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A principios del siglo XVIII, la llegada de los Borbones al trono español y el auge de
las ideas ilustradas trajeron consigo transformaciones administrativas, económicas, políticas y
sociales, así como un nuevo pensamiento basado en la ciencia y la razón, que daba al traste
con el concepto de vida que se había tenido hasta el momento en las Españas.
El Humanismo cristiano daría paso en el siglo XVIII a la antesala del sistema
capitalista que vivimos en el siglo XXI, lo cual acarrearía graves consecuencias en todos los
campos.
La Ilustración imponía con fuerza sus teorías y arrumbaba las que precedieron; su
obsesión por catalogar y clasificar aportaría a las relaciones humanas una de las más
execrables consecuencias: el desarrollo de los conceptos de raza y los prejuicios que ello
comportaba; la presunción de una supremacía racial que justificaba, entre otras cosas, el
hecho de la esclavitud que estamos tratando; con un añadido: la esclavitud dejaba de ser un
instrumento que mitigaba los rigores de la guerra y se convertía estrictamente en un hecho
mercantil que la raza superior tenía derecho a ejecutar a costa de las razas inferiores, que
siempre serían las no nórdicas.
Todo comenzaría con el fin de la Casa de Austria. Las glorias de los Austrias mayores
devinieron en un triste personaje, Carlos II, que a pesar de todo supo mantener los principios
hispánicos, pero que tras su muerte daría paso a otro no mucho mejor que él en lo tocante a la
salud, pero que aportaba a su reinado el complejo de superioridad de la Europa que desde
hacía dos siglos había sido combatida por España.
Felipe V sería el chivo expiatorio de una política europea que había condenado a
España a la fragmentación y reparto, y si en su dependencia de Francia posibilitó la
mutilación de España, en su dependencia de Inglaterra posibilitó el desarrollo del ideal
británico de liberalismo y sometimiento a tratados comerciales inhumanos, a los que tan
proclive ha sido siempre la Pérfida Albión, y que si el fin último era el descuartizamiento de
España, por ahora nos detendremos en los aspectos estrictamente esclavistas.
La decadencia de España era manifiesta aunque su presencia en el mundo no dejaba
de crecer; llegó 1713, y con él el tratado de Utrecht, que comportaba una nueva mutilación:
Cerdeña y Nápoles, reinos que habían formado parte integrante de España desde 1420
Cerdeña, y desde 1504 el Reino de Nápoles. Felipe de Anjou (Felipe V), nieto de Luis XIV,
cedería su soberanía tras la Guerra de Sucesión a cambio del reconocimiento internacional de
su derecho al trono de España.
Y anexo al Tratado de Utrecht estaba el Tratado del Asiento, por el que Inglaterra vio
conseguido uno de sus más ansiados logros: Tener acceso al mercado hispanoamericano;
poder acceder a los puertos americanos y montar en ellos las bases de actuación que
acabarían destruyendo la unidad de España.
Colaborador necesario en ese logro fue Felipe V, quién contraviniendo la opinión del
Consejo de Indias impuso la firma del claudicante Tratado del Asiento por el que Inglaterra se
quedaba con el monopolio del tráfico de esclavos a la España Americana; algo que, dicho así,
parece que se trata de un simple cambio de proveedor. Pero no es eso lo que caía dando el
asiento de negros a Inglaterra.
Tampoco era sólo el hecho que venía anexo al Tratado, de importancia menor y que
consistía en que Inglaterra, además, podría vender otras mercaderías que en principio no
podían exceder las quinientas toneladas que tenía de capacidad el navío que anualmente
podría cumplir esta concesión graciosa, todo lo cual daba al traste con la política seguida al
respecto hasta la fecha.
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Y al amparo del tratado firmado con Inglaterra, desde 1714 Buenos Aires pasaba a
convertirse en un importante centro de importación de esclavos para toda América del Sur,
con especial incidencia en las zonas mineras y en las zonas agrícolas.
Pero a pesar de todo, el volumen de tráfico negrero no alcanzó las expectativas que el
mercantilismo prometía. Y es que la evolución del esclavismo en América, dentro de su
disparidad, había hecho que gran parte del trabajo que anteriormente había sido realizado por
esclavos, a mediados del siglo XVIII hubiese sido prácticamente absorbido por trabajadores
libres… o lo que es lo mismo, que muchos esclavos hubiesen alcanzado la libertad y
siguiesen desarrollando las misma funciones laborales.
