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En esta segunda edición de Literatura en flor encontraremos una selección de textos literarios donde se
expresa la idea de Transformación como concepto que remite al movimiento, la continuidad,
el paso de un estado a otro.
Queremos hacer visible que ser joven es mucho más que usar los peinados de moda
o seguir a un influencer en las redes. Esta única juventud como tal no existe ni ha existido nunca;
lo que existe y que ha venido ganando presencia son las juventudes en tanto portadoras de diferencias
y singularidades que construyen su pluralidad y diversidad en los distintos espacios sociales, y que
van surgiendo con distintos rostros, olores, sabores, voces, sueños, dolores, esperanzas.
Juventudes que han redefinido sus maneras de habitar estos tiempos: desde el barrio y la escuela, las
universidades y las cárceles, los amores, el arte y la cultura. Juventudes a las que debemos darles
oportunidades para que puedan involucrarse, darse la palabra, y la acción.
Vértigo y potencia
Escribir poesía en los días que corren es un acto valiente y eso es lo que quiero celebrar hoy. La palabra
poética propone el vértigo y la posibilidad de la caída. Es un pacto mágico donde aparecen tesoros y
sobras que la marea alta deja cuando se va. Las voces de estxs poetxs son eso, el mar revuelto y las olas
calmas, el torbellino de arena que nos puede regalar una palabra al final de un verso.
Los aquí elegidxs son escritorxs que están comenzando su camino en la escritura y encontrando su
propia voz que enarbolan como estandarte de lucha e identidad. Comenzar muchas veces es difícil, por
eso celebro su valentía y el acompañamiento de las instituciones que hacen posible que estas banderas
crezcan, que estas voces se visibilicen y que puedan encontrar puentes para seguir maravillándose con el
mundo que nos rodea.
Felicito a lxs que quedaron seleccionadxs. Y a los que no, los felicito más. También es de valientes saber
esperar otras oportunidades pero por sobre todo, no bajar los brazos, les escritorxs se hacen escribiendo
contra viento y marea, escribiendo, escribiendo, probando, leyendo, escribiendo más, recibiendo elogios
y críticas a veces devastadoras pero escribiendo siempre, con la convicción en ese deseo de nombrar
como la palabra nunca jamás soñó ser nombrada. Si desean escribir sigan haciéndolo, busquen nuevas
lecturas, prueben nuevas formas de jugar con la palabra.
Les deseo que este comienzo sea el abrazo o el tropezón que les motive a seguir adelante y me pongo a
disposición de cada unx para charlar de poesía, de esta bandera que yo también quiero tanto, que es
vértigo, que es lucha y que es potencia infinita.
Un honor haberlxs leído a todxs. Gracias, gracias, gracias.
Maia Morosano
A los quince, en tercer año de la secundaria en uno de los tantos trabajos prácticos que hacíamos en la
materia Lengua y Literatura, Laura Capara, la profesora, nos dio a elegir entre una serie de libros para
trabajar. Influído por mi fanatismo en la ciencia ficción, opté inocentemente por uno que llevaba un título
sugestivo: “La metamorfosis”. Sí, nada más y nada menos que de Franz Kafka. Leer e investigar sobre esa
obra fue revelador. De allí en más puedo asegurar que mi forma de ver el mundo cambió para siempre.
Supe así que la literatura y el arte era un prisma por donde cada observador podía interpretar diferentes
lecturas sobre una misma obra, así como también que detrás de la literalidad de las palabras se
esconden, a veces, ideas aún más poderosas. Hay mensajes detrás del mensaje.
Dicha revelación me empujó a producir mis propios textos, cuentos, poesías y notas para la revista de mi
escuela secundaria. Después estudié cine y los guiones eran mi rubro preferido de dicha carrera. Una
cosa llevó a la otra y pronto descubrí que escribir canciones era donde más a gusto me sentía. Desde
aquel trabajo práctico hasta el día de hoy las letras y las palabras siempre estuvieron presentes en mi vida,
de alguna u otra manera fueron actores fundamentales de mi propia historia.
Mientras hacíamos la selección de textos junto a Maia y Leo hallé en éstos ese mismo rastro iniciático de
mi adolescencia. Jóvenes describiendo su entorno, sus sentimientos, sus transformaciones, rescatando
instantes íntimos, imaginando mundos posibles, revelándonos y rebelándose. No puedo tener certeza
qué será del futuro de los nóveles escritores que integran este libro, algunos quizás sigan escribiendo,
otros no, pero de lo que sí puedo estar seguro es de que ninguno de ellos será el mismo después
haberse lanzado a nadar en las aguas de la literatura.
Por eso, cada vez que me toca ser jurado, lo asumo con mucha responsabilidad. Porque sé muy bien
todo lo que está en juego en cada texto que llega a mis manos. Es una oportunidad. Muy valiosa. Es un
incentivo para seguir haciéndolo. Es alguien aprobando lo que otro hace en soledad con todas sus
inseguridades y su timidez. Y así y todo es solo una opinión. Y el azar de que uno haya estado justo ahí,
para encontrarse con estas historias y conmoverse con ellas.
Lo fundamental, después de todo este tiempo, me lo señaló aquella profesora de Lengua y Literatura que
tanto me sufrió y que también tanto me quiso como para solicitar entregarme el diploma cuando
terminé la escuela secundaria. Al dármelo, también me dio un beso y al oído me pidió: nunca dejes de
leer. Con lágrimas en los ojos y con una sonrisa de felicidad tremenda. Es eso lo que les pido a todas y a
todos los que son parte de este libro. Y a todas y a todos los que lo estén leyendo: nunca dejen de
hacerlo. Nunca dejen de leer. Lo que sea.
Leonardo Oyola
LI
TE
RE
TURA
EN
FLOR
Segunda
Edición
Albor
Giuliana Andino
Primavera encuéntrame,
abrazada al sol
iluminada por mi ser,
Aspiro una mudanza que no apetezca ese gran farol,
de compañías tales que ilumina mi senda,
como claveles del aire la libertad de cada flor.
ni claros de luna
corroídos en duda.
¡Camino te emprendo!
Denuncio las sonrisas
del verano en el que sé,
lo que hicimos.
Amor, castigo…
suspiro por escuchar la melodía más serena,
la caja musical que comienza la pérdida de mi tesoro
y atraviesa con su vibra mi piel sin resoplo.
De a poco y sufriendo
no les faltará nada en tal momento.
Se irán como cenizas amargas
combatiendo el humor del viento.
La oscuridad y el desgano
se apoderan de todo
todo
se tiñe de tristeza
como una mancha de petróleo
arrasando lenta e inevitablemente
como el fuego en los bosques del sur
como una explosión atómica
me despierto en el medio de la noche
perdida en laberintos que no tienen final
todo
es abismo
trato de sostenerme de imágenes concretas
pero la bruma lo borra todo
pienso en ausencias,
cuando sos grande los fantasmas
son más tristes que aterradores.
