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Saca tu creatividad a la calle

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La creatividad en casa se estanca. La Musa está adormilada por la rutina y aburrida
de las mismas vistas, sensaciones y pensamientos, no repara en los cuadros que
llevan generaciones en tu familia, ni se fija en la cara de concentración de tu pareja
buscando el calcetín huido. Por eso necesitas algo que estimule a la Musa y la
despierte de su complacencia, y ese algo no tiene que ser un curso de teatro, una
exposición de arte ni una visita a los bajos fondos de la ciudad (aunque todo esto no
le haría ningún daño –salvo quizá lo último). Con un corto paseo y la mentalidad
adecuada puedes invocar a la Musa siempre que lo necesites.

Muchos escritores, filósofos e inventores famosos utilizaban el paseo como forma de


enriquecer su pensamiento. Cuenta la leyenda que en Königsberg, donde vivía Kant,
la gente comprobaba la precisión de su reloj según la hora a la que veían pasar al
filósofo en su recorrido matutino. Aristóteles fundó la escuela peripatética,
literalmente «que deambula alrededor», porque daba sus lecciones dando una
vuelta. Beethoven se llevaba a sus largos paseos hojas pentagramadas para cuando
le sobrevenía la inspiración, lo cual era frecuente. Orson Scott Card, autor de El juego
de Ender, aconseja salir a pasear antes de escribir, y para J. K. Rowling no hay nada
como una caminata nocturna para recoger ideas.

Con esta guía quiero ayudarte a que aproveches todo lo que la calle tiene que
ofrecerte para estimular tu imaginación. Un simple paseo reporta beneficios a
nuestra salud física y mental, pero si a tu paseo además le añades la conciencia del
escritor, volverás a casa cargado de bolsas (metafóricas) de personajes, sensaciones,
metáforas, temas y soluciones para cualquier embrollo en que se haya metido tu
protagonista.
La visión no se produce en los ojos sino en el cerebro, y es por eso que ninguno
de nosotros ve el mundo de igual manera ni distingue los mismos detalles.

Tu genética y tu educación te predisponen a observar el mundo con unas gafas


particulares, únicas a ti. Si alguna vez fuiste grafitero, tu cerebro reparará en los tags
antes que, por ejemplo, en el mobiliario urbano, si eres diseñador industrial. Si
alguna vez cursaste chino y lo dejaste al poco tiempo (consecuencia frecuente), te
fijarás en los letreros de los bazares buscando caracteres que reconozcas.

¿Y si pudieras condicionar a tu cerebro a que se fijara en otros detalles? En la


ropa de la gente, los colores y los tejidos; en los rostros de los ancianos y de la gente
corriente, no solo en los cuerpos escultóricos; en el cableado, entubado y el
enladrillado menos que perfecto; en las manchas del suelo y la disposición de la red
de alcantarillas; en la vasta cantidad de números que circulan o caminan o son
trasladados por camiones.

Sal a la calle planeando verla como un ornitólogo aficionado, como un arquitecto,


como un electricista, un ecologista, un espía enemigo, un político con o sin empatía,
un ingeniero, un programador, un oráculo griego… Las posibilidades son infinitas.
Eso sí, puede que necesites antes empaparte de la visión del mundo de estos oficios:
leer una novela, un ensayo, un blog; escuchar a alguien hablar y, si puedes, hacerle
preguntas; ver una película; atender un cursillo, etc.

Como escritor, toda apreciación del mundo distinta a la nuestra «natural» es


extremadamente valiosa. Te permitirá maravillarte de más cosas, más a menudo,
y si tú estás maravillado es más fácil transmitirle al lector ese sentimiento.
Esto es una variación del ejercicio anterior. Te invito a que veas el mundo no como
un personaje genérico, definido por una única variable, sino como uno de tus
personajes, o un personaje de ficción o persona conocida, si lo prefieres.

¿Cómo sería ver el mundo como Deckard, el cazador de replicantes de Blade Runner?
Todo podría ser una amenaza, rostros humanos podrían esconder naturalezas
robóticas implacables. ¿Y como el tierno Bilbo Bolsón, para quien el confort del
hogar es sagrado? ¿Cómo se movería por la ciudad moderna un Robin Hood?

