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Delitos Impropios y Propios PDF
Delitos Impropios y Propios PDF
SUMARIO:
1 Profesor de Derecho penal y docente del área penal de la Escuela de Capacitación Judicial “Dr.
Arturo Zeledón Castrillo”. Graduado de la Universidad de El Salvador y de la Maestría de Derecho
Penal Constitucional de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”. Ha realizado
estudios de especialización en Derecho penal en la Universidad de Salamanca y de Criminología.
Actualmente se desempeña como Colaborador Jurídico (letrado) de la Sala de lo Constitucional de
la Corte Suprema de Justicia.
2
ABREVIATURAS
I. INTRODUCCIÓN.
2
A ello se refiere el art. 5 literal a) de la CEDAW cuando impone a los Estados suscriptores: “…[m]odificar los
patrones socioculturales de conducta de hombres y mujeres, con miras a alcanzar la eliminación de los
prejuicios y las prácticas consuetudinarias y de cualquier otra índole que estén basados en la idea de
inferioridad o superioridad de cualquiera de los sexos o en funciones estereotipadas de hombres y mujeres”.
3
Tales ideas ya las he reiterado en más de una oportunidad acerca del que considero el correcto
tratamiento político-criminal de la violencia intrafamiliar y con igual validez con relación a la violencia de
género. Al respecto: MARTÍNEZ OSORIO, “El delito de violencia intrafamiliar en el Código penal: un
comentario a sus diez años de vigencia”, en: A.A.V.V., Revista de Derecho de familia, Corte Suprema de
Justicia, San Salvador, 2009, Págs. 113 y ss.
3
Sin embargo, considerar a esta injustificable forma de violencia, como un pretexto para
expandir el ya ensanchado orden normativo penal salvadoreño, se muestra como una
práctica censurable.
En efecto, la violencia contra la mujer ha tenido un lugar preferente en cada uno de los
códigos penales nuestro país. Y basta escudriñar tanto el CP anterior como el vigente para
darse cuenta que la respuesta más tradicional a este fenómeno, ha sido la agravante
genérica de parentesco4.
Más allá de lo anterior, las sucesivas reformas al estatuto punitivo vigente desde 1998 –
particularmente en lo que se refiere a circunstancias agravantes específicas– se han
enfocado en aquellos delitos donde las denominadas relaciones de poder o confianza
suelen ser factores determinantes para su ejecución dando lugar a penas bastante graves –
ad exemplum delitos sexuales–. Y dentro del mismo proceso de modificación normativa, no
podemos dejar de destacar los diferentes cambios de redacción que ha sufrido el delito de
violencia intrafamiliar –art. 200 CP– y que ha constituido el ejemplo paradigmático en
cuanto al tratamiento penal de la violencia doméstica.
Por si esto no fuera suficiente, aparecen dentro del espectro penal nacional diez nuevos
delitos contemplados en la “Ley Especial Integral para una Vida Libre de Violencia” –
LEIV– los cuales estatuyen una diversidad de comportamientos en los que resulta bastante
difícil encontrar alguna justificación político-criminal que con suficiente robustez permita
afirmar de forma nítida su legitimidad constitucional y técnico-dogmática5.
4
El art. 43 del CP de 1973 estipulada el parentesco como una circunstancia ambivalente, en otras palabras,
que podía exasperar o disminuir el rigor sancionatorio de acuerdo a las particularidades del caso.
5
Cuando me refiero al ámbito de la política criminal, no la identifico como la simple confección legislativa de
nuevos preceptos penales, lo que constituye un simple segmento de la misma, sino de una actividad
científica y sumamente meditada de seleccionar las medidas más eficaces y de diversa índole para el
combate eficaz del crimen. En tal sentido, coincidimos con JESCHECK/WEIGEND cuando plantean que la
política criminal se ocupa de la pregunta acerca de cómo dirigir al Derecho penal para poder cumplir de la
mejor forma posible su misión de proteger a la sociedad. Como sostienen los profesores alemanes“…la
política criminal conecta con las causas del delito, discute cómo deben ser redactadas correctamente las
características de los tipos penales para corresponderse con la realidad del delito, intenta determinar el
modo en el que desarrollan sus efectos las sanciones aplicadas en Derecho penal, toma en consideración
hasta que límite el legislador puede extender el Derecho penal para no restringir más de lo absolutamente
necesario el espacio de libertad del ciudadano, y prueba si el Derecho penal material está adecuadamente
configurado para poder ser aplicado en el proceso penal”. Al respecto, véase: JESCHECK/WEIGEND, Tratado
de Derecho penal, 5° Edición, Edit. Comares, Granada, 2012, Pág. 24.
4
Dentro de las razones que originan dicho fenómeno suelen encontrarse factores que
van desde grupos sociales de presión que buscan en el Derecho penal una cobertura a sus
particulares intereses hasta el impacto mediático que reciben ciertos hechos de violencia,
los que van contribuyendo progresivamente una generalización del sentimiento colectivo
de inseguridad ciudadana, en otras palabras del “miedo a ser víctima de un delito”7.
Por ende, ambos factores –dentro de varios– suelen tener una incidencia a la hora de
crear programas de intervención penal, no tanto para reducir efectivamente el delito, sino
más bien para disminuir las generalizadas inquietudes que el colectivo social tiene sobre la
delincuencia o alguna forma “aguda” de la misma8. Sobre ello, LARRAURI apunta a que
este fenómeno de endurecimiento generalizado de las consecuencias jurídico-penales por
parte de los gobernantes responsables de la formulación de la política-criminal, puede
depender de las siguientes razones: (a) porque se cree que mayores penas tendrán un
efecto en la reducción de las cifras de la delincuencia, por medio del efecto preventivo
general de la pena e inocuización del delincuente; (b) porque se piensa que ello puede
contribuir a reforzar el consenso moral existente en la sociedad en contra de cierto tipo de
actividades delictivas; y (c) porque hay ganancias electorales producto de ese uso, al
satisfacer ciertas demandas del cuerpo electoral9.
