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Venezuela
En palabras simples, la libertad religiosa implica que una persona tiene la libertad de
creer y de no creer y, la libertad de vivir su fe en público y en privado sin sufrir
discriminación de ningún tipo. Este derecho implica, necesariamente, varias
libertades individuales como la libertad de expresión y de reunión pacífica. Por eso,
para ver si una sociedad respeta los derechos fundamentales de las personas, es
imprescindible ver cuál es el estado de la libertad religiosa.
Naciones Unidas celebró ayer por primera vez el “Día Internacional en
Conmemoración de las Víctimas de Actos de Violencia basados en la Religión o las
Creencias”, una jornada que invita a reflexionar sobre la situación que están viviendo
millones de personas en el mundo, porque aunque nos parezca paradójico en pleno
siglo XXI, todos los estudios sobre el tema de la libertad religiosa apuntan a un
agravamiento en los últimos tiempos.
Fuentes confiables señalan que el 61% de la población mundial vive en países donde
no se respeta la libertad religiosa, lo que significa que 6 de cada 10 personas en el
mundo no pueden expresar con total libertad su fe.
Cuando ya han pasado poco más de 70 años de la Declaración Universal de Derechos
Humanos que en su artículo 18 consagra el derecho a la libertad religiosa - la ONU
reconoce que este derecho está siendo violado en muchos lugares. En mayo de este
año, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la correspondiente
resolución, propuesta por Polonia y con el apoyo de Estados Unidos, Canadá, Brasil,
Egipto, Irak, Jordania, Nigeria y Pakistán.
Esperamos que este 22 de agosto haya sido el inicio de un proceso que lleve a la
comunidad internacional a un plan de acción coordinado –tal como lo aseguró el
secretario general de la ONU, António Guterres- para reafirmar nuestro apoyo
inquebrantable con las víctimas de la violencia motivada por la religión y las
creencias, junto con hacer todo lo posible para prevenir esos ataques y exigir que los
responsables rindan cuentas de sus actos.
En el texto se señala la preocupación “por los actos de intolerancia y violencia
basados en la religión o las creencias que siguen cometiéndose contra las personas,
incluidas las pertenecientes a comunidades religiosas y minorías religiosas alrededor
del mundo y, por el creciente número e intensidad de esos incidentes, que a menudo
son de carácter criminal y pueden tener características internacionales”.
Tan solo en los últimos cinco años se han dado dos casos de genocidio de minorías
religiosas: en Irak y en Siria se atacó a cristianos y yazidíes, mientras que en
Myanmar, la minoría musulmana de los rohinyá también está siendo perseguida.
Pero ¿qué es la libertad religiosa? En palabras simples, implica que una persona tiene
la libertad de creer y de no creer y, la libertad de vivir su fe en público y en privado
sin sufrir discriminación de ningún tipo. Este derecho implica, necesariamente, varias
libertades individuales como la libertad de expresión y de reunión pacífica. Por eso,
para ver si una sociedad respeta los derechos fundamentales de las personas, es
imprescindible ver cuál es el estado de la libertad religiosa.
Esperamos que este 22 de agosto haya sido el inicio de un proceso que lleve a la
comunidad internacional a un plan de acción coordinado –tal como lo aseguró el
secretario general de la ONU, António Guterres- para reafirmar nuestro apoyo
inquebrantable con las víctimas de la violencia motivada por la religión y las
creencias, junto con hacer todo lo posible para prevenir esos ataques y exigir que los
responsables rindan cuentas de sus actos.
Es por ello que la ordenanza municipal que les arrebata este derecho consagrado y
ratificado por Chile en su adscripción al citado Convenio viola normas de derecho
internacional. Al mismo tiempo, en relación a las políticas de equidad de género
promovidas por nuestro país, también en función de acuerdos y tratados
internacionales suscritos, contraviene el avance de la equidad de género en
perspectiva “intercultural”, etiqueta que aparece muy recurrida en documentos y
discursos gubernamentales pero que vemos poco apelados en las prácticas de las
políticas implementadas.
Esto ocurre pese a que el Estado de Chile, así como otros en Latinoamérica, ha sido
conminado por Naciones Unidas a realizar acciones para subsanar el menoscabo a
los derechos indígenas. Mientras por un lado el Estado chileno suscribe acuerdos e
instala discursos institucionales de “interculturalidad” y “equidad de género” por otro
mantiene prácticas represivas amparadas en regulaciones arbitrarias, contrarias al
espíritu de acuerdos internacionales suscritos.
Desde un análisis macro esto se da en el contexto de de un modelo social y
económico neoliberal que supedita el desarrollo y bienestar de sus ciudadanos a una
lógica mercantil desigual de acumulación en manos de los privilegiados del país, que
se nutre ademas de una lógica asimimilacionista, afín a estos intereses. Esto
alimenta discursos abiertamente racistas, reflejando el desprecio hacia el pueblo
mapuche y sus prácticas tradicionales. Evidencia reciente son los dichos de ex
intendente de la Araucanía, y su percepción de los mapuches como “limitados”. Lo
de limitado es parte también parte de una perspectiva de desarrollo neoliberal.
Desde otra mirada, cabe reconocer que, ademas de ejercer su derecho al trabajo, las
hortaliceras mapuches realizan una importante aporte a la comunidad con su oferta
de productos orgánicos, locales y de calidad, en momentos que la crisis ambiental y
alimentaria global enseña que preferir este tipo de mercados a pequeña escala,
conscientes y en equilibrio con el ecosistema son la vía para revertir la destrucción
de los recursos y la puesta en peligro de la misma existencia humana, un
conocimiento abrigado por la cosmogonía mapuche desde hace siglos y que mucho
nos puede aportar ante la evidencia del cambio climático. E
sta perspectiva no aparece nada “limitada” y es parte de un cambio de paradigma
en nuestros patrones de consumo promovido por la consciencia ambientalista a nivel
mundial.
Sin embargo, como si la medida de desalojo y prohibición sobre las hortaliceras no
fuera ya arbitraria, amenazar con multar a la ciudadanía que elija adquirir sus
productos atenta de la misma manera contra los derechos ciudadanos. El alcalde
Becker ha transformado la ciudad de Temuco en una suerte de campo de vigilancia
con inspectores municipales acosando e intimidando a comercio ambulante.
Sus tácticas reproducen las peores fantasías de control social mediante la instalación
de altavoces que a diario proclaman la amenaza a los ciudadanos consumidores cual
ovejas a ser acarreadas a las grandes cadenas comerciales, coludidas precisamente
para el abuso de esos ciudadanos.
Sin duda los personalismos juegan un rol en la administración de políticas locales,
pero cuando estas permanecen avaladas desde la maquinaria central, deja entrever
un discurso institucionalizado de denegación de derechos ciudadanos, y negligencia
como Estado en garantizar la protección de esos derechos. Pero lo que es mas grave,
avalando la sistemática violación de derechos de parte de quienes sufren mayor
desigualdad en este país.