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Negro.

Aquella inocencia era teñida por el más cruel negro de todos.

Destellos.

Suaves, pequeños, tenues destellos de esperanza se desvanecían y escapaban de él sin que pudiera retenerlos.

Destino.

¿Era así como debía ser…?

El negro cielo nocturno cubría desde hace tiempo la ciudad bajo él, mostrando los brillantes y casi románticos
destellos de Octubre que eran sus preciosas estrellas. Su majestuosa presencia hacía a las luces de las calles, los autos y
los escaparates de tiendas encenderse para iluminar los caminos y edificios que los albergaban; ante sus bellos y
deslumbrantes rayos pasaba la gente, con una sonrisa blanca, perfectamente enmarcada en sus labios, riendo y
bromeando con su compañía, disfrutando de la hermosa noche y de aquella delicada brisa, que en más de una ocasión
jugó traviesa bajo algunas faldas y meció con soberbia largas cabelleras.
En efecto, era una preciosa noche de Octubre la que se vivía en la ciudad. Tanta calma, tanta tranquilidad, tanta
felicidad en el ambiente no podía ser mejor. Por eso, cuando un pequeño rubio pasó corriendo a toda prisa entre la
multitud seguido de cerca de un hombre mayor, todos sonrieron ante la enternecedora escena, y siguieron con sus
vidas. Un padre más jugando con su pequeño hijo. Tan tierno que era…
El pequeño había sido olvidado tan rápido como había pasado ante los demás, sólo fue un fugaz rayo amarillo indigno
de recordar más allá de la cena. Nadie notó la pequeña y esponjosa cola que asomaba sobre sus pantaloncitos, ni las
bien formadas orejas de zorro que se inclinaban al correr y se erguían atentas al mirar atrás, los finos bigotes
marcados delicadamente en sus mejillas eran aún más difíciles de apreciar, pero más que eso, nadie vio los lastimados
piececitos descalzos que aún se aferraban a su carrera pese al inmenso dolor, nadie notó la piel amoratada de sus
brazos y la arañada en sus piernitas, nadie reparó en las copiosas lágrimas que emanaban de sus ojos mojando su
carita, ni en el miedo y la agitación que ésta misma reflejaba.
-¡Naru-chan! ¡Detente, pequeño, basta de juegos! ¡Hay que volver a casa o mamá se preocupará!
El pequeño cerró con fuerza los ojos buscando sacar de su cabeza esas palabras. Lo odiaba. Odiaba a ese hombre y sus
mentiras, sólo viéndose bien ante las personas para que nadie se diera cuenta de la verdad. Para que nadie le ayudara.
Pero él sabía bien que aunque pudieran nadie lo haría, estaba solo, no era más que una valiosa propiedad. Abrió sus
enormes ojos azules de nuevo para seguir el camino incierto, pero antes de poderlo evitar se estrelló con un montón
de personas que caminaban distraídas contra él. Al sentir el golpe se detuvieron y miraron sorprendidos al pequeño
rubio que había terminado en el suelo, podían jurar que lo sintieron entre sus piernas como se siente un animal entre
los neumáticos de un auto, eso los había asustado bastante; creyeron que era algún perro despistado, o un gato quizá,
y pudo serlo por la cola y las orejas que vieron, pero después se dieron cuenta de la pequeña forma inconfundible que
posee todo niño. Sus ojos se abrieron más grandemente.
- Un… kitsune…
Se escuchó la voz de alguien que se había dado cuenta de la condición del pequeño, y en cuanto terminó de hablar,
Naruto comenzó a moverse; se llevó una manita a la cabeza, estaba un poco aturdido pero aún así intentó levantarse,
no podía rendirse, había llegado tan lejos…
- Un kitsune. ¡Un kitsune!
Al escuchar aquello miró estremecido a las personas a su alrededor y cómo se le acercaban peligrosamente, con las
manos extendidas hacía él como una especie de autómatas infernales, y con esa horrible sonrisa torcida en sus rostros
que los hacía igual de mórbidos que aquél que le perseguía. Retrocedió lentamente conforme se acercaban a él, pues
el miedo apenas lo dejaba moverse; era igual a un zorrito asustado, yendo hacia atrás con sus patas, con la cola entre
ellas y las orejas caídas, mientras sus aterrados ojos azules suplicaban compasión al tiempo que retomaban el llanto.
- Un bello kitsune…
La mano de una mujer se alzaba ante él igual que la pálida garra de un lobo hambriento; más personas le habían
