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“El Padre mismo te ama”

Malaquías 1:2
“Yo os he amado, dice Jehová; y dijisteis: ¿En qué nos amaste?
Como los Israelitas, algunas veces nosotros también enfrentamos el tema del amor de Dios con algunas dudas
o sospechas. Algunos de nosotros pensamos “si el Señor verdaderamente me ha amado hubiera respondido
mi oración o no hubiera permitido que esto o aquello me pasara”. Si algunas expectaciones personales no se
cumplen luego esto puede que tenga un impacto negativo en la forma en que algunas personas ven a Dios y
Su amor. Sin embargo, independientemente de la opinión que la gente pueda tener es la opinión de Dios, como
está en las Escrituras, es que es la verdad y la única que realmente importa. Es precisamente esa opinión la
que hoy queremos estudiar.

1. “Este es el amor de Dios que se ha manifestado a nosotros”

La Palabra de Dios, la única verdad, contiene muchos pasajes que ponen en claro el amor que Dios tiene para
nosotros así que empezando en 1 de Juan 4:8-10 leemos:

“DIOS ES AMOR”
La mera definición de Dios es: AMOR. Y continuando:
“En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para
que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos
amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.”

La mera definición de Dios es: amor y este amor lo ha demostrado de la forma más abierta y clara: aunque
nosotros no lo amamos, Él nos amó y dio a Su único hijo en propiciación por nuestros pecados. Hoy podemos
tener relación con Él, y esto se hizo posible solo por Su amor con el cual ni si quiera negó a Su Hijo para hacer
esto posible.

Continuando, en la misma epístola:

1 Juan 3:16
“En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros”
El amor de Dios no es ni teorético ni retórico. ¡Es real! Costó la Sangre de Jesucristo, el Hijo de Dios sin pecado.
Esa sangre se derramó por ti, por mí y cualquiera en esta tierra. Como El Señor dijo en otro punto:

Juan 15:13
“Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos.”

Sin embargo, El Señor no hizo solamente esto. No ofreció Su vida por la gente que ya era amiga de Dios. Fue
más allá de eso: lo hizo por la gente “que aún era pecadora”. Como leemos en Romanos 5:

Romanos 5:5-11
“y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu
Santo que nos fue dado. Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos.
Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas
Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues
mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira. Porque si siendo
enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados,
seremos salvos por su vida. Y No sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro
Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación.”

Se necesita mucho amor para morir por un buen hombre. Muy pocos lo harían. Imagínate qué tanto amor se
necesita para morir por pecadores e impíos. Y eso es exactamente lo que Dios hizo a través del sacrificio de
Su Hijo. Se dio así mismo por nosotros, pecadores, a quienes como quiera amó. Como también leemos en
Efesios 2:
Efesios 2:1-7
“Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis
en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu
que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo
en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por
naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor
con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por
gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares
celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia
en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.”

Somos salvos por fe pero la razón no es nuestro valor u obras sino que Dios nos amó. Estamos sentados en
los lugares celestiales y no es por nuestro buen carácter o valor sino porque Dios nos amó. Ya no somos hijos
de ira sino hijos amados y la razón es porque Dios nos amó.

Juan 3:16
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree,
no se pierda, mas tenga vida eterna.”

Y 2 Corintios 5 dice:
2 Corintios 5:14-15, 18-21
“Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y
por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. Y
todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la
reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los
hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores
en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos
con Dios. Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia
de Dios en él.”

Dios no nos salvó porque tenía algún beneficio con nosotros, porque éramos “gente buena”. Éramos hijos de
ira, muertos en pecados y delitos. Aun así Él quiso hacernos sus amigos, reconciliarnos con Él mismo, porque
nos amó. “Como si Dios rogase por nosotros” es la frase que la Palabra usa. Dios ama al hombre y ruega por
él para que se reconcilie con Él. “Al que no conoció pecado, (el Señor Jesucristo) por nosotros lo hizo pecado,
para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.”

2. “El que no escatimó a Su propio Hijo”


Los pasajes de la Palabra que demuestran el amor de Dios no terminan en lo anterior.
Continuando en Romanos 8 leemos:

Romanos 8:28-39
“Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son
llamados. Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su
Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que
llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó. ¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por
nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo
no nos dará también con él todas las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es
el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el
que también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o
hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; Somos
contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos
amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo
por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús
Señor nuestro”

¿Quién nos separará del amor de Cristo? No hay nada, ni cosa creada que pueda separarnos del amor de Dios. Ahora
Él nos ama con el amor más cálido. Como dice en Efesios 3:
Efesios 3:16-19
“Para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu;
para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis
plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la
altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud
de Dios.”

La dimensión del amor de Cristo para con nosotros es realmente sin medida. SU AMOR POR NOSOTROS, POR TI
PERSONALMENTE, SOBRE PASA TODO ENTENDIMIENTO.

3. "Mirad cuál amor nos ha dado El Padre”


Continuando en 1 Juan 3:1 leemos:

1 Juan 3:1
“Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque
no le conoció a Él.”
Somos Hijos de Dios. Somos de Su casa (Efesios 2:19), miembros de Su propia familia. Si crees en el Señor Jesucristo y
Su resurrección de los muertos (Romanos 10:9) entonces Dios es tú Padre. “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para
que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a Él.” De muerte, a nacidos
de nuevo. De hijos de ira, a hijos amados, que nada los puede separar de Su amor. Sí, ahora hablándole al Señor puedes
usar el nuevo término que Su amor nos hizo posible y legítimo para que pudiéramos usar: llamarlo PADRE.

