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APRENDIZAJE
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1.4. LA ETAPA PRENATAL Y SU INFLUENCIA EN EL
DESARROLLO EMOCIONAL Y SOCIAL DEL NIÑO.
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Los científicos a mediados del s. XX nos presentaban a un bebé inconsciente
ante el dolor y el sufrimiento durante la fase de la gestación. Los científicos
creían que el cerebro de los bebés en el vientre materno era limitado, que
los bebés no podían organizarse, ni ejercer un control sobre su
comportamiento, o incluso dar significado a sus experiencias.
Según el paradigma científico del siglo pasado, la mente del bebé no existía
y sus estructuras cerebrales estaban determinadas exclusivamente por la
genética, sin contemplar la influencia del ambiente y de las experiencias
vividas durante la gestación. Para la ciencia, el bebé, no era capaz de
guardar sus experiencias, porque la memoria y el aprendizaje, no estaban
contemplados.
Así, por ejemplo, los llantos de los bebés prenatales, no eran considerados
como una incipiente necesidad de comunicación por parte del niño prenatal
y del recién nacido. Si el corazón del bebé comienza a funcionar, mientras se
está formando en el útero materno, las experiencias que comienza a vivir el
bebé prenatal, sí que alteran profundamente su percepción y desarrollo
humano (Chamberlain, D. B. 1999).
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Estos rasgos del bebé implican que, desde la etapa prenatal, existe un
“sentido temprano de identidad”, que deja atrás las teorías antagónicas que
lo situaban a finales del segundo año del niño. Estas cualidades prenatales
demuestran una consciencia muy despierta en el bebé que está
estrechamente vinculada con el desarrollo de sus órganos sensoriales y con
la formación y funcionamiento progresivos de los sentidos básicos del niño
durante la gestación.
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La personalidad y posibilidades infinitas del niño pueden ser educadas o
bien dañadas a través de las experiencias recibidas en el vientre materno y
el nacimiento, por la existencia o no de vinculación socio-afectiva y por el
comportamiento parental (Lipton, B. 2007).
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Los bebés que se ven forzados a adaptarse a altos niveles de adversidad
durante la etapa prenatal, están en riesgo de desarrollo de trastornos por
estrés, depresión o ansiedad. Cuando sus sistemas cerebrales se están
construyendo, se establecen las bases neurológicas que permiten crear los
vínculos socio-afectivos y/o de defensa.
En términos del cerebro esto significa que el desarrollo del circuito que
conecta la zona del córtex prefrontal con las regiones subcorticales
(amígdala), puede quedar comprometido durante la etapa prenatal por la
sobre activación del estrés del bebé. El desarrollo del sistema límbico
frontal que conecta las zonas inferiores de la corteza prefrontal, forma el
núcleo central para la autorregulación del bebé para toda su vida. Cuando el
desarrollo inicial de este circuito es suprimido por cualquier razón, es más
complicado en etapas posteriores que se regulen el comportamiento, las
emociones, el desarrollo cognitivo y la atención del niño.
Asimismo, los niños que tienen que adaptarse a una estrategia prematura de
supervivencia y defensa son vulnerables después a todo tipo de problemas
de salud, causados por una exposición crónica a altos niveles de las
hormonas del estrés (McEwen, 2012). Un sistema pre-frontal límbico poco
desarrollado durante la fase de la gestación, provoca en el niño estados de
hiperactividad, estados que le predisponen a percibir posteriormente su
entorno socioeducativo y cultural como un entorno amenazante.
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Una de las razones a nuestro juicio de la “inseguridad” del niño para
expresarse tal y como es, es la ausencia de espacios en la programación
educativa para que el niño se exprese con naturalidad. Cuando creamos
estos espacios en nuestros Proyectos a través de juegos o dinámicas de
grupo, observamos que el niño conecta con su naturaleza esencial y,
haciéndolo, se relaja, percibiendo, que lo que dice, o lo que hace, no sólo es
importante para él, o para ella, sino también para los demás.