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Universidad Academia de Humanismo Cristiano

Escuela de Antropología
Magíster en Antropología

Cátedra: Cultura, democracia y ciudadanía: una aproximación antropológica


Profesor: Ton Salman

Alumno: Patricio Araya Arenas

Derechos básicos y universalización

Introducción

Voy conduciendo por una calle de la ciudad de Santiago de Chile, ciudad contaminada
por estar encerrada en un valle, teniendo como telón de fondo la cordillera, barrera
natural que impide que el aire fresco que proviene de la costa, de los vientos del
Pacífico, pueda limpiar el aire contaminado que normalmente en invierno se cierne de
forma acentuada en nuestra ciudad. Mientras espero el cambio de una luz roja, me doy
cuenta de que nuevamente no he visto las noticias y que no sé si hoy me
correspondería o no manejar mi automóvil. Si bien mi coche es catalítico, hace poco
hubo una alerta ambiental que obligó a prohibir a algunos autos catalíticos circular por
las calles, para evitar así el colapso ambiental de la ciudad. Pienso que si yo estuviera
en falta y, a la vez, me descubrieran los carabineros, me podrían multar; también
pienso en lo siguiente: “un ciudadano que por convicción no lee ni escucha las noticias
y que fuera descubierto manejando su auto en un día que no le correspondiera ¿podría
alegar que no puede ser sancionado, puesto que él no podría saber que al conducir su
auto estaba incurriendo en falta?”. ¿Hasta qué punto el poder del Estado podría
“obligar” a este ciudadano a escuchar las noticias?, ¡solo para saber si puede o no salir
en auto! Paso a una noticia leída en Internet y me entero de que en un país musulmán
un sujeto es castigado a 2.000 latigazos y a quince años de cárcel por distribuir ciertas
imágenes con su mujer por celular, y que, sigo leyendo con sorpresa, en ese país
algunos ciudadanos piensan que el castigo ha sido muy leve.
¿Cuáles serían los estándares mínimos para pensar un conjunto de libertades, derechos
y características culturales básicas del ciudadano?, ¿es posible realizar el diseño de un
estándar mínimo y neutral?, ¿desde cuál estándar mínimo podríamos apoyarnos?
La propuesta de este ensayo consiste en dar algunos puntos de apoyo a la idea de que
es posible, en nuestro mundo actual, diseñar un estándar mínimo y neutral sobre las
características culturales, de derechos y libertades del ciudadano.

Estándar mínimo, principios y contenidos

Para empezar a escribir acerca de un estándar mínimo de derechos y libertades


ciudadanas se debe hacer referencia, también, a la contrapartida a estos derechos,
esto es, también se debe hacer referencia a los deberes ciudadanos. Desde “El
contrato social” hasta la universalización de los derechos humanos, la humanidad ha
ido avanzando en un sentido de cierta solidaridad social, en el que subyace la idea de
que por el hecho de haber nacido dentro de una sociedad somos tributarios, deudores
y beneficiarios de derechos y libertades básicas, idealmente para todos.

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Sin embargo, aquí la pregunta inevitable es la siguiente: ¿de cuáles derechos
hablamos? También podemos cuestionarnos acerca del origen de estos derechos,
¿desde qué lugar son establecidos? o ¿cuál es la validez universal de estos derechos?

Señalaba que para empezar a hablar de derechos, también teníamos que hablar de
deberes: ya “Malinowski advirtió en 1926 que en toda forma de derecho puede
apreciarse alguna clase de dimensión civil (Malinowski 1991: 70-74), pues no hay
sociedad sin una estipulación de las expectativas mutuas de obligación y derecho.”
(Ángel Díaz, “Las edades del delito”), por tanto no se puede hablar de derechos sin
hacer una permanente referencia a su contrapartida, los deberes, tal como también lo
encontramos en Salman, cuando señala que “los derechos y privilegios… forman la
dignidad de uno, la posibilidad de participación política y un estatus de uno como igual
a otros ciudadanos… y garantizan al ciudadano el derecho a ser escuchado y a acceder
a las instituciones de gobierno, y el derecho a ser tomado en cuenta en su etnicidad,
religión, género y otras diferencias” (Ton Salman, “Cuestionando la ciudadanía
universal”, 2008, no publicado, traducción mía). Estas palabras están indicando desde
ya que para que este derecho a ser escuchado y a acceder a una institución del
gobierno sea ejercido, por contrapartida debe existir “en el otro lado” alguien que
tenga el deber de permitir que este derecho tenga factibilidad.