rodeado, no podía seguir retrocediendo, ya no quedaban huecos por dónde escapar. Antes de que aquella temible
garra lo tocara se escuchó el sórdido estallido de algo detrás de él sobre su cabeza; un terrible sonido que le congeló el
cuerpo. La mujer cayó muerta al suelo en el siguiente instante, y el resto de los que le rodeaban corrieron
despavoridos en todas direcciones buscando ponerse a salvo. Aquellos ojos muertos se quedaron clavados en los suyos,
contemplándolo. Estaba más que paralizado, el disparo había hecho que su corazón se detuviera y que dejara incluso
de respirar, era como si el tiempo se hubiera estancado y él fuera el único que lo notara; como si no hubiera nada más
en la existencia que él y esos bellos ojos ámbar, preciosos, adorables, muertos, que seguían deseándole desde el más
allá.
- Te dije… que mamá se preocupará, Naru-chan.
Se quedó estático unos momentos, pensando, repasando una y otra vez en su mente lo que decía aquella voz a sus
espaldas, qué significaba todo eso, y qué era lo que seguía. Tenía miedo. Un chillido agudo salió disparado de su
garganta, igual que un zorro capturado por una fiera, y trató de escapar, correr lo más lejos posible de ese hombre
cruel, mentiroso, detestable y… asesino.
- ¡¿A dónde mierdas crees que vas?!- El hombre lo tomó bruscamente por el cuello y lo sacudió con fuerza en el aire
mientras caminaba de regreso.- Maldita bestia… ¿Cómo se te ocurre? ¡Mira! ¡¿De qué demonios sirvió que intentaras
escapar?! ¡¿Eh?! ¡Ya vamos de regreso! ¡Sólo me haces perder mi tiempo, zorra malagradecida!
El pequeño no dejaba de llorar. Estaba asustado, cansado y furioso, pero no con aquél hombre, sino consigo mismo.
¡Estaba tan cerca! ¡Casi era libre! ¡¿Cómo pudo fallar llegando tan lejos?! ¡ASÍ de lejos! Era increíble. Era injusto.
Siguió siendo zarandeado por aquél hombre unas cuantas calles más, hasta que finalmente éste se cansó y se
conformó con arrastrarle por un brazo el resto del camino, maldiciéndole y humillándolo sin dudar, Naruto sólo se
dejó hacer; era la última vez que lo intentaba, ya no podía llegar más lejos de lo que había llegado esta vez, ¿para qué
tratar? De igual forma, el mundo era el mismo infierno adentro que afuera de su “hogar”, siendo así, ¿a dónde podía
escapar?
Conforme se alejaban de la zona iluminada de la ciudad y se adentraban en callejuelas más oscuras y estrechas, el
hombre subía el tono de su voz, como si recuperara fuerzas para herir al pequeño a cada paso que daba. Los edificios
se redujeron en el camino y comenzaron a recorrer un tramo de tierra suelta; el hombre sonrió con malicia y arrastró
a Naruto por el suelo como si fuera un trapo sin importarle sus quejidos. El pequeño rubio se incorporó como pudo y
comenzó a andar más rápido al lado del que le sujetaba. Las piedras y los vidrios rotos lastimaban sus pies peor que
como habían hecho con sus piernas.
-Hoy es día de paga, estúpido crío. Significa que va a haber muchos dispuestos a dar todo su dinero por una noche
con ese lindo culo de zorra que tienes, ganaremos mucho como cada mes… ¿Y aún así te atreves a escapar?- Dio una
bofetada brusca con su antebrazo justo en el rostro del pequeño, haciendo que éste se sacudiera repentinamente por
la sorpresa del golpe. Todo fue tan rápido que Naruto dejó de sentir la nariz, pero la experiencia lo hacía sorber, casi
por instinto; de otro modo llegaría con el sabor de la sangre en la boca, y como le había dicho millones de veces
Kakashi, eso no era sexy para los clientes…
Finalmente aparecieron en la lejanía destellos multicolores que sin duda captaban la atención de todo el que pasara
cerca, y conforme se iban acercando a ellos, el pequeño kitsune se sentía desfallecer. Por un instante, un fugaz
pensamiento cruzó su mente, hacer un último esfuerzo y resistirse a caminar, o incluso tratar de emprender la huida
ahora que Kakashi había aflojado su agarre en él, salir corriendo repentinamente en cualquier dirección lejos de ahí,
lejos de ese hombre, lejos de todos los que aquella noche lo esperaban. Pero no lo hizo. Se recordó cuál era la
realidad, y al siguiente instante, estaba frente a la puerta debajo de aquellas luces.