Penetra en la conciencia de tus personajes, en sus experiencias vitales, creencias y


deseos ocultos, y observa cómo se despliega la ciudad y sus habitantes en su
compañía. Podrían hablarte de lo que experimentan, compartir sus hallazgos
contigo e incluso discutir vuestras interpretaciones divergentes de una escena. O
podrías simplemente convertirte en ellos y experimentarlo tras su filtro.

Si esto suena un poco esquizofrénico, puede que lo sea: extraes una segunda voz de
ti mismo e interactúas con ella como si tuviera conciencia propia. Te reflejas en ella
y acentúas las diferencias, contigo y con el entorno. (Creo que no soy la única
escritora que lo hace… o espero no serlo).

La próxima vez que salgas a la calle, acompáñate de tus personajes (uno cada vez,
no toda la troupe, o podrías volverte loco). Una justiciera que no da valor más que a
la venganza podría querer entrometerse en una discusión y poner los puntos sobre
las íes; el mentor sabio de tu héroe o heroína podría recorrer la ciudad con una
mirada compasiva y perdonar al conductor que casi le arrolla; un jovencito
pueblerino podría estremecerse ante las colosales arquitecturas de una ciudad
como Madrid y percibir sutiles aromas que a ti, por lo general, se te escapan.
Escuchar conscientemente es un ejercicio que todos realizamos más bien poco.
Acostumbrados a extraer el significado, no prestamos atención al vehículo, la
palabra, el significante del que hablaba Saussure. Atender a la palabra como signo
te ayudará enormemente a que tus personajes suenen creíbles, y para ello no hay
mejor maestro que el hombre y la mujer de a pie.

El lenguaje de la calle es el diálogo realista por antonomasia, aunque lo que tú buscas


en tu novela no es el realismo sino la verosimilitud, es decir, que tus diálogos fluyan
sin las interrupciones, falsos comienzos, solapamientos y todo el ruido propio de
una conversación real. Pero para poder escribir diálogos pulidos y que a la vez
suenen reales, debes conocer la conversación en toda su crudeza.

Simplemente escucha. Camina rodeado de gente y presta atención a las


conversaciones ajenas, especialmente a las palabras que utilizan, para luego ser
capaz de reproducirlas literalmente. Esto ampliará enormemente tu sensibilidad al
lenguaje oral y te permitirá escribir diálogos verosímiles.

Puedes realizar este ejercicio no solo en la calle, sino también en tu trabajo, en la


cafetería, en una exposición, en el gimnasio, en el colegio, en el mercado… Cada uno
de estos lugares esconde una oportunidad para descubrir la jerga real de las
diferentes comunidades y gremios.

Para saber más sobre el lenguaje de los diálogos, pásate por mi artículo Escribir
diálogos: todo lo que necesitas saber.
Una variación del ejercicio interior consiste en aprovechar los fragmentos de
conversación que llegan a ti para elaborar una historia rellenando los huecos del
diálogo.

En el trecho de tu casa a la cafetería presta atención a las conversaciones que tienen


lugar a tu alrededor y, si captas alguna jugosa, o alguna extremadamente banal,
imprímela en tu memoria. Cuando llegues a tu destino, saca tu libreta u ordenador e
imagina el proceder de esa conversación antes y después de tu aparición. Añádele
detalles sorprendentes y escabrosos o pinceladas costumbristas.

También puedes tratar de captar conversaciones en la cafetería o en tu bar


preferido, pero para ello tendrás que sentarte peligrosamente cerca, y es por todos
conocido que a los escritores nos da respeto el contacto humano (si eres uno de esos
raros casos de escritor extrovertido, aprovéchalo y habla con la gente, ¡oh, Ser
tocado por los dioses!).

En nuestra rutina diaria es raro que nos fijemos en la gente que pasamos de camino
al trabajo, salvo que algo muy peculiar nos llame la atención. Un buen ejercicio es
simplemente fijarse, pero otro que te puede estimular aún más es ver la superficie
opaca de una persona y tratar de imaginar los secretos de su interior.
Seguramente te equivoques de pleno, pero el ejercicio no consiste en eso, sino en
asignarle un oscuro (o brillante) secreto y observar a esa persona con ese
conocimiento especial que tienes. El hombre mayor bigotudo sentado frente a ti en
el metro podría ser un coleccionista de muñecas; el cartero que te deja las facturas
podría ser guitarrista metal por las noches; la niña que no para quieta podría estar
pensando en ser novelista como tú.