Uno de los aspectos que se puso en juego en Chile y en Latinoamérica, para salir del
oscuro lapso de dictaduras y abusos contra la sociedad fue, precisamente, la necesidad
y el derecho a acceder a un régimen universal de garantías democráticas que nos
permitiera gobernarnos de acuerdo a la voluntad soberana del pueblo. Si bien en la
dictadura chilena la autoridad de facto era propuesta, desde el régimen, como un
estado excepcional de “guerra contra el marxismo”, la realidad ciudadana iba
encaminándose hacia un rumbo democrático y se iba sacudiendo, de forma creciente,
de una especie de adormecimiento temeroso que, hacia principios de los años ochenta,
empezó a declinar, en favor de una toma de conciencia que apuntaba a liberarse del
yugo militar y a enfrentar la posibilidad y el riesgo de la libertad civil y ciudadana. El
hecho de que numerosos países europeos apoyaran las voluntades y acciones
ciudadanas para ir encaminando nuestra sociedad a un estado de normalización
democrática nos hacía tomar conciencia de que ahora nuestro país no estaba aislado y
de que existía un concierto de naciones en el que nos apoyábamos pero también en el
que nos queríamos ver reflejados. Una de las nociones clave para ir elaborando
estrategias políticas y slogans propagandísticos opositores al régimen, en esos años,
fue la de derechos humanos.

Frente a los constantes abusos de poder fue la noción de derechos universales del
hombre –los derechos humanos- la plataforma cognitiva que, de manera eficaz, fue
instalándose en el cuerpo social para hacer frente a una propaganda del gobierno que,
por su lado, intentaba mostrar al poder militar como una especie de salvaguarda frente
a los potenciales elementos destructivos de la misma sociedad. ¿De qué se trataba,
entonces?, en definitiva de una lucha de reconquista por la autonomía donde se debían
superar varios temores arraigados en la sociedad, en un movimiento en el que, como
un adolescente que por fin se rebela frente a la autoridad paterna, el cuerpo social
decidía ir asumiendo su propio destino, aún a riesgo de comprometer un futuro incierto
y, ciertamente, sin mayor garantía que el de la autonomía soberana y, eso si y ahora
si, el respeto de los derechos humanos y civiles.

¿Son homologables los derechos humanos a los derechos ciudadanos?, ¿dónde está la
diferencia?, ¿de qué se habla exactamente cuando se habla de los derechos
ciudadanos?

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Derechos ciudadanos v/s Derechos humanos

La Comisión Defensora Ciudadana, del Ministerio Secretaría General de la Presidencia,


organismo gubernamental chileno, en su página Web hace una distinción entre
derechos humanos y derechos ciudadanos: “Existe una íntima relación entre ambos
conceptos, aunque corresponden a ideas diferentes. En efecto, los derechos humanos
son aquellas libertades, prerrogativas y necesidades que a todo ser humano le deben
ser reconocidas y satisfechas por su sola condición de tal. En esta calidad son
reconocidos y asegurados por toda la humanidad civilizada a través de su consagración
en diferentes tratados internacionales, partiendo por la declaración universal de los
mismos que Naciones Unidas proclamó en 1948… Los derechos ciudadanos, por su
parte, son los que las personas podemos hacer valer frente a los órganos del Estado en
cuanto tales, ya sea para que satisfagan una pretensión respaldada en la ley o para
que cumplan sus funciones o atribuciones dando satisfacción a una necesidad colectiva
(subrayado mío). Muchos de los derechos ciudadanos son derechos humanos, pero hay
otros que pueden no serlo por no estar comprendidos en la lista de garantías nacional o
internacionalmente reconocidas como tales. Por otra parte hay derechos humanos que
difícilmente podríamos calificar de derechos ciudadanos si no son las instituciones
administrativas del Estado las que están llamadas a darles protección directa; por
ejemplo, el derecho al honor, el derecho de propiedad en algunas de sus especies,
entre otros”. Más adelante se señala que los derechos ciudadanos son “aquellos
derechos e intereses que las personas tienen frente al Estado, en su calidad de
miembros de la comunidad nacional.” Se trata de una idea de una ciudadanía que
incluye a todos quienes vivan en el territorio nacional, independientemente de su edad,
nacionalidad o condición jurídica individual. Se trata de una noción más amplia que la
de ciudadano como sujeto de derechos políticos, por tanto, puesto que pueden invocar
estos derechos “tanto los menores de edad como los extranjeros residentes o
transeúntes e incluso las personas privadas de libertad por sentencia judicial.”

