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La violencia rural y el crecimiento urbano son dos variables que en Colombia están
fuertemente relacionadas. Las teorías más optimistas sobre el poblamiento de las ciudades
(como en el caso de Glazer) reconocen el papel de la migración como un elemento clave
del proceso, sin embargo ignoran muchas veces las causas que han llevado al poblador rural
a abandonar sus tierras e ir a habitar un territorio de desconocidos. Tal concepción otorga
una explicación superficial del fenómeno, donde aspectos como la identidad del migrante
rural se ven fuertemente opacados. Al llegar a la ciudad los campesinos no pierden sus
recuerdos, sus formas de organización tanto familiar como laboral, no abandonan sus
costumbres, sino que por el contrario buscan a partir de estas incorporarse a la ciudad. En
este escrito quiero desarrollar la idea de que existe una extensión y conservación de las
formas de identidad y de producción rural al momento en que el migrante se instala en la
ciudad. Para esto, tomaré como base de análisis el documental chircales producido por
Marta Rodríguez y Jorge Silva en la década del 70.
Muchos migrantes llegan a Bogotá para ejercer trabajos de todo tipo, en la mayoría
de los casos relacionados a tareas que directa o indirectamente tienen que ver con su pasado
rural. La elaboración de ladrillo artesanal en latifundios urbanos es muestra de ello. Esta
forma de trabajo muestra elementos interesantes de la estructura de producción campesina
desarrollados en la ciudad. Los chircales, como bien fueron documentados por Rodríguez y
Silva en el valle del rio río Tunjuelo al sur de Bogotá, operan a partir de categorías y roles
como los de terrateniente, arrendatario y trabajador asalariado. Este último representa la
unidad económica de producción la cual se desarrolla a través del trabajo familiar entre
padre, madre e hijos.
El documental no muestra
solamente aspectos relacionados a la
producción, sino que destaca otros
elementos como condiciones religiosas,
políticas y sociales de los protagonistas.
Los rituales religiosos y los
sacramentos tienen en estas personas
una profunda importancia. La primera
comunión de Leonor da muestra de
ello, recordando las palabras de Fals
Borda al describir tal momento en la
vida del campesino saucita:
Para el gran día de la primera comunión y como recompensa bien merecida, el niño es
obsequiado con ropa nueva, cirios, flores, breviarios y todos los elementos necesarios para
la ceremonia, convirtiéndose así por un momento en el miembro más importante de la
familia (2017, p. 217).
El Compadrazgo es otro elemento presente en la vida del alfarero fabricante de
ladrillos. Este aspecto no solo se encuentra latente en el aspecto productivo, sino también
en el religioso y familiar. En el documental Chircales no se enfatiza con tanta claridad, sin
embargo en el antiguo chircal del parque entre nubes en Usme se tienen registros de que
parte de los ladrillos producidos eran comprados o dados en forma de pago a los alfareros
para la construcción de sus viviendas en lo que hoy son los barrios altos de Usme (Silva,
1999). El proceso de la autoconstrucción de las viviendas es un hecho que vincula en un
objetivo común a las diferentes familias y miembros de la comunidad, construyendo una
red de apoyo mutuo principalmente en las tareas de interés colectivo.
Los “fatales ciclos de la violencia del pasado” (Fals, 2005) alzan la cabeza y se
identifican cuando el campesino a través de un acto de resistencia conserva sus tradiciones
y mantiene unido el vínculo que tiene con la naturaleza en medio del entorno urbano. Los
barrios donde habitaron las familias que trabajaron en los chircales se encuentran en
muchos casos en conexión directa con la naturaleza. Los chircales tomados como referencia
en este trabajo se encuentran en el límite de la ciudad, lo que algunos autores denominan
como continuum rural-urbano. La conexión con el páramo de Cruz Verde, con municipios
como Chipaque y Une o con el mismo Sumapaz facilita las condiciones para que se
conserve la identidad campesina de muchos migrantes rurales.
El desarrollo de la agricultura urbana por parte de los pobladores urbanos originarios del
campo, muestra una lucha entre la identidad campesina y la vida en la ciudad y que
revaloriza la agricultura como fuente de autonomía, búsqueda que persiste en tiempos de
destierro, como una autoafirmación de sus identidades añoradas (2010, p. 9).
Guzmán, G., Fals, O., & Umaña, E. (2005). La violencia en Colombia. Tomo I.
Bogotá: Santillana Editores.