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El mundo es un escenario

Por D.G. Laderoute

Mientras tanto, en la capital Imperial…


Bayushi Shoju, Campeón del Clan del Escorpión, saltó para evitar la estocada que venía di-
rigida a él, al tiempo que esquivaba hacia la derecha y golpeaba hacia la izquierda. Sus movi-
mientos eran fluidos como el agua, situándose allá donde los ataques de su contrincante no iban
dirigidos. Los movimientos de su oponente eran como el fuego, rápidos y agresivos al lanzar un
torbellino de ataques que hubiesen acabado rápidamente con un adversario inferior.
Un nuevo ataque: Shoju esquivó una vez más. Esta vez lanzó al mismo tiempo una patada,
que impactó en el hombro de su contrincante. La mujer se recuperó rápido, pero no lo bastante.
El arma de Shoju se lanzó a través del minúsculo hueco en las defensas de su oponente provoca-
do al romper su cadena de ataques e impactó contra el estómago de la mujer, haciéndola retroce-
der con un gemido, tras lo que se arrodilló de inmediato y soltó su arma.
El ataque de Shoju había sido más potente de lo que había pretendido, y se detuvo un instante
para recuperarse. Frunciendo el ceño bajo su máscara, se giró hacia la bushi a la que acababa de
derrotar.
—Has combatido bien, Yunako-san. Si no te hubieses sobre extendido en tu penúltimo ata-
que, ahora sería yo en lugar de tú el que estaría arrodillado en el suelo del dōjō.
Bayushi Yunako hizo una reverencia. —Me honráis, Bayushi-ue.
Shoju sopesó en su mano derecha el bokken, la espada de madera para prácticas. El efecto de
las pociones Shosuro que proporcionaban fuerza y flexibilidad a su brazo derecho, agostado de
nacimiento, estaba comenzando a disiparse. Se giró hacia el atril de armas de entrenamiento con
la intención de poner fin al combate de entrenamiento… pero se detuvo. La noche anterior se le
había ocurrido algo, y aquel era el momento idóneo para ponerlo en práctica. Se dio la vuelta de
nuevo.
—Yunako-san —dijo—, recoge tu katana.
—Hai, Bayushi-ue.
Shoju aguardó a que la otra Bayushi atravesase la sala de entrenamiento del dōjō, mientras
escuchaba el susurro de sus pies al andar sobre la arena que cubría el suelo. La mujer dejó el
bokken, sacó su katana con un suave sonido de acero contra acero, colocó cuidadosamente la
vaina en su obi junto a su wakizashi, la otra arma de su daishō, y regresó para encararse de nuevo
con su Campeón.
—Y ahora —dijo Shoju—, quiero que me mates.

