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3° Simposio “Psicoanálisis hoy: de-construcciones y transformaciones”. APdeA. Sábado 11 de noviembre de 2017.

De los ideales épicos a los “ideales” hedónicos del yo


Por Osmar Sostoa

Las contraposiciones entre individuo y sociedad así como entre naturaleza y cultura marcan el
debate de los distintos abordajes de la clínica psicoanalítica. Los énfasis en los enfoques pueden
volcarse más hacia uno u otro polo de tales pares conceptuales. Sin pretender de ningún modo
inclinar la balanza hacia uno u otro lado, en las siguientes líneas se procura más bien ahondar
en lo social y cultural, considerando los cambios que ha habido en los últimos tiempos en la
sociedad y que tuvieron su impacto en la psicopatología, con la inevitable demanda de
replanteamiento en la terapia. Eso puede llevar a pensar además si cuál debería tener mayor
preponderancia, la psicología individual o la social.
En la introducción de su obra Psicología de las masas y análisis del yo, Freud afirma que “La
oposición entre psicología individual y psicología social o de las masas, que a primera vista
quizá nos parezca muy sustancial, pierde buena parte de su nitidez si se la considera más a
fondo”. Y sostiene que “En la vida anímica del individuo, el otro cuenta, con total regularidad,
como modelo, como objeto, como auxiliar y como enemigo, y por eso desde el comienzo mismo
la psicología individual es simultáneamente psicología social en este sentido más lato, pero
enteramente legítimo”1. Más adelante apunta: “Tenemos que inferir que la psicología de la masa
es la psicología más antigua del ser humano; lo que hemos aislado como psicología individual,
dejando de lado todos los restos de masa, se perfiló más tarde, poco a poco, y por así decir sólo
parcialmente a partir de la antigua psicología de la masa”2.
Esta concepción lleva a sustentar que nuestra disciplina parte de un marco teórico aplicable a
los casos individuales y colectivos. Desde la perspectiva societaria, los seres humanos
desarrollaron una convivencia cultural, a diferencia del gregarismo instintivo y ambiental de
las demás especies vivientes; evolución cultural que determinó no solo la vida en común de los
individuos sino además un particular proceso filogenético-ontogenético que en su dimensión
psíquica Freud se encargó de esclarecer mediante el psicoanálisis.
En su obra El yo y el ello, Freud explica la instalación de lo social y lo cultural en la psiquis
humana, en los siguientes términos: “Si consideramos una vez más la génesis del superyó tal
como la hemos descrito, vemos que este último es el resultado de dos factores de suma
importancia, uno biológico y el otro histórico: el desvalimiento y la dependencia del ser humano
durante su prolongada infancia, y el hecho de su complejo de Edipo, cuya represión, tal como
se ha mostrado, se vincula con la interrupción del desarrollo libidinal por el período de latencia
y, por tanto, a la acometida en dos tiempos de la vida sexual. Esta última propiedad,
específicamente humana, según parece, fue caracterizada en una hipótesis psicoanalítica como
herencia del desarrollo hacia la cultura impuesto por la era de las glaciaciones. Así, la
separación del superyó respecto del yo no es algo contingente: subroga los rasgos más

