Está en la página 1de 3

 Los TLC no hacen ricos a los

pobres
Los TLC no hacen milagros. Los milagros de hoy los debe hacer la
sociedad.

COMPARTIR




Adam Smith, Padre de la Economía, estudió los aranceles y las restricciones al


comercio, y en su obra cimera, La Riqueza de las Naciones, escribió: “Lo que para
un Padre de Familia es prudente, también lo es para un país. Si un país extranjero
puede suministrarnos un artículo más barato de lo que nos cuesta fabricarlo, nos
conviene comprarlo. La población no duda en comprar lo que necesita, a quien lo
venda más barato.”

Luego agregó: “Los extranjeros que quieran invertir en un país, respeten sus
leyes, establezcan negocios, generen empleo y paguen impuestos, deben ser
apreciados como los nacionales. Que nadie olvide, que todos somos extranjeros”

Las palabras de Smith son indiscutibles e imperecederas. Tanto en el comercio


interior como exterior, la población le compra al que venda más barato y le vende
al que compre más caro. Pero la retórica proteccionista, aprovechando la debilidad
que produce la falta de educación, perversamente le hace creer a los pobres, que
los aranceles y las restricciones los favorece, y que la libertad de mercado los
perjudica.

Es claro que el libre comercio, por abolir los tributos arancelarios, reduce los
precios, estimula la competencia, mejora la calidad, democratiza el mercado y
desalienta la inflación.

También es claro, que en los países emergentes la abolición de los aranceles


abarata la adquisición de bienes de capital y materias primas extranjeras,
haciendo más eficiente la producción y con ello generando disminución de precios,
ampliación del mercado, creación de nuevos trabajos, aumento de ingresos y de
pago de impuestos.

Por lo general, el hecho de que los salarios en un país emergente sean más bajos
que en uno industrializado, induce a que entre ellos, el emergente le venda más al
industrializado, y que éste, antes que aspirar a ampliar su mercado en el
emergente, se valga de él para abaratar sus costos de producción, y de hacerlo, le
termine invirtiendo y generando nuevos empleos.

Todas las razones en favor del intercambio -probadas hace cerca de 200 años-
conducen a que los beneficiados sean los consumidores. La prosperidad de
Japón, Singapur y Chile vivifica estos axiomas, aun no rebatidos por los
vociferantes globafóbicos, que por utilitarismo sectorial o ignorancia invencible,
abogan por el proteccionismo que favorece a pocos y perjudica a todos.

Los TLC no hacen milagros, ni vuelven ricos a los pobres, ni pobres a los ricos.
Los milagros de hoy los debe hacer la sociedad educada, aplicando las ciencias
económica y jurídica, y desoyendo la ideología populista que pretenden hacer
política con ellas.

Los TLC, movilizan a las naciones, las obligan a elaborar inventario de sus
falencias y debilidades, así como a confrontar sus capacidades y fortalezas, todo,
en busca de mayor competitividad.

Los TLC no son perfectos, son perfectibles; no son un modelo de desarrollo, tan
solo son un instrumento creado por las naciones para volver al mercado libre,
como siempre lo fue, hasta que los feudales lo restringieron para enriquecerse a
costa de los comunes; Tampoco son irredimibles; son revisables, y unilateral y
temporalmente se pueden suspender, cuando se advierte un daño inminente en el
mercado.

Para que cualquier intercambio germine, es necesario que mejoremos la


productividad y estimulemos la competitividad; y que el Estado, abarate el costo
del dinero, mejore la infraestructura, minimice los trámites y modifique la errática
política monetaria, cambiaria y crediticia que nos agobia.

Si a los niños se les enseñara qué es la ventaja comparativa, no sería necesario


explicársela tardíamente a los adultos. Al respecto, Paul Samuelson, Premio Nóbel
de Economía dijo: “La Ventaja Comparativa es indiscutible e indiscutida; no
necesita ser demostrada por un matemático, y aunque es simple, son miles los
hombres importantes e inteligentes que nunca la han podido deducir ni fácilmente
comprender cuando se las explican"

De ahí la dificultad de muchos, que siguen de entender que la liberalización del


comercio, genera arribo de nuevas inversiones, disminución de precios,
mejoramiento de la oferta, crecimiento de la demanda, freno a la inflación,
expansión económica, y principalmente, nivelación gradual de ingresos, y
progreso social. Así lo demuestran la teoría, las matemáticas y las estadísticas.

La integración económica promueve oportunidades y retos. Usualmente los retos


son más valiosos que las oportunidades, ya que estremecen a los sectores
blindados por el proteccionismo estatal y desatan acciones de mejoramiento y
superación.
De hecho, el libre comercio y el arribo de inversiones, productos y servicios
extranjeros, modifica el entorno comercial, reduce los ingresos fiscales, crea
competencia abierta, conmociona la estabilidad económica, y sobrecoge a la
industria domestica. Esto explica, porque los sectores blindados por el
proteccionismo y por subsidios mimetizados, en público simulan ser partidarios de
la globalización, pero en privado la condenan.

La integración económica es un fenómeno político y socioeconómico, difícil de


desconocer, que hoy es inmanente al desarrollo instintivo de aldeas y pueblos. La
integración económica, antípoda de la confrontación, disuade desencuentros,
suma esfuerzos y voluntades, y alienta la esperanza de un mayor progreso
compartido.

Cada día, resulta más difícil vivir aislado de la economía mundial y disponer del
amparo proteccionista de subsidios estatales, que por favorecer a pocos,
perjudican a la mayoría de la población, distorsionan el comercio mundial,
aumentan el déficit fiscal y destierran la competitividad.

Con tratados de libre comercio, o sin ellos, es imperativo que Colombia mejore su
competitividad. El desarrollo del país exige, que el gobierno mantenga su
estrategia de integración a la economía global, y para ello, debe avanzar ahora,
pero solo sobre la base de negociaciones, serenas, graduales, justas y reciprocas
que consulten y aprovechen las bondades ciertas de la asimetría contractual entre
naciones, y que no comprometan el interés de los consumidores, que deben ser
los mayores beneficiarios de los TLC.

También podría gustarte