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Populismo, democracia y globalización.

La construcción de identidades políticas


emancipadoras en un contexto global

Noble Antas, Javier Gastón

Ediciones Universidad de Salamanca / CC BY NC ND –817– Estudios Políticos - ICA'18


POPULISMO, DEMOCRACIA Y GLOBALIZACIÓN. LA CONSTRUCCIÓN
DE IDENTIDADES POLÍTICAS EMANCIPADORAS EN UN CONTEXTO
GLOBAL.

En esta exposición intentaré reflexionar sobre la construcción de identidades políticas en


la actualidad a partir de la propuesta teórica del populismo desarrollada por Ernesto Laclau. Esto
nos llevará a reflexionar acerca de qué elementos intervienen en dicha operación y la dificultad de
inscribirlos en un orden global. Para resolver el problema acerca del escenario político en que se
despliega dicha lógica nos valdremos de los conceptos de Nancy Fraser, de «enmarque» y
«escala». Estas nociones nos revelarán la necesidad de pensar la limitación de la teoría de Laclau
en el ámbito estatal (westfaliano) como también el riesgo de diluir la política en un (des)orden
ilimitado dominado por el flujo de capitales, mercancías e información. Asimismo destacaremos
la importancia de la batalla por el significado de los términos políticos que sufren un vaciamiento
cada vez más extendido. Este hecho nos permitirá preguntarnos si la polarización social atribuida
al populismo consiste en un elemento exclusivo de las formaciones populistas o se corresponde
con un efecto del sistema neoliberal en que éstas se inscriben. Veremos así que, en el contexto de
la globalización, cualquier apelación a la democracia como soberanía popular,
independientemente de la articulación hegemónica que ésta represente, queda calificada como
anacrónica, en el sentido de pertenecer a un marco westfaliano. La consecuencia de lo anterior es
que la inclusión del pueblo en la gramática de la política acaba por representar una suerte de
amenaza del orden establecido bajo el dominio de una concepción empresarial y mercantil de la
vida. Ante este escenario, el pensamiento de Jorge Alemán será reseñado como un pensamiento
que ofrece herramientas para pensar el terreno de lo político como algo que, aunque
irrenunciable, es acechado por el discurso ilimitado del Capitalismo.
El marco westfaliano-keynesiano supone un escenario interestatal en donde el debate se
da entre conciudadanos y cuya discusión gira en torno a qué se deben entre ellos, en términos de
reconocimiento y de redistribución. En el nuevo marco, el de globalización, las decisiones
tomadas por un Estado, Corporación transnacional u Organización supranacional, afectan a la
vida de los habitantes del mundo entero (Fraser, N., 2008:31-35.). Este diagnóstico evidencia la
necesidad de ampliar las escalas de justicia que funcionaban dentro del marco westfaliano.
Trátese de la distribución o del reconocimiento, las discusiones que solían centrarse
exclusivamente en la cuestión de qué es debido como materia de justicia a los miembros de una
comunidad giran ahora rápidamente hacia debates sobre quién debe contar como miembro y cuál
es la comunidad pertinente. No sólo el qué, sino también el quién es objeto ahora de libre
discusión (Fraser, N., 2008:37-38).
Vemos así que las cuestiones de primer orden, es decir las que se refieren a redistribución
y reconocimiento en el interior de un Estado, quedan ahora dominadas por la cuestión de «quién»
cuenta como sujeto de un sistema de justicia. Las tres dimensiones (económica, cultural y
política) son definidas como esferas cuya funcionalidad se da al interior de un marco. La cuestión
de la globalización afecta a la primacía de la escala política como condición del funcionamiento
de la económica y la cultural. Dentro de esta escala, la injusticia puede darse en dos niveles: la
representación fallida político-ordinaria y el des-enmarque (Fraser, N., 2008:50-51). Dentro de la
justicia política de enmarque se encuentran dos estrategias de acción, por una parte la política
afirmativa del enmarque y, por la otra, la política transformativa del enmarque (Fraser, N., 2008:
53). La primera funciona dentro de la lógica westfaliana de territorialidad estatal (espacio de los
lugares) y discute y problematiza sobre la cuestión de los límites del encuadre, mientras que la