¿Soy?
María Emilia Díaz
Yo no creía.
Yo no creía en mí.
Yo no creía que alguien se pudiera enamorar de mí.
Yo no me quería.
Y yo, ¿quién soy?
Ni más, ni menos
que una construcción
con cada una de las partes
de quienes me rodean.
Soy, somos lo que nos rodea,
no sus miradas.
Somos más que ojos.
Somos oídos, tacto, olfato, gusto.
Somos sentidos.
Somos como vivimos
y de quienes nos rodeamos.
Somos entorno y contorno.
Somos y hacemos al otro.
Somos el otro y el otro es uno.
Amen, ámense.
Mensaje
Sofía Medina
Véanlo.
Piénselo.
Háganlo.
Vuelvan a ver, vuelvan a pensar, mejoren lo que
hicieron.
no se dejen llevar por el qué dirán
Cámbienlo.
pues sus palabras son como barco de papel en
Ayuden al mundo a ser mejor.
/canaleta
Esas pequeñas acciones que logran grandes
la corriente misma se lo lleva.
/cambios,
Dejen de pensar si los van a ayudar o no,
pequeñas palabras con grandes mensajes,
háganlo ustedes,
sean el cambio que quieren ver en el mundo
transfórmenlo y háganlo mejor.
El paso del tiempo
Bárbara Ausili
Es domingo al mediodía, la mesa está
tendida, y el solcito entra por la ventana pegando
en el pan, haciéndolo más crujiente.
Pongo la pava en el fuego.
Mi papá habla con mi abuelo de política
Mientras sacudo el mate para sacarle el
mientras yo busco en la puerta de la heladera los
polvillo a la yerba, miro la pava negra y oxidada.
caramelos que mi abuela me dejó…
Todo se pone en pausa, todo se detiene.
Alguien cierra fuerte la puerta del edificio.
La pava oxidada y el portarretratos del
Pestañeo: Estoy sola en mi departamento
mueble de la cocina parecen querer hablarme.
sacudiendo el mate.
Mi mente se rebobina velozmente como
En la soledad de mi mañana, me preparo
las películas en casete que veíamos los domingos
para mi día, a kilómetros de donde nací.
en casa cuando era chica.
Es domingo, ya no me espera una mesa
Me veo en ese filme, salgo a paso ligero de
tendida al sol y nadie me guardó golosinas hoy.
la escuela.
Hiervo los fideos más berretas que
Llevo mis cuadernos forrados en la mochi
encuentro y arranco.
y una ranita de chocolate que compré en el recreo.
Unos cuantos libros, mi bicicleta y el
Con el guardapolvo blanquisucio a tablas
equipo de mate, me acompañan al parque.
voy hacia mi mamá que me está esperando, como
Mis domingos ya no son los mismos.
siempre, a las cinco de la tarde.
Crecí…
En mi casa me espera el nono Coco, como
Pero este escenario es perfecto, aunque
todos los lunes, con una bolsa repleta de heladitos
sea distinto.
de invierno, gallinitas y golosinas.
Y yo quisiera aferrarme a él con todas mis
El nono es tan pero tan flaco que, cuando
fuerzas, para que no se discurra entre mis manos
lo voy a saludar, él infla el cachete para que le dé un
como las tardes de mi niñez.
beso.
Pero no puedo hacerlo.
El agua de la pava se hierve y el vapor
Porque el tiempo, si es que existe.
humedece los azulejos de la cocina.
Ese, somos nosotres, transformando en
Me invade un aroma y mi cabeza navega
nuestra historia, este preciso instante.
rápidamente en un mar de recuerdos. Mi abuela
Pirula hierve el agua para los tallarines caseros que
mi hermano y yo le pedimos que nos haga.
La niñez que nunca volverá
Amilcar Unsain
Te vuelvo a llamar
pero no contestas.
Lejos
en algún patio interno
cae un mosquitero.
El bosque brillaba de magia aquella noche. Podía sentir la energía flotando en el aire
y por todo el lugar. Las luces de una fogata resaltaban entre los árboles, como luciérnagas
en la oscuridad. La llamaban. Debía estar allí. Se internó entre los árboles, apartando ramas
a su paso. Apurada, como con miedo a que aquello tan maravilloso desapareciera. Cuando
llegó al claro del bosque, quedó extasiada con la escena que presenció.
Decenas de brujas bailaban alrededor de la enorme hoguera. Sus pechos estaban
desnudos y sus cabellos y cinturas adornados con flores frescas del bosque. Danzaban
abrazadas a faunos de pelos rizados y pezuñas de cabra. Saltaban al son de la música que
tocaban bellos elfos de cabellos plateados y rostros angelicales. Danzaban y saltaban libres.
Y cantaban. ¡Ay de aquel que pudiera oír ese canto! Las voces del aquelarre se
elevaban al estrellado cielo nocturno junto al humo de las ramas sagradas.
Al verla, chillaron de alegría ante la presencia de una igual. Con manos juguetonas,
la tomaron de los brazos y la hicieron saltar y girar alrededor del fuego. Su mente estallaba
de emociones y sensaciones. El olor de las ramas de pino al quemarse, el rocío del pasto en
sus pies y las manos de los seres apretando las suyas. Danzó y danzó hasta que sus piernas
no pudieron más. Y, finalmente, cayó agotada entre las hojas que cubrían el suelo para
sumergirse en un pesado sueño.
Cuando despertó no quedaba rastro alguno que demostrara que la pasada noche
había sido real. Parecía todo salido de un delirante sueño. Sin embargo, su vida cambiaría
por completo cuando descubriera más tarde las marcas de pies y pezuñas en el pasto verde
de aquel paraíso terrenal.
Brindis por el silencio
Adwin Akin
“Cambiaste”. No sería la que primera vez que alguien te soltaría esas palabras, así como tampoco
sería la última.
De a poco. Con cada caída. Con cada golpe. Con la culpa sobre los hombros. Con la rabia en la
mente. Una opresión en el pecho. Todo comienza a distorsionarse. Cicatrices. Escozor. Estigma. Te
preguntás en qué momento te percataste que las cosas no volverían a ser como antes.
En qué momento te percataste que la música tenía un sonido distinto. Que los sabores los
percibías con otro gusto. Que los colores los veías a través de nuevos cristales. Que los aromas te
despertaban incluso otros recuerdos. Que ahora vos disfrutabas de ciertas cosas con un deje agridulce,
la nostalgia se te presenta con la melancolía como su compañera indiscreta.
Y a la vez que todo te resultase tan sospechosamente familiar, como un constante déjà vu.
¿Debiste sobrepasar la vida como una pista de obstáculos? ¿Cuál ha sido la recompensa? Quizás
en cada una has logrado una metamorfosis. Seguir sobreviviendo, cada día, cada minuto. Algunas por
etapas. Otras eran una mentira para sobrellevar todo mejor. ¿Te ha costado lo que has querido? ¿O sentís
que aún no te recuperaste del todo?