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Yunako se inclinó. —Como deseéis, Bayushi-ue —la mujer se enderezó y saltó de inmediato,
lanzando un corte a Shoju que lo hubiese decapitado de haber impactado.
No impactó, pero el ataque falló por apenas un dedo al saltar Shoju a un lado. Retorciéndose
en mitad del salto, contraatacó con su bokken. Una vez más, era agua; una vez más, Yunako era
fuego. Sin embargo, esta vez los ataques de la mujer tenían el filo de acero y la intención de matar,
tal y como Shoju le había ordenado.
Un tajo salvaje silbó junto al estómago de Shoju, a punto de destriparlo. El hombre sonrió
ligeramente tras su máscara y lanzó una potente estocada con su bokken. La otra Bayushi esqui-
vó el ataque dando un paso a un lado y contraatacó como un auténtico escorpión, con un golpe
descendente que se lanzó, apenas visible, contra el cuello de Shoju. El hombre se retorció y pateó
la pierna de Yunako, haciéndola perder el equilibrio durante el tiempo suficiente para permitirle
agacharse y esquivar el ataque. Ahora su sonrisa era completa, y continuó su ataque con un revés
que impactó en el brazo de Yunako. La mujer cambió de dirección tan rápida como el pensa-
miento, amortiguando el golpe con su movimiento, al tiempo que atacaba con su katana en un
amplio arco contra la espalda de Shoju.
Shoju comenzó a reír.
Aún como el agua, Shoju se abalanzó hacia delante, lanzando todo su peso contra Yunako de
forma tan sólida e inevitable como la tierra. Ahora era también fuego, rápido como una llama…
aire, consciente del menor movimiento de sus brazos y manos, piernas y pies, de cada cambio
de posición, cada tensión y relajación de sus músculos… y vacío, en la unión de todo ello para
conformar un único instante perfecto, completamente consciente y enteramente inconsciente…
Su salto hacia delante y su impacto repentino contra su oponente provocaron una minúscula
vacilación en el ataque de la mujer… tiempo suficiente para golpear con su bokken contra la
mano de la espada de Yunako, levantar su mano izquierda y arrancarle la katana de la mano. Des-
vió el impulso del arma hacia abajo, luego en un arco a su alrededor y frente a su cuerpo, dejando
que su propio peso continuase presionando contra la espalda de la mujer y hacia abajo hasta ate-
rrizar sobre ella, con una rodilla contra su estómago y atrapándola contra el suelo, mientras que
la katana finalizaba su nuevo arco y acababa posada sobre el cuello de la Bayushi.
La sangre brotó a partir del contacto del acero con la carne, de un carmesí tan brillante como
el de la flor de tsubaki, la camelia roja que florecía en los Jardines Imperiales. Shoju sonrió una
vez más bajo su máscara ante lo apropiado de la situación.
Por su parte, Yunako se limitó a aguardar con el rostro tranquilo, casi sereno, y sus ojos fijos
durante un largo instante en algo situado más allá de su Campeón y por encima de él. Finalmen-
te, desvió la mirada hasta encontrarse con la de Shoju.
—Mi honor —dijo—, y mi vida, por el Escorpión.
Shoju mantuvo la vista clavada en Yunako. En la corte, un contacto ocular tan directo sería
una ruptura de la etiqueta… pero no estaban en ninguna corte. La mirada de la mujer no mos-
traba ningún miedo, duda ni pesar.

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Shoju asintió una vez y tensó el brazo
son el que sostenía la katana…
Luego dio un salto y se acuclilló al ate-
rrizar, con la espada de Yunako lista para
enfrentarse contra cualquiera que fuese el
que había entrado en silencio en el dōjō y
que ahora se encontraba de pie cerca de
ellos.
—Mis disculpas, mi señor Shoju —dijo
Bayushi Kachiko con una sonrisa jugueto-
na en los labios— ¿Interrumpo algo?
Shoju bajó la espada e indicó a Yunako
que se levantase. Giró la espada y se la en-
tregó a la mujer con la empuñadura por delante. —Creo que esto te pertenece, Yunako-san.
Yunako hizo una profunda reverencia en reconocimiento hacia el Campeón de su clan, y
ahora también de la Consejera Imperial. De la herida de su cuello continuaba brotando sangre.
—Soy yo quien debe disculparse, Bayushi-ue, por la falta de habilidad que os he demostrado hoy.
Me temo que he sido una oponente indigna de vos.
—Al contrario, Yunako-san, has sido una oponente totalmente digna. Volveremos a entrenar
juntos. Restaña tu herida y preséntate aquí al amanecer.
—Hai, Bayushi-ue —Yunako aceptó la katana de manos de Shoju, recuperó el resto de su
daishō, se inclinó de nuevo y se retiró del dōjō.
Kachiko dirigió su media sonrisa nuevamente hacia Shoju. —¿Tenéis la intención de convertir
a esa mujer en vuestra concubina?
Shoju recogió el bokken y lo puso de nuevo en su sitio. —¿Y qué pasaría si lo hiciese?
—Hay opciones mejores. Recuerdo a una Shosuro que sería una buena candidata, y también
podría sugerir a cierta Yogo… pero aconsejaría que no os enamoraseis de ella, teniendo en cuen-
ta la maldición de su familia.
Shoju alisó la arena del suelo del dōjō y se limpió el sudor de la frente con la mano. Su agosta-
do brazo derecho le ardió de nuevo, recordándole que necesitaba tomar otra dosis de las pocio-
nes Shosuro. —¿Qué necesidad tengo de una concubina…? —dijo, acercándose a Kachiko— ¿…
cuando mi esposa es la mujer más deseable del Imperio?
—Cuidado, mi señor Shoju… si vuestra esposa escuchase tales palabras, podría comenzar a
creérselas.
Shoju se permitió que la sonrisa se reflejase en sus ojos. —Creer lo que es cierto es comple-
tamente sensato.
—Qué ironía, viniendo del Señor de los Secretos y las Mentiras.
—En ocasiones digo la verdad.

