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En esta exposición intentaré reflexionar sobre la construcción de identidades políticas en
la actualidad a partir de la propuesta teórica del populismo desarrollada por Ernesto Laclau. Esto
nos llevará a reflexionar acerca de qué elementos intervienen en dicha operación y la dificultad de
inscribirlos en un orden global. Para resolver el problema acerca del escenario político en que se
despliega dicha lógica nos valdremos de los conceptos de Nancy Fraser, de «enmarque» y
«escala». Estas nociones
En esta exposición intentaré reflexionar sobre la construcción de identidades políticas en
la actualidad a partir de la propuesta teórica del populismo desarrollada por Ernesto Laclau. Esto
nos llevará a reflexionar acerca de qué elementos intervienen en dicha operación y la dificultad de
inscribirlos en un orden global. Para resolver el problema acerca del escenario político en que se
despliega dicha lógica nos valdremos de los conceptos de Nancy Fraser, de «enmarque» y
«escala». Estas nociones
En esta exposición intentaré reflexionar sobre la construcción de identidades políticas en
la actualidad a partir de la propuesta teórica del populismo desarrollada por Ernesto Laclau. Esto
nos llevará a reflexionar acerca de qué elementos intervienen en dicha operación y la dificultad de
inscribirlos en un orden global. Para resolver el problema acerca del escenario político en que se
despliega dicha lógica nos valdremos de los conceptos de Nancy Fraser, de «enmarque» y
«escala». Estas nociones
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POPULISMO, DEMOCRACIA Y GLOBALIZACIÓN. LA CONSTRUCCIÓN DE IDENTIDADES POLÍTICAS EMANCIPADORAS EN UN CONTEXTO GLOBAL.
En esta exposición intentaré reflexionar sobre la construcción de identidades políticas en
la actualidad a partir de la propuesta teórica del populismo desarrollada por Ernesto Laclau. Esto nos llevará a reflexionar acerca de qué elementos intervienen en dicha operación y la dificultad de inscribirlos en un orden global. Para resolver el problema acerca del escenario político en que se despliega dicha lógica nos valdremos de los conceptos de Nancy Fraser, de «enmarque» y «escala». Estas nociones nos revelarán la necesidad de pensar la limitación de la teoría de Laclau en el ámbito estatal (westfaliano) como también el riesgo de diluir la política en un (des)orden ilimitado dominado por el flujo de capitales, mercancías e información. Asimismo destacaremos la importancia de la batalla por el significado de los términos políticos que sufren un vaciamiento cada vez más extendido. Este hecho nos permitirá preguntarnos si la polarización social atribuida al populismo consiste en un elemento exclusivo de las formaciones populistas o se corresponde con un efecto del sistema neoliberal en que éstas se inscriben. Veremos así que, en el contexto de la globalización, cualquier apelación a la democracia como soberanía popular, independientemente de la articulación hegemónica que ésta represente, queda calificada como anacrónica, en el sentido de pertenecer a un marco westfaliano. La consecuencia de lo anterior es que la inclusión del pueblo en la gramática de la política acaba por representar una suerte de amenaza del orden establecido bajo el dominio de una concepción empresarial y mercantil de la vida. Ante este escenario, el pensamiento de Jorge Alemán será reseñado como un pensamiento que ofrece herramientas para pensar el terreno de lo político como algo que, aunque irrenunciable, es acechado por el discurso ilimitado del Capitalismo. El marco westfaliano-keynesiano supone un escenario interestatal en donde el debate se da entre conciudadanos y cuya discusión gira en torno a qué se deben entre ellos, en términos de reconocimiento y de redistribución. En el nuevo marco, el de globalización, las decisiones tomadas por un Estado, Corporación transnacional u Organización supranacional, afectan a la vida de los habitantes del mundo entero (Fraser, N., 2008:31-35.). Este diagnóstico evidencia la necesidad de ampliar las escalas de justicia que funcionaban dentro del marco westfaliano. Trátese de la distribución o del reconocimiento, las discusiones que solían centrarse exclusivamente en la cuestión de qué es debido como materia de justicia a los miembros de una comunidad giran ahora rápidamente hacia debates sobre quién debe contar como miembro y cuál es la comunidad pertinente. No sólo el qué, sino también el quién es objeto ahora de libre discusión (Fraser, N., 2008:37-38). Vemos así que las cuestiones de primer orden, es decir las que se refieren a redistribución y reconocimiento en el interior de un Estado, quedan ahora dominadas por la cuestión de «quién» cuenta como sujeto de un sistema de justicia. Las tres dimensiones (económica, cultural y política) son definidas como esferas cuya funcionalidad se da al interior de un marco. La cuestión de la globalización afecta a la primacía de la escala política como condición del funcionamiento de la económica y la cultural. Dentro de esta escala, la injusticia puede darse en dos niveles: la representación fallida político-ordinaria y el des-enmarque (Fraser, N., 2008:50-51). Dentro de la justicia política de enmarque se encuentran dos estrategias de acción, por una parte la política afirmativa del enmarque y, por la otra, la política transformativa del enmarque (Fraser, N., 2008: 53). La primera funciona dentro de la lógica westfaliana de territorialidad estatal (espacio de los lugares) y discute y problematiza sobre la cuestión de los límites del encuadre, mientras que la