Si pudiste lograrlo: ¿Crisis se convirtió en Oportunidad? ¿Escuchaste esas palabras de apoyo y
cliché: "Sé fuerte y podrás superarlo todo”? Miserable ley del más fuerte. A pesar de tus oportunidades,
¿pudieron contra tus desventajas? ¿Alcanzaste o no la famosa Resiliencia?
Comenzás a aprender de tus errores del pasado para entonces cometer otros. E incluso, con tus
ausencias y tu misma inexistencia, para otras personas será parte de su propia metamorfosis, constante.
Te reinventás y los demás a su manera, a tu alrededor también.
No te has detenido alguna vez a pensar: ¿Serías esa persona de siempre si todo aquello jamás
hubiera sucedido? ¿Pensaste alguna vez que aquellas personas que forman parte de tu vida las
conocerías? Que muchos de ellos tuvieron que sufrir para ser esas personas amables. Que muchos de
ellos tuvieron una vida difícil y por eso su actitud austera y desconfiada. ¿O nacieron así? ¿Los astros han
tenido que ver o son sólo una mera excusa?
“Cambiaste”. De nuevo, pensás en esa palabra ¿Realmente cambiamos? ¿O tan sólo aprendiste a
adaptarte, acostumbrarte, y quizás un poco, a resignarte? Te queda eso o simplemente seguir en tu
bucle. Pero algo dentro tuyo dejará siempre de ser igual.
Caleidoscopio
Yanin Mariel Gulam
Sentada frente a las facturas que ella misma había llevado -no podía caer con las manos
vacías a ese pueblo en donde nada abría hasta después de las cinco- se preguntó si alguna vez
tendría con Juani lo que miraba en la televisión. Dos viejitos bailaban tango agarrados firmes de la
mano. Se miraban y sonreían, vestidos con trajes que parecían disfraces. ¿Se habrán acordado de
las fiestitas de la escuela, cuando también tenían que producirse y parecer más jóvenes de lo que
eran? ¿Hacían festejos escolares en los años treinta? Celina se perdía en divagaciones mientras
escuchaba la explicación de ese viejito de la tele que ahora estaba al lado de ella, y que le contaba
de esa vez en el crucero -15 de abril de 2010- cuando se había animado al concurso de talentos
con Rosita y los turistas habían aplaudido, y ellos se habían reído de vergüenza y felicidad.
Los abuelos de Juani eran unos genios. Eso quería decirles cuando terminara el
video. Habían comenzado a disfrutar aquello que los jóvenes -decía Rosita- habían logrado
obtener sin esperar al reuma ni a la artrosis: el tiempo de ocio.
Tan distinto a lo de su papá. A Celina eso la angustiaba. Él se había muerto sin poder
disfrutar de su jubilación. Le había agarrado un ataque en su consultorio, en pleno trabajo. Ella
creyó que su mamá se moriría de pena, siempre pegada a él, tan amorosa, tan frágil. Había sido
muy difícil.
Sus papás se amaban, y estos abuelos también, así que no podía ser tan complicado,
pensó. Pero un miedo la seguía, y parecía susurrarle amenazas al oído. Ella quería ser Rosita dentro
de cuarenta años. Y nada más.
La canción de tango frenó de golpe y los turistas se pararon a aplaudir. Celina vio a una
mujer colorada que después del vitoreo besó con énfasis a su acompañante. Un hombre de traje y
corbata, algo canoso, de aspecto cansado. El señor miró a la cámara por un instante, y fue
suficiente para que ella comprendiera lo que ahora sabe y nunca quiso ver: su padre y sus
congresos eternos. Quince días antes de haberlo llorado mirando su ataúd. Esas lágrimas, que
habían corrido a velocidad crucero, se repetían ahora, lentas, impasibles, frente al televisor. Eran
unos genios y ella se había emocionado, sólo eso iba a decir. Sólo eso.
Cambios de estado
Silvina Joana Di Vito
Siento asfixia. Como cuando jugaba con mis hermanos en verano, metidos en la pileta.
Veíamos quién aguantaba más, quién podía lograr administrar eficientemente el oxígeno
circulante por todo el cuerpo. Siento la misma presión que sentía sobre los oídos o dentro de ellos
y la cabeza a punto de estallar de un momento a otro. Algo pesa sobre mis espaldas. No es el
agua, tampoco es una mochila cargada de libros, ni una bolsa para hacer mandados. Desconcierto
y duda. No sé qué hacer; si salir al exterior o quedarme ahí, sumergido y relativamente protegido
aunque asfixiado en aquella oscuridad. Oscuridad llena de puntos blancos como estrellas que no
iluminan; su luz restringida a su lugar. Están bailando y moviéndose como una pareja de
enamorados en una pista de baile, al son del silencio que se transforma en un silbido estridente,
que aturde, pero que uno aprende a hacerlo suyo. El silbido se transforma en un insulto, el insulto
en una escupida, la escupida en un golpe en la cara que trasciende al corazón y al alma, si es que
existen; ¿tengo corazón? ¿Tengo alma? me pregunto. Los golpes duelen pero queman como debe
quemar la onda expansiva de una bomba atómica; y me ciegan como debe cegar la luz de la
explosión. Ya no puedo respirar. El oxígeno se extinguió y mi cuerpo lo reclama como se reclama
a aquél amor perdido que no se sabe que existía hasta que no se tuvo más. Esa dicotomía entre
existir muerto o vivir, llega. Sabía que llegaría en algún momento. No, siempre estuvo ahí, presente,
pero ahora se revela como un secreto que estuvo latente en la boca de todos y me llega, tarde,
pero lo hace al fin. Sé que es una cuestión de decisión, aunque suponga la destrucción de lo que
fui. Grito, pero el agua impide que tenga sentido lo que digo: solo salen burbujas y algún sonido
deforme. Me empujo y rompo la superficie que estaba calma. Una llanura mentirosa que intentaba
representar un orden que no existe más que en la mente de los demás. El aire ingresa y llena cada
rincón de mis pulmones como el agua de la lluvia que se mete en las grietas de la tierra arrasada
por la sequía. Por momentos abruma y es asfixiante, pero el peso del que fui desapareció. Ahora
soy y eso es lo que importa.
De cuando ella regresa
Josefina Toscano
Era abril y Olivia recordó lo mismo que el abril anterior: las cosas no eran igual que antes.
Cerró los ojos y se vio a sí misma sentada en el sillón del living con su papá y su hermano,
abrazándola, por última vez. Del otro lado de la casa estaba su mamá. Cerró más fuerte los ojos
pero no pudo recordar qué estaba haciendo. La imaginó en su cuarto, echándole agua a las
hortensias que su papá le regalaba cada aniversario de cada mes. Olivia sentía una especie de
magia en ese ritual.
