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El Sastrecillo Valiente
El Sastrecillo Valiente
valiente
En una pequeña ciudad, vivió hace mucho tiempo un joven sastrecillo que trabajaba todos
los días cosiendo y remendando ropas con sus habilidosas manos. Cierta mañana, cansado
de tanto laborar, el sastrecillo decidió comprar un poco de mermelada para comer con
pan, y cuando recién se disponía a dar el primer bocado, aparecieron desde la ventana una
docena de moscas que pretendían compartir con el sastrecillo aquel pan con mermelada
tan suculento.
De esta manera, anduvo el sastrecillo durante horas por toda la ciudad, y tanto dieron sus
piernas, que llegó hasta lo más alto de una montaña, donde reposaba tranquilamente un
temible gigante. “Hola, amigo mío” – le dijo el sastrecillo que parecía un granito de sal
al lado de semejante criatura.
“No me molestes, enano. ¿No ves que estoy a mitad de mi siesta?”, dijo el gigante con
desprecio, pero al ver el cinturón del sastrecillo en el que se leía “SIETE DE UN GOLPE”,
la enorme criatura pensó que en realidad, aquel jovenzuelo había eliminado a siete
caballeros, así que decidió ponerlo a prueba.
Con sus imponentes manos, el gigante tomó una roca del suelo y la exprimió entre sus
manos. “¿Acaso eres tan fuerte como yo?” – le preguntó el gigante al sastrecillo entre
risas burlones, pero este decidió seguirle el juego y rápidamente sacó el pedazo de queso
blanco de su bolsillo y lo apretó con todas sus fuerzas hasta desmoronarlo.
Asombrado de tanta fuerza, el gigante quiso probar una vez más a aquel valiente joven, y
tomando una piedra entre sus manos la lanzó tan alto que terminó perdiéndose en las
nubes. “Ahora inténtalo tú, enano”, le dijo el gigante al sastrecillo mirándolo con
desprecio, pero este no se dejó intimidar, y tomando de su bolsillo al pájaro que tenía por
mascota, lo lanzó con todas las fuerzas de sus brazos hasta que el animal se perdió volando
en el horizonte.
Enfurecido y malhumorado, el gigante se marchó del lugar, sin dejar de reconocer que en
verdad, aquel hombre menudo le había ganado en materia de fuerza. Contento por aquella
hazaña, el sastrecillo valiente se dispuso a continuar su travesía, y tras un largo caminar,
arribó al palacio de un lejano reino.
En aquel lugar, vivía un viejo rey con su hija, una hermosa princesa. Al verla, el
jovenzuelo no pudo ocultar su amor, y tan pronto se lo permitieron corrió a encontrarse
con el rey para pedirle la mano de su hija.
“Valiente caballero, si estás dispuesto a casarte con mi hija, deberás probar tu valentía.
En el bosque habita un malvado gigante que destruye las cosechas y asusta a los
campesinos. Acaba con él y te prometeré a mi hija, la princesa”. Tan pronto terminó de
hablar el rey, el sastrecillo salió a toda velocidad por el mismo camino que había
transitado, y al cabo de unas horas, encontró por fin al gigante, tumbado a la sombra de
varios árboles.
“Eh tú, grandulón, he pensado que esta tierra es demasiado grande para que podamos
compartirla. Uno de los dos tiene que irse”, dijo el sastrecillo alzando su voz en lo alto.
Al verlo, el gigante se llenó de furia, pero le pidió al sastrecillo que pasara una noche en
su cueva, y si lograba sobrevivir, entonces aceptaría finalmente la derrota y se marcharía
de aquellas tierras.
De regreso al palacio, el sastrecillo pudo contar la noticia al rey, quien no dudó un instante
en casar a aquel valiente jovenzuelo con la princesa para que vivieran muy felices por el
resto de sus vidas.