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Eran las 9:30 a.m. de un sábado en Villa La Angostura, al sur de Neuquén, cuando
Sebastian y yo llegamos a nuestra nueva casa. Era una cómoda cabaña cerca del Nahuel
Huapi y del bosque, pero también cerca de la ciudad. Mientras descargábamos las
maletas y despedíamos al taxista, Sebastian observó a su alrededor con cierta
incomodidad cómoda.
Sebastian: - Creo que ya estoy sintiendo un poco más de calma estando acá. Ya puedo
respirar mejor, no me siento sofocado como me sentía en New York.
Giré hacia él, vi su paz y con una sonrisa le dije que nos adentremos en la casa, porque
hacía frío y teníamos que empezar a organizar nuestra nueva vida. Una vez adentro
tomé mi abrigo y el de Sebastian y los colgué en el perchero. De mi bolso saqué una
cajita, regalo mi madre, donde guardo mis tés favoritos. Rumbo a la cocina noté a
Sebastian un poco nervioso, tanteando las valijas, sacos, carteras y portafolios.
-El diario está en el zaguán- le dije, y fue a buscarlo. Mientras bebíamos cada uno una
taza de té, él tomó el diario y como siempre, me contó las noticias de ese día.
Eran las 18:15 cuando vi por la ventana a Sebastian acercarse corriendo, se veía
agitado y con miedo. ¿Se olvidó de algo? Asustada corrí hacia la puerta, la abrí y entro
él. Fue hacia la estantería, tomó una botella de whisky, un vaso y se sentó en el sillón.
Mientras se servía el vaso entero con ambas manos sudorosas, empezó a contarme con
voz entrecortada lo que le había sucedido:
Volví a la oficina de Weber y nos quedamos un largo rato hablando sobre distintos
temas, hasta que se hizo la hora del almuerzo.
- Tus compañeros de laburo te están esperando en la cafetería, yo tengo otra reunión y
comeré en casa. Nos vemos, Sebastian.
Me despedí, pasé por mi oficina, tomé unas cosas y me marché a almorzar. Cuando
llegué al local, vi a los demás mirando la televisión, riéndose a más no der. Les pregunté
qué pasaba y me dijeron “Vení”. Y en las noticias vi que una vaca y su ternero entraron
a un negocio local. -¿Cómo pudo haber pasado?- pensé Quedé sorprendido al recorar lo
que había leído en el diario hoy a la mañana.
Cuando volví a la oficina después de haber almorzado, vi que había dejado la ventana
abierta y que en el tiempo que no estuve entraron dos pájaros. Me asusté. Volaban como
si estuviesen en sintonía y recorrieron toda la empresa bailando entre sí.
Terminada la jornada laboral, ordené mi despacho y terminé unos últimos trabajos.
Estaba cansado y con la cabeza tomada por los acontecimientos que presencié y que no
eran nuevos para mí, ya que había leído sobre ellos antes. Ahora sé que no hubo nada
extraño, que eso tenía que ocurria.1
Me dirigí entonces hacia la parada a esperar el colectivo. Se tardó una eterna media hora
hasta que arribó. Entré, pagué en el boleto, fui hacia el fondo y me senté no muy lejos
de una pareja de jóvenes. Cuando se puso en marcha el colectivo me quedé pensando si
todo aquello fue una casualidad o no. Pasada la parada del cementerio el colectivo
siguió su recorrido, y de repente escucho a la pareja discutir con el chofer:
Cuando escuche y descubrí la conexión me quedé en blanco Sin darme cuenta ya estaba
en la parada. Después me di cuenta no había nadie más que yo y el chofer en el
colectivo.
En este punto del relato, me sentí en la obligación de interrumpir a Sebastian:
- ¡Son todas mentiras! ¿Cómo puede ser que posible? ¿Te está afectando la mudanza,
darling?
- ¡No te miento! Todo lo que leí se reflejó en mi día. Cada una de las cosas: el reloj
derretido de la oficina parecía la pintura, ambos pájaros que entraron volando parecían
bailar y cantar en el mismo ritmo como en la primavera vivaldiana, y la pareja que se
iba a Retiro, discutiendo por el boleto de quince con el chofe, igual que en el cuento.
¡Todo!
- Cálmate.- Le dije. – Más que whisky necesitas un té, que te relaje. Ya se te va a pasar.
Fui a la cocina a preparar dos tés mientras pensaba en lo que hablé con Sebastian.
Chilló la pava, la saqué del fuego y empecé a servir en las tazas. Pero la pava seguía
sonando, aunque con un sonido distinto, como si fuese un pitido aflautado. Me dirigí
hacia Sebastian con el té ya hecho, y le pregunté:
- ¿Escuchas ese ruido? Pareciese ser de la pava pero ya la saqué del fuego, y aun así
sigo escuchando un sonido parecido…
- ¿Qué sonido? ¿Como si fuese un silbido?
- ¡No sé! Como si fuese otra cosa…
- ¿Como si fuese un zumbido?
-…
FIN
1
Frase extraída de “Axolotl” de Julio Cortázar.
Bibliografía: Cortázar, Julio (2006). “Axolotl”. Cuentos completos. Buenos Aires: Alfaguara P: 388