Mientras la escena familiar se desdibujaba poco a poco, trató de recordar lo que había
hecho en ese momento, pero un año atrás. Antes que el vendaval que le tocó en suerte
cambiara su vida para siempre. Se pensó riendo, abrazando a su hermano o haciendo nada. Le
dio vértigo lo que su memoria olvidaba con el tiempo.
De pronto abrió los ojos, se posó sobre la ventana del dormitorio de su papá. Olivia se
miró al espejo y se notó menos colorida que el día anterior. Había pasado un año y todavía no se
acostumbraba a que el color de sus alas no la dejase mentir sobre cómo se sentía. A veces, la
felicidad la teñía de naranja y, otras, la soledad de color gris.
Revoloteó por la habitación un rato. Quiso volar con los ojos cerrados pero se chocaba
con los muebles que ahora habían cambiado de lugar. Extrañaba lo fácil que era su vida cuando
sencillamente podía aferrarse a las cosas importantes.
Su padre interrumpió su paseo matutino, estaba un poco más viejo y más cansado. No
del todo rendido. Lo vio regar las hortensias donde a ella le gustaba reposar por las mañanas y,
que ahora, le traían el perfume del pasado.
Batió sus alas con furia esperando que algo sucediera, pero las cosas solo parecían
cambiar cuando cerraba sus ojos. El vuelo era cada vez más intenso y, mientras surcaba de un
lado a otro alrededor de las hortensias como si aquello mágico volviera a ocurrir, se preguntó
cuál sería el huracán que su aleteo estaría causando en ese momento.
Despedida
Fabrizio De Lisa
Lara giró por última vez a mirar. Todo parecía tan siniestramente tranquilo esa tarde que ni
el perro de los Roble se animó a romper el hilo de silencio que recorría la casa. No sabía bien por
qué pero sentía que la luz coloreada del vitral, a través de su molino geométrico e incompleto, no
le permitía dejar el lugar. Con una especie de nostalgia prestada (sólo recordaba haber estado en el
campo una vez de niña) se despidió de aquella imagen como quien se despide de un viejo amigo al
que nunca volverá a ver. En su paso triste y pesado, abstraída en sus recuerdos, tropezó con una
baldosa floja del pasillo del este, tropiezo que le valió la mesita ratona del teléfono la cual no
resistió el desesperado abrazo. La baldosa, que había saltado por los aires con la patada, dejó ver
un papel amarillento y ajado que guardaba secretamente bajo su espalda. “Ja, los albañiles del siglo
XX más que con alambre lo arreglaban todo con papel” pensó, y le causaba gracia. Mas cuando fue
a acomodar todo en su lugar descubrió que ese papel era algo más que un nivelador provisorio. Lo
desplegó, con el cuidado de quién desencofra una momia, y leyó:
13 de marzo de 1934.
Dejo constancia, en este papel que firmo, de que jamás volveré a pisar este suelo. No a
ningún otro sino a mí mismo; A mí, yo futuro, que pronto será pasado, será olvidado. El humear de
esa chimenea no es más que la quema de mi historia; El buque un candado, mi punto final; Y esta
baldosa suelta lo último que me detiene, la última piedra en mi camino. No tengo dudas: quien no
comprende mis pasiones no merece mi compañía. Y no digo más porque es hora de partir. ¿Pudo
haber sido diferente? Quizás, nunca lo sabré. Hoy creo comprender mi destino. Ya no me resisto a
él.
Francisco S.
Lara terminó de leer, guardó el papel en su bolsillo y acomodo todo. Miró su reloj, se hacía
tarde. Apuró el paso poniendo atención esta vez en no chocarse con nada. Revisó su agenda:
“Muelle 8”. Tomó los pasajes. Cerró la puerta y dio al cerrojo dos vueltas por última vez.
El árbol de la plaza
Berenice Guitard
Gala iba todos los días al árbol de la plaza. Se sentaba a las tres de la tarde y
a las seis partía devuelta. No hacía nada en especial. Simplemente se apoyaba contra
la áspera corteza, tomaba aire fresco, se nutría del sol.
Gala no era una mujer cualquiera, por más que lo parecía.
No tenía hijos, pareja o amigos. Su sobrina era una de las pocas personas
con la cual podía compartir cafés y un poco de charla. Pero ni siquiera le satisfacía
hacerlo. Sólo cumplía con la obligación ya que resultaba la única pariente familiar
viva y con la que no estaba peleada.
Gala era demasiado inteligente. Sabía más de cuatro idiomas, estudio dos
carreras universitarias al mismo tiempo, y siempre lograba salirse con la suya.
Disfrutaba hablar sobre política, literatura, filosofía griega. Cine y temas tabú.
Pero los hombres con los que ella siempre recaía en salir, se mostraban reticentes
de besarla al final de la cita ya que no les agradaba ni un poco el hecho de que una
hermosa mujer con suave nombre y larga cabellera se mostrase tan letrada y
orgullosa de ello.
Por eso, solo se concentraba en sus diarios personales, en militancias, en
recetas veganas. Todo para ella. Pero no lograba disfrutarlo.
Los fines de semana, los feriados, cualquier rato que tuviese libre se lo
tomaba para ir al árbol de la plaza. Amaba el árbol de la plaza. Su gran tronco donde
los jóvenes enamorados escribían sus iniciales, las hojas amplias y elevadas, la
sombra que solo él, entre todos los árboles, brindaba.
Pero Gala últimamente había estado muy cansada. Ya no escribía cartas a su
difunta madre, ni iba a la pileta de natación. Solo quería descansar en un melodioso
lecho de hojas verdes, suaves, como las que soltaba el árbol de la plaza en
primavera.
Una mañana, después de tanta espera, sucedió. Fue el inusitado sentimiento
de ver por medio de algo que no eran ojos, aquel ilusorio amanecer. El sol saliente,
los colores por todas partes, la luz. Fue la alegría de escuchar, por algo que no eran
oídos, los pájaros cantando, los ruidos humanos.
Fue la cálida emoción de poder sentir, por algo que no era corazón, pero
que si era alma (verdadera y dulce alma), el sosiego de un domingo por la mañana.
Entre escalofríos y estructuras
Valentina Terrazzino
Es así, como cuando el nono nos dijo que caminaba diecisiete kilómetros, ida y vuelta, para
ver a la nona. Que la vida era muy parecida a la vuelta; pero que de vez en cuando, hay alguna que
otra ida.
Metamorfosis
María Eugenia Chulibert
Cuando me adentré en mí ser, me transformé. A mi de edad pude sentir por primera vez la
metamorfosis, pasé de ser una oruga a ser una mariposa. Ustedes dirán cuántos años duró esta
transformación. Y yo se los afirmo. Un cambio radical emerge de extensas navegaciones, de un largo
recorrido entre neuronas, piel, emociones, abrazos, dolor, llanto. El cambio es aquello que subyace de la
experiencia acompañada de sabias teorías. Somos seres dinámicos, estamos en constante
transformación, tal como ocurre con el ciclo de agua. Cambia de líquido a gaseoso, de gaseoso a
líquido, de líquido a sólido pero siempre y jamás deja de conservar su esencia. ¿No es maravilloso acaso
transformarse pero conservar aquello que nos identifica?
