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¿Qué es eso que llamamos amor?

Vamos a poner el amor sobre la platina del microscopio, para comparar el concepto que nuestra
sociedad actual tiene del amor con la forma en que se lo entendía en la antigua Grecia. Fijaos bien
en el nerviosismo que muestra la mayoría de vosotros al oírme pronunciar la palabra «amor», como
si fuera algo malo.

La palabra «amor» está emocionalmente tan cargada, en nuestra sociedad, que incluso nos da
miedo pronunciarla. Me gustaría empezar nuestra exploración del amor evocando la visión que
tenían de él los antiguos griegos. Creo que intuitivamente ellos comprendían mejor que nosotros
el hecho de que el amor tiene muchos rostros diferentes.

Hoy lo asociamos en general con el concepto del amor romántico, y creemos que es una vivencia
que todos deberíamos tener y también que el hecho de estar enamorado debe conducir al
matrimonio. Hemos crecido creyendo en el amor romántico y en el matrimonio, tal vez sin darnos
cuenta de que, históricamente hablando, los hombres y las mujeres de nuestro moderno
Occidente somos casi únicos en cuanto a la forma en que perpetuamos el mito de que un hombre
y una mujer deben enamorarse, casarse y vivir felices comiendo perdices, y de que la intensidad
romántica y erótica que compartieron al principio de su relación es algo que debe mantenerse por
siempre jamás.

Es evidente que el concepto que tiene nuestra sociedad del amor apela a algo muy básico que hay
en nosotros, pero quiero insistir en que esto es muy peculiar de nuestra época y de nuestra
cultura.

Un punto que destaca muy claramente es que para aprender a amar a alguien tenéis que empezar
por desenamoraros de esa persona. Semejante enfoque puede parecer paradójico a quienes creen
que el amor romántico significa enamorarse de alguien y consumar su amor en el matrimonio, tras
lo cual se supone que el resto de la vida transcurrirá en una nube de rosada beatitud, lo cual,
simplemente, no es verdad.

En una palabra, creo que hemos confundido el amor personal con el amor interpersonal y con el
amor transpersonal. Hay un amor que es totalmente personal, otro que es interpersonal y otro
que es transpersonal. El lío se arma cuando mezclamos los tres y esperamos que se den
simultáneamente en una única relación.

Se referían al amor de diversas maneras, y uno de los términos que empleaban para nombrarlo
era epithemia, que podríamos traducir como «excitación sexual». Para los griegos, la epithemia
era lo que el hombre tenía en común con los animales: un instinto que nos impulsa a tocamos y
acariciarnos, y que se expresa a nivel corporal como una tensión interior que es necesario aliviar.
No es nada romántico, ni siquiera erótico. A la epithemia se la aceptaba como algo natural, sin
juzgarla, y difícilmente se asociaba con ella ninguna dimensión moral. Lo que decían en realidad
los griegos era que el cuerpo tiene sus propios impulsos, necesidades y deseos que deben ser
respetados. En términos arquetípicos, yo relaciono la epithemia con Tauro, que en mi opinión es el
signo fundamentalmente sexual (no Escorpio, como podríais pensar muchos de vosotros). Tauro
es el signo camal, el signo de la sensualidad indiscriminada. Es muy primitivo (recordad que estoy
hablando de arquetipos, de modo que los nativos de este signo no tenéis que identificaros
personalmente con todo esto, a menos que queráis hacerlo o que penséis que la descripción os
cuadra). Freud tenía cuatro planetas, entre ellos el Sol, en Tauro, y le obsesionaba el sexo.

La asociación del amor y el sexo con la perversidad polimorfa no sólo apunta a los rasgos de Tauro
del propio Freud, sino que también condensa los puntos de vista de la sociedad en que él vivía.
Freud era un judío de clase media que vivió en Viena en el siglo xix, y su elección de la expresión
«perverso polimorfo» nos dice mucho sobre la típica actitud victoriana con respecto al sexo y la
epithemia.

El hecho de haber tachado a la epithemia de perversa también revela la actitud del mundo
judeoeristiano en relación con Afrodita, la diosa que personificaba la lascivia y la que está más
estrechamente relacionada con Tauro.

De manera que Tauro, el primer signo de tierra, no discrimina. En realidad, ninguno de los cuatro
primeros signos (los personales) lo hace, y se relacionan con una especie de condición infantil y
primitiva que a decir verdad es muy ingenua. Para mí, tanto Aries como Tauro tienen que ver con
la supervivencia, y este último específicamente con la supervivencia mediante la percepción de los
sentidos.

Las adicciones venusianas se relacionan con el hecho de que estamos ávidos de que nos toquen,
de que nos abracen y nos acaricien. Como nuestra actitud con respecto a la epithemia (la fuerza
de Tauro básica y arquetípica) está tan deformada, las otras tres formas de amor que distinguían
los griegos -phitia, eros y agape- también están sometidas a deformaciones. Nuestra sociedad
consumista y orientada hacia el placer está rebosante de sublimación.