Una variación del juego «¿Qué esconde?» es el «¿Quién vive ahí?». Dirige tu mirada
a los edificios a cada lado de la calle y escoge una ventana: ¿puedes ver algo detrás
de ella? El mobiliario, la disposición de la casa, las plantas del balcón te pueden llevar
a imaginar muchas posibilidades. Puedes ceñirte a los datos, como un buen
detective, y determinar los datos demográficos del ocupante, o dejar discurrir la
imaginación e inventar historias.

A mí me gusta jugar a este juego con otra persona y estimularnos mutuamente (la
creatividad nada más, ¿eh?). Uno decide que en la casa vive un segurata de discoteca
y el otro añade que es padre soltero de mellizos. Y lo que oculta es una afición
inmoderada a la zarzuela.

Similar al ejercicio del binomio fantástico que te proponía en mi artículo, el


ejercicio de asociación aleatoria en la calle consiste en cazar dos objetos,
sensaciones, personajes o pensamientos y tratar de asociarlos. Podría servirte
para construir adivinanzas o chistes.

¿En qué se asemejan un todoterreno y el cielo?, ¿la esquina y un abrigo?, ¿el olor de
la panadería y un suspiro?

Puedes sumergirte en una sensación u objeto particular y tratar de construir


metáforas o analogías con lo que tienes a tu alrededor. Llega el invierno y con él el
primer aire frío, que cala en los huesos, ¿de qué te sirven los elementos a tu
alrededor para describir ese invierno? ¿Puedes crear alguna asociación con los
cristales escarchados de los coches?, ¿qué le sucede a los rostros de la gente?, ¿y a
su caminar?

Este ejercicio es especialmente útil cuando estás bloqueado y no sabes cómo


continuar tu novela. Hay uno o varios elementos que se escapan al telar que tan
finamente has tejido y necesitas encontrar un hueco donde incorporarlos al
entramado, o tirar del hilo y rehacerlo todo.

Pero para poder hacer eso necesitas perspectiva y la aportación de ideas frescas.
Caminar por la calle o en la naturaleza, en un ambiente que te brinde novedades,
puede ayudarte a adquirir esa perspectiva de forma natural, pero también puedes
forzar la generación de ideas si sales a pasear enarbolando tu problema como una
bandera. El truco está en mantener tu novela en mente mientras paseas,
dejando que las ideas se adhieran a ella como pelos de gato a un jersey negro.

Digamos que no sabes qué logrará que tu heroína y su amiga se reconcilien y te has
quedado bloqueado imaginando una conversación en la cafetería. Dando un paseo
por la ciudad te las imaginas encontrándose en distintos sitios y las reacciones
incómodas o prometedoras que tienen. Pasas por delante de un restaurante
vietnamita: ¿y si una de ellas se marcha al extranjero, quizá para no volver? Eso
facilitaría el clima conciliatorio. Sigues caminando, atento a otras señales. El color
rojo del semáforo te recuerda una emergencia: ¿tu protagonista tiene que pedirle a
su amiga algo que nadie más puede hacer por ella?
Después de darte la lata con todas las cosas que puedes hacer en la calle, todas las
perspectivas que puedes tomar y los ejercicios mentales en los que puedes
enfrascarte, debo advertirte que probablemente lo más beneficioso de todo sea
simplemente pasear.

Cuando caminamos nos sentimos más libres, más felices, tenemos más energía, nos
preocupamos más de nuestra dieta… Un cuerpo sano, ya sabes, da paso a una mente
sana. Pero no es solo eso: un estudio de 2011 ha demostrado que nuestra
capacidad cerebral aumenta mientras andamos: una rutina de cuarenta minutos
tres veces a la semana mejora la conectividad cerebral y la capacidad para resolver
tareas cognitivas.