Cuando me desnudé frente a mí, me habité. Y fue lo más hermoso que alguna vez sentí.
Haber descubierto que amo mi compañía, mis charlas, mi momento conmigo y que algunos seres
tienen la potencia de fortalecer y hacerme sentir mucho más.
Cuando me miré al espejo, me gusté. Y aprendí que no necesito halagos, aunque de vez en
cuando necesito de un estímulo externo, acaso la mirada de un otro es parte de mi propia mirada.
Cuando me animé a tomar mates sola en un parque, entendí que puedo hacer lo que quiero sola
y que nada me detiene en la búsqueda de mis deseos.
Cuando sentí con alegría y placer estar sola, encontré la piedra preciosa más valiosa. Aprendí que
soy una mariposa con alas para volar, para buscar y perseguir mis anhelos sin querer copiar a otros.
Asumí que cada cual debe necesariamente emprender su propio vuelo y en esos vuelos me
cruzaré con mariposas con las que haré dulces danzas y seguiré.
La vida es eso que transcurre mientras vamos cambiando de disfraces, de pensamientos, de ideas,
de gustos, de necesidades, de intereses. La vida es sinónimo de cambio, de transmutación.
Cuando supe que soy una mariposa me dejé volar, me habité y viví el presente y dejé que el reloj
no se quede sin pilas.
Después de todo, la belleza que se puede llegar a vivenciar, guarda escondida la voluntad que
requiere escalar.
Pasajes de la vida
Sebastián Monzón
¿Podrá cambiar esta sociedad? Cambia la vida cambia. La juventud pareciera perdida en un
mundo sin salida. Laburar o delinquir, ¿cuál voy a elegir? Algunos curan su alma con el amor, otros
con la música, no es olvidar el pasado sino empezar desde cero en un mundo nuevo.
La diferencia entre pasado y presente no es revolución en sí, sino es uno mismo que al
cambiar está cambiando el mundo.
Mientras en un mundo paralelo alguien se levanta con alarmas para ir a laburar, otros se
levantan por disparos en el barrio.
“Andá a laburar” le gritan al que junta cartón de sol a sol. “Están ahí porque quieren” dicen
mientras ven a una familia bajo el puente. Pareciera que la gente naturaliza la pobreza que está ahí
frente a nuestros ojos pero decidimos no mirar.
Tener que decidir entre dos opciones, el camino fácil: aceptar la propuesta de aquel chico
que te dice que no va a pasar nada si salís de caño a robarle al de las garrafas y podés comprarte
las zapas que tanto soñás. Capaz no volvés a casa pero puede que valga la pena. El camino difícil:
estudiar, terminar la escuela, tirar CV aun sabiendo que no te van a tomar por falta de experiencia,
aguantarte que cada persona te diga que eso no es para vos. ¿Para qué? ¿Por qué lo hacés? ¡Mejor
es estar en la esquina, no servís!
Seguir tu sueño para sacar adelante a tu vieja, para poder tener qué comer, para un futuro
mejor. Verdaderamente ¿quién tiene la solución? ¿El gobierno? ¿Las empresas? ¿Nosotros mismos?
Si todos pudieran poner su granito de arena a su metro cuadrado el mundo mejoraría,
porque si no seguimos poniendo tierra bajo la alfombra y no cambia nada.
Primavera árabe
Camila Levrand
"Es brillante", todos asentimos. Destruimos nuestro mundo a pasos agigantados y, aun así, miramos
con asombro nuestra guerra. Nos deleitamos con la belleza de una flor, aunque esté marchita, sentimos
compasión por ella y al ayudarla, necesitamos que se nos vea. Somos humildes, por fuera. No sé qué
somos por dentro.
Llega el final del invierno y nuestro principal motor son los rayos del sol, que iluminan, pero
también arden y queman. Son despampanantes, y a la vez, no los quiero cerca, que duele. El brillo del
arcoíris, formado por el pincel del cielo, tiene tonos alegres, aunque llovió y todo a su alrededor, está con
colores oscuros. Pero qué más da, si habrá más días soleados o eso pedí en soledad, para sostenerme,
porque nadie me toma la mano, aunque soy bastante cobarde para desistir.
Tengo miedo y no dejan de decirme que la temperatura aliviará mi frío. Es que a veces lo siento tan
intrínseco a mí, que no sabría cómo me sentía antes de empezar a percibirlo. En la época en donde todo
crece, florece, me encuentro con tristeza y anhelo al menos el ramé de las cosas. Me siento un taciturno
en horarios diurnos, y deduzco que mis ojos no pueden ver la claridad del día. Me olvidé los anteojos, no
importa, prefiero no ver.
El desinterés constante no me daña, prefiero eso antes de que me dé migraña de tanto escuchar
palabras, idealizando futuros, en donde yo sería el futuro. Y ahora estoy debajo de una cama. Si me subo,
capaz esté con telarañas, y así estoy seguro. Dijeron tantas cosas, formaron mi esperanza, pero la
primavera no la quiero más, estoy exhausto de experimentarla. Desde que comenzó, solo quiero
apaciguarla y prefiero mil ventiscas, que escuchar armas. Dicen que pasará, o eso me dijo mi maestra,
pero no la veo desde que corrí del salón de clases. Ella me mostró lo que es la primavera y los girasoles
no se parecían a las máscaras de gases. Quizá es mi culpa creer en la alegría, la realidad no se parece en
nada, pero al no ser el único que lo creía, pensé que no estaba tan equivocado, que en realidad existía.
Es brillante, sí. Y viene hacia aquí. No tengo mucho tiempo para pensar pero quisiera unos minutos
más jugando a las canicas con mis hermanos. Me dijeron que las estrellas fugaces, cumplen tus deseos.
Separaciones
Santiago Izaguirre
Felipe Castro tiene la calidad que solo se alcanza cuando en algún laboratorio se conjugan dos
poderosísimas y preciadas pociones: el talento y la humildad. En el patio de su casa en el barrio
montevideano de Malvín, Felipe me ceba un mate y, sin quererlo, hace sociología espontánea: “No
podemos esperar nada. Queremos ya. Queremos la moto ahora, la casa ahora, queremos casarnos
ahora, queremos todo y ahora”, arranca. Y cuando Felipe se envalentona ya no para.
Dice que la impaciencia de la gente está en que esta se muere por llegar a lo suyo. Los
accidentes de tránsito se dan porque la gente está apurada. ¿Apurada para qué? ¿Para llegar a dónde?
¿Qué es lo que te tiene tan apurado? Apurarte para llegar a tu casa, ver tu televisor y ver tus cosas. Por
eso los comités están vacíos, y las comisiones de fomento tanto como la escuela pública están como
están.
