Lo primero que tenemos que tener en cuenta es que la televisión en sí misma no es ni buena ni mala. Sus efectos sobre el desarrollo de los niños van a depender de múltiples factores. Uno de los más importantes se refiere al tipo de contenidos que el niño ve. En este sentido, se suele destacar el efecto nocivo de la televisión como fuente de modelos de conducta inadecuados. Dos de los aspectos que más preocupan son los referidos a la violencia y a los estereotipos de género. Son diversos los estudios que han demostrado que la exposición de los niños a programas con contenidos violentos hace que estos se vuelvan más tolerantes ante este tipo de comportamientos (ver Shaffer y Kipp, 2010 para una revisión). La forma en que afectan al niño los programas o contenidos vistos en la televisión está estrechamente relacionada con su capacidad para comprender lo que está sucediendo en la pantalla. Esta competencia se desarrolla progresivamente durante la niñez y, obviamente, mejora con la experiencia. Por ejemplo, los ni ños de Educación Infantil son incapaces de comprender y recordar el argumento de un capítulo de dibujos animados. Simplemente recuerdan hechos aislados o acciones concretas, pero no los motivos que llevaron a los personajes a comportarse de una forma determinada. Además, a estas edades tampoco son capaces de reconocer el carácter ficticio de la televisión y creen que los protagonistas de los programas existen o continúan manteniendo su rol en la vida real. Poco a poco van percatándose del carácter ficticio de la televisión pero, aunque tengan claro que los personajes no existen realmente, es frecuente que crean que los sucesos e historias que cuentan reflejan exactamente lo que sucede (o debería suceder) en la vida real. La televisión también ayuda a los niños a desarrollar ciertas habilidades como, por ejemplo, la capacidad de hacer inferencias. Presenciar programas, series o películas en las que se utilicen técnicas audiovisuales como los zooms, los fundidos o la música, que se emplean para informar sobre las intenciones o vida interior de los personajes, ayuda a los niños a aprender a interpretarlas correctamente. Además, también se ha demostrado el importante valor y los beneficios que los programas con contenidos educativos ejercen sobre los más pequeños. Un claro ejemplo de este último caso es el del programa Barrio Sésamo, destinado a promover el desarrollo de habilidades lógico matemáticas, lingüísticas y de resolución de problemas para niños de entre tres y cinco años. En Estados Unidos aún se continúan realizando estudios para evaluar la eficacia del mismo, especialmente en los niños de ambientes más desfavorecidos.