6
CANCIO MELÍA, Dogmática y política criminal en una teoría funcional del delito, Edit. Rubinzal Culzoni,
Buenos Aires, 2000, Págs. 122-123. El expansionismo penal como una característica inherente al esquema
del Derecho penal moderno: HASSEMER, Rasgos y crisis del Derecho penal moderno, ADPCP, 1992, Pág. 241.
7
DIEZ RIPOLLÉS, La política criminal en la encrucijada, Edit. B de F, Montevideo, 2007, Págs. 74-75.
8
CESANO apunta a una interesante ecuación en este sentido: “…hay un incremento de las formas
convencionales de la criminalidad violenta, incremento que hace cundir la inseguridad y que, como
respuesta, exige al Estado la construcción de respuestas punitivas ‘duras’. Al respecto, véase: “La política
criminal y la emergencia”, Edit. Mediterránea, Córdova, 2004, Pág. 53.
9
LARRAURI, “Populismo punitivo…y como resistirlo”, Jueces por la democracia, N° 55, 2006, Pág. 15-23.
10
HERNÁNDEZ SÁNCHEZ, “El proceso de contra-reforma penal en El Salvador”, Tesis de Maestría de la
Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA), 2011, Págs. 151-153.
5
Sin embargo, conviene advertir que la tendencia expansionista del aparato punitivo
del Estado no es únicamente local sino también regional, tal y como lo demuestran
diferentes investigaciones que concluyen afirmando su naturaleza endémica a nivel
iberoamericano11.
Pero volviendo a nuestro país, tocando en específico los nuevos delitos contemplados
en la LEIV, se advierte tanto de la simple lectura de los mismos y de las intenciones
legislativas plasmadas en los considerandos del Decreto Legislativo N° 520, que una
modesta reforma al CP en materia de circunstancias agravantes en los títulos y capítulos
pertinentes hubiera sido más que suficiente; obviando, que lo verdaderamente relevante,
es la puesta en marcha de un amplio proceso de políticas públicas de prevención y
tratamiento de la violencia de género -como el favorecimiento de aquellas condiciones que
permitan la denuncia por quien la padece y la adopción de medidas de protección eficaces
a las víctimas–.
Es así que en una primera aproximación, el estudio de esta nueva familia delictiva,
puede efectuarse en dos niveles: (a) su compatibilidad con los valores y principios
contenidos en el programa penal de la Constitución; y (b) con relación al marco
interpretativo que deberá hacerse de los mismos, conforme el método jurídico que
proporciona la dogmática penal, único instrumento que permite a los jueces una correcta
calificación jurídica del delito12. A estos dos tipos de problemas –constitucionales y de
interpretación legal– deseo referirme con un particular énfasis en el delito de feminicidio.
11
DIEZ RIPOLLÉS/GARCÍA PÉREZ, La política legislativo penal iberoamericana en el cambio de siglo, Edit. B de
F, Montevideo, 2008. En dicho estudio se afirma: “[l]a imagen obtenida de tan amplio número de países y de
tan dilatada área geográfica permite visualizar los avances que el modelo penal de la seguridad ciudadana
está registrando en todos ellos. Con los matices precisos según las diversas peculiaridades nacionales, el
enfoque securitario y populista, con sus epígonos de ampliación de tipos, endurecimiento del cuadro de
sanciones y de su ejecución, y recorte de garantías procesales, está ganando terreno en todos los países”
(Pág. XII).
12
Sobre el programa penal de la Constitución, puede verse mi artículo: “Principios para la formulación de
una política criminal de acuerdo a la jurisprudencia constitucional: El programa penal de la Constitución”,
en: A.A.V.V., XXV Aniversario de la Constitución de El Salvador, Tomo II, CSJ, El Salvador, 2008, Págs. 223-
254.
6
Sin entrar a discutir acerca de los posibles derroteros que seguirá nuestro alto tribunal
en la resolución de tal tópico, resulta evidente que cualquier objeción de
constitucionalidad con relación a estos nuevos tipos penales, podría versar sobre alguno
de los siguientes puntos:
1. Delito especial impropio que pudiera conculcar el principio de igualdad. Los delitos
relacionados con la violencia de género, tienen como sujeto activo principal al hombre, lo
cual supone dar un tratamiento penal diferenciado cuando el delito es cometido por el
primero y no por una mujer, existiendo entonces una situación discriminatoria y que
podría reputarse contraria al principio constitucional de igualdad (art. 3 Cn).
13
Auto de admisión de 14-VI-2013 en el proceso de inc. 67-2012.
7
14
Sentencia de 24-XI-1999, Inc. 3-95. Sobre las diversas concepciones de igualdad, véase:
TINETTI/SORIANO/MELÉNDEZ, Igualdad jurídica, CNJ-ECJ, San Salvador, 2004, Pág. 10 y ss.
15
En este coincido con lo expuesto en el voto particular emitido por el magistrado del TC español Jorge
Rodríguez-Zapata Pérez en la sentencia de 14-V-2008, ref. 59-2008.
16
Al respecto, ver el voto particular emitido por el magistrado del TC español Ramón Rodríguez Arribas en la
sentencia del TC español de 14-V-2008, ref. 59-2008.
8
17
Esta es la línea argumental que se vislumbra en la sentencia anteriormente comentada del TC español.