“No nos podemos quejar, niño. Tienes que admitir que la puerta al Infierno es hermosa, y por pensarlo así, estamos
condenados…”
Aquellas palabras resonaban en su mente cada vez que pensaba en las luces multicolores sobre la puerta del burdel,
una simple barrera de cortinajes de cristales de fantasía que se iluminaba con el brillo detrás de ella que dejaba
traslucir hacia afuera, eso cuando el lugar se habría por las noches, claro. Justo en ese momento en el que estaba
frente a ella, el recuerdo de Jiraya se hizo más fuerte, diciéndole esas palabras tan extrañas que nunca pudo
comprender. ¿Acaso eran para consolarlo? ¿Cómo podría ser un consuelo algo tan incomprensible? O al menos así lo
era para él.
- Ahh… hogar, dulce hogar. ¿No es así, Naruto?
El pequeño no respondió; sabía que lo mejor era mantener la mirada baja y no provocar a aquel hombre de ninguna
manera. Sumiso, sin más lágrimas que derramar, entró al lugar siguiendo al de cabellos plateados.
Luces, sonido y un mar de gente era lo que aguardaba tras el cortinaje. Nuevamente sentía ganas de llorar de rabia; ya
no quería estar ahí, vivir ahí de esa manera tan ruin, asqueado de lo que era obligado a hacer. No era muy listo, ni
tampoco tenía una gran edad para decirse conocedor de la vida, pero sabía que aquello estaba mal. Lo supo desde
pequeño cuando husmeaba en la basura de los callejones por algo que comer; lo supo cuando la gente que lo veía no
lo ahuyentaba con rocas como a los demás chicos que no eran kitsune sino al contrario, le ofrecían caramelos y
juguetes para que los siguiera; lo supo cuando ese hombre apareció una tarde con el rostro cubierto por una graciosa
máscara de conejo, vaciando un costal de chocolates de todas variedades frente a él, por alguna razón ese dulce en
particular lo atraía en demasía, casi no opuso resistencia cuando Kakashi lo metió en el mismo costal que contenía
todos esos manjares.

“Naruto… no importa qué… no dejes que te vean…”