Había finalizado gracias a las concesiones arrancadas a Carlos III, que el pueblo
consideraba una victoria. El espíritu de sedición se había extendido produciendo
sangrientos episodios en Zaragoza (abril de 1766), donde fueron ejecutados ocho
sediciosos. (Ferrer)
Por supuesto, la maniobra tuvo el éxito deseado, y los jesuitas serían expulsados el
año 1767. Lógicamente, sus autores no dejarían de obtener beneficios económicos concretos.
Quienes recibirían los perjuicios serían otros… entre otros aquellas personas de color que, en
el siglo XVIII, llegaron a estudiar en la Universidad de San Marcos, de Lima y alcanzaron,
por ejemplo, a ser cirujanos.
Al momento de ser expulsados del virreinato peruano (1767), los jesuitas tenían
5.224 esclavos trabajando en sus haciendas. La mayor parte trabajaba en la costa.
(Gómez)
El desarrollo tanto de las plantaciones azucareras como del tráfico negrero se vio
favorecido de manera esencial con la toma de la Habana por parte de Inglaterra el año 1762.
Esa influencia ya no dejaría nunca de existir, pues aun cuando Inglaterra abandonó
militarmente la isla el año 1763, dejó tras de sí un ejército de comerciantes que controlaban el
mundo económico de la isla. A ese hecho se le conoce como liberalización del comercio
cubano, logro privativo del despotismo ilustrado que conocería una especial incidencia el año
1789, cuando fue liberalizado el comercio de esclavos junto a otras medidas liberadoras que
permitieron a Inglaterra introducir en la isla maquinaria y bienes de consumo.
La gran pregunta que de forma recurrente viene saliendo al compás que avanzamos el
estudio del hecho esclavista, ¿cuántos esclavos?, surge nuevamente ahora, y para responderla
tomamos la referencia que nos da un hispanista reconocido:
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En Cuba las cifras son otras. Líneas atrás señalábamos que la población esclava en
1792 estaba compuesta por 85.000 personas… Comparemos con Río de la Plata.
Pues en 1811, la población esclava de Cuba ascendía a más de doscientas mil
personas, y a casi trescientas mil veinte años más tarde.
Pero es que, en México se calcula que hacia 1793 existía un máximo de 10.000
esclavos, la octava parte de los que se calcula que existían a mediados del siglo XVII.
Tras esa reseña, que viene a aclarar un aspecto interesante en lo relativo al total de
esclavos existentes en un momento concreto, resulta cuando menos extraña la evolución del
esclavismo en Cuba, radicalmente contraria a la evolución llevada en otros puntos de la
España americana, y considerando que el mismo gobierno ilustrado era quién marcaba las
pautas en un lugar y en otro. ¿Cómo es posible que Cuba, máxime comparando su extensión
geográfica con la del resto de la España americana, acaparase el 40% de todos los esclavos?
Parece que el tráfico negrero debía haberse visto incrementado en toda América
cuando el primero de octubre de 1777 fue firmado el Tratado de San Ildefonso entre las
coronas de España y Portugal, y por el cual se convenía el cambio de la colonia de
Sacramento, en poder de Portugal, por las provincias de Santa Catalina y Río Grande del Sur
en Brasil.
Portugal nos cedía además en el golfo de Guinea las islas de Fernando Póo,
Annobón, Corisco y ambos Elobeyes, así como el litoral comprendido entre las
desembocaduras de los ríos Níger y Ogoué, o lo que viene a ser lo mismo, entre los
cabos Formoso y López . El Tratado fue ratificado en El Pardo en 24 de marzo de
1778. (tratados de paz. Tomo III: pp 236 y sig)
Parece lógico que con este asentamiento en África, la Monarquía española hubiese de
desarrollar el tráfico negrero que hasta la fecha no había desarrollado, pero no sería así, aún a
pesar de que, estando todo dominado por la Ilustración difícilmente podemos hablar de una
monarquía española auténtica.
La producción azucarera cubana, que había alcanzado una importancia de primer
orden, y todo, sin lugar a dudas, merced a la invasión inglesa de 1762, hizo posible que
durante la guerra de independencia usense, en 1779, y como consecuencia del decisivo apoyo
prestado por España, se abriese el mercado azucarero cubano a los Estados Unidos
independientes, que cambiaban su tradicional proveedor, las Antillas británicas, por quienes
hicieron posible su independencia de Inglaterra.
Pero la mentalidad británica no es la mentalidad hispánica, y esos Estados Unidos
supieron aprovechar la dependencia comercial que significaba para Cuba haber sustituido a
las Antillas británicas en el suministro de azúcar, y la falta de cálculo por parte de España (o
el exacto cálculo por parte de los agentes extranjeros que la gobernaban), posibilitaron que a
mediados de siglo XIX el 62% de las exportaciones cubanas tuviesen como destino los
Estados Unidos, Inglaterra el 22%... y España un mísero 3%.