Particularmente cuando establece: “…lo que justifica la constitucionalidad del tipo no se constituye en el
sexo de los sujetos activo y pasivo un factor exclusivo o determinante de los tratamientos diferenciados. La
diferenciación normativa la sustenta el legislador en su voluntad de sancionar más unas agresiones que
entiende que son más graves y más reprochables socialmente a partir del contexto relacional en el que se
producen y a partir también de que tales conductas no son otra cosa, que el trasunto de una desigualdad en
el ámbito de las relaciones de pareja de gravísimas consecuencias para quien de un modo
constitucionalmente intolerable ostenta una posición subordinada”. Anteriormente, en el mismo sentido, el
Auto del TC español dictado el 7-VI-2004, ref. 233-2004.
9
necesidad de crear un nuevo elenco de figuras penales que castiguen de forma drástica
cualquier forma de afectación a la mujer, independientemente que medidas de diversa
naturaleza jurídica –administrativas, laborales, disciplinarias entre otras– pudieran tener
una mayor eficacia que el mismo uso del Derecho penal.
Esto da lugar a una complicada construcción normativa en relación a los delitos contra
la vida que distingue entre: (a) tipo básico de homicidio sancionado con pena de 10 a 20
años; (b) tipo cualificado de homicidio cuando concurra alguna de las circunstancias
contempladas en los ordinales 3°, 4° y 7° –alevosía, premeditación, abuso de superioridad,
veneno u otro medio insidioso o fuese ejecutado conforme motivos abyectos o fútiles–
cuya sanción mínima y máxima es de 20 a 30 años de prisión; (c) tipo cualificado de
homicidio cuando sea ejecutado en una mujer cuya pena oscila entre los 20 a los 35 años –
art. 45 LEIV–; (d) tipo cualificado de homicidio agravado en cualquier situación
contemplada en los ordinales 1°, 2°, 5°, 6°, 8°, 9° y 10° del art. 129 CP cuya sanción oscila
18
CESANO, La política criminal y la emergencia, citado, Págs. 24-25.
10
Es evidente que estas cinco figuras implican un difícil problema hermenéutico para
nuestros jueces de sentencia al momento de aplicación de los arts. 45 y 46 LEIV en lo
concerniente a los posibles concursos aparente de leyes que existen entre todos ellos; y
donde el principio de especialidad –contemplado en el lit. a) del art. 7 CP– ayudará de
gran manera. Sin embargo, lo paradójico de la regulación actual, es que el mínimo de la
figura básica del feminicidio coincide con la máxima del homicidio simple –20 años–, y los
ámbitos de algunos supuestos del homicidio agravado –a excepción de los ya referidos 3°,
4° y 7° del art. 129– coinciden en su máximo con la figura hiper-cualificada de feminicidio
–art. 46 LEIV–, es decir, 50 años.
En otras palabras, un juez puede elegir imponer la pena de prisión de 20 años tanto
por feminicidio como por homicidio en su figura básica. O puede imponer 50 años al
concurrir alguno de los supuestos del art. 46 LEIV o del art. 129 CP. Lo que nos lleva a
afirmar que el delito de feminicidio es sencillamente un tipo cualificado de homicidio en
razón tanto de la víctima como de las condiciones particulares de ejecución del delito, y
desde un plano de lege ferenda, pudo haber sido incorporado al Código Penal mediante un
numeral independiente al art.129 CP.
Por otra parte, resulta difícil entender las razones político-criminales de crear un tipo
hiper-cualificado en el art. 46 LEIV acerca de situaciones que ya quedaban comprendidas
dentro de las agravantes del art. 129 CP. Por ejemplo, la condición del agente es un
elemento agravante tanto en el art. 46 lit. a) como del 8° del art. 129 CP; la ejecución
conjunta o con ayuda de dos o más personas –lit. b) del art. 46 LEIV– puede quedar
comprendida en el abuso de superioridad – art. 129 num. 3° CP–, etc.
19
Por todas, sentencia de 25-III-2008, Inc. 32-2006.
11
agravada, difuminándose de esa forma las diferencias valorativas entre uno y otro delito,
lo cual desde una correcta técnica legislativa debió haber corregido.
Podría replicarse que es válida la aseveración que el legislador tiene un ámbito de libre
configuración en cuanto a la formulación de las penas, pudiendo incluso ponderar su
gravedad en cuanto situaciones coyunturales o de oportunidad, más allá de la gravedad
del injusto –algo que nuestra Sala de lo Constitucional en una época no muy lejana de su
jurisprudencia replicó hasta la saciedad–20. Sin embargo, cabría preguntarse –tal y como lo
señalara una célebre sentencia del Tribunal Constitucional español– si no nos encontramos
ante un patente derroche inútil de coacción que pone en entredicho los principios
elementales de justicia inherentes a la dignidad de la persona y el Estado de Derecho21.
20
Al respecto, véanse las sentencias dictadas el 25-III-2008, 04-IV-2008 y 09-IV-2008, Incs. 32-2006, 40-2006
y 25-2008. Una crítica al respecto: MARTÍNEZ OSORIO, Jurisprudencia penitenciaria comentada, CNJ/UTE,
San Salvador, 2012, Págs. 23-36.
21
Sentencia de 20-VII-1999, ref. 136-999.
22
ROXIN, Derecho penal, parte general, Tomo 1, 2° Edición, Edit. Civitas, Madrid, Pág. 141.
23
WELZEL, Derecho penal alemán, 4° Edición castellana, Edit. Jurídica de Chile, Santiago, Pág. 59.
12
Sugiero entonces, a los distintos componentes de las agencias del sistema penal, una
interpretación sumamente restrictiva de tales términos y encauzar su entendimiento
24
Sentencia 15447 de 15-X-2008.
25
Sobre el significado del término “violencia” desde la perspectiva de la parte especial del Código Penal,
véase el trabajo de SANCHEZ TOMÁS, La violencia en el Derecho penal, Edit. Bosch, Barcelona, 1999, Págs.
287 y ss.
26
Al respecto: ECHEBURÚA/AMOR/PAZ DE CORRAL, “Violencia en la pareja: reflexiones psicológicas”, en:
A.A.V.V., Estudios de Victimología. Actas del I Congreso Español de Victimología, Edit. Tirant lo Blanch,
Valencia, 2005, Pág. 164.
