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Comer

Durante la Segunda Guerra Mundial, los nazis intentaron matar de hambre a los habitantes del
ghetto de Varsovia. La comida, pasada clandestinamente ante los guardias, permitía a quienes residían
en el ghetto consumir cerca de 800 calorías diarias. Los médicos del ghetto, que también se morían
lentamente de inanición, decidieron realizar un estudio sobre lo que denominaron la «enfermedad del
hambre». Los médicos, que esperaban que sus observaciones fuesen útiles algún día para comprender
la situación clínica de otras víctimas de inanición, reseñaron lo siguiente:

Incluso durante un corto período de hambre... los síntomas son una sed constante y un aumento persistente de la
producción de orina... Entre otros síntomas iniciales se encuentran la sequedad de boca, rápida pérdida de peso y ansia
constante de comida.

Cuando el hambre se prolonga, estos síntomas se atenúan. Los pacientes sufren entonces
debilidad general e incapacidad para realizar el mínimo esfuerzo, y no tienen disposición para el
trabajo. Se pasan el día en la cama, abrigados porque siempre tienen frío, sobre todo en la nariz y en
las extremidades. Se vuelven apáticos, depresivos y carentes de iniciativa. No se acuerdan del hambre,
pero cuando ven pan, carne o dulces, se ponen agresivos, arrebatan la comida y la devoran
instantáneamente, aun en el caso de que se les golpee por ello y no tengan fuerzas para salir corriendo.
Al final de la enfermedad del hambre, el único síntoma es el agotamiento completo.

Mientras la grasa excedentaria desaparece, la piel se oscurece, seca y arruga. El vello del
pubis y de las axilas se cae. Las mujeres dejan de menstruar y se vuelven estériles. Los hombres se
vuelven impotentes. Los recién nacidos se mueren en pocas semanas.

Las funciones vitales disminuyen simultáneamente. El pulso y la respiración se hacen más


lentos. Cada vez les resulta más difícil a los pacientes mantener la conciencia, hasta que llega la
muerte. Las personas se quedan dormidas en la cama o en la calle y a la mañana siguiente están
muertas. Se mueren al realizar esfuerzos físicos, como buscar comida, a veces incluso con un trozo de
pan entre las manos.

Como muestra el estudio de Varsovia, aunque la vida pueda mantenerse durante meses con
una dieta que acabe en la muerte, el deterioro orgánico y psicológico se inicia rápidamente. El hambre
que tenemos cuando estamos bien alimentados es una señal a prueba de error, más del peligro futuro
que del peligro presente. En cuanto la última comida sale del estómago, comienzan a llegar señales al
cerebro, especialmente a la parte denominada hipotálamo, que nos indican que ya es hora de comer
nuevamente. Las señales informan que el estómago está vacío, que ha bajado el nivel de glucosa en la
sangre y que empiezan a desequilibrarse las reservas orgánicas de aminoácidos. Percibimos dichas
señales como un pequeño malestar que, si no se atiende, se convierte en una obsesión despiadada y

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dolorosa. Para evitar un castigo mayor, comemos (si podemos). Pero esto no es todo. Comer no tiene
que ser sólo un reflejo que disminuya el dolor, como lo es la acción de retirar rápidamente la mano de
una estufa caliente, La comida puede constituir también una rica fuente de fragancias, texturas y
sabores deliciosos que recompensan a las personas por comer, aun cuando no tengan hambre.

Al principio, nuestros antepasados comían carroña, cazaban y recolectaban su comida.


Después vino la agricultura y la ganadería, y, más recientemente, las explotaciones industriales,
petroquímicas y mecanizadas. Independientemente de que se recolecte, se plante, se coma carroña, se
cace o se produzca en fábricas, los costes de la producción de alimentos son elevados. La comida ha
absorbido siempre una parte considerable del tiempo, energía y conocimientos técnicos de nuestro
género. Puesto que las personas necesitan y quieren comer varias veces al día, la comida no sólo es
cara, sino intercambiable por otros bienes y servicios. Más adelante mostraré cómo surgió una
organización distintiva de la vida social de los homínidos, cuando la comida empezó a intercambiarse
por servicios sexuales. Pero todavía no estoy preparado para contar esta parte de la historia.

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