De lo anterior rescato lo subrayado, para destacar que los derechos ciudadanos


incluyen ciertas necesidades colectivas, ¿cuáles?, no queda explicitado, pero lo
interesante es que ahí se deja la puerta entreabierta para considerar a los colectivos en
sus propias particularidades y desde ahí invocar ciertos derechos que deberían ser
tomados en cuenta.

Necesidades colectivas v/s necesidades (tras) nacionales

En el artículo de Willem Assies “Justicia india en los Andes: Re-habituarse o cambiar de


ruta”, se hace mención a un interesante caso de confrontación de derechos indígenas
con las normas nacionales e internacionales, situación que pone en tensión el
andamiaje universalista que se propone con la consideración de los derechos del
hombre. Ahí se señalan diversas situaciones de litigio, al interior de comunidades
indígenas, que obligan a poner en juego diferentes grupos sociales en una relación de
círculos concéntricos (comunidad-nación-comunidad internacional) en relación al tipo
de sanción que debería aplicarse a miembros de la comunidad que han trasgredido no
solo la norma jurídica de la nación, sino también las normas ancestrales de esas
comunidades, la pregunta que se plantea es ¿qué norma jurídica debe prevalecer?, ¿la
norma comunitaria o la nacional?, ¿cómo encontrar un equilibrio satisfactorio para
ambas comunidades?
En una consideración a priori normalmente se tiene una concepción de la universalidad
de la norma jurídica. Es en esta línea de pensamiento donde, por ejemplo, Hans Kelsen
señala que la norma hipotética fundamental estaría basada en el derecho
internacional, garante último a través del cual se genera el debe de la norma jurídica.
Para Kelsen la pirámide normativa culminaría en una categoría de orden superior, la

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norma fundamental, norma obligatoria para todo el resto del orden normativo que está
por debajo de esta norma jurídica. ¿Se trata, por ende, este ordenamiento superior de
un ordenamiento que, de suyo, puede transgredir o pasar por encima de normas
comunitarias ancestrales, en beneficio de un ordenamiento superior? Según Kelsen la
unidad del derecho “y la correspondiente primacía del derecho internacional
significan… que el ordenamiento internacional incluye todos los ordenamientos,
especialmente derechos estatales, y que está supraordenado a ellos… el derecho
internacional es, por tanto, incompatible con la idea de soberanía de los Estados
nacionales y territoriales y de sus ordenamientos jurídicos… Por esta razón las normas
internas no pueden entrar nunca en contradicción, so pena de nulidad, con las normas
internacionales” (Danilo Zolo, p. 202). En este mismo texto, Zolo hace una crítica a
esta premisa, a esta voluntad de “globalismo jurídico”, indicando el prejuicio
etnocéntrico europeo y occidental que se muestra indiferente a otras tradiciones
culturales, políticas y jurídicas como las que encontramos en India o China, lejanas al
iusnaturalismo, al individualismo y al eficientismo técnico-científico de la civilización
occidental. Pero esto no es, precisamente, lo que sucede en lo relatado en el artículo de
Assies, ahí podemos observar que ante la disonancia comunitaria generada por una
sanción “nacional” (sanción considerada para esa propia comunidad como leve), es el
propio Estado el que entra a mediar, entablando un diálogo que se podría llamar
“cultural”, haciendo visibles las diferencias étnicas y culturales que conviven en un
mismo territorio. Ahí, en un primer momento, lo que se hace urgente, en este impasse,
es el diálogo.
En el artículo de Assies podemos comprender que es precisamente la aparición de ese
diálogo lo que propicia la oportunidad de generar un sentimiento de pertenencia y
valoración en y hacia esa misma comunidad. No se trata, por tanto, de una situación
de “abuso normativo estatal”, sino más bien de una situación de diálogo de dos
culturas que conviven en un mismo territorio. Tampoco se trata de una situación donde
se imponga o haga imperar una norma de orden superior.
La sola idea de considerar a un territorio como compuesto por diferentes etnias o
culturas que necesariamente tienen que dialogar entre si es bastante reciente en
Latinoamérica y tiene que ver bastante con el espíritu “Bennetton” (por decirlo de
alguna manera) que como reflejo de una apertura hacia las diferencias ha impregnado
nuestro imaginario con representaciones sociales que invitan a la tolerancia, a la
coexistencia y a la mezcla, es decir, a tener derechos de forma explícita y abierta. Es
en esta línea de realidad actual como se inicia otro artículo de Assies y otros (2001): “El
reconocimiento constitucional de la configuración multiétnica y pluricultural de sus
poblaciones por parte de una serie de estados Latinoamericanos, reforzado por las
ratificaciones del Convenio 169 de la OIT, constituye un notable rompimiento simbólico
con el pasado.” Notable diferencia que, al menos, hace pensable una cierta posibilidad
de integración a partir del diálogo entre culturas, ¿sobre la base de qué?