13
conforme las pautas generales que ha proporcionado por varios decenios la dogmática
penal27.
En este segundo apartado deseo referirme a los problemas técnico-legales que está
presentando el art. 45 LEIV en la praxis judicial, señalando que es equivocado considerar
toda muerte de una mujer como feminicidio. Si pensamos así, dejaríamos sin aplicación en
gran parte tanto la figura del homicidio simple como del agravado. Y con ello, nos
llevaríamos de encuentro el principio constitucional de igualdad pues como reitero, el
género de quien realiza el delito no es condición legítima y suficiente para agravar el
castigo penal. Al contrario, tiene que existir alguna condición o circunstancia que amerite
ese plus de antijuridicidad y que permita distinguirlo de las figuras contempladas en los
arts. 128 y 129 del CP. De ahí que el problema técnico-jurídico a dilucidar, son los criterios
de distinción entre las tres figuras.
1. Que el sujeto activo tiene que ser un hombre y el sujeto pasivo una mujer, se
desprende de una interpretación sistemática de lo establecido en considerando V de la ley,
así como del lit. c) del art. 9 y lit. a) del art. 45 LEIV. Se trata entonces de un delito especial
impropio, esto es, aquellos en los que la cualidad del agente agrava o modifica la pena
imponible.
Esta característica típica implicará ciertos problemas tanto en el ámbito del error de
tipo como de la participación criminal. Pasemos revista a cada uno de ellos
27
Por cierto, el art. 2 de la Convención Belem do Pará se refiere –en consonancia a la doctrina penal
mayoritaria– a tres tipos de violencia: la física, la sexual y la psicológica.
28
Sobre la interpretación sistemática: GIMBERNAT, Concepto y método de la ciencia del Derecho penal, Edit.
Tecnos, Madrid, 1999, Pág. 51 y ss.
14
Sobre estos últimos, conviene señalar que se tratan de circunstancias específicas que
cualifican o disminuyen la pena en una magnitud determinada cuando concurren en un
hecho delictivo; por tanto, son distintas en sus efectos con relación con las circunstancias
genéricas contempladas en los arts. 29 y 30 CP. Y es por tal diferencia que dan lugar a los
tipos agravados y a los tipos atenuados –estos últimos también conocidos como tipos
privilegiados–31.
Las reglas generales del error sobre los elementos esenciales del tipo se resuelven
conforme la regla establecida en el art. 28.1. CP, mientras que el que recae sobre los
elementos accidentales no tiene una regla expresa de solución en el Derecho penal
salvadoreño32; a diferencia de otros ordenamientos como el CP español cuyo art. 14.2 CP
establece que el error sobre un hecho que cualifique la infracción o sobre una circunstancia
agravante impedirá su apreciación33.
Sin embargo, es posible deducir teóricamente una solución en estos casos atendiendo
al contenido del dolo del agente. Así, si el agente desconoce la calidad que tiene la víctima
en el delito de feminicidio que estipula el 45 LEIV –v. gr. mujer– no podrá serle aplicada
tal penalidad, sino la que corresponde al tipo básico de homicidio. Por ejemplo: el agente
escucha que alguien entra a la casa y considera erróneamente que es el vecino con quien
ha tenido varios altercados reiterados por unos mojones, sin darse cuenta que era su
esposa cuyo viaje a la casa de sus parientes se frustró. En tal caso, no existe feminicidio
sino un error en la persona que dará lugar a la aplicación del art. 128 CP.
29
BACIGALUPO, Lineamientos de la teoría del delito, Edit. Hammurabi, Buenos Aires, 1994, Pág. 81.
30
BACIGALUPO, Manual de Derecho penal, Edit. Temis, Bogotá, 1998, Pág. 105.
31
GÓMEZ BENÍTEZ, Teoría Jurídica del Delito, Edit. Civitas, Madrid, Pág. 198.
32
“Art. 28.- El error invencible sobre el hecho constitutivo de la infracción penal excluye la responsabilidad
penal. Si el error fuere vencible, atendidas las circunstancias del hecho y las personales del autor, la
infracción será sancionada en su caso como culposa”.
33
Art. 14.2. del CP español: “[e]l error sobre un hecho que cualifique la infracción o sobre una circunstancia
agravante, impedirá su apreciación”.
15
pero en realidad, se trata de un vecino que intempestivamente entra a la casa para pedirle
ayuda por unos malhechores que intentan hurtar en su casa. En tales casos el error es
irrelevante y deberá castigarse como homicidio, ya que no existe dentro del CP un
precepto que permita castigar este supuesto particular34.
Caso aparte, sin duda lo constituirá el denominado aberratio ictus o error en el golpe, que
acontece por ejemplo cuando el agente dispara su arma de fuego no con la finalidad de
matar a su mujer, sino al hombre que la acompaña y con quien ella tiene una relación
sentimental clandestina; no obstante, por su mala puntería, su accionar desemboca en la
muerte de su conviviente. En tal caso, el animus necandi del autor va referido al hombre
con quien cohabita su pareja, y ello constituye un homicidio simple. En este caso,
únicamente podría existir una imputación adicional –feminicidio en grado de tentativa– si
estuviéramos ante un supuesto de dolo de consecuencias necesarias o al menos de dolo
eventual.
De inicio tenemos que señalar que los delitos especiales son aquellos en los que se
restringe el concepto de autor a quienes ostentan una determinada calidad –v.gr.
parientes– u ostentan una determinada condición –v. gr. funcionario–. Por tanto, ya a nivel
de la tipicidad se cierra el círculo de posibles hechos a quienes pueden cometerlos35.