4. "¿Qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina?”


Continuando, en Hebreos 12 leemos:

Hebreos 12:5-10
“y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío, no menosprecies la disciplina del
Señor, Ni desmayes cuando eres reprendido por Él; Porque el Señor al que ama, disciplina, Y azota a todo el que recibe
por hijo. Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina?
Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos. Por otra parte,
tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor
al Padre de los espíritus, y viviremos? Y aquéllos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía,
pero éste para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad.”

Si no fuéramos parte de la familia de Dios no habría disciplina del Padre. Sin embargo, pertenecemos a Su casa. Somos
Sus hijos, Su familia, y como Padre de esa familia es responsable de nuestra disciplina. Su amor es el que lo motiva a
hacer esto, el que soporta la disciplina es amado y eso es bueno para nosotros, “para que participemos de Su Santidad”.

5. "El Padre mismo te ama”


Finalmente, vamos al Evangelio de Juan al pasaje del cuál obtuvimos el título de este artículo. Ahí leemos:

Juan 16:27
“pues el Padre mismo os ama, porque vosotros me habéis amado, y habéis creído que yo salí de Dios.”

Y Juan 14:21-23
“El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre,
y yo le amaré, y me manifestaré a él. Le dijo Judas (no el Iscariote): Señor, ¿cómo es que te manifestarás a
nosotros, y no al mundo? Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y
vendremos a él, y haremos morada con él.”

Si crees en el Señor Jesucristo, el amor de Dios ha sido derramado en tú corazón por el Espíritu Santo (Romanos 5:5).

AHORA. Como vimos:


- No hay nada que pueda separarnos de Su amor. (Romanos 8:38-39)
- Te amó aunque aún estabas muerto en pecados y delitos. (Efesios 2:4-6)
- Te ama con amor que sobrepasa todo entendimiento. (Efesios 3:19)
- Con amor que fue más allá hasta dar a Su único Hijo por ti. (Juan 3:16 y muchos otros pasajes)
- Con amor con el que te hizo Su hijo (1 Juan 3:1)
- Con amor al que le importa y no le es indiferente cuando necesitas disciplina (Hebreos 12:6)
Dios te amó con el amor más cálido que un Padre podía tener por sus hijos, Él te ama AHORA.
Obediencia a Dios
En este artículo reflexionaremos acerca del tema de la obediencia. Para
empezar, vamos a ir a Romanos 6:15-18 que dice:

Romanos 6:15-18
“¿Qué, pues? ¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? En
ninguna manera. ¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para
obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para
muerte, o sea de la obediencia para justicia? Pero gracias a Dios, que aunque
erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de
doctrina a la cual fuisteis entregados; y libertados del pecado, vinisteis a ser
siervos de la justicia.”

De acuerdo a este pasaje, uno es siervo de aquel a quien se obedece, con


dos posibilidades disponibles: ya sea, obedeciendo al pecado, siendo esclavo del
pecado o obedecer de corazón a Dios y Su doctrina, siendo siervo de la justicia.
En otras palabras, no importa qué tan activos estemos en actividades religiosas,
lo que importa es qué tan OBEDIENTES le somos a Él; porque es nuestra
obediencia y al que obedecemos lo que determina al que en realidad servimos.
Como en Santiago 4:7-8 dice:

Santiago 4: 7-8
“Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros. Acercaos a Dios,
y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble
ánimo, purificad vuestros corazones.”

Necesitamos acercarnos a Dios, para que Él se acerque a nosotros. No


podemos servirle a distancia, sin conocerle. Solo podemos servir al que
obedecemos y a quien nos sometemos. Como dice en Filipenses 2:5-11

Filipenses 2:5-11
“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual,
siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse,
sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los
hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí
mismo,haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios
también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre,
para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los
cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo
es el Señor, para gloria de Dios Padre.”

El mismo sentir que estaba en Jesucristo este también en nosotros. ¿Cuál es


ese sentir? EL OBEDECER A DIOS, EL SENTIR DE QUE OBEDECIENDO A DIOS NI
SIQUIERA SE NEGÓ A MORIR EN LA CRUZ. Ese era el sentir en Getsemaní:

Mateo 26:36-39, 42
“Entonces llegó Jesús con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus
discípulos: Sentaos aquí, entre tanto que voy allí y oro. Y tomando a Pedro, y a
los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran
manera. Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte;
quedaos aquí, y velad conmigo. Yendo un poco adelante, se postró sobre su
rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero
no sea como yo quiero, sino como tú. Otra vez fue, y oró por segunda vez,
diciendo: Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba,
hágase tu voluntad.”