Felipe cree que por diferentes razones la gente se separó. Se separó del vecino y puso rejas. Se
separó de sus cosas, de su cultura, de tomar decisiones, se separó de sentirse parte responsable y
activa de lo que ocurre en la sociedad. Empieza en la casa de uno, empieza desde la computadora, de
los momentos familiares, empieza en la madre y el padre no estando en la casa de uno tanto tiempo
como estaba antes, de la cantidad de colegios privados que te hacen dejar a tus hijos y que vos te
vayas a hacer lo tuyo, y puntualmente y claramente, en las rejas.
Y antes de irse a cambiar la yerba, concluye: “¿Sabes cuándo se pudrió todo esto? Cuando la
gente se separó de la gente”.
Su magia
Tamara Aguirre
Tan pequeño es el espacio, pero tan acogedor también. Lindo lugar para sentir su calor, su amor.
Así de triste, me acuesto a su lado, de costado y derecha como un palito, intento quedarme lo más
quieta posible, mientras siento sus rulos pegados a mi cara y escucho su fuerte respiración.
Mágicamente me siento mejor. Mientras duerme me da la espalda, pero así, sin darse cuenta, sin hacer
nada, me cura el alma entera.
Un lugar incómodo para cualquier otro, el lugar más lindo para mí. Cualquiera que mire este
pequeño sommier de una plaza, en el que me acuesto casi con medio cuerpo afuera, y ella también,
pensaría que es el peor lugar para dormir de a dos. Pero para mí, para mí es donde puedo ir siempre,
cada noche que me sienta mal. Pero no porque sea el lugar el que sana, sino porque es ella, quien
ocupa ese espacio para descansar, quien sólo haciéndome un lugar a su lado, apaga mi dolor, cura mi
alma y enciende nuevamente todo mi amor.
Todo está manchado
Camila Sánchez
En un pueblo muy cerca de la ciudad vivía un joven de 20 años llamado Ángel Metatrón que se
dedicaba a dar clases de gimnasia para todas las edades, y en sus momentos libres invitaba a sus
alumnos a meditar y disfrutar de la naturaleza. Al cumplir 25 años le llegó una importante oportunidad
de trabajar en la ciudad, luego de evaluar las condiciones y pensarlo, decidió aceptar la propuesta.
Su primer día en Rosario, Ángel se encontraba ansioso y con muchas ganas de conocer a sus
nuevos alumnos y compañeros, hasta que al fin llegó la hora de su clase. En el gimnasio lo esperaban
muchos jóvenes con buenas energías y ganas de aprender.
Pasaron los días, las semanas y comenzó a meditar en parques donde empezó a observar a los
ciudadanos, sus comportamientos, sus formas de hablar, sus costumbres y muchas cosas más. Ángel
se llevó una gran sorpresa, adonde miraba había discusión, falta de respeto, alteraciones y malas
energías, todo eso lo entristeció.
Al día siguiente en su clase contó lo que le sucedió y lo triste que estaba, por esa razón propuso
hacer una meditación en su hora y escuchar también las distintas maneras de pensar de cada uno,
todos sus alumnos le agradecieron por mostrarle otra manera de ver la vida y al otro ser humano.
Ángel decidió aportar a la ciudad algo distinto, por eso en los parques se acercó a invitar a las
personas a meditar al aire libre de forma gratuita y darles charlas. Muchos ciudadanos se animaron a
esta nueva experiencia y se dieron cuenta que la mayor parte de Rosario estaba llena de malas
energías, motivo por el cual no se podía avanzar como sociedad.
Gracias a Ángel todo se empezó a transformar en aquel lugar, las personas ya no miraban el error
ajeno, sino que comenzaban a corregir sus propios errores y cambiar, cuidando la naturaleza,
respetando la opinión ajena, ayudando al prójimo y eligiendo distintas artes para dar color a la ciudad.
Finalmente aquel joven comprendió que su misión en Rosario iba más allá que dar actividad
física, y de eso se trata la vida, transformar cada lugar oscuro o alma oscura que conocemos en color y
buenas energías, respetar al de al lado y a la naturaleza es la manera de que se avance como sociedad.
Transformarte
Ana Paula Signorelli Larumbe
Algunos nos proponemos cambiar el mundo, arrojando ideas hacia un contexto egocentrista que
busca un bienestar material individual y deja de lado los valores de un amor colectivo.
Crecemos un poco y vamos aumentando velocidad sin pensar en riesgo alguno. Soltamos una
parte del manubrio y confiamos en que seguiremos haciendo equilibrio, que somos irrepetibles y
omnipotentes ante un suelo que a lo alto se ve más pequeño. Esa grandeza también tiene un límite que
no vemos. Creemos conocer todo lo que nos vayamos a encontrar porque suponemos que es como nos
decían. Seguimos pedaleando y la fuerza que hacemos va disminuyendo, cada día es un poco más fácil
pero lo difícil, es hacerlo cada día. Nuestros utópicos pensamientos le dan un permiso inconsciente a
nuestros brazos diciéndoles que se levanten, que suelten ese manubrio, y ahí es cuando nos hacen caer.
Entonces, dudamos:
-¿Será que esta bicicleta tiene las ruedas pinchadas? O ¿será que el suelo está minado de
obstáculos que no percibimos?
Te levantás, estás lastimado viviendo una situación frustrante en compañía de errantes culpas que
buscan encerrarte. Seguís creciendo con el olvido de tus dolorosas caídas y de a poquito se van tus días
despejados de cielos azules, solo y sin más que con una bicicleta sucia, oxidada y algo destartalada que a
pesar de toda imperfección, te hacía pasar los mejores momentos con tu verdadera vos, el viento
cariñoso que te despeina y te acaricia las mejillas. Vuelven los recuerdos y es impensable para los demás
ver cómo te divertís con tan poco, cuando algunos viajan por el mundo, tienen una heladera repleta, un
guardarropa infinito de prendas elegantes aún sin estrenar, un servicio doméstico competente y aun así
viven amargados porque no les alcanza. Se quedan dentro de un mundo en el que soñar y transformar no
tiene significado alguno. Yo me animé a romper con ese pensamiento impuesto y sobrevalorado de
“perteneces acá o allá”. Cada caída sirve para mi propio avance como persona en esta sociedad que cree
muchas veces que comenzar de nuevo no es posible. Hoy me desperté pensando en transformarnos
mutuamente. ¿Vos también te animás?
Un orecer en mi amor
Victoria Leones
El cruce de nuestras palabras me avisa que debo besarte, entonces corrí hacia un lado aquellas
penas que nos manchaban y te puse delante de mí.
No sabía que debía decirte, pero sostuve tus mejillas sonrojadas porque eran lo más lindo que
había visto en mi vida.
Entonces no te besé, te abracé porque el roce de tus labios era comenzar un incendio que nadie
podría apagar.
Te sostuve por segundos y me quede callada sin musitar palabra alguna, pero avanzaste con tu
alma de acero y me tocaste.