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segunda, dentro de la territorialidad supraestatal poswestfaliana (espacio de los flujos,) discute el
problema general del enmarque. A estos dos niveles de discusión referidos a la representación
política, debe añadirse un tercer nivel relacionado con el modo (el cómo) en que se establece un
marco, es decir, el nivel en que se polemiza sobre la «democraticidad» del marco y su
establecimiento. Fraser acaba por establecer una justicia «metapolítica», que se refiere a la justicia
de enmarque y establece el «quién» de aquellos que cuentan. De este modo existen injusticias de
primer orden y de segundo orden. Las primeras se refieren a la distribución, reconocimiento y
representación fallida-ordinaria (cuestión de límites de inclusión), y las segundas a la cuestión del
quién cuenta y es afectado.
En este punto, Fraser nos explica que se produce un deslizamiento que hace que las
teorías que antes se llamaban de justicia social ahora se llamen de la justicia democrática (Fraser,
N., 2008:62), es decir, el problema se traslada al escenario de la paridad participativa. Se trata,
entonces, de ver si la participación se entiende de un modo consecuencial (bajo un principio
sustantivo que garantice la paridad de todos los participantes) o meramente procesal (un estándar
que establece la legitimidad democrática al garantizar que se exige el asentimiento y participación
en los procesos deliberativos). De este modo vemos que debe enfrentarse una cuestión de
carácter general: qué entendemos por democracia y en qué marco lo inscribimos. Así, las
diferentes concepciones referidas a la existencia de un marco global de economía, de un Estado
nacional o de una interrelación entre Estados, conforman el eje central desde donde reflexionar
sobre justicia distributiva: «la estructura básica» democrática (Fraser, N., 2008:76) 1.
Considero que el problema del enmarque tratado por Fraser sirve para visibilizar la
preeminencia de lo político sobre lo económico y lo cultural. Ahora bien, cuando leemos a
Fraser, el problema de los significados o el de la gramática que rige el pensamiento de lo político
es aquello a lo que parecemos llegar una y otra vez. En el caso de Laclau, el camino aparenta ser
el inverso: partiendo de un problema radical de enmarque se parece llegar a una propuesta
definida en el marco westfaliano- keynesiano. Como es conocido, Laclau otorga a lo político un
nivel ontológico como contrapartida del nivel óntico de la política. Así, el momento de
constitución de un pueblo se corresponde con la condición de posibilidad de toda política, y la
gestión, administración y absorción de los conflictos, son manifestaciones ónticas de aquél acto
político fundacional (Marchart, O., 2009). Ahora bien, si la construcción teórica de Laclau resulta
insuficiente para funcionar en un marco global, la de Fraser falla en el punto de dar casi por
superado el momento soberanista de la política mundial. Ejemplos de lo anterior pueden verse en
el éxito de propuestas políticas tales como la de Donald Trump, del Frente Nacional en Francia o
del Brexit en el Reino Unido. Por esta razón, considero primordial poner en funcionamiento un
dispositivo teórico que, estudiando la materialidad de los acontecimientos políticos y su relación
con las esferas económicas y culturales, no desatienda la capacidad de significación de los
mismos. Dicho de otra manera, un estudio que discuta la supuesta transparencia significativa de
los acontecimientos políticos. Pienso que uno de los problemas cruciales en la actualidad de los
estudios políticos, es el de ser permeables a la lógica mercantil dominante. Esto provoca que el
análisis de hechos derive en una suerte de aceptación de los mismos.
Sabemos que el planteamiento de Laclau se sitúa dentro de lo que se ha llamado
posmarxismo. Esta corriente intenta un análisis de los problemas tratados por el marxismo desde
una perspectiva en la que, categorías tales como clase, sujeto, dirección o marcha de la historia,
etc., se desintegren bajo la acción de una mediación discursiva. De esta manera, Laclau realiza una
crítica y desconstrucción del marxismo emparentándolo con nociones provenientes del

1 Nancy Fraser toma tres modelos para enfrentar esta discusión: el cosmopolitismo, el internacionalismo y el liberalismo

nacionalista.