España ya no decidía por sí, y como consecuencia tuvo que servir los campos de
cultivo que daban azúcar a los Estados Unidos y a Inglaterra.
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Los últimos años del siglo XVIII conocieron una importante evolución del
movimiento abolicionista, y en 1794 Toussaint Louverture liberó a los esclavos haitianos, lo
que provocó una alarma en todo el mundo esclavista. Como consecuencia, el 15 de febrero de
1796 se prohibía en Cuba la importación de esclavos procedentes del Caribe no español.
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Igual prohibición renovó el general Vives por la circular de 9 de julio de 1829, que
fue aprobada por Real Orden de 8 de octubre del mismo año. Reiteráronse las
prohibiciones en 6 de agosto de 1831, y en 28 de julio de 1832, a consecuencia de la
alarma que difundió en Cuba la situación de Jamaica. Creciendo siempre los
temores, la Real Orden de 12 de marzo de 1837 recomendó que por ningún motivo
ni pretexto se introdujesen negros libres en Cuba. (Saco 1879 Vol II)
Pero la importancia esclavista que tenía Haití pasaría a ser detentada por Cuba, y la
transición se produjo justo en el tiempo en que se desarrolló el conflicto haitiano, pues desde
1791 se produjo en Cuba un serio incremento de plantaciones azucareras y un incremento en
el trasiego de esclavos.
Todo indicaba que España había pasado de ser la vanguardia del espíritu humanista
que con el reconocimiento de derechos de los indios como súbditos de la Corona y las Leyes
de Indias del siglo XVI marcaban una diferencia sideral con las formas europeas, a ser un mal
remedo del espíritu de la Ilustración; alcantarilla de Francia y de Inglaterra que con el
concurso exitoso de sus agentes habían conseguido, a lo largo de todo el siglo XVIII dar la
vuelta a los principios que conformaban el ser y la esencia de España.
Serían Francia e Inglaterra quienes dirimiesen cual de ellas se quedaba
definitivamente como metrópoli de España, y ese asunto no tardaría en llegar.
Tras la guerra franco-británica para la dominación de España, vulgo “guerra de la
independencia, el avance de los intereses británicos en España y la consiguiente laminación
de todo espíritu humanista, cristiano y español inició un crescendo que a estas alturas del
siglo XXI no sólo no ha parado, sino que amenaza con conseguir sus últimos objetivos.
En esa órbita, consumadas las guerras separatistas americanas en base a traiciones
manifiestas llevadas a cabo al gusto y conveniencia de Inglaterra por parte de sus agentes,
unos denominados “libertadores”, otros generales del ejército español y otros clase política de
todos los colores, los asuntos de la América no desgajada conocieron el crescendo de la
corrupción que tan propia resulta del sistema político que con el beneplácito y el empuje
necesario de Inglaterra se dio España a sí misma.
Así, los capitanes generales de Cuba pasaron a tener derecho a su particular mordida,
que en el caso de los esclavos tendría una sensible importancia… Y el cargo era otorgado,
justamente a quienes tuvieron una convenientemente dudosa actuación en las guerras
separatistas del continente.
Y es que la suerte estaba echada. Hasta el extremo que la venta de la isla era una
cuestión permanentemente barajada por parte de los distintos gobiernos españoles, que sin
embargo, no tuvieron el valor de llevar a cabo… hasta 1898.
Esas cuestiones eran las que estaban barajando mientras la discusión sobre el
abolicionismo estaba sobre la mesa en todos los debates. Inglaterra, justa y curiosamente
Inglaterra, la esclavista, era la abanderada del abolicionismo; ella, que justo en el momento
de la abolición, tenía el control de más de la mitad de la trata mundial. ¿Qué estaba pasando?
En esos momentos la revolución industrial exigía un nuevo concepto de la esclavitud,
que a partir de entonces tendría que ser asalariada… Pero había más, mucho más, porque
además de ser asalariada, para la atención de la industria, en Inglaterra sobraba mano de obra
que debía ser enviada fuera a toda costa.
También en esos momentos, y como consecuencia de su posición en el mercado
mundial de esclavos, Inglaterra contaba con la mayor flota esclavista, por lo que la solución
al excedente de mano de obra en Inglaterra podría ser regulado transportándolo a Australia y
Nueva Zelanda en la flota que hasta entonces había estado enviando negros de África a
América, sin que por ello fuesen mejoradas las condiciones de transporte. Y así se hizo, sin
abandonar el negocio del tráfico negrero a sus nuevas colonias americanas, la principal de las
cuales era provincia española: Cuba.
