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pobres
Los TLC no hacen milagros. Los milagros de hoy los debe hacer la
sociedad.
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Luego agregó: “Los extranjeros que quieran invertir en un país, respeten sus
leyes, establezcan negocios, generen empleo y paguen impuestos, deben ser
apreciados como los nacionales. Que nadie olvide, que todos somos extranjeros”
Es claro que el libre comercio, por abolir los tributos arancelarios, reduce los
precios, estimula la competencia, mejora la calidad, democratiza el mercado y
desalienta la inflación.
Por lo general, el hecho de que los salarios en un país emergente sean más bajos
que en uno industrializado, induce a que entre ellos, el emergente le venda más al
industrializado, y que éste, antes que aspirar a ampliar su mercado en el
emergente, se valga de él para abaratar sus costos de producción, y de hacerlo, le
termine invirtiendo y generando nuevos empleos.
Todas las razones en favor del intercambio -probadas hace cerca de 200 años-
conducen a que los beneficiados sean los consumidores. La prosperidad de
Japón, Singapur y Chile vivifica estos axiomas, aun no rebatidos por los
vociferantes globafóbicos, que por utilitarismo sectorial o ignorancia invencible,
abogan por el proteccionismo que favorece a pocos y perjudica a todos.
Los TLC no hacen milagros, ni vuelven ricos a los pobres, ni pobres a los ricos.
Los milagros de hoy los debe hacer la sociedad educada, aplicando las ciencias
económica y jurídica, y desoyendo la ideología populista que pretenden hacer
política con ellas.
Los TLC, movilizan a las naciones, las obligan a elaborar inventario de sus
falencias y debilidades, así como a confrontar sus capacidades y fortalezas, todo,
en busca de mayor competitividad.
Los TLC no son perfectos, son perfectibles; no son un modelo de desarrollo, tan
solo son un instrumento creado por las naciones para volver al mercado libre,
como siempre lo fue, hasta que los feudales lo restringieron para enriquecerse a
costa de los comunes; Tampoco son irredimibles; son revisables, y unilateral y
temporalmente se pueden suspender, cuando se advierte un daño inminente en el
mercado.
Cada día, resulta más difícil vivir aislado de la economía mundial y disponer del
amparo proteccionista de subsidios estatales, que por favorecer a pocos,
perjudican a la mayoría de la población, distorsionan el comercio mundial,
aumentan el déficit fiscal y destierran la competitividad.
Con tratados de libre comercio, o sin ellos, es imperativo que Colombia mejore su
competitividad. El desarrollo del país exige, que el gobierno mantenga su
estrategia de integración a la economía global, y para ello, debe avanzar ahora,
pero solo sobre la base de negociaciones, serenas, graduales, justas y reciprocas
que consulten y aprovechen las bondades ciertas de la asimetría contractual entre
naciones, y que no comprometan el interés de los consumidores, que deben ser
los mayores beneficiarios de los TLC.