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psicoanálisis. Las dos acciones más destacables son: en primer lugar, destacar el carácter central
de la negatividad –la lucha y el antagonismo– en la estructuración de toda identidad colectiva; y,
en segundo lugar, explicar la opacidad de lo social –la naturaleza ideológica de las
representaciones colectivas– como un terreno en que emerge un hiato permanente entre lo real y
los sentidos manifiestos de las acciones individuales y colectivas (Laclau, E., 2000:108). Esta
operación teórica tiene como finalidad evitar la disolución de la opacidad social y de los
antagonismos en una sociedad comunista, que desempeña el papel de superación positivista en la
teoría marxista. El modo de conseguirlo es desarrollar una teoría de la Hegemonía que asuma y
revele en todo momento una falta o falla respecto a la totalización de lo social (Laclau, E., 2010:
171).
Actualmente, la hegemonía se encuentra en medio de una contienda académica cuyo
centro es el de aceptar o rechazar tal concepto como explicativo dentro de un mundo globalizado
(Beasley-Murray, J., 2010). Como ya he dicho, la teoría del populismo de Laclau parece tener
como límite el Estado, es decir, resulta insuficiente para afrontar el problema del neoliberalismo
de modo general. La cuestión que emerge es: ¿esta falta de alcance es exclusiva de la teoría de
Laclau o, en realidad es un problema arrastrado por todos los discursos que se enfrentan a la
situación mundial del capitalismo? En el resumen esquemático de la propuesta de Fraser que
acabo de hacer, se evidencia que se trata de un problema general: ¿cómo se equilibran y
armonizan las luchas por el reconocimiento con las de la participación?, ¿desde qué instancia, con
qué gramática? Sostengo que el tipo de tratamiento general que se hace en la actualidad de la
palabra populismo encubre un rechazo de la política como terreno de debate sobre estas
cuestiones.
En la actualidad el término populismo ha ido adquiriendo mayor notoriedad, pero no
mayor poder explicativo. Si bien la obra de Laclau puso el término en el centro de los estudios
políticos, la indefinición y vaguedad del término sigue siendo predominante. Así, hoy en día, a
escala global, se acusa de populismo a formaciones y líderes políticos con rasgos muy diferentes e
incluso opuestos (ejemplo: Le Pen y Podemos, Chávez y Trump). Esta vaguedad e indefinición
sigue siendo predominantemente peyorativa. La negatividad de este adjetivo, unida a su
indefinición, acaba por cristalizar en una matriz sencilla y extraña, que afirma que el populismo se
construye sobre una «visión maniquea del mundo». Esta visión maniquea elaboraría un «pueblo
puro» enfrentado a una «élite corrupta». Ahora bien, la misma matriz que acaba por identificar el
populismo con una retórica manipuladora, es, ella misma, parte del maniqueísmo. La
consecuencia de este pensamiento es que acaba por clasificar a todo discurso como populista,
salvo la teoría liberal-occidental de la democracia (Foa Torres, Jorge, 2018, pág. 267). Vemos así,
que la discusión acerca de quiénes cuentan, es decir la «estructura básica democrática»
mencionada por Fraser, debería retornar siempre a « ¿quiénes cuentan para qué?». La tensión
entre libertades individuales y los ideales de igualdad y soberanía popular (Mouffe, Ch., 2009), es
el terreno desde donde la democracia suele confundirse con un consenso racional y con ello
eliminar el conflicto de su interior (Mouffe, Ch., 2003:26). Es a esta eliminación a la que
denomino una lucha por el significado: qué cosa es el pueblo y la democracia suele consistir en el
resultado de una lucha hegemónica.
La multitud y la masa han sido tratadas históricamente como algo irracional incapaz de
tomar decisiones e incluso de construir sus intereses. En esta línea, se ha caracterizado a la masa
tomando elementos de las identidades marginales de la sociedad: mujeres, niños, alcohólicos,
locos, etc. (Laclau, 2005:52). La matriz de esta operación está dominada por la idea de una
racionalidad positivista que se cristaliza en una concepción que asimila lo patológico a la mentira.
Así, vemos que se instaura una significación fija de las palabras que diluye los conflictos en un
reparto de lo social, o, en otros términos, una sedimentación de identidades que ocultan su