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La luz en los ojos de Kachiko se intensificó. —Y siempre resultan ser verdades que me agra-
dan.
Shoju se permitió alargar un momento el instante de intimidad, y luego dio un paso atrás. —
Supongo que no habréis venido simplemente para verme entrenar. Permitid que me bañe, luego
hablaremos con tranquilidad. Reunámonos en el estanque de peces koi más elevado, al final de
la Hora del Mono.
Kachiko pasó un dedo por la palma de la mano de Shoju al retirar la suya. —Lo espero con
ansia, esposo mío.

Shoju observó a los peces koi nadar de forma irreflexiva por el estanque. Los había anaranja-
dos, dorados, blancos crema y algunos negros. Sus movimientos eran realmente como el agua, un
fluir lánguido e incesante. Algunos miembros del Clan del Fénix creían que estudiar las acciones
de los peces koi podía desvelar pistas del futuro.
Se agachó y tocó la superficie del agua con el dedo, bloqueando el paso de uno de los peces.
El pez se golpeó contra su dedo, retrocedió y nadó en otra dirección. Como consecuencia de ello
otro pez cambió de dirección, y así hasta que se vieron afectados los movimientos de casi todos
los peces.
Puede que los Fénix tengan razón, pensó Shoju. Pero simplemente ver el futuro no era sufi-
ciente. Cambiarlo, darle forma igual que había cambiado las acciones de los peces koi… eso era
lo que importaba.
—A vuestro hijo —dijo Kachiko detrás de él— le encantaría veros jugando con los peces.
Shoju continuó mirando a los peces koi. —Dairu es lo bastante mayor como para diferenciar
qué es un juego… y qué no lo es.
—¿Entonces estáis cuidando de los peces? Tenemos sirvientes para este tipo de tareas.
Mientras nadaban, Shoju se percató de que ahora los peces evitaban su dedo: habían incor-
porado su presencia a su comportamiento. Sacó el dedo del estanque y se levantó. —En ocasio-
nes —dijo—, dedicarse a cosas sencillas como cuidar a los peces puede tener su importancia…
especialmente cuando dicha sencillez resulta engañosa.
Kachiko se puso a su lado. —La sencillez casi siempre resulta engañosa.
Shoju asintió. A escasa distancia, un jardinero plebeyo recortaba los capullos marchitos de un
matojo púrpura de violetas. Algo más lejos, en otra dirección, un par de obreros llevaban madera
hacia una casa de té que estaba siendo reparada, discretamente oculta entre unos cerezos. Shoju
sabía que había otros sirvientes entre el follaje a su alrededor, dedicados a las diferentes tareas
necesarias para que los jardines continuasen siendo un lugar de cuidada belleza. Gente sencilla,
dedicada a tareas sencillas.
Y en su conjunto, todo ello una mentira.
Eran sirvientes, sí, pero también agentes Escorpión. Por medio de su presencia y de sus movi-
mientos, se asegurarían de que nadie fuese capaz de acercarse lo bastante a Kachiko y a él como