1 Psicología de las masas y análisis del yo (1921). Sigmund Freud. Volumen 18, OC, AE. Pág. 67.
2 Íbidem. Pág. 117.

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significativos del desarrollo del individuo y de la especie y, más aún, en la medida en que
procura expresión duradera al influjo parental, eterniza la existencia de los factores a que debe
su origen”3.
En cuanto a la inquietud generada por la teoría freudiana, al demostrar la preponderancia del
inconciente sobre la conciencia y de la sexualidad sobre la moral victoriana de entonces, Freud
señaló que los más elevados principios morales también formaban parte de la tópica
psicoanalítica, precisamente en el superyó, al manifestar que “ahora que hemos osado
emprender el análisis del yo, a aquellos que sacudidos en su conciencia ética clamaban que, a
pesar de todo, es preciso que haya en el ser humano una esencia superior, podemos
responderles: «Por cierto que la hay, y es la entidad más alta, el ideal del yo o superyó, la
agencia representante de nuestro vínculo parental. Cuando niños pequeños, esas entidades
superiores nos eran notorias y familiares, las admirábamos y temíamos; más tarde, las acogimos
en el interior de nosotros mismos».”4.
Pero bien sabemos por la misma metapsicología que el superyó aloja también a los antípodas
de tales valores. En palabras de Juan José Calzetta, psicoanalista argentino, se entiende así: “La
presencia rotunda de lo social-cultural se hará sentir en el mismo proceso de constitución,
mediante identificaciones secundarias, de la última de las subestructuras del aparato, el Súper
Yo, que conecta “lo más alto” de las aspiraciones ideales con “lo más bajo” de las investiduras
incestuosas condenadas. A partir de la función del Ideal se premiarán ciertos destinos de la
libido, sublimatorios, que pueden ser excelsos para una cultura y aborrecibles para otra”. 5
David Liberman, uniendo lo individual con lo social en la propia estructura del aparato psíquico,
definía de este modo la instancia tópica del superyó: “constituye una fuerza sociológica
internalizada en el individuo. Esta fuerza actúa como un elemento motivador más dentro de la
red intrapersonal y también provoca efectos estructurando determinadas pautas de
comportamiento del sujeto para con su organismo y de éste en su relación con el exterior. En el
superyó ubicamos la herencia cultural de la misma manera que en el ello situamos la herencia
biológica”6.
Freud resalta el componente socio-cultural del superyó al indicar en El yo y el ello que “el
superyó conservará el carácter del padre, y cuanto más intenso fue el complejo de Edipo y más
rápido se produjo su represión (por el influjo de la autoridad, la doctrina religiosa, la
enseñanza, la lectura), tanto más riguroso devendrá después el imperio del superyó como
conciencia moral, quizá también como sentimiento inconciente de culpa, sobre el yo”7. Luego
explica que “tenemos que atribuir la diferenciación entre yo y ello no sólo a los seres humanos
primitivos, sino a seres vivos mucho más simples aún, puesto que ella es la expresión necesaria
del influjo del mundo exterior. En cuanto al superyó, lo hacemos generarse, precisamente, de
aquellas vivencias que llevaron al totemismo”8. Vale decir, la instancia superyoica es para

3 El yo y el ello. Sigmund Freud. Volumen 19, OC, AE. Págs. 36 y 37.


4 Íbidem. Pág. 37.
5 Producción de subjetividad y constitución psíquica: lo que permanece y lo que cambia a través de la historia. Juan José

Calzetta, 2011. Publicado en: Revista Universitaria de Psicoanálisis, Año 2011, Vol. 11, pág. 43 a 55, Buenos Aires, Facultad
de Psicología, UBA, ISSN 1515-3894.
6 Comunicación y Psicoanálisis. David Liberman. Alex Editor. 1976. Buenos Aires. Pág. 115.
7 El yo y el ello. Sigmund Freud. Volumen 19, OC, AE. Pág. 36.
8 Íbidem. Pág. 39.