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carácter fallido. En este punto, considero que las categorías de sedimentación y reactivación son
útiles para comprender la impronta desestabilizadora de la lógica populista (Laclau, 2000). Esto
es, la sociedad es el resultado imposible de procesos de reactivación de elementos sedimentados,
y esta reactivación no es más que la explicitación de los aspectos contingentes de toda relación
sedimentada. El resultado es una teoría política que basa su funcionamiento en la aglutinación de
reclamos bajo una lógica equivalencial. Esta lógica invoca elementos afectivos de la constitución
identitaria, de allí la apelación a las teorías de Freud, Lacan y Joan Copjec. El líder desempeña el
papel de símbolo aglutinante de una heterogeneidad de demandas insatisfechas. Se llegaría así, a
construir una homogeneidad demandante de la instauración de un régimen que solvente la
inclusión de una plebs bajo el rótulo de populus en un momento de crisis institucional (Laclau,
2005). De este modo, más allá de valoraciones, el populismo sirve para fomentar experiencias que
subvierten el orden establecido.
Esta subversión de sistemas de significación conlleva el peligro de establecer un anclaje de
tipo culturalista. Cuando esto sucede, se desarrolla un discurso identitario que en lugar de
politizar la cultura acaba por culturizar la política. Justamente la sustitución del paradigma de la
distribución por el del reconocimiento, ocurrido a comienzos de los ochenta, fue el momento
clave de este giro hacia las lógicas identitarias (Álvarez Yagüez, J., 2015:77). Esto supuso el paso
de la denuncia de las relaciones de dominación y opresión inscriptas en las mismas estructuras
institucionales que regulaban el paradigma distributivo, a una reificación del concepto de cultura.
Así, la cultura pasa a ser definida de una manera holista, es decir, «como una totalidad» (Álvarez
Yagüez, J., 2015:77-81) que se corresponde con una población, reduciendo su pluralidad interna
mediante una suerte de narcisismo de las pequeñas diferencias (Álvarez Yagüez, J., 2015:81).
Considero que, aunque la teoría del populismo de Laclau establece la importancia de la
batalla cultural hegemónica, no incurre, al menos no necesariamente, en la cerrazón del discurso
identitario recién señalado. En su pensamiento la necesidad de construir una voluntad política a
partir de la asunción del antagonismo, constituye una clara apuesta por la resolución política de
los conflictos y tensiones sociales. Igualmente debe señalarse que, a pesar de que los discursos
identitarios tienden a cerrarse de la manera descripta, representan una base fundamental desde
dónde trabajar la irrupción en el escenario político de los que no cuentan (Rancière, J., 1996/
Barros, S., 2006).
En base a lo dicho, creo que el enlace de cuestiones de distribución, reconocimiento y
representación debe buscarse en la gramática que regula las operaciones hegemónicas. Dicho de
otra manera, la estrechez de los discursos identitarios debe articularse en un discurso rupturista
que asuma el nivel ontológico del antagonismo. Debe señalarse que el antagonismo es aquello
que «constituye los límites de toda objetividad —que se revela como objetivación, parcial y
precaria» (Laclau-Mouffe, 2004: 169). Así, el antagonismo es explicado como la relación en la que
la permanencia de una entidad se ve amenazada o imposibilitada por la existencia de otra entidad
que no puede ser disuelta mediante una lógica esencialista que la integre en un proceso
totalizador. Así, las lógicas identitarias quedan restringidas como elementos que deben ser
articulados en una verticalidad política, abandonando la horizontalidad de las demandas, en una
situación de crisis.
Hoy en día, el debate entre populismo y democracia se explica como un problema de
diferentes concepciones de esta última. Carlos De La Torre nos explica dos alternativas: por una
parte, los que entienden la democracia como un conjunto de instituciones que garantizan el
pluralismo, discuten el populismo como un fenómeno que reduce las posibilidades de mantener
la pluralidad; en cambio, la concepción de la democracia con criterios sustantivos, ve al
populismo como democratizador. El caso de Laclau consiste en entender el populismo como la