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para escuchar lo que estuviesen diciendo, o al menos no sin que se diesen cuenta. El jardinero
dirigiría su atención a un hibisco cercano, los obreros que trabajaban en la casa de té moverían
un trozo específico de madera, lo que valdría a Shoju para darse cuenta de que alguien se acer-
caba mucho antes de que fuese un problema. Acciones nimias y sencillas llevadas a cabo por
personas aparentemente anónimas y sencillas, pero que en realidad tenían un gran significado…
simplicidad engañosa, al servicio del Clan del Escorpión.
—Algo os preocupa, esposo mío —dijo Kachiko.
—Me preocupan muchas cosas.
—¿Es ese el motivo por el que os estabais planteando seriamente matar a aquella samurái en
el dōjō?
Shoju dirigió su mirada hacia Kachiko, luego comenzó a recorrer un camino serpenteante
que se alejaba del estanque de peces koi. Kachiko ajustó elegantemente su paso al de él para ca-
minar a su lado.
—Necesitaba saber que mi intención de matarla era auténtica —dijo—, de forma que me
permitiese ver su reacción.
—La estabais probando.
Shoju observó cómo los siervos que no eran tales comenzaban a caminar por los jardines,
cambiando de posición para adaptarse a sus movimientos y a los de Kachiko. —Se me sugirió
a Bayushi Yunako como candidata para comandar a la Guardia de Élite Bayushi. Un puesto de
semejante prestigio exige una lealtad absoluta y una dedicación inquebrantable a su deber.
—Un cadáver no sería un buen comandante, no importa lo leal o devoto que sea.
—Es una suerte, entonces —dijo Shoju— que aparecieseis cuando lo hicisteis.
Kachiko sonrió. Durante un rato se limitaron a caminar bajo los árboles floridos, a observar
los colores y disfrutar del olor de un millar de flores. Finalmente llegaron a un pequeño puente
arqueado situado sobre un plácido riachuelo, uno de los muchos que atravesaban los jardines del
Palacio Imperial. Shoju se detuvo en la parte más elevada del puente y se inclinó sobre la baran-
dilla para seguir con la mirada la corriente
hasta el punto en el que desaparecía bajo
un grupo de sauces llorones.
Kachiko puso la mano en la barandi-
lla, apenas tocando la de él. —Aún no me
habéis respondido —dijo—. Algo os pre-
ocupa… algo más que la simple cautela a
la hora de elegir a un comandante de con-
fianza para las fuerzas militares de nuestro
clan.
Shoju se quedó mirando un solitario
pétalo de rosa que flotaba en la corriente.

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—Me acuerdo de una obra de kabuki que vi hace poco —comentó—. Por supuesto, se suponía
que la atención debía estar centrada en los actores, y todos ellos interpretaban sus papeles con la
adecuada habilidad. Sin embargo, los que llamaron mi atención fueron los kuroko: los tramoyis-
tas, todos ellos vestidos de negro, que movían objetos de un lado a otro y reorganizaban el esce-
nario al ir avanzando la obra. Iban vestidos de negro porque se supone que deben ser ignorados
e invisibles —dirigió su mirada a Kachiko—. No obstante, me resultó interesante el hecho de que
los kuroko son en realidad los intérpretes más importantes que hay en el escenario. Su colocación
del decorado y los objetos en el escenario determina los movimientos de los actores. Cambia de
posición un elemento, aunque sea un poco, y es posible hacer que un intérprete se meta entre
las sombras, o que se encorve ligeramente, o que se acerque de más al borde del escenario. Esto
alterará la forma en la que el actor interpretará su papel y al mismo tiempo, la propia obra.
Kachiko se quedó mirando a su esposo, pero no dijo nada, y esperó a que continuase.
Shoju dirigió nuevamente su atención al pétalo atrapado en la corriente. —Si el Imperio es la
obra y los clanes son los intérpretes, nuestro lugar actual se encuentra en el centro del escenario,
el punto en el que se centran todas las miradas —se giró hacia Kachiko—. ¿Pero es ese el lugar
apropiado para el Clan del Escorpión? ¿Acaso no es nuestro cometido ser los kuroko? ¿Vestir
de negro y ser ignorados, moldear y dar forma a lo que sucede en el Imperio mientras todas las
miradas apuntan en otra dirección?
—Hemos dedicado grandes esfuerzos a obtener el poder que tenemos ahora —replicó Ka-
chiko—. Años de cuidadosos planes, de hacerse con puestos clave y de concertar matrimonios
de influencia. Años de eliminar a aquellos que se interponían en nuestro camino… todo ello ha
culminado en lo que ahora tenemos. El Clan del Escorpión se ha ganado el centro del escenario
Imperial, ¿no es así?
—No lo pongo en duda —dijo Shoju—. Ciertamente, nos hemos ganado lo que ahora tene-
mos. Pero eso no quiere decir que debiéramos tenerlo.
—Me parece escuchar ecos en vuestra voz, esposo. Ecos de los daimyō de las familias Soshi
y Yogo…
—Sí, Soshi Shiori y Yogo Junzo me han transmitido su opinión. A su manera, ambos creen
que hemos acumulado poder a expensas de nuestra verdadera misión en el Imperio.
—¿Y vos estáis de acuerdo con ellos?
Shoju buscó el pétalo de rosa con la mirada, pero había desaparecido bajo las copas de los
sauces. —No estoy completamente en desacuerdo con ellos —sonrió a Kachiko—. Sin embargo,
no me posicionaré sin antes escuchar la opinión de mi asesora de mayor confianza.
—Parece que sugerís que renunciemos parte de nuestro poder en favor de los demás clanes,
permitiéndoles obtener réditos en la Corte Imperial. ¿Y que esto nos permitiría actuar de forma
más subrepticia desde una posición más debilitada? —Kachiko enarcó una ceja—. Es un punto
de vista interesante a la hora de hacer avanzar los objetivos de nuestro clan.