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segunda, dentro de la territorialidad supraestatal poswestfaliana (espacio de los flujos,) discute el problema general del enmarque. A estos dos niveles de discusión referidos a la representación política, debe añadirse un tercer nivel relacionado con el modo (el cómo) en que se establece un marco, es decir, el nivel en que se polemiza sobre la «democraticidad» del marco y su establecimiento. Fraser acaba por establecer una justicia «metapolítica», que se refiere a la justicia de enmarque y establece el «quién» de aquellos que cuentan. De este modo existen injusticias de primer orden y de segundo orden. Las primeras se refieren a la distribución, reconocimiento y representación fallida-ordinaria (cuestión de límites de inclusión), y las segundas a la cuestión del quién cuenta y es afectado. En este punto, Fraser nos explica que se produce un deslizamiento que hace que las teorías que antes se llamaban de justicia social ahora se llamen de la justicia democrática (Fraser, N., 2008:62), es decir, el problema se traslada al escenario de la paridad participativa. Se trata, entonces, de ver si la participación se entiende de un modo consecuencial (bajo un principio sustantivo que garantice la paridad de todos los participantes) o meramente procesal (un estándar que establece la legitimidad democrática al garantizar que se exige el asentimiento y participación en los procesos deliberativos). De este modo vemos que debe enfrentarse una cuestión de carácter general: qué entendemos por democracia y en qué marco lo inscribimos. Así, las diferentes concepciones referidas a la existencia de un marco global de economía, de un Estado nacional o de una interrelación entre Estados, conforman el eje central desde donde reflexionar sobre justicia distributiva: «la estructura básica» democrática (Fraser, N., 2008:76) 1. Considero que el problema del enmarque tratado por Fraser sirve para visibilizar la preeminencia de lo político sobre lo económico y lo cultural. Ahora bien, cuando leemos a Fraser, el problema de los significados o el de la gramática que rige el pensamiento de lo político es aquello a lo que parecemos llegar una y otra vez. En el caso de Laclau, el camino aparenta ser el inverso: partiendo de un problema radical de enmarque se parece llegar a una propuesta definida en el marco westfaliano- keynesiano. Como es conocido, Laclau otorga a lo político un nivel ontológico como contrapartida del nivel óntico de la política. Así, el momento de constitución de un pueblo se corresponde con la condición de posibilidad de toda política, y la gestión, administración y absorción de los conflictos, son manifestaciones ónticas de aquél acto político fundacional (Marchart, O., 2009). Ahora bien, si la construcción teórica de Laclau resulta insuficiente para funcionar en un marco global, la de Fraser falla en el punto de dar casi por superado el momento soberanista de la política mundial. Ejemplos de lo anterior pueden verse en el éxito de propuestas políticas tales como la de Donald Trump, del Frente Nacional en Francia o del Brexit en el Reino Unido. Por esta razón, considero primordial poner en funcionamiento un dispositivo teórico que, estudiando la materialidad de los acontecimientos políticos y su relación con las esferas económicas y culturales, no desatienda la capacidad de significación de los mismos. Dicho de otra manera, un estudio que discuta la supuesta transparencia significativa de los acontecimientos políticos. Pienso que uno de los problemas cruciales en la actualidad de los estudios políticos, es el de ser permeables a la lógica mercantil dominante. Esto provoca que el análisis de hechos derive en una suerte de aceptación de los mismos. Sabemos que el planteamiento de Laclau se sitúa dentro de lo que se ha llamado posmarxismo. Esta corriente intenta un análisis de los problemas tratados por el marxismo desde una perspectiva en la que, categorías tales como clase, sujeto, dirección o marcha de la historia, etc., se desintegren bajo la acción de una mediación discursiva. De esta manera, Laclau realiza una crítica y desconstrucción del marxismo emparentándolo con nociones provenientes del
1 Nancy Fraser toma tres modelos para enfrentar esta discusión: el cosmopolitismo, el internacionalismo y el liberalismo
nacionalista.