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Freud un producto socio-cultural y al mismo tiempo parte intrínseca de la tópica del aparato
psíquico.
Sobre estos conceptos, podríamos ahora recurrir a estudiosos del ámbito psicoanalítico que nos
permitan tender un puente entre la época del nacimiento de la teoría freudiana y la actualidad.
En ese sentido, Samuel Arbiser, psicoanalista argentino, señala que “Sigmund Freud, sin
proponérselo, escandalizó al respetable establishment social y académico de su época cuando,
en sus investigaciones sobre las histerias reconoce una etiología sexual y, como efecto no
deseado de sus hallazgos, desenmascara la hipocresía social o, si se quiere, la doble moral en
los asuntos de la sexualidad”9. Y para contextualizar el momento sociocultural en que aparece
la teoría psicoanalítica en la historia, utiliza un marco conceptual que afirma que se da “la íntima
relación entre las características de la cultura en cada momento y lugar, y las expresiones de la
psicopatología”, y que, actualmente, “en el caso particular de la cultura posmoderna y su
psicopatología tributaria, convendría desbrozar sus valores subyacentes para confrontarlos con
los valores implícitos del método psicoanalítico, en línea, a mi juicio, con los valores humanos
más permanentes”.
Rescata luego un párrafo freudiano, del cual volvemos a recortar aquí la siguiente frase, dicha
a un supuesto paciente: “Pero usted se convencería de que es grande la ganancia si conseguimos
mudar su miseria histérica en infortunio ordinario. Con una vida anímica restablecida usted
podrá defenderse mejor de este último” (Freud, 1895). Aquí Freud se ubica en un escenario de
la época, de carácter dramático, y si se quiere hasta trágico, que encuentra un ideal del yo épico
destinado a sobrevivir, e incluso triunfar en el mismo, en un contexto de los ideales y valores
éticos de la ilustración renacentista y del romanticismo alemán. En ese cuadro dramático cabe
la alegoría edípica, la cual marca a fuego dicho tipo de ideal del yo. El tratamiento debería,
entonces, ayudarle al paciente a resignificar dicho ideal del yo y reducir el drama épico a un
“infortunio ordinario” de la vida cotidiana; vale decir, desdramatizarlo.
Arbiser hace referencia a la “cultura posmoderna y su psicopatología tributaria”. Evidentemente
que ya no se trata del sujeto, dominado inconcientemente por un ideal del yo épico que fantasea
una novela familiar como expresión de un drama edípico. Estamos hablando de un nuevo ethos,
el hedonista, que genera un ideal del yo hedónico, el cual viene remplazando al ideal del yo
épico. Para explicar mejor el cambio de época, Arbiser cita a Joyce McDougall (1982), quien
en un solo párrafo da una imagen elocuente de los pacientes ‘posmodernos’: “Hace algunos
años encontrábamos sobre el diván del analista un buen número de pacientes que sufrían
diversas formas de impotencia sexual o frigidez, en un contexto en que el objeto sexual
habitualmente era amado o sobrestimado: ‘La amo y sin embargo no puedo hacer el amor con
ella’. Hoy hay más analizados que dicen: ‘hago el amor con ella pero no la amo’ ”10.
Sostiene Arbiser que definitivamente la especie humana satisface sus necesidades biológicas
en un ecosistema sociocultural. Por lo tanto, el autor afirma que “el ‘infortunio ordinario’, al
que Freud aludía en sus tempranos trabajos, es la porción del inevitable ‘malestar en la cultura’
que nos toca a cada persona enfrentada a la tarea de vivir. Por lo tanto, partiendo de la idea de
que la cultura sería algo así como el psiquismo de la humanidad en su conjunto, se podría