En otras palabras, quien no reúne tal característica no puede ser autor, aún y cuando
llegue a dominar el hecho. Y es aquí donde tiene importancia la distinción efectuada por la
doctrina entre los intranei –quien posee la cualidad exigida en el tipo– y los extranei –
quienes no la poseen–.
La explicación de ello es que en los delitos especiales, existe una exclusiva situación de
deber respecto a determinados bienes jurídicos o simplemente en relación con
determinadas conductas36. En otra palabras, y citando a GÓMEZ BENÍTEZ, en ocasiones el
Derecho penal selecciona a determinados autores como únicos que pueden realizar ciertos
delitos en razón a su peculiar relación con determinados bienes jurídicos o de fidelidad
con relación hacia el objeto sobre el que recae la acción típica, y por ello, es que puede
34
Así MIR PUIG, Derecho penal, parte general, 5° edición, Edit. Reppertor, Barcelona, 2006, Pág. 272.
35
STRATENWERTH sostiene que lo relevante en los delitos especiales no es la mera ejecución de
determinada acción, sino solamente la ejecución de esta acción en contra de un deber especial. Al efecto,
véase su Derecho penal, parte general I, El hecho punible, Edit. Hammurabi, 2005, Págs. 376-377.
36
Así ROXIN, Autoría y dominio del hecho, Edit. Marcial Pons, Madrid, 1998, § 34, Pág. 385 y ss.
16
Dentro del ámbito de la dogmática penal, los delitos especiales suelen clasificarse
dependiendo si la especial cualidad exigida al autor resulta ser el fundamento de su
castigo o únicamente una circunstancia agravatoria de la pena. Por ello se distingue entre
delitos especiales propios –v. gr. prevaricato, pues únicamente el juez lo puede cometer– e
impropios –v. gr. el parentesco constituye un hecho que agrava la pena del homicidio–39.
Tal distinción reporta importantes diferencias del tratamiento penal cuando concurren
diversas personas en la ejecución de un delito especial propio o en delito especial
impropio, lo cual no acontece en los delitos comunes cuyos problemas de delimitación
entre autores y partícipes resultan mucho más fáciles de solucionar con la teoría del
dominio del hecho que actualmente se constituye en doctrina dominante por parte de
nuestros tribunales40.
37
GÓMEZ BENÍTEZ, Teoría Jurídica del Delito, Pág. 154.
38
Cómo veremos más adelante, en los delitos especiales impropios se requiere en cuanto a la determinación
de la autoría, la exigencia del dominio de la acción típica más la infracción del deber jurídico extrapenal; y
en los delitos especiales propios, el último de los requisitos señalados, siendo irrelevante si se llega a
dominar el hecho o no.
39
En tales casos, nos referimos a las descripciones penales que exigen determinadas características
objetivo-personales con relación al autor; pero también caben dentro de esta distinción, aquellos tipos
penales que exigen ciertas características subjetivo-personales que puede ostentar el autor –determinadas
tendencias e intenciones como el ánimo de lucro en los delitos contra la propiedad o lascivo en los delitos
sexuales–, cuyas consideraciones de aquí en adelante son también valederas para su solución. Sobre esta
distinción, WELZEL, Derecho penal alemán, Pág. 121
40
Por ejemplo, pueden citarse varios pronunciamientos de la Sala de lo Penal como los dictados el 13-II-
2006 y 19-II-2007.
17
público– debe ser considerada como una apropiación indebida (217 CP), ya que no ostenta
la calidad de autoría que estipula el 325 CP.
41
“Art. 67.- Las circunstancias y cualidades que afecten la responsabilidad de alguno o algunos de los
autores y partícipes, sólo se tendrán en cuenta respecto de quien concurra o de quien hubiera actuado
determinado por esas mismas circunstancias o cualidades (…). La misma regla se aplicará respecto de
circunstancias y cualidades que configuren un tipo penal especial”.
42
BERDUGO GÓMEZ DE LA TORRE Y OTROS, Lecciones de Derecho penal, parte general, 2° Edición, Edit. La
ley, Barcelona, 1999, Pág. 299.
43
Sobre el principio de accesoriedad en el ámbito de la participación, véase: COBO DEL ROSAL/VIVES
ANTÓN, Derecho penal, parte general, 4° Edición, Valencia, 1996, Pág. 683. In extenso, PEÑARANDA
RAMOS, La participación en el delito y el principio de accesoriedad, Edit. Tecnos, Madrid, 1990, págs.. 326
yss.
44
Conviene advertir que existe un error de redacción en el precepto en referencia, pues lo correcto es que
se refiera a que el hecho cometido por el autor sea típico y antijurídico, Ello se conoce doctrinariamente
como la “accesoriedad limitada”.
18
45
“Art. 66.- La pena del cómplice en el caso del numeral 1) del artículo 36 de este Código, se fijará entre el
mínimo legal que corresponde al delito y las dos terceras partes del máximo de la misma pena y en el caso
del numeral 2) del mismo artículo, se fijará entre el mínimo legal que corresponde al delito y la mitad del
máximo de la misma, pero en ningún caso excederá de las dos terceras partes de la pena que se imponga al
autor”.
19
Una opción podría ser mantener la aplicabilidad del art. 67 CP con la consiguiente
ruptura del título de imputación atendiendo nuevamente a la idea que la calidad del sujeto
activo –“hombre”– no es transferible –la mujer responde como autora directa de un
homicidio mientras que el marido por una inducción a un feminicidio– o, la que considero
que sería la opción más adecuada desde el ámbito de la accesoriedad de la participación
cual sería mantener la unidad del título de imputación de homicidio, en la que la ejecutora
material responderá como autor del delito contemplado en el art. 128 CP, y en
consecuencia el esposo de la fallecida y orquestador del plan criminal como un inductor
de un homicidio.