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psicoanálisis. Las dos acciones más destacables son: en primer lugar, destacar el carácter central de la negatividad –la lucha y el antagonismo– en la estructuración de toda identidad colectiva; y, en segundo lugar, explicar la opacidad de lo social –la naturaleza ideológica de las representaciones colectivas– como un terreno en que emerge un hiato permanente entre lo real y los sentidos manifiestos de las acciones individuales y colectivas (Laclau, E., 2000:108). Esta operación teórica tiene como finalidad evitar la disolución de la opacidad social y de los antagonismos en una sociedad comunista, que desempeña el papel de superación positivista en la teoría marxista. El modo de conseguirlo es desarrollar una teoría de la Hegemonía que asuma y revele en todo momento una falta o falla respecto a la totalización de lo social (Laclau, E., 2010: 171). Actualmente, la hegemonía se encuentra en medio de una contienda académica cuyo centro es el de aceptar o rechazar tal concepto como explicativo dentro de un mundo globalizado (Beasley-Murray, J., 2010). Como ya he dicho, la teoría del populismo de Laclau parece tener como límite el Estado, es decir, resulta insuficiente para afrontar el problema del neoliberalismo de modo general. La cuestión que emerge es: ¿esta falta de alcance es exclusiva de la teoría de Laclau o, en realidad es un problema arrastrado por todos los discursos que se enfrentan a la situación mundial del capitalismo? En el resumen esquemático de la propuesta de Fraser que acabo de hacer, se evidencia que se trata de un problema general: ¿cómo se equilibran y armonizan las luchas por el reconocimiento con las de la participación?, ¿desde qué instancia, con qué gramática? Sostengo que el tipo de tratamiento general que se hace en la actualidad de la palabra populismo encubre un rechazo de la política como terreno de debate sobre estas cuestiones. En la actualidad el término populismo ha ido adquiriendo mayor notoriedad, pero no mayor poder explicativo. Si bien la obra de Laclau puso el término en el centro de los estudios políticos, la indefinición y vaguedad del término sigue siendo predominante. Así, hoy en día, a escala global, se acusa de populismo a formaciones y líderes políticos con rasgos muy diferentes e incluso opuestos (ejemplo: Le Pen y Podemos, Chávez y Trump). Esta vaguedad e indefinición sigue siendo predominantemente peyorativa. La negatividad de este adjetivo, unida a su indefinición, acaba por cristalizar en una matriz sencilla y extraña, que afirma que el populismo se construye sobre una «visión maniquea del mundo». Esta visión maniquea elaboraría un «pueblo puro» enfrentado a una «élite corrupta». Ahora bien, la misma matriz que acaba por identificar el populismo con una retórica manipuladora, es, ella misma, parte del maniqueísmo. La consecuencia de este pensamiento es que acaba por clasificar a todo discurso como populista, salvo la teoría liberal-occidental de la democracia (Foa Torres, Jorge, 2018, pág. 267). Vemos así, que la discusión acerca de quiénes cuentan, es decir la «estructura básica democrática» mencionada por Fraser, debería retornar siempre a « ¿quiénes cuentan para qué?». La tensión entre libertades individuales y los ideales de igualdad y soberanía popular (Mouffe, Ch., 2009), es el terreno desde donde la democracia suele confundirse con un consenso racional y con ello eliminar el conflicto de su interior (Mouffe, Ch., 2003:26). Es a esta eliminación a la que denomino una lucha por el significado: qué cosa es el pueblo y la democracia suele consistir en el resultado de una lucha hegemónica. La multitud y la masa han sido tratadas históricamente como algo irracional incapaz de tomar decisiones e incluso de construir sus intereses. En esta línea, se ha caracterizado a la masa tomando elementos de las identidades marginales de la sociedad: mujeres, niños, alcohólicos, locos, etc. (Laclau, 2005:52). La matriz de esta operación está dominada por la idea de una racionalidad positivista que se cristaliza en una concepción que asimila lo patológico a la mentira. Así, vemos que se instaura una significación fija de las palabras que diluye los conflictos en un reparto de lo social, o, en otros términos, una sedimentación de identidades que ocultan su