9 Samuel Arbiser. Psiquis y cultura. Revista Psicoanálisis APdeBA - Vol. XXV - Nº 1 – 2003. Pág. 194.
10 Ídem. Pág. 202.

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proponer tres niveles de abordaje del malestar en la cultura”: el primer nivel, general, (colectivo)
es propio de la filosofía, política, economía, arte, literatura, religión, entre otras; el segundo,
particular, (interpersonal), de la antropología y la psicología social; y el tercero, singular,
(intrapsíquico), propio del psicoanálisis11. Recomienda contar con estas miradas, considerando
que “los cambios culturales producidos a lo largo de la historia de la humanidad han redundado
en marcados cambios en la subjetividad y por consiguiente en la psicopatología”12.
Concluye en este aspecto Arbiser que “se ha insistido, con razón y cierto tono nostálgico, en
que el psicoanálisis marcha a contrapelo de la cultura posmoderna. Esa evidencia, lejos de
abatirnos, debiera estimular la creatividad de los psicoanalistas para abordar con renovados
bríos el desafío que lo nuevo nos plantea e intentar así actualizar la eficacia y la frescura del
método y la teoría”13.
La familia, instituida como organización social en algún momento de la historia, es donde el
individuo comienza a constituirse como sujeto cultural. Se inicia entonces la compleja y
conflictiva dialéctica entre lo biológico y lo cultural. El individuo aprende que la sociedad
humana ha instituido, normatizado, cómo satisfacer sus necesidades biológicas, las cuales son
movidas ahora ya no por los instintos sino por las pulsiones, por el deseo más que por la
necesidad; también, aprende cómo interactuar con los demás, de qué modo convivir con los
otros de acuerdo a las normas culturales, éticas y jurídicas, comenzando por la ley instituyente
de la sociedad humana, la de la prohibición del incesto; y, además, cómo cultivar las nuevas
dimensiones de la vida humana, estéticas, o espirituales, productos de la sublimación de las
pulsiones.
Myrta Casas de Pereda, en su obra En el camino de la simbolización, apoyada en la
investigación antropológica sobre la importancia del juego en el desarrollo de la cultura,
fundamenta su relevancia también en el despliegue del individuo como sujeto, al señalar: “la
fantasía que sostiene el juego, heredera del deseo inconciente y la pulsión, configura, siempre
y cada vez más, libretos propios, anudando retazos de fantasmas, individuales y colectivos,
propios de cada contexto familiar, social y cultural”14. Y explica cómo la madre y el bebé
interactúan placenteramente en el juego, en ese vínculo en el cual la primera comparte con el
segundo los sentidos de la cultura en la cual se inserta este último y en la cual irá tomando
conciencia de sí mismo y del mundo, trasformando la necesidad en deseo.
Jean Françoise Lyotard explica que la condición posmoderna “designa el estado de la cultura
después de las transformaciones que han afectado a las reglas de juego de la ciencia, de la
literatura y de las artes a partir del siglo XIX”15. Y declara que “Simplificando al máximo, se
tiene por «postmoderna» la incredulidad con respecto a los metarrelatos”16, vale decir, es la
crisis de los grandes relatos.

11 Ídem. Págs. 196 y 197.


12 Ídem. Pág. 201.
13 Ídem. Pág. 202.
14 En el camino de la simbolización. Producción del sujeto psíquico. Myrta Casas de Pereda. Editorial Paidós, 1999. Pág. 85.
15 La condición postmoderna. Informe sobre el saber. Jean-François Lyotard. Red Editorial Iberoamericana S.A. (R.E.I.),

Argentina, 1991. Pág. 4.


16 Íbidem. Pág. 4.

