocuente, que “de acuerdo con nuestro
Código, que en el particular se ha separado del francés, no son
los contratos los que transmiten el dominio, sino la tradición
que a ellos debe seguir, para que en vez de acreedores de las
cosas compradas, por ejemplo, seamos propietarios de ellas. A
esto puede contestarse que cuando a los contratos indicados
se les llama títulos traslaticios de dominio, es porque por su
naturaleza sirven para fundar la tradición de éste”2.

Sin embargo, cumple relievar que el mismo señor Bello, en su


momento, quiso otorgar claridad sobre el punto que ahora
ocupa la atención de la Sala, atendiendo las diferencias
existentes entre las figuras del título y del modo, como
fuentes mediata e inmediata para adquirir la propiedad. Así,
de los términos del artículo 836 del proyecto de Código Civil
del año 1853, en cuya virtud, “son traslaticios (los títulos) de
dominio los que consisten en un contrato idóneo para
transferir el dominio, como la venta, la permuta, la donación,
etc; o en una adjudicación judicial”, se observa su justificado
afán por evitar inconsistencias del talante de las aquí
destacadas -fruto del llamado proyecto inédito-, siguiendo
una orientación que, en lo fundamental, acompasa con la

1
GOMEZ, José J. , Bienes, U. Externado de Colombia, 1983, pág. 165
2
VALENCIA ZEA, Arturo. La Posesión,1978, pág. 147.
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ofrecida hoy por la jurisprudencia nacional, la cual, con el
propósito de lograr una interpretación adecuada del artículo
765 del Código Civil que, también ha asegurado de antaño -y
ahora lo reitera- que “por justo título se entiende todo hecho o
acto jurídico que, por su naturaleza y por su carácter de
verdadero y válido, sería apto para atribuir en abstracto el
dominio. Esto último, porque se toma en cuenta el título en sí,
con prescindencia de circunstancias ajenas al mismo, que en
concreto, podrían determinar que, a pesar de su calidad de
justo, no obrase la adquisición del dominio” (sent. de junio 26
de 1964, subrayado fuera de texto).

Consecuente con el anterior discurso, agrega la Sala en esta


oportunidad que, si en el derecho colombiano -al igual que en
un apreciable número de países pertenecientes al derecho
continental, de penetrante influjo romanista-, los contratos, v.
gr., la compraventa, así involucren la obligación de trasladar
el dominio sobre un bien determinado, no llevan ínsita la
transferencia de ese derecho real -lato sensu-, es decir, su
tradición, definida positivamente como “un modo de adquirir
el dominio de las cosas” que “consiste en la entrega que el
dueño hace de ellas a otro, habiendo de una parte la facultad
e intención de transferir el dominio, y por otra la capacidad e
intención de adquirirlo” (art. 740, C. C.), menos podría
reconocérsele tal virtud -o vocación- a los negocios jurídicos
meramente preparatorios, entre ellos, la promesa de celebrar
-en el futuro- una convención, ex novo.

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Por consiguiente, confrontada la promesa de celebrar un
contrato -y muy especialmente su indiscutida teleología
jurídica- con las pautas fijadas por el legislador, se evidencia
que ella, en el derecho patrio, no constituye título "originario", ni
"traslaticio" de dominio, de donde -por elemental sustracción
de materia- habría que concluir, en estrictez, que -en el
lenguaje empleado por el codificador civil- no puede tener el
carácter de justo, asumiendo por tal, aquel que da lugar al
surgimiento de la obligación de transmitir el derecho en
mención, o como lo ha corroborado esta Corporación pacífica y
repetidamente, "… la promesa de contrato …'no es título
traslaticio de dominio …ni es un acto de enajenación que
genere obligaciones de dar'" (sent. de marzo 22 de 1979,
reiterada el 22 de marzo de 1988).

Expresado de otra manera, la promesa de contrato genera,


como nota arquetípica, a la par que definitoria, la obligación de
celebrar ulteriormente el contrato prometido (facere)3, no así la
de constituir o transferir el derecho, deber de prestación que
sólo aflorará cuando haya sido materia inequívoca del
respectivo negocio jurídico. De ahí que, por sus mismas
connotaciones funcionales, en particular por limitarse a
comprometer la conducta futura de los contratantes, tal
negocio preparatorio –o preliminar- no resulta eficaz, para
traducirse en fuente o detonante del dominio, ya que, se repite,
esa tipología de negocio jurídico preparatorio tan sólo origina
una obligación de celebrar –in futurum- el contrato convenido

3
GABRIELLI, Giovanni, Il Contratto Preliminare. Giuffrè Editore. Milán. 1970.
Págs. 1 y 2.
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(de hacer) y, en consecuencia, no puede -por definición- ser
traslativo o constitutivo de derechos, puesto que no tiene
“relación con una cosa sino con la obligación de contratar”,
constituyéndose en “antesala de un título traslaticio como la
compraventa”4, motivo por el cual no cabe reconocerle, entre
sus aptitudes consustanciales, la de transferir el derecho de
propiedad radicado en cabeza del promitente vendedor.

