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MÓDULO 1: BASES NEUROPSICOLÓGICAS DEL

APRENDIZAJE

1.1. BASES NEUROPSICOLÓGICAS DEL APRENDIZAJE:


NEURODESARROLLO, APRENDIZAJE Y PLASTICIDAD
1.2. ¿DÓNDE COMIENZA EL APRENDIZAJE?: PERCEPCIÓN,
INTEGRACIÓN SENSORIAL Y EMOCIONES
1.3. ¿CÓMO SE CONSTRUYE LA REALIDAD?: CONTEXTO,
EMOCIONES, ESTRÉS Y CREATIVIDAD
1.4. LA ETAPA PRENATAL Y SU INFLUENCIA EN EL
DESARROLLO EMOCIONAL Y SOCIAL DEL NIÑO.
1.5. BIBLIOGRAFÍA Y RECURSOS AUDIOVISUALES
1.6. PRUEBA DE AUTOEVALUACIÓN

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1.4. LA ETAPA PRENATAL Y SU INFLUENCIA EN EL
DESARROLLO EMOCIONAL Y SOCIAL DEL NIÑO.

¿Cuándo comienza a formarse la identidad del niño? ¿Cómo influyen en el


proyecto de vida las experiencias tempranas? Estas y otras preguntas están
siendo reformuladas por la neurociencia en la última década y, aunque
todavía nos quedan muchos misterios por resolver, cada vez estamos más
cerca de desvelar a qué llamamos “identidad biológica” como signo de la
identidad personal o “conciencia de sí mismo”.

En este primer módulo hemos abordado como las experiencias e


informaciones almacenadas desde la etapa prenatal forman el sistema
referencial de cada individuo, y cómo el origen de la “consciencia del niño”,
en forma de sensaciones, percepciones o emociones, tienen su origen en el
desarrollo embrionario y fetal.

Ya en la concepción, las emociones de los padres se introducen en la


cadena de la proteína del ADN. Desde el momento de la concepción, un
embrión, ya no es una célula del cuerpo de la madre, las células del embrión
y de la madre, son diferentes, en su genética y en su inmunología.

Durante los nueve meses de la gestación, es la madre, principalmente, quien


ejerce una mayor influencia en el desarrollo del niño. Las condiciones del
útero de la madre moldearán el cerebro y establecerán las bases de la
personalidad, el temperamento emocional y la capacidad del pensamiento
lógico del niño.

Sin embargo, pese a la importancia de la concepción y la gestación en el


desarrollo de la persona a lo largo de toda la vida, el sistema educativo sigue
sin considerar a la etapa prenatal como la primera etapa educativa. Quizás
esta escasa consideración tenga su origen en la visión científica de
mediados del siglo XX.

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Los científicos a mediados del s. XX nos presentaban a un bebé inconsciente
ante el dolor y el sufrimiento durante la fase de la gestación. Los científicos
creían que el cerebro de los bebés en el vientre materno era limitado, que
los bebés no podían organizarse, ni ejercer un control sobre su
comportamiento, o incluso dar significado a sus experiencias.

Según el paradigma científico del siglo pasado, la mente del bebé no existía
y sus estructuras cerebrales estaban determinadas exclusivamente por la
genética, sin contemplar la influencia del ambiente y de las experiencias
vividas durante la gestación. Para la ciencia, el bebé, no era capaz de
guardar sus experiencias, porque la memoria y el aprendizaje, no estaban
contemplados.

Así, por ejemplo, los llantos de los bebés prenatales, no eran considerados
como una incipiente necesidad de comunicación por parte del niño prenatal
y del recién nacido. Si el corazón del bebé comienza a funcionar, mientras se
está formando en el útero materno, las experiencias que comienza a vivir el
bebé prenatal, sí que alteran profundamente su percepción y desarrollo
humano (Chamberlain, D. B. 1999).

Afortunadamente, a finales del s. XX y principios del XXI, todos estos


planteamientos fueron desmentidos por la ciencia, reformulándose nuevos
procedimientos y prácticas médicas que han permitido un incremento del
bienestar de los bebés y, por extensión, de las futuras generaciones. En el
siglo XXI celebramos que la sensibilidad, la emocionalidad, el genio
cognitivo de los bebés, una inteligencia y una creatividad sorprendentes en
el vientre materno, se hayan reconocido por la comunidad científica
internacional.

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Estos rasgos del bebé implican que, desde la etapa prenatal, existe un
“sentido temprano de identidad”, que deja atrás las teorías antagónicas que
lo situaban a finales del segundo año del niño. Estas cualidades prenatales
demuestran una consciencia muy despierta en el bebé que está
estrechamente vinculada con el desarrollo de sus órganos sensoriales y con
la formación y funcionamiento progresivos de los sentidos básicos del niño
durante la gestación.

Este sentido temprano de identidad prenatal del bebé está fundamentado


por un elevado desarrollo de los sentidos, como la sensibilidad al tacto
desde la semana 7ª de la gestación, estando presente en todo su organismo
en la semana 17ª, por el sentido del gusto (semana 14ª), y especialmente, el
sentido del oído (semana 18ª), con el que el niño establece un canal primario
para aprender y comunicarse en la mayor parte de la gestación.

Gracias a la epigenética sabemos que la percepción que tiene el bebé


respecto a sí mismo dentro del entorno intrauterino influye en su bienestar y
en la regulación de su conducta. En un proceso denominado impresión
genómica, el destino de un individuo ya está influenciado, semanas antes de
la concepción, durante la formación de las primeras células originales (óvulo
y espermatozoide).