Recordaba esa voz desde que tenía memoria, siempre resonaba en su cabeza en las noches cuando soñaba con un par
de ojos celestes igual a los suyos, como si se estuviese mirando en un reflejo, pero esos ojos estaban empañados, a
punto del llanto, y la mirada que le daban era tristeza genuina, desamparo y frustración, todo ello en un sólo
sentimiento: amor. Conforme pasaban los años ese recuerdo se desdibujaba un poco más, al punto de que ahora ya no
estaba seguro si había sido real, quizá sólo un sueño desconcertante, una manera de que él mismo se diera ánimos de
alguna forma… quizá sólo fue algo que vio en televisión alguna vez, y ahora pensaba que era cosa suya. No
importaba, sabía bien que la sensación de esa mirada cristalina jamás lo abandonaría hasta el último día de su vida,
real o no, podría decirse que esos ojos eran el recuerdo más triste que poseía, y lo atesoraba como nada en el mundo.
Ni él mismo podía explicarse por qué.
- Lo encontraste.- Se escuchó la voz de una mujer cercana a la puerta; sus curvas pronunciadas eran la envidia del
resto de mujeres que trabajaban ahí, especialmente cuando elegía acentuarlas con sus habituales vestidos entallados y
de gran escote. Su mirada hacia el pequeño era severa, con un enorme desprecio que no se esforzaba en ocultar.-
Apuesto que Iruka estará contento.- Escupió antes de abofetear a Naruto con una fuerza terrible.
- Oh, vamos Tsunade. No lo estropees más, necesito dejarlo listo y apenas tengo tiempo.- Le dijo Kakashi casi
indiferente, pensó que el golpe que la rubia le propinó al kitsune había sido bastante duro… para su edad. Eso lo
divirtió un poco. La mujer miró el reloj en la barra de alcoholes.
- Son las 9:36 de la noche, apenas tienes hora y media para alistarlo.
Ignorando el comentario del hombre se perdió entre la multitud hasta llegar a la mesa en la que estaba atendiendo a
unos jóvenes; tomó la botella de sake que había y bebió casi hasta terminársela. Estaba furiosa. Ese maldito mocoso no
había corrido lo suficientemente lejos para que el imbécil de Kakashi pudiera perderle el rastro, tanto trabajo que le
tomó dejar las puertas abiertas para que escapara, y esa rata estúpida no pudo huir. Antes de que el de cabellos
plateados lo trajera, ella era la más solicitada en el burdel De la Hoja, la puta que más adinerada aparecía al despuntar
el día, le gustaba decirse a sí misma que aquél risible establecimiento no sería nada sin ella, sólo un montón más de
prostitutas baratas y bebidas adulteradas, pero desde Naruto todo cambió: sus peces gordos, como gustaba llamarle a
los altos ejecutivos que hacían fila para tenerla, ahora volcaban toda su atención y dinero al pequeño, incluso la idea
que tuvo y que tanto dinero le dejaba a De la Hoja se la robaron y la usaron en él. En una noche se había convertido
en lo que más despreciaba, una ramera más, y culpaba al rubio kitsune por ello.
- Ey linda…- Uno de los muchachos con los que estaba metió la mano en su escote y le beso el cuello. Tsunade le
asestó tremendo golpe con el codo que el chico retrocedió aturdido mientras se sujetaba el pecho y trataba de
recuperar el aire; la mujer lo miró unos segundos, después lo tomó del rostro y comenzó a besarlo frenéticamente, el
joven se sorprendió pero siguió el ritmo de ese beso salvaje con una sonrisa, le gustó esa actitud.
Naruto vio todo aquello desde lejos, mientras era conducido por Kakashi a la barra; pudo percibir claramente el odio
que Tsunade profería hacía él, haciéndolo estremecer. Entre las repisas llenas de licores había una puerta que
conducía a un estrecho pasillo, múltiples puertas se alzaban a sus costados; el peliplata lo llevó en ese camino. El
pequeño podía escuchar claramente las risas que quedaban detrás de ellos, todo el ambiente de fiesta y diversión se
apagó en cuanto el mayor cerró la puerta y enfiló hacia el final del corredor, llevando al kitsune consigo. Casi todas
las habitaciones en ese lugar estaban cerradas, sólo de vez en cuando había alguna entreabierta, con el espacio
suficiente para que Naruto viera dentro cómo la dueña de la habitación se preparaba: maquillaje exuberante,
vestimenta lustrosa y un par de píldoras. Era la rutina a la que estaban acostumbradas aquellas mujeres. Una vez
listas, salían sonrientes a venderse al mejor postor. Una de esas mujeres lo vio pasar cuando ella salía, mirándolo
directo a los ojos; por alguna razón se sintió avergonzada e invadida por la culpa, esos azules ojos inocentes no la
dejarían dormir aquella noche, tan rápido como desaparecieron al final del pasillo ya habían escudriñado su alma y la
habían asfixiado con sus propios secretos. Tragó pesado y se llevó la mano al cuello, casi como si sintiera la soga de
una horca enroscarse en él. Al siguiente instante el hombre de cabellos plateados lo arrojó dentro del último cuarto,
encontrándose con el susodicho castaño mientras arreglaba el traje de una de sus chicas a minutos de salir a escena;
ella se miraba al espejo sujetando fuertemente sus cabellos, su número de ballet erótico debía ser perfecto.
- Aquí está.- Dijo Kakashi con un tono serio poco típico en él. Iruka miró a Naruto en el suelo, su precioso botín
recuperado. Sonrió.
- Bien Kakashi, me aseguraré de que no vuelva a ocurrir… y te garantizo que te recompensaré bien por esto.- El
