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writermuse.es
La creatividad en casa se estanca. La Musa está adormilada por la rutina y aburrida
de las mismas vistas, sensaciones y pensamientos, no repara en los cuadros que
llevan generaciones en tu familia, ni se fija en la cara de concentración de tu pareja
buscando el calcetín huido. Por eso necesitas algo que estimule a la Musa y la
despierte de su complacencia, y ese algo no tiene que ser un curso de teatro, una
exposición de arte ni una visita a los bajos fondos de la ciudad (aunque todo esto no
le haría ningún daño –salvo quizá lo último). Con un corto paseo y la mentalidad
adecuada puedes invocar a la Musa siempre que lo necesites.
Con esta guía quiero ayudarte a que aproveches todo lo que la calle tiene que
ofrecerte para estimular tu imaginación. Un simple paseo reporta beneficios a
nuestra salud física y mental, pero si a tu paseo además le añades la conciencia del
escritor, volverás a casa cargado de bolsas (metafóricas) de personajes, sensaciones,
metáforas, temas y soluciones para cualquier embrollo en que se haya metido tu
protagonista.
La visión no se produce en los ojos sino en el cerebro, y es por eso que ninguno
de nosotros ve el mundo de igual manera ni distingue los mismos detalles.
¿Cómo sería ver el mundo como Deckard, el cazador de replicantes de Blade Runner?
Todo podría ser una amenaza, rostros humanos podrían esconder naturalezas
robóticas implacables. ¿Y como el tierno Bilbo Bolsón, para quien el confort del
hogar es sagrado? ¿Cómo se movería por la ciudad moderna un Robin Hood?
Si esto suena un poco esquizofrénico, puede que lo sea: extraes una segunda voz de
ti mismo e interactúas con ella como si tuviera conciencia propia. Te reflejas en ella
y acentúas las diferencias, contigo y con el entorno. (Creo que no soy la única
escritora que lo hace… o espero no serlo).
La próxima vez que salgas a la calle, acompáñate de tus personajes (uno cada vez,
no toda la troupe, o podrías volverte loco). Una justiciera que no da valor más que a
la venganza podría querer entrometerse en una discusión y poner los puntos sobre
las íes; el mentor sabio de tu héroe o heroína podría recorrer la ciudad con una
mirada compasiva y perdonar al conductor que casi le arrolla; un jovencito
pueblerino podría estremecerse ante las colosales arquitecturas de una ciudad
como Madrid y percibir sutiles aromas que a ti, por lo general, se te escapan.
Escuchar conscientemente es un ejercicio que todos realizamos más bien poco.
Acostumbrados a extraer el significado, no prestamos atención al vehículo, la
palabra, el significante del que hablaba Saussure. Atender a la palabra como signo
te ayudará enormemente a que tus personajes suenen creíbles, y para ello no hay
mejor maestro que el hombre y la mujer de a pie.
Para saber más sobre el lenguaje de los diálogos, pásate por mi artículo Escribir
diálogos: todo lo que necesitas saber.
Una variación del ejercicio interior consiste en aprovechar los fragmentos de
conversación que llegan a ti para elaborar una historia rellenando los huecos del
diálogo.
En nuestra rutina diaria es raro que nos fijemos en la gente que pasamos de camino
al trabajo, salvo que algo muy peculiar nos llame la atención. Un buen ejercicio es
simplemente fijarse, pero otro que te puede estimular aún más es ver la superficie
opaca de una persona y tratar de imaginar los secretos de su interior.
Seguramente te equivoques de pleno, pero el ejercicio no consiste en eso, sino en
asignarle un oscuro (o brillante) secreto y observar a esa persona con ese
conocimiento especial que tienes. El hombre mayor bigotudo sentado frente a ti en
el metro podría ser un coleccionista de muñecas; el cartero que te deja las facturas
podría ser guitarrista metal por las noches; la niña que no para quieta podría estar
pensando en ser novelista como tú.