Poner un pie delante del otro ayuda a alcanzar un estado de relajación en el que
las ideas pueden fluir sin obstáculos: te permite acceder a la Musa, es decir,
cambiar tu mente de una red neuronal «orientada a tareas» a un relajado vagar
(red neuronal «por defecto»), en el que accedes a información autobiográfica, la
consciencia de ti mismo, evaluaciones sociales y morales, visualizaciones del futuro,
etc.
Salir a pasear comporta beneficios físicos, emocionales y mentales, y además
estimula tu imaginación y tu capacidad cerebral, pero adentrarte en el mundo
natural es aún más enriquecedor en todos estos campos. Reduce mucho más el
estrés respecto a andar por la ciudad; te hace más feliz y mejora tu cognición;
restaura tu capacidad de atención; te vuelve más empático y generoso e
incrementa tu capacidad de resolver problemas en un 50%.

Cuando eliminas las distracciones que interrumpen el fluir natural de tus


pensamientos eres capaz de mantener un estado inspirado durante más tiempo.
El entorno estimula tu curiosidad y te invita a maravillarte, lo cual induce a tu
cerebro a realizar más conexiones y a ampliar las ya existentes.

Incluso cortos periodos de conexión con lo natural son beneficiosos. Pasar una
noche en una pequeña cabaña en un campo de olivos me regaló la comprensión de
ese momento de la mitología bíblica en que Jesús fue arrestado por los romanos.
Jesús frecuentaba este lugar para realizar sus oraciones, y solo cuando has pasado
un tiempo entre los achaparrados y grises árboles y el suelo limpiamente rastrillado
comprendes que eligiera aquel lugar y sientes la sacralidad del momento.

Este tipo de comprensión llega siempre de la vivencia propia, y si la naturaleza no


es un lugar en el que te encuentres con frecuencia, no es solo bueno para ti
reencontrarla, sino también bueno para tu acervo de impresiones vitales, porque la
naturaleza forma parte de nosotros y es indispensable en cualquier producto
cultural: por mucho que queramos no podemos separarnos de ella.

Si utilizas metáforas naturales, nos sitúas en el calor de la jungla, describes paisajes


desérticos, haces que tus personajes se enfrenten a la marejada y a un temporal,
acércate lo más que puedas a las experiencias «ideales» y podrás plasmarlas
con autenticidad, con voz propia.
Pero si además quieres algunos «ejercicios» para probar en la naturaleza, ahí van:

• Describe mentalmente lo que experimentas: la forma de las hojas, el ruido


de la corriente del río, el vuelo de un pájaro, el olor del salitre…
• Asocia tu experiencia en la naturaleza con tu problema creativo: ¿de qué
manera cambia si introduces la variable «montaña», «vado», «croar»?
• Imagínate a tu personaje en este paisaje. ¿Cómo lo experimenta?, ¿tiene
algún recuerdo asociado a este lugar?, ¿disfruta caminando o se cansa?
• Busca metáforas para tu novela. ¿Son los ojos de tu protagonista como los
de un sapo?, ¿es su situación, aislado del mundo, como el frío tonificante, el
«por fin estoy solo»?, ¿le recuerdan los pájaros a la libertad fraudulenta,
cazados por centenares?
• Y, claro está: escribir en medio del bosque.

Pero no hace falta que salgas de casa a pasear para conseguir algunos de los
beneficios de la calle. Basta con que sitúes tu despacho, por el día, en el balcón, o
cerca de una ventana abierta.

A ti llegarán fragmentos de conversaciones que podrás rellenar; personajes que


entran y salen de sus casas; olores no siempre agradables; el canto de los pájaros,
tórtolas, palomas o de los periquitos enjaulados; la disposición de las calles, vistas
desde arriba; formas y colores abstractos, cuando desenfocas el cerebro; el pitido de
una grúa y el bocinazo de un coche… Incluso puede que te empapes un poco de la
vida vecinal y obtengas alguna revelación sobre la naturaleza humana. (No sabes la
de cosas que puedes llegar a escuchar cuando pasas cuatro horas pintando la verja
de la calle).
¡Hola!

Me llamo Marta, y estoy detrás de WriterMuse, un sitio


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Gracias por leerme. ¡Nos vemos pronto!

Un abrazo,

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