El sentir de Jesucristo, la actitud de obedecer a Dios, era “NO SEA COMO YO


QUIERO SINO COMO TÚ” Ese es el sentir que nos dice la Palabra de Dios que
debemos de tener. No como nosotros queramos, sino como Dios quiere. Es fácil
ser obediente cuando todo va por el camino que queremos. Cuando Dios nos da
el deseo de nuestro corazón, lo recibimos con mucha alegría. Sin embargo, ¿qué
hacemos cuando las cosas no suceden así? ¿Cómo reaccionamos cuando los
planes del Señor parecen diferir de los nuestros? Ahí está la diferencia entre el
ser obediente y desobediente. En tiempos felices, ambos reaccionarán igual. La
felicidad, no es lo que causa la caída de la gente de la segunda categoría de la
parábola del sembrador. De lo contrario, como Jesús dijo: “reciben la Palabra
CON GOZO” (Lucas 8:13). Pero este no perdura. En la primer tribulación, caen
(Mateo 13:21, Lucas 8:13). Cuando lo que Dios quiere para nosotros no es lo que
nosotros quisiéramos, la voluntad desobediente huirá, mientras que la
obediente permanecerá, diciendo: “si no….. hágase tu voluntad”.

1. La obediencia a Dios es mejor que el sacrificio

En 1 de Samuel viene una historia bien conocida: la historia del


levantamiento y caída de Saúl en el pueblo de Israel. Saúl fue escogido por Dios
para ser el primer rey de Israel. En el principio, era humilde. De hecho, en el día
de su proclamación como rey de Israel se escondía de la gente (1 Samuel 10:22).
Sin embargo, su humildad no duró mucho. Pronto se convirtió en orgullo y
precipitación por actuar conducido por el pueblo, en lugar de someterse al Señor.
En 1 de Samuel 13 vemos su primera rebelión: Saúl y el pueblo esperaron a que
Samuel viniera para el sacrificio, mientras que los filisteos estaban listos para
pelear al otro lado. Samuel llegó tarde. Viendo esto, Saúl hizo lo que no debió
haber hecho: ofreció él mismo el sacrificio. El obediente espera a Dios y guarda
Sus mandamientos, no importándole lo que cueste. Por otra parte, el
desobediente es obediente mientras las cosas marchen bien. No obstante,
cuando las cosas cambian, entonces las toma en sus propias manos haciendo lo
que a su propio juicio considera pertinente. Piensa que ha esperado mucho y que
al final del día tiene que hacer algo. Samuel llegó exactamente cuando Saúl había
terminado el sacrificio. Sin embargo, no le traía buenas noticias.

1 de Samuel 13:13-14
“Entonces Samuel dijo a Saúl: Locamente has hecho; no guardaste el
mandamiento de Jehová tu Dios que él te había ordenado; pues ahora Jehová
hubiera confirmado tu reino sobre Israel para siempre. Mas ahora tu reino no
será duradero. Jehová se ha buscado un varón conforme a su corazón, al cual
Jehová ha designado para que sea príncipe sobre su pueblo, por cuanto tú no has
guardado lo que Jehová te mandó.”
Probablemente, ese fue la prueba crítica de Saúl. Si la pasaba, si obedecía al
Señor y su mandamiento, su reino sería establecido. Pero como no obedeció, su
reino se iba a perder. Como Samuel le dijo: “pues ahora Jehová hubiera
confirmado tu reino sobre Israel para siempre. Mas ahora tu reino no será
duradero”. Obviamente, Saúl no pasó la prueba de obediencia a Dios. Cuando vio
que Samuel no llegaba, abandonó el mandamiento del Señor para hacer lo suyo.
Después lo vemos repitiendo el mismo pecado. En 1 de Samuel 15:1-3 leemos:

1 de Samuel 15:1-3
“Después Samuel dijo a Saúl: Jehová me envió a que te ungiese por rey sobre su
pueblo Israel; ahora, pues, está atento a las palabras de Jehová. Así ha dicho
Jehová de los ejércitos: Yo castigaré lo que hizo Amalec a Israel al oponérsele en
el camino cuando subía de Egipto. Ve, pues, y hiere a Amalec, y destruye todo lo
que tiene, y no te apiades de él; mata a hombres, mujeres, niños, y aun los de
pecho, vacas, ovejas, camellos y asnos.”

Dios le ordenó a Saúl que destruyera a Amalec completamente. Los versos


7-9 nos dicen lo que finalmente hizo:

1 de Samuel 15:7-9
“Y Saúl derrotó a los amalecitas desde Havila hasta llegar a Shur, que está al
oriente de Egipto. Y tomó vivo a Agag rey de Amalec, pero a todo el pueblo mató
a filo de espada. Y Saúl y el pueblo perdonaron a Agag, y a lo mejor de las ovejas
y del ganado mayor, de los animales engordados, de los carneros y de todo lo
bueno, y no lo quisieron destruir; mas todo lo que era vil y despreciable
destruyeron.”

A pesar del hecho de que Dios le había dicho muy claro a Saúl que tenía que
destruir completamente a Amalec, no llevó a cabo Su mandamiento, o más
precisamente, lo ejecutó solamente hasta el punto donde mejor le parecía a él y
al pueblo. Así que destruyeron lo que les parecía más despreciable, pero salvaron
LO QUE CONSIDERARON MÁS CONVENIENTE. Sin embargo, eso no es obedecer.
Obedecer a Dios no significa el hacer Su voluntad parcialmente, hasta el grado
donde te guste más. Sino que es hacer lo que Dios te ha ordenado exacta y
completamente. Como en Jeremías 47:10 dice:

Jeremías 48:10
“¡Maldito el que sea negligente para realizar el trabajo del Señor!”