Según el biólogo celular Bruce Lipton, los padres actúan como


verdaderos ingenieros genéticos, diseñando el destino de su hijo en el
vientre materno, especialmente, en el desarrollo del sistema nervioso fetal.
Por tanto, las vivencias, experiencias y emociones de los padres durante
estos meses van a seleccionar los programas de sus propios genes, y
como consecuencia directa de su futuro hijo.

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La personalidad y posibilidades infinitas del niño pueden ser educadas o
bien dañadas a través de las experiencias recibidas en el vientre materno y
el nacimiento, por la existencia o no de vinculación socio-afectiva y por el
comportamiento parental (Lipton, B. 2007).

Durante los nueve meses de la gestación el vientre materno se convierte en


la primera escuela de aprendizaje, y en este primer entorno de referencia, el
bebé comienza a modelar su personalidad, sus actitudes y expectativas, así
como sus patrones de comportamiento, construyendo su propio sistema
referencial y su particular forma de concebir el mundo, que conoce a partir
de las experiencias e información que le proporciona la madre.

Si este primer entorno de referencia para el bebé es seguro, el cerebro


prenatal será esculpido y programado para vivir en conexión y equilibrio con
otros seres humanos. Sin embargo, si en este primer entorno de referencia,
al bebé, se le expone a un trato insensible y estresante, entonces el cerebro
prenatal será moldeado y programado para sobrevivir en un mundo “hostil”
en el que deberá estar constantemente en estado de “alerta” y a la
“defensiva”.

Las experiencias tempranas del bebé con un cuidador sensible (padre,


madre, familiar) promueve un modelo de desarrollo cerebral que apoya la
capacidad de resistencia emocional y flexibilidad cognitiva del bebé
(National Scientific Council on the Developing Child, 2008).

Los sistemas de defensa y vínculo socio-afectivo están desarrollándose


desde el comienzo de la vida del bebé y ambos están sujetos a la naturaleza
del cuidado que los niños reciben, como ocurre en las distintas especies de
mamíferos (Baylin, J. Behavioural epigenetics & Attachment. The
Neuropsychotherapist. 2003).

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Los bebés que se ven forzados a adaptarse a altos niveles de adversidad
durante la etapa prenatal, están en riesgo de desarrollo de trastornos por
estrés, depresión o ansiedad. Cuando sus sistemas cerebrales se están
construyendo, se establecen las bases neurológicas que permiten crear los
vínculos socio-afectivos y/o de defensa.

En términos del cerebro esto significa que el desarrollo del circuito que
conecta la zona del córtex prefrontal con las regiones subcorticales
(amígdala), puede quedar comprometido durante la etapa prenatal por la
sobre activación del estrés del bebé. El desarrollo del sistema límbico
frontal que conecta las zonas inferiores de la corteza prefrontal, forma el
núcleo central para la autorregulación del bebé para toda su vida. Cuando el
desarrollo inicial de este circuito es suprimido por cualquier razón, es más
complicado en etapas posteriores que se regulen el comportamiento, las
emociones, el desarrollo cognitivo y la atención del niño.

Asimismo, los niños que tienen que adaptarse a una estrategia prematura de
supervivencia y defensa son vulnerables después a todo tipo de problemas
de salud, causados por una exposición crónica a altos niveles de las
hormonas del estrés (McEwen, 2012). Un sistema pre-frontal límbico poco
desarrollado durante la fase de la gestación, provoca en el niño estados de
hiperactividad, estados que le predisponen a percibir posteriormente su
entorno socioeducativo y cultural como un entorno amenazante.

Cuando reconocemos la consciencia de los bebés, como seres sensibles,


manifiestan una mayor coherencia, vitalidad, autorregulación, conexión,
alegría, ternura, autoestima, creatividad y un mayor bienestar, y sobre todo
cuando se establecen las bases neurológicas del niño en la etapa temprana,
estamos contribuyendo a preservar sus cualidades esenciales y
potencialidades innatas que germinarán en la etapa infantil con la formación
del carácter singular del niño.

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Una de las razones a nuestro juicio de la “inseguridad” del niño para
expresarse tal y como es, es la ausencia de espacios en la programación
educativa para que el niño se exprese con naturalidad. Cuando creamos
estos espacios en nuestros Proyectos a través de juegos o dinámicas de
grupo, observamos que el niño conecta con su naturaleza esencial y,
haciéndolo, se relaja, percibiendo, que lo que dice, o lo que hace, no sólo es
importante para él, o para ella, sino también para los demás.

En edades tempranas, especialmente de 0 a 7 años es imprescindible crear


en el aula espacios educativos que pongan en valor el carácter singular de
cada niño, incentivando su curiosidad e ingenio, así como su capacidad para
inventar y construir cosas pos sí mismos. De esta forma el niño adquiere la
confianza necesaria para conectar su “consciencia individual” con la
“consciencia grupal”, otorgándole un significado y una relevancia al
desarrollo de su carácter singular.

En caso contrario, nuestro carácter original, único y diferencial se convertirá


en un aspecto residual de nuestra personalidad. Y, haciéndolo, perderemos
la oportunidad de desarrollar nuestro proyecto de vida. Porque cada
individuo, tiene su propio proyecto de vida. Cuando hablamos de proyecto
de vida no podemos confundirlo con una vocación o tendencia natural hacia
algo, sino como una manifestación biológica de lo que somos, y que engloba
una dimensión, no sólo personal, o profesional, sino también, existencial.
De ahí la importancia de preservar y proteger el carácter singular del niño
desde la etapa prenatal.

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