nombrado se relamió los labios, sabía bien que cuando hacía algo que complacía a Iruka, siempre lo dejaba montarlo
salvajemente hasta quedar agotado. Era delicioso poseer a ese hombre más joven que él a su merced, especialmente
porque sabía que nadie más lo tenía. Su perversa felicidad se vio opacada cuando miró al castaño acariciar la cintura y
los muslos de la chica, bajo el pretexto de estar acomodando los últimos detalles del traje de bailarina; entonces el
joven hombre hundió su rostro contra la pelvis de la chica y lo movió de un lado a otro, haciendo que esta riera
sonrojada. Iruka se levantó y le indicó con una sonrisa que estaba lista.
- Gánanos fama, querida.- La joven salió alegre del lugar, dispuesta a partirse el lomo con tal de cumplir lo que le
habían encomendado; pasó a un costado de Kakashi, quien permanecía estoico en la puerta. No notó la mirada de
despreció que le dirigió. Los azules ojos se clavaron al suelo, estaban aterrados de nuevo, podía percibir la furia que
crecía dentro del hombre que lo capturó con una nitidez avasalladora; temía que decidiera desquitarse con él y
matarlo a golpes frente a Iruka, sin embargo sólo se excusó secamente antes de salir del lugar, dejándolo solo con el
castaño. El pequeño rubio no se atrevía a levantar la mirada, tal vez Iruka también lo golpearía como hizo Kakashi de
camino al burdel, de alguna manera querría lastimarlo para hacerle pagar, estaba seguro.
- Oh, Naruto.- Comenzó a hablar el joven.- Temí no volver a verte.- Se agachó para quedar a la misma altura y tomó
el mentón del pequeño, obligándolo a que le mirara.- Naru, Naru… mi pequeño zorro dorado… ¿Por qué huíste de
casa? ¿Por qué nos abandonaste? ¿Acaso ya no nos quieres?- Sin poderlo evitar, los ojos azules comenzaron a
derramar lágrimas nuevamente a pesar del ardor que sentían tras haber llorado tanto antes; su nariz moqueaba y su
cuerpecito empezó a temblar de miedo. No podía detenerse.- Oh, ya, ya, no tienes que llorar para hacerme feliz,
pequeño.- Iruka lo abrazó y sonrió al percibir el temblor del kitsune en sus brazos. Naruto lloró incontrolablemente.-
Está bien, sin rencores ¿ok? Todo estará bien, sé que sólo querías ver el mundo, pero ya ves que no hay nada para ti
ahí. Tu hogar es este, y tu familia somos nosotros. Si nosotros no te queremos… ¿quién lo hará?- Dicho esto soltó una
risa burlona que se moría por salir. El pequeño sólo quería ahogarse entre tanto llanto y dormir, cerrar sus ojos y
nunca más abrirlos. Ciertamente no había nada para él en ningún lado. Iruka se levantó y lo cargo como un cariñoso
padre; depositó un suave beso en una de sus mejillas, probando los ríos salados que había en ellas.- Ven, te vestiré
para hoy. Tengo una sorpresa para ti.
Se aproximó a uno de los guardarropas que había en la habitación, abrió una de las puertas y de él sacó una funda
para trajes; una de sus caras era simple plástico transparente, así que Naruto pudo ver con suma claridad el
aterciopelado traje naranja que el mayor le obsequiaba: era un traje de zorro, con todo y guantes y pantuflas en forma
de patitas de dicho animal, aunque desde luego, la cola y las orejas no eran necesarias, por lo que en su lugar sólo
había agujeros para que el traje se ajustara a la medida al cuerpo del kitsune. El pequeño escondió el rostro en el
hombro de quien le cargaba, ya no podía continuar más, era demasiado dolor, demasiada humillación. Incontables
noches le habían quemado en ese lugar, forzándolo a usar ropa vergonzosa como esa y hacer cosas asquerosas a un
montón de desconocidos; el simple hecho de imaginar que viviría así el resto de sus días, iniciando con esta nueva
vestimenta, quebraba los últimos ápices de esperanza que tenía. En los minutos siguientes continuó llorando mientras
Iruka le calzaba el traje de zorro, le limpiaba las heridas visibles con un poco de agua y le decía que se veía precioso.
- ¿Ves? No quedaste tan mal. ¡Mira qué guapo estás!- Naruto seguía temblando inconscientemente, su mirada azul se
tornó opaca, pero aún se apreciaba la tristeza que lo embargaba. “Otra noche más” pensó. El castaño lo cargó
nuevamente y se dirigió de vuelta al burdel; al abrir la puerta ambos vieron cómo el lugar estaba atiborrado de gente,
hombres y mujeres por igual, buscando echar una buena noche de pasión para seguir con sus vidas; sin embargo el
pequeño era el evento principal, todo el que frecuentara De la Hoja lo sabía bien, por eso cuando Iruka subió al
escenario principal dando inicio a la subasta, todos los presentes aplaudieron. En el centro del escenario habían
colocado un pedestal temporal donde Naruto yacía de pie, a la vista de todos. Expuesto. Jamás pudo superar el ser
observado por tantas personas a la vez; los reflectores en el techo se enfocaban sobre él, evitando que pudiera ver más
allá de unos cuantos metros, pero aun así sabía que estaban ahí, todos esos ojos salvajes con sus miradas lascivas,
acechándolo con placer, esperando a que callera entre sus garras para ser destazado por ellos. Lo sabía bien. Iruka se
aclaró la garganta y suavemente se dirigió a la audiencia.
- Damas y caballeros, esta noche empezaremos la puja con 100 mil dólares. ¿Escucho 200?

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