Obediencia es hacer lo que Dios te ha ordenado, ya sea a través de Su


Palabra escrita o como en el caso de Saúl, mediante revelación. El llegar al grado
de hacer algo que Dios no ha dicho, nos hace desobedientes, aunque eso que
hagamos sea en el nombre del Señor. El Señor no quiere que nos ocupemos en
hacer nuestras cosas para Él. Mas bien, quiere que seamos siervos OBEDIENTES,
trabajando EXACTAMENTE en lo que nos ha ordenado hacer. Saúl y su gente
hicieron el trabajo del Señor negligentemente. De acuerdo a él, no tenían malas
intenciones. Como dijo después: “Mas el pueblo tomó del botín ovejas y vacas,
las primicias del anatema, para ofrecer sacrificios a Jehová tu Dios en Gilgal.” (1
Samuel 15:21). El pueblo quería hacer sacrificios, PERO NO QUERÍAN OBEDECER.
Como Samuel dijo:

1 de Samuel 15:22-23
“Samuel respondió: ¿Qué le agrada más al Señor: que se le ofrezcan holocaustos
y sacrificios, o que se obedezca lo que él dice? El obedecer vale más que el
sacrificio, y el prestar atención, más que la grasa de carneros. La rebeldía es tan
grave como la adivinación, y la arrogancia, como el pecado de la idolatría. Y como
tú has rechazado la palabra del Señor, él te ha rechazado como rey.”

No importa cuántos sacrificios hagas para el Señor. Lo que importa es qué


tan OBEDIENTE eres. Los sacrificios agradables a Él son solo los que Él mismo ha
ordenado. El servicio genuino solo puede ser el QUE EL SEÑOR HA ORDENADO.
Todo lo demás, aunque este hecho en Su nombre, es desobediencia, una acción
dirigida por la vieja naturaleza bajo la apariencia de la nueva. Como Jesucristo
dijo:
Juan 7:16-18
“Jesús les respondió y dijo: Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió. El
que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo
hablo por mi propia cuenta. El que habla por su propia cuenta, su propia gloria
busca; pero el que busca la gloria del que le envió, éste es verdadero, y no hay
en él injusticia.”

Saúl buscaba agradar a los hombres. Les daba más importancia a ellos y a su
opinión que a la opinión de Dios. Después, cuando admitió su pecado, lo que
tenía miedo de perder no era su relación con Dios sino su honor frente al pueblo:
“Luego [Saúl] dijo: “He pecado; hónrenme ahora, por favor, ante los ancianos de
mi pueblo y ante Israel, y vuelvan conmigo…” David, el sucesor de Saúl, también
cometió adulterio y asesinato. Sin embargo, cuando Natán lo confrontó (2
Samuel 12:1-14), lo que le preocupaba, no era su trono sino su relación con Dios
(Salmo 51). Es por eso que David, buscando la restauración de su relación con
Dios, fue perdonado, mientras que Saúl buscando restauración del trono, fue
rechazado.

2. El ejemplo de Abraham

Un ejemplo totalmente contrario al de Saúl es el ejemplo de Abraham.


Probablemente ya nos sabemos la historia de Abraham e Isaac. Isaac era el único
hijo de Abraham y Sara; era también el hijo que Dios les había prometido tener
y el cual habían esperado por años. Sin embargo, un día Dios le ordenó a
Abraham que sacrificara a Isaac:

Génesis 22:1-2
“Aconteció después de estas cosas, que probó Dios a Abraham, y le dijo:
Abraham. Y él respondió: Heme aquí. Y dijo: Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac,
a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno
de los montes que yo te diré.”
Dios sabía muy bien cuánto amaba Abraham a Isaac. Sabía que el era el “hijo
que amaba”. Después de todo, había sido Dios quien se lo había dado. Sin
embargo, ¿A caso amó Abraham a Isaac, la bendición de Dios, más que a Dios
mismo? Teniendo que escoger entre los dos, ¿qué escogería realmente? ¿Se
sometería a Dios, incluso si eso implicara un enorme costo personal? o como Saúl
¿se rebelaría haciendo lo que él quería? Volteando esta pregunta a nosotros:
¿Seguimos realmente a Dios porque queremos conocerle y porque queremos
estar con él? o ¿le seguimos solo por Sus bendiciones, por los “Isaacs” que nos
ha dado? o ¿qué esperamos que nos de? ¿Qué haríamos? si como en el caso de
Abraham lo que fuéramos llamados a poner en el altar, fuera la bendición más
grande que Dios no haya dado o que esperamos que nos de, cualquier cosa que
ésta sea. ¿Lo haríamos? Aunque hay incontables bendiciones del Señor, por
supuesto que esas no son el foco de nuestra relación con Él. Más bien, el centro
debería ser el conocerlo íntimamente y a su maravilloso Hijo el Señor
Jesucristo.Como Pablo dijo:

Filipenses 3:8-15
“Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del
conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo,
y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi
propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que
es de Dios por la fe; a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la
participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte,
si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos.”