Diálogo social, diálogo cultural

¡Cuán diferentes son los enfoques que encontramos en las ideas de Kelsen con
respecto a lo que nos muestra Assies! Si el primero nos invita a pensar en un orden
jurídico universal, impositivo, el segundo nos muestra, a través de sus relatos de
comunidades, cómo es posible generar un espacio de aprendizaje social, en el que las
costumbres ancestrales son reconocidas y entran en diálogo con los espacios de poder.
Está claro que esto es posible debido a que estos espacios se generan desde el mismo
lugar del poder, pero la experiencia es igualmente válida, puesto que al margen de la
procedencia de esta práctica, es evidente que se ha generado un producto cultural y
una cierta noción de conquista, si no de restitución, de un espacio de autonomía.
¿Cómo evolucionan las sociedades, las culturas, los pueblos?: “No cabe duda de que el
desarrollo social se produce tanto por evolución como por contacto cultural.” (Jaime

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Alvar). En el caso de las historias de los testimonios de Assies nos encontramos con un
proceso de evolución constitucional, social y de contacto, mediante mecanismos que
se garantizan constitucionalmente para respetar las prácticas culturales de las
comunidades originarias. El punto importante, aquí, es destacar que, más allá de los
entramados legales, encontramos procesos de “mirada hacia el interior” en el contexto
latinoamericano, donde las constituciones van incorporando una mirada ya no
exclusivamente “occidental”, sino que, ahora, más latinoamericana. En este caso, es la
evolución social la que ha permitido que mediante un diálogo y ciertas transacciones
se pueda avanzar en la posibilidad de coexistencia regulada de ciertas prácticas. Se
pasa desde una óptica del control cultural a otra de diálogo cultural. Y es aquí donde
paso a ceñir de forma más estrecha mis propios argumentos para defender la tesis de
que es posible encontrar algunos fundamentos mínimos para establecer derechos
ciudadanos.

Cuando hablamos de derechos ciudadanos hablamos de un cierto estándar, pero a la


vez también de una práctica civil que necesariamente pasa por un proceso de
aprendizaje mutuo, colectivo. Se trata, por ende, de un esfuerzo, de un trabajo común,
que engloba a buena parte del cuerpo social, en pos de ciertos objetivos sensibles para
todos, pero que en definitiva recaen sobre un individuo y, desde ahí, se catapultan al
cuerpo social. Es en cuanto a la objetivación que proporciona el diálogo donde se
pueden encontrar herramientas cognitivas que permiten crear una plataforma
cognitiva que, por una parte, evite una relativización sin fin y, por otra, que
establezcan ciertos parámetros comunes, válidos para ambas partes en litigio (en el
caso de Assies se trata de la dicotomía comunidad v/s sociedad amplia). La piedra de
tope para este diálogo va a ser siempre lo que consideramos el “núcleo duro” de la
doctrina de los derechos humanos, y es precisamente ahí donde el texto de Assies nos
ofrece los matices pertinentes como para lograr compenetrarnos de hechos sociales
donde se impulsa una complementación de saberes. La brecha histórica entre estos
mundos se empieza a acortar.