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Bayushi Ogoe, mi predecesor lejano, hizo exactamente esto, ¿no es así? En aquella época
nuestro clan se encontraba en una posición ascendente en el Imperio prácticamente en todo.
Jactándose de lo fácil que sería derrotar al Clan del Unicornio cuando todos los demás clanes
habían fracasado, para luego perder ante ellos de forma humillante, hizo que nuestro clan pa-
reciese pecar de un exceso de confianza y debilidad. Los demás clanes decidieron ignorarnos y
comenzaron a competir nuevamente entre ellos, condiciones perfectas para que nuestro clan se
dedicase a lo que mejor sabe hacer.
—La diferencia —respondió Kachiko— es que el Rokugán de la época de Ogoe era relativa-
mente próspero y estable. A los clanes les resultó fácil considerar al Clan del Escorpión como
un enemigo común. —Kachiko dirigió la mirada a un grupo de arces situado más adelante en el
camino que habían seguido. Sin embargo, sus ojos parecían distantes, como si mirasen más allá
de los árboles—. En comparación, el Imperio de hoy en día es turbulento. El Clan de la Grulla
se encuentra al borde de una hambruna, una que podría extenderse a otros lugares simplemente
conque una cosecha no sea buena en otra parte del Imperio. El Clan del Dragón se enfrenta a
una tasa de nacimientos en constante declive, al mismo tiempo que la Secta de la Tierra Perfecta
gana poder predicando herejía y sedición. El Clan del Cangrejo lucha desesperadamente por
mantener la Muralla del Carpintero libre de la oscuridad, mientras que el Clan del Fénix ve cómo
la comunión con los kami elementales se hace aún más difícil…
—Soy plenamente consciente de los problemas a los que se enfrenta el Imperio —dijo Sho-
ju—. De hecho, es precisamente a causa de ellos que los demás clanes nos miran con envidia.
Mira, por ejemplo, a Doji Hotaru. Puede que sea joven e inexperta en su puesto de Campeona
del Clan de la Grulla, pero sigue siendo la hija de Doji Satsume. Buscará afianzar su poder en las
cortes para contrarrestar la debilidad de su clan en otras áreas, especialmente tras la muerte del
Campeón Esmeralda. Y para ello probablemente encontrará aliados dispuestos entre los clanes
del Fénix y el Unicornio.
—El Clan del Fénix resulta de poca importancia —replicó Kachiko, encogiéndose levemente
de hombros—, y no debemos permitir alianza alguna entre los clanes de la Grulla y el Unicornio.
Además, que su clan haya perdido al Campeón Esmeralda puede ser una ganancia para el nues-
tro. Creo que vuestro hermano, Aramoro, podría ser un candidato excelente.
—Tal vez… pero Kakita Yoshi sigue siendo el Canciller Imperial. probablemente se mostrará
muy complaciente cuando Hotaru desee imponer los planes de su clan en la corte.
—Os aseguro que no necesitáis preocuparos por Hotaru, esposo mío, y por extensión, tam-
poco por el Clan de la Grulla.
Shoju bajó la vista hacia el agua al percatarse de la certeza en el tono de voz de Kachiko.
Después de una breve pausa para permitir a Kachiko darse cuenta de que se había percatado,
continuó. —Luego está el Clan del Cangrejo. Hida Kisada ha comenzado a hablar mal de noso-
tros como consecuencia de la aparente falta de interés del Emperador en la amenaza creciente
para la Muralla. En el mejor de los casos se plantea por qué no utilizamos nuestra influencia para