TODO, aun la bendición más grande de este mundo no es más que basura
en comparación con la EXCELENCIA del conocimiento del Señor Jesucristo.
Regresando a Abraham, veamos lo que hizo finalmente:

Génesis 22:3-10
“Y Abraham se levantó muy de mañana, y enalbardó su asno, y tomó consigo dos
siervos suyos, y a Isaac su hijo; y cortó leña para el holocausto, y se levantó, y fue
al lugar que Dios le dijo. Al tercer día alzó Abraham sus ojos, y vio el lugar de
lejos. Entonces dijo Abraham a sus siervos: Esperad aquí con el asno, y yo y el
muchacho iremos hasta allí y adoraremos, y volveremos a vosotros. Y tomó
Abraham la leña del holocausto, y la puso sobre Isaac su hijo, y él tomó en su
mano el fuego y el cuchillo; y fueron ambos juntos. Entonces habló Isaac a
Abraham su padre, y dijo: Padre mío. Y él respondió: Heme aquí, mi hijo. Y él dijo:
He aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto? Y
respondió Abraham: Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío. E
iban juntos. Y cuando llegaron al lugar que Dios le había dicho, edificó allí
Abraham un altar, y compuso la leña, y ató a Isaac su hijo, y lo puso en el altar
sobre la leña. Y extendió Abraham su mano y tomó el cuchillo para degollar a su
hijo.”

Abraham siguió exactamente lo que el Señor le había dicho, ciertamente no


era lo más grato de esta vida. Él, así como también otros hombres de la Biblia, no
eran robots que hacían la voluntad de Dios mecánicamente, sino que eran como
nosotros, seres de libre voluntad que por sí mismos escogerían someterse a Dios.
Su obediencia no era robótica sino “DE CORAZÓN”. Esa es la única obediencia de
la cual habla la Palabra de Dios. Dios no quería robots, hombres que hicieran
mecánicamente lo que él decía, sin que pusieran el corazón en ello. Más bien,
quería que la gente LO AMARA CON TODO SU CORAZÓN, ALMA, Y FUERZA
(Marcos 12:30). Quería seres de libre voluntad que decidieran “DE CORAZÓN” el
someterse por sí mismos a Él. Regresando a Abraham, siguió la Palabra de Dios a
pesar del hecho de que implicaba la pérdida de su propio hijo. Luego, cuando
llegó al punto más crítico, el Señor interfirió:

Génesis 22:11-12, 15-18


“Entonces el ángel de Jehová le dio voces desde el cielo, y dijo: Abraham,
Abraham. Y él respondió: Heme aquí. Y dijo: No extiendas tu mano sobre el
muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no
me rehusaste tu hijo, tu único. …Y llamó el ángel de Jehová a Abraham por
segunda vez desde el cielo, y dijo: Por mí mismo he jurado, dice Jehová, que por
cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo; de cierto te
bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la
arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus
enemigos. En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por
cuanto obedeciste a mi voz.”

El propósito de la prueba era el demostrar si Abraham obedecería a Dios,


aún si eso implicaba el sacrificio de su bendición. Ambos, Saúl y Abraham fueron
bendecidos por Dios. Uno fue hecho el primer rey de Israel, el otro tuvo la
promesa de que en su simiente todas las naciones serían bendecidas. Sin
embargo, había una gran diferencia entre ellos. La diferencia era que el primero
iba tras las bendiciones de Dios, lo cual lo condujo a desobediencia y a su caída.
Por otro lado, el último iba tras EL QUE BENDICE, devolviéndole al final a su hijo,
junto con la confirmación de las bendiciones para él y su simiente.

Conclusión

En el tema anterior examinamos la obediencia a Dios. Aunque este trabajo


de ninguna manera fue cansado, espero que haya aclarado la importancia de esta
materia. Como dice en Miqueas 6:6-8:

Miqueas 6:6-8
“¿Con qué me presentaré ante Jehová, y adoraré al Dios Altísimo? ¿Me
presentaré ante él con holocaustos, con becerros de un año? ¿Se agradará
Jehová de millares de carneros, o de diez mil arroyos de aceite? ¿Daré mi
primogénito por mi rebelión, el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma?
Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti:
solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios.”

Todo lo que Dios quiere que hagamos es obrar justamente, amar la


misericordia y el caminar humildemente con Él. Humillémonos bajo Su poderosa
mano para que Él pueda exaltarnos a su debido tiempo (1 Pedro 5:6).
Desobediencia, ya sea haciendo lo que el Señor no ha dicho que hagamos o no
haciendo lo que nos ha ordenado hacer, es una acción que no es de Dios. No
importa lo que hagamos, o las intenciones que podamos tener. Lo que importa
es si lo que está hecho viene de la obediencia a Dios, así como el sacrificio de
Abraham, o de la desobediencia, así como dijo Saúl del sacrificio que quería
hacer.
Paciencia
En Santiago 1:2-4 leemos:

Santiago 1:2-4
“Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas,
sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia
su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa
alguna.”

Para ser perfecto y completo, necesitamos la obra perfecta de la paciencia.


Por lo cual, hoy me gustaría, que viéramos más de cerca a la paciencia y su
importancia.

1. Paciencia: ¿Porqué la necesitamos?

Para empezar, iremos a Hebreos 12:1-2 donde leemos:

Hebreos 12:1-2
“Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de
testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos
con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el
autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la
cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.”