Según Freud, nuestra primera sensación de placer nos llega por la boca. ¿No es interesante que
tantas adicciones, entre ellas la comida, el alcohol y las drogas, estén relacionadas con la boca?

Lo que realmente querríamos estar haciendo es besar, chupar, lamer, morder o mordisquear, pero
con frecuencia nos privamos de estas actividades porque no se considera que sean «aceptables».
Entonces, nos buscamos gratificaciones sustituías que pueden conducirnos a la adicción. ¿Os
habéis fijado alguna vez en cómo traban contacto tos animales? Van directamente al grano, ¿o
no? Comparad esta actitud con lo que hacemos los seres humanos durante un primer encuentro.

En Grecia es una maravilla ver a los marineros caminar por la calle cogidos de la mano o
abrazados. Y las chicas griegas caminan en línea con los brazos entrelazados. En nuestra sociedad
tenemos nuestros tabúes. Las mujeres pueden tocarse entre sí y tocar a los hombres, y éstos
pueden tocar a las mujeres, pero no pueden tocarse entre sí. Jung dijo una vez que tendemos a
sentir que todos los demás son como nosotros, o que deberían serlo.

Los antiguos griegos creían que los deseos del cuerpo eran buenos, no una expresión de maldad.
Fijaos cómo al hermoso relato del Jardín del Edén se lo ha deformado hasta convertirlo en la caída
del hombre. Y la caída del hombre está asociada con el despertar de la epithemia.
Otra creencia sobre la epithemia es que se trata de algo infantil, que deberíamos superar cuando
crecemos. Freud concede que la «perversidad polimorfa» es natural en cierta etapa primitiva de la
infancia, pero afirma que estamos hechos para seguir creciendo y dejar atrás esa etapa.

Y no hace tanto que los médicos y los psicólogos dejaron de decir que la masturbación causaba
demencia. Ya veis cómo reaparece, una y otra vez, la idea de que el placer del cuerpo y el pecado
son equivalentes.

El mito de Dafne y Apolo transmitía a los griegos más de un mensaje. Uno de ellos era que sí
negabas la epithemia (que fue lo que hizo Dafne al escapar para que no la tocasen) estabas
negando el poder de la naturaleza y te convertirías, por lo tanto, en algo que ya no sería humano.

Dafne no se dio, vuelta para ver que era el dios de la luz quien la perseguía, lo que expresa la
creencia griega en que si uno niega la epithemia, es decir, las necesidades corporales instintivas y
básicas, está negándose al despertar de la conciencia que le aportaría el dios de la luz. Otra cosa
que destaca este relato es que la hija indiferenciada que sigue unida a su padre por el vínculo
umbilical no puede llegar a ser plenamente humana.

En otras palabras, como Dafne recurrió a su padre en busca de ayuda, en vez de volverse para ver
quién la perseguía, perdió la ocasión de separarse de su padre y llegar a ser una persona por
derecho propio, y se convirtió, en cambio, en un árbol, es decir, en algo inferior a un ser humano.

Ulises conoció a Circe, una magnífica representación del anima voraz, negativa y aterradora que
llevan dentro de sí los hombres. Circe era una hechicera, y se valió de su sexualidad para fascinar a
la tripulación de Ulises y convertir a los marineros en cerdos. Al igual que el mito sobre Dafne,
también este relato hace pensar que la epithemia no integrada nos reduce a una condición inferior
a la del ser humano. Más adelante, los puritanos pondrían punto final a todo esto prohibiendo lisa
y llanamente que nadie sintiera lascivia. Dicho sea de paso, mi definición de un puritano es la de
alguien que teme que por ahí en el mundo pueda haber quien se lo pase bien.

De lo que estoy hablando es, pues, de la deformación de la epithemia, una corrupción del deseo
natural de Tauro, Afrodita y Venus de tocar, de disfrutar de la sensualidad y la intimidad. El
impulso fundamental de Venus es establecer contacto con lo que no es uno mismo.

Venus es el deseo de conectar con aquello que no somos nosotros mismos. En el nivel de la
epithemia, Venus es muy semejante a Afrodita. Está ávida de placer y contacto, lo cual significa
olfatear, saborear, tocar y escuchar todas las cosas que hacen que uno se sienta bien, y en ello va
incluido el placer del cuerpo.

Cuando negamos las necesidades de nuestro cuerpo, las sublimamos convirtiéndolas en otras: en
necesidad de beber demasiado, de fumar en exceso, de comer compulsivamente, en vez de
permitirnos esa forma de bienestar y de sanación que puede darse cuando tocamos el cuerpo de
otra persona o cuando recibimos sus amorosas caricias.