Un nuevo paseo en auto en día de emergencia ambiental

Otro día en la ciudad de Santiago. Las alertas ambientales han aumentado y en este
día nuevamente voy montado en mi coche, de vuelta de mi trabajo. Al torcer por una
calle soy detenido por un oficial de carabineros que me pide los documentos mientras
un leve sudor frío recorre mi cuerpo: “¿cometí una infracción, oficial?”.
Afortunadamente me dice que no, que se trata solo de chequeos de rutina. Supongo
que tiene que ver con actividades de seguridad, estoy en una zona de cierta
peligrosidad social. Si bien me queda un sensación de indefensión ante la autoridad
(me han hecho parar, me han pedido los documentos sin informarme para qué -salvo
cuando pregunto-) observo que es el diálogo que hemos entablado el que me ha
permitido desdramatizar mis temores o culpas inconscientes con respecto a haber
cometido una falta.
Recuerdo una situación en una protesta antidictadura, en los años de Pinochet,
estamos en una calle con unos compañeros de la Escuela de Derecho de la Universidad
de Chile, atentos al curso de los acontecimientos callejeros. De pronto unos
carabineros nos piden revisar nuestras mochilas y a uno de nuestros compañeros le
descubren una revista de oposición al gobierno, una revista que se encontraba en los
kioskos, sin embargo, como consecuencia de ello es detenido y llevado a los cuarteles.
De parte de los carabineros, cuando lo vamos a ver, no hay respuesta, no hay diálogo,
solo un fuerte deseo, por parte de nosotros, de que se instaure una situación de
derecho, “como en Europa o en los países democráticos”.
Finalmente un último suceso con la autoridad policial pocos años después de la vuelta
a la democracia. Nuevamente en auto, en compañía de una colega, un oficial nos

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detiene por una infracción de tránsito. En el diálogo que el carabinero mantiene con mi
colega intervengo brevemente y al hacerlo el oficial me exige callarme; yo (¡estamos
en democracia por fin!) le espeto que tengo derecho a decir lo que pienso.

En cada una de estas tres situaciones de encuentro con la autoridad y con la norma
que ella representa podemos ver que el diálogo tiene un valor y un carácter distinto,
según el entorno en cual sucede este encuentro de un ciudadano con la autoridad
policial. Se trata de contextos políticos que permiten hacer valer ciertos derechos o no,
de acuerdo a un cierto estándar dado en una situación política particular (o
democrática o autoritaria). Para que un derecho político pueda hacerse valer se deben
dar ciertas condiciones previas, una base que en Salman y Assies (2003) encontramos
conceptualizada como “democracia consolidada”. Sin embargo encontramos que en el
mundo no todos los países comparten la democracia, hay regímenes teocráticos,
diversidades culturales que difícilmente no opondrían cierta resistencia a una
concepción occidental hegemónica. Siendo así esta realidad ¿cuáles serían los
estándares mínimos para pensar un conjunto de libertades, derechos y características
culturales básicas del ciudadano?

Al margen de los ordenamientos globales podemos encontrar que en cualquier


ordenamiento podemos pensar ciertos derechos civiles básicos y libertades que como
mínimo entran a compartir un núcleo duro de los derechos humanos, pienso que este
núcleo duro necesariamente entra a dialogar con las diferencias y ordenamientos
variables que cada cultura llegue a estructurar, pero aún más, este núcleo duro (por
ejemplo, el derecho a la vida), es un núcleo sujeto al diálogo cultural y social, y ahí
encontramos las diferentes miradas que pueden generarse ante la posibilidad del
aborto, por ejemplo, discusión que no solo pone en cuestión valores sino también
“estado del arte” sociales y globales.

Volviendo a mi primer viaje en mi automóvil, y para terminar por fin, puedo decir que,
si bien tengo derecho a no escuchar las noticias, también tengo el deber de
preocuparme de las consecuencias de mis actos que envuelven el espacio social.
Idealmente no solo debiera preocuparme por evitar ser multado, sino también por
actuar en beneficio del bien común. Es en ese sentido que debo hacer una transacción,
lo mismo que sucede en el texto de Assies, cuando nos muestra cómo la norma jurídica
es transada con la comunidad, para no transgredir a esta comunidad ni tampoco a la
sociedad toda, resultando, finalmente, en un equilibrio que permite respetar una cierta
tradición.

Bibliografía de referencia

ALVAR, Jaime (1989): El contacto intercultural en los procesos de cambio. Disponible en


la World Wide Web:
http://www.ucm.es/BUCM/revistas/ghi/02130181/articulos/GERI9090110011A.PDF

ASSIES, Williem: Justicia india en los Andes: Re-habituarse o cambiar de ruta


(traducción Magíster en Antropología, UAHC).

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http://fuentes.csh.udg.mx/CUCSH/Sincronia/assies.htm

ASSIES, Willem y SALMAN, Ton. La democracia boliviana: Entre la consolidación, la


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Disponible en la World Wide Web:
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ROUSSEAU, J. J.: El contrato social.

SALMAN, Ton (2008): Questioning universal cityzenship.

ZOLO, Danilo(): Una crítica realista del globalismo jurídico desde Kant a Kelsen y
Habermas. Disponible en la World Wide Web:
www.ugr.es/~filode/pdf/contenido36_81.pdf

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