Hay una carrera que deberíamos de correr, y correrla CON PACIENCIA,


puestos los ojos en Jesús, quien también sufrió pacientemente la cruz por el gozo
que había después de ella. En verdad, piensa en la paciencia de Cristo. Nunca le
hizo daño a nadie. De lo contrario, sanó al enfermo, resucitó al muerto, hizo la
voluntad de Dios en toda su grandeza. Sin nada más, con los milagros que hizo
nulificó todas las excusas de sus perseguidores. Aun así, fue perseguido y
torturado más que nadie más, hasta el punto de ser crucificado. ¿A caso tenía
Cristo razones para estar enojado y querer abandonar la misión porque la gente
que él sirvió se comportó con Él tan terriblemente? Bueno, incluso si las hubiera
tenido, no lo hizo. Sino que PERMANECIÓ. Permaneces cuando consideras que el
objetivo que quieres lograr vale mucho más que el dolor por el que te hace pasar.
Eso es lo que Jesús hizo. Soportó el dolor y la humillación, poniendo sus ojos en
lo que seguiría, en nuestra salvación, lo que ese dolor pondría a nuestra
disposición. Él es nuestro brillante ejemplo de paciencia y es en Él en él que
debemos poner nuestros ojos, corriendo nuestra carrera con su paciencia como
ejemplo. Como Pablo dijo en 1 de Corintios 9:24-25:

1 de Corintios 9:24-25
“¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno
solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que
lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible,
pero nosotros, una incorruptible.”

La recompensa de nuestra carrera no es una corona corruptible en un


cuerpo corruptible dada por una mano corruptible. Sino que, es una corona
INCORRIPTIBLE en un cuerpo espiritual INCORRUPTIBLE, dada por una MANO
INCORRUPTIBLE: la mano de JESUCRISTO. Y en Hebreos 12 continúa:

Hebreos 12:3
“Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo,
para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar.”

Y Hebreos 10:35-36

“No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón; porque os es
necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis
la promesa. Porque aún un poquito, Y el que ha de venir vendrá, y no tardará.
Mas el justo vivirá por fe; Y si retrocediere, no agradará a mi alma.”

Nuestra paciencia y confianza tienen una gran recompensa. Jesucristo


regresará con coronas, con recompensas para aquellos de nosotros que hemos
permanecido y no retrocedimos. Algunas veces somos así como descarados,
frescos. Creemos que nuestro hogar permanente es aquí y que aquí vamos a
estar para siempre. Sin embargo, nuestra verdadera ciudadanía está en el cielo
(Filipenses 3:20). Somos llamados por Dios para conocerle a Él y a Su Hijo, el
Señor Jesucristo, por la excelencia del conocimiento y lo demás lo tengo por
basura (Filipenses 3:8). Él es el autor y consumador de nuestra salvación
(Hebreos 12:2). Nuestro hogar está en los cielos, nuestro hogar real y
permanente (2 de Corintios 5:1). Esa es la realidad, tan real como el premio que
ahora no vemos, exactamente como el atleta que no ve su propio premio sino
que permanece y se prepara para adquirirlo.

2. Paciencia pasiva y paciencia luchadora

Puesto que hablamos de paciencia, me gustaría poner en claro de qué tipo


de paciencia estamos hablando. Lo digo porque hay dos tipos: la pasiva y la
luchadora. La pasiva solo consume el tiempo, esperando pasivamente el final.
Como por ejemplo la paciencia de los prisioneros, los cautivos y en general
aquellos que han sido capturados en una situación que aceptan pasivamente.

Lo contrario a la paciencia pasiva es la paciencia luchadora, la que posee


aquel cuyo objetivo es la victoria, prevalece en todas las penurias y heridas que
una batalla implica. Puede que salga herido, pero prevalece en todo por su
misión. Yo creo que es de esta paciencia de la que Dios habla en Su Palabra. Dios
no nos pide que tengamos paciencia desesperanzada, sin propósito. Como
leemos en Hebreos 12:1-2: “y corramos con paciencia la carrera que tenemos
por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe”. Somos
pacientes, CORRIENDO (acción), una carrera y PONIENDO los ojos (acción) en
alguien: EL SEÑOR JESUCRISTO; EL AUTOR Y CONSUMADOR DE NUESTRA FE. Dios
no nos hizo prisioneros de guerra, ni soldados que marchan de vez en cuando y
luego vuelven a sus campos. Sino que nos hizo marines espirituales en toda
guerra “contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las
tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones
celestes.” (Efesios 6:12). No desfilamos en un terreno amistoso, sino que
peleamos en una guerra real en el territorio del enemigo. No andamos por ahí
solo presumiendo nuestras armas solo para decir que las tenemos, sino que hay
que USARLAS en todo su poder. Por supuesto, de cualquier manera, puede que
suframos penurias y heridas. Pero, ¿y qué? ¿A caso les tendremos miedo? ¿A
caso permitiremos que el enemigo nos mantenga en prisión bajo la amenaza de
sus consecuencias. En lo que a Dios le concierne:

2 de Timoteo 2:3
“Tú, pues, sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo.”

El buen soldado sufre penalidades. Por causa de su misión, presto y listo a


sacrificarlo todo. Por supuesto que tiene la mente de su Comandante:

Filipenses 2:5-11
“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual,
siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse,
sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los
hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo,
haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios
también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre,
para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los
cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo
es el Señor, para gloria de Dios Padre.”