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carácter fallido. En este punto, considero que las categorías de sedimentación y reactivación son útiles para comprender la impronta desestabilizadora de la lógica populista (Laclau, 2000). Esto es, la sociedad es el resultado imposible de procesos de reactivación de elementos sedimentados, y esta reactivación no es más que la explicitación de los aspectos contingentes de toda relación sedimentada. El resultado es una teoría política que basa su funcionamiento en la aglutinación de reclamos bajo una lógica equivalencial. Esta lógica invoca elementos afectivos de la constitución identitaria, de allí la apelación a las teorías de Freud, Lacan y Joan Copjec. El líder desempeña el papel de símbolo aglutinante de una heterogeneidad de demandas insatisfechas. Se llegaría así, a construir una homogeneidad demandante de la instauración de un régimen que solvente la inclusión de una plebs bajo el rótulo de populus en un momento de crisis institucional (Laclau, 2005). De este modo, más allá de valoraciones, el populismo sirve para fomentar experiencias que subvierten el orden establecido. Esta subversión de sistemas de significación conlleva el peligro de establecer un anclaje de tipo culturalista. Cuando esto sucede, se desarrolla un discurso identitario que en lugar de politizar la cultura acaba por culturizar la política. Justamente la sustitución del paradigma de la distribución por el del reconocimiento, ocurrido a comienzos de los ochenta, fue el momento clave de este giro hacia las lógicas identitarias (Álvarez Yagüez, J., 2015:77). Esto supuso el paso de la denuncia de las relaciones de dominación y opresión inscriptas en las mismas estructuras institucionales que regulaban el paradigma distributivo, a una reificación del concepto de cultura. Así, la cultura pasa a ser definida de una manera holista, es decir, «como una totalidad» (Álvarez Yagüez, J., 2015:77-81) que se corresponde con una población, reduciendo su pluralidad interna mediante una suerte de narcisismo de las pequeñas diferencias (Álvarez Yagüez, J., 2015:81). Considero que, aunque la teoría del populismo de Laclau establece la importancia de la batalla cultural hegemónica, no incurre, al menos no necesariamente, en la cerrazón del discurso identitario recién señalado. En su pensamiento la necesidad de construir una voluntad política a partir de la asunción del antagonismo, constituye una clara apuesta por la resolución política de los conflictos y tensiones sociales. Igualmente debe señalarse que, a pesar de que los discursos identitarios tienden a cerrarse de la manera descripta, representan una base fundamental desde dónde trabajar la irrupción en el escenario político de los que no cuentan (Rancière, J., 1996/ Barros, S., 2006). En base a lo dicho, creo que el enlace de cuestiones de distribución, reconocimiento y representación debe buscarse en la gramática que regula las operaciones hegemónicas. Dicho de otra manera, la estrechez de los discursos identitarios debe articularse en un discurso rupturista que asuma el nivel ontológico del antagonismo. Debe señalarse que el antagonismo es aquello que «constituye los límites de toda objetividad —que se revela como objetivación, parcial y precaria» (Laclau-Mouffe, 2004: 169). Así, el antagonismo es explicado como la relación en la que la permanencia de una entidad se ve amenazada o imposibilitada por la existencia de otra entidad que no puede ser disuelta mediante una lógica esencialista que la integre en un proceso totalizador. Así, las lógicas identitarias quedan restringidas como elementos que deben ser articulados en una verticalidad política, abandonando la horizontalidad de las demandas, en una situación de crisis. Hoy en día, el debate entre populismo y democracia se explica como un problema de diferentes concepciones de esta última. Carlos De La Torre nos explica dos alternativas: por una parte, los que entienden la democracia como un conjunto de instituciones que garantizan el pluralismo, discuten el populismo como un fenómeno que reduce las posibilidades de mantener la pluralidad; en cambio, la concepción de la democracia con criterios sustantivos, ve al populismo como democratizador. El caso de Laclau consiste en entender el populismo como la