La Venus de Tauro es el deseo del cuerpo de unirse con la madre en el útero. Sin embargo, la
Venus de Libra es el deseo estético o idealizado de conectar con el otro, algo que se aproxima más
al concepto griego de la philia, que yo asocio principalmente con el signo de Leo. Recordaréis que
considero a Leo el primero de los signos sociales, el que representa la toma de conciencia de la
existencia de otras personas en el mundo. Aries nos hace percatamos de nuestro ser personal, y
Sagitario nos abre los ojos a nuestro ser universal, pero Leo nos pone en presencia de nuestro ser
social.

Lo explicaré de otra manera. Aries es el fogoso entusiasmo que nos provoca el descubrimiento de
que existimos. Leo tiene el mismo tipo de despertar entusiasta, pero en su caso se trata del
entusiasmo que nos invade al descubrir que también hay otras personas en el mundo. El despertar
asociado con Leo depende, sin embargo, de que hayamos llevado a cabo el proceso canceriano de
cortar el cordón umbilical. Si no hemos roto el vínculo umbilical, no podemos llegar a la philia. En
un nivel arquetípico, Leo es el júbilo, el entusiasmo y la excitación de descubrir la existencia de un
«otro». Así como la epithemia es la forma de amor que corresponde a Tauro o a Venus-Afrodita, la
philia es el tipo de amor de Apolo, el amor solar, el amor que se basa en la conciencia.

Es interesante que el signo anterior a Leo sea Cáncer, regido por la Luna, que representa a la
madre y el cordón umbilical que debemos cortar para poder llegar a Leo. No estoy seguro de
cuántos llegamos alguna vez a cortar el cordón, ni en qué medida. Aferrarse al vínculo umbilical
significa que seguimos dependiendo de nuestros padres y asumiendo la carga del mito familiar.
Las personas que no cortan el cordón no quieren renunciar' a su vínculo umbilical ni a su trasfondo
básico, y sin embargo, al mismo tiempo quieren tener el amor y el romance. Entonces fantasean
con el amor, se hartan de telenovelas y piensan que si fueran mayores, o más jóvenes, o más
listas, o más fuertes, o rubias o morenas, podrían experimentar esa cosa maravillosa que llaman
amor. Recordad a Dafne, que no pudo trascender su vínculo umbilical con su padre y terminó
siendo menos de lo que era.

Philia significa, básicamente, amistad.

Leo tiene que ver con laphilia porque el amor de Leo implica encontrar a alguien especial, a esa
persona que le colma a uno el corazón de amor. Los griegos dividían el amor en dos partes, el del
amante y el del amado. Al amante se le llamaba ératos, y al amado eromenos. Les correspondían
dos papeles diferentes: el del eromenos era ser el ideal al cual aspiraba el ératos. Dicho de otra
manera, el amado servía como fuente de inspiración para el amante. Beatriz inspiró a Dante para
que escribiera su obra maestra, aunque él sólo la hubiera visto dos veces en su vida. Los griegos
habrían reconocido en esto la conexión clásica entre un eratos y un eromenos. No importa que
entre Dante y Beatriz no haya existido jamás una relación compartida; aun así, ella tenía la
capacidad de encender el fuego en él. La philia, el amor leonino, es un amor fogoso, así como la
epithemia es un amor terreno. Incluso hoy es frecuente que los escritores, poetas y músicos
dediquen su trabajo a un ser amado, como si ese amor fuera la inspiración que libera su
creatividad y les permite un florecimiento que los convierte plenamente en sí mismos.

Si os fijáis bien, una de las cosas que acompañan al enamoramiento es el sentimiento que se
podría definir como: «Me gusta quien soy cuando estoy contigo, y me gusta lo que creo que puedo
ser cuando estoy contigo». No me parece que se pueda separar la epithemia de la philia, o, para
decirlo de otra manera, la philia no es posible sin la epithemia. A muchas personas les gustaría
dejar de lado la epithemia e ir directamente a la philia, pero no es posible llegar así a ella.

Tradicionalmente, la philia empieza a fortalecerse en la época de la adolescencia.


Cuando uno ha conseguido incorporar esa luz, entonces puede pasar del papel del eratos al del
éramenos, el que ofrece a los demás una fuente de amor y de luz.

Al igual que el signo de Leo, la philia es el impulso hacia la creatividad. Es el sentimiento de que el
amor y la luz están dentro de ti, la sensación de que tu copa desborda, de que el mundo es
maravilloso y tú también lo eres, y de todo ello proviene el deseo de compartir con otra persona
ese amor y esa luz.

La epithemia está dispuesta a usar a la otra persona con el propósito de satisfacer la propia
necesidad de tocar y ser tocado, pero no llega a ver a esa persona como algo aparte y diferente de
uno mismo.

Con la philia hay una conciencia de la separación, que es lo que señala el comienzo de toda la idea
del festej o y el cortejo, parles fundamentales de la philia que en buena medida se han perdido en
nuestra sociedad, donde ya no nos cortejamos ni nos festejamos.

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