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Falso oráculo

Trabajo práctico: N°4


Profesora: María Cecilia Micetich
Alumno: Julián G. Angerosa
Materia: Integración Cultural III

Eran las 9:30 a.m. de un sábado en Villa La Angostura, al sur de Neuquén, cuando
Sebastian y yo llegamos a nuestra nueva casa. Era una cómoda cabaña cerca del Nahuel
Huapi y del bosque, pero también cerca de la ciudad. Mientras descargábamos las
maletas y despedíamos al taxista, Sebastian observó a su alrededor con cierta
incomodidad cómoda.
Sebastian: - Creo que ya estoy sintiendo un poco más de calma estando acá. Ya puedo
respirar mejor, no me siento sofocado como me sentía en New York.
Giré hacia él, vi su paz y con una sonrisa le dije que nos adentremos en la casa, porque
hacía frío y teníamos que empezar a organizar nuestra nueva vida. Una vez adentro
tomé mi abrigo y el de Sebastian y los colgué en el perchero. De mi bolso saqué una
cajita, regalo mi madre, donde guardo mis tés favoritos. Rumbo a la cocina noté a
Sebastian un poco nervioso, tanteando las valijas, sacos, carteras y portafolios.
-El diario está en el zaguán- le dije, y fue a buscarlo. Mientras bebíamos cada uno una
taza de té, él tomó el diario y como siempre, me contó las noticias de ese día.

- Mira, escucha esto: “Fallecen quince personas por un mal funcionamiento de


una escalera mecánica de un shopping en New York, Estados Unidos” ¿Te
acuerdas cuando le dije a Thomas que no baile en la escalera ya que se podría
desfasar un escalón?
- Sí, pero eso fue hace mucho… ¿Unos tres años, tal vez?
- Puede ser, tal vez más. Pero me hizo recordarlo, casi tanto como si lo hubiese
vuelto a vivir. Se me cruzó por los ojos en una milésima de segundo.
No me pareció algo anormal, es más, me pareció una simple casualidad lo
sucedido, un simple hecho sin relación entre pasado y presente. Aun así, cosas
parecidas le siguieron pasando a él.

El lunes desayunamos mientras él leía un diario viejo, que trajimos de Nueva


York.
- “Brno, República Checa: Vaca irrumpe en fábrica de zapatos, obstruyendo la
producción”. De repente, un gran resoplido frío recorrió la casa. Será la ventana
del baño que quedó abierta, pensé. No le di mucha importancia, Sebastian
tampoco y siguió leyendo el diario, ahora en la sección de artes, donde había un
escrito sobre “La persistencia de la Memoria” de Salvador Dalí.
- Mira esto, Marlene, mira qué bella. Debajo de la imagen dice: “Alejada del
formalismo, busca en el inconsciente, huyendo de la realidad como materia
prima”.
Otra vez sentí correr un viento frío, pero Sebastian no sintió nada.
- Llegamos a tu sección favorita, darling, la sección musical. “Este viernes a las
21 hs en el Centro de Convenciones y Congresos de Villa La Angostura, la
Camerata Bariloche presentará El vuelo del abejorro para cuarteto de cuerda, de
Nikolái Rimski-Kórsakov y Las cuatro estaciones de Antonio Vivaldi”.

Me alegré mucho al escuchar la noticia. Busqué mi cartera en busca de dinero para


poder ir e invitarlo a Sebastian, pensando en qué momento compraría las dos entradas.
Mientras tanto, él leía un artículo sobre un cuento, “Ómnibus” de Julio Cortázar, creo
que era…
Sebastian marchó a su nuevo trabajo, que había conseguido recientemente, en una
empresa de pastas lejos de casa, casi en las afueras. Yo, por suerte, podía trabajar desde
casa, escribiendo para el diario local y continuar con mis clases de piano.

Eran las 18:15 cuando vi por la ventana a Sebastian acercarse corriendo, se veía
agitado y con miedo. ¿Se olvidó de algo? Asustada corrí hacia la puerta, la abrí y entro
él. Fue hacia la estantería, tomó una botella de whisky, un vaso y se sentó en el sillón.
Mientras se servía el vaso entero con ambas manos sudorosas, empezó a contarme con
voz entrecortada lo que le había sucedido:

