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Hay hoy, igual que desde hace cuatro décadas, un debate dentro del feminismo
sobre qué es la prostitución, cuáles son sus causas y qué podemos hacer frente a
la precariedad y violencia que circula y sobre la que se sostiene el sistema. Según
cómo definamos la prostitución, las causas y las propuestas se ubican en distintos
lugares, y de alguna manera irremediable hasta hoy, dan cuerpo a una dicotomía,
a un enfrentamiento estanco entre quienes tendríamos que estar luchando del
mismo lado. Nos preocupa mucho que, cada día más, lo que es un debate se esté
convirtiendo en una batalla campal, donde como si fuésemos soldadxs de uno y
otro bando buscamos eliminar al otrx con aplastamientos comunicacionales
pedorros. No queremos ir por ahí.
Poder nombrarnos, hacernos oír, mostrarnos como nos gusta habitar nuestros
cuerpos, y crear todas las formas, a veces simples y no tanto, que nos den fuerza
para dar rienda suelta a nuestras luchas, para saber dónde estamos paradas, para
fortalecernos y empoderarnos. Para pelear contra la opresión, pero también
disfrutar. Todo eso es político. Que un sector del feminismo nos nombre, nos
diga lo que somos cuando no somos eso, nos parece una reproducción de las
violencias y privilegios propios de este sistema. Por eso, ante todo, nos
nombramos: somos estas tortas, travestis, trans, bisexuales y marikas feministas
de izquierda y abolicionistas.
Muchxs somos militantes/activistas sueltxs, otrxs estamos en orgas que nos son
afines. No somos “antisexo”: aguante garchar, cualquiera sea el significado que se
le dé, pero acá ese no es el punto. Ni somos “antiputa”: las putas no son un grupo
aparte, somos o podemos ser cualquiera de nosotras, porque nuestros cuerpos
feminizados dentro del patriarcado son leídos como prostituibles. Tampoco somos
“mujeristas”: no pensamos que las oprimidas sean sólo las mujeres en términos de
falsas esencias, hablamos de mujeres, travestis y niñas por que esos son los
cuerpos mayoritarios de la prostitución (no nos parece discutirlo acá porque
asumimos que hay acuerdo en esto). No somos moralistas y no nos interesa
demostrarlo. Muchas conocemos con nuestros cuerpos lo que es la prostitución y
muchas lo conocemos a través de la escucha de quienes la viven de
manera directa. A estas voces se suman referentes que ya no están como Lohana
Berkins y Diana Sacayan, cuyas vidas estuvieron atravesadas por la prostitución y
la violencia.
Tal como pasa con la violencia de género, muchas veces es necesario nombrarse
víctima para reconocer al marido como golpeador que hasta entonces era negado,
para reconocerse en el círculo de violencia, como sobreviviente de la misma.
Bueno, a no ser que directamente se niegue toda violencia dentro de la prostitució
n, deberíamos aceptar a quienes eligen identificarse como víctimas. Por supuesto
que ese reconocimiento puede ser transitorio y para nada excluye el
empoderamiento, que, al contrario, fortalece: creerlos opuestos es parte de la
ceguera ideológica.
Como feministas pensamos que lo que un cuerpo puede está años luz lejos de la
corsetería de la prostitución. Las infinitas posibilidades de la potencia de nuestros
cuerpos sensibles interrelacionados es lo que más nos interesa defender por
encima de todos los mandatos de la doble moral patriarcal de casamiento
romántico, reproducción y prostitución. Cuerpos que están juntxs por
más fugaz que sea y aunque ni sepan el nombre del otrx, se cuidan y respetan.
Nos preguntamos qué es el sexo, y no podemos pensar lo por fuera de políticas
sexuales que regulan, censuran o abren posibilidades de deseos y prácticas. En tal
sentido, ser “pro sexo” sería para nosotras estar a favor de follar libremente,
celebrando el placer y el deseo hacia cualquier fantasía o cuerpo. La prostitución
es la versión más empobrecida del sexo que repite tristes fórmulas
mercantilizadas, y a juzgar por las interminables y dolorosas historias de quienes
se han/nos hemos prostituido, no nos parece ni un poco revolucionario ni disidente
esta acepción política de “prosexo”.
Como identidad política actual, para nosotras prosexo tal como está planeada,
significa proprostitución y nada más que prostitución, dejando afuera moralmente
todo un mundo de prácticas y deseos que no cumplen con la regulación
prostitucional de nuestras fantasías. A la norma monogámica heterosexual se le ríe
el culo al escuchar que la prostitución pueda pensarse como disidente, cuando es
la institución que más la ha sostenido en toda la historia de la hipocresía del amor
romántico, el mandato de la maternidad y los confites para siempre. El matrimonio
y la prostitución son heterosexuales, son felices y comen perdices.