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Mientras escribía este libro tuve la oportunidad de participar en una negociación entre

el presidente de un país afectado por una prolongada guerra de guerrillas que había
producido centenares de miles de muertos y millones de refugiados. El presidente
deseaba iniciar conversaciones de paz para explorar la posibilidad de un cese
negociado de la guerra, pero había una gran oposición política a la idea de hablar con
unas guerrillas acusadas de «terroristas». El presidente deseaba acordar con las
guerrillas un calendario preciso y limitado antes de anunciar el inicio de las
conversaciones de paz, y para obtener ese acuerdo preliminar eran precisas unas
exhaustivas conversaciones secretas con los líderes de la guerrilla.

El presidente y su equipo se enfrentaban a un problema: ¿cómo podían «extraer»


desde su cuartel general en la jungla a un comandante guerrillero y llevarlo en avión a
un tercer país donde podrían mantenerse esas conversaciones secretas sin que nadie
lo supiese? Nadie podía enterarse de esta operación, ni la prensa ni la policía y ni
siquiera el ejército, que con toda seguridad trataría de destruir el cuartel general de la
guerrilla si llegaba a saber dónde estaba. El presidente encargó esta delicada y
peligrosa misión a un hombre al que llamaré James. La misión de este consistía en
alquilar un helicóptero privado y volar con él a un punto de encuentro secreto en un
claro de la jungla para recoger al comandante.

Cuando el helicóptero de James aterrizó finalmente en el lugar designado allí no había


nadie, pero en cuestión de segundos se vio invadido por centenares de guerrilleros
portando fusiles ametralladores AK-47, todos ellos apuntados hacia el helicóptero en
el que iba James. Este podía oír a muchos guerrilleros que gritaban, excitados, a su
comandante que todo aquel acuerdo era una trampa fatal. El nivel de tensión y
desconfianza era extremadamente alto. No cuesta imaginar lo muy hostil y
atemorizante que debía parecerle aquello a James. ¿Qué podía hacer para calmar la
situación? Unos días después del suceso, me contó que al cabo de un rato de estar
sentado en el helicóptero, nervioso e inseguro sobre qué hacer a continuación, seguía
sin tener una idea. Abrió la puerta, bajó del helicóptero, se encaminó con decisión
hacia el comandante, le estrechó la mano y anunció con seguridad: «Señor, le pongo
bajo la protección personal del presidente».

En aquel momento de tensión en que James estaba rodeado de cientos de fusiles


ametralladores apuntándole tenía dos opciones: podía elegir el considerar a la otra
parte como hostil —y dadas las circunstancias pocos le habríamos culpado por
hacerlo o podía elegir considerar a la otra parte como su aliado. James eligió la
segunda, y puesto que trató al comandante enemigo como a un aliado, este también
pudo hacer lo mismo con él. Tras una breve pausa para decir adiós a sus
compañeros, el comandante montó en el helicóptero y poco después en una capital
extranjera comenzaron las conversaciones preliminares secretas de paz. Seis
meses más tarde se anunció un principio de acuerdo y dieron comienzo las
negociaciones de paz de pleno derecho.

Le pregunté a James qué es lo que le dio la capacidad para replantear aquella


peligrosa situación y me dijo que él tenía una confianza fundamental en la vida y que
daba por supuesto que de alguna manera todo iba a salir bien. Puesto que veía la vida
como aliada, James podía ver al comandante como un probable aliado.

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