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convencer al Emperador de que mantener segura la Muralla es el problema más acuciante del
Imperio.
—Es poco probable que Kisada admita su debilidad de forma tan abierta.
—Le he ofrecido la asistencia de nuestro clan, tropas y material, pero exige un nivel inacep-
table de control sobre ellos.
—Una simple muestra del obstinado orgullo Cangrejo.
—Por supuesto, pero no altera el hecho de que otro clan ha comenzado a sentir un resenti-
miento cada vez mayor por el poder e influencia de nuestro clan.
Kachiko no dijo nada durante un rato. En el silencio, Shoju sintió que estaba sopesando algo,
como si estuviese decidiendo si debía hablar, y en caso de hacerlo, qué palabras utilizar. Aguardó
con curiosidad, oyendo mientras tanto el suave borboteo del riachuelo que fluía bajo el puente.
—Tal vez —dijo finalmente Kachiko— exista una forma alternativa de ver esta obra. —Shoju
la miró.
—Tal vez —continuó— en lugar de entregar poder y trasladarnos a las sombrar como vues-
tros kuroko, debiéramos hacer lo contrario. De igual forma que os sugerí asegurarnos de con-
vertir en Campeón Esmeralda a Aramoro, tal vez debiésemos reunir y consolidar aún más poder
para nuestro clan.
—Sería una estrategia descarada.
—Probablemente. Pero, una vez más, este no es el Imperio de Ogoe. En tiempos difíciles el
Imperio precisa fuerza y liderazgo. Deshacernos de nuestras ganancias y permitir recuperarse a
otros clanes hace que corramos el riesgo de que todos los clanes se mantengan debilitados, en el
preciso momento en el que al menos uno de ellos debe mantenerse fuerte.
—Bayushi-no-Kami dijo al primer Emperador que sería su villano —comentó Shoju—, no
que haría cumplir su voluntad.
—Cierto. Pero a lo largo de los años se han sucedido muchos emperadores Hantei. Y ninguno
de ellos había disfrutado del favor de los Cielos de forma tan clara como el primero. Y este, el
trigésimo octavo…
Shoju alzó una mano. —Vuestras palabras están adquiriendo un tinte peligroso, esposa mía,
si es que sugerís que los Cielos Celestiales han retirado su favor al Hantei.
—No tengo intención de sugerir tal cosa —continuó Kachiko—. Simplemente digo que a lo
largo del Imperio hay cada vez más crisis y contiendas. En una época como esta, el Emperador
precisa ser especialmente fuerte. Necesita la fuerza que vos tenéis, Bayushi Shoju del Clan del
Escorpión.
Shoju juntó las manos a la espalda, agarrando su mano mala con la buena. —Se me ocurre
una idea absurda —dijo—. Es posible que se deba únicamente al cansancio acumulado en el
dōjō. Sin embargo, sería posible interpretar lo que acabáis de decir como una sugerencia de que
debería ser yo el que se sentase en el Trono Crisantemo —sonrió—. Sin embargo, como he dicho,
es absurdo pensar que ni siquiera vos seríais capaz de sugerir tal cosa, ¿verdad?

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Kachiko se rio.
—Oh, esposo mío---, ¿realmente pensáis que podría siquiera imaginar tal cosa? ¿Qué sería
capaz de ver a alguien que no fuese un Hantei en el trono de Rokugán? —rio de nuevo—. Cuando
Bayushi-no-Kami dijo que sería el villano de Hantei-no-Kami, no creo que implicase semejante
nivel de villanía. Tal y como habéis dicho, es un pensamiento absurdo.
—Es posible entonces —respondió Shoju, desaparecida su sonrisa— que debáis elegir con
mayor cautela vuestras palabras, esposa mía.
Al mirar a su alrededor vio al jardinero, que ahora se encontraba cortando el césped bajo un
hibisco… mientras los obreros de la casa de té estaban moviendo otro trozo de madera. Estos
jardines, igual que la Corte Imperial, pertenecían a efectos prácticos al Clan del Escorpión. Era
casi una certeza que nadie sería capaz de escucharles.
Casi.
Kachiko hizo una reverencia a modo de disculpa. —Tenéis razón, por supuesto, esposo mío.
Me aseguraré de no ser tan descuidada en el futuro.
Shoju asintió y comenzó a caminar de nuevo, a través del puente y en dirección a los arces.
Una vez más Kachiko se situó a su lado y continuaron su discusión hablando de los muchos pro-
blemas a los que se enfrentaba el Imperio, así como de los desafíos, y oportunidades, que estos
presentaban para el Clan del Escorpión.

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Bayushi Shoju, dedicado Campeón del Clan del Escorpión

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