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Él la miraba con tristeza y ternura, ella solo

atinaba a balbucear, mientras una lágrima


recorría su suave mejilla: ambos sabían que el
amor estaba desgastado, pero ninguno se atrevía
a aceptarlo frente al otro, pues parecía
paradójico que en el mismo lugar en que se
encontraban fue donde se dieron aquel etéreo
primer beso. Pasaron los minutos y solo estaban
allí, quietos, tratando de cobrar valor para
terminar con su romance, sin embargo, ese
silencio bastó para que sus corazones
empezaran a palpitar de manera frenética y para
que se dieran cuenta de que vivirían separados
por siempre. Fue entonces que él la volvió a ver
ya no con tristeza, ni ternura, sino con amor, el
más sublime y puro amor; ella pudo fijar sus
palabras y profirió un contundente: “te amo y no
quiero perderte. Ambos estrecharon sus manos,
se abrazaron con la misma emoción que se
siente cuando se vuelve a ver al ser amado
después de un largo viaje y con la seguridad de
que se quedará para siempre, se besaron como
si esa fuera la última oportunidad para hacerlo y
juraron amarse hasta el final de sus días (D.C.M.)

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