El buen soldado tiene la mente de su comandante. Es obediente, hasta el


punto de llegar a morir si fuera necesario. Se puso a sí mismo a disposición de su
Señor y aunque puede que enfrente dificultades, las soporta, poniendo sus ojos
en Él. Por otro lado, está el soldado que tiene miedo a los sufrimientos. En sus
perspectivas se vuelve trémulo y prefiere hundirse en la prisión. El carcelero que
ruge como león (1 de Pedro 5:8) lo aterroriza. Lo ha engañado para hacerle creer
que tiene poder sobre él, y de ese modo esconder la verdad que “Mayor es el
que está en ti que el que está en el mundo” (1 de Juan 4:4). Puede ser que este
soldado también entienda la verdad. Puede que rompa sus cadenas, las
fortalezas y los pensamientos de la mente (2 de Corintios 10:4) que lo mantienen
cautivo en la falsa seguridad de la prisión y salir a la batalla, como buen soldado,
sin temor y pacientemente. Aunque ya no con paciencia pasiva, sino con
paciencia LUCHADORA.

3. Otros ejemplos de paciencia

3.1 El ejemplo del labrador y la semilla

Aparte del ejemplo de Jesús, vienen más ejemplos de paciencia en Santiago


5. Ahí, empezando en el verso 7 leemos:

Santiago 5:7-8
“Por tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor. Mirad cómo el
labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta
que reciba la lluvia temprana y la tardía. Tened también vosotros paciencia, y
afirmad vuestros corazones; porque la venida del Señor se acerca.”

¿A caso el labrador ve el fruto por el cual trabaja? NO. Sin embargo, lo


espera. Soporta toda la dura labor y costoso trabajo, para que así su granja pueda
producir tanto fruto como sea posible. Diríamos que el fruto de su granja
corresponde perfectamente con su paciencia. Imagínate a un granjero
descuidado que no hace lo necesario para su granja. Ahora compáralo con uno
que a pesar del calor del verano y el frío del invierno, cuida de su granja haciendo
todas esas duras labores que el primero hace a un lado. ¿Porqué lo hace? Porque
su objetivo es algo que no ve de inmediato, pero para lo cual permanece: el fruto.
Esa granja es la que va a producir mucho fruto, y ese es el ejemplo que se nos da,
el del buen y paciente granjero. Como el Señor dijo en la parábola del sembrador:

Lucas 8:11-15
“Esta es, pues, la parábola: La semilla es la palabra de Dios. Y los de junto al
camino son los que oyen, y luego viene el diablo y quita de su corazón la palabra,
para que no crean y se salven. Los de sobre la piedra son los que habiendo oído,
reciben la palabra con gozo; pero éstos no tienen raíces; creen por algún tiempo,
y en el tiempo de la prueba se apartan. La que cayó entre espinos, éstos son los
que oyen, pero yéndose, son ahogados por los afanes y las riquezas y los placeres
de la vida, y no llevan fruto. Más la que cayó en buena tierra, éstos son los que
con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con
perseverancia.”

La Palabra de Dios ha sido sembrada en nuestros corazones. Como el


granjero no ve el fruto de su granja sino que persevera por el, para que, como
buenos granjeros, mantengamos la semilla de la Palabra en nuestro corazón CON
PACIENCIA. En la parábola, la semilla siempre era la misma. Sin embargo, solo un
granjero fue PACIENTE. Mantuvo la semilla en su granja (corazón) y por
consiguiente llevó mucho fruto, incluso al ciento por uno (Mateo 13:39). Y lo más
importante, llevó fruto que permanece para siempre, en el cielo.

a. El caso de Job

Otro ejemplo que se da en Santiago 5 es el ejemplo de Job. Así que en el


verso 11 leemos:

Santiago 5:11
“He aquí, tenemos por bienaventurados a los que sufren. Habéis oído de la
paciencia de Job, y habéis visto el fin del Señor, que el Señor es muy
misericordioso y compasivo.”

La historia completa de Job se puede leer en el libro correspondiente. El


diablo lo probó severamente. De hecho, todo lo que el hombre considera como
bendiciones le fue quitado. Sus hijos fueron asesinados. Su propiedad se perdió.
Él mismo estaba muy enfermo y su propia esposa lo trató con desdén diciéndole
que maldijera a Dios y se muriera. Y como si eso no fuera suficiente, tenía tres
amigos que aunque venían a consolarlo, trataron de convencerlo de que era su
culpa todo lo que le había pasado. La Biblia nos dice que Job, aún así, fue
paciente. Como se puede ver al final de su libro, a pesar de toda la adversidad,
Job pasó la prueba de su fe exitosamente.
Siguiendo este ejemplo, nuestra fe no debería de depender de las cosas que
tenemos o en la satisfacción de las cosas que no tenemos. Una fe así, es
condicional. De lo contrario, deberíamos hacer al Señor responsable de cada
parte de nuestras vidas. Para Él, ¡estamos “COMPLETOS EN ÉL” AHORA
(Colosenses 2:10)! ¿Cuál es tu problema? ¿Tu salud, tu soledad, tal o cual cosa?
Para Dios estas “COMPLETO EN ÉL (Cristo)” AHORA. Antes de que te de cualquier
otra bendición, Él te ha declarado COMPLETO, porque has creído en Su Hijo.