46
Para WELZEL –Derecho penal alemán, citado, Pág. 134– lo que fundamenta la punición del partícipe por el
mismo título, es que él ha inducido o favorecido un hecho socialmente intolerable de carácter típico y
antijurídico. En suma, es la teoría del favorecimiento la que justifica político-criminalmente entender tanto
la inducción como la complicidad como formas de extensión de la pena, y donde el conocimiento y la
voluntad del partícipe con relación al ilícito penal que cometerá el autor es lo que determina el tipo a
aplicar.
20
Para concluir este apartado, deseo enfatizar que el feminicidio es un delito de propia
mano, es decir, ostenta la exigencia que el autor realice de forma personal la acción descrita
en el tipo, característica que no se cumple por ejemplo en el suicidio feminicida regulado en
el art. 48 LEIV, cuya conducta típica requiere que la propia mujer efectúe su muerte y el
hombre le preste su ayuda o ejerza una influencia psíquica relevante para tal fin. Tampoco
quedarán comprendidas dentro del art. 45 LEIV, las muertes acaecidas en el ámbito de las
relaciones homosexuales femeninas –lésbicas– y aún en los casos de parejas trans-sexuales,
a menos que en estos últimos casos pueda distinguirse fisiológicamente quien es varón y
quien es mujer47.
2. Con relación al segundo elemento típico, tiene comprobarse dentro del proceso
penal un vínculo relacional entre el autor y la víctima. Esto deriva de una interpretación
sistemática de los arts. 45 y 7 de la LEIV48. El más factible es el que acontece en las
relaciones de pareja, y es por ello que la aplicación paradigmática del feminicidio como de
otras figuras contempladas en la LEIV se circunscriba a dicho ámbito. No obstante,
también podrían quedar comprendidas relaciones parentales, laborales, docentes y aún de
amistad cercana e íntima, conforme lo estipula el último párrafo del art. 7 LEIV –
“…independiente del ámbito en que se hayan llevado a cabo”–.
La idea del necesario vínculo relacional entre el autor masculino y la víctima femenina
deriva, a mi modo de ver, no sólo de lo estipulado en el art. 7 LEIV –el cual define las
relaciones de poder o de confianza–; sino también del hecho que otros delitos contemplados
en el Titulo II de la referida especial, retoman tal característica –en particular en la
denominada “violencia patrimonial”, arts. 53 y 54 LEIV–. Aunado a ello, puede verse
también lo establecido en la definición de la violencia física cuando estipula que debe ser
ejercida “…por quien sea o haya sido su cónyuge o por quien esté o haya estado ligado a
ella por análoga relación de afectividad, aún sin convivencia”– 49.
47
Sobre los delitos de propia mano: STRATENWERTH, Derecho penal, parte general I, citado, (§ 12) Pág. 377
48
El art. 7 LEIV es todavía más claro en su párrafo último: “…[l]a desigualdad en las relaciones de poder o
confianza pueden subsistir, aún cuando haya finalizado el vínculo que las originó, independientemente del
ámbito en que se hayan llevado a cabo”.
49
Art. 9.- “c) Violencia Física: Es toda conducta que directa o indirectamente, está dirigida a ocasionar daño
o sufrimiento físico contra la mujer, con resultado
21
En los primeros el sujeto persigue un fin –el ánimo de lucro en los delitos
patrimoniales–; en los segundos, es preciso que los actos que realice el agente estén
animados por una determinada tendencia subjetiva –el ánimo lúbrico en las agresiones
sexuales– y en los delitos de expresión existe una discordancia entre lo declarado y lo
conocido –como acontece en el falso testimonio–52.
50
Sobre los tipos que presentan elementos subjetivos de lo injusto, y su clasificación en delitos de intención,
delitos de tendencia y delitos de expresión, puede verse a: CEREZO MIR, Derecho penal, Edit. B de F,
Montevideo, 2008, Pág. 429 y ss.
51
Ibídem.
52
De forma particular, en el delito de falso testimonio así como el de denuncia o acusación falsa, se requiere
el conocimiento de la falsedad de la declaración, y ello ha sido considerado como un especial elemento
subjetivo. Sin embargo, MIR PUIG considera que este elemento es parte ya del dolo. Véase su Derecho
penal, 5° ed., Edit. Reppertor, Barcelona, 2006, Pág. 279.
22
Sin embargo, otro sector doctrinario los clasifica en tipos que exigen una tendencia
interna trascendente –esto es, por una finalidad o motivo que va más allá de la realización
del hecho típico como acontece con el ánimo de lucro– y tipos de tendencia interna
intensificada –donde lo relevante es la actitud o el sentido personal que se le imprime a la
acción como acontece con el ánimo lúbrico en los delitos sexuales–53. Dichos elementos
imprimen un especial significado jurídico-penal, e implican un mayor disvalor subjetivo.
En consecuencia, resulta impensable que tales tipos penales puedan ser cometidos en
forma culposa. De ahí que se hable por algunos de un “dolo reduplicado”54.
Conforme lo anterior, debe advertirse que al tenor literal del art. 45 LEIV, la ejecución
del delito exige, además del dolo, un especial elemento de tendencia interna trascedente,
cual es la misoginia, y que se objetiviza –según la intención legislativa– en cada uno de los
supuestos contemplados en los literales del a) al e) de este artículo.
Por consiguiente, sólo podrán considerarse feminicidio los hechos que acaezcan bajo
tales modalidades. Y de no concurrir tal elemento subjetivo quedará la aplicación
subsidiaria del delito de homicidio básico o agravado dependiendo de las circunstancias
concurrentes en el caso.
53
BUSTOS RAMÍREZ, Manual de Derecho penal, Edit. Ariel, Barcelona, 1984, Págs. 186 y 187. DE LA CUESTA
AGUADO, Tipicidad e imputación objetiva, Edit. Cuyo, Mendoza, Pág. 76.