Tus labios en los míos mientras las hectáreas de mi cuerpo se desmoronaban con tu tacto y es
que a veces no sabes la catástrofe que podrías ocasionar en mí.
Me armas y me desarmas, me agregas y me quitas, se siente una zona de guerra a mí alrededor.
Mis ojos se transforman en un océano y vos, mi hechizo catastrófico, te encargas de hacer que el
sol se pose a lo alto iluminándolo.
Fragilidad, cada vez que te miro y un poco de miedo siente mi ser.
Cansada ya de haber perdido a tantas personas en mi vida, se acerca mi temor más grande:
perderte.
La furia de la tormenta se desata junto con el mar de mi interior.
Me doy vuelta lentamente y una lágrima en silencio se dispara por mi mejilla, quito todo rastro de
pena y trago en mi garganta aquello que a veces golpea mi corazón. Hay muchos capítulos de la vida
que se cierran para dar comienzos a libros enteros, enfoco mi mirada en el piso de la habitación, hay
tantas cosas de las que me arrepiento.
Siento tu brazo deslizarse por mi cuerpo y todo de mí se desmorona.
¿Cómo es que percibes que necesito a alguien? ¿Cómo es que siempre eres tú?
En cada instante, eres tú.
Perdida en el eco de este laberinto, me estoy volviendo adicta a cada curvatura de tu cuerpo y
recorro esa comisura donde cada noche salto ahogándome en los roces de tus labios.
Que inhumano es de tu parte hacerme tan bien, sin notar lo necesitada que me estoy volviendo
de tus besos, tu atención y afecto.
Un pequeño escrito
Jeremías Santiago Alvarez
La gente de mentalidad cerrada pensará en cosas simples, como una oruga se transforma en
una mariposa, ya sea literal o metafóricamente.
Personalmente prefiero ir a la realidad, después de todo de qué te sirve que andes con
vueltas si al fin y al cabo la vida te enseña por las malas. Y nosotros no aprendemos hasta que nos
lastiman. Las personas tenemos la manía de tomarnos todo a la ligera hasta que salimos
lastimados.
Vive la vida, no vivas en una burbuja. Piensa antes de actuar o alguien saldrá lastimado. En
esta vida puedes caerte mil veces pero te daré un consejo: cuando te caigas, antes de levantarte
reflexiona lo que hiciste mal. Entonces levántate y vuelve a intentarlo.
Te vi, te sentías tan mal, tan poca cosa… ¿Era tu culpa? Él te gritaba porque vos te
peinabas, te decía puta porque te maquillabas. No quería que hables con nadie. ¿Y era tu
culpa?
Dejaste que se apodere de tu ser, dejaste que te borre tu brillo y tu sonrisa. Te hice la
pregunta que no supiste contestar, "¿Por qué no lo dejas?" Costumbre tal vez, porque no creo
que lo ames.
Pasaron días y no te vi, semanas, meses.
Hasta que un día iba por la calle y no te reconocí, estabas hermosa, tu sonrisa volvió, tu
brillo volvió, me acerqué, te saludé y me lo dijiste. Me contaste, por fin lo dejaste. Fue difícil,
pero lo lograste.
Adolescencia en el terrario
Mateo Nazareno Tasso
señalaste
la posibilidad de ver
del otro lado del cristal
y encontrarme
entre las paredes agrietadas y descascaradas
un jardín
que me ofrece el fruto
de su conocimiento
Como el ave fénix
Candela Fumale
Creer y tener fe
fue lo que me cambió
Mi transformación en alguien mejor
Para cada cosa, un propósito
Para cada daño, un perdón
Para cada lágrima, una gota
Para cada mentira, una verdad
Para recibir, dar
Poner en orden cada cosa
Manejar el temperamento,
Y sobre todo tener paz
Paz en cada circunstancia
Todo va a estar bien
De porqué el pájaro vuela y vos no
Florencia Pérez
Una casa que al llegar huele a desazón y tristeza que contagia hasta a los pájaros que la
rodean.
¿Y si al final de todo mi amor está a su lado? Si la soledad, mi eterna amiga fiel, es la que
me da la mano siempre al volver, ¿por qué no aceptarla y quedarme a su lado para el
resto de la eternidad?
Dulce compañero
Virginia Isabel Cuel
Amanecer frío
Que aburrido
Acá siempre lo mismo
Te pienso y por eso sigo
Los versos de amor son para vos
Vivimos el hoy
Capacito a lo mejor
Yo sin vos sigo pero es un bajón
Te extraño y se siente el dolor
Muy pronto estaré mejor
Me expreso porque me lo dice mi corazón
Transformo noches de invierno
Porque sos mi sol
Y la literatura presente
Porque el día ya empezó
En brigadas
Emiliano Ramos
pintaremos enérgicamente
la noche con miles de soles
Alumbra el paisaje
En el invierno me hundo
La fórmula que contiene el medicamento me hará mal
Por fin descalzo converso conmigo mismo
¡Al fin los sospechosos sospecharon del detective!
Y el año comenzó a marchitarse
Aquí me encuentro,
caminando sin silueta,
y a ti veo a lo lejos
con la garganta verde de la libertad.
Quien lo hubiera dicho,
albriciada de universalidad.
Tan fresca y florecida,
si era yo, quien te invitaba a pensar.
Hoy levantas banderas que yo he dejado hace tiempo
mi juventud murió la tarde en que me despedí de tus besos.
Me siento muy orgulloso de ti,
pero no puedo esconder cierta pena
ni este pérfido remordimiento.
Injustamente tuve que amar la noche nuestra.
(No es que la ame, es que no la tengo)
Vi lo peor de ti y me quedé,
y te di lo mejor de mí.
Pensé entonces,
¿Qué hago con toda esta ternura que se muere
por dentro porque a quien dársela no tengo?
Si todo te lo llevaste, todo te lo di
¡Hasta mis versos!
Pero gracias a Dios me dejaste estas ganas de seguir amando.
¿Qué haré con todo el amor que nace nuevamente y que ahora me queda?
Lo volveré un poema.
Tú tienes el bocado más dulce que se puede ofrecer.
Yo nada de eso tengo, todo te lo di.
Pero canto, y que más da.
Se hace visible otra vez la primavera,
y esta vez prometo ya no volver a hablar de los restos de aquel árbol.
La danza de las mareas
Luisina Ruiz Díaz
Si existiera algo que nunca cambia, los sentimientos y las mareas perderían su esencia.
Si existiera algo que nunca se mueve, mi danza y el horizonte no se perderían en la efímera
oscuridad del atardecer.
Si existiera algo que nunca se convierte, todos los pasos que damos no llegarían a ningún lado.
Pero a pesar de todo, a veces el movimiento se estanca, nunca se detiene, pero sí se vuelve
pequeño.
Si al bailar me siento sola me acuerdo de ella, que no llora, y solo así puedo seguir sin perder el
paso. Es entonces cuando la música se vuelve silencio que aturde, sólo queda esperar, que el
dolor se disipe.