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alternativa a la negación de la política ejercida por el institucionalismo (De La Torre, C., 2017:54).
En este sentido, la enseñanza de Laclau y su razón populista nos sirve más para situar la política
en el terreno de la «falla, inadecuación o exceso» que para dar una definición última del
populismo (Rinesi-Muraca, 2010:62).
El vaciamiento del término democracia crece a medida que los avatares del mercado y los
flujos financieros se imponen como necesarios. La diferencia es que la democracia mantiene un
rasgo positivo tan marcado como el rasgo negativo del populismo. Desde esta perspectiva, la
palabra democracia sufre la misma ambivalencia que la palabra pueblo (Rinesi-Muraca, 2010:63) o
cultura (Wallerstein, I., 1988). Se trata de términos ambivalentes cuyo significado oscila entre el
todo y una parte distinguida del resto.
En varios estudios recientes sobre el populismo, esta ambivalencia de la democracia es
usada para explicar el ascenso populista. Así, la crisis de representación es la causa del auge
populista actual. A esa causa debe sumársele otra referida a la soberanía: «la pérdida generalizada
de soberanía económica determina un desplazamiento hacia un mayor énfasis en la soberanía
cultural. Ese giro hacia la cultura como sede de la soberanía nacional se manifiesta en varias
formas» (Appadurai, A., 2017: p. 37). En esta perspectiva, el populismo se tacha de simple
escenificación falsa de la imposible soberanía, y, en muchos casos, se lo acaba condenando por
reproducir las condiciones neoliberales de la realidad (Villacañas Berlanga, J. L., 2015a; Beasley
Murray, J., 2010). Lo sorprendente es que estas críticas describen la falta de soberanía económica
como un problema irreversible pero, inmediatamente, critican que lo irreversible no se revierta.
En medio de esto, los intelectuales que igualan las prácticas populistas con las amenazas racistas,
con la corrupción o con el autoritarismo, no asumen ninguna responsabilidad respecto a la
situación mundial.
Como ya hemos dicho, la reactivación de luchas políticas por el reconocimiento y la
participación constituye una acción que, más allá de su valoración, está en la base de la política.
La dimensión rupturista del populismo defendido por Laclau, a mi entender, ha servido para
ampliar muchos derechos en Latinoamérica. Aquí, podría establecerse una discusión acerca del
grado de institucionalización necesario para este tipo de avances, pero tal debate está envenenado
si se parte de la caracterización del populismo como una patología manipuladora de masas
hipnotizadas (Villacañas Berlanga, J. L., 2015). Por esta razón, considero que la manera en que se
entienda el contexto en que se producen las operaciones hegemónicas es clave para poder
dilucidar las críticas hechas al populismo.
En este sentido, entender que nos encontramos en un contexto globalizado, dominado
por el capitalismo, es importante. Ya hemos visto los problemas que acarreaba en el modelo de
Fraser la discusión sobre quiénes cuentan y cómo se consigue contar. En la teoría de Laclau,
basada en la articulación de demandas bajo un significante vacío, el problema está justamente en
delimitar la arena política, ya que, sin ese límite, todo el sistema se diseminaría en una cadena de
diferencias que harían imposible la conformación de cualquier frontera de antagonismo. El
anclaje que utiliza Laclau es el del punto nodal. Así, mediante el vaciamiento de un significante
que asume la totalidad de diferencias y logra articularlas en una lógica equivalencial, esa totalidad
imposible que es lo social, adquiere una determinación que posibilita la significación.
En este terreno, el discurso psicoanalítico es fundamental para desarrollar la diferencia
clave entre «nombrar» un líder y la simple «determinación conceptual» de lo que un líder es y
significa. Así, Laclau tomará los elementos concernientes al carácter retroactivo del deseo en
relación al «objeto a» de Lacan y «la madre primordial» (Nebemensch) y «la cosa» (Das Ding) de
Freud. Con ello, se pone de relieve una «brecha en el orden del significante», surgida de la
imposibilidad de traducción de un «algo» incluido en la «madre primordial», por parte de la