Una variación del juego «¿Qué esconde?» es el «¿Quién vive ahí?». Dirige tu mirada
a los edificios a cada lado de la calle y escoge una ventana: ¿puedes ver algo detrás
de ella? El mobiliario, la disposición de la casa, las plantas del balcón te pueden llevar
a imaginar muchas posibilidades. Puedes ceñirte a los datos, como un buen
detective, y determinar los datos demográficos del ocupante, o dejar discurrir la
imaginación e inventar historias.
A mí me gusta jugar a este juego con otra persona y estimularnos mutuamente (la
creatividad nada más, ¿eh?). Uno decide que en la casa vive un segurata de discoteca
y el otro añade que es padre soltero de mellizos. Y lo que oculta es una afición
inmoderada a la zarzuela.
¿En qué se asemejan un todoterreno y el cielo?, ¿la esquina y un abrigo?, ¿el olor de
la panadería y un suspiro?
Pero para poder hacer eso necesitas perspectiva y la aportación de ideas frescas.
Caminar por la calle o en la naturaleza, en un ambiente que te brinde novedades,
puede ayudarte a adquirir esa perspectiva de forma natural, pero también puedes
forzar la generación de ideas si sales a pasear enarbolando tu problema como una
bandera. El truco está en mantener tu novela en mente mientras paseas,
dejando que las ideas se adhieran a ella como pelos de gato a un jersey negro.
Digamos que no sabes qué logrará que tu heroína y su amiga se reconcilien y te has
quedado bloqueado imaginando una conversación en la cafetería. Dando un paseo
por la ciudad te las imaginas encontrándose en distintos sitios y las reacciones
incómodas o prometedoras que tienen. Pasas por delante de un restaurante
vietnamita: ¿y si una de ellas se marcha al extranjero, quizá para no volver? Eso
facilitaría el clima conciliatorio. Sigues caminando, atento a otras señales. El color
rojo del semáforo te recuerda una emergencia: ¿tu protagonista tiene que pedirle a
su amiga algo que nadie más puede hacer por ella?
Después de darte la lata con todas las cosas que puedes hacer en la calle, todas las
perspectivas que puedes tomar y los ejercicios mentales en los que puedes
enfrascarte, debo advertirte que probablemente lo más beneficioso de todo sea
simplemente pasear.
Cuando caminamos nos sentimos más libres, más felices, tenemos más energía, nos
preocupamos más de nuestra dieta… Un cuerpo sano, ya sabes, da paso a una mente
sana. Pero no es solo eso: un estudio de 2011 ha demostrado que nuestra
capacidad cerebral aumenta mientras andamos: una rutina de cuarenta minutos
tres veces a la semana mejora la conectividad cerebral y la capacidad para resolver
tareas cognitivas.
Poner un pie delante del otro ayuda a alcanzar un estado de relajación en el que
las ideas pueden fluir sin obstáculos: te permite acceder a la Musa, es decir,
cambiar tu mente de una red neuronal «orientada a tareas» a un relajado vagar
(red neuronal «por defecto»), en el que accedes a información autobiográfica, la
consciencia de ti mismo, evaluaciones sociales y morales, visualizaciones del futuro,
etc.
Salir a pasear comporta beneficios físicos, emocionales y mentales, y además
estimula tu imaginación y tu capacidad cerebral, pero adentrarte en el mundo
natural es aún más enriquecedor en todos estos campos. Reduce mucho más el
estrés respecto a andar por la ciudad; te hace más feliz y mejora tu cognición;
restaura tu capacidad de atención; te vuelve más empático y generoso e
incrementa tu capacidad de resolver problemas en un 50%.
Incluso cortos periodos de conexión con lo natural son beneficiosos. Pasar una
noche en una pequeña cabaña en un campo de olivos me regaló la comprensión de
ese momento de la mitología bíblica en que Jesús fue arrestado por los romanos.
Jesús frecuentaba este lugar para realizar sus oraciones, y solo cuando has pasado
un tiempo entre los achaparrados y grises árboles y el suelo limpiamente rastrillado
comprendes que eligiera aquel lugar y sientes la sacralidad del momento.
Pero no hace falta que salgas de casa a pasear para conseguir algunos de los
beneficios de la calle. Basta con que sitúes tu despacho, por el día, en el balcón, o
cerca de una ventana abierta.
Un abrazo,
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