Aquel movimiento inconcluso que tanto se hace desear, en algún momento dejará de ser
pensamiento, en los lugares más oscuros yace la verdad, y lo que está a simple vista es un
misterio.
Las miradas que a veces enamoran, que cosas tan bellas pueden decir, incontrolables se
convierten en algo que hiere, y como si todo lo que tocara se volviera vacío, dolor,
desesperanza.
Solo en ese momento es cuando me doy cuenta que las palabras se desdibujan, no tienen
sentido y pierden su valor original.
El tiempo impasible no se deja esperar,
siento sobre mí el pasar de las horas revolviendo en el interior de las sombras.
Encuentro un suspiro que me estremece por completo.
El destello de aquel momento fue único.
Se impregnaba en el aire,
su presencia dejó una estela de sensaciones indescriptibles.
Me desarmo y me dejo caer al suelo,
tal vez,
este no sea el momento para decirte que te quiero.
Solía recorrer con la mirada los torbellinos de basura acumulada
de aquel característico patio, que de manera peculiar demostraba tener personalidad,
ser irremplazable.
Si te escribo un verso no es para dejarte ganar,
es para contarte que no voy a estar y
que si me voy es para no volver más.
La memoria de América
Javier Alejandro Colussi
Será tiempo
de reconocer
la inmensidad que habita dentro
Ese fuego que arde
revelando misterios
Lo azaroso, la incertidumbre,
lo volátil, lo liviano, lo ligero.
El instante, la intermitencia,
el flash, el pasar, la existencia.
El segundo, la milésima,
la felicidad y la tristeza.
Ya cansados respiramos,
y a la cabeza del gato nos apuntamos.
Que mundo tan polar, aquel que juró por los que pagamos.
Pasados los años y siguen repitiendo lo que los hombre en la punta de la mesa declamaban.
La autonomía de la persona, dura mientras no se diga nada.
¿Cuál es la palabra
que condensa el hechizo
para liberar a Dafne?
La desesperación
de la persecución
que convierte un instante
en temporalidad infinita,
en muerte hecha carne
de pies rotos
de tanto escapar.
La desesperación
de saberse presa,
de exhalar con presión
el dolor de mil cuerpos
que se saben idos.
Dafne prefiere ser una
con la naturaleza noble
porque al menos transmutada
logra seguir siendo suya
y no un vacío
con sello de propiedad.
Devora, Dafne,
devora todo a tu alrededor,
véngate, ajustíciate,
devora con la potencia
de todas las que somos raíces,
madera, frutos,
aroma en el viento,
que acaricia tu piel,
que baila junto a tus hojas.
La sombra del recuerdo
Luisina Martin
¿De qué manera impactó la fuerza de tu alma que hoy, aún sin el deseo vivo de
encontrarte, o sí, no sé, sigue ejerciendo peso sobre mí? Esto no es una carta de amor, ni
mucho menos un momento de melancolía. Es más una pregunta filosófica acerca de
cuánto impacta un cuerpo contra otro cuerpo, un nombre junto a otro nombre, un ser
fundido en otro ser. ¿Cómo se puede ser siempre la misma persona si vivimos entre
flechas, balas y plumas, si un paso nos arma y el otro nos desarma? ¿Por qué mientras
más amamos nos hacemos les tontes y sonreímos a escondidas y cuando se tiene que
amar de frente nos cagamos encima y nos sentimos estúpides por sentir tanta gracia
recorriéndonos el cuerpo? Si todo aquello que se suspendió en la humedad de esa
habitación se guardó en cada parte de mí, haciéndose sangre, ¿cómo es que nos
enseñan que está bien olvidar las cosas que más nos hicieron florecer? ¿De qué se trata
todo esto? ¿Cuál es el plan macabro que llevamos adelante?
Reexión sobre mi transformación
Brenda Sariah Abonizio
en el departamento de Ana
encuentro un boletín de la escuela
recuerdo
mi boletín con las materias de biología
pienso que pude haber sido
una exploradora, bióloga, antropóloga
cuando le dije a mis padres
que quería ir a África
lo dije con una mano en la tarjeta de crédito
—si hubiera tenido una
a los catorce años—
pero hace once decidí estudiar literatura
—con ninguna tarjeta de crédito
y como si fuera posible estudiarla—
como si no fuera posible
que la poesía me tome a mí
me lleve a contemplar el río
y me diga
qué bueno que estamos aquí
en una isla
con la piel tostada bajo el sol
el tereré listo
y las amigas tocando una guitarra
Sobre el Paraná
Victoria Mac Clay
Soy sus aguas quietas y calmas.
Soy su correntada turbia,
invadida por camalotes,
De niña imposible de penetrar,
solía jugar en el río, ahuyentando a quien
me dejaba llevar por las olas decida acercarse.
imaginando Pero así como el río,
que estaba fluyo,
dentro de un mar, me transformo,
sin ninguna preocupación. soy un sinfín
Eso extraño: de emociones variables,
no tener miedo. en constante movimiento.
Ahora, Aunque parezca mansa,
escribo sobre el Paraná mi procesión va por dentro
porque desconfío, (y es equilibradamente caótica)
de sus aguas. Soy el agua del Río
La vida pero también
es como un espiral, soy la tierra fértil...
hay cosas Solo que
que siempre nos acompañan, a veces
solo que a veces, me olvido
toman otras formas. de regarme.
Ya no me divierte tanto el río (y mojar la tierra,
ya no juego en él, es siempre
ahora lo observo necesario
desde lejos para florecer)
parada en la orilla,
casi como una extraña.
Del Paraná aprendí
que yo también,
soy un remanso del río.
Transformación
Emanuel Olivera
El mundo donde cómodamente tienes todo a la mano, Y el viento con polvo te arrastrará,
mañana puede ser difícil de sostener. y te soplará en el oído,
Y los ríos donde hoy nadas, que antes que el mundo se hubiera transformado,
mañana pueden desaparecer. habrías tenido tú que haberlo intentado.
La percepción hoy cambia cuando tú ríes,
y el ambiente muere.
Pienso si es de mirar hacia adelante y si es de mirar afuera a la calle hacia varias partes de la calle,
al espacio para respirar y piensa que la vida es mejor ser libre con su tranquilidad al verlo.
Ilustraciones
Joan Leyton para “Albor”
Guido Martinelli para “Cuatro letras te sostienen”
y “Una pequeña muerte”
Tamara Ojeda para “Desvelo”
Micaela Pérez para “¿Soy?”, “El cauce correcto” y
“Hondura”
Ramona Brevel para “Mensaje”
Álvaro Barquero para “La niñez que nunca
volverá”
Stefanía Aballay para “Masdurar”, “De pibe
siempre quise ser un superhéroe”, “Mujeres de
nueva historia” y “Primavera somos”
Jonatán Ayala para “Ciclos”
Nahuel Castillo para poema sin título
Karen Arredondo para “Sala 76”, “Cines” y “Vos”