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alternativa a la negación de la política ejercida por el institucionalismo (De La Torre, C., 2017:54). En este sentido, la enseñanza de Laclau y su razón populista nos sirve más para situar la política en el terreno de la «falla, inadecuación o exceso» que para dar una definición última del populismo (Rinesi-Muraca, 2010:62). El vaciamiento del término democracia crece a medida que los avatares del mercado y los flujos financieros se imponen como necesarios. La diferencia es que la democracia mantiene un rasgo positivo tan marcado como el rasgo negativo del populismo. Desde esta perspectiva, la palabra democracia sufre la misma ambivalencia que la palabra pueblo (Rinesi-Muraca, 2010:63) o cultura (Wallerstein, I., 1988). Se trata de términos ambivalentes cuyo significado oscila entre el todo y una parte distinguida del resto. En varios estudios recientes sobre el populismo, esta ambivalencia de la democracia es usada para explicar el ascenso populista. Así, la crisis de representación es la causa del auge populista actual. A esa causa debe sumársele otra referida a la soberanía: «la pérdida generalizada de soberanía económica determina un desplazamiento hacia un mayor énfasis en la soberanía cultural. Ese giro hacia la cultura como sede de la soberanía nacional se manifiesta en varias formas» (Appadurai, A., 2017: p. 37). En esta perspectiva, el populismo se tacha de simple escenificación falsa de la imposible soberanía, y, en muchos casos, se lo acaba condenando por reproducir las condiciones neoliberales de la realidad (Villacañas Berlanga, J. L., 2015a; Beasley Murray, J., 2010). Lo sorprendente es que estas críticas describen la falta de soberanía económica como un problema irreversible pero, inmediatamente, critican que lo irreversible no se revierta. En medio de esto, los intelectuales que igualan las prácticas populistas con las amenazas racistas, con la corrupción o con el autoritarismo, no asumen ninguna responsabilidad respecto a la situación mundial. Como ya hemos dicho, la reactivación de luchas políticas por el reconocimiento y la participación constituye una acción que, más allá de su valoración, está en la base de la política. La dimensión rupturista del populismo defendido por Laclau, a mi entender, ha servido para ampliar muchos derechos en Latinoamérica. Aquí, podría establecerse una discusión acerca del grado de institucionalización necesario para este tipo de avances, pero tal debate está envenenado si se parte de la caracterización del populismo como una patología manipuladora de masas hipnotizadas (Villacañas Berlanga, J. L., 2015). Por esta razón, considero que la manera en que se entienda el contexto en que se producen las operaciones hegemónicas es clave para poder dilucidar las críticas hechas al populismo. En este sentido, entender que nos encontramos en un contexto globalizado, dominado por el capitalismo, es importante. Ya hemos visto los problemas que acarreaba en el modelo de Fraser la discusión sobre quiénes cuentan y cómo se consigue contar. En la teoría de Laclau, basada en la articulación de demandas bajo un significante vacío, el problema está justamente en delimitar la arena política, ya que, sin ese límite, todo el sistema se diseminaría en una cadena de diferencias que harían imposible la conformación de cualquier frontera de antagonismo. El anclaje que utiliza Laclau es el del punto nodal. Así, mediante el vaciamiento de un significante que asume la totalidad de diferencias y logra articularlas en una lógica equivalencial, esa totalidad imposible que es lo social, adquiere una determinación que posibilita la significación. En este terreno, el discurso psicoanalítico es fundamental para desarrollar la diferencia clave entre «nombrar» un líder y la simple «determinación conceptual» de lo que un líder es y significa. Así, Laclau tomará los elementos concernientes al carácter retroactivo del deseo en relación al «objeto a» de Lacan y «la madre primordial» (Nebemensch) y «la cosa» (Das Ding) de Freud. Con ello, se pone de relieve una «brecha en el orden del significante», surgida de la imposibilidad de traducción de un «algo» incluido en la «madre primordial», por parte de la