54
En el caso de los “delitos de intención” o de “tendencia interna trascedente”, la doctrina los divide en
“delitos de resultado cortado”, y “delitos mutilados en dos actos”. Al efecto, véase: RODRIGUEZ
DEVESA/SERRANO GÓMEZ, Curso de Derecho penal español, parte general, Edit. Dykinson, Madrid, 1995,
Pág. 409. LUZÓN PEÑA, Curso de Derecho penal, parte general, Tomo 1, UCA, Managua, Pág. 309.
55
Ibídem.
56
De acuerdo con VELÁSQUEZ, la interpretación auténtica es aquella explicación del contenido de la norma
penal por parte del sujeto de quien emana, vale decir, el legislador, que es su autor, y puede encontrarse en
los preámbulos, en las exposiciones de motivos, en las declaraciones de órgano legislativo, e incluso como
23
estudio, se efectúa una interpretación auténtica de las situaciones en las que concurre
“odio” o “menosprecio”, a saber: (a) exista un hecho previo de violencia contra la mujer;
(b) exista aprovechamiento de una situación de riesgo o vulnerabilidad de la mujer; (c)
exista una situación de superioridad derivada de relaciones desiguales de poder basadas
en el género; (d) exista un previo hecho de violencia sexual, y (e) cuando acaezca la muerte
derivada de una mutilación.
De forma sintética, los cinco literales del precepto en referencia pueden resumirse en
dos: (a) la existencia de un hecho antecedente de violencia –particularmente física o sexual– o
(b) de ámbitos relacionales que supongan una condición de vulnerabilidad de la mujer y una
situación de prevalimiento del hombre.
Sin embargo, cada uno de ellos generará graves problemas interpretativos con algunas
circunstancias agravantes como la alevosía o el abuso de superioridad contempladas en el
art. 129 CP, las cuales podrían quedar desplazadas por una interpretación generosa del 45
LEIV. Ello también acontecería con el ord. 2° que regula un número bastante considerable
de delitos violentos que entran en una relación medial con el homicidio –es decir, con el lit.
a) o el d) del art. 45 LEIV–.
Conviene pues, efectuar unos comentarios breves a cada uno de los supuestos.
La violencia a que se refiere el lit. a) del art. 45 LEIV debe relacionarse con los tipos
más graves que plantea el art. 9 LEIV y no quedaría comprendido en su aplicación, por
ejemplo, la mera disputa verbal ocasional efectuada días atrás o un diálogo encendido
surgido por nimiedades. Se trata de un episodio de violencia grave –física o psíquica–
cercano en el tiempo con relación a la muerte. Y es una interpretación que se impone
conforme a los principios de mínima intervención y proporcionalidad que derivan de la
grave penalidad que estipula el art. 45 en referencia.
Distinto es el caso del lit. d) en el cual se hace referencia explícita a los atentados
sexuales, aunque de forma indeterminada, ya que no delimita a qué delitos del Título IV
del Código Penal debe remitirse el intérprete de la norma. Se trata de un ámbito que
requerirá una interpretación sumamente restrictiva por parte de los jueces, abarcando
únicamente los hechos antecedentes a la muerte que constituyan violación, agresión
sexual, acoso sexual y determinación a la prostitución.
Como señalé al inicio, las relaciones desiguales de poder, desde hace mucho tiempo,
tienen cabida dentro del ámbito de los códigos penales como circunstancias modificativas
de la responsabilidad criminal; esto es, como agravantes genéricas o específicas: bien
57
QUERALT JIMÉNEZ, Derecho penal español, Edit. Bosch, Barcelona, 1996, Pág. 76.
58
Se ha sugerido en cuanto a la “vulnerabilidad” tomar en cuenta lo relacionado en el apartado 5.11 de la
Reglas de Brasilia sobre Acceso a la Justicia de las Personas en condición de Vulnerabilidad, cuando se
refiere a la misma como aquella condición de la víctima del delito que tenga una relevante limitación para
evitar o mitigar los daños y perjuicios derivados de la infracción penal o de su contacto con el sistema de
justicia, o para afrontar los riesgos de sufrir una nueva victimización. La vulnerabilidad puede proceder de
sus propias características personales o bien de las circunstancias de la infracción penal.
25
A mi manera de ver, las situaciones comprendidas tanto en los literales b) y c) del art.
45 LEIV suponen formas especiales de abuso de superioridad, con la diferencia que el
primero se relaciona con una especial condición de vulnerabilidad de la víctima, y en la
segunda con el ámbito de superioridad del autor conforme un vínculo relacional que
genera una situación que doctrinariamente se conoce como “prevalimiento”.
En efecto, dentro del literal b) quedarán comprendidos los casos en que la mujer se
encuentre debilitada por haber dado a luz, padezca una enfermedad terminal, se
59
La Sala de lo Penal de la CSJ ha considerado la existencia del abuso superioridad cuando concurren tres
personas, y dos de ellas rodean a la víctima mientras que la otra le dispara causando la muerte –sentencia
de 23-VII-2007, ref. 358-CAS-2007–. Sin embargo, conviene afirmar que existe un amplio debate doctrinal
acerca la diferencia entre abuso de superioridad y alevosía. Algunos, con mucho acierto, consideran al abuso
de superioridad como una figura “cuasi alevosa”, de “segundo grado”, o “de menor cuantía” no existiendo
más que una diferencia de nivel. Mientras que para otros, la diferencia entre ambas radica en que la
alevosía implica la anulación de las posibilidades de defensa –muerte por la espalda– y el abuso de
superioridad una disminución –ataque de frente por dos o más personas–. Y ello aparte de la común
distinción legal entre dichas figuras –la alevosía únicamente puede aplicarse en los delitos de homicidio y
lesiones, mientras que el abuso de superioridad suele ser de carácter general–. La cuestión se complica en
que tanto el texto legal salvadoreño como cierto sector doctrinal y jurisprudencial, consideran también
alevosa aquellos casos en los cuales el sujeto de aprovecha de una situación de indefensión tales como el
caso de los menores de edad. Por ende, y en esto señala un reducido sector doctrinario, estamos en
presencia de un abuso de superioridad derivado de la condición de la víctima y no de la actuación del
agente, que busque evitar algún riesgo personal. Como señala RODRIGUEZ DEVESA “…no cabe la alevosía en
la muerte de una persona naturalmente incapaz de defenderse en ningún caso, como ocurre con un niño de
corta edad o un inválido, porque la alevosía presupone una selección de medios, para escogitar
precisamente aquellos que el Código reputa alevosos, selección imposible de darse cuando cualquier medio,
modo o forma excluye de antemano todo riesgo. Lo cual no quiere decir que la muerte de un niño de corta
edad no está gravada, pues concurre el abuso de superioridad”. Al respecto, véase: RODRÍGUEZ
DEVESA/SERRANO GÓMEZ, Derecho penal español, parte general, Edit. Dykinson, Madrid, 1995, Pág. 728.