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representación. Esta brecha, entendida como una distancia entre cosa y pensamiento, es
interpretada por Lacan como «vacío del ser». Correlativamente, el objeto parcial, en lugar de
evocar una totalidad, lo que hace es actuar como el «nombre» de esa totalidad (Laclau, 2005: 143-
149). La caracterización del discurso capitalista hecha por Lacan y tomada por Jorge Alemán
pone en funcionamiento estos elementos de la teoría laclauiana explicitando la importancia de los
límites en el orden político.
El discurso capitalista se caracteriza fundamentalmente por auto-propulsarse desde el interior de
forma ilimitada, de manera tal que no conoce crisis por más que haya catástrofes sociales, ni
conoce ningún límite que pueda verdaderamente interrumpir lo que Lacan considera el
movimiento circular del Capitalismo (Alemán, J., 2016:33).
Aquí vemos que el problema respecto a la inserción de todo lo objetivable dentro del
flujo de la mercancía es justamente el que incide en la batalla por la significación a la que
hacíamos referencia. Jorge Alemán, establece dos órdenes simbólicos del lenguaje: el primero, se
da en el nivel ontológico y es constitutivo del sujeto; y, el segundo, se da en el desarrollo socio-
histórico, siendo así objeto de transformaciones epocales. El neoliberalismo consiste en un
régimen histórico que pretende alcanzar la primera dependencia simbólica, intentando afectar así
la estructura misma del sujeto (Alemán, J., 2016:14). De esta manera, la potencia del capitalismo,
«capaz de poner en crisis a todas las estructuras que hasta ahora simulaban su regulación»
(Alemán, J., 2009:51), es la que debe estudiarse como obstáculo de lo político. A lo largo de toda
la exposición me he referido constantemente al problema de situar al populismo como la parte
irracional de la política. La caracterización de la técnica como complemento del capitalismo en su
proceso de deshistorización y desimbolización (Alemán, J., 2016:21-22), deja claro que es el
discurso técnico de los expertos aquello contra lo que dirijo mi ataque. La técnica desplaza el
saber científico e instaura lo ilimitado y lo disponible como estructuras de toda la realidad. En su
seno, todo lo que «es», está disponible o está en vías de volverse disponible (Alemán, J., 2009:
51). Así, lo que se promueve es una racionalidad que, en su análisis de la población, en lugar de
pensar en sujetos, piensa en cosas a ser gestionadas (Alemán, J., 2016:37). Desde la perspectiva de
la técnica, las decisiones en materia política dependen justamente de este tipo de construcción
conceptual elaborada por los expertos: las acciones políticas se desprenden de una suerte de
realidad objetiva siempre disponible por los medios técnicos. Todo esto lleva a Alemán a
distinguir entre Poder y Hegemonía e insistir en la diferencia entre sujeto y subjetividad. La
primera distinción se enfoca a recuperar la visión de la política como una operación precaria de
sutura, es decir como una forma de articulación que se sustrae al orden de lo necesario. La
segunda nos previene acerca de la potencialidad de producción de subjetividades del
neoliberalismo, recordando que el sujeto (mortal, sexuado y hablante) es aquello que no puede ser
nunca representado exhaustivamente porque su dependencia estructural al lenguaje hace
imposible cualquier totalización de su identidad (Alemán, J., 2016: 15). Es decir, el sujeto es algo
que aún no pertenece al orden de la producción ni de la mercancía.
Lo político comienza cuando los expertos no tienen nada que decir, porque ellos han estado solo
presentes y han sido llamados a servicio para suturar la brecha del antagonismo social. (…) lo
político y el pueblo como sujeto, emergen cuando tiene lugar una práctica instituyente cuyo
principio es radicalmente distinto al encuadramiento técnico y objetivo de los expertos. La
práctica instituyente del pueblo es la acción colectiva por parte de aquellos que han quedado fuera
en el cálculo de los expertos (Alemán, J., 2016:38).
Como ya se ha dicho, el populismo sigue siendo un término atacado desde izquierda y
derecha, pero especialmente desde un tecnicismo que se disfraza de racionalidad. Por mi parte,
no encuentro forma política actual que sirva más para intentar subvertir el orden desigual vigente,
especialmente en Latinoamérica. Considero que todo el esfuerzo del discurso técnico desemboca