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representación. Esta brecha, entendida como una distancia entre cosa y pensamiento, es interpretada por Lacan como «vacío del ser». Correlativamente, el objeto parcial, en lugar de evocar una totalidad, lo que hace es actuar como el «nombre» de esa totalidad (Laclau, 2005: 143- 149). La caracterización del discurso capitalista hecha por Lacan y tomada por Jorge Alemán pone en funcionamiento estos elementos de la teoría laclauiana explicitando la importancia de los límites en el orden político. El discurso capitalista se caracteriza fundamentalmente por auto-propulsarse desde el interior de forma ilimitada, de manera tal que no conoce crisis por más que haya catástrofes sociales, ni conoce ningún límite que pueda verdaderamente interrumpir lo que Lacan considera el movimiento circular del Capitalismo (Alemán, J., 2016:33). Aquí vemos que el problema respecto a la inserción de todo lo objetivable dentro del flujo de la mercancía es justamente el que incide en la batalla por la significación a la que hacíamos referencia. Jorge Alemán, establece dos órdenes simbólicos del lenguaje: el primero, se da en el nivel ontológico y es constitutivo del sujeto; y, el segundo, se da en el desarrollo socio- histórico, siendo así objeto de transformaciones epocales. El neoliberalismo consiste en un régimen histórico que pretende alcanzar la primera dependencia simbólica, intentando afectar así la estructura misma del sujeto (Alemán, J., 2016:14). De esta manera, la potencia del capitalismo, «capaz de poner en crisis a todas las estructuras que hasta ahora simulaban su regulación» (Alemán, J., 2009:51), es la que debe estudiarse como obstáculo de lo político. A lo largo de toda la exposición me he referido constantemente al problema de situar al populismo como la parte irracional de la política. La caracterización de la técnica como complemento del capitalismo en su proceso de deshistorización y desimbolización (Alemán, J., 2016:21-22), deja claro que es el discurso técnico de los expertos aquello contra lo que dirijo mi ataque. La técnica desplaza el saber científico e instaura lo ilimitado y lo disponible como estructuras de toda la realidad. En su seno, todo lo que «es», está disponible o está en vías de volverse disponible (Alemán, J., 2009: 51). Así, lo que se promueve es una racionalidad que, en su análisis de la población, en lugar de pensar en sujetos, piensa en cosas a ser gestionadas (Alemán, J., 2016:37). Desde la perspectiva de la técnica, las decisiones en materia política dependen justamente de este tipo de construcción conceptual elaborada por los expertos: las acciones políticas se desprenden de una suerte de realidad objetiva siempre disponible por los medios técnicos. Todo esto lleva a Alemán a distinguir entre Poder y Hegemonía e insistir en la diferencia entre sujeto y subjetividad. La primera distinción se enfoca a recuperar la visión de la política como una operación precaria de sutura, es decir como una forma de articulación que se sustrae al orden de lo necesario. La segunda nos previene acerca de la potencialidad de producción de subjetividades del neoliberalismo, recordando que el sujeto (mortal, sexuado y hablante) es aquello que no puede ser nunca representado exhaustivamente porque su dependencia estructural al lenguaje hace imposible cualquier totalización de su identidad (Alemán, J., 2016: 15). Es decir, el sujeto es algo que aún no pertenece al orden de la producción ni de la mercancía. Lo político comienza cuando los expertos no tienen nada que decir, porque ellos han estado solo presentes y han sido llamados a servicio para suturar la brecha del antagonismo social. (…) lo político y el pueblo como sujeto, emergen cuando tiene lugar una práctica instituyente cuyo principio es radicalmente distinto al encuadramiento técnico y objetivo de los expertos. La práctica instituyente del pueblo es la acción colectiva por parte de aquellos que han quedado fuera en el cálculo de los expertos (Alemán, J., 2016:38). Como ya se ha dicho, el populismo sigue siendo un término atacado desde izquierda y derecha, pero especialmente desde un tecnicismo que se disfraza de racionalidad. Por mi parte, no encuentro forma política actual que sirva más para intentar subvertir el orden desigual vigente, especialmente en Latinoamérica. Considero que todo el esfuerzo del discurso técnico desemboca