26
Como el tipo no se refiere a las relaciones de confianza –que estipula el art. 7 LEIV– en
aquellos supuestos en los que el hechor –mediante una relación de noviazgo o amistad–
lleva a la víctima a un lugar para matarla posteriormente, no quedarían dentro de ninguno
de los literales del art. 45 LEIV, sino que estaríamos en presencia, de una muerte alevosa
comprendida en el art. 129 num. 3° CP.
El lit. e) del art. 46 LEIV se vuelve más complicado en su aplicación, pues deberá
requerirse primero, la comprobación de alguno de los supuestos de aplicación del art. 45
LEIV, y en ninguno de ellos se establece lo relativo a las relaciones de confianza,
únicamente a la violencia y a las relaciones desiguales de poder.
IV. CONCLUSIONES.
60
Algunos supuestos se encuentra regulados en el art. 9 de la Convención Belem do Para –embarazada,
discapacitada, menor de edad, anciana, privada de libertad, refugiada, desplazada, etc. –.
61
Más de alguna corriente doctrinal, consideraría este caso como una muerte insidiosa, pudiendo quedar
comprenda en el número 4 del art. 129 CP, entendida la insidia como una traición moral y la alevosía como
un traición de carácter material.
27
2. Concluyo entonces, desde un plano de lege data, que el delito de feminicidio presenta
singularidades tanto en relación al disvalor de acción como en cuanto al disvalor de
resultado; pues en este último caso debe tratarse el sujeto pasivo de una mujer. Pero,
donde podemos encontrar la diferencia con el homicidio es con relación al disvalor de
acción, que requiere la comprobación de los siguientes elementos típicos: (a) al hombre
como sujeto activo y la mujer como sujeto pasivo; (b) un ineludible vínculo relacional que
debe de existir; y (c) especial elemento de ánimo que debe ser objetivable en cada una de
las situaciones contempladas en el art. 45 LEIV.
62
Sostuvieron HULSMAN y BERNAT DE CELIS: “…Al llamar ‘crimen’ a un hecho, quedan excluidas, para
empezar, todas esas otras maneras de reacción; lo cual significa limitarse al estilo punitivo, y al estilo
punitivo del aparato socio-estatal, es decir, a un estilo punitivo dominado por el pensamiento jurídico,
ejercido con gran distanciamiento de la realidad por una estructura burocrática rígida. Llamar a un hecho
28
‘crimen’ significa encerrarse desde el principio en esta opción infecunda”. Véase su libro: Sistema penal y
seguridad ciudadana: hacia una alternativa, Edit. Ariel, Barcelona, Pág. 90.
63
Establece el art. 63.2 CP: “[l]a pena no podrá exceder el desvalor que corresponda al hecho realizado por
el autor y será proporcional a su culpabilidad. Para la determinación de la pena, en cada caso, se tendrá
especialmente en cuenta: 2) La calidad de los motivos que impulsaron al hecho”.
64
Resta el análisis de la relevancia que puedan tener los estados pasionales o las perturbaciones mentales –
con clara repercusión en el ámbito de la culpabilidad– con relación a la misoginia. Ya que ciertos
comportamientos de alta excitación nerviosa repentina –generados por factores endógenos o exógenos–
pudieran dar lugar a ejecuciones homicidas con un alto componente violento previo, y más allá de que estos
hechos revelen una actitud misógina, pueden explicarse como perturbaciones mentales graves –
esquizofrenia– o personas con una alta predisposición a perder el control emocional –neurosis–. La
discusión no es banal pero tampoco es sencilla, ya que se relaciona con la aplicación en algunos de estos
casos de la atenuante de estado pasional contemplada en el art. 29.3 CP.
29
Discriminación Contra las Mujeres” constituye –desde la óptica de los principios del
Estado de Derecho– el camino correcto a seguir.
V. BIBLIOGRAFÍA.
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1984.
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Tirant lo Blanch, Valencia, 1996.
• GIMBERNAT, Concepto y método de la ciencia del Derecho penal, Edit. Tecnos, Madrid,
1999.
• GÓMEZ BENÍTEZ, Teoría Jurídica del Delito, Edit. Civitas, Madrid, 1992.
• MIR PUIG, Derecho penal, parte general, 5° edición, Edit. Reppertor, Barcelona,
2006.
• LUZÓN PEÑA, Curso de Derecho penal, parte general, Tomo 1, UCA, Managua, s/f.
32
• QUERALT JIMÉNEZ, Derecho penal español, parte especial, Edit. Bosch, Barcelona,
1996.
• ROXIN, Derecho penal, parte general, Tomo 1, 2° Edición, Edit. Civitas, Madrid.
• SILVA SÁNCHEZ, La expansión del Derecho penal, aspectos de la política criminal en las
sociedades postindustriales, 1° Edición, Edit. Civitas, Madrid, 1999.