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en la idea de la política como un conjunto de procedimientos muy alejado de cualquier voluntad
del orden de los sujetos. Cualquier decisión que interrumpa el circuito de esta transparencia
procedimental pasa a valorarse como síntoma de una enfermedad. El desenvolvimiento de este
esquema hace que cualquier práctica rupturista acabe por significar algo similar a la irracionalidad.
Con esto, no quiero defender un modelo soberanista de poder, sino reivindicar la política como
instancia desde donde reestructurar las relaciones sociales sustrayéndolas de la lógica mercantil.
Pensar la política desde una perspectiva constructivista es susceptible de acabar diluyendo
lo real en un discurso voluntarista. Creo que este peligro es el que ha justificado la ola de
desconfianza y ataques contra la teoría de por Laclau. Sin embargo, el pensamiento parece
concentrarse más en la denostación de las prácticas inclusivas que en la de las que reproducen la
desigualdad y la injusticia. Así, el avance de técnicas de marketing en el terreno académico, la
mercantilización del conocimiento, la medición de resultados mediante índices de impactos, la
proliferación de nociones como capital social y capital humano y la vertiginosa expansión de
mediatizaciones en todos los niveles de las relaciones humanas no son vistas como un gran
peligro por quienes denuncian la manipulación de las masas por los líderes populistas.
Finalmente, pienso que la posibilidad de construir identidades políticas emancipatorias en
un contexto global depende, en gran medida, de la asunción de un modelo que permita reconocer
la construcción del pueblo como una operación política. Dicho de otra manera, si no se recupera
la idea de que la constitución de un pueblo depende de una operación signada por la precariedad
propia de la representación de una totalidad imposible, cualquier pretensión emancipatoria será
subsumida en un marco que, al integrarla en un orden superior, acabará por desintegrarla. La
dependencia simbólica de los sujetos al lenguaje da cuenta justamente de que cualquier identidad
política, si no se trata de una totalización, consistirá en una identidad precaria y fallida.
En la actualidad Argentina la estigmatización del populismo como una práctica política
falsa ha obtenido el resultado esperado. Una vez que se identificó el kirchnerismo como ascenso
de las pasiones de la masa al poder, se produjo una elaboración discursiva que esgrimía la
administración económica como respuesta racional. Como hemos señalado, esta racionalidad es
una fachada que nace del discurso de expertos y, en este caso acaba por deslizar el significado de
la modernización hacia el de occidentalización. La evidencia de que se trata de un deslizamiento
de significado son varias: mientras se apela al republicanismo, se promueve una economía
privatista; mientras se habla de la liberalización económica se interviene estatalmente para
intentar paliar los efectos de los flujos financieros; etc. El mismo macrismo puede verse como un
discurso demagógico que explota el sentimiento de esperanza. Lo que más me interesa destacar
de la actualidad argentina es que, si bien el marketing político del macrismo podría integrarse en
esa ambigüedad mediática que hemos tratado de combatir en esta exposición (y esto es
responsabilidad, quizás, de la sinonimia entre política, populismo y hegemonía defendida por
Laclau), no podemos decir lo mismo de su lógica participativa: parece evidente que el pueblo
solamente está para votar y absorber los consejos de los expertos. En este sentido, es importante
destacar que la lógica que se impone es la de que la gente excluida, simplemente sobra, y, las
medidas tomadas son las únicas que pueden ser tomadas. Si a lo anterior le sumamos la
denigración de los derechos humanos vemos que ni siquiera en una lógica internacionalista de
corte liberal puede funcionar como política: se trata de una negación lisa y llana de la política.
Esta negación de la política está construyendo una matriz que va ganando terreno globalmente: la
judicialización de la política.
Bajo mi punto de vista, la eficacia del juego democrático depende del reconocimiento de
la importancia del proceso mediante el cual se define el escenario de quiénes son los que
participan. Sin estos elementos, el contexto global se diluye en una suerte de transparencia

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ilimitada cuya lógica se circunscribe a una racionalidad técnica. Así, la disputa política por el
significado debe estar siempre atenta al tipo de lógica de la que se parte al establecer el marco y la
escala en que se da la discusión, como también al reconocimiento de que la tentación de la
uniformidad homogénea de los significados, en lugar de constituir el éxito del proyecto político,
es su carta de defunción.

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