La forma para continuar con el negocio fue sencilla: algunos de los traficantes
mutaron su nombre inglés por otro hispanizado, como por ejemplo Philip Drake, que se
convirtió en don Felipe Drax, mientras a mediados del siglo, los bancos ingleses financiaban
y aseguraban la carga a los traficantes de esclavos.
en 1837, el cónsul inglés, David Turnbull, calculó que de los setenta y un barcos
esclavistas que operaban en las costas cubanas, cuarenta eran portugueses,
diecinueve españoles, nueve eran de Estados Unidos, y uno era sueco; en 1820-
1821, dieciocho habían sido españoles, por cinco franceses, dos portugueses y uno
estadounidense, si es que había que hacer caso de sus banderas. No obstante, no
puede darse demasiada importancia a las nacionalidades. A causa de la interferencia
internacional de los ingleses, los barcos se hacían a la mar bajo diversas banderas.
(Thomas 1971)
Pero la humillación a España no debía cesar, en esta ocasión a cuento de los derechos
de los esclavos, cuando España lo tenía regulado desde el derecho visigodo.
Es el caso que en 1685 entró en vigor en las Antillas Francesas el Code Noir, que
rápidamente se empezó a aplicar, con variantes más o menos significativas, en las demás
regiones americanas. Lógicamente, a la historia ha pasado que el último código de
comportamiento en la Antillas es el Reglamento de esclavos en Cuba, que data de 1842, y
para nada se habla del Liber Iudiciorum, en que se basaba el derecho de los esclavos
españoles, posteriormente actualizado por el Código de las Siete Partidas, mientras en otros
lugares carecían de código alguno, fuese negro o de otro color.
Sólo queda recurrir a investigadores ajenos, como el cubano José Antonio Saco… o
mejor el británico Henry Kamen… de cuya lectura se puede inferir que, como en el caso de
los nativos americanos, no existe parangón en el trato que España dio a los esclavos.
Y eso se puede decir incluso en el siglo XVIII… y hasta en el XIX, cuando
manifiestamente el control absoluto de España ya estaba en manos de los enemigos de
España, que pudieron, eso sí, acabar con la concepción de una sociedad con esclavos para
transformarla en una sociedad esclavista, aumentando el número de esclavos al tiempo que
suprimían las formas humanistas y aplicaban un sistema de producción que atendía
exclusivamente al rendimiento y que suprimía el trato del amo.
De ese amo que ya no vivía en la plantación, y que ni tan siquiera visitaba, con el
esclavo que permanecía en la misma sin tan siquiera llegar a conocer a quién se proclamaba
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su “amo”. Al fin y al cabo, igual que en una sociedad anónima, cumbre del mismo sistema
liberal capitalista en que se había transformado la plantación de caña.
En esta época, la población esclava había sufrido un nuevo crecimiento, acorde con el
desarrollo capitalista. Si la población esclava en 1792 estaba compuesta por 85.000 personas y
en 1831 ascendía a casi trescientas mil, en 1860 nos da una población libre de 1.025.917 y
una esclava de 370.553, es decir prácticamente había 1 esclavo por cada 3 hombres libres. En
Puerto Rico la proporción era de 1 esclavo por cada 13 libres.
Esa Ilustración que justo en el periodo que estamos tratando posibilitó las guerras
separatistas en América, a la que aportó más miseria que la que ha sido capaz de acumular la
España europea. Una separación que destruyó, al menos por un periodo de dos siglos (y está
por ver cuanto más), la seguridad y la prosperidad que si causaba admiración y envidia en
una Europa sumida en la miseria de los siglos XVI y XVII, no dejaba de causarla en la
Europa de la Ilustración y el engaño del siglo XVIII.
Discretos y cortos, y tal vez no en plural, han sido los momentos en los que los
principios de la Ilustración han quedado, no eliminados, sino compartiendo protagonismo en
la marcha social y política de España desde el advenimiento de Felipe V hasta nuestros días.
En este periodo mucho más destacables son sus éxitos en todos los campos y siempre
a costa de España, habiendo sabido encuadrar entre sus servidores a las persona más
influyentes, entre las que podemos poner un ejemplo de primer orden: la reina Maria Cristina,
la mujer de Fernando VII, que adornaba todos sus títulos con el no poco lucrativo del tráfico
negrero, para lo que tenía dos agentes: Juan Antonio Parejo y Julián de Zulueta, que acabaron
formando sociedad con Fernando Muñoz, duque de Riansares y amante, y posteriormente
marido de la regente.