-Me dirigí hacia la oficina. Mientras se terminaba de prender la computadora, abrí la


ventana y me preparé un café en la pava eléctrica de la cocina, que estaba pegada a mi
oficina. Una pava ya vieja que parecía que en cualquier momento dejaría de andar. No
había terminado de prepararlo cuando escuché que me llamaban. Era Santiago Weber,
mi jefe, que quería hablarme sobre las reglas y las costumbres de la empresa, y darme
algunos consejos para que mi estadía ahí sea más amena.
Durante la charla otro empleado irrumpió en la oficina, diciendo que salía fuego de la
cocina. “¡La pava y el café!”, pensé. Nos miramos con Santiago, tomé el matafuego y
marché hacia la cocina. Vi que era la pava que estaba prendida fuego, apunté con el
matafuego y rocié sobre la llama. Una vez que todo volvió a la normalidad hice un
paneo sobre la cocina y lo único que había sido perjudicado por el fuego fue el reloj
que quedó por este.

Volví a la oficina de Weber y nos quedamos un largo rato hablando sobre distintos
temas, hasta que se hizo la hora del almuerzo.
- Tus compañeros de laburo te están esperando en la cafetería, yo tengo otra reunión y
comeré en casa. Nos vemos, Sebastian.
Me despedí, pasé por mi oficina, tomé unas cosas y me marché a almorzar. Cuando
llegué al local, vi a los demás mirando la televisión, riéndose a más no der. Les pregunté
qué pasaba y me dijeron “Vení”. Y en las noticias vi que una vaca y su ternero entraron
a un negocio local. -¿Cómo pudo haber pasado?- pensé Quedé sorprendido al recorar lo
que había leído en el diario hoy a la mañana.

Cuando volví a la oficina después de haber almorzado, vi que había dejado la ventana
abierta y que en el tiempo que no estuve entraron dos pájaros. Me asusté. Volaban como
si estuviesen en sintonía y recorrieron toda la empresa bailando entre sí.
Terminada la jornada laboral, ordené mi despacho y terminé unos últimos trabajos.
Estaba cansado y con la cabeza tomada por los acontecimientos que presencié y que no
eran nuevos para mí, ya que había leído sobre ellos antes. Ahora sé que no hubo nada
extraño, que eso tenía que ocurria.1

Me dirigí entonces hacia la parada a esperar el colectivo. Se tardó una eterna media hora
hasta que arribó. Entré, pagué en el boleto, fui hacia el fondo y me senté no muy lejos
de una pareja de jóvenes. Cuando se puso en marcha el colectivo me quedé pensando si
todo aquello fue una casualidad o no. Pasada la parada del cementerio el colectivo
siguió su recorrido, y de repente escucho a la pareja discutir con el chofer:

— Pero usted va a Retiro —dijo él.


— Sí, tengo que hacer una visita. No importa, me hubiera bajado igual – dijo ella.
—Yo saqué boleto de quince —dijo él — Hasta Retiro.

Cuando escuche y descubrí la conexión me quedé en blanco Sin darme cuenta ya estaba
en la parada. Después me di cuenta no había nadie más que yo y el chofer en el
colectivo.
En este punto del relato, me sentí en la obligación de interrumpir a Sebastian:

- ¡Son todas mentiras! ¿Cómo puede ser que posible? ¿Te está afectando la mudanza,
darling?
- ¡No te miento! Todo lo que leí se reflejó en mi día. Cada una de las cosas: el reloj
derretido de la oficina parecía la pintura, ambos pájaros que entraron volando parecían
bailar y cantar en el mismo ritmo como en la primavera vivaldiana, y la pareja que se
iba a Retiro, discutiendo por el boleto de quince con el chofe, igual que en el cuento.
¡Todo!

- Cálmate.- Le dije. – Más que whisky necesitas un té, que te relaje. Ya se te va a pasar.

Fui a la cocina a preparar dos tés mientras pensaba en lo que hablé con Sebastian.
Chilló la pava, la saqué del fuego y empecé a servir en las tazas. Pero la pava seguía
sonando, aunque con un sonido distinto, como si fuese un pitido aflautado. Me dirigí
hacia Sebastian con el té ya hecho, y le pregunté:

- ¿Escuchas ese ruido? Pareciese ser de la pava pero ya la saqué del fuego, y aun así
sigo escuchando un sonido parecido…
- ¿Qué sonido? ¿Como si fuese un silbido?
- ¡No sé! Como si fuese otra cosa…
- ¿Como si fuese un zumbido?
-…

FIN

1
Frase extraída de “Axolotl” de Julio Cortázar.
Bibliografía: Cortázar, Julio (2006). “Axolotl”. Cuentos completos. Buenos Aires: Alfaguara P: 388

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