Para muchas iglesias, las bendiciones que uno tiene es cuestión de la fe de


uno mismo. Así que cuando algo se pierde, como la salud o la propiedad, nos
parece complicado ayudarle. Nos volvemos como los amigos de Job que en lugar
de consolarlo lo condenaron. Por supuesto que es legal el ser bendecido en todas
las cosas. Pero nuestra plenitud no depende de cuántas bendiciones materiales
tengamos. “No quitará el bien a los que andan en integridad” (Salmo 84:11) dice
la Palabra, y Él “las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido
dadas por su divino poder” (2 de Pedro 1:3). Al final, restauró lo que Job había
perdido (Job 42:10). Imagina su alegría cuando se curó, cuando recuperó su
propiedad al doble, sus hijos etc. Imagina la alegría de Cristo cuando nos vio
confesándole como Señor. Cristo sufrió la cruz, Job lo perdió todo, pero ninguno
perdió su paciencia, la cual por consiguiente dio buen fruto.

b. El ejemplo de los profetas

Otro ejemplo en la epístola de Santiago es el ejemplo de los profetas. Así


que en el verso 10 leemos:

Santiago 5:10
“Hermanos míos, tomad como ejemplo de aflicción y de paciencia a los profetas
que hablaron en nombre del Señor.”

Algunas veces creemos que los profetas y en general la gente de Dios de la


que leemos en la Biblia son superhombres. Que ellos pudieron hacer tanto, pero
nosotros……… Sin embargo, la verdad es diferente. ¿Quién de los profetas del
Antiguo Testamento era hijo de Dios, así como tú lo eres? (Gálatas 4:1-7). ¿Quién
de ellos fue nacido de nuevo de Su semilla incorruptible (1 de Pedro 1:23)? ¿A
caso Pablo o Pedro o cualquier otro hombre del Nuevo Testamento tiene más de
lo que tú tienes? El espíritu santo que Dios les dio, también te lo dio a ti. La
promesa de aún cosas más grandes que las que Cristo hizo no fue solo hecha a
algunos superhombres de la época, sino A TODO AQUEL QUE CREE EN
JESUCRISTO:

Juan 14:12
“De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará
también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre.”

Volviendo a nuestro tema, los profetas son un ejemplo muy vivo de


paciencia y sufrimiento. Piensa en Jeremías. Isaías, Elías y en los otros, que en
lugar de relajarse, escogieron sufrir, pelear, soportar. En vez de gobernarse a sí
mismos, se hicieron un vaso en la mano de su Señor. Pero también en el Nuevo
Testamento, piensa en Pablo por ejemplo. Como dice de sí mismo:

2 de Timoteo 3:10
“Pero tú has seguido mi doctrina, conducta, propósito, fe, longanimidad, amor,
paciencia, persecuciones, padecimientos, como los que me sobrevinieron en
Antioquía, en Iconio, en Listra; persecuciones que he sufrido, y de todas me ha
librado el Señor.”

También 2 de Corintios 6:4


“antes bien, nos recomendamos en todo como ministros de Dios, en mucha
paciencia”

Hay una batalla espiritual que implica sufrimiento y necesitamos paciencia


para pelearla. En cuanto a Pablo concierne, dijo hacia el final de su ministerio:

2 de Timoteo 4:7-8
“He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo
demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez
justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida.”

Cristo también dijo, hablándole a Dios:

Juan 17:4
“Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese”

Cristo, Pablo, los profetas no eran masoquistas a los que les gustaba sufrir.
Eran GUERREROS, MARINES ESPIRITUALES, que estaban listos para sufrir y a
hacer lo que fuera necesario para el cumplimiento du se misión, para la obra del
Ministerio. Aquel entonces eran Pablo y los otros, hoy somos nosotros, los que
peleamos la misma batalla BAJO EL MISMO JEFE: EL SEÑOR JESUCRISTO.
Caminemos como ellos. Peleemos la buena batalla y terminemos la carrera. No
es una carrera fácil, pero ciertamente es la mejor carrera que podemos correr y
con el mejor final: El Señor Jesucristo esperando para honrar nuestra paciencia
con la corona de justicia, exactamente como hará con muchos más, que a través
de los siglos escogieron pelear la misma batalla, negándose a sí mismos y
poniéndose bajo el mandato de su SEÑOR.

c. Paciencia: ¿Cómo se produce?

Habiendo visto qué tan importante es la paciencia, concluiremos echándole


un vistazo a cómo se produce. En Romanos 5:3-5 leemos:

“Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo
que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba,
esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.”

Y Santiago 1:2-4
“Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas,
sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia
su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa
alguna.”

¿Quién esperaría que lo que tanto necesitamos para hacer la voluntad de


Dios, para dar fruto y correr la carrera, o sea, paciencia, es el resultado de
tribulaciones y pruebas? Es por esa razón que probablemente ambos pasajes
anteriores nos dicen ¡que nos gloriemos en las tribulaciones y que nos alegremos
en las tentaciones! Porque si permanecemos fieles, eso producirá paciencia, lo
que por consiguiente ¡producirá prueba, esperanza, buena obra! Si por lo cual
sufrimos “de acuerdo a la voluntad de Dios, sometamos nuestras almas a Él” –
“el Dios de la paciencia y el consuelo” (Romanos 15:5) – “como a un fiel creador”
(1 de Pedro 4:19). Sometámonos a Él y permitámosle que haga con nosotros LO
QUE QUIERA. “Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de
agradar a aquel que lo tomó por soldado” (2 de Timoteo 2:4) dice la Palabra de
Dios, y somos soldados de Jesucristo. Pongamos todos nuestros afanes, todos
“los negocios de la vida”, en Dios. “Hagamos a un lado toda carga, y el pecado
que tan fácilmente nos atrapa y corramos con paciencia la carrera que esta
puesta frente a nosotros, poniendo los ojos en Jesús, el autor y consumador de
la fe”.

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