Eso sí, conforme al espíritu de la Ilustración, la representación teatral era para la
consecución de un oscar. Así, en 1817, y respondiendo a los requerimientos del Congreso de
Viena de 1815, Fernando VII firmaba el compromiso de abolición de la esclavitud en Cuba,
mientras su mujer organizaba el entramado esclavista… Al fin, nada que objetar. A lo largo
del siglo XIX arribarían a Cuba no menos de 600.000 esclavos, y todo a pesar de que en 1835
fue promulgada en España la Ley de Represión del Tráfico, y de que en 1837 se abolió la
esclavitud en España, excepto en Cuba y Puerto Rico.
Excepciones éstas que no tienen nada de particular si tenemos en cuenta que Cuba y
Puerto Rico, por obra y gracia de la monarquía constitucional, habían dejado de ser lo que
habían sido siempre, provincias, y se habían convertido en colonias. Desde 1834, y a partir de
ahí en la constitución de 1837 y sucesivas, se mutilaron sus derechos, pasando a ser regidas
por leyes especiales que para mayor injuria nunca llegaron a proclamarse.
Pero en esta época, como venimos señalando, ya no hablamos de España salvo en
honrosísimas excepciones. Y desde 1812 podemos hablar literalmente de colonia británica,
siendo que los métodos aplicados consigo misma, desde entonces y hasta ahora mismo,
obedecen literalmente a las formas y a los intereses ingleses.
Las referencias que abonan esa afirmación son múltiples. Ahora nos estamos
limitando exclusivamente a las relacionadas con el esclavismo, y cabe señalar que tras la
victoria británica sobre Francia en 1814 en la eufemísticamente conocida en España como
“Guerra de la Independencia”, los capitanes generales de Cuba se convirtieron en
comisionistas del tráfico negrero, existiendo una salvedad en ese asunto, Juan de la Pezuela
que catalizó las enemistades de los esclavistas y de los Estados Unidos, donde los
anexionistas proponían el bloqueo de la isla.
Y en Puerto Rico, en 1848, se llevó a término una de las felonías más destacables al
ser impuesto el “Código Negro”, unas ordenanzas que supuestamente venían a cubrir los
derechos de los esclavos, cuando lo que hacían era revocar los derechos que les eran
reconocidos en base al derecho secular español.
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Ese año, Juan Prim, a la sazón capitán general de Puerto Rico, y para algunos el
menos deshonesto de las figuras políticas del siglo XIX, dio luz a las ordenanzas citadas, que
dejaban a los esclavos en situación parecida a la que habían tenido en las posesiones
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británicas: Los amos podían castigarlos hasta la muerte sin que el poder judicial tuviese que
intervenir.
En 1868, al alimón de la Revolución Gloriosa en la península, dio comienzo en Cuba
la Guerra de los Diez años.
Al año siguiente, los separatistas cubanos plantearon una constitución en cuyo
artículo 24 se declaraba:
El timbre más glorioso de nuestra Revolución a los ojos del mundo entero, ha sido
la emancipación de los esclavos que, no encontrándose en plena capacidad durante
los primeros tiempos de su libertad para ejercer ciertas funciones, a causa de la
ignorancia en que el despotismo español los mantenía, habían sido dedicados, casi
exclusivamente al servicio doméstico y al de la agricultura por medio de
consignaciones forzosas; el transcurso de dos años ante el espectáculo de nuestras
libertades, es suficiente para considerarlos ya regenerados, y franquearles toda la
independencia, a que con sujeción a las leyes, tienen indisputable derecho. Se hace,
pues, necesario completar su redención, si es posible emplear esta frase, y a la vez
emanciparnos de sus servicios forzosos. Por ello es que, desde la publicación de esta
circular, cesarán esas consignaciones, quedando en libertad de prestarlos como lo
tengan por conveniente, y consagrarse como los demás ciudadanos a aquellas
ocupaciones, que según su aptitud, les sean más propias en cualquiera de las esferas
de actividad de la República, sin que, bajo concepto ninguno, puedan permanecer
ociosos. Para la explotación de fincas y demás trabajos a que estaban dedicados,
pueden los gobernadores y demás funcionarios indistintamente, destinar a los
libertos y a los demás ciudadanos, pues aquellos entran con iguales condiciones que
éstos a formar parte de la comunidad republicana. (Motta 2003: 16-17)
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