Efectivamente, si a la promesa de compraventa, para situarse


en este específico caso, se le atribuyera el efecto traslaticio
mencionado, no sólo se distorsionaría, en el plano de su
teleología, el rol que a dicho contrato -ab antique- le fue
asignado sin ambages, como negocio jurídico típicamente
preparatorio de otro (anterius), sino que también se confundiría
con aquel, lo que es desde todo punto de vista inadmisible,
pues si tan sólo se ha exteriorizado la voluntad de realizar un
acto a posteriori (contrato definitivo), sólo cuando ella sea
expresada para esculpir el contrato prometido y con el
cumplimiento de los requisitos legales (posterius), podrá
decirse que ha nacido, en puridad, el título traslaticio del
dominio. Entonces, contemplada la promesa, como “contrato
con efectos obligacionales (y no como un contrato con efecto
real), o sea, no inmediatamente constitutivo, o traslaticio del
derecho”5, se colige que “los derechos y obligaciones que la
promesa como tal encarna, no son los mismos que la
compraventa genera, esto es, que la promesa no confiere al

4
FUEYO LANERI, Fernando. Derecho Civil - Contratos Preparatorios, T.V.
Vol. II. Imp. y Lit. Universo.1964, pág. 61.
5
MESSINEO, Francesco. Contratto Preliminare. En Enciclopedia del Diritto. T.
X. Giuffrè Editore. 1962. Pág. 167.
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promitente vendedor título alguno al pago del precio, ni al
promitente comprador título alguno a la entrega de la cosa,
efectos que sólo originará la compraventa en cuanto sea
celebrada, pero no podrán ser subsumidos por la mera
promesa cuyo poder vinculatorio no va más allá de obligar
mutua y recíprocamente a las partes a la celebración del
contrato prometido” (XCIII, pág. 114), por manera que, surge
como colofón, que “la promesa de contrato no es título
traslaticio de dominio”, como tampoco “acto de enajenación”,
toda vez que “no va destinada a la mutación del derecho real”
(CLIX, pág. 88).

Así las cosas, es diáfano que en el sub lite no era atendible la


demanda de pertenencia, puesto que, reitérase, la obligación
de transferir el derecho de dominio, en sí, es ajena a la
promesa de contrato de compraventa, ya que ésta apenas da
lugar a la obligación de celebrar la venta prometida y no
puede constituir, en consecuencia, "justo título" para hacerse
al dominio del bien prometido, de donde ha de admitirse,
como lo concluyó el Tribunal, que el hecho de la celebración
de una promesa de compraventa invocada por la
demandante, per se, a lo sumo -y sólo en determinadas
circunstancias- facilitaría al promitente comprador que
quedara como tenedor o poseedor de la cosa, pero, en
manera alguna, como propietario de ella. Por la misma razón,
para alcanzar la declaración judicial de adquisición de
dominio por el modo de la prescripción de carácter ordinario,
no era suficiente a la demandante con acreditar -respecto del
título que aportó como soporte de la posesión regular por ella

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aducida- la concurrencia de los elementos de validez o
eficacia, sino que era indispensable, adicionalmente, que ese
negocio jurídico -en abstracto- pudiera servir como conducto
a la actora para obtener el derecho de dominio sobre el
predio en disputa, así finalmente ello no hubiera tenido
ocurrencia por circunstancias ajenas al mismo. Por tanto,
desde esta perspectiva, resulta frustráneo el cargo único
formulado contra el fallo de segunda instancia.

2. Con todo y que los argumentos precedentes resultan


suficientes para despachar la demanda casacional en
estudio, es del caso adicionar, con relación a la afirmación
elevada por el casacionista en el sentido de que la señora
Mercedes Ladino estaba legitimada para demandar la
pertenencia a favor de la sociedad conyugal surgida entre ella
y el señor Ramírez Castaño con ocasión del matrimonio entre
ellos celebrado, que fuera disuelto en virtud del fallecimiento
del segundo, ha de observar la Corte que tal conclusión no
difiere de lo sostenido por el Tribunal, quien implícitamente, in
eventum, ofreció una solución compatible con ella, cuando
sostuvo que “No merecen, en verdad, mayores disquisiciones
los argumentos de la censura para ver de establecer la
resolución del conflicto. Porque así se tenga por establecido
que en la demandante se encuentra la suficiente legitimación,
atendiendo que no actúa en nombre propio sino como
representante de la sociedad conyugal disuelta con miras a
que el inmueble ingrese al patrimonio partible de la sociedad
conyugal, de todos modos la pretensión no puede obtener
buen suceso” (fl. 25, cdno. 4, subrayado fuera de texto).

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Así las cosas, no resulta de recibo este específico reproche
porque recae sobre un tópico respecto del cual las posturas
prohijadas por el Tribunal y por el casacionista, en últimas, no
son incompatibles, como quiera que no se excluyen in
integrum, desde la anunciada perspectiva.

3. De consiguiente, la acusación examinada no está


llamada a prosperar.

DECISION

En mérito de lo expuesto, la Corte Suprema de Justicia, en la


Sala de Casación Civil, administrando justicia en nombre de
la República y por autoridad de la ley, NO CASA la sentencia
del 31 de marzo de 1997, proferida por el Tribunal Superior
de Bogotá, Sala Civil, en el proceso adelantado por
MERCEDES LADINO Vda de RAMIREZ frente a JIMENEZ
PANESSO E HIJOS S.C.S., y personas indeterminadas.

Costas causadas en el trámite del recurso extraordinario a


cargo de la parte recurrente. Liquídense por secretaría.

Cópiese, notifíquese y oportunamente devuélvase al Tribunal


de origen.

NICOLAS BECHARA SIMANCAS

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MANUEL ARDILA VELASQUEZ

JORGE ANTONIO CASTILLO RUGELES

CARLOS IGNACIO JARAMILLO JARAMILLO

JOSÉ FERNANDO RAMIREZ GOMEZ

JORGE SANTOS BALLESTEROS

SILVIO FERNANDO TREJOS BUENO

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