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en la idea de la política como un conjunto de procedimientos muy alejado de cualquier voluntad del orden de los sujetos. Cualquier decisión que interrumpa el circuito de esta transparencia procedimental pasa a valorarse como síntoma de una enfermedad. El desenvolvimiento de este esquema hace que cualquier práctica rupturista acabe por significar algo similar a la irracionalidad. Con esto, no quiero defender un modelo soberanista de poder, sino reivindicar la política como instancia desde donde reestructurar las relaciones sociales sustrayéndolas de la lógica mercantil. Pensar la política desde una perspectiva constructivista es susceptible de acabar diluyendo lo real en un discurso voluntarista. Creo que este peligro es el que ha justificado la ola de desconfianza y ataques contra la teoría de por Laclau. Sin embargo, el pensamiento parece concentrarse más en la denostación de las prácticas inclusivas que en la de las que reproducen la desigualdad y la injusticia. Así, el avance de técnicas de marketing en el terreno académico, la mercantilización del conocimiento, la medición de resultados mediante índices de impactos, la proliferación de nociones como capital social y capital humano y la vertiginosa expansión de mediatizaciones en todos los niveles de las relaciones humanas no son vistas como un gran peligro por quienes denuncian la manipulación de las masas por los líderes populistas. Finalmente, pienso que la posibilidad de construir identidades políticas emancipatorias en un contexto global depende, en gran medida, de la asunción de un modelo que permita reconocer la construcción del pueblo como una operación política. Dicho de otra manera, si no se recupera la idea de que la constitución de un pueblo depende de una operación signada por la precariedad propia de la representación de una totalidad imposible, cualquier pretensión emancipatoria será subsumida en un marco que, al integrarla en un orden superior, acabará por desintegrarla. La dependencia simbólica de los sujetos al lenguaje da cuenta justamente de que cualquier identidad política, si no se trata de una totalización, consistirá en una identidad precaria y fallida. En la actualidad Argentina la estigmatización del populismo como una práctica política falsa ha obtenido el resultado esperado. Una vez que se identificó el kirchnerismo como ascenso de las pasiones de la masa al poder, se produjo una elaboración discursiva que esgrimía la administración económica como respuesta racional. Como hemos señalado, esta racionalidad es una fachada que nace del discurso de expertos y, en este caso acaba por deslizar el significado de la modernización hacia el de occidentalización. La evidencia de que se trata de un deslizamiento de significado son varias: mientras se apela al republicanismo, se promueve una economía privatista; mientras se habla de la liberalización económica se interviene estatalmente para intentar paliar los efectos de los flujos financieros; etc. El mismo macrismo puede verse como un discurso demagógico que explota el sentimiento de esperanza. Lo que más me interesa destacar de la actualidad argentina es que, si bien el marketing político del macrismo podría integrarse en esa ambigüedad mediática que hemos tratado de combatir en esta exposición (y esto es responsabilidad, quizás, de la sinonimia entre política, populismo y hegemonía defendida por Laclau), no podemos decir lo mismo de su lógica participativa: parece evidente que el pueblo solamente está para votar y absorber los consejos de los expertos. En este sentido, es importante destacar que la lógica que se impone es la de que la gente excluida, simplemente sobra, y, las medidas tomadas son las únicas que pueden ser tomadas. Si a lo anterior le sumamos la denigración de los derechos humanos vemos que ni siquiera en una lógica internacionalista de corte liberal puede funcionar como política: se trata de una negación lisa y llana de la política. Esta negación de la política está construyendo una matriz que va ganando terreno globalmente: la judicialización de la política. Bajo mi punto de vista, la eficacia del juego democrático depende del reconocimiento de la importancia del proceso mediante el cual se define el escenario de quiénes son los que participan. Sin estos elementos, el contexto global se diluye en una suerte de transparencia
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ilimitada cuya lógica se circunscribe a una racionalidad técnica. Así, la disputa política por el significado debe estar siempre atenta al tipo de lógica de la que se parte al establecer el marco y la escala en que se da la discusión, como también al reconocimiento de que la tentación de la uniformidad homogénea de los significados, en lugar de constituir el éxito del proyecto político, es su carta de defunción.
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