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Según el mismo autor, la legitimación que ofrece la narrativa del consenso social “se inscribe
en la perspectiva de una unanimidad posible de los espíritus razonantes: ése era el relato de las
Luces, donde el héroe del saber trabaja para un buen fin épico-político, la paz universal”17.
Expresa luego que la función narrativa de tal consenso ha perdido sus referencias en “el gran
héroe, los grandes peligros, los grandes periplos y el gran propósito. Se dispersa en nubes de
elementos lingüísticos narrativos, etc., cada uno de ellos vehiculando consigo valencias
pragmáticas sui generis. Cada uno de nosotros vive en la encrucijada de muchas de ellas”18.
Alega Lyotard que en la sociedad postindustrial y su cultura postmoderna, “el gran relato ha
perdido su credibilidad” y que “se puede ver en esa decadencia de los relatos un efecto del auge
de técnicas y tecnologías a partir de la Segunda Guerra Mundial, que ha puesto el acento sobre
los medios de la acción más que sobre sus fines”19. Y de esto mismo deriva actualmente el
énfasis tecnicista sobre la humanista en la educación, con el propósito de producir un sujeto
técnicamente eficiente en detrimento del pensamiento crítico y reflexivo. Si no hay grandes
relatos, no hay fines épicos de la sociedad humana. Francis Fukuyama ha explicitado
claramente esa ideología posmoderna al afirmar que se ha llegado al fin de la historia; para la
humanidad ya no hay grandes metas, la democracia liberal y el consumismo de mercado ofrecen
todo y está disponible para cualquiera.
Según Roberto Dante Flores, docente de la Universidad de Buenos Aires, la posmodernidad
construye un sujeto social determinado, el hedonista. Es posible encontrar algunos rasgos –
consensuados por varios estudiosos– que definen a dicho perfil de la personalidad; tales como
el esteticismo superficial de la imagen, la fluidez de lo instantáneo en una vida sin historia y el
consumismo como la satisfacción del deseo de ser feliz. Se trata de individuos “lábiles y sin
convicción”, según J. Rawls, que optan por una vida placentera sin preocuparse de las
prohibiciones de la moral religiosa y de los límites de la ética racional20.
Afirma Flores que “las coincidencias entre los autores (Jameson, Virilio y Lowe) nos hablan de
una revolución en los modos de percepción, que vemos determinante en la formación de una
nueva sensibilidad en los sujetos de este fin de siglo: El ethos hedonista, que se expresa
intentando reconciliar la distracción, el ideal, el placer y el corazón. Hoy el principio de la
conducta es el goce de "las pasiones egoístas y de los vicios privados", sin problemas de
conciencia porque las "obligaciones hacia Dios" y al prójimo ya fueron sustituidas hace tiempo
por las "prerrogativas del individuo soberano" (Lipovetsky, 1994, p.23)”.
La metáfora integradora del sujeto con sus ideales épicos, producto de los grandes relatos, es
sustituida por la metonimia de un sujeto fragmentado en pequeños, parciales y diversos relatos
con los que aparenta encontrarse a sí mismo. De ese modo, el individuo posmoderno ya no está
inserto en un gran sentido de su vida proveniente de un gran relato, sea religioso sea filosófico.
Se trata de un sujeto que vive el día, carpe diem, que produce con eficiencia y consume con
deleite. No se limita a la interacción entre los procesos primarios y secundarios, es decir, entre
las fantasías inconcientes y las representaciones, sino también y en muchos casos con gran

17 Ídem. Pág. 4.
18
Ídem. Pág. 4.
19 Ídem. Pág. 32.
20 Hedonismo y Fractura de la Modernidad. Roberto Dante Flores. Instituto Gino Germani & Universidad de Buenos Aires.

http://www.bu.edu/wcp/Papers/Cult/CultFlor.htm

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énfasis, con lo sensorial; instancia denominada “lo originario” por la psicoanalista francesa
Piera Aulagnier21. Este lugar de “lo originario” sigue siendo funcional por cuanto se trata del
contacto directo de los sentidos con el mundo exterior, ahí en donde al nacer surgieron las
primeras huellas, todavía sin representación ni fantasías inconcientes; puras sensaciones sin
simbolización; desde donde ahora, en los casos psicopatológicos, afloran el vacío, la actuación
y las somatizaciones; fuente de las psicopatías y los trastornos fronterizos; y para la citada
autora, también de las psicosis.

Quisiera cerrar esta presentación, no con una conclusión que proponga una tesis, ni tan siquiera
una hipótesis, sino más bien con una pregunta, la cual nos pueda llevar a socializar una reflexión
abierta a distintas incógnitas: ¿Es viable el ser humano sin un gran relato épico sobre su
existencia, su historia y su futuro?

21La violencia de la interpretación. Del pictograma al enunciado. Piera Aulagnier. Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1ª ed.
1977. - 7ª reimp. 2007. Págs. 17 y 18.

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